Diario de un Consentidor 136 Confidencias

Esta es una historia de deseos, emociones, placeres, dudas, decisiones y pensamientos, es la historia del camino que nos llevó a Carmen, mi mujer, y a mí a lanzarnos a vivir las fantasías inconfesables que sin saberlo compartíamos en silencio cada vez que hacíamos el amor.

Capítulo 136

Confidencias

Lunes, veintidos de Mayo de dos mil

Llegué a la estación de Santa Justa con media hora de antelación, entré en la cafetería huyendo del calor y me senté a hacer tiempo; esperaba que Emilio se hubiera calmado, lo conozco bien y tras un calentón siempre recapacita. Esta vez me equivoqué; cuando llegó la hora me acerqué al andén por donde había hecho entrada el AVE, poco después lo vi avanzar y supe que había tensado la cuerda demasiado. Se detuvo, dejó la maleta en el suelo y me miró de arriba abajo.

—Tienes todos los motivos para mandarme a la mierda. —le dije.

—La reunión es a las cinco, ¿qué hacemos hasta entonces?

—Te voy a llevar a un sitio donde podemos trabajar tranquilos y comer allí mismo; tenemos cuatro horas.

Apenas hablamos durante el trayecto; había elegido un restaurante en el que podíamos ocupar una especie de reservado. Tomamos unas tapas y unas cañas y comenzamos a preparar la reunión, todo parecía volver a la normalidad; una hora después comimos algo ligero porque íbamos a tener una tarde intensa. Con el café, Emilio bajó las armas.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Es algo personal, no te puedo…

Me detuvo en seco; no iba a admitir retórica ante lo que consideraba una quiebra de nuestra amistad. Me sentí mal pero ya no podía repararlo y concentré mi atención en la taza.

—No sé cómo me aguantas.

Me miró con ese gesto tan suyo de profesor.

—Últimamente me cuesta, no creas.

—Concédeme un voto de confianza.

—No me gustan las historias de misterio, ya lo sabes.

—Lo sé.

—Pues  no lo parece, hace ya varios meses que no te conozco, pero no seré yo quien te obligue. Tú sabrás lo que haces.

—En cuanto pueda, te prometo…

—Vete a la mierda.

Llegamos puntuales al edificio de la Junta y, como esperaba, Santiago nos hizo esperar. Veinte largos minutos. Tenía una llamada perdida de Carmen: «Hola, solo quiero desearte suerte, un besito». ¿Cómo no lo había oído?, y luego otro mensaje volviendo a desearme suerte y paciencia; la iba a necesitar. Estuve tentado de llamarla pero algo me detuvo: la idea de que estuviese en casa preparándose para su cita. Ya había vivido una conversación así.

Por fin vimos aparecer al fondo del pasillo a la secretaria. Se acabaron mis dudas.

—El director sigue reunido, va a tener que posponer la reunión hasta las… — Echó una mirada al reloj. No le di oportunidad de continuar.

—Dígale que no se moleste; regresamos a Madrid y cuando tenga clara su agenda que nos llame. —Me di la vuelta, no atendí a Emilio, no iba a soportar un pulso de Santiago. Estaba en la parada de taxis cuando empezó a sonar mi móvil.

—Vuelve coño, nos va a recibir.

—Joder Mario, frena un poco —Caminábamos unos pasos por detrás de la secretaria que, de vez en cuando, se giraba para asegurarse de que no nos había perdido.

—Era un farol, me estaba echando un pulso, lo conozco bien.

—¡Hostias, yo así no puedo, no puedo!

Entramos en un despacho mucho más amplio que el que ocupaba en nuestra anterior visita. A la derecha, una gran mesa rectangular ocupada por seis personas y en la cabecera, de pie, Santiago, con una actitud condescendiente que no pensaba admitirle.

—Caramba Marito, cómo te pones porque te hago esperar un poco, ni que fueras…

—Nos conocemos hace muchos años, Santiago. Buenas tardes a todos.

—Tienes razón, nos hemos pasado de tiempo. Nuestros invitados vienen de Madrid para tratar el tema de su colaboración en el proyecto Albedo. Para los que no os conocen os presento: Emilio Fajardo, socio fundador de...

—Fajardo, Suarez y asociados.

—Eso es, y su socio y viejo amigo, Mario Suarez. —nos batimos en un duelo de miradas y supe que no me lo iba a poner fácil; de entrada me había dejado ante todos por intransigente—. Mario es… un antiguo camarada con el que en tiempos mantuve grandes diatribas políticas, ¿eh?, nos corrimos buenas juergas, incluso nos disputamos a la misma chica…

—Santiago…

Clavó los puños en la mesa alargando en exceso un pausa innecesaria.

—Y mira por donde, ahora se está tirando a mi mujer.

Lo veía venir desde que comenzó a soltar bobadas, pero no pensé que fuera a llegar tan lejos. Poco antes de alcanzarlo alguien se precipitó en mi camino llegando a tirar una silla y logró interceptarme. «Hijo de puta», había mascullado lo suficientemente alto como para que se escuchara en toda la sala; redoblé los esfuerzos por liberarme al ver la sonrisa cínica de Santiago. «Eres un miserable hijo de puta», reafirmé completamente sereno; conseguí que me soltaran y abandoné la sala; me crucé con dos guardias de seguridad que pasaron corriendo, ¿quién coño los habría llamado? Estaba casi en la salida cuando volvieron a la carrera para llegar a tiempo de escoltarme. El protocolo de seguridad ante todo.

Llegué al hotel y lo primero que hice fue entrar al bar y pedir una coca cola con ron, tenía la boca seca, a continuación llamé a Elvira, no podía ocultarle lo que había sucedido pero le hice una versión suave de lo que el impresentable de su marido había provocado; eso lo trastocaba todo, lo más probable es que Emilio tratase de cambiar los billetes. Yo en ningún caso pensaba volver a Madrid sin ella, lo cual iba a provocar un nuevo conflicto con mi socio.

—¿Te das cuenta de lo que supone esto? Mañana lo va a saber todo el mundo. No puedo seguir aquí ni un minuto más.

—¿Y qué te detiene?, puedes ocupar tu plaza cuando quieras.

—Lo hacía por él, en el fondo sigo preocupándome por él.

—Pues ya ves cómo te lo paga.

Recogí mi equipaje y lo dejé preparado para abandonar el hotel. En ese momento llamó Emilio.

—Tenemos que vernos.

Su aspecto era preocupante, debía de tener la tensión por las nubes. Nos sentamos y pedí una tónica.

—¿Así que eso era?, te estás acostando con su mujer.

—No es tan simple, si me dejas hablar te lo cuento.

—Primero déjame a mi. No te imaginas la que se ha organizado, alguien ha llamado a seguridad y cuando se ha enterado lo ha puesto a parir. Después, no sé qué coño le ha pasado, ha sido como si entrara en razón, les ha pedido a todos discreción; joder, como si fuera tan fácil. Ha dicho que era un asunto personal entre vosotros. Yo, en nombre de la empresa, he lamentado lo sucedido y he dado por cancelada nuestra participación. «De eso nada», ha saltado, «las condiciones ofertadas son las mejores, la adjudicación está aprobada y los problemas personales no tienen por qué afectar al proyecto». Todo sigue como estaba previsto.

—No me jodas.

—Te he querido retirar pero se ha negado en redondo. Figuras como director del proyecto, si te sustituyo sin causa justificada lo considerará incumplimiento de contrato.

—Trata de joderme.

—Sus motivos tendrá.

—No me vas a dejar que te lo explique, ¿verdad?

—¿Se lo has contado a tu mujer?

—Carmen está al tanto de todo.

—Pues no creo que se lo merezca.

Una hora y dos whiskies después Emilio seguía sin salir de su asombro. Por la mesa de aquel bar habían pasado Carlos, Doménico, Sofía, Irene, Graciela; incluso Tomás pero solo en su vertiente de amante. Me abstuve de mencionar a Roberto, tampoco le conté mi incursión en la sauna; no le hablé de Álvarez Atienza ni de la otra vida de mi mujer como puta de lujo, hubiera sido demasiado. Aún así fue suficiente para dejarlo fuera de combate; nunca se hubiera imaginado lo que había sucedido en nuestra vida aquel invierno en el que sabía que algo extraño nos estaba pasando.

—Y como comprenderás, para Carmen, que yo recupere la relación con la que fue mi primer amor y que se casó por error con el imbécil de Santiago no es sino motivo de alegría.

—¿Comprender? No comprendo nada, y lo que menos me puedo creer es que tu mujer… No, no puede ser.

—Deberías escuchar su versión.

—Me costaría mucho ponerme delante de ella, y menos para hablar de estas cosas.

—Como quieras.

—¿Y ahora qué hacemos? dime.

—Reunión mañana, a las diez.

—Antes no puedes claro; estarás ocupado atendiendo a….

—¡Emilio!

—Perdona, estoy muy nervioso; no me lo tengas en cuenta.

Martes, veintitrés de Mayo  de dos mil

Ni un minuto de espera. A las diez en punto la secretaria nos recibió y pasamos a una sala pequeña, una mesa redonda con seis sillas; poco después apareció Santiago.

—¿Todo bien?

—Eso dímelo tú.

—Bueno, lo de ayer…

—Lo de ayer no se va a volver a repetir. —dije yo; estaba dispuesto a poner mis condiciones sin las cuales me levantaría por última y definitiva vez—. Ni una salida de tono más, Santiago, y por supuesto: si alguna vez apareces bebido me levanto y me voy, ¿queda claro?

—Mario: eso nunca ha pasado, nunca. —recalcó mirando a Emilio. Sabia que no era cierto pero no quise ahondar más.

—Otra cosa: no vuelvas a mencionar a Elvira, jamás.

—De acuerdo.

Salimos de allí y pasamos al despacho donde habíamos estado el día anterior, nos esperaba el mismo equipo, serios y circunspectos; en cambio Emilio, Santiago y yo aparecimos relajados como si lo de ayer no hubiera pasado.

A mediodía hubo un almuerzo de todo el equipo en un restaurante cercano al que no asistí, había quedado a comer con Elvira; cuando me excusé Santiago fue a decir una de sus gracietas pero se contuvo; regresé a tiempo gracias a que ella me acercó en su impresionante moto, detalle que no pasó desapercibido y que por supuesto llegó a oídos de Santiago porque le cambió el humor para toda la tarde. «Podríais mantener las formas», me dijo en un aparte. «¿Y tú me lo dices?», le contesté. Pero tenía razón, no debíamos alimentar más los rumores.

A las siete se dio por concluida la jornada. Emilio me propuso ir al hotel; fue cuando caí en la cuenta de que no le había puesto al corriente de mi planes. «Me haré cargo de los gastos», le dije.

—Ya estamos con eso. ¿Te das cuenta de lo que vas a provocar?

—Sé lo que hago, no te preocupes.

—Estás jugando con fuego, ¿qué ha pasado esta tarde? os he visto discutir.

—Elvira me trajo en moto, alguien nos debió de ver y le fueron con el cuento.

—Joder ¿es que no podéis ser más discretos?

—No va a volver a pasar, te lo aseguro.

Con ese tipo de descuidos no iba a mejorar la relación con Emilio; lo vi alejarse y me entristeció; éramos amigos antes que socios y si esa parte de la ecuación fallaba puede que el resto no mereciese la pena.

La llamada

Arranqué y enfilé hacia la autovía, tenía ganas de llegar al chalet y refugiarme en ella. Entonces me di cuenta de que no había buscado un hueco en todo el día para hablar con Carmen, por mucho que quisiera justificarlo en las escaramuzas vividas con Santiago sabía que no estaba ahí la razón última. Había pensado en ella en multitud de ocasiones y cada vez la aparté como si quemase. Tenía claro que no había querido enfrentarme a una conversación en la que “el día después” habría estado muy presente, tal vez porque no me fiaba de mi propia reacción; estaba escarmentado por tantas estupideces como había cometido en situaciones similares que nos habían llevado al borde del desastre.

Si; temía esa conversación tanto como el alcohólico rehabilitado le tiene pavor a ponerse delante de un vaso de vino; por eso la había estado evitando todo el día, porque si hablaba con Carmen —la mujer que había estado follando con Claudia— podía tirar por la borda todo lo que había logrado y acabar diciendo lo que no quería decir, lo que en realidad no pensaba, lo que mi obsesión bipolar a veces deseaba y otras detestaba. No sabía si cuando hablase con ella la iba a destrozar.

Pero no podía prolongar por más tiempo el silencio si nos habíamos comprometido a mantener el diálogo. Detuve el auto a la entrada de la siguiente área de servicio y la llamé.

—Hola, ya no te esperaba, ¿un día duro?

Así es ella: lejos de cualquier reproche me animaba a compartir la carga del día. Qué idiota había sido, resultó tan sencillo volver a ser los mismos que olvidé los miedos y sentí crecer la nostalgia.

—Te echo de menos, no imaginas cuánto.

La escuché suspirar.

—Y yo a ti, se me va a hacer muy larga esta semana, cariño.

—Bueno, cuéntame —pegué un giro para librarme del ahogo que ascendía por la garganta—: ¿Cómo ha sido eso de que Andrés te haga socia del gabinete?

La escuché con atención. Más allá de la ilusión que transmitía pude atisbar que el proyecto presentaba serios inconvenientes; tal vez no era la ocasión ni el teléfono era el mejor medio para hablarlo, pero eran tan evidentes que si llegaba a pedir mi opinión no iba a poder obviarlo.

—Bueno, ¿qué te parece?

—Vaya, está muy bien.

—Claro, ahora dime lo que piensas.

—Sabes cómo funciono, me gusta analizar todos los aspectos antes de…

—Lo sé, continúa.

—No te voy a hablar de los puntos positivos, esos los tengo claros. Me preocupan otros temas, el primero el coste: ¿Sabes ya el valor de tu participación?

—Todavía no, pero va a ser bastante alto.

—Tenemos varias alternativas; dependiendo de la cifra podemos tirar del fondo o hacer una hipoteca, ya veremos.

—No te preocupes de eso ahora. ¿Qué más?

—¿Cómo que no me preocupe? Vamos a tener que hacer frente a una suma importante, eso no se resuelve en dos días.

—Te digo que no te preocupes, en serio. A ver, cuéntame qué otras cosas has visto.

El otro tema, y tú lo conoces mejor, es cómo lo van a encajar; tienes a otros compañeros con más antigüedad y méritos, ya sabes cómo van estas cosas.

—Se lo he dicho a los dos; me preocupan las reacciones, y no solo de los compañeros. No sé qué puede ocurrir cuando lo plantee en la junta.

—Perdona, ¿has mencionado a los dos?

—Si, claro; esto ha sido una decisión de ambos.

—Vaya, pensé que había sido cosa de Andrés.

—¿Y qué más da?, ¿lo cambia en algo? —No contesté y me apremió—: Mario.

—Dime.

—No, dime tú: ¿importa que la decisión la hayan tomado los dos?

—No lo sé, Ángel acaba de llegar; ¿ni siquiera ha aterrizado y ya impone su criterio?

—¿De dónde sacas que esté imponiendo nada? Te estás precipitando, la idea partió de Andrés durante el almuerzo y Ángel no hizo sino apoyarlo.

—De acuerdo, no lo habías contado así.

—Es que no me has dado tiempo, cariño. En cuanto a la reacciones que se puedan suscitar, Andrés cree que a nivel de socios no va a encontrar oposición y con respecto a los compañeros es algo que tendré que manejar con mano izquierda y diplomacia.

—Sobre eso…

—¿Qué?

—Modera tu relación con Ángel en el gabinete, ya sabes con qué facilidad se disparan los rumores, es lo único que te faltaba.

—No sé cómo se te ocurre. —No la había escuchado tan indignada en mucho tiempo; realmente mi comentario había estado fuera de lugar.

—No me entiendas mal, quiero decir que una simple mirada o una sonrisa puede dar pie a un montón de chismorreos.

—Déjalo. ¿Crees que no he tenido que lidiar bastante después de lo de Roberto?

—Lo siento, tienes razón.

Eché el freno de mano, pulsé el warning y salí del auto; llevaba demasiado tiempo parado a la entrada de la estación de servicio y ya me había ganado la atención de los empleados de la gasolinera. Me apoyé en el capó y esperé a que Carmen terminara por aceptar mi disculpa.

—Ángel no es tan retorcido como piensas, ha hecho esto para que me pudiera librar de Solís.

—Ya, pero supongo que también tendrá otros intereses.

—No sé a dónde quieres ir a parar; lleva tiempo con ganas de hacer algo en la privada y ha visto la ocasión. No le des más vueltas, en serio.

—Compréndelo, es el hombre que te violó, me sigue resultando difícil asumir que hayas pasado página.

—Es que es eso exactamente lo que he hecho: pasar página. Podría haber elaborado un rol de víctima, ¿te imaginas?  Pero no, desde el minuto uno afronté al violador y le enfrenté a lo que hizo, eso cambió por completo el escenario en el que nos íbamos a mover de ahí en adelante; porque sabía que mi relación con Claudia pasaba como mínimo por tener que seguir coincidiendo con su marido.

—Todo eso lo entiendo, lo que no tengo tan claro es lo que ha sucedido a continuación.

—Te refieres a mi reacción cuando me dio las fotos; supongo que no entiendes por qué me he acostado con él, ni tampoco comprendes por qué acepté pedirle perdón, ¿es eso?

—Si. Le haces enfrentarse a su delito y de pronto te sometes a él, cedes tu posición y dejas que… te use, esta vez estando consciente, y por si fuera poco le pides perdón por haberle acusado de violarte, te retractas de todo lo que le habías hecho confesar y asumes una posición de falsa víctima. No te entiendo.

Mis argumentos eran sólidos y se tomó su tiempo antes de responderme.

—A veces, en momentos de gran tensión, se hacen y se dicen cosas con una carga simbólica muy fuerte. Tú, precisamente tú deberías saberlo. Son actos que se hacen… o se permiten… que, en realidad… No sé cómo explicarlo.

—¿A qué te refieres?

—Que Ángel me exigiera una declaración de perdón en un momento así, tan cargado de…

—Sexo.

—Sí… No, no sólo sexo; tan cargado de emociones, no tuvo más valor que el puramente simbólico; solo sirvió para llevar al límite la excitación de ambos. Tanto es así que ayer, cuando me traía a casa, se volvió a disculpar por lo que sucedió; dijo que se sentía como si me hubiera vuelto a violar. Es decir que, una vez serenos, la petición de perdón carece de valor.

—¿Estás segura?

—Totalmente.

—Ojalá tengas razón.

—Dime una cosa. Desde la racionalidad. ¿Volverías a hacer conmigo lo que me hiciste en el cuarto de tu hermano? ¿Me dirías las mismas cosas que dijiste aquel día?

«No es lo mismo», estuve a punto de decir; afortunadamente me contuve porque… sí era lo mismo: un loco irracional dejándose llevar hasta límites insospechados, convertido en el sádico violador de su propia esposa. Ese fui yo.

—¿Y eso es lo que pasó con Ángel, aparcasteis la cordura?

—Llámalo así; el detonante en mi caso fueron las fotos, en tu caso fue la coca sumado a una semana de tensión extrema.

—La diferencia es que nosotros somos nosotros, y Ángel…

—Ángel no es una mala persona, no va a hacer nada que pueda perjudicarme, al contrario; me siento segura.

—Si tú lo estás, yo también. ¿Dices que te llevó a casa anoche?

—No estaba en condiciones de conducir, ya sabes lo que es esto: nunca pasa nada y basta que un día vayas un poco pasada para que te pare un control.

—Hiciste bien; si te llega a parar un control de alcoholemia lo de menos habría sido la multa.

—El alcohol es lo que menos me preocupaba anoche, Mario.

—Ah, ya. También podías haber pedido un taxi, no creo que Ángel estuviera mucho mejor que tú,

—Él apenas había bebido y de lo demás, poca cosa. Eran las cinco de la madrugada, se ofreció a llevarme. Yo no quería dejar el coche allí.

—¿Allí, dónde?

—En su casa. No quería tener que volver para recogerlo

—¿Y… qué hizo después?, ¿cómo regresó?

—Pedimos un taxi.

—Pedisteis...

—Lo invité a subir, le ofrecí un café mientras esperaba. No lo iba a dejar en la calle.

Claro. Y ahora… qué podía decir, qué le podía preguntar. Nada. No podía preguntar nada, nada.

Su voz me sobresaltó aunque solo era un murmullo:

—Supongo que fue inevitable.

—Supongo.

—Estaba agotada, deseaba que llegase de una vez el taxi para poder darme una ducha y dormir al menos una hora. Pensé que estaría tan cansado como yo, acabábamos de… hacerlo una vez más, justo antes de salir de su casa; no se me ocurrió que pudiera...  En fin. Le dije que me iba a retirar ya, que podía quedarse hasta que llegase el taxi; nos despedimos y lo dejé en el salón. Estaba terminando de ducharme y lo vi, ni siquiera me enfadé ¿sabes?, me pareció tan pueril que hubiera entrado a espiarme… Le regañé, pero sin energía; imagina: llevaba despierta casi veinticuatro horas, había sido un día duro; y luego…

—Luego, me imagino que le enseñaste nuestro dormitorio.

—¿Quieres que lo deje?

—No, al contrario, creo que por fin estamos recuperando nuestra complicidad. Sigue.

—¿Lo dices en serio?

Si, lo dije completamente en serio; estaba tranquilo como no lo había estado en mucho tiempo, me hallaba en sintonía con ella, con mi mujer, y eso me daba la intuición de haber alcanzado la meta. Por fin.

—Si, lo digo en serio, amor; supongo que te cuesta creerlo. Continúa.

—Traté de hacerle salir del baño pero lo único que conseguí es que… al envolverme en la toalla, estando tan cerca… no sé, se puso muy pesado. Lo di por inevitable, yo lo único que quería era acabar cuanto antes, ¿Cómo es posible que después de todo lo que habíamos hecho siguiera tan… preparado?

—La viagra, seguro.

—Un día de estos le va a dar un susto. En fin, me hice a la idea de que no iba a poder descansar si no cedía. Pasamos a nuestra habitación y conseguí que fuera algo rápido.

No quise pedir más detalles, era suficiente con saber que se lo había llevado a nuestra cama.

—Supongo que hoy has tenido un día duro.

—No me quedó más remedio que llevarme la coca, Mario, no habría aguantado.

—Ten cuidado, cariño, me preocupa.

—Lo sé, esto ha sido una emergencia. ¿Y tú? no me has contado nada de ti, ¿cómo van las cosas con Santiago?

—Bueno, eso da para una película; si te parece te llamo mañana a mediodía y te cuento en detalle, llevo una hora parado en un área de servicio charlando contigo.

—¡Pobrecito! Y haciendo esperar a tu chica; anda vete ya.

—Dime una cosa más: ¿Cómo es? He leído una entrevista que le hicieron el año pasado y he podido hacerme una idea pero, no sé, dime: ¿cómo es?

—Es… amable, culto, es divertido, cariñoso… es sensible. No sé qué más decirte.

—¿Te trata bien?

—¡Si!, no es violento, jamás me fuerza ni me obliga a nada. Es una especie de dique de contención con respecto a Claudia,

—Parecido a Tomás, entonces.

—No hay comparación posible; Tomás es especial, es mi amigo y mi confidente.

—Además de tu proxeneta; no lo digo como un insulto entiéndeme, es que no encuentro mejor palabra.

—Lo entiendo, no te preocupes. Si, también es algo así, pero no es la relación que nos hace más íntimos. Algún día eso se acabará y seguiremos siendo lo que somos.

—Y Ángel no es lo mismo.

—Ni mucho menos; con Ángel no existe la intimidad que tengo con Tomás, ni el cariño, ni… Mario, escúchame: Tomás se ha ofrecido a darnos el dinero que haga falta para cubrir el importe de la participación en la sociedad.

—Vaya, ahora veo por qué decías que no me preocupase.

—Te lo iba a contar cuando volvieras, no me parecía esta la mejor manera de hablarlo.

—Y, ¿cómo, en calidad de qué?

—No se trata de un regalo, es un préstamo que le iremos devolviendo con mi trabajo; a ver: no sólo como… hasta ahora, ya me entiendes.

—Como puta, ¿por qué no lo dices?, te aseguro que lo he asumido; se acabaron los problemas de conciencia.

—No sabes cómo me alegro, pero no es esa la única actividad que he realizado para Tomás; con Javier, el de las bodegas, por ejemplo: gané casi doscientas mil pesetas y no fue tan solo por pasar la noche con él; dejé abierta la puerta para una negociación que en absoluto estaba encauzada, y eso vale más que un par de polvos y unas mamadas.

—Y qué mamadas.

—Ya, eso dijo. Y te lo debo a ti, tú me enseñaste lo que sé.

—De eso ha pasado mucho tiempo, cariño, desde entonces has aprendido sola.

—En fin, a partir de ahora también voy a desarrollar otras funciones. Me voy a encargar de supervisar a las chicas.

—Supervisar, ¿qué es, exactamente?

—Ya te lo contaré, no se trata de nada turbio, no empieces a pensar.

—No estaba pensando en nada.

—Es más sobre todo… gestión, control y apoyo psicológico; ya te contaré.

—Y por eso te va a pagar.

—Por supuesto; le voy a descargar de una responsabilidad que le quita mucho tiempo.

—No sé, tú verás.

—Me lo había pedido hace tiempo, si acepto vamos a a poder pagar parte de lo que necesito.

—Está bien, si crees que puedes compaginarlo.

—Me está dando una oportunidad, Mario, no quiero desaprovecharla, la otra opción pasa por endeudarnos.

—La verdad es que se preocupa por ti.

—Te lo he dicho muchas veces: es una buena persona.

—Y te quiere.

—Sí, de una forma un tanto complicada pero sí, me quiere.

—Ya sé que no son comparables, Angel no es Tomás, pero en algún sentido parece que está cumpliendo un rol parecido, ¿no?

—No, en absoluto; aunque como te he dicho es más sensible de lo que te hayas podido imaginar y cuando ha tenido la oportunidad de ayudarme no lo ha dudado.

—¿Y Claudia?, por lo que dices, es más…

—Imprevisible, más pasional, más dominante que Ángel y, sobre todo, egocéntrica; por eso me viene bien tenerlo cerca, porque me da cierta tranquilidad. Aunque no es fácil llevarle la contraria a Claudia, no creas; ya la conocerás.

Me incomodó escuchar esto; no estaba seguro de querer conocerlos.

—¿Y Elvira? —preguntó tras unos segundos en los que nos habíamos quedado mudos. La fresca brisa del atardecer azotó de manera inesperada; una sensación de nostalgia me embargó. Ojalá estuviera allí.

—¿Sabes una cosa? Ahora mismo me fumaba contigo uno de esos cigarros que guardas en la pitillera de cuero. —Escuché su risa espontánea, tan juvenil, y la pude ver echando la cabeza hacia atrás entornando los ojos.

—En cuanto vuelvas, cielo, en el porche, mirando las montañas; ya sabes lo bonitas que se ponen a esta hora.

—¿Quieres saber cómo la veo? Es curioso, por una parte sigue siendo la chica de la que me enamoré, igual de vivaz, con el mismo nervio, la misma energía; por otra parte es más madura, está más hecha, es más mujer.

—¿Sigues enamorado?

—La sigo queriendo, mucho; hubo algo entre nosotros que perduró y ha vuelto a prender en cuanto nos reencontramos. Lo hemos hablado porque ambos somos conscientes de lo que nos pasa. Yo no la puedo atar, sería muy egoísta. Lo que le ofrezco es una relación abierta, es lo más que puedo darle. Y ahora mismo está tratando de asimilarlo.

—No debe de ser fácil, con la ruptura tan reciente.

—No lo es, no.

—Si puedo ayudar, dímelo.

—Tenéis una cita pendiente, puede que entonces tengas ocasión de ayudarle a entender.

Esa noche fue la primera vez que hice el amor con Elvira pensando en Carmen.