Diario de un Consentidor 131 Sexo, mentiras y...
Dos miradas a una misma historia. Dos caminos y una encrucijada.
Capítulo 131Sexo, mentiras y coñas marineras
Miércoles, diecisiete de Mayo de dos mil
Todo fue por culpa de aquella maldita llamada. Me cambió el humor y alteró la perspectiva con la que enfoqué el resto del día. Estoy convencida de que las cosas hubiesen discurrido de otra manera de no haber sido por aquella maldita llamada. Por muchas vueltas que le di no le encontré ningún sentido. ¿A qué venía después de tanto tiempo?. Esa llamada me afectó más de lo que en un principio creí y varió el curso de los acontecimientos.
—Te ha llamado el doctor Huete, dos veces.
Ni buenos días. Paloma me recibió dándome el aviso; de pie a su lado la secretaría de Andrés y Josefina, de contabilidad, se mantenían con un café en la mano como si fueran espectadoras de un acontecimiento.
Roberto, la última persona a la que esperaba.
—¿Ha vuelto? —Qué tontería, me arrepentí nada más preguntarlo porque denotaba un interés que en absoluto sentía.
—¡Qué va!, lleva dos semanas en Nueva York y el domingo vuelve a Colorado.
Parece que habían estado de charla mientras esperaban mi llegada, seguro que lo habían puesto al corriente de mi accidentada trayectoria. No hice ningún otro comentario y seguí hacia el despacho.
—¿Si vuelve a llamar te lo paso? —Me volví y la fulminé.
—A ver, piensa.
Ya dentro cerré la puerta y traté de rebajar la ansiedad, ¿qué podía querer Roberto a estas alturas?, lo aparté y me dediqué a inspirar y espirar con calma mientras miraba por la ventana. Poco después el teléfono desbarató ese amago de relajación.
—Te paso al doctor Köhler.
Atendí a mi colega de Berna con el que manteníamos un proyecto de colaboración muy estrecho. Nada más colgar tuve otra entrada de Paloma.
—Te ha vuelto a llamar el doctor Huete, dice que es muy urgente.
—Pásamelo en cuanto llame.
Debía de serlo para estar llamando a las…, hice un cálculo rápido, allí debían de ser las tres y media de la madrugada. ¿Qué estaba ocurriendo? No tuve tiempo de seguir con mis especulaciones.
—Te paso a Huete.
Me acodé en la mesa. Respiré, respiré.
—¿Qué quieres?
—Yo también me alegro de oírte. ¿Cuánto hace: cinco, seis meses?
—Dime, qué quieres.
—De acuerdo, voy al grano. Supongo que te interesará saber que me ha llamado uno de los socios, José Solís. Un tipo raro, habla mucho; tal como lo cuenta se ha hecho con el control del gabinete, ¿es cierto eso?.
—No tanto.
—Dice que tiene grandes proyectos, mucho bla, bla, bla. Luego ha empezado conmigo, lo sabe todo de mi, a su manera, claro; que si Andrés no ha sabido ver mi potencial, que si en el nuevo organigrama tiene pensado rescatarme… Humo, estaba echándome un anzuelo antes de mostrar sus cartas. Y entonces… ¡Ta chán! apareciste tú; que si eres una gran profesional, que si tal y cual…, te echó algunas flores más hasta que llegaron los peros: que si eres un poco independiente, difícil de manejar, que si yo, que te conozco bien, qué opinaba de ti; y como vio que no le daba carrete se anduvo con pies de plomo; es evidente que sabe algo y busca confirmarlo. ¿Qué tiene contra ti?, tienes que haberle hecho algo muy jodido para que se esté tomando tantas molestias.
—¿Qué le has contado?
—Nada, no me gusta ese tipo de gente.
—A mi tampoco, es de los que harían cualquier cosa con tal de conseguir lo que quieren.
—Guarda la navaja y cuéntame, qué está pasando.
—No hay nada que contar, es un tipo ambicioso que se quiere quedar con el gabinete.
—¿Es todo?, porque no creo que me deje en paz tan fácilmente; me ha hecho una propuesta y hemos quedado en volver a hablar.
¿Qué posibilidades había de que estuviera diciendo la verdad?, ¿y si la propuesta era tan jugosa que ahora mismo tenía al otro lado de la línea al aliado de Solís tratando de sonsacarme? No podía confiar en la persona que me mantuvo engañada tanto tiempo con la única finalidad de llevarme a la cama; pero apenas disponía de tiempo para averiguarlo, en cualquier caso había una parte de información que Solís ya tenía y con la que podía jugar.
Le conté lo que pensaba sobre él, la mala gestión que había traído al gabinete, el desembarco de un equipo de incompetentes empeñados en implantar técnicas orientadas al beneficio económico por encima de la eficacia terapéutica. No será tanto, me rebatió e inició un alegato en defensa de lo que estaba viendo en Boulder. Pensé que, si me estaba sondeando, esa táctica no tenía mucho sentido. Le detuve, no era el momento de debatir sobre modelos de terapias y seguí hablándole del plan de derribo de todo lo que había montado Andrés desde los inicios. ¿Tan grave es?. Le di detalles, le hablé de los infiltrados y su estrategia de erosionar la labor de los jefes de departamento. Porque no estoy yo allí, dijo, es que sois demasiado blandos. Puede que tuviera razón y otra vez dudé de que estuviera en el bando contrario. Llegué al punto crucial: el falso título de doctor. ¿Estás segura de lo que dices?. Completamente, le respondí pero no iba a darle más datos, todavía no estaba convencida de su sinceridad.
—Ahora lo entiendo todo, le han debido de llegar rumores sobre nosotros y quiere confirmarlo antes de tirarse a tu yugular.
—¿Y qué vas a hacer?
—¿Tú qué crees?, dejarle con las ganas, no me gusta ese tipo de gente, ya te lo he dicho; pero tendré que hacerlo bien, dentro de poco también será mi jefe, te habrás enterado de que regreso en Octubre.
Me dio un vuelco el corazón, sabía que llegaría el momento, sin fecha, y eso lo situaba en un tiempo indeterminado. Ahora todo cambiaba.
—No estaba al tanto.
—Pues si, dentro de poco se acaba mi aventura americana.
—Un cosa más: Andrés no sabe nada y de momento es mejor que siga así, no quiero que se den pasos en falso.
—No lo entiendo, ¿no sería más sencillo quitártelo de en medio de una vez?
—Tengo otro plan. —mentí, la realidad es que no tenía ninguno salvo ganar tiempo.—En fin, si no quieres nada más tengo consulta en diez minutos.
—Escucha: estos meses me han servido para pensar en lo que pasó. Lamento lo que por mi parte te pude…
—Adiós Roberto.
…..
—Te lo dije: Solís es un mal enemigo, deberías haber acabado con él de un solo golpe.
—Y hacer qué, ¿lo que proponía Tomás?, ¿publicarlo en prensa?
—Pues mira, no era mala idea; no te hubieras visto implicada y el problema se habría acabado; ahora sin embargo, si sale a la luz te verá como responsable y tarde o temprano tratará de vengarse.
Mario tenía razón, había jugado mal mis cartas.
—No sirve de nada lamentarse, la cuestión es que Roberto no parece estar de su lado, aunque no estoy del todo confiada porque…
—¿Te habló de mi?
—¿Me estás escuchando?, ¿a qué viene eso, a cuento de qué iba a hablarme de ti?
—Pues… como tuvimos aquel encontronazo en Coruña…
—¿Tú crees que se va a acordar?, qué absurdo eres a veces.
—Ya, olvídalo. Sigue, ¿qué me estabas diciendo?
—Da igual, déjalo, hablamos luego.
…..
—Hola Ángela, buenos días, llego tarde, tenía cita a las doce.
—No te preocupes, todavía está ocupado, pasa a la sala de espera.
Me habían entretenido más de la cuenta a última hora y el tráfico no ayudó. No soporto llegar tarde y al final entraba en la consulta con veinte minutos de retraso. Por fin a las doce y media Ángela me hizo pasar. Ramiro se levantó a recibirme.
—¿Cómo estás?
—Bien, venía por los análisis, lo he ido dejando y…
Me acompañó hasta su mesa, parecía tranquilo, más de lo que lo estaba yo; abrió mi historial y sacó los análisis del sobre, desplegó el informe y estudió los resultados con excesiva parsimonia.
—Todo en orden, las plaquetas un poco bajas pero en general está todo correcto.
Los guardó y me los ofreció. Respiré, hasta ese momento no fui consciente de lo preocupada que estaba.
—¿Algo más?
—Si, ha pasado casi un mes desde la ultima consulta…
—¿Si? —volvió a mirar el expediente—, no tanto.
—Bueno, el caso es que quisiera que volvieras a examinarme.
—¿Por algo en particular, alguna molestia?
—A ver Ramiro, es por mi actividad sexual; utilizo protección pero… no sé, deberíamos repetir los análisis, he tenido sexo oral y aunque no acabaron en la boca, yo qué sé, pudo haber...
—¿Quieres decir que has mantenido relaciones...? —Múltiples, interpreté en el gesto que hizo con la mano
—Si.
—Pasa al cuarto y prepárate.
Mientras me desnudaba pensé que había hecho un discurso inconexo y titubeante, todo porque me seguía resultando incómodo hablar con él de mi sexualidad y más aún ya que no estaba resuelto el tema que dejamos abierto durante la última consulta. Terminé de ponerme la bata y salí.
—Ahora échate, voy a explorarte.
De nuevo me ponía en manos del hombre que había confesado sentirse excitado por mí, desnuda ante él, abierta, ofrecida, penetrada. Calla, calla; el médico domina al hombre.
—¿Tuviste sexo con más de uno, has dicho?
Afirmé en silencio.
—¿Más de una vez?
—Si, con dos hombres que no conocía de antemano, usé preservativo.
—¿Y cómo…
—Ramiro, son negocios, ¿te lo tengo que explicar?
Se quedó paralizado. La entonación de su voz había bastado para sentirme marcada y expulsada del mundo al que ambos pertenecemos y reaccioné a la defensiva; ya no había vuelta atrás.
—Ciento treinta mil pesetas por acostarme con el empresario que cerraba un negocio millonario con la persona que me tutela. —continué mientras me incorporaba; estaba yendo demasiado lejos—. Con el otro cobré bastante menos. Si Ramiro, me dedico a eso, no me mires así, no lo necesito ni lo hago de modo profesional, es algo que… no sé, no te lo voy a explicar, es complicado.
No fue fácil mantenerle la mirada, es mi amigo de toda la vida, una cosa era decirle que me acostaba con otros hombres y otra muy diferente confesarle que era una puta.
—Carmen yo, no puedo imaginar cómo…
—Ni te lo imagines, es una larga historia que no te voy a contar; no lo hago por dinero ni por placer, es algo mucho más complejo que debo resolver. No se trata de una deuda ni un chantaje no te preocupes, es una decisión personal libre y meditada.
—No lo entiendo —estalló—, ¡por qué!
—Ni lo pretendo, solo respétame y dime si vas a seguir siendo mi médico.
—¿Tú quieres, a pesar de…?
—Si, si.
—¿Y Mario?
—Mario lo sabe todo, está en ello y de algún modo fue el detonante; pero dejémoslo, ¿sigo contando contigo?
Se quedó rumiando una decisión que no le estaba resultando fácil; se acercó y supe que iba a haber condiciones.
—No sé Carmen, creo que en realidad no te conozco, he estado tan preocupado por lo que hice… ahora te vuelvo a ver y me encuentro con alguien diferente, alguien que no es la misma persona con la que he convivido desde mi infancia.
—¿Tan cambiada estoy?
—¡Dios santo! El otro día estabas frente a mi desnuda, limpiándote el gel del… culo. Era tan… impactante. Sin embargo había algo, no tratabas de provocarme, había algo en ti que llevo tratando de comprender desde entonces. ¿Qué te ha pasado?, estabas tan… imponente y a la vez tan vulgar limpiándote el culo delante de mí, pero tu expresión era, ¿de inocencia?, no es eso, parecías tranquila, como si aquello fuera lo más natural.
—No debí quitarme la bata, no sabía lo que hacía, estaba tan preocupada, pensé que habías encontrado algo malo.
—¿Por qué? —preguntó extrañado.
—Cuando me examinabas atrás te detuviste y me preocupé.
—¡Oh, por favor!
—¿Qué pasa?
—¿No lo entiendes, verdad?, tuve que hacer un esfuerzo para no… Carmen, no puedo, vas a tener que ser tú quien tome una decisión.
¿Cómo no lo vi? Qué tortura le debió suponer tenerme desnuda y contenerse. Y yo jugando a provocarle, «¿te gustan mis aros? ¿te molestan para trabajar?». Pobre amigo mío.
—Lo siento, no lo sabía, perdóname. No quiero dejar de tenerte ni como amigo ni como médico.
Vi brotar la desesperación antes de que las palabras surgieran de su boca.
—Qué es, ¿te sientes atraído por mi?, ¿es eso? —bajó la mirada vencido, agotado por una batalla interior que yo había ignorado. Le cogí las manos—. Ramiro: ¿Quieres acostarte conmigo?, ¿crees que te permitirá sosegarte?, no hay problema, podemos acostarnos una o las veces que necesites, estoy dispuesta.
Me escuchaba desconcertado y cuando acabé pareció salir de un trance.
—Si, de acuerdo.
—Entonces de acuerdo. ¿Dónde?
—Espera, en cuanto tenga los resultados de los análisis.
—Claro, lo comprendo.
…..
Nunca imaginé que acabaría follando con Ramiro y mucho menos en la casa de su abuela, aquel edificio de techos altísimos en pleno barrio de Argüelles que heredó al fallecer y apenas había cambiado. Por esa casa correteamos cuando éramos unos críos, me la conocía al dedillo porque había descubierto lugares inverosímiles para jugar al escondite.
Unos días después de aquella conversación estaba en la rancia cama de madera de caoba dejándome comer el coño por su nieto a punto de alcanzar un agradable orgasmo. Si, quién me lo iba a decir.
Estallé en su boca y nos concedimos una tregua. Tampoco demasiado. Ven, le dije, lo necesitaba dentro de mi y trepó con prisa hasta cubrirme; le brillaron los ojos, yo misma lo preparé untándolo en mi brecha y haciendo que me penetrara muy lento para poder disfrutarlo. Dios que bien lo hacía; sin dejar de mirarme, sonriendo, sin parar de moverse. Busqué su boca y lo besé.
…..
—Eres preciosa.
Le dejé que se deleitara, me había visto multitud de veces en bikini y tantas desnuda en la consulta, sin embargo parecía embelesado como si fuera la primera vez.
—¡Qué buena estás, por Dios! —exclamó, me eché a reír por la ocurrencia.
—Tu tampoco estás mal, no sabía yo que guardabas esta joya. —Le devolví el cumplido con una caricia a la causa de mi desfallecimiento y comenzó a despertar entre mis dedos.
—Si mi abuela nos viera…
—Se volvía a morir, con lo que le hubiera gustado emparejarnos ¿te acuerdas?
—¿Qué nos faltó?
—Todo, tú tenías tus amigos, yo los míos; íbamos por caminos diferentes.
Me levanté y saqué el tabaco del bolso.
—No fumes aquí, por favor.
Volví a guardar el pitillo y fui al ventanal.
—Te van a ver.
Le sonreí traviesa.
—¿Te importa? —La verga se le despertó dando un salto, ¿qué sucias imágenes se le habrían ocurrido?—. Anda, ven aquí conmigo, no seas miedoso.
Se acercó y me rodeó con sus brazos, sentí como la dureza iba cogiendo cuerpo entre mis nalgas.
—¿Ves?, no hay nadie ahí enfrente y si lo hubiera le daríamos envidia.
Se removió en mi culo y me besó el cuello.
—¿Estás tratando de decirme algo?
—¿Yo?
—¿Me quieres atacar por detrás?
Me apretó con todas sus fuerzas y me arrastró de vuelta a la cama. Tranquilo, no te precipites. Pero era difícil frenarlo, aún así necesitaba algo para lubricar. Aquí lo tengo; y abrió el cajón de la mesita de noche. Le miré sorprendida y casi excusándose dijo: Es que soñaba con esto. Estaba nervioso, parecía un chiquillo; él, que me había explorado sin problemas ahora se azoraba. Se rehízo y me dejé hacer; yo ya había adoptado la posición de entrega, arrodillada, las manos una sobre la otra sirviendo de apoyo a mi frente, concentrada en mi parte trasera, dejándome untar, dilatando. Cerré los ojos; qué diferente era, los mismos dedos que ya conocían mi culo parecían dotados de otra sensibilidad, se solazó en follarme a placer con dos falanges dedicando tiempo a hundirlas en profundidad, y al escuchar mi lamento y ver la danza de mi cintura pidiéndole más usó un tercer dedo que tragué sin problema; estaba lista y probó con su ariete, le pedí calma un par de veces y al fin tuve que guiarle. Una sola presión constante, Ramiro, hasta que notes que me abro como una flor. Obediente, solo la presión, su jadeo y mi mano empuñando la batuta para estimular la puerta. Ya estás dentro, le anuncié. Se sujetó a mis caderas y me atravesó despacio, sin detenerse, volviéndome hembra. Me matas, exhalé en un corto gemido. Quiso reír pero apenas pudo. Llena, atravesada, entregada nos encontramos carne contra carne, pegados como dos animales. ¡Dale!. Comenzamos a follar, con precaución al principio, tal vez pensó que podía hacerme daño o que si se desenganchaba no tendría otra oportunidad; enseguida ganó la seguridad del macho y me montó sin vacilaciones. Ramiro logró hacer de aquella su primera vez una experiencia inolvidable para ambos.
¿Por qué lo hice, por qué quise darle mi culo? El sexo anal significa mucho para mí; el día que lo descubrí supe que había entrado en otro nivel donde la entrega es total, donde me doy sin el deseo de ser yo quien controla o domina. En el sexo anal pongo mi fe ciega en el hombre que me encula; no se le da la espalda al enemigo salvo que te rindas, dicen. Cuando me dan por el culo estoy absolutamente rendida y me abro sin poner resistencia o sufriré daños. El sexo anal es un acto muy especial y Ramiro es alguien especial. No todos los hombres son de fiar, no todos merecen mi culo.
…..
—¿Crees que ha servido para lo que nos proponíamos?
—No lo sé, lo que si sé es que no me arrepiento.
Lo besé, el amante resultaba ser tan dulce como lo era el amigo.
—Ha merecido la pena —le dije.
—Gracias.
—¿Y tu mujer?
—No va a enterarse.
—Las mujeres leemos con claridad el rostro de los hombres y tú eres muy transparente.
—No te creas, llevo tiempo con la culpa grabada en la cara y no ha sido capaz de entender lo que me pasa.
—A lo mejor no te ha dicho nada, simplemente espera que hables con ella.
Se quedó pensativo.
—Virginia es mi vida, no quiero perderla.
—No la vas a perder. A partir de ahora la tensión en la que has vivido va a ir desapareciendo ya veras.
—¿Y Mario?
—Sabe que estoy contigo.
—¿En serio?
…..
—Mañana me voy a acostar con Ramiro.
Mario dejó caer el libro sobre el embozo.
—¿No quieres saber por qué?
—Bueno, es cosa tuya.
—No es cosa mía, nos atañe a los dos, eres mi pareja, tenemos que hablarlo.
—Si, es cierto, perdona, cuéntame.
Respiré hondo, aún quedaban aristas por limar pero lo dejé pasar.
—Necesito acabar con esa tensión sexual que tiene conmigo, no puedo ni quiero cambiar de ginecólogo, no me veo contándole mi vida sexual a otra persona; además se está encargando de las revisiones que tendría que hacerme un proctólogo.
—¿Y piensas que acostándote con él resuelves el problema?, ¿no crees que así lo agravarás?
—Espero que no, si me equivoco no tendré más remedio que dejarlo; pero tengo la impresión de que estoy en lo cierto.
…..
—¿Y bien, ya estás tranquilo? —dije acariciándole la mejilla, me atrajo y nos besamos.
—Sabes que no va a ser la última vez, ¿lo sabes, verdad?
Me dejé acariciar, se nos había hecho muy tarde y detuve con delicadeza sus intentos de encaramarse sobre mí.
—Lo sé, solo te pido que respetes la consulta, allí eres mi médico.
Pero volvamos al momento en el que abandoné la consulta. Todavía quedaban cosas por hacer en el gabinete antes de comer, como por ejemplo comprobar si era cierto que los peones de Solís continuaban sin aparecer. Tomé un taxi. Estaba pensando en hablar con Mario cuando me entró una llamada, era Tomás.
—Hola.
—¿Cómo estás?
—Bueno, volviendo del ginecólogo, te puedes imaginar.
—Revuelta supongo, pero no es eso lo que quería saber.
—Si te refieres al trabajo con Luca…
—Ya lo hablaremos, quiero saber cómo estás.
—Preocupada, la semana pasada tuve un encontronazo con Solís y creo que no lo gestioné bien.
—Lo hecho, hecho está —dijo cuando terminé de contarle—, no le des más vueltas, sabe que lo tienes cogido por los huevos y si acaso trata de joderte será el momento de jugar más fuerte.
—¿Qué quieres decir?
—Mujer, si intenta algo contra ti habrá que airear lo del título.
—Ya te dije que no pienso hacerlo.
—Déjalo de mi cuenta, solo tenme al tanto.
Estuve a punto de contarle la conversación con Roberto; algo parecido al pudor lo impidió.
—No creo que se atreva.
—Ahora si, dime: ¿Qué tal te va con Luca?
—Me estoy adaptando mejor de lo que pensaba, entiendo lo que quieres y creo que lo voy consiguiendo.
—Ya lo veremos. Pero sigues sin contestarme.
—No sé si aturdida es la palabra adecuada, son muchos cambios en muy poco tiempo.
—No hace falta que te diga que si decides parar esto yo seré el primero en celebrarlo, pero si continúas no te lo voy a poner fácil.
—¿Por eso mandaste anoche a Álvaro Puente?.
—¿Sigues ahí? —dije al ver que no contestaba.
—Te tengo que dejar.
Empecé a sospechar que la cita de anoche se había fraguado a espaldas de Tomás; en realidad en ningún momento se dijo lo contrario, fui yo la que di por supuesta su tutela. No me gustan los malos entendidos y pensé volver a llamarlo pero la forma tan brusca en que había cortado la conversación me hizo desistir.
Como suponía, el equipo de Solís no había vuelto. Terminé de redactar unos documentos, cerré unos historiales pendientes y llamé a Mario, podíamos comer juntos ya que tenía la primera hora despejada pero no conseguí hablar con él; lo intenté a través de su secretaria que le dejó aviso.
Perdí la noción del tiempo enfrascada en documentar un caso complejo que vería la semana próxima. Miré la hora, cogí el bolso y salí del despacho. En el portal me encontré con Dávila, parecía tan perdida como yo.
—¿Te vienes a comer algo?, me han dado plantón. —No se lo pensó, se agarró de mi brazo y preguntó:
—¿Dónde vamos?
Tuvo el detalle de no hablar de trabajo, en lugar de postre pedimos café y mientras lo servían se ausentó al baño, aprovechó que había recibido una llamada, qué discreta. Era Graciela, me quería contar que se iba a Barcelona por asuntos del ballet y que a la vuelta le gustaría retomarlo donde lo dejamos. Sentí un cosquilleo en el vientre que se propagó por todo mi cuerpo. Nada me gustaría más, ¿cuándo vuelves?. El domingo por la tarde, te llamo el lunes, ahora te dejo que ya vuelve Mario. Escuchaba ruido de fondo, un restaurante. ¿Te importa que te encuentre hablando conmigo?. No seas tonta, es que me tengo que ir ya. Nos despedimos justo cuando Dávila volvía también a la mesa. Apuramos el café y nos marchamos; no conseguía librarme del ahogo que se hacía más opresivo al respirar.
No tenía consultas, me habría venido bien para desconectar de esa sensación amarga que no quería sentir y sin embargo estaba ahí, agazapada, dispuesta a asaltarme cuando más descuidada estaba. A todo esto se sumó Tomas, sobre las cinco volvió a llamar: Reunión a las siete, no te retrases. Di por supuesto que tenía que ver con la abrupta interrupción con que zanjó la conversación del mediodía. Otro día sin gimnasio, lo asumí con estoicismo.
Al entrar me di cuenta de que Luca debía de llevar bastante tiempo allí, tenía el rostro demacrado y terminó de confirmar mis sospechas. Analicé el escenario: ella sentada, nerviosa, supuse que sometida a un interrogatorio sobre lo sucedido la noche anterior y, si mi suposición era cierta, reprendida por haberse tomado la libertad de contactar con Álvaro Puente. Ahora mismo veía su futuro pendiente de un hilo. Tomás estaba controlando la ira pero no del todo; quería mostrar su cabreo y su poder. Con Luca le funcionaba pero conmigo, hoy, conmigo no. Algo debió de notar porque no me hizo sentar.
—Te pongo en antecedentes: Álvaro me ha felicitado por la calidad del servicio, no sé qué le habéis hecho; quiere volver a verte la próxima semana, al precio que sea. ¿Se puede saber qué cojones hicisteis?
Luca derrumbada, Tomás exigiendo explicaciones y a mí no se me viene a la cabeza otra cosa que la imagen de Álvaro extasiado ante la mujer en tanga y taconazos maquillada como una simply irresistible girl. Lo tomaría como una señal: O asumía el control o todo se iba a la mierda.
—¿Qué le hicimos? Tú mismo lo has dicho: darle calidad, más de la que se le ha dado hasta ahora.
—No me jodas Carmen, no me saltes con eso, sabes muy bien lo que quiero decir.
—Lo que creo que quieres es saber cómo va el entrenamiento con Luca, y la respuesta la tienes a la vista, te la ha dado Álvaro, ¿qué más quieres?
El golpe que dio sobre la mesa hizo saltar los objetos formando un estruendo ensordecedor. Luca se encogió en el sillón y yo di un paso atrás que recuperé inmediatamente.
—¡Qué no me toméis el pelo, que no se decida nada sin mi permiso y menos con mis contactos! Creo que había quedado claro. Parece mentira —le reprochó—, ¿es que no has aprendido nada?
Me interpuse entre ambos, tenía que evitar lo que parecía ser una sentencia inapelable.
—No volverá a pasar. —dije.
—Por supuesto que no va a volver a pasar.
—Para eso me has puesto a cargo de todo, ¿no?, para que estas cosas no sucedan; déjamelo a mi, te prometo que no volverás a tener que preocuparte. —Me miró escéptico.
—Esto no es ningún juego Carmen.
—Nadie ha dicho que lo sea, ¿o la propuesta que hiciste iba de farol? Creo que me elegiste porque, según tú, estoy capacitada, más capacitada que tú mismo, dijiste, y además no dispones de tiempo; tal vez por eso han sucedido cosas como lo de la joyería, o esto.
—No me jodas. —masculló, se le encendieron los ojos de ira pero aguantó. Me acerqué a Luca y mientras le hablaba, le hice coger el bolso y la acompañé a la puerta:
—Ahora quiero que bajes y te tomes un café, yo te aviso, ¿si?
Obedeció sin rechistar. Regresé al salón construyendo a marchas forzadas un esquema de lo que quería plantearle.
—Supongo que ya te habrá contado lo que pasó ayer, ¿o no la has dejado hablar?. Yo te puedo contar lo que he vivido estos días desde dos puntos de vista diferentes: como aprendiz de puta y como psicóloga, prefiero empezar desde éste último porque te va a aportar mucho más sobre la calidad de la gente que trabaja para ti.
Y le hablé de lo que había descubierto con ella. Pensé que iba a aprender técnicas sexuales, formas de manejar a los clientes, cosas así, creí que bastaría con copiar los modos y maneras de una mujer de la calle y hacerlos míos; qué ingenua fui, llegué a su barrio y a su casa pensando que la universitaria podría con todo utilizando los mismos métodos con los que siempre salía triunfante. Luca me caló desde el minuto uno, le dije, me dejó en pelotas, perdí mi lenguaje fino, mi ropa, hasta mis bragas, me robó mis modales, me puso a tender, a cocinar, hasta mi olor lo perdí entre los fritos del patio y el humo en la cocina, por no mencionar el jabón barato del baño; le hablé de la inmersión en su mundo, de Chema y su acoso, cómo tuve que valerme por mí misma sin llegar a ejercer, solo una tía buena en un mundo para el que nadie me había preparado. Aprendizaje vicario, lo llamamos los psicólogos, terapia de exposición; pero resulta que Luca no sabe nada de eso, sin embargo aplica con maestría las mismas técnicas que yo uso a diario. Le hablé de las bragas usadas y desgastadas que me hizo poner durante el puente para que no olvidara quien era mientras volvía con mi gente.
—Ha seguido conmigo todo un programa de reeducación que ha ido más allá de lo que le pediste.
—Todo eso está muy bien pero no justifica… —No le dejé seguir.
—Si ayer Luca tomó la iniciativa de contar con Álvaro fue porque lo vio necesario, tenía que acabar el trabajo que le encargaste y esa era la mejor opción. No te lo habría sabido explicar, se maneja por pura intuición. Como psicóloga te aseguro que tienes una auténtica joya y no soy yo. Me ha sorprendido y mucho que una mujer como ella, sin estudios, sea capaz de lanzar estrategias tan sofisticadas como las que utilizó para mantenerme en la mentalidad de cambio en todo momento, incluso durante los tres días del puente.
—Estoy, sorprendido, nunca habría supuesto…
—Pues ya lo sabes.
—¿Y cómo puta, qué dices? —preguntó tras un momento de reflexión.
—Mejor se lo preguntas a mi maestra.
Luca subió nada más llamarla, seguía asustada.
—Carmen me lo ha contado todo, desde el primer día que empezó contigo hasta ayer con Álvaro. Ahora lo puedo entender, no obstante espero que no se repita, siempre has podido hablar conmigo con total libertad. A partir de ahora además tienes a Carmen para pedirle su opinión antes de arriesgarte a actuar por tu cuenta. —Se volvió hacia mi y dijo:
—De acuerdo, espero que no vuelva a pasar, queda en tus manos, no me decepciones.
…..
Los pies me llevaron solos al San Francisco. Qué tontería, fui porque no me apetecía volver a casa y encontrármela vacía, pensé que pasaría la noche con Luca, no lo habíamos hablado pero lo di por supuesto; por cierto: me seguía pesando no haber respondido a sus llamadas. Tiene razón cuando dice que los acontecimientos me atropellan; ahora se me hacía un mundo coger el teléfono y llamarla.
Jack Daniels con un solo hielo. Desdoblé el periódico y le di un enésimo vistazo. Londres y el Ulster… el PNV y los independentistas… Estados Unidos sube el precio del dinero… Un hombre prende fuego a su mujer y otro se suicida tras intentar quemar la casa de su esposa… Volví a doblarlo y lo dejé en el asiento de al lado.
—Perdona, te va a parecer un topicazo pero, ¿tienes fuego?.
Al entrar me había fijado en un grupo de chicas que al verme comenzaron a cuchichear. Vaya, pero si eran las mismas de la otra vez; ¿estarán abonadas?, seguro que trabajan cerca y acaban la jornada aquí antes de volver a casa con sus maridos. La morena, que me había recordado a Carmen, me plantaba cara insolente con un cigarrillo en la mano; eché una ojeada a sus compañeras que parecían colegialas en plena travesura. De cerca ya no me la recordó tanto, más cadera, más muslo, más pecho, menos altura… lo cual no le quitaba ni un ápice de morbo.
—Si te sientas conmigo seguro que encontramos la manera de encender ese cigarrillo.
Le hice sonreír, una sonrisa bonita, abierta, como me gusta; se lo pensó lo justo antes de contestar.
—¿Eso quiere decir que tienes fuego o que me quieres liar?
—Ninguna de las dos cosas, quiero decir que me apetece mucho charlar contigo y podemos pedirle un mechero al camarero.
Se volvió hacia la mesa que ocupaban sus amigas como si quisiera consultarlo con ellas. Buen culo. Enseguida tomó asiento.
—Debería ir a por mi copa.
—Déjalo, si me lo permites te invito a lo que te apetezca.
—Gin tonic.
La miré mientras encendía el cigarro de la mano del camarero, levantó los ojos al sentirse observada, ojos oscuros, cejas depiladas reforzando el arco, pómulos marcados, labios carnosos.
—Me fijé la semana pasada en ti.
—Ya me di cuenta. —respondió con una sonrisa maliciosa.
—Lástima que estuviera…
—Parecías ensimismado.
—Algo así.
—¿Problemas?
—Preocupaciones.
Acomodó el brazo en el respaldo del sillón y no pude evitar detenerme en su pecho, el vestido ahora lo oprimía, calculé una o dos tallas de copa más que Carmen; volví a mirarla, me había cazado y no parecía molestarle.
—¿Mal de amores?
Bebí un largo trago. A por todas.
—Mi mujer estaba reunida con su jefe, se jugaba una partida decisiva.
—¿Ah sí?
—Sí, decidían si al día siguiente se acostaría con uno de sus clientes.
—Venga ya.
—Bueno.
Me estudió tratando de ver cuándo le diría que todo era una broma.
—¿Y al día siguiente…?
—Pasó la noche con él.
—Me estás tomando el pelo, ya he visto que no llevas anillo.
Le enseñé el dedo donde aún se notaba la marca de la alianza.
—Hace poco que decidimos quitárnosla, hicimos una especie de anti ceremonia.
Comenzó a menear la cabeza.
—Yo prometo serte infiel todos los días de mi vida. —recitó con solemnidad.
—Tampoco hay que exagerar; además, se es infiel cuando tu pareja no está al tanto de lo que haces y lo desaprueba.
—¿Y tú lo apruebas?
—Somos amigos desde hace diez años, nos casamos y no por eso dejamos de ser amigos. Todo lo que podíamos hacer antes de conocernos y antes de casarnos podemos hacerlo después de casados si estamos de acuerdo y no nos hacemos daño.
—Un matrimonio liberal. No sé si creerte.
—No te pido que me creas; me has preguntado por qué estaba preocupado y te lo he contado.
—No lo entiendo, si sois tan liberales ¿qué problema tenías?
—Era la primera vez que se iba a acostar con alguien por necesidades de la empresa, se lleva muy bien con su jefe, es casi un padre para ella; pero esto era algo diferente, se acostó con un cliente para… favorecer un negocio. Nos costó asumirlo.
—Fue un trabajo de puta, y perdona que sea tan directa.
—No te preocupes, ambos lo hemos aceptado, no hay problema.
Se detuvo a mirarme, de nuevo me sentí examinado, bebió y yo la imité.
—Todavía no sé si creerte o si me estoy dejando engañar como una idiota. Por cierto, aún no sé tu nombre.
—Mario. —me acerqué y nos dimos dos besos.
—Irene.
—¡Vaya! Otra Irene en mi vida.
—¿Alguna amante?, ya me espero cualquier cosa.
—No, la chica de mi mujer se llama Irene.
—¿La chica? —repitió incrédula.
—Su novia.
—Tu mujer tiene novia. ¿Y lo siguiente qué va a ser: que tenéis poderes?
Miró a sus amigas que no nos habían quitado ojo.
—Esto, esto es una broma, ¿no? Esto lo habéis preparado entre Lidia y tú, ¿eres amigo de Lidia?
—Reconozco que es difícil de asimilar así, de golpe; pero no se trata de ninguna broma. Mi mujer no es lesbiana, conoció hace unos meses a una chica, se gustaron y…
—Y de pronto, una tía casada se enrolla con otra de la noche a la mañana. Mira Mario —dijo dejando la copa en la mesa—, encantada de conocerte, ha sido un placer.
—¿Qué te apuestas?, no creo que sea la primera apuesta que has hecho esta tarde, ¿a que no?
Sonrió, le había descubierto el juego.
—¿Cuál es la apuesta: que esto es un montaje de mis amigas o que tu mujer no tiene una novia lesbiana que se llama Irene?
—En el fondo es la misma apuesta. Venga, ¿qué nos apostamos?
—No sé, voy a ir a lo seguro: Creo que tu mujer no tiene novia.
—De acuerdo; ¿qué nos apostamos?
—Lo que quieras, juego sobre seguro.
—Yo también pero no me voy a exceder. Un beso, aquí y delante de tus amigas. Ojo —añadí al ver su mirada de suficiencia—, un beso bien dado.
—¿Y si pierdes? Porque vas a perder.
—Lo que tú quieras.
—¿Lo que yo quiera? Déjame pensar.
No parecía tan segura aunque trataba de ocultarlo. Al cabo de unos pocos segundos contestó:
—Nada, me basta con tu derrota.
—No, no es justo. Una cena en el restaurante que tú quieras, para todas.
La vi perder la seguridad que poco antes derrochaba y añadí:
—Me basta con el beso pero estamos a tiempo de cambiar el premio si quieres, o de aceptar mi palabra y zanjar el asunto.
—Vale, por un momento me hiciste dudar, ¿así que vas de farol?
—Entonces tendrás que ver mis cartas.
—¿Y cómo lo vas a hacer?
Saqué el móvil y marqué. Pulsé manos libres y gradué el volumen para que lo pudiésemos escuchar solo los dos. No había nadie en las mesas cercanas pero quería ser cauto.
—Hola cielo, por fin das señales de vida. ¿Dónde estás?
—Hola cariño, siento no haberte llamado antes. No te lo vas a creer, ¿te acuerdas del San Francisco?
—Ahora mismo no.
—Aquel pub al que fuimos una vez con Paco y Rosa, que dijiste si seria un local hippie, por el nombre.
—¡Ah, sí! ¿Y qué haces ahí?
—Como no sabía qué plan tenías me apetecía tomarme algo antes de ir a casa.
—Esta noche no me voy con Luca, hemos estado con Tomás hasta ahora mismo solucionando alguna cosa, luego te cuento.
—Oye, estoy tomando una copa con alguien, se llama Irene, estoy en manos libres.
—Irene… ¿te ha dado envidia mi Irene? Hola Irene, soy Carmen.
—Hola, Carmen.
—Pues verás, es que estamos charlando y no se cree que mi mujer tenga novia y hemos hecho una apuesta.
—Vaya, tú si que vas rápido. Pues si, has perdido; mi chica también se llama Irene y es un encanto. ¿Y qué os habéis apostado? —Le di un pequeño codazo para que fuera ella quien le contase.
—Un beso, la verdad es que tu marido ha sido prudente porque estaba convencida de que me estaba tomando el pelo y podría haber apostado lo que quisiera que habría aceptado.
—Si, es buen chico. Pues aprovecha porque besa de lujo.
—¿Llegarás tarde?
—Ya hemos acabado, voy a tomar algo con Luca; no tengáis prisa, divertíos.
—Eso depende de Irene.
—Aprovéchate de mi marido.
—Si me das permiso…
—No lo necesitas, todo tuyo, ¡barra libre! Bueno, lo de la barra ya es otro nivel —dijo con esa risa suya tan contagiosa que nos contagió.
—Pero que bruta eres. Venga, luego te veo.
—No me puedo creer que haya estado hablando con tu mujer de…
—¿De qué, de pasártelo bien conmigo sin prejuicios?
No respondió, ¿qué estaría pensando? Yo, por mi parte, veía a una mujer guapa, divertida, que había entrado en sintonía con Carmen y conmigo sin mucha dificultad. Aunque no llegáramos a nada veía posible que pudiéramos ser amigos sin que las confidencias que habíamos compartido fueran un obstáculo.
—Bueno —dijo tras una pausa—, ahora toca cumplir.
—Sabes que no estás obligada, solo ha sido un juego, nada más. —Antes de que terminara ya estaba negando.
—Yo siempre cumplo mi palabra. Además, me apetece mucho.
—¿Y tus amigas? —Las miramos, seguían nuestra conversación como si pudieran leernos los labios.
—Mis amigas se van a desmayar.
—Pues vamos a ello.
Estábamos casi frente a frente y di el primer paso, me acerqué, puse mi mano izquierda en su hombro y la atraje, no había reparado en que ya tenía mi derecha en su costado, lo supe al sentir el tacto mullido y cálido en mis dedos, nuestros labios se rozaron, dio un pequeño impulso y presionó mi boca; me recreé en la curva de la cadera y vadeé hacia los riñones, ella cedió acortando la escasa distancia que nos separaba; su boca se entreabrió al contacto de mi lengua y jugamos a encontrarnos.
No sé cuánto duró; nos quedamos mirando tan cerca, tanto que supimos que sonreíamos con solo ver la expresión de nuestros ojos. No podía acabar así y le robé un minúsculo beso en la punta de los labios.
—¿Y ahora qué?
—Ahora nos vamos, tú y yo.
Pagué en la barra mientras Irene se despedía, no quise mirar, era su momento personal.
Cuando volví ya tenía la chaqueta puesta y me esperaba al lado de nuestra mesa; pasamos al lado de las chicas y me despedí con un gesto.
…..
—Lo que me has dicho de tu mujer… —dejó la frase en el aire, enarcó las cejas invitándome a continuar. Emulé su gesto y esperé—. ¿En serio se acostó con su jefe?
—Con el cliente de su jefe. —maticé—. Claro, estaba sobre la mesa un contrato de muchos millones y su, cómo lo diría, su participación facilitaba en gran medida el acuerdo.
Cogió la copa y sin dejar de mirarme dijo:
—¿Y tú, cómo te sentiste?
—¿Cuándo?, ¿antes, durante o después?
La dejé sin palabras, hasta que rompió a reír.
—No sé, puedes contármelo por fases si quieres.
—Mejor te lo resumo: Me puso como una moto.
No respondió, sentí que sus ojos me atravesaban, parecía querer decirme algo pero no se atrevió. En su lugar cambio de conversación, seguimos en lo personal, lejos del terreno resbaladizo por el que nos habíamos movido. Quiso saber más de mí y le hablé de mi vida, de mi prematuro divorcio, abrevié lo que pude mi etapa de agonía y cuando hizo aparición Carmen, la alumna, sonrió; entonces cortó mi discurso y quiso saber de mi profesión. Era el momento de cambiar de campo y pregunté. Abogada, dos años menor que yo. ¿Sorprendido?. Si, no lo pude evitar y se sintió halagada. Recién divorciada y madre de una niña de ocho años. Me pudo la profesión y quise saber qué tal había asimilado la separación, creo que vio al psicólogo y no tuvo problema en sincerarse, mantenía una buena relación con el padre y el objetivo de ambos era ponérselo fácil a la hija. Todo en regla.
Me alegré del giro que le habíamos dado a la noche, Irene podía ser una buena amiga, tal vez lo que más necesitaba en aquellos momentos. Caminamos de regreso cerca del San Francisco donde tenía el auto. Allí, tras una absurda duda, nos besamos con ganas, acaricié algo más que su cadera, paladeé sus labios. Esto no estaba previsto, dijo sin apartarse del todo y me echó los brazos al cuello, rodeé su cintura y nos entregamos al deseo que habíamos mantenido a raya durante toda la cena. Apoyada en la puerta del auto, sintiendo como me abría paso entre sus piernas intercambiamos teléfonos. Volvimos a besarnos antes de que huyera al interior del coche, no sé qué hubiera pasado si no llega a hacerlo.
…..
—Es decir: te ha ascendido a madame.
—¿Estás de coña, no?
—¿Qué, si no?
—No tienes ninguna gracia, hay veces que no sé si estás de broma o cabreado.
—Es broma mujer, no te lo tomes a mal.
—Pues no lo tengo tan claro. Sé que no has llevado bien lo de estas noches fuera de casa, pero ya está, se terminó.
—¿Y sacaste buena nota?
—Ya estamos otra vez, ¿quieres parar?
—Vale, vale.
Me acababa de contar lo que había sucedido la pasada noche y pretendía que estuviera sereno. Hasta ahora había actuado como puta de una manera discreta, si es que se puede decir así, pero esto era diferente: acudió a un hotel a cara descubierta, asumiendo riesgos; cualquiera, incluso el conserje, pudo deducir lo que era y a lo que iba. A medida que me lo contaba la imaginaba atendiendo a un cincuentón al que le hacía una mamada interminable para aprender a retrasar la eyaculación. «Si claro, follé con él», me respondió, y lo que más me sorprendió es que parecía estar orgullosa de su numerito drag queen, sobre todo porque pensaba que era ella la que había tenido el poder. ¿Cómo podía estar tan ciega?. La única persona que tenía el poder era Tomás. Y todavía se extrañaba de que me lo tomase por la vía de la ironía.
—¿Y ahora qué? —pregunté.
—Ahora nada, ninguna de las chicas volverá a cometer el error de tomar decisiones por su cuenta, todo pasará antes por Tomás o por mí.
—Es decir que te has convertido en su persona de confianza. —Me escudriñó antes de responder.
—Si, algo así. ¿Qué pasa?
—Nada, supongo que ahora seguirás trabajando para él.
—Creí que lo tenías claro. Cometí un error que estuvo a punto de costarme muy caro, logré que me diera una segunda oportunidad y he cumplido con sus condiciones. Nada ha cambiado, Mario, voy a seguir con el plan que tenía previsto, es lo que habíamos hablado.
—¿Y tenías que pasar por todo esto?, denigrarte como si…
—¿Crees que me he denigrado? Sigues sin entenderlo; ni Luca me ha humillado, ni yo me he sentido vejada por hacer lo que he tenido que hacer estos días. Ha sido un paso necesario, un proceso de aprendizaje, tenía que dejar de ser la que soy para poder ser como ellas de una manera natural, ¿entiendes?; no basta con imitarlas, tengo que, cómo te lo explicaría, ha sido un descenso a lo infiernos para poder volver…
—Ahora me citas a Dante para justificar lo que has hecho, no me jodas, tú ya has estado en los infiernos, ya sabes lo qué es.
—Es cierto, ya pasé por ahí, con tu inestimable ayuda por cierto.
—Si me vas a volver a echar en cara lo que te hice en el cuarto de mi hermano…
—Mucho antes; me empujaste a los infiernos mucho antes, pero mejor no sigamos por ahí, pensaba que lo habíamos resuelto. Mira Mario, te lo dije una vez y te sentó muy mal, te comportas como un padre asustado ante su hija que emprende el vuelo.
—No me jodas otra vez con eso.
—Compórtate como el psicólogo que eres y analiza en frío tu conducta.
No le faltaba razón, pensé en los problemas de mi paciente con su hija y la velada reacción de rechazo que a veces observaba si le planteaba los cambios de actitud que debía de adoptar para recuperar su confianza. Estaba muy claro que era miedo a perderla, miedo al cambio de modelo de relación; terminó por confesarme que sentía como si le amputasen un brazo cada vez que la veía dar un paso hacia su independencia. Puede que Carmen tuviera razón y ese fuera mi caso.
—Por cierto, ya tengo los análisis, ¿los quieres ver? —dijo y me ofreció un sobre.
—No hace falta. —Pero lo cogí, saqué el informe y traté de encontrar entre tanto dato lo que quería saber.
—Al final. Lo que no te hace falta está al final. Y a ver cuando te decides, que ya va siendo hora.
Reaccioné mal, lo reconozco; como un crío al que pillan cogiendo dinero a hurtadillas y se empeña en negarlo. Dejé los papeles sobre la mesa con tanto desdén y tan mala fortuna que se deslizaron suavemente hasta el borde y aterrizaron en el suelo; lo habría podido evitar pero no detuve mi camino triunfal hacia la librería, abrí una de las puertas y del cajón inferior saqué lo que hasta un minuto antes consideraba mi as en la manga, un as que comenzaba a desdibujarse a medida que regresaba. Creo que desde el momento en el que me vio ir hacia el mueble lo supo.
—No me lo puedo creer. —exclamó al ver el membrete del laboratorio.
Yo tampoco, no tenía sentido, aún así debía decir algo.
—Yo… estaba esperando que tú…
—¿Desde cuándo los tienes? Deja, no quiero verlo.
Me agaché a recoger su informe y la vi salir del salón. Qué estúpido.
…..
—Creo que te entiendo.
—¿Qué?
—Estabas dormida, perdona.
—No, dime.
—Estaba pensando…, no enciendas la luz. Creo que puedo entender lo que sientes cuando trabajas de puta. —Se removió hasta quedar boca arriba, me arrimé, llevé una mano a su vientre, rozamos los pies.j
—No, es difícil que puedas imaginarlo.
—Pensaba en lo que sentí el día que estuve con Sofía.
—Sofía…
—La mujer de Gorka, estuve con ella en Sevilla, fue poco antes de Semana Santa, hablábamos por teléfono, tú estabas con Tomás y ella entró en mi habitación, ¿no te acuerdas?, pensaste que era Graciela.
—Ah si.
—Tiene un carácter fuerte, es dominante, en todo momento marcó el ritmo del encuentro, me sentí como si fuera su juguete, su…
—Su puta.
—Vaya, iba a decir su gigoló pero tienes razón, me sentí como si fuera su puta; me manejó, me sentí usado por ella.
—¿Y te gustó?
—Después de que se fuera me masturbé como un loco.
—Y eso que te faltó lo esencial: no te pagó.
—¿Tan importante es?
—Para mi, si.
—¿Por qué?, no lo necesitas.
—No es por el dinero, es el hecho en sí mismo, el pago por mi servicio. Es algo que me produce un efecto… abrumador, da igual que sean quince o cien mil, lo que me… trastorna es el momento en el que el cliente paga.
Nos habíamos vuelto de lado, uno frente al otro, a oscuras; no nos podíamos ver pero nos intuíamos. Nuestros pies enredados, nuestras manos vagando por el cuerpo del otro solo por tocarnos, sin más intención.
—Lo que te lleva al éxtasis es ser vendida.
—No lo entiendes, no me siento vendida; hay algo en ese acto, cuando recibo el dinero. Es parecido a lo que siento al meterme una raya.
—¿Es posible?
—Te parecerá raro pero si, es un…
—Un subidón.
—Algo así.
—Te pone sentirte vendida.
—No lo acabas de captar.
—Pero es la realidad, en cuanto un hombre paga por ti le perteneces.
—Es cierto.
—Lo llames como lo llames, esa sensación tan fuerte que sientes cuando te pagan tiene que ver con el hecho de que dejas de ser libre a cambio de dinero; durante un tiempo eres propiedad de otra persona, te has vendido, eres suya, su cosa, su esclava, como lo quieras llamar.
—Yo no soy una cosa.
—Paga por ti, puede hacer lo que quiera contigo. Y llamarte cosa si lo desea
—De ninguna manera, hay unos límites.
—Depende de la cifra que pague.
—En absoluto.
—Espera y verás; algún día Tomás te pedirá, por necesidades del negocio, que hagas algún servicio especial.
—Estás divagando.
—Puede ser; a mi me falta esa experiencia pero con Sofía viví la emoción de sentirme entregado, no puedo saber hasta donde habría llegado.
—¿Entregado o sometido?
—Vale, sometido. Dime una cosa: ¿Te gusta sentirte sometida?
—Es algo relativo, él cliente paga y yo hago lo que desea, ¿es sometimiento?, no lo sé. ¿Te gustó a ti sentirte sometido a Sofía?
—Si, mucho; cuanto más lo recuerdo más me doy cuenta de lo que me gustó.
—Entonces eres más puta que yo.