Diario de un Consentidor (17)
Esta es una historia de deseos, emociones, placeres, dudas, decisiones y pensamientos, es la historia del camino que nos llevó a Carmen, mi mujer, y a mí a lanzarnos a vivir las fantasías inconfesables que sin saberlo compartíamos en silencio cada vez que hacíamos el amor; Esta no es una historia de penetraciones y orgasmos, aunque también lo es; Así que si tu, lector que has llegado hasta aquí, buscas un desahogo rápido de tus pulsiones te recomiendo que abandones este texto y busques algo mas inmediato.
Pasaron los días, las semanas y yo no conseguía librarme de estas ideas, seguía mirando a Carmen como si de una mujer diferente se tratase, más libre, más audaz, incluso menos mía. El hecho de que Carlos le hubiera tocado el coño era lo que más me impactaba; era un antes y un después para mí. Carmen era otra.
Por su parte Carmen también evolucionaba en su forma de recordar lo sucedido; si al principio parecía desbordada por los recuerdos, sumida a veces en un pudor que le hacía asombrarse de lo que había sido capaz de vivir, pasó luego a una fase en la que, a medida que el tiempo la alejaba de Carlos y de Sevilla se fue liberando de las censuras y prejuicios que al inicio limitaban de alguna manera el profundo placer que le provocaba compartir conmigo el recuerdo de Sevilla.
Al principio era yo quien iniciaba el tema durante los preliminares de nuestros momentos de sexo; Carmen se resistía a entrar en el juego pero siempre acababa jugando y disfrutando de los argumentos que yo creaba mezclando la realidad vivida con mis deseos de lo que hubiera podido suceder.
Le intrigaba conocer qué es lo que yo sentía al verla con Carlos, me interrogaba y mis respuestas le provocaban un intenso placer; Mi relación con Elena era el otro asunto sobre el que buscaba detalles, tuve que superar la sombra de inseguridad y remordimiento que me producía vivirlo como una mentira pero cada detalle que le contaba la sumía en un placer de una intensidad inusitada que a su vez disparaba mi propia excitación. Nos decíamos en esos momentos cosas que, fuera de la alcoba, éramos incapaces de reconocer.
Poco antes de salir de vacaciones, una tarde de viernes, quedamos con mis cuñados para salir a cenar, estábamos a finales de Julio, una noche especialmente calurosa; Dejé a Carmen arreglándose y bajé al perro a la calle, al volver la encontré en la habitación con un tanga burdeos que le había regalado días antes. Estaba descolgando el vestido que usó la última noche en Sevilla, no se lo había puesto desde entonces y aquello me provocó una excitación morbosa, sobre todo porque se disponía a ponérselo sin sujetador, algo poco habitual tratándose de una reunión con sus hermanas y sus cuñados. Cuando lo tuvo puesto, me acerqué por detrás y la rodeé con mis brazos besándola en el cuello ante el espejo del armario.
- "No recordaba lo bien que te sienta este vestido" Carmen echó la cabeza hacia atrás, ofreciéndome su cuello
- "¿Te gusta?"
- "Mucho, además me trae recuerdos preciosos"
- "Si" la hice volverse hacia mí y la abracé iniciando un movimiento que simulaba un baile"
- "Bailaba contigo la última vez que te lo pusiste" Carmen rodeó mi cuello con sus brazos y comenzó a bailar también"
- "Es cierto, no me acordaba"
- "Mentirosa" Carmen sonrió, la había pillado. - "O quizás es que tan solo te acuerdas de que bailabas con Carlos"
- "No!" protestó; mis manos bajaron a sus nalgas, las sentí desnudas bajo la tela.
- "¿Así tocabas a Elena?" un brote de placer me golpeó al escucharla, hacía tiempo que no hablábamos de ello y su frase me hizo entender que lo tenía tan presente como yo.
- "Si " acaricié suavemente sus nalgas "así, con cautela, no estaba del todo seguro de que quisiera ¿y a ti?.. ¿te tocaba así Carlos?" apoyó su mejilla en la mía.
- "Era más descarado" cambié mi caricia, la hice más intensa " si, algo así" sentí mi polla clavada en su vientre, me apreté a ella antes de preguntarle
- "¿Y esto, lo sentías también?" Carmen respondió a mi gesto apretando su pubis contra mi
- "Si" lentamente, bajé mi mano derecha hasta encontrar el borde de su vestido, rocé su muslo y comencé a subir arrastrando la tela.
- "Y subió por tu muslo así, ¿verdad?"
- "Si" su voz había cambiado, reconocí ese tono grave que le surge cuando está excitada, seguí ascendiendo lentamente hasta que noté el inicio de su nalga, la forma redondeada de su glúteo, firme, sin un pliegue en su piel que lo delimitara, imaginé lo que habría sentido Carlos al verla tan entregada.
- "Y no protestaste cuando llego aquí"
- "Fue todo muy rápido, no me dio tiempo a verlo venir" recordé que según me contó había sucedido fuera mientras salían a buscarnos, la besó e invadió su falda, me detuve y la besé al tiempo que subía mi mano hasta abarcar su glúteo"
- "Así?"
- "Si, así"
- "Y no protestaste"
- "No si bueno, le dije que podían vernos" mis dedos avanzaron al medio buscando situarme entre sus nalgas y rozar su coño por detrás "no llegó a tanto" susurró en mi oído.
- "Pero te hubiera gustado" calló, la bese de nuevo mientras mis dedos alcanzaban su sexo "te habría gustado, verdad?
- "Si" metí un dedo por la tirilla del tanga y lo aparté, su respiración se transformó en un gemido
- "Así debió suceder, así tendría que haber sido" mi dedo, libre ya el camino, acarició el final de sus labios, buscando la humedad que los inundaba
- "¿Querrías que hubiera sucedido?" necesitaba hacérselo decir una y otra vez.
- "Si, oh si!"
Me detuve, la emoción por esta afirmación desgarrada me sobrepasaba, la abracé y la besé con tal fuerza que me llevaba casi a gritar de gozo.
Aquella noche, cenando con mis cuñados, cada vez que nuestras miradas se cruzaban se lanzaban mensajes de deseo, ella entendía lo que yo pensaba al mirarla y yo sabía bien lo que ella pensaba al mirarme, no pasó desapercibido para los demás nuestra especial conexión aquella noche.
Aquel viaje, fue trascendental para los pasos que dimos a continuación; Supuso un cambio de mentalidad para ella y mi primer afrontamiento de lo que suponía ver a mi esposa con otro hombre. Nada hubiera sido igual si no hubiera existido Sevilla, es probable que hubiéramos seguido este camino, pero seguramente nos habría costado más tiempo, mas errores, algún desencuentro y muchas más dudas y remordimientos.
A partir de Sevilla mi forma de ver a Carmen había cambiado, al principio lo achaqué a la fuerza de las emociones que aquellos acontecimientos, tan recientes, me provocaban, pero a medida que pasaba el tiempo comprendí que aquello no era producto solamente de la excitación.
Carmen es una mujer muy abierta, con pocos prejuicios, una persona que valora la amistad por encima de cualquier otra cosa y que, desde esa perspectiva, se da sin reparar en la interpretación torcida que las demás personas puedan hacer de gestos que ella hace inocentemente, sin ninguna intención oculta. Su forma de abrazar a los amigos, su manera de sentarse sin preocuparse excesivamente de si se le ve más o menos "chicha" son cosas que surgen de su limpieza de mente y que, cuando provocan algún comentario por parte de alguno de los "afectados" solo consigue hacerla reír, sin malestar, sin vergüenzas absurdas. Le cuesta ver malicia en los demás por cuanto ella no hace las cosas con malicia, enseñar un poco las bragas al sentarse o mostrar el pecho más de la cuenta al inclinarse no forma parte de un ritual de seducción para Carmen sino un signo de que se encuentra cómoda entre amigos.
Así lo he entendido yo siempre, jamás me ha preocupado su espontaneidad, al contrario, me siento orgulloso de su forma de ser y si alguna vez he pillado a alguien mirando lo he vivido no desde la ofensa sino con indulgencia y, si el sujeto era amigo, con alguna pulla que le ha dejado en evidencia.
Así éramos nosotros hasta entonces.
Porque, algo ha cambiado, ya no consigo ver a Carmen con la misma perspectiva.
Me di cuenta de este cambio progresivamente, cuando captaba alguna mirada a su figura al entrar en un restaurante, o alguna mirada a su escote o a sus piernas Incluso en las primeras reuniones con amigos tras nuestro regreso mi forma de percibir las miradas, los achuchones y los ligeros azotes de algún intimo ya no era la misma. De repente comprendí que antes miraba esas cosas desde la perspectiva de Carmen, que era mi propia perspectiva: inocencia, naturalidad, ninguna intencionalidad Ahora lo miraba desde la perspectiva de quienes se veían turbados por la fuerza seductora de Carmen. ¿Cómo podía un hombre no reaccionar cuando se veía envuelto por los brazos de aquella magnifica mujer que no reparaba en apretar su cuerpo con el suyo? ¿Quién podía resistir a esa mirada profunda que parecía insinuar mil placeres?
Me di cuenta que la costumbre me había hecho no reconocer el erotismo tan fuerte de la personalidad de Carmen; no es que no lo sintiese en mi o no lo valorase, simplemente no calibraba el efecto que esa fuerza producía en aquellos que se acercaban a ella.
Comencé a observar las reacciones de los que la miraban, con sigilo, intentando no ser descubierto; Analizaba el lenguaje corporal y gestual de los hombres y de las mujeres que entraban en el campo de influencia de Carmen.
Y empecé a ver cosas que antes no veía.
En los hombres, deseo; contenido con éxito en los más cercanos y más evidente en los desconocidos o en aquellos que, siendo amigos o parientes, no se sentían delatados por sus miradas o sus palabras.
En las mujeres, envidia, territorialidad, amenaza, muy bien disimuladas pero todas esas emociones aparecían en cualquier reunión de amigos o al cruzarnos con una pareja en la calle.
Me convertí en un voyeur de los demás, jamás me habría reconocido en tal papel pero ahora me pasaba el día espiando a quienes miraban a Carmen.
El lenguaje corporal es más potente que las palabras hasta el punto que es muy frecuente que sepamos más de una persona no por lo que dice sino por cómo lo dice.
El lenguaje corporal es ancestral, preverbal, existe en los animales con un código muy similar al humano y, lo que es más importante, aprendemos y actuamos por lo que percibimos sin darnos cuenta de que lo percibimos.
Y así fue como, mediante el lenguaje corporal, se fue construyendo una segunda personalidad en mí, una personalidad a la que Carmen era ajena pero que cada vez entraba en acción más frecuentemente.
Todo empezó con la forma en que manejaba mi conducta para que el sujeto que miraba a Carmen no abandonase al sentirse observado por mi; Una mirada directa no necesita de mas amenaza para hacer que el mirón de turno desvíe su mirada y se aleje, pero eso era precisamente lo que yo no buscaba; Actuaba como un cazador rondando la presa; podía ser en el Corte Inglés, yendo de compras con Carmen; Oteaba el escenario y enseguida captaba algún marido aburrido tras su mujer que por un segundo se quedaba enganchado en el pecho de Carmen, o en su culo, o en sus piernas entonces yo evitaba la confrontación, desviaba mi mirada pero le mantenía en mi campo de visión periférica, así comprobaba que las miradas volvían fugaces, clandestinas, cada vez con mas frecuencia; Ese es el momento en el que intento acercarme a la víctima llevando a Carmen hacia su cercanía. El hombre, al verla cerca cuida más que sus miradas no le delaten, pero el deseo es más poderoso que la razón y, una y otra vez, casi a su pesar, sus ojos vuelven a posarse en la piel de mi esposa.
Fue entonces cuando comencé a construirme pequeños trucos, como señalarle algo a Carmen que estaba en alguna repisa inferior, unos zapatos, por ejemplo, ella se agacha y zas! La presa cae en el escote ahuecado de Carmen, yo sigo disimulando haciendo como que no veo, como que no me doy cuenta.
En esa faceta de voyeur comencé también a involucrarme como actor secundario, en ocasiones, cuando la víctima ya está enganchada y se siente confiado de que "el marido no se entera", es el momento en el que cojo a Carmen por la cintura al caminar hasta otra estantería y mi mano se desliza hacia su nalga, un gesto muy medido para no levantar las alarmas en Carmen y que tampoco le parezca vulgar al mirón
Con el tiempo, fui actuando con soltura, si Carmen en algún momento protestó por mi forma de tocarla en público pronto dejó de hacerlo y se acostumbró a mi falta de pudor ante los demás; Es cierto que jamás rocé lo vulgar pero los ojos de quienes nos miran delatan el efecto que causa en ellos mi forma de tocar a Carmen. Nuestros amigos, en alguna ocasión nos silbaron o hicieron comentarios que fueron siempre bien recibidos por Carmen, ajena a mi intencionalidad.
Ese verano estuvimos quince días en Lanzarote y mi nueva forma de ver las cosas se afianzó mucho mas.