Diario de un Consentidor 128 Primero de Mayo
Esta es una historia de deseos, emociones, placeres, dudas, decisiones y pensamientos, es la historia del camino que nos llevó a Carmen, mi mujer, y a mí a lanzarnos a vivir las fantasías inconfesables que sin saberlo compartíamos en silencio cada vez que hacíamos el amor.
Capítulo 128
Primero de Mayo
—Coño Mario, cómo no me voy a sorprender, creo que es el primer año que no vienes contando el pedazo de viaje que os habéis dado.
Emilio me miraba como si no se lo pudiera creer. Desayunábamos donde solíamos ir cuando andábamos sobrados de tiempo. No, esta vez no hemos salido de viaje. El caso es que debería habérselo imaginado porque mis preparativos siempre han formado parte activa de nuestros desayunos durante las semanas anteriores al puente del primero de Mayo, sin embargo esta vez no hubo planes. Y ahora que lo pensaba: Emilio tampoco preguntó en todo ese tiempo.
No, las cosas no eran como antes, puede que la confianza entre nosotros se hubiera erosionado demasiado a raíz del invierno tan crudo que pasé alejado de todos. Eso es algo que no se repara con una disculpa y ahí estaba la prueba.
—Bueno, es que la Semana Santa ha caído tan cerca… además, Carmen tenía cosas que hacer.
Emilio cabeceó y no dijo nada; sé cuando no quiere entrar en un asunto con el que no está conforme.
—De todas formas nos apetecía no hacer nada; ya sabes, vegetar.
Me miró por encima de las gafas que se habían deslizado dándole aspecto de profesor y sorbió la taza.
Vegetar. Qué forma más curiosa de disfrazar lo que hicimos esos días tratando de recuperarnos. Porque es a lo que nos dedicamos, a tratar de mirar hacia delante y coger fuerzas. No volvimos a mencionar mi desafortunada salida de tono a propósito del disgusto que habíamos tenido durante la fiesta de cumpleaños de Amalia. Le prometí que pondría solución a mi zozobra por nuestra diferencia de edad y hasta que no tuviera un plan no volvería a tocar el tema. Me propuse hacer que el resto del puente no se convirtiera en un oscuro callejón que diera pie a quedarnos encerrados rumiando las mismas ideas que llevábamos trabajando tanto tiempo.
El domingo amaneció soleado y lancé la idea de salir sin rumbo fijo; fue fácil contagiarle la ilusión y en menos de una hora estábamos en el coche trazando rutas. Hacía mucho que no habíamos vuelto por Segovia y enseguida aceptó. No paramos de hablar durante el camino, como siempre, como si nada hubiera cambiado en nuestra vida; reímos, recordamos viejas canciones que cantamos a dúo, paramos a repostar y nos turnamos al volante. Subimos hasta Pedraza, paseamos por la ciudad, nos hicimos fotos y volvimos a Segovia donde comimos en uno de los restaurantes típicos. Sentí que volvíamos a ser los que fuimos.
Al día siguiente salimos temprano a correr, mantuvimos un ritmo constante y pude comprobar que seguía estando en forma. ¡Qué absurdo! solo hacía un par de meses que corrimos juntos por última vez, ¿acaso no recordaba que estábamos igualados en fondo?. Al volver nos duchamos y caímos en la locura bajo el agua, nos buscamos con urgencia, con el deseo desbocado, las manos resbalaban por la piel enjabonada, nuestros cuerpos parecían más vibrantes, nuestras bocas buscaban carne marcando sin llegar a herir. Alcé sus brazos y así, amarrada por mi mano se dejó hacer; besé sus pechos, chupé, me hundí en ellos y poco a poco subí hacia la axila; buscaba el sabor salado si es que no lo había borrado la lluvia, la besé ahí donde comenzaba a brotar el vello y lo palpé varias veces despertando mi fetiche. ¿Qué buscas?. Cómo me conoce, lo había adivinado. Podías dejarlo crecer como aquel año, la tenté; Sonrió cargada de nostalgia; Ah si, como aquel año…
Aquel año tenía veintitrés, terminaba el invierno y un sábado de mañana jugábamos en la cama, yo mordisqueaba el fino vello, tiraba de él con los labios y me emborrachaba con el aroma que emanaba de esa deliciosa oquedad; ella mantenía el brazo recogido tras la nuca y no dejaba de observarme. Le rogué que no se afeitase aún; Aguanta un poco más, le pedí; total, nadie lo iba a saber y a mí me trastornaba verla así, a lo Sofía Loren. Estás loco, dijo, pero logré que aguantase hasta bien avanzada la primavera, cuidando sus axilas tanto como su pubis; y cuando llegó el tiempo de usar manga corta seguimos transgrediendo las normas. Solo ella y yo lo sabíamos, era nuestro secreto y jugábamos a forzar los límites; en la cafetería de la facultad, en el aula de doctorado; cualquier lugar era bueno para insinuar el secreto que compartíamos. Un día más, le pedía cada vez que amenazaba con afeitarse. Y de ese modo apuramos el mes de Abril, viajamos a las islas griegas y el anonimato en unas playas lejanas hizo el resto. Allí solo era una joven de belleza salvaje a la que nadie censuraba cuando dejaba ver su vello exquisitamente cuidado.
Como aquel año, ¿sería posible?. ¿Podemos?, rogué. Parpadeó; No puede ser, lamentó, ahora es diferente, creo que no… Y dejó la frase en el aire. Crees que no le gustaría a tus clientes, sentencié. Ella no se esperaba algo así, a mí mismo me sorprendió mi actitud porque no tenía intención de provocar, tampoco mi talante era el que tuve en la terapia; nunca antes había hablado de tú a tú con ella, con la prostituta como estaba haciendo ahora y eso sólo podía significar una cosa: La aceptaba tal y como era, por fin. Estábamos tan cerca que tuvo que notar el efecto que me causó darme cuenta del cambio que iba a suponer en nuestra relación. ¡Qué dices!, no tengo clientes, me lanzó a la cara, turbada. Todavía no, apostillé. ¿Tú crees?; dijo sin confiar del todo en mí. Estoy seguro, continué en el mismo tono intimista, ¿quién no querría repetir después de estar contigo?. Lo entendió de golpe; ¡Cómo, te refieres a clientes fijos!, ¿te das cuentas de lo que dices?. Puede ocurrir, piénsalo, piénsalo bien antes de seguir adelante; son negocios cariño, negocios en los que tu jefe se juega mucho. No lo llames así. ¿Cómo?. «Mi jefe», no me gusta. ¿Acaso no lo es?. No fue capaz de responder. Di, ¿no es tu jefe?, insistí. No me gusta. Es igual, es cuestión de tiempo que alguien se encapriche de ti; mírate, como para no encapricharse, y si ocurre Tomás te pedirá que vuelvas a hacerlo y tú lo harás, las veces que haga falta porque son negocios, y una vez que repitas ya será tu cliente, ¿lo entiendes ahora?. Me acarició la nuca, ¿Estás hablando en serio, verdad?. Tan en serio como tú; estoy contigo en esto cielo, estoy contigo. Pero, no tiene por qué pasar, no es lo que busco. Ya lo sé, solo es una posibilidad que debes tener en cuenta antes de dar el paso, una cosa es cobrar por echar un polvo con unos desconocidos, de eso te descuelgas cuando quieras, otra muy distinta es convertirte en el capricho de un empresario que no está acostumbrado a aceptar un no por respuesta, y yo, la verdad, no sé decirte cómo se sale de ahí, puede que Tomás lo sepa. Joder Mario, exclamó desconcertada, ¿y tú, qué dices?. Yo digo lo que tú digas. Con eso no me ayudas. Lo que decidas estará bien. No te entiendo, me abres una puerta, me incitas a dar el paso y cuando ya estoy a punto me sales con esto, ¿qué quieres de mí?. Ya no es lo que yo quiera, no eres una mujer cobarde, sabrás cómo manejarlo.
—Qué cabrón, lo quieres todo. ¿Tan seguro estás de mi?
—No lo sé, te juro que no lo sé. —Me besó y sin apartar su boca me preguntó:
—¿Tan segura crees que me tienes?
—Yo… no es eso.
Me mordió, noté un dolor agudo y el sabor de la sangre en los labios. ¡Hija de puta!. Sonrió. Le solté las manos de mi cuello y la hice girar de bruces contra los baldosines; gritó. Ya la tenía, atrapada contra la pared, dispuesta y sin embargo, no sé por qué, no quise hacer lo evidente: agarrarla de las caderas, tirar de ella y penetrarla con violencia; era lo que esperaba, era lo que yo deseaba; sin embargo, no sé por qué no lo hice. Harta de esperar se revolvió, lamió mis labios y cayó arrastrando las uñas por mi piel dejando un rastro de fuego, se enfrentó a mi sexo entumecido y lo engulló sujeto entre los dedos, hambrienta, poseída de una furia que me superaba. La lluvia sobre nuestros cuerpos, ella arrodillada y yo follándole la boca me llevó a desear lo que no era capaz de pedirle. Me aparté y la miré apuntando con mi verga a su rostro. Quería ser Jorge en las lagunas, deseaba suplantar a Doménico en la ducha. ¿Lo entendió?, claro que lo entendió, cómo no; sin embargo se aferró a mi cintura y me hundió hasta el fondo de su garganta. Y grité, desesperadamente grité por no atreverme a pedir lo que más deseaba.
La dejé secándose el pelo; mientras preparé café y tostadas que tomamos arriba, en la terraza, justo antes de que el sol diera de lleno. No volvimos a hablar de lo sucedido en la ducha.
Vegetar. Me entretuve haciendo unas llamadas a esos amigos con los que habíamos cortado lazos. Si, seguíamos vivos. Si, hoy era un buen día para comprobarlo. Carmen tenía que saberlo y la encontré arriba preparándose para su primera sesión de sol de la temporada. Sentada en una de las tumbonas, untándose con precisión milimétrica el protector por los brazos. ¿Qué iba a hacer sino unirme a ella?. Le conté el plan mientras cubría su cuerpo de una fina capa y se ilusionó con la idea de volver a ver a Juanjo y a Sonia, a Paula, a Pablo. Algunos estaban fuera pero era un buen comienzo, ¿no?. Me embobé mirando como masajeaba sus pechos y ella esperó pacientemente a que recuperara el hilo. Si, dije al fin, es un buen comienzo, les ha alegrado oírme. ¿A que hora hemos quedado? preguntó dejándose caer para poder desprenderse de la braguita y seguir untando el vientre y la zona más sensible; cerró el frasco y me lo ofreció, respiró profundamente y se entregó al sol.
—A las dos —respondí, esperando que mantuviera los ojos cerrados un poco más porque yo le dedicaba menos atención a mi cuerpo que al suyo. Qué iba a hacer; tan hermosa, con los brazos haciendo de almohada sus pechos tendían a ocultarse, qué podía hacer sino contemplarla. Tenía una media sonrisa, ¿acaso me estaba espiando? Me tumbé, no tenía excusa para seguir de voyeur. Y así dejamos pasar el tiempo, recibiendo al sol de primera mañana, arrullados por una brisa suave que venia a mitigar el calor, rodeados por un silencio relajante.
Hasta que se dio la vuelta sobre la tumbona.
—¿Me das crema?
Recorrí su piel tratando de no enturbiar la calma que nos envolvía. He aprendido a leer su cuerpo, a distinguir tensiones y contracturas, a aplicar la presión justa; recorro una a una las vértebras, manejo con habilidad la musculatura de los hombros, no me preguntéis los nombres de los grupos musculares, es pura intuición aprendida a lo largo de los años, lo que sé es que, por pura adoración, he leído tantos libros y he practicado tanto que conozco cada rincón de este paisaje que disfruto cuando ella dispone que es hora de ponerse en mis manos.
Aguanta Mario. Mis dedos alcanzaban sus pechos aplastados bajo su cuerpo, y querían más pero no era la ocasión, y retrocedía, y volvía. Acabé con la espalda y unté sus glúteos con la espesa crema blanquecina, los masajeé a conciencia y pasé de largo muy a mi pesar para dedicarme a sus muslos; pero sentía como si mis manos fueran atraídas por una fuerza superior y, sin que mi voluntad actuase, tropezaba con su vulva. Juro por todo aquello en lo que no creo que no tenía intención pero al volver la rozaba si, bajaba por sus piernas y al subir volvía a topar. Hasta que noté algo casi imperceptible, una mínima reacción, un pequeño movimiento, un cambio en su respiración cada vez que yo, que mis dedos, sin yo pretenderlo rozaban allí donde no debían llegar. Un leve temblor, una pequeña sacudida y un suspiro. ¿Si?, ¿lo escuché?. Descendí acariciando y subí despacio hasta que no pude avanzar. Calor, humedad, y ahí me quedé; una suave oscilación me invitaba a seguir, decía “no te vayas”, un balanceo marcaba el ritmo que quería. Mis dedos se llenaron de agua de mar y buscaron el camino entre pliegues y labios que se abrieron para acogerme. Un gemido, un pulso de voz escapó de su garganta y salvó la barrera de su boca sellada y siguieron naciendo cada vez que escarbaba a ciegas la gruta mullida y rugosa en la que me encontraba. Para, para; susurró; Luego, más tarde. Lloriqueé, la hice reír y me tumbé al sol. Más tarde amor, más tarde.
Reencontramos a nuestros amigos. Nada más entrar en la cafetería nos sorprendió una voz conocida.
« Esos ojos negros .»
Al que se unió un coro desacompasado.
« Esos ojos negros no los quiero ver llorar
Tan solo quiero escuchar
Dime lo que quiero oír
Dime que vas a reír
Dime ahora que duerme la ciudad »
No fuimos capaces de reaccionar; allí estaban todos, o casi todos entonando bien o mal la antigua canción de Duncan Dhu que Juanjo le dedicaba una y otra vez a Carmen en cuanto se descuidaba. El coro se rompió entre silbidos y aplausos; una muestra de cariño que aquel día nos puso el corazón en la boca.
—No os puedo querer más —exclamó con la voz tomada antes de echarse a los brazos de Natalia. Yo estaba sobrepasado, unos y otros vinieron a saludarnos; acepté una cerveza que alguien me puso en la mano, respondí a las palmadas en la espalda que me daban y volvimos a integrarnos en el grupo como si hubiéramos estado ayer mismo con ellos. Las novedades, el embarazo de Paula, el ascenso de Pablo y el griterío cuando Carmen sacó el tabaco y encendió un pitillo allanaron el camino.
—Imagino que algo muy serio ha debido de pasar para que hayáis desaparecido, lo hemos hablado muchas veces y dudamos si estábamos haciendo bien al mantenernos al margen. En serio, no sabíamos qué hacer.
Habíamos ido a la barra a encargar otra ronda; Pablo y yo somos algo más que simples amigos de tomar unas cañas y me dolía especialmente no haber contado con él en todo ese tiempo.
—Calla, somos nosotros los que no hemos actuado bien; en algún momento os debimos decir algo, lo que fuera, pero esto, este silencio no tiene justificación.
—En fin, ya estáis aquí, es lo que importa.
—¿Pero que has estado haciendo desde que no te veo?, si es que estás todavía más buena. —le soltó Goyo al verla levantarse. Pablo y yo sonreímos desde la barra. Reconozco que iba especialmente guapa, con un vestido veraniego por medio muslo estampado con grandes flores sobre fondo azul oscuro sin manga y escote en pico, unos aros adornaban sus orejas junto a un collar y pulsera a juego. Deliciosa.
—¡Eh, que estoy aquí! —protestó su mujer yéndose a enganchar del brazo de Carmen —, anda quédatelo, todo tuyo; yo me llevo a tu marido que está bien bueno.
—Cuando quieras hacemos el cambio —bromeó mirándome con intención cuando pasaron las dos por nuestro lado; si supieran…
Salimos airosos, no era sencillo explicar por qué habíamos desaparecido durante tanto tiempo y lo afrontamos con naturalidad, sin justificaciones. El tiempo se encargaría de hacer olvidar aquel episodio, o eso pensamos entonces. Eran casi las cuatro cuando nos despedimos; siendo mala hora para encontrar restaurante decidimos buscar algún sitio y picotear. Estábamos satisfechos por el desarrollo de la reunión, no obstante la había notado inquieta; en varias ocasiones había consultado el móvil. No le pregunté, si había algo ya me lo contaría.
El martes fue día de preparativos, ambos sentíamos que se acababa el oasis y poco a poco nos disponíamos para volver a la normalidad pero, ¿qué era la normalidad?
El fantasma de la duda seguía presente, Carmen lo había vuelto a hacer, por la mañana y más tarde en la cocina: una mirada furtiva al móvil, de pasada; tal vez era yo el que le daba ese sentido clandestino a algo que no tenía importancia. Y surgió; me venía rondando sin que yo mismo hubiera querido ponerle rostro.
—¿Sabes algo de Doménico? —Reaccionó como si la hubiera descubierto en falta y antes de que contestase me expliqué—. ¿No te dijo que volvería a primeros de Mayo?
—No exactamente, habló de Mayo, sin concretar.
—Supuse que aprovecharía este puente, cuatro días parecía una ocasión estupenda.
—Ya, si, yo también lo pensé. No habrá podido. Pásame la sal.
«Al menos te podía haber avisado». Mi pensamiento traspasó la distancia que mediaba entre nuestras miradas. No hizo falta más para entendernos.
—Ya llamará, estará ocupado. ¿Me das el jengibre?
—No está.
—Mira bien, donde las especias.
Tenía razón, como siempre. Ella encuentra donde yo he mirado antes.
—Domi no es como nosotros.
—No he dicho nada.
—Pero sé lo que estás pensado y te equivocas. Si tú me hicieras esto me sentaría mal pero a él no se lo tengo en cuenta.
—¿Esto?, ¿qué es esto?
—Pues… quedar en venir y no decirme cuándo. No dar señales de vida.
—Luego te molesta.
—No Mario —respondió en tono conciliador—, no me molesta. Nuestra relación es así, él es así; no me lo tomo como un signo de desprecio ni de arrogancia.
—Ya, pero lo esperabas; llevas mirando el móvil desde ayer. —Sus ojos profundos, tocados con un punto de tristeza, no pudieron ocultarlo: había dado en la diana—. Te he visto. ¿Qué esperabas, un mensaje anunciando que ya había aterrizado? ¿hoy, con el puente a punto de acabar?
Le dolió y me arrepentí de lo desagradable que puedo llegar a ser a veces.
—Pues sí, ¿por qué no? ¿qué hay de malo en ilusionarse?
—¿Y por qué no le has llamado? —respondí elevando la voz tal vez en exceso; Carmen había salido de la cocina con los platos. Empecé a recoger la encimera y cuando me di la vuelta estaba en la puerta observándome.
—Porque las cosas no funcionan de ese modo; ya lo hice y le dije que necesitaba verle. Vendrá, estoy segura.
Me sorprendía la serenidad con la que afrontaba lo que por mi parte ya pasaba de la impertinencia. ¿Es que nada de lo que dijera la iba a irritar?.
—¿Y vas a esperar dócilmente a que decida cuando le viene bien venir a disfrutar de ti? —Torció el gesto y yo bajé la mirada; realmente me había pasado de la raya— Lo siento, lo siento; ¿es que… no tiene en cuenta tus sentimientos?
—Tranquilízate, ya te lo expliqué una vez: La relación que tenemos no es como la estás pintando. Se marchó porque pensó que así ayudaba a salvar nuestro matrimonio, fui yo la que quizás no lo supe hacer bien. —Desvió los ojos al techo buscando un argumento que me convenciera—. «Di una palabra y vuelvo a Madrid», dijo cuando le conté que íbamos a comenzar nuestra reconciliación y que estaba asustada. Y ahí está, esperando que yo le diga que vuelva. Mira, si no ha llamado sus motivos tendrá, no me hagas repetirte lo que Doménico representa en mi vida.
No había levantado la voz pero a medida que hablaba sentí todo el peso y la fuerza de esa pareja. Tiré el paño sobre la encimera.
—Tu amo, ya lo sé.
—Insistes en eso ¿eh?, y solo es una palabra aunque tal y como la dices suena fatal. No has llegado a entender lo que siento por él.
—Yo creo que lo entiendo muy bien pero déjalo, no quiero que esto nos suponga un problema ahora.
—No tiene por qué —dijo cogiéndome la mano—, Doménico no tiene más trascendencia que Graciela o Elvira, al menos así es como lo veo yo, ¿y tú?.
Fue un golpe de realidad. Graciela, Elvira. ¿qué representaban para mí? ¿Y por qué me costaba tanto aceptar que Carmen quería una vida propia con Doménico?
—Perdona, es que me duele que te ningunee.
—Qué equivocado estás. —dijo rodeándome entre sus brazos. —. Anda, vamos a comer.
Se acababa el puente, al día siguiente volvíamos a la normalidad, por la noche fui consciente de lo que teníamos por delante: Tomás y sus planes para mi mujer, Solís y su acoso laboral. ¿Vegetar dije? Habíamos vivido la calma que precede a la tormenta.
…..
Emilio aparcó el tema y se centró en el asunto que le preocupaba: no teníamos noticias de Santiago y apenas faltaba un mes para la celebración del Congreso.
—¿Tú sabes algo?
—Hombre, te lo hubiera dicho.
—Dale un toque, hace más de quince días que estuviste allí, ya debería haber dado señales de vida.
—¿Por qué no le llamas tú?, no es bueno que todo se centre en mi.
—No, no; mejor sigue con la gestión, tenéis buena sintonía, a mi apenas me conoce.
—Como quieras, mañana le llamo.
—¿Y por qué no hoy? Tú no eres de dejar las cosas para mañana, ¿ha pasado algo que yo no sepa?
—¿Qué va a pasar? Es que tengo muchísimo lío, pero si te quedas más tranquilo ahora le llamo.
Tuve que esperar bastante más de lo habitual a que me atendiera, no quise pensar mal pero era inevitable: me estaba castigando.
—Hombre Mario, no te esperaba.
—Buenos días Santiago, Emilio me ha pedido que te llamara para ver si podemos cerrar una reunión cuando te venga bien. Le puse al tanto de lo que hablamos cuando estuve por allí y…
—¿Le has contado también que te tiras a mi mujer?
Me tragué las ganas de mandarle a la mierda y colgar; no podía hacerlo, era lo que buscaba. O quizá no, tal vez solo quería provocarme, como siempre, como solía hacer con todos, llevándonos al límite, sabedor de que le íbamos a soportar sus estupideces porque en el fondo le queríamos.
Pero ya no, no era el mismo de entonces; sentía una inmensa lástima por él excepto si recordaba las cosas que Elvira me había contado; entonces la compasión se tornaba en desprecio.
—Santiago, no sigas por ahí salvo que quieras dar por cerrada la colaboración entre la junta y nuestro gabinete. Si es eso lo que buscas dímelo y terminamos ahora mismo.
—Qué poco sentido del humor tienes Marito, no te recordaba así. —dijo tras una corta pausa—. De acuerdo, dile a tu socio que nos vemos en unos días, déjame que lo consulte con mi gente y os llamarán para daros una horquilla de fechas.
—Perfecto, pues entonces nada más.
—No tan rápido Don Juan, no tan rápido. Dime: ¿sabes algo de nuestra chica?
—No sé a qué te refieres.
—Venga hombre, te estoy hablando de Elvira. ¿Has vuelto a verla?, ¿sabes qué planes tiene?
—No, no lo sé y si lo supiera comprenderás que no te lo diría, eso es algo que debéis resolver entre vosotros.
—Ya, ya; el marido cornudo siempre es el último en enterarse.
—Adiós Santiago.
Jueves
—Y ya sabes, procura hablar con tu hija sin perder los nervios.
Estaba cerrando la sesión con Samuel, gerente de cuentas en una multinacional del sector informático, un comercial con responsabilidad sobre varios grandes clientes. Recién separado de su mujer tenían la custodia compartida de una preadolescente que trataba de aprovecharse de la situación por la que atravesaba la familia; acostumbrado a manejar equipos humanos intentaba gestionar la relación con su hija de la misma manera que si fuera uno de sus empleados.
—Lo intentaré pero ya te he dicho que es muy difícil dialogar con alguien que no se aviene a razones.
—No entres en su juego, trata de sacarte de quicio porque sabe que así te gana. Mantén la calma y sobre todo no olvides que es tu hija; tienes que buscar lo que hay detrás de esa fachada de aparente superioridad.
Tenía una llamada perdida de Carmen, la llamé y la encontré ocupada; iba a pasar al siguiente paciente cuando sonó el móvil.
—Hola, me cogiste reunida.
—Y yo estaba en consulta, ¿qué tal llevas el día?
—Me ha llamado Tomás. Se ha cancelado lo de mañana, por lo visto los alemanes lo han retrasado así, de pronto, pero me ha dicho que esté atenta porque a lo mejor me necesita de todas formas.
—¿No sabes para qué?
—No. Tampoco me ha asegurado nada; supongo que será algo parecido y podré ver en acción a Lorena.
—Claro.
—Bueno, te dejo, empieza la reunión de jefes de departamento.
—¿Pasa algo?, te noto tensa.
—No es nada, he tenido un encontronazo con Iván, me temo que lo va a sacar en la reunión.
—¿Otra vez? Tienes que contarle a Andrés lo que pasó el viernes, es acoso, no puedes dejarlo pasar.
—Todo a su tiempo, no te preocupes.
—Tu sabrás como tienes que manejarlo. Llámame cuando salgas y me cuentas qué tal te ha ido.
—Un beso cielo.
A mediodía la llamé; estaba preocupado por la guerra de poder que se desarrollaba a su alrededor. Le había afectado tanto el acoso de Iván que no fue capaz de contármelo hasta el mismo martes, aunque trató de aparentar una entereza que no me parecía cierta. Era evidente que se trataba de una estrategia cuidadosamente planificada por Solís; Iván no se habría atrevido a atacarla de una forma tan brutal sin tener un respaldo suficiente, quería quitársela de en medio y lo utilizaba de pistolero para debilitarla.
—Hola, ¿te paso a buscar y comemos?
—Lo siento, la reunión se ha complicado y voy con retraso.
—¿Cómo ha ido?
—Lo que suponía, el muy imbécil ha tratado de provocarme pero estaba preparada. Se quejó porque he reabierto algunos de los casos que dio de alta en mi ausencia. Andrés me ha apoyado, no hay problema.
—Es un impresentable.
—Ha sido muy desagradable, busca cualquier ocasión para atacarme. He intentando mediar en una discusión y, no te lo puedes imaginar, me ha contestado aludiendo a Roberto.
—Pero ¿quién se cree que es?
—Le he exigido una disculpa pública. Ha habido algo de revuelo, los afines a Solís se han soliviantado, han abandonado la sala cuando se ha retractado. Me imagino que esto va a traer cola.
—Lo he hablado con Emilio. Si al final la situación se te hace incómoda aquí tienes un puesto; dice que nos vendrías muy bien.
—Gracias pero no voy a rendirme.
—Lo imaginaba. De todas formas piénsatelo.
—Dale las gracias.
—¿Quedamos luego y cenamos en el italiano de Plaza de España, te apetece?
—Me parece una idea estupenda, he tenido un día de perros y necesito desconectar.
La sombra de Roberto permanecía viva; ambos sabíamos que iba a ser muy difícil hacer desaparecer los rumores y más si los seguían utilizando para atacarla. Tarde o temprano debería plantearse la opción de salir de allí, aunque pareciera una derrota.
…..
—Hola, me acaba de llamar Tomás. Tengo que verle, no creo que llegue tarde.
—¿Eso quiere decir que, trabajas mañana?
—Me temo que si.
—De acuerdo, nos vemos en casa.
No conseguí encajar las sensaciones que me produjo la noticia, desilusión por no poder cenar con ella como habíamos previsto, ansiedad reavivada por lo que pudiera suceder al día siguiente y una fuerte emoción, a la que no quería poner nombre, porque Tomás ocupaba mi lugar aquella tarde. Traté de volver al trabajo pero no lograba concentrarme; una sensación me recorría el cuerpo, algo parecido a una corriente eléctrica de bajo voltaje. Apagué el ordenador, no tenía sentido seguir en el despacho.
Soliloquio
Demasiado ruido. Pagué y salí a la calle. ¿Por qué coño se empeñan en poner tan alta la música en los bares?. Recordaba que un poco más allá, antes de llegar a San Bernardo, en una bocacalle —¿cómo se llamaba?, en cuanto la viera me acordaría— había un pub con música a un volumen normal; habíamos estado alguna vez con Paco y Rosa, ¿o fue con Juanjo? Es igual, si encuentro la calle lo veré, estoy seguro.
Creo que estoy en el límite de lo que debo beber, el aire fresco me lo ha hecho ver con claridad aunque el segundo whisky me lo he dejado casi entero en la barra. Son las… siete, a estas horas ya debe de estar con él, supongo que hablando. ¿Me preocupa lo que puedan estar haciendo? ¿a estas alturas?
Esa es la calle, estaba seguro de que… ¡joder, un poco más y me lleva por delante! La culpa es mía por cruzar sin mirar, no sé en qué estoy pensando. Ahí está, San Francisco. Recuerdo que bromeamos con el nombre pensando si sería un pub hippie. ¿Seguirá igual?
El camarero levanta la vista, parece que inauguro la tarde. Manolo García ha echado a volar sus pájaros de barro; si, estoy en el sitio adecuado. Pido una tónica, elijo mesa y por primera vez siento la necesidad de uno de esos cigarrillos que guarda Carmen en la pitillera de cuero; qué sorpresa, cuánto he cambiado; podría comprar una cajetilla aunque no es lo mismo, tampoco es lo que me pide el cuerpo precisamente. Pero no, está con Tomás, preparando su trabajo de mañana y no quiero beber más.
Carmen. Si no la hubiéramos empujado entre todos no estaría ahora donde está. Yo y mis obsesiones por hacerla más accesible, por hacer suyos mis deseos de verla en brazos de otros. Roberto, Doménico, Mahmud, el propio Carlos, todos hemos terminado en algún momento por definirla como puta cuando no se ha sometido a nuestros caprichos. Cuánto ha pasado por mi culpa, por nuestra culpa, por el deseo de los hombres.
Carmen. Y cuando toca fondo y trata de resurgir luchando incluso contra los propios obstáculos que yo mismo le fui poniendo, hundo todo el proceso. Violación, orgía, prostitución. Presión, humillación, acoso. «Mírate, ya eres una puta, reconócelo». Hasta que la quebré. La insensata terapia bajo los efectos de la droga y la mala gestión que hice del sueño erótico de su pubertad hicieron descarrilar el proceso de reconciliación que tan bien encaminado llevaba. Dios, no sé cómo consigo boicotear cada paso que trata de dar para volver a unirnos.
Esas chicas no dejan de mirarme, no sé cuando han entrado, deben de estar cerca de mi edad, menos mal porque no están armando el jaleo que organizarían si tuvieran diez o doce años menos. Os estáis equivocando si pensáis que vais a terminar la noche follando con este tipo solitario; no sé que plan teníais al salir de la oficina pero yo no soy el trofeo que andáis buscando.
A pesar de todo, en aquella terapia surgieron indicios de un trauma que hay que tratar, la raíz está en ese sueño recurrente; cuánto material se podría haber sacado para una terapia sólida y bien estructurada. El problema es que con mi conducta he logrado que toda la confianza que tenía en mi como terapeuta y como pareja, forjada en años, se ha venido abajo; ese crédito creo que no lo recuperaré jamás y por el camino se ha volcado en quien ya era su confidente. No es la primera vez que cometo un error de tal calibre, ya sucedió con Carlos, perdí mi posición ante Carmen por mi ceguera irracional con aquel juego de intercambio que no me dejó ver la gravedad de lo que pasaba alrededor de Roberto. Mucho me debe de amar para volver conmigo después de tanta decepción.
Pero ya no hay vuelta atrás, Carmen está decidida a observar en sí misma los efectos de la vida de una puta, esas han sido sus palabras cada vez que lo hemos hablado; un experimento como tantos otros de los que hemos diseñado juntos, con una muestra, sus compañeras, con las que comparar los resultados de la observación. Pretende encontrar el origen de algo que no me ha dicho y que intuyo descubrió durante la terapia en la sierra. Me maldigo por aquella locura.
«Estoy en esto contigo» dije, y por un instante me creyó y yo también creí en mí mismo. ¿Fui sincero?. Si, aquella conversación bajo la ducha es lo más sincero que he sido en mucho tiempo y debo seguir siéndolo si quiero recuperar su confianza. Tengo que estar a su lado sin vacilar o seguirá su camino sin mí.
Me miran; si supieran que hoy no es el día; además tú me recuerdas a Carmen, morena, de ojos oscuros, debes de ser alta, tienes unas piernas potentes y esa falda de cuero ajustada que enseña más de lo que debería y no parece importarte seguro que te hace un tipo espléndido. Pero no, hoy no es el día aunque me haya quedado mirándote y tus amigas te digan cosas al oído.
—Un Jack Daniels, en vaso ancho por favor. Y un solo hielo.
No tiene por qué ser tan complicado, nuestra vida no va a cambiar tanto, la rutina seguirá siendo la misma; el trabajo, la casa, el gimnasio, la familia… solo que de vez en cuando Carmen recibirá una llamada y tendrá que acudir a algún lugar, el piso de Tomás, un hotel, quién sabe; se acostará con la persona que se le haya asignado, estará unas horas fuera, cobrará un dinero y volverá a casa. Con el tiempo dejará de ser una anomalía en nuestra vida; al principio le resultará difícil contármelo, puede que incluso omita detalles, luego será como una faceta más de nuestra vida; a veces ni me cuenta lo que le sucede en el gabinete, ni le pregunto; ¿llegará a pasar lo mismo? ¿llegará el día en el que solo me cuente lo anecdótico de su vida como prostituta?
No tengo más opción porque la alternativa, fingir, hacer como que la acompaño, que me adapto, que la acepto, sería un error; ella me conoce tanto que descubriría la farsa y se crearía una distancia insalvable entre ambos, una distancia que nos alejaría al tiempo que la acercaría aún más a Tomás, el único que ha sabido tratarla en este dilema como un amigo, como un compañero; lo que yo no he sido capaz de hacer, justo lo que antes era para ella. Si hago esto podremos mantener una convivencia en la que nos toleraremos pero no confiaremos. De hecho ya está sucediendo, la conversación que mantuvimos sobre Doménico fue cualquier cosa menos una discusión; Carmen evitó el enfrentamiento aunque le di sobrados motivos, cada vez que lo recuerdo me siento más triste, me trató con una indulgencia que me duele. No fue propio de una pareja, había cariño si, trataba de no discutir si, pero ¿dónde estaba el amor, dónde?
Al Stewart me habla del año del gato, me pierdo con él durante unos minutos y dejo de pensar.
Me miras, tus amigas ya se han dado cuenta de que no estoy por la labor y me han olvidado; tú, sin embargo, a veces vuelves la cabeza distraídamente y barres el local, te cruzas conmigo y regresas a una conversación que parece no importarte. ¿Por qué lo haces? ¿qué te interesa de mi?
Si no fuera hoy…
Tomás. Es sorprendente cómo se ha ido infiltrando en la vida de Carmen, sería un ingenuo si no reconociese mi parte de culpa; he sido yo con mi conducta errática quien la ha llevado a buscar refugio en él. Lo que no ha encontrado en mi. El terreno estaba abonado es cierto, él ya se había convertido en amigo, confidente y amante que, por lo que dice, suple con eficacia sus limitaciones a base de ternura y paciencia. De nuevo han sido mis errores los que han convertido una relación en algo más profundo
Reconozco que me provoca que esté con él; es algo más que su amante, es mucho más.
—¿Me pones otro?
¿Cómo será?. Lo imagino grueso, mayor que yo, canoso, con aspecto serio pero afable, una persona de carácter. Comenzó siendo alguien amable que la escuchaba, después fue ese hombre que se follaba a mi mujer con habilidad a pesar de sus problemas y con el tiempo se ha convertido en una figura de autoridad. Sin duda ha invadido parte de mi espacio. Ahora además es su protector y mañana le va a hacer dar el primer paso: Carmen va a trabajar de escort para él con el fin de observar y aprender las maneras y modales de una puta, puede incluso que termine saltando al ruedo ¿por qué no?. Esa posibilidad me estimula sobremanera, no puedo evitarlo. Lo normal es que sintiera vergüenza por lo que está ocurriendo, algunos me dirían que debería poner punto final a esto, si es que todavía tengo capacidad para ello, hacerla recapacitar y volver a la cordura. Es lo que me diría cualquiera de mis amigos, Emilio, mis hermanos, ni hablemos de mi suegro.
Pero no lo voy a hacer porque es el punto al que ha decidido llegar y ella, tal y como es, es justo la mujer que deseo, la que quiero tener a mi lado, la que me vuelve loco. Ahora mismo debe de estar recibiendo sus instrucciones, de… su protector, puede que luego se acueste con él si se lo pide; quién sabe, a lo mejor es ella la que se lo pide. «Hazme tuya». No, Carmen no habla así aunque en realidad no tengo ni idea de cómo hablan entre ellos, puede que con él se comporte de una manera muy diferente a la mujer que conozco. «Hazme el amor», ¿le dirá eso?, «Tomás, hazme el amor», es posible. «Sométeme». No, eso solo se lo pide a Doménico. Ya basta, no es de mi incumbencia, forma parte de su vida privada. Lo importante es que mañana por la tarde actuará de chica de compañía, o se estrenará. Y precisamente es esa imagen de mi mujer la que me resulta abrumadora.
Estoy desvariando.
Adiós chicas, quizás otro día.
…..
Llevaba en casa menos de quince minutos cuando escuché la puerta, poco después la oí entrar en el salón y me apresuré a terminar de cambiarme de ropa para salir de la alcoba.
—¿Qué tal?
Me miró, parecía estar pensando qué contarme. Dejó el bolso sobre uno de los sillones y se descalzó.
—Bueno, el plan sigue siendo el mismo. Los alemanes están jugando con él —dijo mientras se dejaba caer en el sillón con gesto cansado—, saben que ha invertido mucho dinero en el proyecto y tratan de llevarlo al límite, eso es lo que piensa; tenía todo ya pagado para este fin de semana y lo que ha hecho es mover otro asunto, se trata de un empresario que tiene una bodega y busca inversores. —Hizo un gesto con el que venía a decir que no me quería aburrir con los detalles—. Haremos lo mismo: cenar, entretenerlo, dejarlos negociar… luego discoteca y cuando Lorena se lo lleve al hotel Tomás y yo desapareceremos.
—Parece fácil; no se complicará, ¿no?
—¿Qué quieres decir? Ah, no te preocupes —añadió al ver por donde iba—, Tomás se encarga de que no haya malos entendidos. Además es muy amigo suyo, de la universidad, no va a hacer ninguna tontería. ¿Has bebido?
—Un par de whiskies, estuve con…
—Ya, es igual.
Explicación no pedida…
Viernes
Me hubiera gustado que dejara el coche en casa e ir juntos hasta Madrid, o dejarlo yo. Me hubiera gustado compartir un poco más antes de separarnos, porque aquel día era diferente. No sabía qué planes tenía, tal vez pudiéramos almorzar juntos, tal vez; pero sentía que todo estaba en el aire y quería aferrarme a ella antes de que fuera demasiado tarde. Al final se impuso la cordura y cada uno cogió el suyo, nos despedimos en el garaje con un beso y partimos como cada día, ella delante, hasta que el tráfico nos distanció. Luego, durante la mañana, no sé qué pasó que me resultó imposible encontrar un hueco para llamarla, o es que no supe cómo hacerlo, qué decirle. Puede que a ella le sucediese algo parecido. No hicimos nada por provocar un encuentro para almorzar y a las dos salí a picotear algo, una cerveza y un montadito. Comí solo, tardé poco y enseguida estaba en el despacho.
Me sorprendió la llamada de Carmen desde el teléfono fijo.
—Hola, ¿qué haces ya en casa?
—Me he tomado la tarde, quiero arreglarme con tranquilidad, voy a tomar algo ligero, luego me daré un baño, me preparo y salgo para allá.
—Ya he comido, si me lo llegas a decir… —El silencio fue tan revelador que me sentí estúpido—. Ya entiendo. No te preocupes, no voy a llegar antes de las seis como muy pronto, ¿te vale?
—Mario…
—No, si no me importa.
—Es que prefiero estar sola, estoy un poco nerviosa y si andas por aquí no voy a poder…
—No te preocupes, no pasa nada.
—Mario, no quiero que te enfades, por favor.
—Si no me enfado, para mí también es complicado no creas. Supongo que no te ayudaría nada tenerme ahí.
—Me rompe el corazón hacerte esto.
—No seas boba, lo entiendo.
—Te quiero, ¿lo sabes, verdad?
—Lo sé…
Y cuando superé el ahogo, le dije:
—Carmen, ten cuidado.
—No va a pasar nada, solo voy a… no sé; a aprender de Lorena, a estar en el ambiente; voy a ver si es lo mío. Tal vez descubra algo; que todo esto me supera, que es demasiado para mí, que es una locura.
—O que es lo que buscas.
—Puede ser, pero ten por seguro que hoy no es el día. Y Tomás me protege.
No sé ni como nos despedimos, yo ya pensaba en que me quedaba solo y se la entregaba a Tomás. ¿Por qué era tan importante si ya se acostaban, si ya tenían un grado de intimidad que trascendía lo puramente sexual? Esa noche era diferente, Carmen se convertía oficialmente en una más de sus putas y él en su protector. «Tomás me protege», acababa de decir. Todo cambiaba. Mi mujer comenzaba a trabajar para él.