Diario de un Consentidor 130 Dueña de mis actos
Dos miradas a una misma historia. Dos caminos y una encrucijada.
Capítulo 130
I'm looking through you, where did you go
I thought I knew you, what did I know
You don't look different, but you have changed
I'm looking through you, you're not the same
Lennon & McCartney 1965
Dueña de mis actos
El puente de San Isidro transcurrió de una manera muy diferente a lo que debía haber sido. No hicimos planes, ¿para qué si en el aire estaba la duda?. Doménico no apareció, sin embargo su presencia se notaba como si estuviera entre nosotros.
Entre nosotros, marcando límites, haciendo que fuera difícil establecer un diálogo.
Teníamos tres días por delante; podían convertirse en una cárcel si no empezaba a bajar la tensión aquella mañana soleada que invitaba a escapar de casa. Ella, ignorante de mi estado de ánimo, seguía la rutina de cualquier otro sábado; si no cambiaba de actitud pronto se daría cuenta. Subí al ático y me dispuse a limpiar las jardineras que rodean el perímetro de la terraza. Cuando bajé a ducharme Carmen estaba en la terraza al teléfono, ni me vio entrar en el salón; apuré unos segundos tratando de adivinar, por los escasos gestos que hacía, con quién hablaba pero era inútil y me fui al baño comido por la duda. Cuando salí la encontré en el salón, seguía hablando, me miró y dijo:
—Mira, aquí está, díselo tú.
Me ofreció el teléfono sin darme pista alguna. Tuvo que insistir para que lo cogiera.
Juanjo joder, era Juanjo. Respiré aliviado, ¿a quién esperaba encontrar al otro lado?. Hacían planes para ir a comer al Pardo, apenas puse inconvenientes y quedamos en Moncloa para ir todos juntos.
—¿Qué te ha pasado? estabas pálido.
Me excusé como pude y no insistió, nos quedaba un hora escasa para arreglarnos. Dediqué diez minutos a recoger el baño y para cuando entré en la alcoba ya se había desnudado y elegía qué ponerse. Sobre la cama, vestida en azules pastel, una prenda desentonaba, unas bragas color naranja, unas bragas que no podían ser de Carmen. Carmen, que seguía ajena buscando en el armario. Las cogí, se veían usadas, descoloridas por la parte inferior, En ese momento sacó del armario un vaquero y me encontró palpándolas.
—No te gustan, ¿verdad?
—¿En serio te las piensas poner? —Se encogió de hombros.
—¿Por qué no?, son de Luca, te lo habrás imaginado.
—¿Desde cuándo las tienes? Bah, qué bobada.
—Las traje el jueves, con lo demás.
…..
«Anda, cámbiate antes de que a mi hermano se le salgan los ojos de la cara. Habíamos entrado a su cuarto y sacó del armario un par de pijamas cortos, eligió el menos holgado y me lo lanzó. Espera, toma. Me ofreció unas bragas, la miré extrañada sin llegar a aceptarlas. ¿No quedamos en que lo que has traído no sirve?, pues empieza. Están limpias, dijo algo molesta al ver cómo las miraba. No es eso, me excusé, es que no entiendo por qué. Tú hazlo y calla. Las miré de cerca, se veían muy usadas, el flujo había matado el color en la zona de la entrepierna y no conseguí ocultar un gesto de rechazo. ¿Qué pasa, te da asco?. No, claro que no, protesté y las puse con el pijama. Así te sentirás como yo incluso por dentro. Voy al baño, dije. ¿Vas a volver mañana, verdad?. Si, claro. ¿Seguro?. Asentí con un gesto. Por si acaso, toma. Y me dio otro par. Escúchame bien: quiero que te las pongas este fin de semana para que no te olvides de lo que eres. Debió de notar mi expresión de incredulidad porque añadió: Cuando estés entre tu gente las sentirás pegadas a tu culo, ya verás. Me las quedé mirando, eran parecidas a las que me acababa de dar: bragas altas de un naranja chillón en el que se notaba aún más el efecto del flujo, no podía creérmelo. Mira tía. Abrió el lado izquierdo del armario y ante mí apareció otro mundo, ropa de marca, vestidos, faldas y blusas de un gusto en general muy aceptable; deslizó el cajón y vi lencería de las mismas firmas que suelo usar. ¿Qué te crees, que no tengo ojos en la cara cuando voy a una tienda? Lo que no tengo es pasta para gastármela en caprichos. Esto es ropa de trabajo tía, ¿lo vas entendiendo?, así que ya te las estás poniendo, quiero que tu coñito se acostumbre a las bragas que usa una puta cuando no está currando. Venga, sal de aquí, menea el culo.»
….
—Me dijo que me las pusiera para que no olvidara en estos días quien soy.
—¿Eso te dijo?, me parece demasiado… elaborado para una chica sin estudios.
—¿Crees que me lo estoy inventando?
—No es eso. A ver, no te enfades, si te hizo vestir a su manera no dudo de que te haya dado unas bragas, pero que te dijera que es para que no te olvides de…
—Mira Mario, no tengo por qué darte explicaciones, si lo hago es porque quiero hacer esto contigo a mi lado, pero si esta va a ser tu actitud puedo hacerlo de otro modo.
—No, lo siento. Pero me gustaría que estuvieras más abierta a escuchar mis dudas.
—De acuerdo, tienes razón, entiendo que te extrañe que una mujer como ella tenga ese tipo de reacciones, a mi también me sorprende a veces. Creo que la vida le ha enseñado cosas que yo solo sé a nivel teórico.
—Puede ser, a lo mejor soy demasiado escéptico, perdona. Aún así me extraña que no te importe ponerte unas bragas usadas, con lo escrupulosa que eres; míralas, hasta han perdido el color, ¿no te da… asco?
—Por favor, están limpias, ese desgaste es por el flujo y lo que indica es que tiene un Ph ácido, señal de que está sana no te preocupes.
La vi ponérselas, un tipo de braga que jamás había usado, parecía que estuviese cumpliendo un ritual. Terminó de vestirse, vaquero ajustado, sandalias planas y camiseta de manga corta y escote redondo. Preciosa, escondiendo el secreto que la hermanaba con la puta.
I´m looking through you
—¿Qué, no te cansas?, no has dejado de mirarme desde que llegamos, parece que me estuvieras haciendo una radiografía. Para ya.
—Cuando me lo cuentes.
—A ver Juanjo, ¿qué quieres que te cuente?
—No lo sé, lo que sea que te haya pasado. Somos amigos ¿no?, eres la misma pero no sé, estás cambiada, lo noté el otro día y llevo pensándolo desde entonces, y hoy me he fijado cómo te mira Mario, cómo te mueves. Pareces la misma pero te conozco, hay algo en ti diferente.
—¿Ah, si? Cuéntame en qué soy diferente, según tú.
—Vamos Carmen, nos conocemos hace muchos años, no voy a entrar en tu juego, solo te digo que es más evidente de lo que crees.
—Lo que yo creo es que estás montándote una historia que no tiene ni pies ni cabeza, lo que haya pasado en nuestra vida durante este tiempo pertenece al ámbito de la pareja y…
—Lo he entendido, perdóname por meterme donde no me llaman.
—Espera, no te vayas, ¡joder, Juanjo!
No volvimos a hablar hasta que salimos del bar para coger los autos, algunos se habían marchado antes, Juanjo nos sorprendió anunciando de improviso que no venía a la comida, Sonia lo miró sin saber a cuento de qué ese cambio de planes y los demás protestaron, pero no dio ninguna explicación; lo habíamos dado por perdido cuando nos cruzamos y vio el efecto que me causaba su marcha. Vale, me quedo —anunció a voz en grito—, si es que no podéis vivir sin mi. Me agarré a su brazo y lo acompañé de camino al parking; Mario, siempre al quite, se unió al grupo de Sonia, Pablo y su mujer para darnos espacio.
—A ver, ¿qué te pasa?
—Nada, tienes razón: no tengo por qué meterme en vuestra vida.
—Te preocupas por mi, eres un buen amigo.
—Estás tan cambiada… pero si no quieres decirme por qué, estás en tu derecho.
—¿Es así cómo me ves? Me sorprende, pensaba que…
—¿Que nadie lo notaba?
—¡Joder Juanjo!
—Vale, me callo.
—No, prefiero que me digas cómo me ves.
—¿Para poder disimular mejor?
—Has venido con toda la artillería, ¿eh?
—Porque me importas.
—Lo sé. Anda, suéltalo.
—¿Prometes no ofenderte?
—¿Alguna vez me has visto ofendida?
—Cuando llegaste el otro día te encontré igual que siempre; bueno, algo cambiada físicamente, más…
Los ojos le hicieron una mala jugada y se pasearon por mi cuerpo a toda velocidad.
—Venga, no te distraigas.
—Luego, a medida que pasaba el tiempo fui notando algo en ti, en vosotros; algo que me cuesta precisar. Es la forma en que os miráis, como si compartierais un secreto.
—Qué tontería.
—Lo que tú digas. Mira Carmen, eres transparente, puedo ver a través de ti, son muchos años los que llevamos juntos.
—Y qué ves, si puede saberse.
—Me doy cuenta de muchas cosas, te mueves de otra manera, siempre has sido muy, a ver si lo digo, muy sensual, muy sexy joder, ¿por qué me voy a andar con rodeos?, pero ahora es diferente, es como si hubieses perdido…
—¿La vergüenza? —bromeé para ocultar la desazón que me producía su examen.
Llegamos al parking, sin darnos cuenta nos habíamos quedado rezagados y nos detuvimos a esperar que pagaran, ninguno de los dos queríamos dar por terminada la conversación.
—Nunca te has cortado conmigo, sabes que no me lo tomo a mal, ¿por qué ibas a empezar a callarte ahora? Venga, sigue antes de que tengamos que entrar.
—Te veo mucho más sexual, esa es la palabra, te ha cambiado la mirada y perdóname si… Ya, ya sé —dijo cuando no le dejé seguir la disculpa—. Miras de una manera que, si no te conociera, diría que quieres rollo; eres la misma y no lo eres, tu expresión siempre ha sido muy erótica, no te rías. La caída de ojos, la costumbre que tienes de tocar cuando estás hablando con alguien, si joder, siempre has sido muy de tocar pero ahora… ahora eres la hostia, todo eso se ha vuelto brutalmente provocativo.
—No me jodas, yo no hago nada.
—Lo sé, eso es lo tremendo, se nota que no lo haces con intención. Y luego esa manera tan sensual que tienes de moverte que levanta a un muerto. ¿Qué has hecho, qué ha cambiado en ti en estos meses?
—¡Eh! Nos vamos.
…..
—¿Qué te ha pasado con Juanjo?
—Me ha llegado a poner nerviosa, dice que me nota cambiada, según él me conoce tan bien que puede ver a través de mi, o algo así, y cualquiera diría que es verdad. Bueno, a su manera vino a decir que se ha dado cuenta de que me ha ocurrido algo.
—No le falta razón.
—No sé si me lo habrá notado.
—¿El qué?
—Me ha impresionado lo que ha dicho, y cómo lo ha dicho.
—No le des importancia, ya sabes, él es así .
—No has visto cómo me miraba, parecía que lo sabía.
—Eso es absurdo.
—Lo sé, no me lo tienes que decir, es irracional pero sentía que me traspasaba con la mirada. Lo tuve que callar.
—¿Por eso dijo que no venía?
—Más o menos. ¿Han comentado algo porque nos quedásemos hablando?
—No te preocupes, Sonia me ha dicho que han estado muy preocupados por nosotros.
—Tendríamos que haber mantenido el contacto de alguna manera, aunque tampoco pensamos…
—No, no pensamos.
—Me refiero al tiempo que duró la separación.
La comida transcurrió entre conversaciones cruzadas, como siempre, poco o nada había cambiado salvo algunas miradas buscando algo que pudiera explicar la intriga que les había provocado la conversación entre Juanjo y yo, visto esto evité cualquier contacto visual con él. Mario estaba al otro lado de la mesa y coincidimos varias veces pero también estábamos, por decirlo de alguna manera, bajo sospecha. Decidí abandonar la tensión, no era mi problema si querían jugar a las revistas del corazón pero conmigo que no contaran. Tras los postres llegaron las copas, yo levanté la mía y brindé hacia Mario, luego lo hice mirando a Juanjo y lo extendí a todos.
Era una hermosa tarde veraniega, Mayte, Sonia y yo salimos a fumar, al menos con ellas me encontraba libre de insinuaciones. El trabajo, el embarazo de Paula, temas intrascendentes, justo lo que necesitaba. Sentadas en la terraza, casi vacía, pedimos otro café.
—¿Ya le has aliviado la neura a mi marido?, porque vaya angustia que ha pasado con vosotros.
—No me lo recuerdes, me ha sometido a un tercer grado, si no hubiera sido él lo mando a la mierda.
—¿Por eso quería que nos marchásemos? Me ha dejado descolocada.
—¿Qué es lo que le has dicho para que diera la espantada? —preguntó Mayte.
—Nada, no había forma de que dejara de interrogarme, no sé qué idea se ha hecho, no creas que me lo ha dicho.
—Es que vosotros tampoco habéis sido muy claros; a ver, que no tenéis ninguna obligación, es vuestra vida, pero tenéis que entender que nos hagamos nuestras pajas mentales —dijo Sonia.
—¿Tienes tabaco? Me lo he dejado dentro.
—Cógelo —le dije a Mayte señalando el bolso que estaba en la silla justo entre las dos, lo abrió y sacó el paquete, tardó algo más en encontrar el mechero, no le di importancia, Sonia y yo seguimos hablando hasta que notamos algo extraño y nos volvimos a mirarla.
—¿Qué pasa?
—¿Desde cuándo usas esto? —preguntó agitando un preservativo.
—Deja eso, ¿estás loca? —se lo quité de las manos y lo guardé, eché un rápido vistazo alrededor —. ¿Qué coño haces?
—Joder Mayte, ya te vale.
—A ver, cuéntanos, porque si no recuerdo mal fuisteis vosotros los que nos recomendasteis la vasectomía cuando te dije lo fatal que lo pasaba con los anticonceptivos.
Sonia se volvió hacia mi, ahora era yo quien me veía obligada a dar explicaciones.
—Una cosa no tiene que ver con la otra.
—¿Tú crees?
—Por supuesto, lo que hagamos Mario y yo con nuestra vida sexual es algo privado, Mayte y espero que esto no salga de aquí —añadí mirándolas a las dos.
—Por supuesto, sois libres de hacer lo que…
—Exacto, muy libres de hacer lo que nos apetezca. No sé si lo entiendes pero no me voy a poner a contarte mi vida, solo te pido que lo respetes.
Ambas se miraron. No conseguimos recuperar la conversación, poco después Mayte se levantó a hablar por teléfono y Sonia y yo entramos dentro.
…..
—¿Volviste a hablar con Juanjo?
Regresábamos a casa, reduje a cuarta y adelanté a un pesado que me había hecho perder potencia justo cuando tenía que tomar la salida de la autopista.
—Ni él ha hecho intención ni yo lo he creído conveniente. Mejor dejarlo así, de lo contrario le estaría dando una importancia innecesaria. Acabará por olvidarlo.
—No creo, ya te he dicho que Sonia me ha estado comentando; por lo visto no ha dejado de hablar de nosotros estos meses.
No tenía intención de contárselo, ¿para qué preocuparlo?, sin embargo ahora necesitaba compartirlo con él.
—Lo sé, y creo que yo lo he terminado de rematar.
Se arrellanó entre el asiento y la puerta del auto y me miró inquieto, algo que fue a más cuando escuchó la escena del preservativo
—Lo que no entiendo es por qué no los dejaste en casa cuando cambiaste de bolso, ¿qué necesidad tenías de llevarlos hoy?
—Ninguna, fue un gesto automático, cambié todo de un bolso al otro, ni lo pensé.
—Pues ya ves el resultado.
—No es para tanto, no sé por qué te pones así.
—Porque… Bah, es igual.
—No, termina de decir lo que piensas. Vamos, sé cuando tienes ganas de decir algo.
—Pues que tú no sueles ser tan descuidada, a no ser que… No, vamos a dejarlo.
—A no ser, qué: ¿que quisiera que pasara lo que pasó, es eso?
—No lo sé, es que todo ha sido muy extraño. Para empezar te pones las bragas butano de esa puta como si fuera todo un honor. Además, esa política de hechos consumados que empleas ahora me empieza a molestar.
—No sé qué quieres decir.
—¿Tenías que dejarlas sobre la cama para que me enterase de tus planes? También podías habérmelo contado antes, hubiera sido todo un detalle por tu parte.
—No le di tanta importancia, pero ahora, visto así, tienes razón, podía habértelas enseñado, lo siento.
—Y luego esto. Tú no sueles dejar cabos sueltos. Tal vez en alguna zona profunda de tu mente deseabas exhibir parte de tu nueva vida. Dejar a la vista los condones ante nuestras amigas que saben que no los necesitamos es una forma de hacerles saber que te proteges porque mantienes relaciones de riesgo y no quieres terminar embarazada, o algo peor.
Desolador. No es lo que esperaba de él.
—Qué retorcido eres cuando quieres. Si, me he sentido distinta todo el día usando sus bragas, ¿satisfecho?, pero de ahí a provocar ese desliz… de verdad, eres tremendo.
—Seré tremendo pero mi versión de los hechos no parece que te afecte mucho, luego no debo de andar tan descaminado.
—Piensa lo que quieras.
—Sabes que a estas horas la noticia estará corriendo como la pólvora.
—Sonia no va a ser capaz de hacerlo.
—Sonia no sé, pero Mayte…
—Me da igual.
—A veces me desesperas, ¿no piensas decirme por qué lo has hecho?
—Ya tienes tu… ¿cómo lo has llamado?, versión de los hechos. No voy a trabajar con ella.
Tenía la impresión de que había aplicado la técnica del junco, doblarse ante el temporal para resistir y salir sin daños. No parecía molesta por el argumento tan desagradable que había usado, no volvió a comentar nada sobre el incidente y su conducta estuvo dentro de una normalidad no forzada, la irritación que me produjo comenzó a parecerme pueril y poco a poco amainó como una tormenta de verano, me invitó a ayudarla a preparar la cena, estaba de buen humor y me lo contagió, decidí aparcar lo que solo podía acabar en desastre. Mientras se terminaba de cocinar la cena salimos a la terraza, hacía una noche estupenda, caminaba delante de mi y al llegar se arrellanó en la barandilla. Entonces lo recordé.
—¿Con quien hablabas esta mañana?. Aquí, en la terraza —añadí al ver que no me entendía—, me he acordado al verte ahora, estabas en esta misma posición.
«Igual de seductora», pensé.
—No sabía que me habías visto.
—Bajaba a ducharme y te vi. No me mires así, solo es una pregunta.
—¿Tiene algo que ver con que te alterases tanto cuando te pasé el teléfono poco después?
—¡Qué dices!
—¿A quién creías que te estaba pasando?
—No sé a dónde quieres ir a parar.
—Ven aquí —dijo tratando de detener mi escapada hacia la cocina.
—Voy a por un par de copas de vino, ¿no te apetece?
—Ahora no, no huyas.
—¿Qué quieres?
—Que me contestes.
—No lo sé, sinceramente no lo sé.
—No te creo.
Esa sonrisa tan canalla, su mano acariciando mi mano, el movimiento de su cuerpo deslizándose para acoplarse al mío y la seguridad de que me conoce tan bien que me resulta imposible esconderme de ella hicieron imposible seguir resistiendo.
—Pensé en Doménico.
—Lo sabía.
Me rodeó con sus brazos y me besó la mejilla.
—Tonto, ¿por eso te pusiste así?
—No sabía qué me iba a encontrar.
—¿Qué no sabías? —preguntó rozándome con los labios.
—Si estaría de camino, si había llegado.
Su aliento cambia a medida que se excita, es algo muy sutil pero lo detecto con facilidad. Y me afecta. Y lo sabe. Se movió como un felino, sus dedos recorrían mi mejilla y se precipitaban hacia mi cuello surcando con las uñas el corto cabello de la nuca. Qué me haces, pensé pero no lo dije.
—¿Qué querías, que fuera él, que estuviera llegando, que te dijera que venía a por mi, eh?
—Ya lo sabes.
—Quiero oírtelo decir.
—Si, quería que fuera él, joder, quería escuchar su voz, ¿satisfecha?
Me comió la boca, buscó el borde de mi camiseta y se coló por dentro, hambrienta de piel. Me miró casi pegada a mi rostro.
—Pues por ahora nos vamos a seguir quedando con las ganas, tú y yo, no sé si vendrá y a estas alturas me importa muy poco, nos tenemos el uno al otro.
Dejé caer la cabeza contra el muro, desfallecí. La escuché deshacerse de la camiseta con la única mano que podía manejar. Ante mi aparecieron su preciosos pechos cubiertos por un ligero sujetador que dejaba entrever sus pezones agresivos.
—Fóllame.
La vuelta de Elvira
—¿Quién era?
Hacíamos la compra de la semana en uno de los hiper cercanos, habíamos evitado la aglomeración del sábado yendo a primera hora del lunes, festivo solo en Madrid capital, y nos lo encontramos casi vacío. A mitad de la compra Mario recibió una llamada y se alejó, más de quince minutos que dediqué a terminar de llenar el carro.
—Elvira —respondió con un gesto culpable que no entendí—. No está bien, quiere mudarse a Madrid ya, necesitaba hablar.
—Claro.
Anduvimos hacia la línea de cajas en silencio; lo estaba complicando, con lo fácil que sería contarme lo que pasaba. Salimos al parking y comenzó a hablar de una forma algo atropellada:
—Creo que debería ayudarla, está preocupada, teme alguna reacción desproporcionada de Santiago, estos días me ha contado que se ha vuelto muy agresivo verbalmente, cada vez bebe más.
—Ya.
—¿Te molesta?
—No es eso, es que hasta ahora no me habías contado que estuvieseis hablando, y parece que llevases una vida en paralelo de la que no me entero, ¿sabes?, es una sensación incómoda que ya he vivido, yo te cuento con pelos y señales lo que hago y lo que pienso, entre otras cosas porque prácticamente me interrogas y mientras tanto tú vives tu vida de la que, si no te pregunto, no sé nada; ¿no te suena de algo?
—Creo que estás exagerando, la verdad es que, por unas cosas o por otras, hemos tenido pocas ocasiones para compartir, todo ha ido demasiado rápido y…
—¿Y no has podido contarme que hablas con Elvira, cómo le va?, ¿de verdad no has encontrado un momento para decirme que la estás ayudando a tomar una decisión?, no me vengas con esas, Mario.
—Te lo estoy contando ahora.
—Ahora, muy bien. De acuerdo, pues vete a ayudarla, yo también tengo planes para el fin de semana.
—Me lo imaginaba.
—¿Qué es lo que te imaginas? No vayas por ahí; el jueves es el cumpleaños de Esther por si lo has olvidado. Tenía pensado quedar con ella el sábado por la mañana y comprarle el regalo; en vista de lo que hay lo convertiré en una comida, llamaré a mi madre y haremos algo las tres.
—No me acordaba, lo siento. Yo… todavía no he pensado nada y mucho menos que vaya a ir el fin de semana.
—Todavía, lo acabas de decir.
—Carmen, ¿podemos reconducir esto?. Es cierto, debería haberte dicho que hablo con Elvira con frecuencia, no sé por qué coño no lo he hecho.
—Porque siempre haces lo mismo, demorar las decisiones hasta que los acontecimientos te arrollan.
—Tienes razón, me siento desbordado, yo no soy así, o no lo era.
—Ninguno de los dos éramos así. Supongo que es responsabilidad de ambos haber llegado a esto. Anda, ven aquí.
Nos abrazamos, reconocer cuanto antes los errores era el método al que nos agarrábamos para sofocar los desencuentros.
—¿Qué has pensado?
—Nada, solo sé que está muy sola y necesita mi ayuda para afrontar al cambio.
—Ten cuidado con Santiago, lo creo capaz de cualquier cosa.
—No te preocupes, habla mucho pero no va a cometer una locura.
—¿Cuándo te irías?
—No lo he pensado, voy a hablar con ella, no quiero dar pasos en falso.
Mi vida con Luca
—Me marcho.
—¿Has desayunado?
—Tomaré algo antes de entrar.
—¿Volverás esta tarde?
—No, tengo que seguir con…
—Ya sé, con tu cursillo.
Me detuve, no lograba detectar el trasfondo de su frase. Se volvió al ver que no me iba y abandonó el nudo de la corbata a medio hacer.
—¿Qué?
—Eso pregunto, ¿qué sucede?
—Nada, solo era curiosidad, por organizarme.
—¿Seguro?
—Seguro. —Y se acercó para volver a besarme.
—Solo serán unos días, pronto se habrá terminado.
—Lo sé, lo sé, no te preocupes.
—¿Quedamos a comer?
—A ver qué tal se nos da la mañana.
Al final se quedó en un deseo.
Al llegar al gabinete noté las miradas, no quise darle importancia pero, a medida que me movía, lo que al principio fue una sospecha se fue confirmando. Acudí a Julia. Se había corrido la voz de mi reunión con Solís y su violenta marcha. Iván le había seguido y poco después los demás miembros de su equipo abandonaron la clínica. Todos daban por hecho que yo había tenido algo que ver. ¿Es cierto?, me soltó a bocajarro. Déjate de bobadas, le dije de muy malas formas, lo cual no hizo sino avivar su teoría. Para colmo a media mañana ninguno de los afines a Solís había aparecido. Poco después tenía en mi despacho un comité de, no sé cómo definirlo, empeñado en pedirme una información que yo no estaba dispuesta aceptar que tuviera.
—Chicos ¿estáis locos? ¿qué creéis que sé?
—Vamos Carmen —me replicó Arteaga—, fuiste la única persona que estuvo reunida con él y a continuación salió escopetado de aquí, algo tuvo que pasar.
Reconozco que cometí un desliz, me sentía tan optimista que no calculé el alcance de mis palabras.
—Lo que os tiene que importar es que nos hemos librado de los infiltrados.
Se miraron entre ellos, les acababa de confirmar mi intervención en lo que fuera que estaba sucediendo. Vega hizo intención de hablar y la detuve con todo el hartazgo reflejado en mi rostro.
—No, por favor, ya es suficiente.
—¿Eso es que no van a volver?
—Yo no he dicho eso. —pero me traicionó una sonrisa que no fui capaz de contener a tiempo—. Se acabó el tema.
El asunto llegó a oídos de Andrés, su llamada no me cogió desprevenida.
—¿Me puedes explicar qué está pasando? ¿y por qué me tengo que enterar por terceras personas?
—No pensé que fuera necesario ponerte al tanto de una discusión sin importancia.
—¿Así es como lo ves tú? Porque eso no es lo que me han contado. Creo que Solís salió de la sala de juntas hecho una furia. ¿Qué coño pasó ahí dentro, me lo puedes explicar? ¿Y por qué no se ha presentado hoy nadie de su equipo?. Voy para allá.
Me dejó con la palabra en la boca, tenía poco tiempo para hilvanar una explicación coherente y no encontraba ninguna salvo contarle la verdad, algo que no entraba en los límites de lo razonable.
…..
—Te voy a pedir que confíes en mi, sé que es algo irregular pero… —Por un momento estuve a punto de contarle todo pero no, hubiera sido un error—. Lo siento, no puedo contarte nada de lo que pasó en esa reunión.
—Estás abusando de mi confianza Carmen, no eres quién para tomarte estas atribuciones.
—Lo sé y no es mi intención, ha surgido todo de una manera accidental…
—¡Todo, qué! ¿de qué me estás hablando?. ¿Tan grave es?. Está claro que no me lo vas a decir. —añadió cuando entendió que no iba a conseguir que le dijera nada más—. Solo dime una cosa, ¿no va a volver el equipo de Solís, verdad?
Negué en silencio, estuvo mirándome un largo instante como si no me reconociera y luego abandonó la sala. ¿Me había equivocado?
Los murmullos se acallaron cuando salí hacia mi despacho. Había pasado de ser el centro de los corrillos por mi pasado equívoco con Roberto a serlo por mi actitud frente a Solís. En pocos días había dejado de constituir el foco de las habladurías y ahora me miraban con admiración, incluso con respeto. Qué volubles somos los seres humanos.
Me centré en el trabajo para evadirme de las preocupaciones que se me acumulaban. No solo vivía en la incertidumbre por los movimientos que podía hacer Solís sino que me encontraba sola tras el enfrentamiento con mi principal valedor en el gabinete. Pero no tenía otra opción, si Andrés se enteraba de la debilidad de su socio provocaría un movimiento precipitado, al menos era lo que yo pensaba entonces. A un animal herido no hay que hostigarlo porque si se revuelve puede hacer mucho daño, es mejor dejarlo que se retire poco a poco.
…..
Elvira
Emilio me esperaba. La llamada que llevábamos esperando tanto tiempo llegó por fin esa mañana, en contra de lo que nos había dicho Santiago solo nos ofrecían una fecha para la reunión: el próximo lunes porque su agenda estaba completa. No tuvimos más opción que plegarnos y rogar porque encontrásemos billetes en el AVE con tan poco tiempo. Enseguida pensé en Elvira y la llamé en cuanto me quedé a solas.
—Supongo que a mediodía estaré libre, me las arreglaré para dejar a tu marido con mi socio.
—No creo que sea buena idea, se dará cuenta.
—Tengo más conocidos en Sevilla, no te creas tan importante. Podemos comer juntos, no sé qué plan tendré luego pero después me quedaré contigo hasta que termines de organizarte, y si quieres te subes conmigo a Madrid.
—¿Lo has hablado con Carmen?
—Me ha faltado tiempo para llamarte, ahora se lo diré, no te preocupes.
—No quiero causaros problemas, Mario.
—Si no hubiera surgido esta reunión ya había pensado ir a Sevilla. Y lo teníamos hablado, está al tanto de lo que pasa con Santiago. Pensaba proponerte este fin de semana, todo se ha precipitado.
Me sorprendió que no me hubiese puesto al tanto de su separación, llevaba dos semanas viviendo con una amiga, a veinte kilómetros de Sevilla. Tal vez no quiso involucrarme para que no diese el paso que estaba a punto de dar. No se lo reproché, ¿acaso tenía derecho a hacerlo? Lo entiendo, le dije, necesitas tu espacio, tu tiempo, yo en realidad acabo de aparecer después de tantos años, no conoces al Mario que soy ahora. Tampoco tú me conoces, dijo, los dos necesitamos tiempo, además está Carmen. Ella no es un obstáculo. Yo, no lo sé, solo tengo la imagen de la mujer que conocí entonces. Ya habrá tiempo para que os conozcáis.
No contestó, supongo que le pareció imposible hacerse amiga de la esposa de su primer amor, su rival, su enemiga en la juventud y ahora la mujer que compartía vida, amor y sexo con el hombre por el que ambas habían rivalizado. Debía de ser muy difícil para ella entenderlo. ¿Lo entendería Carmen a pesar de su evolución?, me pregunté. Elvira no era Graciela.
El tiempo se nos pasó sin darnos cuenta, ambos sabíamos que los días que pasásemos juntos serían cruciales para conocernos a fondo. Cuando colgué estaba profundamente ilusionado.
Llamé a Carmen.
Álvaro
Por la tarde volví a ver a Luca sin mucho ánimo, hubiera preferido refugiarme en los brazos de Mario, lo necesitaba pero quería cumplir mi compromiso. Además me había llamado para decirme que no aparcase, que la avisara al llegar. Así lo hice y no me hizo esperar. Lucía espléndida con uno de los modelos del lado izquierdo del armario. Intuí que me esperaba algo especial. Tira pa Chamartín, dijo a modo de saludo. ¿A dónde vamos?. Tú hazme caso, cuando llegues a la estación tuerce a la derecha. Conduje en silencio hasta desembocar en Alcalá pero no soy de dejarme manejar, al llegar al nudo de Ventas nos detuvo un semáforo y la miré, tenía un montón de preguntas.Vale, vamos a un hotel, ¿contenta?, he quedado con un amigo que te va a enseñar algunas cositas.
—¿Qué hotel?.
—¿Qué coño te importa?, un hotel donde se la sopla que dos tías pidan la llave de una habitación que no está a su nombre, ¿lo pillas?. Así vas practicando.
—No me gusta. ¿Y quién…?
—Joder qué pesadita te pones, ya lo sabrás cuando lleguemos. ¿Has traído lo que te dije?
A mediodía tuve que acercarme a casa, me había pedido que llevase algo especial aunque no terminaba de explicarse bien, ¿un tanga?. No exactamente, lo único que se me vino a la cabeza fueron los bikinis que me compró Mario el verano anterior en una web australiana; la idea le entusiasmó y también me dijo que llevara unos tacones muy altos, «los más altos que tengas». Escogí unos zapatos de vértigo —aunque no eran los más adecuados para el tiempo en el que estábamos— y los guardé en una bolsa, no pensaba volver a la clínica con ellos.
—Si, lo llevo todo ahí atrás.
Echó mano a las bolsas, los bikinis «le molaron» y decidió por mi el que me iba a poner. ¡Que te calles, coño!, soltó cuando volví a preguntarle qué íbamos a hacer en ese hotel y para qué me tenía que poner en bikini.
Aparqué justo enfrente; el trámite en recepción resultó menos violento de lo que esperaba, ya tenía asumida mi condición de puta y las miradas de los recepcionistas no hicieron sino excitarme. No era solo sexual, era la emoción de lanzarme al mundo a cara descubierta.
Tenemos una hora para prepararnos, hay que espabilar. Debí de poner tal cara de agobio que soltó una carcajada. No mujer, no lo vamos a recibir en tanga, no te asustes. Traía un pequeño neceser con todo lo necesario para cambiar nuestro aspecto; me puse en sus manos y el cambio fue radical, no me reconocía. Ahora si quiero ver qué tal te queda lo que has traído. Tuve un inesperado brote de pudor que contuve a tiempo y ambas nos desnudamos para probarnos la escasa ropa que en algún momento luciríamos ante la misteriosa visita. Luca había traído un tanga cubierto de pedrería y unos zapatos de tacón dorados, yo extendí sobre la cama los dos bikinis que había escogido, los más exiguos, y tomé uno. No, he dicho el otro. Obedecí y me lo puse, estaba sin estrenar, me volví hacia el espejo: apenas me cubría el pubis y dejaba al descubierto la totalidad de los glúteos; la levedad del tejido, a pesar de los tonos oscuros, insinuaba el trazo de la vulva. Acojonante, tía, estás de muerte, ponte los taconazos. Volví a mirarme, me impresionó la mujer que vi reflejada. Cuando vayamos a salir te daré un poco de color ahí, es que lo de los aros es un puntazo, nena. No dije nada, me dejaría maquillar los pezones si es lo que ella quería. Vamos a cambiarnos, no vaya a ser que se adelante. Estábamos desnudas y me miraba el pubis con descaro. ¿No te ha dicho nada Tomás de eso?. ¿Sobre qué?. ¿Qué va a ser?, tu coño tía, ¿todavía no te ha dicho que no le gustan los chochitos pelaos?. Me intimidaba cuando usaba ese tono tan descarnado. Si, ya lo sé. Me extrañaba que no te hubiera dicho nada, a Lauri la dejó sin trabajar por afeitárselo sin permiso. No contesté pero noté que no estaba satisfecha, quería saber si yo iba a ser la excepción. Le he prometido que me lo dejaré crecer, aprovecharé el verano. ¿Y a tu marido qué le vas a contar?. Me estaba hartando, no iba a dejarme en paz. A él le gusto de todas las formas. Claro, ¿y le vas a decir por qué lo haces o eso te lo callas?. Me agotó la paciencia, arrojé lo que tenía en las manos y fui a por ella. ¿Qué te piensas, que mi marido no sabe lo que hablo con Tomás?. Joder tía, eres la hostia.
Veinte minutos después llamaron a la puerta, Luca acudió a abrir.
—Con que esta es.
No sé por qué me estremecí. Ante mi tenía a un hombre de unos cincuenta años, grueso aunque no blando, demasiado bajo, uno sesenta, poco más, bien vestido, traje gris confeccionado a medida, corbata de rayas, zapatos impecables y manos cuidadas. Me llamaron la atención sus ojos de un azul intenso. Peinaba canas en un cabello abundante con unas profundas entradas. Su expresión afable no ocultaba la firmeza de carácter que imprimía a sus palabras. Aquella frase delataba que habían hablado de mí con anterioridad.
—Carmen, te presento a Don Álvaro Puente.
No se movió y tras una breve vacilación avancé hasta llegar a su altura y le tendí la mano.
—Encantada, Carmen Bauer.
Me examinó como si fuera mercancía, no era la primera vez pero me sentí desnuda.
—¿Así que tú eres la protegida de Rivas? Qué jodío Tomás.
Dejé caer la mano, lo último que vi antes de mirar al suelo fue la sonrisa burlona de ambos. Lo siguiente que sentí fue una mano en mi pubis que arrastró la ligera tela de la falda hacia dentro. Sofoqué un grito.
—Suéltame. —Seco, tajante. Solo entonces me di cuenta de que le estaba agarrando la muñeca. Lo solté y apretó la presa, temblé toda. —Eso es, ahora mírame.
Obedecí, me cohibía más la presencia de Luca que la brusca invasión de mi intimidad.
—Tenias razón, no termina de enterarse, sigue creyendo que es una señora decente. —dijo hablándole a ella aunque tenía los ojos clavados en los míos—. Eres una puta, a ver si conseguimos que te enteres hoy.
No lo vi venir, no sentí que la mano abandonase mi coño, solo sé que de repente noté que perdía el equilibrio, dejaba de ver, me pitaban los oídos y me ardía la cara, el estallido lo escuché más tarde, creo. Luca me sujetó.
—No me vuelvas a tratar como si fueras igual que yo, zorra.
—Pídele perdón, pídele perdón. —Me urgía al oído.
—Lo siento.
—¿Lo sientes?
Se volvió, yo me sujetaba a un sillón, lo vi acercarse, temí que volviera a pegarme y me encogí.
—Perdón.
—Así está mejor, buena chica. —dijo y me acarició el hombro.
Le ofreció un whisky. Hoy no preciosa, ponme algo más suave, el alcohol liga mal con la pastillita. ¿Una Coca?. Tónica mejor. Todo había vuelto a la normalidad, como si solo yo tuviera constancia de la agresión. Tuve que recomponerme y aceptar que eso estaba resuelto. Sonreí cuando lo hacía ella a cada ocurrencia de nuestro invitado y brindamos cuando lo propuso.
Poco después supe cuál era el fin de aquella velada. Luca me recogió con su brazo y resumió, una vez más y para que yo lo escuchara, lo que ya le debía de haber contado. Estaba formándome por encargo de Tomás, «y hoy te necesito», le dijo, «quiero enseñarle un truco que le va a hacer falta». Ya sé lo que quieres de mí, que bruja eres, pero estoy dispuesto a sacrificarme, y echaron unas risas, dejó la copa y colgó la chaqueta en el respaldo de una silla. Cuando quieras. Vamos, me dijo. Yo la seguí sin atreverme a preguntar, imaginaba lo que iba a suceder y estaba dispuesta, no entendía tanto misterio. Entramos en el dormitorio y Álvaro, Don Álvaro, sin cruzar palabra, comenzó a desnudarse, Luca me hizo una seña e hice lo mismo, ella permaneció vestida, él se tumbó y esperó a que yo terminara. Es preciosa, qué cuerpo, joder, y el detalle de los aros… seguro que ha sido cosa de Tomás. Entonces Luca me tomó de la mano y me llevó a su lado. Ahora ponte de rodillas, me susurró y entendí lo que debía hacer. Tenía una erección incompleta, la cogí y comencé a acariciarla, la besé, miré a Luca, necesitaba un preservativo, hizo un gesto con la mano pidiéndome calma, comencé a mamar despacio, trabajando el glande, viendo reaccionar el tallo, noté unos dedos que se hicieron con mi cráneo y me crispé, seguí lamiendo, tragando cada vez más, seguí masturbando con mi boca. ¡Dios!, profirió en plena agonía, estaba yendo demasiado rápido, sentí un latido y me retiré, entonces Luca ocupó mi lugar y se la estranguló con el índice y el pulgar por la base. Qué cabrona, le escuché decir. Mira, así cortas la corrida, ¿lo ves?. Lo vi, la verga perdió dureza y no eyaculó. Volví a atacar el glande, a tragar hasta el fondo y cuando sentí que lo tenía a punto la atrapé entre mis dedos, y me insultó pero no se corrió. Dos intentos después lo dejé derramarse sobre el vientre.
No me extraña que tu papaíto esté tan enganchado contigo, dijo mientras me acariciaba; me había hecho tenderme a su lado, Luca había desaparecido. Eres una auténtica joya, solo tienes que dejarte domar.
Domar, otra vez tenía que escuchar esa palabra. Esta vez no me rebelé, esta vez entendí que si quería llegar a mi destino debía obedecer y callar. Tomás me quería domada si es que quería hacer la cosas a su modo. De acuerdo, me dejaría domar.
—Vamos creo que estoy a punto, y si no lo estoy encárgate de ponerme, para eso estás aquí.
No lo estaba del todo pero su ansia al acariciarme y la mamada que empecé iban a conseguirlo. Luca me había pasado un condón mientras lo distraía entre besos y caricias, yo tenía la oportunidad de poner en práctica mis artes por primera vez, si cometía un error me arriesgaba a un nuevo castigo.
—Ya sabes cuál es mi problema, no tengo demasiado aguante. Quiero que esto dure mucho, a ver si has aprendido la lección de tu jefa, no me decepciones.
Me esmeré, tenia que hacer que no olvidase mi mamada y al mismo tiempo debía demorar el final con la pinza que me había enseñado a hacer mi compañera. Había aprendido bien la lección, Luca le ofrecía los pechos y yo bloqueaba su eyaculación. Me llamaba cabrona, se retorcía cada vez que le ahogaba el orgasmo, me amenazaba con cortarme el cuello. Hasta que la apartó de un empujón, me hizo ponerme de rodillas y me ensartó con una violencia que si no hubiera estado tan preparada me habría desgarrado. No duró mucho, cuatro golpes de cintura y descargó sujeto a mis caderas. «¡Hija de puta!», fue su forma de darme las gracias por todo lo que había hecho para demorar su pobre eyaculación. «De nada, miserable», pensé mientras le dejaba recuperar el aliento soportando su peso sobre mi espalda.
Nos anunció que iba a mear, nos miramos aguantándonos la risa y cuando volvió ocupamos nosotras el baño. Me felicitó, se la veía sincera. Después de asearnos salió, los escuché hablar. Había una sorpresa, debería tener un poco de paciencia. Si, una tónica le ayudaría a esperar, no te pases con las pastillas, le advirtió. Volvió con las bolsas y nos pusimos los tangas y los zapatos de tacón. Me arregló el maquillaje, acentuó la sombra de ojos y el rímel. No se había olvidado y me pintó de rojo los pezones. Mientras lo hacía clavó la mirada en mí. ¿Te estoy poniendo cachonda?. ¡Qué dices!, protesté. Joer, pues se te han puesto como los chupetes de mi niño, tía, a ver si vas a manchar el bikini antes de tiempo. Cállate y termina de una vez. Estábamos impresionantes, nos arreglamos el pelo y salimos. ¡La hostia puta!, exclamó, dejó la copa sobre la mesa y vino directo a por mi con el estoque apuntándome, si antes le sacaba la cabeza ahora me llegaba por debajo del hombro y mi presencia parecía causarle un efecto devastador, el hombre agresivo que me abofeteó a la llegada se había quedado pasmado mirándome, Luca me guiñó un ojo sonriendo y lo entendí todo: Yo representaba su fetiche. Y su talón de Aquiles, pensé. Lo tenía en mis manos, solo quedaba comprobarlo. Ven aquí, proferí con voz de mando y obedeció al instante, le atenacé las mejillas con una mano y lo miré. Lo tenía, vencido y desarmado. Tiré de su morro hasta dejarlo enterrado entre mis pechos y lo sujeté por el cogote para inmovilizarlo, Luca miraba asombrada, tanto como yo que no sabía qué fuerza dominaba mis actos. «Pide perdón por haberte atrevido a pegarme». Lo aparté y se apresuró a suplicar perdón y lo volví a hundir entre mis tetas. Luca seguía en shock, Álvaro por fin tomó algo de iniciativa, se agarró a mi cintura y comenzó a hociquear tratando de abarcar con la boca algo más que el pezón, pero la mujer que me poseía no se lo iba a permitir. Quieto, la escuché decir, ahora vas a pagar por lo que has hecho. Y lo obligué por los hombros a descender al suelo, allí de rodillas me miró anhelante. Separé un lado del bikini para descubrirme el sexo, no me pareció suficiente y subí un pie al sillón más cercano. Vamos, empieza. Y se puso a lamer como si le fuese la vida en ello, yo lo guiaba sujetándole la cabeza para que se sintiera más humillado y para que Luca me viera fuerte, porque en realidad apenas acertaba a darme placer. No me podía creer que fuera yo quien había tejido esa performance absurda pero me sentía ebria de poder, saturada de una euforia que me gustaba, me gustaba tanto como el placer que aquel inútil era incapaz de proporcionarme. ¡Qué locura! ¿Qué hacía con un perturbado a mis pies lamiéndome el coño mientras se masturbaba?. Porque se masturbaba, no entendía que teniéndome a mí se estuviera tocando. Aparta, le dije cuando comprendí que en el momento que eyaculase desaparecería el sumiso. Le dejé terminar su paja mirándome como si fuera una diosa.
Cayó agotado en la cama y se empeñó en tenerme a su lado. ¿Y Luca? Había desaparecido y no me gustaba la idea de que se quedase fuera del juego pero no tenía oportunidad de incluirla por ahora, me encontraba secuestrada bajo el brazo de Álvaro que entró en un profundo sopor del que me iba a costar escapar.
Media hora más tarde logré zafarme del pesado abrazo sin despertarlo. ¡Dios, creí que no me libraría!. Luca estaba sentada en el salón tomando un gin tonic. Se lo quité y di un largo trago. Me miró de arriba abajo. Qué buena estás, tía. Busqué una toalla y me senté a su lado. ¿No me irás a decir a estas alturas que te van las mujeres?, bromeé. Tragué saliva, hablaba en serio. Las mujeres no, solo tú. Y me besó, ¿qué podía hacer?, la verdad es que mientras me maquilló los pechos con la yema del dedo untada en carmín no me dejó indiferente y no lo pude ocultar, tanto que mi cuerpo reaccionó y me puse en evidencia. Otra vez volvió a adueñarse de lo que más parecía atraerle: mis pezones anillados, sin dejar de besarme los rozaba con ternura hasta hacerlos revivir. ¿Qué haces?, dije por decir algo. Por toda respuesta mordisqueó mi labio inferior, eso pareció encenderla, me atrajo y me besó con una pasión desmesurada, me dejé llevar, busqué a través del escote de la bata y encontré su pecho, mucho más grande, algo caído, más blando, sin embargo tan excitante que noté prepararse mi sexo para los dedos que reptaban por mi cadera y no tardarían en llegar al camino que mis muslos le habían abierto. Qué ganas te tenia, confesó con la voz ronca. Pues ya me tienes, respondí y la besé ofreciéndole mi cuerpo con un suave ritmo de cintura. Yo también quería darle placer y bajé hasta enredarme en la suave mata de vello, jugué con él, me mojé entre sus labios, seguí el mismo ritmo que marcaba en mi sexo, nos miramos a los ojos, reímos bajito, nos besamos, entramos en barrena y nos perdimos de vista.
Me despertó una tos bronca, moví varias veces a Luca y logré hacerla reaccionar justo antes de que Álvaro, Don Álvaro entrara al salón desperezándose. Nos miró extrañado. ¿Qué hacéis?. Nos hemos quedado dormidas, dije, estábamos charlando y… ¿En pelotas?. Fingí tiritar. Si, me he quedado fría, voy a por mi ropa. No corras tanto. Me atrapó al pasar y me dejé sobar dedicándole a Luca la faena, siguiendo el rumbo de sus ojos, mostrándome todo lo sucia que puedo ser cuando me lo propongo para que se quedara con ganas de mí. Aguanté un rato y como pude me liberé y fui a vestirme dejándola preparada para recibirlo. Les concedí su tiempo. ¿A qué tanto gemido, Luca?, imaginé que eran para mí.
Eran más de las dos de la madrugada y se empeñó en comer algo, compartimos arroz tres delicias, cerdo agridulce y no sé qué otros platos. Esperaba otra cosa, qué vulgar. Estaba listo para un nuevo asalto, o eso decía. Nos dispusimos a complacerlo pero no conseguíamos levantarle la moral. Luca me hizo una caricia al descuido y eso pareció excitarlo. Nos miramos, no necesitamos más. Le devolví el roce simulando que no era consciente y ella suspiró, hacíamos buen equipo, me dedicaba a repasar su lánguida polla y Luca vio la ocasión para besarme el culo. Sentí vibrar la moribunda verga del mirón en el mismo instante que mi pequeña entrada recibía un beso perdido, gemí, o grité y me ofrecí como si me fuera a empalar pero no se aventuró a explorar ese camino, mala suerte. Lo habíamos resucitado y decidí darle un espectáculo completo, me erguí y la busqué, emparejamos nuestros pechos y sellamos nuestras bocas, por el rabillo del ojo lo vi menearse despacio con cara de bobo. Bajé a buscar entre las piernas de Luca y le arranqué un profundo suspiro, no me bastaba, quería oírla morir de placer, poco después se derretía en mis brazos. Para, para, me suplicó bajito al oído, ni de coña iba a dejarla a medias, y se rompió entre estertores de puro placer mientras nuestro voyeur aceleraba la paja. No podía dejar que acabara solo. Condón, pedí y regresó con uno en cada mano, lo iba a ocultar en la boca pero ya estaba ella en posición y lo solté, subí a horcajadas y le presenté mi tesoro a su rostro, estaba aturdido, tendría que hacerlo yo todo, descendí y comencé a navegar sobre su cara, se agarró desesperado a mi culo; la lengua era un escollo erguido que debía vencer en cada pasada, sus ojos desorbitados mirándome como si fuera una aparición celestial y mi danza, llevándome al paroxismo, le inundó el rostro sin que hiciera el menor intento de retirarse. Bebe, bebe, exigí al saberme otra vez dominante. Cerró los ojos, más abajo debían de estar llevándole al clímax y le di espacio para respirar, no pensaba retirarme, aún no, quería ver su agonía desde mi perspectiva. Cuando acabó se agarró a mis muslos y no dejó de mirarme. ¿Qué pensaría? Fui yo la que rompió ese instante y descabalgué, ella seguía a los pies esperando.
Faltaba poco para que dieran las cuatro cuando terminamos de arreglarnos, nos habíamos duchado por turnos, él insistió en hacerlo conmigo pero me mantuve inflexible. Quería que nos quedásemos a desayunar pero yo tenía otros planes, quería llegar pronto a casa. Su actitud era bien diferente a la que mostró al llegar. «El domador domado», diría Luca cuando salimos del hotel. Antes, nos dijo que estaba muy satisfecho de la velada e hizo algo con lo que no contábamos: sacó el billetero y nos ofreció treinta mil pesetas, a ninguna en concreto. Luca hizo intención de aceptar pero la detuve. ¿Qué se supone que es esto?. No esperaba mi reacción. ¿Qué va a ser?, un detalle por vuestra atención, chicas. Conoces nuestras tarifas, Álvaro, esto no es un detalle, es un insulto. Se interpuso en mi camino y me sujetó del brazo, me estaba haciendo daño. Nadie me desprecia un obsequio. ¿Y qué vas a hacer, volver a pegarme?. Apenas duró unos segundos, a continuación me soltó. ¡A la mierda!. No creo que al señor Rivas le guste cómo nos estás tratando. Se volvió airado. Ya te he pedido perdón por lo de antes, y esto… quería tener un detalle con vosotras. Sonreí mostrando lo que pensaba de su generosidad. Me cago en… Esperad aquí, dijo temblando de ira y salió de la suite. Que huevos tienes, dijo Luca, ¿a dónde habrá ido?. Supongo que al cajero del hotel, dije. Diez minutos más tarde volvió a entrar. Setenta y cinco, ¿está bien?. No iba a discutir, lo acepté sin contarlo.
Nos volveremos a ver, dijo cuando nos íbamos, se había calmado, solo se acordaba de los buenos momentos que había pasado con nosotras. Se despidió primero de Luca, luego se acercó a mí, le imponía mi altura, también le excitaba. Eres… ¿Qué soy?, a ver qué vas a decir. Cuando apareciste con el tanga y tan maquillada parecías una drag queen, tan alta, con esos pechitos... Me eché a reír, qué pueril. No sé si darte las gracias o mandarte a paseo, le respondí. Entonces me cogió el pubis, no cómo lo hizo al llegar, lo sentí más delicado, como si cogiera una fruta, y enmudecí. Solo te falta más paquete. ¿Una drag queen?, estás loco, exclamé con mucha pluma y forzando el registro más grave que pude sacar de mi garganta, y rompimos a reír los tres.
Luca se vino conmigo, no me dijo por qué no se quiso quedar a solas con él, a esas horas de la madrugada el único lugar que se nos ocurrió para tomarnos un café era la estación de Chamartín y allí nos fuimos. Sacamos dos cafés de una máquina y un banco de la estación, apartadas de los viajeros somnolientos, nos sirvió para disfrutar de aquel café asqueroso, repartir las ganancias de la noche y concedernos diez minutos de tranquilidad. Luego recogimos el coche y la llevé a casa. Eres la hostia, dijo cuando llevábamos más de diez minutos rodando, ¿cómo has tenido huevos para ponerlo de rodillas y plantarle tu santo coño en todo el morro?. No podía explicarle que lo vi en su cara, que supe de su fetiche en ese mismo instante. Arriesgué, si, pero no tanto, jugué sobre seguro; en lugar de eso le conté algo que pudiera entender y no me hiciera aparecer superior a ella. Tampoco le dije que no me reconocía en la mujer que había habitado mi cuerpo durante esas horas. Lo has tenido comiendo de tu mano toda la noche, eres cojonuda. Estaba excitada, el resto del camino se dedicó a hacer planes. Ya verás, te has hecho un cliente fijo, éste te va a estar llamando todas las semanas. No le llevé la contraria, no era ese mi plan. Además, no me fiaba de Álvaro.
…..
No eran las seis cuando estaba aparcando en casa. Abrí el maletero y dejé las bolsas con los zapatos y los tangas, las subiría en otro momento. Estaba agotada, la imagen que vi en el espejo del ascensor mostraba las huellas de tantas horas sin descansar. Entré en casa procurando no hacer ruido. Por el pasillo vi iluminarse la alcoba.
—Qué temprano llegas. —me acerqué y nos besamos.
—Lo siento, no quería despertarte.
—¿Qué tal?
—Bah, poca cosa, yo creo que ya hemos terminado. —Se quedó en silencio, esperando que le contase más—. Voy a ducharme, duérmete, aún es pronto.
El agua tibia me vino bien. Necesitaba un café muy cargado. Mario seguía con la luz encendida. Me invadió una molesta sensación de incomodidad, lo último que necesitaba era uno de sus interrogatorios.
—Voy a hacer café, ¿quieres?
—Claro, enseguida voy.
«Claro, enseguida vienes a preguntarme».
Tenía el café preparado y las tostadas haciéndose cuando lo pensé. No aguantaría toda una jornada sin haber pegado ojo. Mario debía de estar en la ducha, me apresuré a comprobarlo. Así era, el chorro sonaba a toda potencia. Entré en la alcoba, abrí el cajón de la coqueta donde guardaba el estuche plateado y sin perder tiempo lo metí en el bolso y volví a la cocina. Solo hoy, me dije a mí misma; lo necesitaba, no soportaría tantas horas sin una ayuda.
Mario también se fijó en mí aspecto.
—No tienes buena cara, ¿has dormido bien?
—No he dormido mucho, no.
¿Qué más esperaba escuchar?. ¿Y yo, qué podía añadir?. Aquel breve pero tenso silencio creó una distancia intangible que ambos sentimos crecer y no hicimos por evitar. El desayuno continuó como si nada hubiera sucedido, como si no hubiera pasado la noche fuera de casa, y respiré aliviada en vez de preocuparme. Hablamos de cosas, de la llamada de la Junta, del viaje a Sevilla el lunes. No hice alusión a Elvira, otro silencio que ninguno supimos sortear. Tenía la sensación de caminar sobre un campo de minas.
Recogimos el desayuno y al volver a la alcoba decidí ponerme las bragas de Luca para ir a trabajar, recién cogidas de la cuerda del tendedero, bajo la mirada silenciosa de Mario. No sé por qué lo hice, me las puse sin apurarme, quería que supiese que no iba a ceder en mi empeño. No habíamos vuelto a hablar sobre las bragas, según Mario estaba entrando en un proceso de alienación. «Eres otra, no te das cuenta de que dejas de ser tú cuando accedes a alterar tu personalidad, cuando te vistes como ella y te sometes a ese proceso de reeducación». Seguía sin entender que la alienación se produce si no eres consciente de lo que sucede. En cambio yo dirigía mi proceso, controlaba cada paso que daba y las pruebas por las que me hacía pasar Luca. No había sometimiento, seguía siendo la dueña de mis actos. Nunca cómo esta noche lo había sido.
En recuerdo de J.J y P.
Sin despedidas, sin compañía. No imaginamos cómo habrá sido.
Vosotros, como nosotros, afrontabais la nada.
Teníais la serenidad de no esperar nada al otro lado porque no hay otro lado.
Ojalá os hayan respetado esa paz.
Cuidaremos de las personas queridas que dejáis.
Seguiréis en nuestra memoria.