Diario de un Consentidor 132 Soy lo que tú querías

Dos miradas a una misma historia. Dos caminos y una encrucijada.

Capítulo 132

Soy lo que tú querías

Jueves, dieciocho de Mayo de dos mil

—Si, dígame.

—¿Cómo estás?

—Ahora no es buen momento.

—¿Ni para un buenos días, ni un bien y tú, que tal?

Aguardé a que salieran los últimos rezagados de la sala de juntas y cerré la puerta.

—No te esperaba.

—Ya lo he notado.

—Es que tengo mucho lío.

—Si, ya me dijiste: tu jefe; ¿sigue igual?

—No me refería a eso pero ya que lo dices, si; me está suponiendo un esfuerzo extra.

¿Qué estaba haciendo? No tenía por qué darle tanta información sobre mis asuntos.

—Sé lo que es, no es la primera vez que veo casos parecidos

—¿Y vosotros, cómo estáis? —dije para atajar el tema sin darme cuenta de que había incluido a su mujer.

—Bien, echándote de menos. Claudia no quería que te llamase, dice que es mejor darte tiempo; sin embargo yo necesitaba escuchar tu voz.

—Tiene razón, necesito tiempo, sabes que acabo de recuperar mi matrimonio.

—Y me alegro, aún así no puedes renunciar a los amigos. ¿O esa es la condición que habéis pactado para reconciliaros?

—Ahora mismo mi prioridad está aquí, en recobrar mi prestigio dañado, en poder retomar las riendas del departamento sin tutelas; por eso no puedo dedicarme a otras cosas, espero que lo entiendas.

—Perdona, ¿tutelas? ¿tan mal están las cosas?

—A ver: dos meses de ausencia y otros problemas anteriores que no vienen a cuento han dañado mi posición.

—Ah, ya sé a lo que te refieres, me lo contó Claudia.

—Pues no debería haberlo hecho; en fin, si ya lo sabes… Ahora mismo mi puesto está en el aire, ya te dije que mi relación con este nuevo socio no funciona y por si fuera poco me he enfrentado… con personas de su círculo. No sé cómo va a terminar esto.

—Eres fuerte y supongo que tienes apoyos.

—Los tengo, pero he abusado demasiado.

—¿Por qué no seguimos hablando de esto con más tranquilidad? ¿te apetece que comamos mañana?, me lo cuentas en detalle y te doy mi opinión.

—No Ángel, te lo agradezco, prefiero solucionarlo sola.

—Insisto; no te imaginas hasta qué punto puedo aconsejarte, a lo mejor incluso puedo servirte de ayuda.

—¿Tú?, perdona que lo dude. Vamos a dejarlo aquí, estoy muy ocupada.

—Carmen, no me subestimes. Sé que empezamos con mal pie, déjame arreglarlo; dame una hora de tu tiempo, por favor.

¿Por qué cedí? Tal vez porque su insistencia empezaba a agobiarme y no encontré modo de quitármelo de encima. Quedamos en un conocido restaurante del centro. Nada más colgar ya me estaba arrepintiendo; pensé en Claudia y sus palabras en el coche de regreso a Madrid.

«—Qué crees que busca en ti mi marido, ¿follar cada vez que vengas a casa, solo eso? No lo conoces, no le has dado la más mínima oportunidad; es una excelente persona, sensible, culto, amante del arte, divertido, con una conversación que te puede enganchar durante horas y hacer que parezca que han pasado minutos. No, no le has dado ninguna oportunidad.

Estaba agotada, no me quedaban argumentos ni fuerza.

—¿Qué quieres de mi?

—Reflexiona Carmen, piensa si estás siendo justa con él.

—De acuerdo, lo haré, pensaré en ello.»

Esta llamada parecía una de sus maniobras.

Al día siguiente cogí un taxi con tiempo suficiente; el tráfico era fluido para ser viernes y llegué demasiado pronto, le pedí que continuara y torciera en la segunda calle a la derecha, di un corto paseo y cinco minutos antes de la hora volví al restaurante; la última vez que había estado allí fue con Mario, pensé mientras me acompañaban a la mesa; enseguida localicé a Ángel y me quedé sin respiración: sentado a su derecha estaba Andrés. A medida que me acercaba comencé a tejer diferentes hipótesis y las trataba de encajar con la expresión de sus caras, felices al verme. No conseguía entender qué era aquello; me armé de valor y compuse mi mejor rostro. Ambos se levantaron.

—Aquí estás, puntual como siempre —dijo Ángel algo nervioso, yo sonreí sin decir nada y nos sentamos; Andrés estaba expectante.

—Tendrás que disculpar que haya adelantado nuestros planes sin contar contigo pero me dejó preocupado la conversación que tuvimos ayer y esta mañana decidí quemar etapas, pensé que lo más conveniente sería que para nuestra reunión de hoy ya estuviera Andrés; ha sido una decisión de última hora, espero que lo entiendas.

No, no entendía nada.

—Le he estado poniendo al corriente: cómo a veces las casualidades suceden en el momento oportuno; si no llegas a coincidir con Claudia en aquella boutique en, ¿dónde fue, en Serrano?

¡Qué historia se estaba inventando! No me dejaba otra opción que improvisar.

—No, yo no compro en Serrano, si no recuerdo mal fue en Lagasca.

—Eso. Qué pasó, os pusisteis a hablar y acabasteis tomando el vermut, ¿no?

—Si, más o menos.

—Total, que llego a recoger a mi mujer, nos presentamos y me entero que además de colega trabaja contigo, ¡vaya sorpresa! De verdad Andrés, tienes una excelente relaciones publicas en casa, cómo me vendió vuestro trabajo, no sé si fue allí mismo o… ¿cuándo quedamos a cenar, fue esa misma noche?

«Demasiadas explicaciones, Ángel…»

—Creo que fue un par de días después.

—Si, porque tenía que viajar, es cierto; el caso es que aburrimos a la pobre Claudia pero salí convencido de que teníamos que hacer algo juntos. Llevo mucho tiempo dándole vueltas a la idea de invertir en el sector privado, tengo ganas de ilusionarme con algo nuevo y Carmen ha hecho que se me encienda la chispa.

—Pues no sabes cuánto me alegra; como te habrá contado estamos en plena fase de expansión y para mi sería un auténtico placer tenerte a bordo.

—Solo hay una pega: no sé si estás al tanto de mi mala relación con Solís.

Andrés me lanzó una mirada de complicidad que eludí.

—Estamos a tiempo de que eso no sea un problema, verás; tenemos un preacuerdo que se debería hacer firme el mes que viene. La verdad es que no se están cumpliendo los objetivos pactados, nosotros aportamos una estructura consolidada y varias plazas fuertes: Madrid, Barcelona, Bilbao… por su parte la dotación de capital prevista llega con cuentagotas y sin embargo está tomando decisiones a nivel estratégico que han generado serios problemas internos. Cada vez estoy más convencido de que no fue una buena decisión.

—Entonces es el momento de que nos pongamos manos a la obra.

—Por eso estamos aquí, ¿no es así, Carmen?

Todo parecía transcurrir demasiado rápido, en poco tiempo se avanzaron las bases de un acuerdo en medio de un ambiente de gran cordialidad y para la sobremesa ya teníamos un esquema organizativo en el que mi posición quedaba perfectamente definida; además me abrían la puerta a formar parte de la sociedad, una propuesta de Ángel secundada sin ninguna reserva por Andrés. No estaba segura de la reacción que provocaría la noticia entre mis compañeros, tampoco sabía de dónde iba a sacar el dinero para pagarlo. Al terminar Andrés y yo volvimos al gabinete.

—¿Estás contenta?

—¿Cómo no voy a estarlo? No me lo podía esperar.

—Te lo mereces, no tengas ninguna duda. Lo que has hecho por el gabinete va más allá del celo profesional, incluso de la amistad que nos une. Ángel se me ha adelantado, ya sabes cómo funciono, yo soy de madurar bien las propuestas antes de plantearlas.

Socia. Tal vez demasiado pronto, pensé. Y no solo yo; es lo que pensarían todos en el gabinete.

—Supongo que no te ha sido fácil mantener el secreto —continuó.

Ángel Luis Álvarez Atienza, el eminente catedrático; ni por asomo se me podía haber ocurrido que fuera él. Sonreí, sonreí como una boba y asentí con la cabeza; Andrés, visiblemente satisfecho no veía mi preocupación, estaba exultante.

—Cómo no me contaste lo que estabas haciendo, Carmen, por Dios; y yo pensando… —Me emocionó el cariño que no lograba dominar.

—Era prematuro; Ángel quería estudiar el proyecto antes de dar el paso.

—Y os habréis reunido… bastantes veces, supongo.

Dudé, no sabía qué más podían haber estado hablando.

—Bueno, ya te habrá contado.

—Si, algo me ha dicho —«…y espero que tú me lo cuentes», leí en sus ojos.

—Han sido unas conversaciones muy delicadas, no te puedes imaginar.

—¿Ha tenido algo que ver en lo que sucedió con Solís el viernes?

—No, en absoluto.

Se quedó mirándome sin llegar a creerme del todo.

—Bueno ¿y ahora cuál es el siguiente paso? —pregunté para salir del atolladero.

Andrés me contó el plan para revocar el acuerdo con Solís; le escuché y le hice hablar porque mi cabeza estaba en otra cosa: la repercusión que tendría en mi vida la aparición de Ángel.

En cuanto llegué al despacho le llamé.

—¿Qué confiara en ti? ¿cómo has podido meterme en esta encerrona?

—No te enfades, si te lo llego a decir no habrías acudido, ¿me equivoco?

—¿Por qué nunca me dijiste quién eres?

—Eso mejor te lo cuento en persona, además tengo algo para ti de parte de Claudia que no he podido darte, ¿nos vemos luego?

—No Ángel, no nos vemos luego.

—No seas así, dentro de poco voy a ser tu jefe, trátame con un poco de cortesía.

—Déjate de bromas, no me ha gustado nada lo que has hecho.

—Lo siento; anda, nos tomamos algo y te cuento todo el plan, tienes que moverte dos pasos por delante de Andrés, te conviene.

Tenía razón. Quedamos a las siete en Moncloa.

—Toma, de parte de Claudia.

Me ofreció un pequeño paquete envuelto para regalo, qué detallista; lo dejé junto al bolso sin hacer ninguna alusión. Me contó a grandes rasgos el modelo que tenía en mente, algo muy elaborado que encajaba bastante bien en el proyecto de Andrés; pensé que no había surgido de una manera improvisada a raíz de nuestra última conversación.

—Por fin voy a poder ganarme tu confianza.

Algo hice de modo inconsciente que le nubló el semblante.

—¿Qué he de hacer para borrar la huella que dejé?, dime.

—Me pides un imposible, deberías saberlo.

Suspiró profundamente y me miró como si estuviera meditando una decisión. Así fue: se llevó la mano al pecho, del bolsillo interior de la chaqueta sacó un sobre y lo dejó sobre la mesa.

—Ábrelo.

En su interior encontré un montón de fotos, al ver la primera se me detuvo el corazón: era yo desnuda sobre una cama, parecía dormir; le miré y no fui capaz de articular palabra, nada. Me impresionó verme: deslavazada, con las piernas semiabiertas, la melena esparcida sobre la almohada y un gesto que podía dar a entender satisfacción. Aquella larga melena situaba la escena en un pasado que se me antojaba muy lejano. La intensa carga sexual que desprendía la imagen era tan potente que me alcanzó como si me salpicase; aparté la vista asaltada por un temor irracional a que alguien estuviese observando. La volví a mirar y me invadió —como si se filtrase a través de las yemas de los dedos— un ardor insoportable; miré a Ángel preocupada porque pudiera notar el arrebato que mi propio desnudo me provocaba pero estaba ajeno a mi turbación. Pasé a la segunda foto, fue como si algo me golpease en mitad del pecho: estábamos desnudos; el cabello, largo y desordenado, ocultaba mi rostro; yo, recogida en su hombro, me aferraba a su pecho. Las siguientes eran parecidas: en algunas sola y en otras con él; a veces me besaba en la boca o los pechos; con mi mano le sujetaba la cabeza o entrelazaba la suya. Lo que percibí con claridad es que en todas tenía los ojos cerrados.

Estaba conmocionada, no podía apartar los ojos de esas imágenes en las que yo aparecía de una forma nueva, como jamás me había visto antes; estaba experimentando una sensación de extrañeza, un alejamiento de la mujer de las fotos que casi dolía, era tan sexual que me atraía poderosamente, sabía que era yo sin embargo me sentía desgajada de ella. Y me seducía.

—¿Por qué?

—Claudia me descubrió y se puso hecha una furia; me había advertido que te dejara en paz, traté de calmarla, total, solo eras una más de sus…, me lo rebatió aduciendo que eras nada menos que doctora en psicología; me asusté, pensé en las consecuencias que podía acarrearme y quise protegerme, si acaso ibas a denunciar yo tendría pruebas de que había sido consentido. Pero el cerdo que abusó de ti y preparó esta coartada se desmoronó cuando le hiciste enfrentarse a lo que había hecho; aquella terapia que hizo la mujer violada al violador fue lo más valiente que he presenciado nunca, y lo más terapéutico. Me cambiaste, ya no soy el mismo que te violó y no lo soy gracias a ti, trato de hacértelo entender cada vez que te veo, quiero que me aceptes tal como soy ahora, por eso no te oculto lo que hice, aquí lo tienes.

—¿Cuántas copias hay?

Echó mano al bolsillo, sacó el negativo y lo puso sobre la mesa.

—Toma, no hay más copias.

—¿Alguien más lo ha visto?

—Solo Claudia.

El corazón me latía con fuerza, volví a mirarlas una a una, no sé por qué lo hice.

—Estás hermosa, no he podido dejar de verlas desde entonces.

En ese instante supe que guardaba una copia.

—¿Por qué haces esto?

—Por ti, por nosotros, porque Claudia quiere que tú y yo nos entendamos.

Entonces cogió el montón y fue pasando las fotos sin detenerse hasta que llegó a una.

—Mira, esta es nuestra favorita.

En ella estoy echada con la cabeza en su hombro, él me besa la frente, acaricia mi pecho y yo empuño su sexo; él mira a cámara sonriendo.

—No parece que esté inconsciente —murmuré para mí.

—De eso se trataba.

—¿De eso?

—Tenía que parecer que era consentido.

Me quede absorta mirando la imagen.

—Te gusta.

Lo dijo tan contundente como un veredicto. Y yo me sentí culpable, culpable. ¿Por qué? ¿por continuar allí y haber dado pie a que lo descubriera?

—Debo irme.—Recogí las fotos y las guardé en el bolso.

—¿Cuándo vas a venir por casa?

Estábamos ya en la puerta a punto de despedirnos.

—Ángel, ahora mismo yo, no…

—Claudia te espera y yo… quiero que me des una oportunidad, sin compromiso, creo que me vas conociendo. Hagamos una cosa, habla con ella.

Cuando quise reaccionar ya tenía el móvil en la mano. «No», le rogué. Demasiado tarde.

—Si, está conmigo, te la paso.

Me ofreció el aparato, no era capaz de reaccionar y me apremió.

—Claudia.

—Carmen, querida mía, no sabes qué alegría me da saber que estás con mi marido ¿ves cómo no era tan difícil?

No encontré palabras y esperé a que dijera algo.

—Supongo que has disculpado el detalle de las fotos, además estáis tan bellos; ya te dije que podrías ser modelo. Por cierto, que no se le olvide darte el regalo que te he preparado, supuse que andarías algo necesitada.

Así era ella; con unas pocas palabras volvía a situarnos a cada una en nuestro lugar, como el día en que definió con extrema crudeza nuestra relación:

«Ya está bien querida, no finjas conmigo una moralidad que perdiste hace mucho tiempo. Has venido a mi casa a venderte a cambio de marihuana. Acéptalo y deja de esconderte. Yo te compro y tú te vendes»

—¿Carmen?

—No, ya me lo ha dado; gracias, no tenías por qué.

—Claro que si, mi niña; dime una cosa: ¿tienes tantas ganas de verme como yo?

—Ahora va a ser complicado, se lo decía a Ángel…

—¡Tonterías!, siempre podrás hacer un hueco para mí. Mañana por la tarde, dime dónde y te recojo.

Como siempre, me avasallaba. Traté de encontrar las alternativas que tenía.

—Mejor el lunes, Mario estará de viaje y… —¡Dios, qué estaba diciendo!

—mmm, eso promete. Queda con él. Un beso, amor.

—¿Nos tomamos la última?

Claudia me había arrollado y estaba tan aturdida que no me negué, nos adentramos por las bocacalles de Moncloa hacia Princesa lejos de la zona frecuentada por los universitarios; le escuchaba hablar sin embargo yo estaba preocupada por el cariz que estaban tomando los acontecimientos, Ángel y su mujer se enredaban en mi vida de una forma que no deseaba.

Entramos en un pub, le advertí que no podía quedarme mucho tiempo.

—Voy a avisar a Mario, acabamos de pasar unas semanas complicadas, nos hemos sometido a una terapia muy dura y todavía lo estamos asimilando. —No entiendo por qué tuve que darle tantas explicaciones. Me alejé y vi que tenía una perdida y un mensaje.

«No consigo hablar contigo, ceno fuera, no creo que llegue muy tarde, un beso»

La noticia me produjo una sensación de desamparo, hubiera querido ir a casa y refugiarme en él.

—Yo también estoy liada, he tenido una reunión muy productiva, luego te cuento.

Pasé a los lavabos con la intención de tener un momento de intimidad. Todo se sucedía tan rápido que no había tenido tiempo para pensar. Me sentía acorralada, Ángel había jugado conmigo y ahora estaba atrapada en una partida en la que Andrés, sin saberlo, era una pieza. Recordé las fotos y tuve una sensación extraña, mezcla de coraje y humillación sobre un fondo tibio de excitación. Nunca había sido retratada de aquella forma y no lo podía negar: estaba brutalmente atractiva. Ese leve toque de laxitud me provocaba un deseo hacia mi misma que me confundía.

Las saqué del bolso y observé en detalle cada una; sentí como mi cuerpo reaccionaba. Esa mujer me gustaba.

Regresé, Ángel ocupaba una mesita baja con un sillón corrido y enfrente dos puffs. Tomé asiento a su lado.

—Empezaba a pensar que te habías marchado.

—Jamás salgo huyendo. —Le gustó escucharme, ¿qué entendería? Se arrimó y me rodeó por los hombros.

—¿Qué vas a tomar? —No había visto llegar al camarero que esperaba frente a nosotros.

—¿Qué tomas tú?

—Glennfidich, con dos hielos por favor.

—Demasiado fuerte. Saphire con tónica.

Me relajé, solté toda la tensión que había acumulado y descargué mi peso en su costado. Por mi cabeza rondaba la imagen de una pareja desnuda en una cama, esa mujer de aire ausente era yo, abandonada, vencida en el cuerpo de un hombre mayor que era Ángel; él la recogía en su brazo y jugaba con sus pechos, y ella se adueñaba de su miembro.

—¿Estás cómoda?

Dejé caer la mano en su pierna.

—Si, mucho.

Y me besó. Luego —no sé cuánto tardó en suceder— sentí que cubría mi pecho izquierdo y lo estrujaba con delicadeza. No pude más; comencé a acariciarle el muslo hasta que me acoplé a la dureza que se adaptó a mi mano a la perfección. Ni siquiera el tintineo de los vasos sobre la mesa iba a interrumpir lo que había costado tanto iniciar.

…..

—Claudia se va a alegrar mucho.

—Por fin lo ha conseguido. —respondí, nos miramos y lo besé, me devolvió el beso con una pasión arrolladora; su mano se hundía bajo mi falda y llevaba camino de provocarme un nuevo orgasmo.

—Para, para por favor. —Me recompuse el sujetador y abotoné la camisa—. Estás loco.

—¿Loco yo? —seguí su mirada, la bragueta abierta me hacía ver que yo era tan responsable como él de aquella locura, estallamos en una carcajada y nos besamos.

—Anda, vámonos —propuse cerrándole la cremallera.

Ya fuera llegó el momento de la despedida, Ángel no lo dudó y me besó en la boca; no fui capaz de detenerlo, el peligro es un potente afrodisiaco, cogí la mano que había estado dentro de mí y la olisqueé.

—Te llevas un recuerdo para el camino. —Agudizó la mirada y sonrió como si me hubiera quitado una máscara.

—Qué golfa te has vuelto. —Acercó dos dedos al rostro y entornó los ojos, me volvió a estrechar en sus brazos y nos besamos con furia. —. Ven, vámonos.

Me agarré de su brazo; yo no pensaba en los riesgos, no pensaba. Poco después se detuvo e hizo una llamada, le oí pedir un favor, casi exigirlo, escuché una dirección y un piso donde iban a dejar unas llaves, «claro que si, no te preocupes, esta te la debo», y yo a su lado escuchando como lo arreglaba todo para echarme un polvo allí mismo, a diez minutos, sin consultarme porque contaba con que estaba lo suficientemente caliente como para seguirle sin rechistar.

Cogidos de la cintura, besándonos cada dos pasos llegamos a una bocacalle de Princesa, muy cerca del lugar donde Borja estuvo a punto de comprarme; casualidades de la vida. En el cuarto derecha nos dieron las llaves y le hicieron un repaso a la zorra.

—Tengo que pasar al baño.

—Claro.

La del espejo era yo, sin duda era yo; me lavé en el bidet y traté de arreglarme un poco. Cuando salí, Ángel me llamó; seguí su voz hasta el dormitorio y encontré las fotos esparcidas por la cama y las mesitas.

—Has abierto mi bolso, te estás empezando a acostumbrar.

—No te preocupes por eso, mira.

De nuevo el impacto de verme desnuda en un estado que podría pasar por un éxtasis si no supiera que era causado por la droga; pero obvié la realidad y me centré en la apariencia. Si, era yo en éxtasis, sumida en la vorágine del sexo, entregada al varón que me recogía a su lado.

Dio una calada al cigarro que había mal liado, me lo pasó y comenzó a desnudarse. Yo, sin dejar de mirar las fotos, me fui deshaciendo de la ropa. Mientras se aseaba preparé unas copas y regresé a la habitación; las fotos me atraían como la luz a las polillas. Lo escuché salir del baño y perderse por la casa, poco después volvió meneando una erección discreta y me ofreció unas rayas bien cargadas. ¿También has abierto el regalo de  Claudia?, le reproché. Súbitamente la habitación cobró otra luz, las fotos parecieron ganar intensidad y recuperé toda la energía. Me arrodillé y empapé la polla en mi copa antes de empezar a trabajarla despacio, haciéndola crecer en mi boca. Era enorme o a mí me lo parecía al tenerla tan cerca; me apetecía tragármela entera pero no alcanzaba a llenarme como habían logrado otros mejor dotados que él. Cerré los ojos para poder evocar la inmensa serpiente negra que una vez recorrió mi garganta. Salif, Salif, casi podía sentirlo atravesándome limpiamente. Mi ensueño se desplomó cuando Ángel estuvo listo; me incorporó de las axilas y se puso detrás de mí, estaba ansioso por follarme, me mordía el cuello, me manoseaba con ganas; yo también me moría de ganas.

—Mírate bien, eres un ángel, tan bella, tan joven; cómo no desearte, no podía contenerme, ¿lo comprendes?

Sus dedos en mis pezones me estaban volviendo loca; fue empujándome hacia la cama hasta que tropecé y caí de rodillas.

—Fue una visión tan impresionante que no tuve más remedio que acariciarte, y tú respondías, no te negabas cariño, me buscabas.

—¿Así sucedió? ¿te provoqué?

Su peso me hizo ceder y caí sobre mis brazos, sentí su sexo tanteando a ciegas un resquicio, las fotos seguían siendo un imán, me tenían atrapada; si, eran de una belleza erótica tremenda.

—¡Cómo iba a dejarte, estabas en mi cama, me habías robado a mi mujer, tenía derecho a hacer lo que hice, ¿lo sabes, verdad?

Me sujetó por las caderas y se deslizó en mi interior escapando como un pez, bajé una mano y lo ayudé a entrar resbalando como un pez inquieto y asustado. «Oh Dios, el ciclo se cierra», pensé.

—Estabas ocupando mi lugar, tenía que castigarte, lo entiendes, ¿a que si? Dime que lo entiendes.

—Si. —dije sin saber a qué me comprometía.

—Eso es, tenía derecho a hacer contigo lo que hice, dilo.

—Si. —repetí sin tener conciencia, solo miraba las fotos poniendo las sensaciones que experimentaba: manos que me sujetaban, olores fuertes, una penetración fácil, húmeda, nerviosa; imágenes que mostraban a una mujer sensual, deseable.

—Así me gusta, que reconozcas tu culpa; por eso has venido conmigo, para pedirme perdón. Dilo.

—Si.

—Pídemelo.

—Perdón.

—No me basta. «Perdóname por haberte acusado», dilo.

—Perdóname por haberte acusado.

—¡Si, si!

Se corrió mientras yo seguía mirando a esa hermosa mujer y le pedía perdón como un mantra al hombre que me había violado.

…..

—Te lo dije: Ángel es muy dulce y muy sensible, ¿a que no te he engañado?

—No.

—¿Te ha tratado bien?

—Si Claudia, muy bien.

Ángel escuchaba con atención, supongo que formaba parte del trato contarle a su mujer que ya habíamos cerrado las desavenencias.

—Pásamelo cariño, nos vemos el lunes.

Me dio el cigarro y permanecí fumando con la mirada perdida mientras le oía narrar la secuencia de nuestro polvo, hasta que sentí un par de golpecitos en la cadera, señaló la erección y como no entendía hizo la mímica necesaria, añadió una exagerada súplica y continuó contando que le había pedido perdón por haberle tachado de violador.

Me incorporé y le hice una mamada como no podía imaginar que era capaz de hacer.

…..

—Atiéndeme.

Estaba sentado en la cama; yo, a horcajadas, ofreciéndome a sus manos sin dejar de prestar atención a las fotos desperdigadas por todas partes. Escenas de un día que cambió mi vida y ahora me reconciliaban con el hombre que me hizo sentir algo que entonces no supe encajar con mi forma de entender la sexualidad, mi feminismo, mi independencia.

—Deja de mirar las fotos y hazme caso, el lunes hacemos más si tanto te gustan.

Volví en mi, le sonreí. No quería más fotos, no hubieran significado lo mismo. Le besé y me moví para poder empalarme.

—Oh joder, eres inagotable.

No, no…

…..

—Hablamos en estos días ¿de acuerdo?

Recogía las fotos, algunas se habían arrugado; Ángel se ajustaba el nudo de la corbata frente al minúsculo espejo de una especie de cómoda.

—Claro.

—¿Sales tú antes? Yo voy a ver si arreglo todo esto un poco.

Tuve la desagradable sensación de que me estaba echando. Ya en la calle desistí de coger el coche, no estaba en condiciones de conducir. Desde el taxi llamé a casa y saltó el contestador; eran las once y media.

—Ya voy de camino.

La casa estaba a oscuras salvo una lámpara de pie del salón; Mario debía de haber llegado poco antes.

—Traté de avisarte pero no hubo manera de comunicar contigo.

—Ha sido un día de locos. —La normalidad forzada que aún tardaría meses en ser eso: normal.

Y le conté lo que me había encontrado.

—¿Alvarez Atienza? —exclamó—, ¿Tu Ángel Luis es el catedrático?

—Así es, cuando los vi juntos no sabía cómo actuar.

Y en ese momento tampoco, no estaba segura de la reacción de Mario, cómo interpretar sus gestos, sus silencios; apenas había dicho nada porque hubiera aceptado comer con Ángel y ahora, mientras le desgranaba los planes que se gestaban entre Andrés y el influyente catedrático, mantenía una expresión inescrutable.

—Bueno, ¿vas a decir algo?

—¿En ningún momento sospechaste? —Me apoyé en un sillón para quitarme los zapatos.

—¿Qué querías que pensara?, yo no lo conocía en persona.

—Claro. Y qué pretende con este acercamiento, quiero decir…

—¿De mi?, lo importante es que ha visto una oportunidad de negocio y una vía para atacar a Solís con el que mantiene una guerra personal desde hace años, según me ha dicho Andrés.

—No me refería a ti, pero ya que lo dices…

Abrí el ventanal, hacía calor en casa, comencé a desabrocharme la camisa.

—Me llamó, charlamos, le dije como estaban las cosas por el gabinete. Todo porque se había empeñado en que nos volviéramos a ver y me negué.

—No me lo habías contado.

—No pensaba verlo, por eso no te lo comenté. El caso es que volvió a llamarme ayer, dijo que podía ayudarme, me pareció absurdo, le pedí que no insistiera y al final, ya sabes, acepté comer con él.

—Cosa que tampoco me dijiste.

—Tampoco tú me has contado que has estado con Graciela. Bah, es igual.

—Eso ahora no viene a cuento.

—Ah, vaya.

—Sigo sin entender por qué se mete en medio de esta guerra.

—Porque…

No iba a poder evitarlo, tarde o temprano se agotarían los argumentos y a Mario le seguirían surgiendo las preguntas. Saqué el sobre y se lo di, vio la primera imagen y palideció, me miró desconcertado, luego comenzó a pasarlas, las miraba y me miraba a mi. Mientras tanto le fui contando.

—Cuando me violó, Claudia le dijo que yo no era como las demás sino que era psicóloga; Ángel se asustó, registró el bolso y encontró mi tarjeta, así supo con quien trabajo. Pensó que si lo denunciaba ponía en peligro su carrera y entonces hizo las fotos para chantajearme. Hoy se ha sincerado y me las ha dado porque se avergüenza. También me ha dado el negativo.

Me escuchó en silencio sin dejar de repasar las fotos. Me di cuenta del efecto que le estaban causando: estupor, asombro; y excitación, y morbo. ¿Cómo no, si a mi misma me lo producían?

—¿Quién te dice que no se ha quedado con más copias?

—Estoy segura, no soy tan ingenua.

—¿Entonces?

—No puedo hacer nada.

—¡Joder, Carmen!

Recogí las fotos y salí hacia la alcoba, no estaba dispuesta a aguantar un sermón.

—¿Y habéis estado hasta ahora?

—¡Ya está bien! —Le planté cara, ¿acaso pretendía interrogarme?

—No claro, ya supongo.

—No sé lo que estás imaginando; ni es el momento ni estamos con el ánimo adecuado para seguir hablando de esto.

—Sobre todo tú. ¿Has fumado?

Nos acribillamos en el silencio de nuestras miradas durante unos largos segundos; largos, muy largos.

—Tienes razón —dijo—, será mejor que lo dejemos, además…

—¿Además, qué?

—Es igual.

—No Mario, no es igual; qué quieres saber, si me he acostado con él, ¿verdad? ¿Y tú, te has acostado esta noche con quien hayas estado?

—Pues si, he quedado con Irene, fuimos a su casa y hemos acabado en la cama; pero no es lo mismo.

—Ah, ¿no es lo mismo?

—Pues no, no es lo mismo.

—Estamos perdiendo los nervios.

—Ya. Pero no me has dicho si te has acostado con el tipo que te violó.

—Muy bien. Si, lo he hecho, por fin he cedido; hemos ido al piso de un amigo, ha extendido las fotos por la cama y me ha hecho mirarlas mientras me follaba. ¿Y sabes una cosa?, me ha hecho pedirle perdón por acusarle de haberme violado, he reconocido que tenía derecho a hacerlo porque estaba invadiendo su cama y quitándole a su mujer. Eso he hecho, ya lo sabes.

—¿Te das cuenta de..?

—Me doy cuenta de todo, sé tanto como tú sobre lo que está ocurriendo.

—Y aún así…

—Aún así el lunes por la tarde iré a su casa.

—No sé lo que estás haciendo.

—Lo que tú soñaste desde el principio: soy lo que tú querías.

…..

Salí temprano a correr, necesitaba desfogarme, había dormido mal, intranquila, entre pesadillas. Mario se había levantado de madrugada y no volvió a la cama hasta que empezó a clarear, ni siquiera fingí estar dormida, ambos sabíamos la verdad, se acostó sin que cruzáramos palabra. Cuando volví, lo encontré preparando la maleta; el sudor se me enfrió de repente.

—¿Qué haces?

Levantó la vista y me miró dando a entender que era obvio.

—Me voy a Sevilla.

—Ya, pero… hay tiempo. —dije tratando de negar una realidad que me había saltado a la cara. No lo engañé, solo quedé como una estúpida viendo hacer una maleta.

—Me marcho, Carmen; me voy.

—¿Lo haces por lo que pasó anoche?

Por fin dejó el equipaje y se irguió.

—No, claro que no; eso solo ha sido una gota más. Necesito pensar, apartarme un poco y pensar; estoy yendo a la deriva, apenas me reconozco y tengo que parar y ver todo con un poco de perspectiva. Me tomaré hoy y el domingo para estar solo, luego ya veré.

—¿Ya verás, qué quieres decir? —Agachó la cabeza y volvió a ocuparse del equipaje.

—No me atosigues; ahora mismo no sé lo que estoy haciendo, solo sé que tengo que salir de aquí o voy a estallar y no quiero, es lo último que quiero.

Lo dejé solo; tenía un vacío inmenso que me impedía respirar. Salí a la terraza y caí de bruces en la barandilla.

—Me marcho. —dijo al cabo de un rato desde el interior del salón.

No fui capaz de cruzar la distancia que nos separaba, Mario atravesó ese muro invisible y me abrazó.

—Solo serán unos días, ya verás.

El sonido de la puerta de la calle me rebotó en el pecho; no es puñetera prosa: Golpe en el marco, arritmia cardiaca. Mierda, mierda, mierda. Comencé a hiperventilar y a pensar en todo lo que hice y no debí hacer, en todo lo que permití y tenía que haber parado. Inicié un proceso destructivo de pensamientos alternativos a un mundo en el que, si no hubiéramos hecho lo que hicimos seríamos felices. Felices.

Lo interrumpí. Comencé a hablar en voz alta. «Para, no sigas por ahí, se ha ido y tú no eres la única responsable. Déjalo que se aclare, ¿no te marchaste tú? Eso es, te fuiste y no lo hiciste para hundirlo sino para recuperarlo; déjalo, dale su espacio».

Seguí hablándole a mi yo derrotada y entré con ella a la ducha. Agua fría, a chorros, sin misericordia.

Al salir, todo había cambiado.