Diario de un Consentidor 129 Mi vida con Luca

Con otra mirada

Capítulo 129

Mi vida con Luca

«Así que vas en serio?»

«A estas alturas deberías saberlo, siempre que me meto en algo voy en serio.»

«Eso ya lo sé, pensaba que con lo que ya has pasado y alguna otra experiencia más te bastaría para evaluar tu experimento.»

«Estás deseando que lo deje. Pareces el típico padre angustiado por las primeras salidas nocturnas de su hija; lo tolera, hace como que está de acuerdo pero si pudiera la mantendría en casita a buen recaudo.»

«¿Así es como me ves, cómo un padre temeroso?»

Fue lo último que nos dijimos, si le hubiera respondido nos habríamos hecho un daño innecesario; menos mal que no suelo dejarme llevar por el primer impulso. Pero se dio cuenta, es inevitable, nos conocemos demasiado bien. Hoy apenas hemos hablado durante el desayuno, qué pena.

Me desconciertan estos cambios de humor. Si lo que sucedió el viernes hubiese sido más… convencional, suponiendo que cobrar por tener sexo se pueda definir de ese modo, anoche habría reaccionado de otra manera. Sigue afectado por lo que me hizo Javier y no lo culpo. Tenemos que volver a hablarlo.

—Vaya, me has leído el pensamiento, iba a llamarte en cuanto llegase.

—Estupendo porque tengo una noticia que darte.

—Ah, hola Tomás, buenos días; creí que eras mi marido.

—Buenos días, ya lo supuse. Tengo algo que te va a alegrar el día; te invito a desayunar.

—No puedo, estoy en mitad de un atasco y voy muy justa de tiempo, ya sabes cómo están las cosas en el gabinete.

—Lo sé y de eso se trata. No nos llevará mucho, yo también ando ocupado pero conviene que estés enterada cuanto antes, créeme.

Quedamos cerca de Moncloa, no quiso darme más detalles. Cuando llegué a la cafetería ya estaba allí.

—Bueno, ¿qué es eso tan importante que querías contarme?

—No me gusta lo que ese tipejo está haciendo contigo, esas maneras de hacerse con el control de las empresas lo he vivido muchas veces, y me pregunté: ¿quién será ese elemento? He movido un poco mis contactos y ¡voilá! —exclamó llamando mi atención hacia la carpeta que había dejado sobre la mesa.

—¿Voilá?

—Tu querido jefe… —Se detuvo durante el tiempo que tardaron en ocupar la mesa cercana.

—El doctor Solís, ¿y?

—Te equivocas —continuó, bajando el tono—. Nada de doctor. José Solís, a secas.

—¿De qué me estás hablando?

—Tu jefe nunca llegó a terminar el doctorado.

—¿Cómo dices?

—Lo que has oído; cursó el primer año es cierto, luego se matriculó de segundo pero lo pasó fuera de España: Nueva York, Londres y más tarde Argentina, volvió y se dedicó a montar clínicas y a generar negocio, es en esa época cuando empieza a utilizar el título de doctor aunque no consta que terminara los estudios y desde luego nunca llegó a presentar la tesis ni por supuesto la defendió; aquí tienes toda la documentación que acredita lo que te estoy contando. —dijo deslizando hacia mí la carpeta. La abrí; en ella aparecían varios documentos oficiales de la facultad en la que estuvo matriculado y un informe donde se detallaba la investigación que a petición de Don Tomás Rivas había llevado a cabo la agencia Lanza asociados en la que se concluía que Don José Solís Iriarte no poseía el título de doctor en psicología, adjuntaban abundantes documentos, artículos y recortes de prensa en los que hacía uso del titulo. No supe reaccionar, esto significaba…

—Lo tienes en tus manos. No sé qué coño está haciendo este tipo pero le puedes hundir la vida;  si este material cae en la redacción de cualquier periódico se acabó su carrera.

—No tengo intención de hacer tal cosa, solo quiero que nos deje en paz, a Andrés, al gabinete y a mí.

—Pues lo tienes fácil. Y por favor, evita sacar a relucir el informe donde se me menciona.

—Quédatelo, no lo necesito.

Nos despedimos sin hacer ninguna mención al resto de los asuntos que nos afectaban. Allí solo éramos los dos amigos que siempre habíamos sido.

…..

—¿Qué te parece?

Terminé de ojear los últimos documentos que lo implicaban en un fraude, cerré la carpeta y se la devolví. Aquella información era una bomba que lo cambiaba todo.

—¿Cuándo vas a hablar con Andrés?

—Esa es la cuestión, no sé si contárselo.

El camarero se acercó por tercera vez algo impaciente, y optamos por pedir el menú.

—No lo entiendo, tienes el arma para quitaros de encima a Solís, ¿qué tienes que pensar?

—¿Cómo le explico de dónde he obtenido toda esta información? ¿qué va a pensar de mí? He estado dándole vueltas toda la mañana. Mejor la utilizo para frenarlo y que me deje en paz, puedo llegar a un acuerdo con él y que respete mi terreno a cambio de mi silencio.

—No Carmen, no sabes con quien te enfrentas; tarde o temprano encontrará la manera de hacerte daño; además no vas a evitar que siga poniendo patas arriba el proyecto de Andrés.

—Sí, si sabe que tengo esta baza en mi poder;  ya me las arreglaré para jugarla a mi favor.

—Te estás equivocando. Puedes decir que he sido yo quien lo he investigado, vuelca en mí la responsabilidad.

—No sé, déjame que lo piense. Oye, sobre lo de anoche: tenemos que hablar.

—Si, ¿cuándo?

—Mañana por la mañana, desayunamos sin prisa y hablamos ¿te parece?

—Ah claro, porque tú esta noche… Ya, ya sé.  Siento lo de ayer.

—Yo también.

Estuve dudando todo el día; no sabía si sería ella la que tomaría la iniciativa o debía ser yo, la alumna, quien tenía que hacerlo. Sobre la cinco de la tarde marqué su número pero comunicaba y le dejé un mensaje; poco después me devolvió la llamada.

—Hola, estaba haciendo compra, no sé qué te gusta y he cogido algunas cosas para la cena.

—No tenías que haberte molestado. Te llamaba para ver dónde quedamos.

A las seis y media salí del gabinete y conduje hasta la Plaza de Toros, llegué sin muchos problemas a Quintana, dos calles más abajo de la boca de metro torcí a la derecha y localicé la autoescuela que me había dicho; allí la vi.

—¿Te ha costado encontrarlo? —me preguntó al montarse.

—Menos de lo que esperaba. —bromeé.

—No estás acostumbrada a moverte por estos barrios, ¿eh?

—No es eso, es que me oriento fatal.

Seguí sus indicaciones y llegamos a nuestro destino, una calle estrecha con un solo carril habilitado para aparcar y en el que milagrosamente encontramos un hueco.

—Bueno, bienvenida a mi mundo.

—No te creas, no es tan diferente al mío.

—Ya me lo dirás cuando nos movamos un poco estos días, ahora vamos a casa, quiero que conozcas a Pablito.

Me había preparado a conciencia para mí inmersión en una nueva vida; atrás quedaron los modelos de boutique, pensé que unos jeans y una cazadora me alejarían de la imagen de niña pija que se había hecho de mi, sin embargo allí, en aquel estrecho ascensor me di cuenta de que algo fallaba, incluso con esa indumentaria yo no encajaba y seguía sin saber qué era lo que desentonaba.

Pablo, un precioso muñeco de dos años me recibió con una inmensa sonrisa y se agarró a mis piernas, no pude por menos que cogerlo en brazos y aspirar el aroma a Nenuco que me recordó a mis sobrinos. No me abandonó mientras su madre hablaba con la cuidadora y más tarde me enseñaba la que sería mi habitación y el resto de la casa. Un único baño para todos; me horrorizó.

—Podemos organizarnos, como tú saldrás la primera tienes prioridad.

—No Luca, sin privilegios, ya oíste a Tomás.

—No me jodas, estoy acostumbrada a organizar turnos desde que vivía en casa de mis padres y ahora, con mi hermano aquí, ni te imaginas.

En ese instante, como si lo hubiésemos invocado se abrió la puerta de la calle.

—Mira, si antes lo decimos… Este es Paco, mi hermano. Carmen, la que te ha quitado el cuarto.

Se le fueron los ojos durante unos segundos en los que me recorrió sin ningún pudor. Por fin me miró a la cara: un sinvergüenza de barrio, un macarra con pinta de pillo que todavía conservaba algo del frescor de la adolescencia pero que andaba ya rondando la treintena.

—¿Con que tú eres Carmen?

—Siento haberte sacado de tu habitación.

—Pues eso lo arreglamos ya mismo. —dijo mirándome directamente al pecho y esbozando una sonrisa traviesa; no resultaba molesto el muy caradura. Le devolví la sonrisa.

—Sigue soñando.

—¿Puedo entrar en mi antiguo cuarto para coger un par de cosas que se me olvidaron?

—Aprovecha —dije—, es la última vez que te asomas hasta que me vaya.

—¡Uh, qué carácter!

—Eso, eso —me jaleó su hermana antes de salir hacia la cocina—. Estoy muerta de sed, ¿quieres algo?

Acepté una coca cola mientras veíamos jugar a Pablo con unos peluches que siempre acababan a nuestros pies. Se veía feliz con su hijo, por un tiempo nos olvidamos del motivo que nos había unido y fuimos dos mujeres disfrutando de la inocencia de un bebé, charlando de lo rápido que crecen, de lo bien que dormía, de la ayuda que le estaba dando su hermano ahora que no tenía a nadie más.

Debió de parecerle demasiada intimidad, apenas me conocía y tenía una misión que cumplir.

—Bueno, se acabó el recreo. ¡Paco, hazte cargo de tu sobrino, nosotras tenemos cosas que hacer! Gracias, Rosa.

Paco apareció y sin decir palabra se tiró al suelo y se puso a jugar con el chaval, Luca despidió a la vecina que había cuidado al niño y nos fuimos a su habitación, más amplia que la mía. Una cama de matrimonio arrimada a la pared dejaba hueco para la cuna y un escritorio donde tenía un viejo ordenador, una lámpara y una cajonera. El resto del espacio lo ocupaba un armario de doble cuerpo con puertas de espejo y una pequeña cómoda. Se sentó en la cama y me invitó a acompañarla.

—Bueno, ¿qué te parece? Nada que ver con tu casa ¿eh?. Esto es lo que hay, Tomás me ha pedido que te trate como si fueras mi hermana, nada de privilegios, harás las mismas cosas que yo, nos repartiremos las tareas de casa y después empezaremos con tu entrenamiento.

—Por mi estoy de acuerdo.

—A ver que has traído en la maleta.

Fui a mi cuarto a por la trolley, la subí a la cama y esparcí el contenido sobre la colcha. Luca comenzó a inspeccionar cada prenda; había escogido varias faldas sencillas, algunas blusas y un par de jerséis y ropa interior para cubrir las necesidades de unos cinco o seis días. Enseguida comprendí que no estaba satisfecha con mi elección.

—Todo esto está muy bien para pasear por tu barrio pero ya puedes ir guardándolo otra vez.

—¿Qué le pasa?

Se levantó y fue hasta el armario, abrió una de las puertas y a una señal me acerqué.

—¿Qué ves?

No quise responder, la ropa que colgaba de las perchas era tan diferente a mi gusto que hubiera sido imposible contestarle sin ofenderla; abrió un cajón y sacó un par de suéters, ni de lejos se me habría ocurrido comprármelos.

—Ya estás guardando todo, mañana nos vamos de compras. Y tus braguitas y sujetadores también vuelven a casa.

—¡Luca!

—No protestes. A lo mejor todavía llegamos a tiempo de hacer algunas compras, venga, mueve el culo.

Cuando salimos de la última tienda, cerca de Pueblo Nuevo, llevaba unos aros en las orejas, la ropa con la que había ido a trabajar reposaba en el fondo de una bolsa y lucía una falda bastante corta de color indefinido con un cinturón rojo y una blusa sin mangas embutida por dentro de la cintura, mis carísimos zapatos habían sido sustituidos por unas sandalias de material con plataforma, todo sin marca conocida, y en total me había gastado cuatro duros. Eso si: con mi altura, la blusa ajustada y las plataformas iba dando la nota. Justo lo que ella buscaba.

—Vamos a tomar unas cañas y conoces a mi gente.

Estaba aterrorizada, no desentonaba pero le sacaba la cabeza y era consciente de que me miraban a mí y no a ella. El bar olía a fritos, había demasiado ruido y nos costó hacernos un hueco para pasar al fondo, nos dijeron de todo y ella respondió con una sonrisa, sin amilanarse, «¿Quién es tu amiga?, ¡qué escondida la tenías!».

Conseguimos dos banquetas altas; no le preocupaba enseñar muslo, yo vacilé y se quedó mirándome, me ponía a prueba estaba segura, me senté y subí un pie al estribo, la estrecha falda se deslizó, no quise mirar, tenía que pasar el trago y adaptarme. Pidió unas cañas y el camarero le preguntó por mí sin dejar de mirarme con cara de lobo hambriento. Tenía que reaccionar, no podía mantenerme callada porque todo esto pasaría por el filtro de Tomás. Le sonreí: «Somos viejas amigas, estoy pasando unos días en su casa». Poco después se acercaron dos hombres con aspecto de mecánicos, uno de ellos le pasó la mano por la cintura y le  dio un par de besos, se presentó y siguió el mismo ritual, me sobó la cintura hasta cogerme por la cadera y me plantó un par de besos, se arrimó a la barra para pedir unas cañas con lo que aprovechó para pegarse a mi pecho, olía a sudor y a tabaco; el otro le dijo algo al oído y le dio un beso en la boca que me recordó la foto del soldado y la enfermera de Eisenstaedt. El que me tenía agarrada se llamaba Chema y me preguntó, mientras bajaba la mano al culo,  si iba a estar mucho tiempo; No sé, le respondí, dos o tres días, puede que algo más; se acercó a mi oído para hacerse escuchar por encima de la tragaperras que había empezado a vomitar monedas: «Entonces podemos quedar una noche de estas y te invito a lo que quieras», y terminó comiéndome la oreja. ¿Tú siempre vas tan rápido?, le dije separándome un poco y devolviendo la mano que tenía en el culo a la cintura. Tranquilo Chema, la escuché decir, creo que estaba satisfecha, no me dejaba avasallar pero tampoco daba la imagen de estar asustada. Tomamos otras cañas, probé unas olivas machacadas, me inventé una vida como recepcionista en una empresa de artes gráficas porque no dejaba de preguntar; Luca me seguía con evidentes muestras de aprobación, las manos de Chema trataban de ir a más y yo conseguía llevarlas a menos sin hacerle sentir mal, al contrario, cada vez estaba más enganchado a mi, con el deseo desatado y pensando en la manera de que al día siguiente esto tuviera continuación.

Volvimos, si o si, porque Pablito tenía que cenar y a mí me pareció que venían a salvarme. Por el camino no escuché halagos pero conozco lo suficiente a las personas para entender los silencios y los gestos.

Al llegar se me echó a las piernas, es increíble cómo los niños se encariñan tan pronto. Me prestó un pijama corto de verano y unas chanclas de goma; yo, siempre tan previsora, había olvidado guardar ropa de estar por casa. Me sobraban dos tallas. «Mejor, que si no se emociona», dijo en clara alusión a su hermano. Nos volcamos en el crío, mientras le daba la cena pude ver otra vida, la familia, su hermano ejerciendo de tío y ella convertida en madre tierna y amorosa.

Lo llevó a dormir y me quedé con Paco en el sofá frente al televisor, supongo que la escena que habíamos vivido con el niño lo había serenado, ya no era el mismo que me recibió al llegar, notaba que me miraba de reojo, el deseo seguía intacto pero era diferente, más contenido; tenía la impresión de que quería preguntar algo sin embargo permanecía mudo mirando la pantalla. No sabía qué le había contado su hermana, necesitaba situarme.

—¿Qué sabes de mi?

—¿Yo? pues…

—Si, algo te habrá contado.

Apartó los ojos, ¿resulta tan difícil aguantarme la mirada?

—Pues que eres psicóloga, que estás casada…

—¿Qué más?, ¡venga hombre!

—Que quieres ser puta —dijo levantando el mentón como si lanzase algo más que palabras. Nos quedamos mirando hasta que lo vi vacilar.

—Quiero aprender a serlo, porque en el estreno la he fastidiado. La he cagado —corregí y le provoqué una sonrisa—. No es lo que piensas, para ser buena se necesita algo más que follar de puta madre, en eso no necesito lecciones. —Había recuperado el papel que ensayé con el taxista y lo estaba bordando—. ¿Y Tomás, has oído hablar de él?, ha estado a punto de mandarme a la mierda. —continué al ver que sabía de quien hablaba—. He logrado que me de otra oportunidad y la condición que ha puesto es que tu hermana me enseñe esos trucos que no domino. ¿Qué, qué te parece?

Lo estaba abrumando, me dieron ganas de ponerle dos dedos en la barbilla y cerrarle la boca pero naturalmente no lo hice, en su lugar pensé algo que suavizase la tensión. No tuve ocasión, apareció Luca con los ojos guiñados por la luz.

—¿Tú hermano sabe a lo que te dedicas?

Estábamos en la cocina empanando unos filetes de pollo; dejó lo que hacía y me miró, debió de parecerle una obviedad.

—¿Tú te crees que podría habérselo ocultado? ¿De dónde más puede salir el dinero para mantener esta casa? ¿Y las llamadas? dime, ¿qué le digo de ese que llama a cualquier hora y me hace salir incluso en sábado?.  Nah, decidí contárselo en cuanto vi que tenía toda la pinta de ser algo que iba a durar.

—¿Y cómo lo lleva?

—¿Y tu marido, cómo lleva lo tuyo?

Entendí que no estaba allí para meterme en su vida; tras un corto silencio me pidió que descolgara la ropa del tendedero mientras ella se encargaba de freír el pollo, cosa que agradecí, así evitaba que el humo me impregnara hasta el pelo. Me asomé a la ventana que daba al patio y comencé a destender siguiendo sus instrucciones: las pinzas al cestillo, la ropa, doblada, a un barreño que estaba sobre la lavadora. El patio me mostró un micromundo desconocido, sonidos de cocinas en ebullición, conversaciones a voces, músicas coreadas por inmigrantes nostálgicos, algún conato de riña doméstica que a veces se amplificaba y sobresalía sobre todo lo demás. Y olores que se entremezclaban unos con otros hasta crear una atmósfera asfixiante.

—¿Dónde te lo dejo?

—Llévalo a mi cuarto. Ten cuidado, no lo vayas a despertar.

Pasé por el comedor y un par de ojos hambrientos me siguieron hasta que desaparecí. No me preocupaba.

Encendí la luz del pasillo, dejé la ropa sobre la cama y me quedé un buen rato en la penumbra vigilando el sueño del bebé. Volví al salón, Paco había puesto el mantel y sacaba los cubiertos del mueble.

—¿Te ayudo?

—Trae los vasos y la jarra del agua.

Cenamos viendo un concurso, charlando de cosas intrascendentes y dejándome comer por los ojos de Paco; Luca lo observaba todo pero no hizo intención de intervenir. Recogimos la mesa y lo llamó a la cocina, estuvieron hablando a puerta cerrada, lo escuché levantar la voz y lo hizo callar, volvieron y me dijo que nos fuéramos a mi cuarto. Paco estaba serio y no respondió cuando le di las buenas noches.

—Mi hermano es un buen tío pero no le des demasiadas confianzas.

—Supongo que sabe para lo que estoy aquí.

—Ya te has encargado tú de decírselo por si acaso no lo sabía.

—Bueno, quería hacerme una idea…

—Pues ahora que ya la tienes déjale en paz.

—Oye, no tengo ninguna intención con él.

—Mucho mejor.

—No sé qué te piensas de mi, no voy por ahí follándome a todo el que se me pone por delante.

—No pienso nada, solo te digo que mi hermano está fuera de esto.

—Ya me lo has dicho, joder; estás haciendo conmigo lo que no quieres que te hagan a ti en cuanto saben a lo que te dedicas: apartarte por si te tiras al marido, al novio o al hermano de la mujer que se acaba de enterar que eres una puta.

—Joder, tienes razón, no sé qué me pasa, lo siento.

—Yo también lo siento, no debí decirle nada sin hablarlo antes contigo.

Superamos el bache, Luca tenía mejor fondo del que al principio había pensado; la veía un poco perdida, el encargo que le había encomendado Tomás le venía grande y ahora, pasadas la primeras horas, se había quedado sin guión y me vi en la necesidad de ayudarla sin que ella lo notara. Necesitaba fumar pero había un bebé y me tragué las ganas. Volví a lo que habíamos vivido en el bar, era un buen tema para analizar. Si, sonrió y se agarró a eso para valorar mi conducta con Chema el mecánico, ahí recuperó la seguridad y desgranó con profesionalidad cómo me había visto, lo que hice bien y aquello en lo que estuve menos acertada; yo presté toda mi atención tratando de aprender de su experiencia; qué gestos le parecieron «estirados, tía, de pija», qué frases no le gustaron; entonces me sugería lo que ella habría dicho en mi lugar, «venga, prueba a decirlo», y me hacía repetirlo porque, decía, no te creo. «Le moló» la forma en que me libré de esa mano que se había pegado a mi culo, «sin hacerte la estrecha y sin cabrearlo; mandando, como debe ser». Mi culo, mis reglas, dije yo y nos partimos de risa.

—¿Echamos uno? —preguntó sacando un paquete de tabaco del bolsillo del pantalón,.

—Pensé que no fumabas en casa, por Pablo.

Se encogió de hombros restándole importancia, abrió la ventana y nos acodamos en el alféizar, llevaba toda la noche deseando aquella calada y me supo a gloria.

—¿Qué tal lo llevas?

—Mejor de lo que había imaginado, ¿y tú, qué tal me ves?

—Te veo con ganas, creo que nos entendemos.

Dimos un par de caladas en silencio, había algo que me rondaba la cabeza.

—¿Sabes? Me esperaba tu vida de otra manera, no sé, teniendo en cuenta las tarifas con las que juega Tomás…

—Te parece que vivo en un zulo, ¿no?

—No he querido decir eso.

—Ya, te he entendido de sobra. Oye tía, te estás montado una película, Tomás no tiene una casa de putas, ¿qué te has creído?, un día trabajo y me puedo pasar dos semanas días sin volver a saber nada de él. Nos llama cuando nos necesita y joder, claro que paga bien pero no me asegura que tenga más de un par de servicios al mes y eso con suerte, ¿me sigues? A veces solo le acompaño en una salida por la que no paga lo mismo, no te creas. Esto es lo que hay, yo no hago como Lauri, que se ha buscado un contacto cojonudo para tener más clientes.

—Perdona, no quise ofenderte.

—¿Te crees que me vas a ofender por eso? Estaría apañada. Mira, prefiero vivir así y no complicarme la vida, no sé si me explico.

—Creo que si, Tomás es una buena persona, no creo que merezca la pena meterse en líos por ganar más dinero.

Me dio la razón con un gesto seco al tiempo que daba una calada, terminamos de fumar en silencio mirando a los dos o tres solitarios que sacaban al perro a lo que algún día había sido un pequeño parque con césped. Poco más hablamos, yo tenía que madrugar mucho para pasar por casa y recuperar mi identidad antes de ir a trabajar, se despidió y esperé a que la casa estuviera en silencio para pasar al baño; el pestillo, cubierto por varias manos de pintura, no tenía ninguna utilidad, me resigné a confiar en la dura charla que ambos hermanos habían mantenido.

Era casi la una cuando me acosté. Cuánto extrañaba mi cama, qué estrecha me parecía y qué agobio me causaba tener una pared pegada a mi costado.

«¿Estás despierto?»

«Te estaba esperando»

«¿Qué haces, lees?»

«Lo intento»

«Te echo de menos»

«Y yo a ti»

Nos quedamos en silencio, quería decirle que me sentía mal por la forma en que nos hablamos la noche anterior.

«¿Qué tal te va con el cursillo?»

«Poca cosa, nos estamos conociendo; hemos salido por el barrio, de compras, me ha elegido ropa ya verás, hemos estado de cañas con su gente»

«¿Y qué tal?»

Quería más detalles, saber si habíamos hecho algo aunque no lo decía.

«Me ha vestido de una manera que no me reconocerías»

«¿No?»

Tenía tanto que contarle, pero no podía hacerlo por sms; lo que había sucedido en el bar no se entendería en cuatro líneas.

«Tiene un niño de dos años que es un cielo. He estado haciendo la cena y recogiendo la colada»

«¿Eso forma parte del curso?»

«No sé, puede»

«¿Qué más has hecho?»

Lo notaba impaciente por saber otras cosas. Cedí.

«En el bar me han intentado meter mano, tenías que ver como iba vestida, pero me he manejado muy bien según dice Luca»

No contesta, ¿por qué no contesta?

«¿Y eso qué significa, te has dejado o no?»

«Lo he controlado, sin parecer ñoña y sin ahuyentarlo»

Tarda. No sé si debería haberle contado eso.

«¿Algo más?»

«¿Qué te pasa?»

«Nada»

«Oye: siento como terminamos anoche, estábamos los dos muy nerviosos»

«Yo también, a veces digo cosas que no quiero decir»

«¿Sigue en pie lo de mañana?»

«¿Desayuno y charla?»

«¡Eso!»

«Si, claro que si»

«Te quiero, te quiero muchísimo»

«Y yo a ti, no sabes cuánto»

«Lo sé amor, lo sé»

Dejé el móvil, tenía tantas cosas que contarle. Cerré los ojos.

…..

—¡Mami, mami!

—Ya, ya pasó, ven conmigo.

…..

Diez minutos antes de que sonase la alarma del móvil me desperté. Las seis menos cuarto.  Me levanté procurando no hacer ruido y salí hacia el baño; la falta de un pestillo me mantenía en tensión, oriné en estado de alerta y volví a la habitación, ya me arreglaría en casa.

—¿Ya te vas tan temprano? —Una Luca somnolienta me miraba desde la puerta.

—Si, tengo que pasar por casa antes de ir a trabajar —le dije mientras terminaba de recoger mis cosas y cerraba la trolley.

—¿Has dormido bien?

—Estupendamente, gracias. ¿A qué hora vuelvo?

—A la hora que quieras, si no estoy yo estará Rosa con el niño.

Al llegar esperaba encontrarlo todavía en la cama y me sorprendió escuchar el sonido de la ducha; dejé la maleta en la salita y fui a preparar café, poco después apareció envuelto en su albornoz secándose el pelo. Me abrazó desde atrás, el olor a gel me envolvió.

—¿Has dormido bien?

—No.

—Deja, ya sigo yo, vete a arreglar.

Necesitaba una ducha, cuando volví ya tenía las tostadas listas.

—¿Qué tal tienes la espalda?

—Mucho mejor, en unos días apenas quedarán marcas.

Silencio, vacío, distancia. ¿Por qué no éramos capaces de hablar sobre lo que ese episodio nos provocaba? Yo, esperando que él lo hiciera y él, tal vez esperando que yo le diera pie. ¿Es posible que, con todo lo que sabemos y hacemos para los demás, a veces seamos incapaces de hacerlo para nosotros?

—¿Qué tal anoche?

—Bien, solo ha sido una toma de contacto, una especie de inmersión en su entorno, en su vida y su barrio. Decías que si cocinar y tender formaba parte del curso: pues si, pasadas unas horas estoy convencida de que tiene sentido, como lo tuvo cambiarme de ropa y vestirme con… si me hubieras visto… ropa de mercadillo. No, estoy exagerando, no es para tanto, es… ropa que no le he visto ni a nuestra asistenta, con eso te lo digo todo.

—Camela.

—Tampoco te pases. Pero es importante porque supone un cambio profundo; ayer dejé de ser yo. Cuando entré en aquel bar vestida de esa manera, con unas plataformas que las tenias que haber visto y me presentó a su gente no estaba fuera de lugar, ¿me entiendes?, solo faltaba que no…

Me censuré, iba a decir, «Solo faltaba que no la cagase al hablar», y me avergoncé de que Mario me escuchase hablar de esa manera. No podía, no debía renunciar a mi nueva identidad.

—¿Qué?

—Nada, solo faltaba que no la cagase al hablar o al moverme, creo que lo logré. —Mario elevó las cejas.

—Me dijiste que trataron de meterte mano.

—Bueno si, pero no fue para tanto, eran unos amigos suyos, me parece que está enrollada con uno de ellos.

—«Enrollada, la cagaste»—bromeó— ¿desde cuándo hablas así?,

—Liada, lo que sea, el caso es que el otro, Chema, se sentó a mi lado y quiso enrollarse conmigo —repetí divertida—, me puso la mano en la cintura y poco a poco la fue bajando hasta el culo mientras le contaba mi vida, ya verás que coña: le dije que curro de telefonista en una empresa de artes gráficas.

—¿Curras? —preguntó burlón.

—Si joder, curro, trabajo.

—Y mientras, te tocaba el culo.

—Ya, le dije que iba muy rápido y le puse la mano otra vez en la cintura.

Sonrió; mi temor a una escena desagradable como la de la noche anterior se había esfumado, todo iba de una manera muy diferente. Salí de ahí y hablé de Pablo, cómo se agarró a mí nada más llegar, le hablé de Paco y el control que Luca tenía sobre él, le conté el suspenso que le había dado a toda mi ropa por no ser adecuada para el cursillo, ni las bragas. Y reímos, estábamos en sintonía, nos miramos a los ojos, dejamos el desayuno a medias, nos olvidamos del reloj y salimos hacia la alcoba.

…..

—¿Has pensado qué vas a hacer por fin con lo de Solís?

—No lo tengo claro aún.

—Ten cuidado, me preocupa que si lo tratas de acorralar pueda llegar a ser peligroso.

—No creo que sea para tanto.

—Le amenazas con arruinarle la carrera. No me gusta en lo que te estás metiendo.

Lo veía realmente preocupado y no pude evitar contagiarme de su inquietud. ¿Sería capaz de cualquier cosa con tal de protegerse? Tal vez era hora de poner en manos de Andrés toda la documentación y que fuera él quien la utilizara a favor del gabinete.

—Deberíamos irnos —dije obligándome a incorporarme; lo besé, no tenía ninguna gana de salir de la cama pero era inevitable.

La desazón me acompañó todo el camino, no soy una mujer temerosa sin embargo los argumentos de Mario me habían hecho recapacitar, decidí llamar a Andrés y pedirle que viniese un poco antes de lo que tenía previsto.

Nada más entrar, como si fuera una pesadilla repetida, me encontré en recepción con Solís y Salcedo departiendo amigablemente. Tenía que ser precisamente hoy que llegaba tarde. Supongo que no fui capaz de ocultar el disgusto porque ambos se miraron y esbozaron una sonrisa irónica.

—Buenos días Rojas.

Devolví el saludo y continué hacia mi despacho.

—Nos vemos en la sala de juntas, ¿en quince minutos está bien?

Me detuve en seco y volví sobre mis pasos.

—Cuanto antes mejor.

—Pues vamos allá.

—No Iván —escuché a Solís frenar a su escudero.

Entramos en la sala, yo me senté de espaldas a las ventanas y él ocupó la cabecera.

—Bueno Rojas, todo llega; te dije que hablaríamos y aquí estamos.

—Antes de que continúe le voy a pedir que mantengamos las formas. Doctora Rojas —remarqué—, y no veo motivo alguno para que nos tuteemos.

—¿No crees que estás llevando las cosas demasiado lejos, Rojas?. Bah, es igual, lo que tengo que comunicarte tampoco me va a llevar tanto.

No soportaba sus impertinencias y aunque había tratado de mantener la calma no pude contenerme.

—En fin, si insiste no me deja otra opción. Mire, señor... Solís: ambos sabemos que si hay alguien en esta sala que está en condiciones de dejar de usar el título de doctor como fórmula de cortesía hacia el otro, esa soy yo.

Tensó las mandíbulas, me miró tratando de encontrar una fisura por donde atacarme pero no la encontró, sus ojos se movían velozmente calibrando el alcance de mis palabras; yo estaba tan segura de la información que tenía en mi poder que no vacilé. A él sin embargo le había mudado la expresión del rostro.

—Quién más lo sabe.

—Supongo que lo que quiere decir es si Andrés está al tanto. Todavía no.

Lo que vi en su mirada me dio miedo. Si, ese hombre era capaz de cualquier cosa con tal de protegerse. De pronto se relajó, ensayó una falsa sonrisa y dijo:

—Está bien, establezcamos un pacto de no agresión, ¿qué te parece?, como en la guerra fría.

No podía aspirar a nada mejor, procuré no parecer demasiado aliviada y puse mis condiciones: Ni adjunto, ni supervisión de nadie de su equipo. Yo reportaría directamente a Andrés. Creo que esperaba condiciones más duras y aceptó sin discutir. Antes de abrir la puerta se detuvo:

—Por el bien de todos espero que nada de esto salga de aquí.

—Yo no soy como usted.

Sonrió de esa manera tan desagradable que ya conocía y dijo:

—Eso está por ver.

Entonces pensé que me había precipitado.

Traté de centrarme en el trabajo y descarté la opción de informar a Andrés con el que tenia un acto en el Ministerio a la una. No volví a ver a Solís, supuse que se había marchado.

A las once bajamos a la cafetería, Julia me habló de la película que había visto el sábado, una nueva de Julia Roberts, yo apenas la escuchaba, seguía dándole vueltas al error de estrategia que había cometido pero ella no parecía darse cuenta de mi ausencia e insistía en contarme el argumento: algo de una madre soltera metida a investigar sobre no sé qué de una contaminación ambiental. Es como David y Goliat, me dijo, vete a verla no tiene nada que ver con Pretty Woman, hazme caso. La tuve que interrumpir porque sonó el móvil.

—Dime.

—¿No estás sola, verdad?

—Ahora mismo, no.

—Reunión con todas las chicas, esta tarde.

—Había quedado con Luca.

—Olvídate, ella viene también.

—De acuerdo, a las siete.

—Muy tarde. Arréglatelas para llegar a las seis. —No podía poner objeciones, no después de la última bronca que tuvimos por el mismo motivo; tendría que hacer un esfuerzo.

—Lo intentaré.

—No me vale, hazlo.

Salí a menos cuarto, no podía apurar más, afortunadamente el tráfico se puso de mi parte y el taxi me dejó en la puerta a las seis y diez.

—Llegas tarde. —fue el recibimiento que tuve.

—Lo siento. —Dejé el bolso y entré al salón. Allí estaban todas mirándome con curiosidad.  Solo conocía a Lorena y a Luca por lo que esperaba algún tipo de presentación formal.

—Chicas, esta es Carmen, vuestra nueva compañera, es novata y el viernes se estrenó con una estrepitosa cagada, podéis aplaudir.

Aguanté el chaparrón; risas, aplausos y alguna cara seria de la que tomé nota. A continuación hizo las presentaciones, ninguna añadió nada salvo su nombre. Ya os iréis conociendo, dijo. Tomé asiento. Habló sobre el asunto de los alemanes y comentó que probablemente acudiríamos Lorena y yo. Todavía no lo he decidido, añadió.

—Os he citado con tanta urgencia porque quiero aclarar algo: He tenido un problema muy grave en la joyería con la que llevo trabajando muchos años y en la que entre otras cosas encargué los anillos que lleváis, y atando cabos he descubierto que todo surgió porque alguien tonteó con el encargado; una de vosotras. El incidente lo descubrió Carmen cuando acudió a que le ajustaran el suyo y se vio envuelta en una situación, cuanto menos incómoda. Sigue tú por favor.

¿Qué quería de mi? Tenía que improvisar y rápido. Me lo planteé como lo haría en cualquier otro contexto, en clínica o en un master. Primero relaté el suceso, cómo pudo deducir el encargado que era una puta solo por llevar uno de los anillos de Tomás y trató de comprarme ofreciéndome joyas.

—El problema no es que el encargado pensase eso de mí, al fin y al cabo es lo que soy, lo grave es que no podía saberlo, nada en mis palabras o en mi conducta le inducía a tratarme de manera diferente a cualquiera de sus clientas. Si lo supuso fue por culpa de un desliz de una de vosotras y eso ha puesto en un serio peligro a Tomás.

La preocupación se extendía por el grupo pero no entendían nada. Tenía que hacerles sacar una enseñanza de aquello en lugar de atemorizarlas.

—¿Sabéis jugar al ajedrez? No pasa nada, ¿y al parchís? —tanteé al ver que no había tenido suerte—. Cuando tenéis dos fichas en un seguro…

—Un puente.

—Si, un puente; ¿qué hacéis, lo abrís enseguida o lo aguantáis cerrado?

—Depende —dijo Lauri—, si hay fichas cerca y me puedo comer alguna, lo aguanto cerrado.

—Ya, pero si aguantas mucho —intervino Alba— cuando lo abres se te pueden echar encima y comerte.

—Eso es, hay que calcular qué es mayor, el riesgo que corres o el beneficio que consigues manteniendo el puente.

Todas estuvieron de acuerdo conmigo y nos enfrascamos en otros ejemplos de jugadas, Tomás me observaba tratando de averiguar a dónde quería ir a parar.

—¿Lo veis? Todo vuelve a ser un análisis de riesgos y beneficios. Lo que nuestra compañera hizo en la joyería fue pensar solo en el beneficio a corto plazo y no vio los riesgos que había en esa operación, riesgos que afectaban a quien nos asegura el trabajo. No había necesidad de hacer negocios a espaldas de Tomás y menos con personas de su entorno.

Entendían el razonamiento pero no comprendían el riesgo en el que se había puesto a nuestro jefe. Me dolía hacerlo pero tenían que hacerse a la idea de lo que el encargado de la joyería había visto en mí. Me levanté, aquel día había ido al gabinete especialmente bien vestida para el acto al que asistí con Andrés. Comencé a caminar mientras seguía hablando, me exhibí.

—A partir de ese tonteo, el encargado pensó que cualquier mujer que acude a la joyería de parte del señor Rivas puede ser considerada una puta, no importa cómo vista o cómo se exprese, y todo porque una vez alguien se permitió traspasar un límite. —Dramaticé la pausa mientras daba unos pasos—. ¿Qué vio en mí para hacerle pensar que podía tratarme como lo hizo?, yo no le di motivos, sin embargo se atrevió a ofenderme desde que supo que iba de parte de Tomás. Ese es el riesgo.

No era suficiente.

—Imaginad que una noche Tomás cena con uno de sus clientes y su esposa, ¿si?. Durante la cena observa la gran influencia que ella tiene sobre su marido y busca la manera de ganársela, es la mejor manera de cerrar el negocio que tiene entre manos; ve que le gustan las joyas y no precisamente baratas. Tiempo después se vuelve a reunir con su cliente y casi al despedirse le ofrece un pequeño paquete, un detalle para tu mujer, le dice, aunque en realidad es un carísimo obsequio: una gran esmeralda engarzada sobre un anillo de platino. Su cliente se muestra sorprendido, no tenías que haberte molestado, bla, bla, bla. Y cuando su mujer lo ve, queda conquistada por «ese amigo tuyo tan encantador». Tomás tiene ganado el negocio. Hasta que ella pasa por la joyería a que le ajusten la medida y la tratan como a una puta.

Se hizo un tenso silencio, ahora lo habían entendido.

Tomás tomó la palabra.

—No me interesa saber quién fue, lo que quiero es que no vuelva a suceder. No debéis hacer ningún contacto con mis clientes más allá de lo que os encargo, ya lo sabéis pero os lo recuerdo, eso incluye a cualquier persona de mi entorno como ha sido el caso de la joyería. No os impido que trabajéis por vuestra cuenta aunque quiero estar informado para evitar conflictos. Siempre habéis podido hablar conmigo de cualquier cosa, sé que últimamente he estado muy ocupado, por eso a partir de ahora cualquier duda o necesidad que tengáis, si no podéis contactar conmigo, lo hacéis con Carmen y ella os dirá qué hacer.

No lo esperaba, ellas tampoco, las miradas de extrañeza y algún murmullo hizo que Tomás continuara.

—Además de novata a la que vais a tener que ayudar, Carmen es doctora en psicología, nos vendrá muy bien a todos su consejo, ella estará dispuesta cuando se lo pidáis. Es, desde hace algún tiempo, mi mano derecha en otros asuntos y desde ahora se hace cargo de la supervisión de vuestras necesidades antes de que lleguen a mi ¿está claro?

Comenzaron a surgir preguntas sin orden y las acalló con solo levantar la mano.

—Carmen es vuestra compañera y tiene mucho que aprender de vosotras, lo ha visto con toda claridad el viernes ¿no es cierto? —asentí con humildad—. Pero me va a descargar de una responsabilidad para la que cada vez tengo menos tiempo y para la que está más capacitada que yo. Espero que todas pongáis de nuestra parte.

Cuando me pude liberar de la curiosidad que había generado en las chicas me acerqué a él.

—Has estado magistral.

—¿Desde cuando tenías pensado esto?

—Pensado, pensado…

—¿No crees que deberías haberme consultado?

—Tú me pides ayuda para caminar segura por una vía peligrosa y yo a cambio te pido que me ayudes a poner orden, ¿no te parece un trato justo?

—No sé si puedo aceptar, es mucha responsabilidad, apenas dispongo de tiempo.

—Empecemos, si ves que no puedes con ello lo entenderé pero no me digas que no sin intentarlo. Lo hablamos con detalle otro día, ¿de acuerdo?

Seguimos charlando, tenían interés en conocerme; poco después Tomás me apartó y me devolvió el juego de llaves.

—Toma, las volverás a necesitar a partir de ahora.

—¿Tú crees?

—Y aunque no las necesites es un símbolo de tu rango, utilízalo.

Me cogió del brazo y volvimos con el grupo, nos unimos a la conversación y en un momento en el que él era el centro de atención sacó el estuche del bolsillo.

—Por cierto: el anillo, te lo dejaste el sábado.

Hizo más, lo abrió con calma para que pudiera ser apreciado y me lo puso; no había motivo, ninguna lo llevaba pero el gesto tenía una intención clara que no pasó desapercibida.

Poco después nos marchamos, algunas chicas propusieron ir a pub cercano. Pensé que era la ocasión para integrarme, todas se mostraron interesadas en conocerme. Estaba hablando con Alba, demasiado joven para estar ya en este mundo, demasiado madura para su edad.

—¿Qué hace una mujer como tú aquí? Perdóname si me meto donde no me llaman. —Todas esperaron mi respuesta. Lauri se adelantó.

—Si, eso: ¿qué hace una doctora metida en esto?, ¿estás jugando a las putas?, ¿te aburre tu vida ordenada y buscas un poco de morbo o es que tu marido no te da lo que necesitas? Porque por dinero no será, se nota que te sobra.

—¡Joder Lauri, cómo te pasas! —protestó Lorena dándole un codazo.

Estoy acostumbrada a manejar la hostilidad en clínica, es una reacción frecuente en pacientes que se resisten a afrontar la terapia; ya había notado que me observaba durante la presentación que hizo Tomás, las demás la respetaban, tenía que ganármela.

—Os parecerá raro, estoy buscándome.  —Puso una expresión de escepticismo que me llevó a sonreír—. Pensarás que lo tengo todo tan fácil, una doctora con un buen trabajo, un buen marido y una vida solucionada, sin embargo hay problemas que no se resuelven con las comodidades que da el dinero y una posición. No sé si tengo derecho a decir esto, me imagino que cada una de vosotras tiene una vida que os ha traído aquí.

—Ya —me interrumpió—, ahora nos vas a contar que tuviste una infancia triste.

—Nada de eso. Hace un año cometí un error, a partir de ahí lo único que he escuchado es, «eres una puta». Mi propio marido, algunos de mi amigos… Empecé a rodar, a cometer más errores, y aquellos a los que me acercaba acababan diciéndome lo mismo: eres una puta. Alguno llegó a decirme que solo era una golfa; si, valía para puta, incluso podía llegar a ser una puta de alto nivel pero me faltaba motivación. Yo, matrícula de honor premio fin de carrera, una mujer que consigo todo lo que quiero con mi esfuerzo y me dice que solo soy una golfa, ¡pero quién se ha creído que es! Y de nuevo lo mismo, eres una puta, le has fallado a tu marido, a tu familia, no vales nada, ni siquiera vales para puta. Hasta que un día estallas y rompes con todo. Ya me había marchado lejos, había tocado fondo y tocaba reconstruirme.

Cogí la segunda copa que acababan de poner sobre la mesa y bebí un largo trago, las chicas esperaban en silencio.

—Soy psicóloga y eso me ayudó a tratar de analizarme. Cuando salía de esa fase, conocí casualmente a Tomás. No estaba preparada para volver a mi casa ni para enfrentarme a mi marido y me ofreció el apartamento sin pedirme nada a cambio. Es un buen hombre, creo que todas lo sabéis pero me llevó tiempo confiar. Acabó convirtiéndose en mi amigo y la persona a la que podía contarle mi dolor. Sin él no sé si podría haber acabado mi proceso de transición. Nunca me llamó puta pero yo seguía sintiéndome como si lo fuera. En semana santa decidí que tenía que hablar con mi marido y aprovechamos para tratar de recuperar nuestra pareja. Fue muy duro pero lo estamos logrando, a pesar de todo mi mente sigue quebrada, no sé si lo podéis entender. Durante el ultimo año mi marido y yo hicimos cosas que nos han hecho tambalear. ¿Soy una puta? no lo sé, soy científica y el único método que conozco para descubrirlo es el que empleo en clínica, experimentando; no descansaré hasta que sepa quién soy. Cuando se lo dije a Tomás me lo intentó quitar de la cabeza y al ver que era inútil decidió que prefería tutelarme antes que dejarme sola y caer en manos de alguien que me pudiera hacer daño. Por eso estoy aquí, voy a ser una más con vosotras no por capricho, tampoco porque sea una ninfómana ni porque necesite el dinero.

—Qué pasó, os pusisteis los cuernos el uno al otro y tu marido lo llevó mal y te dejó, ¿es eso? No le des tanto rollo bonita, te has seguido acostando con otros tíos y por eso tu marido te llama puta. Normal, te va la marcha y nos tratas de vender la moto con mucha palabrería.

—¿Por qué no te callas de una puta vez? —la frenó Luca anunciando un enfrentamiento más serio.

—Piensa lo que quieras, yo no te he preguntado por qué te dedicas a esto ni te voy a juzgar si me lo cuentas. Nunca juzgo a mis pacientes, siempre existen motivos para llegar a la situación en la que una se encuentra, mi trabajo consiste en buscar formas de ayudar a que las personas encuentren por sí mismas las soluciones.

—¿Ah si? ¿y qué solución me das a mi?

—Por lo que sé la solución llegó cuando te cruzaste con Tomás. ¿Qué hace por ti además de darte trabajo?

Desvió la mirada y no contestó, sabía que a todas las ayudaba para que pudieran dejar la prostitución, Lorena había retomado los estudios, Luca también, una de ellas estaba a punto de montar su propia peluquería. Tenía que enterarme de la trayectoria de las demás.

—A ver, qué cosas quieres aprender. —dijo Lorena tratando de recuperar el buen ambiente.

El alcohol empezaba a hacer mella, íbamos por la segunda copa y se las veía más dispuestas a hablar que al principio.

—El viernes supe que me falta mucho para ser tan buena como tú, te veía desenvolverte y me sentía incapaz, quizás por eso la fastidié. Necesito aprender de vosotras, no sé muy bien qué pero no estoy preparada.

—Ninguna empezamos preparadas cariño, para esto no hay universidades.

—Ya, pero supongo que entre vosotras… No sé, cuando estaba con Javier...

—Lección número uno, los clientes no tienen nombre.

—De acuerdo, cuando estaba con el cliente me sentí insegura en varias situaciones.

—A ver, cuáles.

—¿Qué tal se te dan las mamadas? Eso es algo que los clientes aprecian mucho.

Les seguí el juego, había buen humor en el ambiente, buen rollo.

—Pregúntale a Tomás, dice que soy la mejor.

Provoqué un tumulto, silbidos, voces...

—Si, terminamos en la cama, no lo había contado.

—Ya, ya; nos hemos dado cuenta —dijo Luca haciendo un gesto en su dedo anular, las demás rieron a carcajadas; había guardado el anillo al salir y no quise comentar nada, no era a mi a quien correspondía aclarar la razón por la que el mío era diferente.

—Serás muy buena tragando pero el viernes la cagaste. —arremetió Lauri de nuevo.

—Si creo que la fastidié.

—No. La cagaste. ¿Ves? ese es tu problema, sigues yendo de señorita con nosotras. La cagaste, dilo.

—La cagué.

—Vaya, a la universitaria se le suben los colores por decir que la cagó.

—No es cierto.

—No soportas estar con nosotras, reconócelo, estás incomoda, eres muy estirada, por eso te pasó lo que te pasó, te pusiste nerviosa, estabas delante del cliente y viste a Lorena haciendo su trabajo y la doctora de las matrículas de honor supo que no iba a ser capaz de hacerlo tan bien ¿a que fue eso?

No fui capaz de contestar, puede que tuviera razón.

—Y te cagaste patas abajo. Venga, dilo —me retó cuando el silencio ya era más que inaguantable para mí.

—Me cagué patas abajo. —dije, no podía negarme, me estaba dando una lección.

—Joder, parece que lo estás recitando. «Me cagué patas abajo» —repitió imitándome—. Es igual, te cagaste porque no tenias ni puta idea de lo que hacías allí ¿a que no?

Negué con la cabeza. No, no tenía ni idea, no sabía desenvolverme salvo que siguiera al lado de Tomás y actuara como suelo ser yo.

—Y te dedicaste a presumir, a hablar de tus cosas, de tus viajes, y dejaste a tu compañera hecha una mierda.

—No es lo que pretendía…

—Ya, pero lo hiciste y el cliente dijo, quiero follarme a esa tía. Y ganaste, volviste a ganar que es lo que has estado haciendo toda tu puta vida.

—Ya vale tía —dijo Lorena—, ya lo hemos arreglado.

Lauri dio un manotazo al aire, no supe si me rechazaba o es que dio por zanjado el combate.

—¿Sabes poner un cordón con la boca?, ¿a que eso no lo enseñan en la universidad?

Respiré, por el tono parecía un cese de las hostilidades.

—Tienes razón, ahí no llego, además el sabor del látex me resulta desagradable; lo pasé fatal.

—¿Es que nunca follas con condón? —Me miraron como si fuera un bicho raro.

—No, nunca, hasta ahora no lo he visto necesario.

—Joder tía, ¿con quien follas, con los ángeles del cielo? —Lorena, provocó las risas de las demás y me sentí humillada.

—Pues no, pero sé con quien me acuesto.

La incredulidad apareció en los ojos de todas.

—Te diré una cosa, alma cándida —sentenció Lauri poniéndome una mano en el hombro—: El infierno de las putas está lleno de ingenuas como tú, no te olvides de esto.

Alba se levantó, tenía que irse.

—Quédate un poco más y te cuento algunas cosas que te pueden venir bien. —Miré a mi compañera de piso, era la ocasión de romper el hielo con Lauri.

—Vale, todavía es pronto —respondió Luca.

Pidieron una tercera copa sin consultarme, yo estaba en el límite pero no quise quedarme fuera.

—¿Te corriste el viernes? Si, claro que te corriste. Lo veo en tu cara, eres de orgasmo fácil.

—Yo no me definiría así.

—Es una forma de hablar. Mira nena, tienes que controlarte, no puedes regalar tus orgasmos a un tío que te paga por follar, tu placer es tuyo, no de él ¿entiendes? Déjale que se corra y se vaya.

—Venga Lauri, si el tío está bueno y ella se lo quiere pasar bien déjala que disfrute, no seas borde. —dijo Candela.

—Javier, bueno, él fue amable, se portó bien, no estuvo centrado solo en él, parecía preocupado por que yo…

—Déjate de sandeces, un tío que paga quiere salir satisfecho y eso tiene muchas caras, unos se corren, otros lo que quieren es rendirnos. Lo he visto muchas veces, si consiguen ver que te has corrido es su triunfo ¿no lo ves? Todo se trata de ganar, ellos pagan y quieren su medalla. Tú en el fondo no les importas, eres una pieza más, joder; se llevan tu orgasmo de trofeo como se podrían llevar tus bragas, ya habrá alguno que te las pida, espera y verás.

Candela se despidió mientras yo digería la master class de realidad que me acababan de dar.

—¿No te llevas bien con los condones, eh?

—No mucho.

—Pues ya va siendo hora de que aprendas a usarlos porque lo vas a necesitar.

Llevábamos tiempo siendo el objetivo de un grupo que bebía en la barra, debían de rondar los treinta y tantos subidos; ejecutivos, comerciales, el típico oficinista con tarjeta de gerente o gestor de cuentas que los ayuda a soñar que son algo más que asalariados en la cuerda floja.

—Esos no nos quitan ojo, ¿te has dado cuenta?

—Ya, hemos montado demasiado escándalo.

—Y se han debido de imaginar lo que somos.

—No Lauri, no creo.

—¿No crees? Nos han estado escuchando, seguro que tienen ganas de pasar un buen rato.

¿De verdad estaba pensando hacerlo? Empecé a verme inmersa en una aventura para la que no estaba preparada.

—¿Cuánto crees que pueden pagar?

—No lo sé Lauri, no tengo ni idea, tú eres la profesional.

—No más de quince mil. ¿Lo harías por ese dinero?

—¿Ahora?

—Si, ¿por qué no, eh chicas? Así le enseñamos a poner un condón con la boca, hoy lo de menos es el dinero, todo sea por una buena causa. —bromeó.

Por primera vez me sentía cercana a ella, se había disipado ese aire de hostilidad, ahora no podía echarme atrás.

—Bueno todo sea por la causa —dije, y respiré hondo. Las demás parecían aceptar su liderazgo como algo natural y no pusieron objeción al plan, había un cierto respeto que se manifestaba en la forma en que se acercaban a ella y en cosas como la que acababa de suceder, ninguna discutió trabajar con una tarifa tan diferente a la habitual y de una manera improvisada, bastó que lo propusiera Lauri.

—Lo que no conozco es ningún sitio por aquí. —Cogió el móvil con intención de buscar dónde podíamos ir, pero yo tenía la solución.

—Vamos al apartamento, tengo llaves.

—¿Podemos usarlo?

Esperaban mi confirmación, reconocían la autoridad que Tomás me había concedido y de algún modo me resarció del vapuleo al que me habían sometido.

—Si tenemos cuidado y lo dejamos todo recogido…

—Pues a por ellos.

Entretanto y con las miradas que les habíamos echado, uno de ellos se acercó seguido por los demás, cuatro ejemplares de lo más variado con ganas de jugar un juego que desconocían. Estaban en desventaja y no lo sabían, creían dominar la partida pero ellas tenían el tablero amañado, yo me limitaba a observar la estrategia y dejarme querer, esta vez no iba a estropearlo. Pasadas las presentaciones cada cual jugó sus cartas, yo seguí el plan: ver, oír y hablar lo menos posible, dejar que las expertas desplegaran su arte. Descubrieron lo que éramos y en contra de lo que esperaba no se echaron atrás. Sentí vértigo en el estómago cuando el que charlaba conmigo me volvió a mirar después de saberlo, ya no era una chica cualquiera, era una puta que le iba a costar quince mil pesetas. Diez minutos más tarde teníamos a cuatro incautos camino del apartamento.

Desandamos el camino charlando, las parejas ya estaban formadas y yo no acababa de sentirme cómoda. Algo debió de notar Luca porque al poco rato se agarró de mi brazo, mi chico se apartó.

—¿Qué te pasa?

—¿A mí?, nada.

—Pues parece que te llevamos al matadero.

—Estoy preocupada, no sé qué voy a hacer cuando lleguemos.

—Coño, pues coger la pasta, ¿qué hiciste el viernes, follar gratis?

—No es lo mismo, Javier lo hizo todo, me ofreció una cifra, apenas negociamos y si lo hicimos fue porque quería librarme de él. Esto es distinto.

—Mira tía, cuando lleguemos te fijas en mí y luego haces lo mismo pero ahora quita esa cara de moribunda y relájate; eso es justo lo que Tomás quiere que haga contigo, quitarte ese palo que llevas metido en el culo todo el tiempo.

—No seas borde.

—Y tú no me jodas; mira a tus compañeras lo tranquilas que van, así te quiero ver. Deja ya de comerte el coco, tú eres la que mandas. Si ese tío quiere metértela que pague, no hay más.

Al llegar nos topamos con el conserje en su papel de gendarme. Tomé el mando, me quedé rezagada y le dije:

—Buenas tardes Ismael, ¿todo bien?

—¿Sabe el señor…?

—Por supuesto, no obstante… —Saqué la cartera y le mostré un billete de dos mil pesetas—. Por las molestias.

—Doctora, es un placer tratar con usted.

—Subí y me tranquilizó comprobar que esperaban en el descansillo sin hacer ruido. Abrí la puerta y pasamos al salón. Les pedí que no entraran al resto de las habitaciones, las hice responsables de todo. Ellas trataron el tema del dinero con naturalidad y yo hice lo que me había dicho Luca, me limité a imitarlas. Era la primera vez que tomaba la iniciativa en este asunto y me asombré de mí misma, me sentí mucho más cómoda de lo que estuve cuando Javier me compró. Manu sacó la cartera, ¿Quince mil?. Eso es, dije; sacó tres billetes, los cogí y los guardé con calma en el bolso, lo dejé en la mesa y le eché los brazos al cuello, desde ese momento era suya. Lauri sacó bebidas y alguien puso música; a medida que pasaba el tiempo comencé a pensar que no había sido buena idea, cuatro parejas en el salón de Tomás tocándolo todo se me iba de las manos.

Me faltaba rodaje, viéndolas desenvolverse no tuve ninguna duda, era una auténtica novata y tenía que adaptarme en minutos o volvería a cagarla si, a ca-gar-la; adiós a la doctora, saludos a la puta. Manu me pedía atención y yo le respondía sin perder de vista a mis compañeras, absorbiendo gestos, fijando en mi cerebro ese modo de mirar tan cargado de sexo, grabando palabras que nunca pensé que saldrían de mi boca; yo lo ensayaba mentalmente y lo replicaba con mi cliente. Jamás me había permitido soltar una risotada como hacían ellas, no entraba dentro de mis normas de educación y por mucho que lo intenté encontraba un bloqueo que me impedía hacerlo. No era imprescindible, podía continuar desarrollando mi aprendizaje, iba bien, ¿por qué ese empeño en reír como ellas?, tal vez porque suponía liberarme de un corsé. Manu me estaba metiendo mano, yo me dejaba y seguía escuchando en mi cabeza la risa desvergonzada de Luca; trataba de pensar cómo debía dejar relajado el diafragma y soltar la laringe. Demasiado cerebral, no era así como tenía que plantearlo, entonces volvió a hacerlo, dijo algo, ni siquiera le presté atención pero lo que fuera hizo reír a Lauri y ella misma rio sin pudor, una risa grosera, espontánea; y me dejé llevar, no volví a pensar en el dichoso diafragma ni en la laringe, solo me dejé llevar y escuché reír a una mujer a la que nunca había dejado expresarse, una carcajada que hubiera hecho escandalizarse a mi madre, tan vulgar y ordinaria que sorprendió a la propia Luca. Tuve tal sensación de asombro, placer y descubrimiento que me hizo recordar mi primera masturbación. Ya está, pensé, me acabo de desvirgar otra vez.

Todas mis nuevas artes parecían dar fruto porque Manu estaba cada vez más… contento, más dispuesto a invadirme. ¿Qué hacían ellas cuando el cliente se lanzaba al abordaje? Retroceder, ganar terreno sin dejar de vender la mercancía, demorar la tensión sexual; yo lo veía y las imitaba. Aprendizaje vicario en estado puro.

Habíamos bebido suficiente y Lauri demostró su habilidad para torear la petición de «otros cubatas», que hubieran arruinado la tarde. Tomé nota, como también lo hice con la forma en que evitaron responder a la morbosa curiosidad sobre su vida y fueron ellos los que acabaron contando más de lo que debían. El ego masculino, como siempre.

Las bromas y las risas dejaron paso al deseo; busqué un rincón donde situarme, mi chico me siguió y sin darme tiempo a reaccionar trató de besarme, primero lo rechacé pero luego, por qué no, le dejé hacerlo; era mono, olía bien, tenía una sonrisa bonita y me apetecía, ¿por qué no dejarme llevar?, encima besaba bien el condenado y sabía acariciar sin que pareciera que quería atropellarme; estábamos de pie junto a la ventana, sus manos me recorrían sin prisa, saboreando cada centímetro de piel antes de avanzar; cuando buceó bajo la falda y encontró mi culo se detuvo como si no hubiera otro territorio más importante en el que gozar.

Ya estábamos todos medio desnudos, Luca había ocupado el sofá, Lauri tenía sentado en un sillón a su chico y lo montaba bien erguida ofreciéndole los pechos, Lorena había desaparecido a pesar de mi advertencia. Yo buscaba la manera de ocultar el cuadro dibujado en mi espalda. ¿Estáis servidos de condones?, preguntó Lauri provocando un murmullo. No necesito, ya tengo, pero mi amiga quiere aprender a ponerlo con la boca, dijo señalándome, ¿quién se ofrece voluntario? Le hice un gesto para que callara pero me ignoró. Por orden, de uno en uno, dijo al ver tanta mano alzada. Liberó a su pareja y comenzó la clase práctica, tenía una hermosa erección y mientras se la acariciaba para que no perdiese turgencia abrió el preservativo y me lo enseñó.

—¿Lo ves?, tienes que cogerlo con la puntita hacia arriba y metértelo en la boca, no te preocupes, te acostumbras al sabor del látex enseguida, póntelo a un lado, y ahora…

Besó la torre que tenía en la mano, me miró una vez más, entendí que estaba llevando el condón a los labios, comenzó a meterse el glande, no vi más, la melena me lo impedía pero lo intuí; se movía con gracia, la verga desaparecía en su boca casi hasta la mitad y cuando salió, el preservativo estaba insertado, lo terminó de desenrollar con la mano y empezaron a silbar y aplaudir. Ella chocó manos con su modelo y todos reímos.

—Te toca.

Me dio un vuelco el corazón, no esperaba tener tanto público. Me ofreció uno. Mire a mi pareja que me animó.

Lo abrí y me lo metí en la boca, el sabor no resultó agradable pero podía aguantarlo, lo coloqué en el carrillo, la erección de mi pareja tenía que mejorar y me puse a ello, le cogí los testículos y se los amasé al mismo tiempo que lo masturbaba lentamente. Tanta expectación en lugar de acobardarme me estaba excitando. Me situé frente al grupo, por nada del mundo quería que mi espalda quedase expuesta; me incliné, coloqué con la lengua el condón en posición y enfilé el glande, lo besé, al primer intento lo situé, no parecía difícil, traté de colocarlo con los labios y sentí que se deslizaba; si, lo estaba logrando, el borde del condón me ayudaba a desenrollarlo, sentí una emoción intensa, alegría al ver que era capaz de hacerlo, fui avanzando, tragándome la polla a medida que la enfundaba, si, estaba haciéndolo si, cuando la sentí en el fondo de la garganta, le escuché decir «Joder tía, joder», temblaba, ¿debía seguir o lo dejaba ahí?¿cómo se lo tomarían si lo hacía acabar? Me retiré, «¡No, sigue!», se quejó. Tía, que buena eres, exclamó Lauri cuando vio el preservativo completamente desplegado. Luca me miraba muy seria, tenía una expresión extraña.

Dejé de prestarles atención, Manu me besaba el cuello reclamándome, me deshice de las bragas y lo monté allí mismo, no era un acto de amor, ni siquiera de cariño, solo era sexo, puro sexo con un desconocido al que utilizaba para aprender a ser mejor puta. Pero no podía, mi obsesión estaba en mi espalda y que nadie, ni siquiera mi cliente pudieran ver los trazos del drama reciente; no lograba sentir nada y por primera vez hice trampas, no era tan difícil después de todo y seguí su ritmo, convertí mi respiración en un jadeo corto, un eco del suyo, me crucé con los ojos de Luca y supe que ella interpretaba la misma comedia, busqué motivos en los cuerpos entrelazados y recuperé algo del deseo perdido para poder llegar al momento en el que Manu alcanzó el clímax. Creo que hice una buena interpretación.

Nos quedamos Luca y yo a recoger, las demás se fueron cuando todo acabó. Nos despedimos entre bromas gruesas sobre los chicos y sus herramientas, anécdotas de colegas que me hicieron sentir que había sido aceptada. Pero antes hablé con Lorena, no podía pasar por alto su desobediencia porque me jugaba la autoridad que Tomás había querido darme; lo entendió y se disculpó. Aquel fue mi bautismo de fuego.

—¿Qué te ha pasado en la espalda?

Me cogió desprevenida. Titubeé, el mal del mentiroso.

—Nada, son cosas entre mi marido y yo.

—Ya, y yo soy gilipollas y me lo creo. Mira tía, he visto lo suficiente en este oficio para saber que eso no hace más de dos o tres días que te lo han hecho, así que o me lo cuentas o esto se acaba ya y hablo con Tomás; tú misma.

No sabía qué hacer, ¿cómo reaccionaría si le confesaba que mi cliente me había azotado?

—Despelótate.

—¿Qué?

—Me has oído, quiero verlo; desnúdate.

—Por favor.

—¡A tomar por culo!

—¡Vale, vale! —grité al ver que iba a por el bolso; comencé a desabrocharme la blusa bajo su atenta mirada, me deshice de ella y de la falda. Caminó hasta situarse detrás de mí.

—¡Joder! —Su estupor me hizo temblar, no creía que una mujer tan dura se fuera a impresionar tanto, tal vez no era consciente de lo que me había dejado hacer.

—Bájate las bragas.

Obedecí. Me quedé inmóvil vestida tan solo con el sujetador. «Hostias», murmuró en voz baja, luego nada, el tiempo corría sin que sucediera nada. No se movía, no decía ni una palabra.

Otra vez expuesta, desnuda, las bragas atando mis muslos… y el tiempo deslizándose sin control.

Temblaba. Traté de contenerme.

—¿Quién te lo ha hecho? Y no me mientas.

—Fue Javier, el cliente del viernes.

—Ya sé quién es.

—Pero porque yo se lo pedí.

—¡No me jodas!

Me encontré de pronto frente a su mirada encendida.

—Yo sé lo pedí, créetelo, incluso me costó conseguir que me pegara.

—Estás loca, como una puta cabra.

—No lo sé, puede que esté loca, es lo que estoy tratando de averiguar.

—Vístete, le voy a decir a Tomás que...

La sujeté. No podía hacer eso. Si lo hacía, si Tomas se enteraba de lo que había sucedido y decidía romper nuestro acuerdo me dejaría sola, indefensa, porque no iba a renunciar al camino que había iniciado.

—Con él o sin él, con tu ayuda o sin ella voy a seguir, ¿te enteras?, ya no hay vuelta atrás.

—No lo entiendo, ¿sabes a lo que te arriesgas metiéndote en estos juegos con tíos que ni siquiera conoces?

—No es lo que te imaginas, esto ha sido una especie de… deuda pendiente que tenía con otra persona y que he saldado utilizando a Javier, no te lo puedo explicar mejor. Quédate tranquila, no va a volver a suceder.

—¿Tranquila? Vale, me fiaré de ti, espero no equivocarme. Pero ten en cuenta que si te pasa algo me jodes a mi también. Y a Pablo, que lo sepas.

Llegué a casa tarde, muy tarde. Mario estaba en la cama, se incorporó. Comencé a  desnudarme.

—No te esperaba.

—Ya, es que tuvimos reunión todas las chicas con Tomás, luego nos fuimos a tomar algo y a charlar y decidimos dejarlo por hoy.

—¿Qué quería?

—Presentarme a las chicas, humillarme un poco.

—¿Humillarte, por qué?

Me quité el sujetador, se le fueron los ojos, le dejé que me viera bien. Se dio cuenta.

—Por lo que sucedió el viernes. La cagué, eso les ha dicho. Me ha hecho contarles lo que pasó en la joyería —dije mientras me despojaba de la falda, despacio, arrastrándola por las caderas—, les he dado una sesión de coaching.

—Vaya, ahora las entrenas.

Me bajé lentamente las bragas.

—Esa va a ser mi misión de ahora en adelante. Su mano derecha, la encargada de supervisar a las chicas, además de aprendiz de puta.

No sabía si me escuchaba. Estaba perdido si seguía recorriendo mi figura.

—¿Eso es lo que eres, una aprendiz de puta?

—Después de lo que pasó no creo que merezca otro título. —Me acerqué despacio.

—Creo que te equivocas, eres muy buena.

—Tú qué sabrás, ¿Has estado con alguna? Dime, ¿te has ido de putas alguna vez?

Cogí el borde de la sabana y la arrebaté hasta dejarla a los pies de la cama. Lo que imaginaba, una violenta erección apareció ante mi. Me senté a la altura de sus muslos y comencé a acariciarlo suavemente.

—No, nunca, salvo contigo.

—Yo no cuento.

—¿Por qué? Te pagué, no estaba con mi mujer, de eso puedes estar segura, te usé como lo hubiera hecho con una puta.

—No creo que se hubiera dejado tratar de la forma que lo hiciste conmigo.

—Si, efectivamente eres una aprendiz. Es igual, de cualquier manera ya te has estrenado, por si no te bastaba conmigo y con Tomás ya has conseguido tu primer cliente, un completo desconocido.

—¿Estás molesto?

—¿Te lo parezco?

—No, en absoluto. Tienes razón, ya he logrado lo que me proponía pero me sigue faltando algo, no me puedo comparar con ellas, no dejo de ser una intrusa. —dije casi para mí.

Tenía su erección en la mano, la mantenía vertical, acariciaba el glande con el pulgar y cuando notaba que se tensaba bajaba por el tronco haciendo que no perdiera la dureza que me tenía a mí misma en tensión.

—Hoy me han enseñado algunas cosas.

—¿Si, qué cosas?

—¿Quieres que te lo enseñe? Échate.

Fui a buscar el bolso. De espaldas a él cogí un condón, lo abrí y me lo metí en la boca como había practicado con mi cliente poco antes. Poco antes… todavía podía evocar la penetración ansiosa, los golpes secos de cintura, los jadeos sincronizados, los bruscos latidos dentro, muy dentro. Volví a la cama tratando de que no notase nada, ¿por qué iba a notarlo si no tenía ojos nada más que para mi cuerpo. Me arrodillé a la altura del pubis y volví a acariciarle el sexo que no había decaído; estaba impaciente por saber qué sorpresa le tenía preparada. Lo besé desde la punta hasta los testículos que se encogieron cuando atrapé la bolsa y la mordisqueé. No quería hacerle esperar, yo misma ardía de impaciencia; coloqué el condón en los labios sujeto con la lengua, besé el glande y lo hice traspasar la barrera de mi boca. Funcionó, comenzó a desenrollarse mientras mantenía su atención en mi mano que le acariciaba el tronco y lo guiaba hacia el interior de mi boca; poco a poco, sin esfuerzo, la funda fue cubriendo la gruesa verga mientras yo tragaba hasta el fondo. No quise seguir, quería que viera lo que había aprendido. Lo dejé libre, terminé el trabajo con la mano y lo miré ilusionada. Tardó un par de segundos en entender lo que esperaba de él, bajó los ojos, se incorporó y nació la sorpresa, la confusión.

—¿Cómo…?

—Con la boca, ni te has dado cuenta. —dije triunfante, temí que su reacción no fuera la que esperaba. Pero no fue así; me regaló una sonrisa ilusionada.

—Eres toda una profesional, de aprendiz nada. ¿Quién te ha enseñado a hacer esto?

—Las chicas, esta noche.

—Y… ¿con qué?, o es que…

Me subí a horcajadas, lo besé.

—¿Te lo quito?

—No, quiero hacerlo así.

Lo suponía. Lo enfilé, me deslicé varias veces para empaparlo de mi propia humedad y me dejé caer despacio.

—Te amo.

—Moi non plus.

Comencé a moverme, a observar la mirada tan diferente que tenía; ni siquiera cuando me follaba en el cuarto de su hermano, allí en la sierra, me miró de la misma manera. Y supe que mi marido al fin se había rendido a la evidencia.

—Después de la reunión salimos; tenía que integrarme con ellas. Ya te contaré los planes de Tomás. Tuve algún roce con una de ellas pero… ¡Oh Dios!

No pude seguir hablando, me estaba dando lo que me faltaba.

Le quité el condón y le hice un nudo para que no se derramase y poder dejarlo en cualquier parte sin tener que levantarme de la cama. Mario siguió mi maniobra asombrado.

—Esta tarde, cuando salimos y dijeron que me iban a enseñar a poner el condón con la boca… la verdad, no creí que fuera a ir todo tan rápido.

No tenía pensado volver a trabajar tan pronto y menos de una manera tan improvisada, pero no me arrepiento, le dije, estoy dispuesta a continuar con mi experimento de la mano de Tomás o de quien me inspire confianza y ellas, mis compañeras me la dan. Ahora son mi grupo y debía ganarme su apoyo, ¿lo entiendes? Surgió todo de una forma espontánea, ¿qué iba a hacer, volver a ponerme el disfraz de señora?, no podía hacerlo. Además, cuando el chico que se encaprichó de mi dejó de verme como una chica normal y me empezó a mirar como una puta sentí algo dentro de mi, algo que me hizo ver que voy por el buen camino. ¿Cuánto cobras?, preguntó. Ya lo habíamos hablado antes, pensamos que estos chicos no iban poder pagar nuestras tarifas pero al ser por una buena causa, mi aprendizaje, dijeron ellas en broma, acordamos cobrar solo quince mil, y eso le dije, quince mil pesetas. No le parecí cara, creo que habría pagado más por mí. Nos fuimos al picadero y allí seguimos con la broma, que si yo era novata, que me estaba estrenando y me iban a enseñar a poner un condón con la boca...

—¿Cómo era?

No lo puede evitar, necesita saber hasta el último detalle.

—Un tío normal; jamás en toda mi vida se me habría ocurrido acostarme con él, pero fue lo que se nos puso por delante. Treinta y tantos, demasiado peludo, ya sabes que no me gustan los tíos con mucho vello, pero al cliente no se le ponen pegas.

—Qué más.

—Tripilla cervecera, no es feo, tiene una sonrisa bonita y unas manos cuidadas; a ver, que más… no se había afeitado bien, a esas horas ya raspaba bastante, el pelo le empieza a clarear; por otro lado fue delicado, sabía dónde tocar, no fue brusco. Le gustaron los aros, lo tuve enganchado a ellos todo el rato mientras me follaba.

—¿Cómo se llamaba?

—¿Qué importa?, los clientes no tienen nombre cariño, eso es otra cosa que he aprendido hoy.

—Y, ¿qué tal lo hizo?

—Bueno, no fue nada especial.

—Vaya.

—¿Sabes? es la primera vez en mi vida que he fingido, estaba tan preocupada porque nadie me viera la espalda que no logré excitarme..

—¿Fingiste un orgasmo?

—Todo, jadeos, suspiros… no voy a decirte que no sintiera nada pero estaba deseando que acabara para poder cubrirme. Hice una interpretación bastante buena, creo yo. Al menos él se la tragó.

—Espero que no te acostumbres.

—No, pero lo he estado pensando y creo que es mejor separar el trabajo del placer. Me lo dijo Lauri y no la entendí, ahora sin embargo lo tengo claro, mis orgasmos no tengo por qué regalarlos.

—Ven aquí.

Me atrajo y me besó con furia, haciéndome daño.

—Eres un sueño hecho realidad.