Diario de un Consentidor 127 Consumación

Dos miradas a una misma historia. Dos caminos y una encrucijada.

Capítulo 127

Consumación

IV. La llamada

—Hola cielo, ¿qué tal vas?

—Mario soy Tomás. Carmen me ha dicho que te llame.

Eran las tres de la madrugada cuando sonó el móvil. Seguía despierto, la ansiedad no me había dado tregua.

—¿Cómo es que tienes su teléfono?

—Me pidió que se lo guardara. Esto se va a alargar y no quiere que te preocupes.

—Pero… eso no es lo que le dijiste. ¿Qué está pasando?

Me arrepentí nada más decirlo, no quería avergonzarla.

—Mira Mario: no soy yo quien ha empujado a tu mujer a que se metiera en esto, solo trato de que, ya que ha tomado esta decisión, no lo haga sola o caiga en malas manos.

Encajé la bofetada. Si, era yo el responsable.

—Lo sé y te lo agradezco, solo quiero saber…

—Lo que tengas que saber será ella quien te lo cuente, yo ya he hecho lo que debía. Buenas noches.

—Solo dime una cosa: ¿Cuándo va a volver?

—No la esperes hasta mañana, se ha comprometido para toda la noche.

—Gracias por llamar.

Colgué. La conversación con el hombre que protegía a mi mujer me había provocado. Sus últimas palabras resonaban en mi cabeza: «Se ha comprometido para toda la noche». Tenía  una erección tan fuerte que casi me dolía. Lo que iba a ser una excusa para aprender de su compañera se había convertido en su primer servicio «para toda la noche». ¡Cómo no! ¿Quién en su sano juicio no la escogería frente a cualquier otra mujer? Eso es lo que debió de pasar y Tomás no iba a poner en riesgo un buen negocio por ella. Carmen lo habrá entendido, al fin y al cabo es lo que andaba buscando.

Estaba angustiado y excitado. ¿Se puede agonizar y rebosar de emoción al mismo tiempo? Ese era yo.

V. La iniciación

¿Qué lo hacía diferente?

Estaba a punto de follar con un desconocido. Follar, follar. Follar me llenaba la mente mientras avanzaba por la inmensa suite de la mano de Javier, mi primer cliente. Y pensaba: ¿Qué lo hace diferente de otras veces?. Tomás también me pagó. ¿Y Mario? Me pagó por follar en la sierra. Lo he hecho con auténticos desconocidos sin ningún problema, Doménico, Antonio, Cristian, ¿cómo se llamaba el otro? ni siquiera lo sé; también está Borja, no llegamos a hacerlo pero da igual, ya era una puta, en algún sentido me vendí. Para, para.

Javier ha dicho algo, no sé el qué y sonrío. ¡Ah!, champán. Si, por favor, tengo sed, debe de ser de tanto bailar. Me acomodo en un sillón y cruzo las piernas; el vestido ha dejado al descubierto… ¿demasiado? Tiendo a corregir la postura pero me controlo, ¿dónde te crees que estás? Vuelve con las copas y sé que he hecho lo adecuado, sus ojos se deleitan con mis muslos, sonríe, me mira, acepto la copa, se sienta a mi lado, brindamos, me retira la copa, nos besamos, dejo de ser yo y me convierto en un cuerpo. Ciento treinta mil pesetas. Déjame ir al baño. Procuro abreviar, la soledad me inquieta, la mujer que me mira al otro lado del espejo me impone.

Es… dominante, no es agresivo. Huele bien, a tabaco y a gel, a sudor fresco. Me desnuda con calma, no me permite hacer nada, lo hace él. Luego se quita la ropa delante de mi; no se exhibe, es que no quiere perder un minuto sin mirarme. Es… diferente, no sé cómo seguirle.

Me levanta tirando de mi mano, con autoridad, sin violencia. Me atrapa entre sus brazos y a pesar de mi altura me siento pequeña. Despide calor, es fuerte, me acaricia y me excito por momentos, apenas hemos hablado desde que todo esto comenzó, solo escucho nuestras respiraciones cada vez más agitadas. No tengo el control y eso me hace sentir extraña. Vamos a la alcoba, enorme con una cama enorme; estoy en sus manos, haré lo que él quiera. Me ofrece más champán, unas rayas y una explicación que no he pedido. Aún nos queda mucha noche, lo sé, no tienes que convencerme. Todo se vuelve más claro, estaba cansada ahora lo sé. Me tumba, se arrodilla, me hace doblar las piernas y las separa; siento pudor, ¿es posible? Me coge de las pantorrillas y me arrastra hacia él. De pronto siento miedo, no sé a qué y es extraño: me causa placer. Qué curioso, aún no le he mirado ahí, ¿por qué?, solo le miro al rostro; esa indescriptible expresión de deseo que mantiene desde que entramos me tiene trastornada. Se aproxima, le noto en mi vulva y me hace temblar. Sonríe lo sé, lo veo en sus ojos; le escucho un jadeo entrecortado; ah, como yo, ¿acaso se burla?, no puede ser. Recorre mi sexo, lo abre de abajo arriba, no lo puedo evitar, me quejo como si me doliera pero él y yo sabemos que no sufro. Me retuerzo, agarro la sábana porque no deja de surcar mi coño una y otra vez, hocicando, haciendo crecer el surco, hundiendo la lengua como si quisiera perderse dentro de mi y me hace sollozar.

Y se detiene. Eres un cabrón. Y se ríe. ¿Es que no sabes hacer nada más?, le provoco. ¿No nos falta algo?. No se de qué habla y vuelve a reírse. Entonces recuerdo la voz de Lorena, «Los necesitarás» y me quiero morir, no sé cómo remontar. Deja, menos mal que soy un hombre de recursos, bromea. Espera, le detengo; soy yo la que se incorpora y consigo salir de la alcoba con paso sereno, traigo el bolso y le lanzo uno de los preservativos. ¿No me lo vas a poner? «Cara de póker Carmen, tendrás que improvisar», ¿lograré engañarlo?. Me arrodillo, abro el paquete con los dientes y ahora si puedo ver en todo su esplendor las armas de mi oponente. La sujeto con firmeza, la siento latir en mi mano, «no tiene que ser tan difícil Carmen, puedes hacerlo», si no fallo al situar el gorrito lo demás  es cuestión de…  Si, lo he logrado, mis dedos forman una corona que ayudan a desenrollar el fino látex. Está funcionando, lo miro, veo que no ha dejado de estudiarme ni un momento; no he fallado y puede que eso haya delatado mi inexperiencia más que si hubiera cometido un error. Acaricio mi obra para dejarlo liso y tiembla, entorna los ojos, le tengo en mis manos. Comienzo una suave paja, me inclino. Ah, el sabor, qué lástima. Me sujeta la cabeza pero no marca el ritmo, me deja a mi aire y me gusta sentirle ahí, dominando sin dominar. El plástico me impide darle lo que quisiera, ¡qué pena!

—Ya, no sigas.

Me hace tumbar. Sé lo que quiere, doblo las rodillas, me ofrezco obscena y dibuja mi sexo con esa pieza firme que no deja de vibrar, la posa y me transmite su latido, él y yo tomamos conciencia de la imagen que componemos, no me importa, es más: me gusta. Tumbada, abierta, ofrecida al varón que avanza entre mis piernas y descansa su falo sobre mí sexo. Todo un símbolo de poder, la antigua ceremonia que los caballeros oficiaban al imponer su espada sobre los hombros de los vasallos. Qué cosas pienso. Así me siento yo ahora, con el imponente miembro posado sobre mi vulva y el varón mirando arrogante, a punto de hundirlo en mi. Él me sabe rendida, por eso se demora y me mira, por eso no me penetra y me mira a los ojos, y sigo muy quieta y le miro a los ojos, ofrecida, con la verga sobre mi sexo. Qué momento. Creo que nos rondan las mismas ideas: Poder, sumisión, dominación, rendición; lo sé, por eso no consuma, por eso la empuña como si fuera un cetro, ¡Dios, qué cosas se me ocurren! La levanta y la deja caer sobre mi vulva. ¡Ah!, escapa de mi garganta, y sonríe triunfante. Se desliza, es un finísimo movimiento de cadera, apenas un roce que me mata, y me quejo. ¿Qué me haces?. Eso no lo dicen las putas, seguro, pero a él le complace y yo lo he dicho sin pensar, como un lamento. Lo vuelve a hacer, la levanta, me mira, la suelta. Esta vez no le voy a dar el gusto; me muerdo los labios, agito la cabeza  y soporto el castigo. Pero estoy abierta, sin defensa posible y no me da tregua. La sujeta como una porra y la descarga en mi sexo que es pura llaga. Dejo de resistir, cada golpe me levanta del lecho, cada impacto me arranca un lamento. Hasta que la suelta y descansa sobre mi coño. Y me escucho jadear, mi cuerpo serpentea buscando el roce con el falo arrogante que yace sobre mi hambrienta guarida. Y comienza a moverse, si, si. Y me emboca, la siento, ah sí, me atraviesa, la siento, si. No es muy larga pero es tan gruesa; me engaña la calma que se toma para salir, dejarla reposar en mi coño palpitante y hundirla lento, muy lento. A veces cuando me vacía la desliza hacia arriba y me hace temblar mientras resbala por zonas donde saltan chispas. Pagó para que le hiciera correrse, tal vez debería pagarle por lo que me está haciendo.

Crece, crece dentro de mí, se vuelca, busca mi boca mientras me taladra constante, firme, incansable, tozudo, doblándose para morderme los pechos, para jugar con los aros. ¿Te hago daño?; No cielo, no duele. Y sigue tirando, lanzándolos arriba y abajo con la lengua; yo me enredo en su cabello y siento que me llega, si, me llega a oleadas, ¡Oh Dios, me llega!

…..

Por fin se ha dormido, hace rato que necesito fumar. Me levanto con cuidado y salgo al salón. Está amaneciendo. Debería ponerme algo; su camisa me vale. Abro una de las ventanas y enciendo un cigarro. Las luces de la autovía cercana me sirven de motivo para engancharme a algo que me aleje de todo. No parece que haya cambiado, sigo siendo la misma, quizás cuando vuelva a mi vida lo note. Porque sin duda he cambiado, ya soy una puta, estoy ejerciendo por primera vez y debería sentir algo. Quizá con el tiempo, cuando lleve un mes, seis meses o un año… ¿Necesitaré tanto para validar mi hipótesis?. Por lo pronto estoy haciendo lo que tenía que hacer.

—¿Desvelada? —me sobresalté, sentí sus manos en las caderas antes de escuchar su voz. Enseguida ascendieron abriendo la camisa, me dejé caer en su cuerpo, la calidez de sus manos resultaba tan agradable.

—Si, me apetecía fumar ¿te importa? —Cogió el cigarrillo y dio una calada.

—En absoluto. —Me lo ofreció y comenzó a arrastrar la prenda, me quería desnuda. Frente a nosotros el edificio gemelo; unas pocas ventanas iluminadas con la misma luz tenue que la nuestra, con los mismos visillos tupidos que dejaban ver a sus moradores deambulando por las habitaciones; si alguno prestaba atención podía descubrirme violando su intimidad. Me acarició los pechos. No dije nada. Sentí su verga crecer entre mis nalgas. Siguió su ruta por mi vientre, una mano en mi pecho, otra en mi sexo. No dije nada.

—¿Te gusta exhibirte? —preguntó con la voz enronquecida por el deseo.

—Si es lo que tu quieres…

—No te he preguntado eso.

—Si, me gusta.

—¿Lo haces a menudo? —Si quería jugar, jugaríamos.

—Con frecuencia, sin abusar. —Me dio un golpe de cintura.

—¿Y tu marido qué dice? —Un escalofrío me congeló la sonrisa.

—¿Qué te hace suponer eso? —Cogió mi mano derecha y me la mostró. Tantos años de alianza no se eliminan fácilmente; la palidez, bordeada por la huella grabada en la piel delataba una historia imborrable. No iba a mentir, tampoco pensaba contarle mi vida.

—Vaya,  eres buen observador pero es algo de lo que prefiero no hablar.

—Lo comprendo, hay recuerdos que es mejor no remover.

Me quitó el cigarrillo, sujetó mis manos y las apoyó en el cristal, separadas, en cruz. Me estremecí. Separé los pies sin que nadie me lo ordenara. Me sentí tan prisionera que no pude o no quise apartarme. Otra vez, estaba pasando.

—Ponte un condón.

—¡Oh no!

—Vamos,  en mi bolso.

—No te muevas.

Y se fue. Me quedé ahí, expuesta, con las manos pegadas al cristal a la altura de la cabeza. Esperando, otra vez esperando. ¿Volvería? Tonta, él si va a volver. Me tranquilizó pensar que solo era una imagen a contraluz, muy sensual si, pero nada más. Entonces lo vi un piso más arriba, una forma difuminada se acercaba al ventanal; el amanecer atenuaba la impunidad y dejaba ver un espectro de luces y sombras que espiaba desde el otro lado, ¿me habría localizado? Mi dueño por una noche volvió con el polvo blanco servido para mí, no podía rechazarlo, luego me atacó desde atrás con toda la fuerza del deseo acumulado. Miré al espectro; si, nos había localizado. Javier viajó hacia mis caderas, me movió, saqué culo y me ensartó. Era tan evidente lo que estaba sucediendo que el espectro no se apartaba de nuestro ventanal. Y yo no quitaba los ojos de él, ¿lo sabría?. Follamos, o me folló, me dejé follar con movimientos urgentes y cortos como dos perros. Una mano en la cadera me sujeta, la otra me aprieta un pecho, no me hace daño, solo lo agarra, no es solamente placer lo que busca, es un signo de poder ante un público imaginado.

¿O lo ha visto?

Me zarandea, resisto con las manos para no quedar aplastada contra el cristal, es un ritmo endiablado que no parece tener fin. De pronto cambia, rodea mi cintura como si me fuera a escapar, se agita, se mueve dentro de mí despacio, oscilando; sopla en mi cuello, se estira, mira al frente. Si, lo ha visto, estoy segura. Se recrea penetrándome, quiere aguantar, deja la teta libre, la sujeta desde abajo, como si la ofreciese, eso me excita, mucho, vuelve a mirar al frente y yo sigo su mirada, quiero que sepa que lo sé.

Entonces para y sale de mí.

—De rodillas.

No, aún no, ha sido… demasiado rápido, todo es demasiado simple. Falta algo.

—No puedo. ¿No ves que me has encadenado a la ventana?

—¿Como las esclavas negras de las plantaciones?

Qué imagen tan brutal. Se alejó un par de pasos, tomó perspectiva, le escuché resoplar.

—Joder, ¿cómo te mantienes tan morena?, no tienes ni una marca blanca en todo el cuerpo, tomas el sol desnuda ¿eh? —Comenzó a pasarme las palmas abiertas sin dejar ni un resquicio, bajando por mi vientre, rebuscando en las axilas; me puso tan loca que acabé dando con la frente en la ventana; el cristal retumbó como un gong.

—¿Sabes lo que le hacían a las esclavas que se portaban mal, lo sabes? —Si, había entrado en mi juego.

—Las azotaban. —Apenas logré decir.

Un primer azote me desequilibró, más por lo inesperado que por la escasa potencia que le imprimió. Exhalé mi decepción y él lo tomó como una afrenta a su hombría. Lo siguiente que recibí fue una sonora bofetada en la nalga que me la dejó ardiendo; estaba preparada y mis piernas resistieron, apenas me moví del sitio, no así mi garganta que no pudo reprimir una queja, tampoco lo evité demasiado, era su premio, un acicate para esmerarse más, aún así vaciló, no estaba acostumbrado a pegar a una mujer y tuve que mover el trasero para pedirle más. El tercer y cuarto azote me debieron de dejar el culo marcado porque se afanó en acariciarlo lo cual no hizo sino multiplicar el escozor que me estaba matando.

—¿Te gusta?, ¿ya has tenido suficiente?

Temblaba, de placer, de dolor. Quería más.

—Azotes; ¿así es cómo crees que domaban a las esclavas rebeldes?

Su boca se cebó en mi cuello hasta hacerme perder pie; agarrado a mi cintura, hundiendo su tremenda daga entre mis piernas se debatió entre la cordura y el morbo de romper un tabú, entonces se alejó y cuando lo escuché venir tuve que mirar. Enrollado en la mano traía su cinturón, un escalofrío de miedo cruzó mi espalda, no sabía si había despertado a un animal que difícilmente podría controlar. Afianzó los pies y me sujetó la nuca para hacerme agachar la cabeza.

—Te vas a enterar.

El primer trallazo cegó mis oídos, cayó en la parte baja del culo y mordió el muslo izquierdo. El escozor fue tan intenso que me sacudí como si una descarga eléctrica hubiera alcanzado mi cuerpo. Al fin, pensé, al fin. Las lágrimas que corrían por mi rostro no eran de dolor, la sensación lacerante del muslo se volvió tan insoportable que replegué la pierna como si eso la fuera a mitigar. Javier se excusó, ¿Te he hecho daño?. No; por nada quería que se detuviera. Sigue, le apremié. ¡Qué haces, sigue! Un nuevo latigazo más medido me cruzó las nalgas, empezaba a entender mi código de bufidos y supo que me estaba frustrando; no daba la talla y no tardó en descargar, con furia y sin calcular, el cuero sobre mi lomo. No lo esperaba ahí y aullé, me retorcí de dolor pero no despegué las manos del cristal; mi torturador no pensaba escuchar un nuevo desprecio de mi boca, le miré por detrás del hombro como si quisiera esconderme y lo vi ajustándose la brida, vuelta tras vuelta hasta dejarla de un largo suficiente para no errar el tiro. No quise mirar más. Me cruzó la espalda con saña, una, dos, hasta tres veces; dejé de contar y lloré, lloré pero no supliqué. Estaba saldando una vieja deuda.

—Ya basta.

El espectáculo que ofrecía mi cuerpo debía de ser dantesco; no repliqué, estaba sudando y mi rostro era un mar de lágrimas. Me recogió en sus brazos, mi espalda emitía un latido abrasador pero estaba feliz, feliz y excitada.

—Espera. ¿Aún tienes el condón puesto?

—¿Todavía puedes con más?

—¿No me querías de rodillas? Te lo has ganado con creces.

Si, lo tiene puesto. Estamos pegados a la cristalera, ahora veo de cerca lo que he tenido dentro: gruesa, corta, brincando, la mano firme en la nuca, el espectáculo le ha puesto más duro, mal enfundada tendré arcadas, seguro, el sabor de mi flujo no disimula el del látex, un impulso me induce a retirarme pero él lo impide; me molesta la funda sobrante, trato de ajustarla con la mano y logro que resbale. Debo hacerlo, soy buena, me digo. Pienso en el espectro, debe de estar disfrutando y procuro olvidarme del sabor de la funda, soy buena en esto, soy muy buena. Si, Javier comienza a saberlo, gime, sopla, reniega y afloja la mano, ha entendido que sé lo que hago. El fuego que me arrasa la espalda me enciende más, mucho más. Busco atrás, palpo las marcas como una ciega guiada por las brasas que avivo a mi paso; soy un mar embravecido que me inunda los muslos. Le araño el culo, dibujo formas erráticas y se tensa, ya viene, invoca a la virgen y se corre mientras golpea el cristal. No sabe lo que nos estamos perdiendo por culpa del maldito condón…

…..

El amanecer nos encuentra fumando sentados en el suelo sobre unos cojines. Le escucho mientras cuenta algo de su infancia. Si me viera Mahmud estaría orgulloso. Si lo viera le daría las gracias y le diría adiós.

Mahmud. Esa sería la consumación del proceso: Plantarle cara sin temor a exponerme a su presencia y no reaccionar como solía hacerlo. Eso es lo que he conseguido lo sé, no tengo ninguna duda.

—¿Duele?

—¿Qué? Ah, no te preocupes, pasará.

—Jamás había hecho algo así, te lo puedo asegurar.

—Yo te lo pedí.

—Ya lo sé, sin embargo no me siento bien.

—Hay cosas que admiten interpretaciones según el contexto, ¿no crees?

—Si tú lo dices…

—Por ejemplo, has pagado un dineral por pasar la noche conmigo, pero todavía no me has dicho ni una sola vez lo que soy.

—No hay ninguna necesidad.

—Dímelo.

—¿Por qué?

—Tú hazlo.

—¿Y si no quiero?

—Te lo estoy pidiendo, hazme caso.

Se revolvió incómodo, por fin dijo:

—Puta.

—No, así no. Créetelo.

—No entiendo qué es lo que quieres.

—Ya lo entenderás. Mírame, estoy desnuda, has estado follando conmigo toda la noche, me has pagado. ¿Qué problema tienes para llamarme lo que estás pensando?

—Porque, eres distinta.

—Vamos Javier, tú y yo sabemos que no me querrías de pareja ni te casarías conmigo porque soy una… —le incité.

—Puta, eres una puta.

—Ahora si. ¿Cómo te sientes al habérmelo dicho por fin?

—No lo sé, ¿cómo quieres que me sienta?

—No es lo que yo quiera, dime como te sientes tú.

Miró al techo y se quedó ahí, perdido.

—No quería ofenderte. Pero si, he sido sincero.

—¿Te has liberado?

—Puede ser. Oye, ¿qué sentido tiene esto? ¿a dónde quieres ir a parar?

—¿En serio pensabas que me iba a ofender?

—Bueno si, algo así, aunque supongo que estarás acostumbrada.

—No creas, te dije que no me dedico a esto.

—Es verdad, perdona.

—Vuelve a decírmelo.

—¿Por qué?

—Sin pensarlo, ya.

—Puta.

Arqueé la cejas, quería sus sensaciones y lo entendió.

—Si, me libera de algún que otro prejuicio. Eres una puta, no tengo por que callarlo.

—Eso es.

Estaba a punto de romper una de las reglas de Tomás, «no preguntes, no hables de la vida privada», ¿por qué iba a hacerlo?, probablemente lo lamentaría.

—¿Tienes pareja? No contestes si no quieres.

—Bueno, algo así; vamos, venimos, llevamos tantos años… ¿Y tú? —Le hice callar.

—¿La has llamado puta alguna vez? —Sonrió, eso era un si.

—Claro, en la cama, pero es distinto.

—Por supuesto. ¿Nunca habéis discutido hasta el punto de insultarla y llamarla puta?

Desvió la mirada. Si, lo había hecho, con ella o con otra.

—No, jamás, no se me ocurriría.

—Son dos formas distintas de usar esa palabra. Como cabrón, que tiene tantas formas  y significados ¿no?

—Una vez tuve una novia que me dejó, y en un arrebato de ira le dije de todo. Si, también la llamé puta; no ha sido mi mejor momento y aprendí la lección. Era un chaval, de eso ha pasado mucho tiempo. —me miró excusándose y algo triste—. Sigo sin saber a donde quieres ir a parar pero has conseguido intrigarme.

—Decías que nunca has pegado a una mujer.

—No nunca, jamás.

—Hasta hoy.

—Pero esto ha sido diferente, tú…

—Si, yo te lo he pedido. Pues es lo mismo que sucede con la palabra maldita. En la cama puede ser un juego, en la vida es una agresión.

—Ahí querías llegar, ¿es eso?

—No te sientas culpable por lo que has hecho. Yo te lo pedí. Eso si: mañana te cruzas conmigo en la calle y se te ocurre ponerme la mano encima y te pongo una denuncia por agresión.

Conseguí hacerle sonreír, había entendido

—Lo tendré en cuenta. De todas formas antes estábamos muy pasados.

—Muy pasados si, mucho. —Repetí mientras le hacía caer en mis brazos; unos besos y Javier ya me comía los pechos. Qué bien lo hacía.

…..

—Voy a pedir el desayuno.

Sentado a los pies de la cama consultaba la carta del restaurante. Cada vez me resultaba más atractivo.

—No, déjalo; tengo que marcharme.

—No puedes irte así; arréglate y desayunamos, por favor.

Cedí, el cliente siempre gana. Respetó mi intimidad mientras me duchaba; estaba dispuesta para un ultimo asalto que no se produjo. Tal vez no quiso ver los estragos que me había provocado. El desayuno sirvió para conocerle un poco mejor, volvía a ser la persona que se presentó al comienzo de la noche, alguien que se condujo como si no fuera una prostituta. En realidad no me había sentido tratada como tal en ningún momento salvo cuando me pagó. Hablamos de nuevo sobre nuestra común afición al esquí, no hizo intención de indagar y agradecí su discreción. En cambio él no tuvo problema en desvelar detalles íntimos de su vida, una infancia feliz a pesar de un padre ausente y autoritario, una madre sacrificada… creí ver infidelidades aceptadas. Pero no estaba allí como terapeuta.

—Debo irme.

—Quiero volver a verte.

—No hago esto Javier, ya lo sabes.

—Me da igual, quiero verte. Dame un número, por favor.

—En todo caso habla con Tomás.

—No, esto es algo contigo.

—No lo entiendes; trabajo para él, solamente.

—¿Es que acaso te controla? —Me eché a reír.

—Te equivocas.

—¿Entonces? Dime cómo puedo contactar contigo.

Cómo seguir negándome sin estropearlo.

—Cuando firméis el contrato lo celebramos.

—¿Y si no llegamos a ningún acuerdo? —Lo besé.

—Soy parte del acuerdo.

VI. Conclusiones

—No te mantuviste en tu papel ¿no te das cuenta? Parecías la anfitriona y nosotros, ¿en qué lugar nos dejaste? No Carmen, no lo has hecho bien.

No supe qué decirle, era consciente de los errores que había cometido. Opté por dejarle continuar, estaba aturdida, me dolía todo y empezaba a acusar el cansancio.

—Garmisch, Bonn… ¿Desde cuándo una puta se pone al mismo nivel que el cliente?

—En realidad no dije que haya estado en Garmisch.

—Ni falta que hizo Carmen, hay gestos y formas de callar que lo confirman. Dime, ¿cuántas veces has ido a esquiar a ese sitio?

—No sabría decir…

—No sabrías decir, ¡venga ya! ¿A qué edad fuiste por primera vez?

—Yo qué sé, cuatro o cinco años.

—¿Cuatro años? ¡Manda huevos!  —Nunca lo había visto tan alterado, dando vueltas por el salón sin dejar de mirarme —. Somos un equipo, acabas de llegar y lo primero que haces es comerte a tu compañera; ¿qué crees que va a pasar? mañana no te va a respetar ninguna de ellas, ¿es eso lo que pretendías?

—Yo no quería eso, de verdad, no sé qué pasó.

—Pasó que no me hiciste caso, pasó que no te guiaste por la experiencia de tu compañera, ella es la profesional tú solo eres una novata y no se te mete en la cabeza. En tu mundo podrás ser la doctora Rojas, una eminencia, aquí solo eres una puta y tienes mucho que aprender porque anoche la jodiste bien jodida.

—Tenía miedo de hacerte quedar mal y traté de dar lo mejor de mi.

—Pero es que no es eso lo que te pedí, te dije que estuvieras calladita.

—Lo siento, lo siento mucho, no pretendía humillar a Lorena.

—Pues lo has conseguido, tendrás que hacer algo para ganártela de nuevo, si no estás fuera.

—Hablaré con ella, le pediré perdón, ¿qué quieres que haga?. Voy a compartir las ganancias, le daré la mitad.

—Esa es otra: Estaba todo cubierto, Javier no tenía que pagar nada, nada. —Estaba tan alterado que se tomó unos segundos, luego continuó más calmado—. Treinta mil está bien, no tiene por qué saber lo que has ganado, sería mucho peor.

Esto cambiaba mis planes completamente, necesitaba volver a casa cuanto antes y ahora Tomás la estaba llamando para que viniera al apartamento; se me iba la mañana.

—¿Llamaste a Mario?

—Claro, en cuanto me lo dijiste. Lo tranquilicé, creo. Deberías llamarle. Ah, por cierto: el anillo.

Se lo di tratando de ocultar el desaire que me estaba haciendo. Mario tardó en responder, no creía que estuviera dormido, cuando ya estaba a punto de desistir lo escuché.

—Dime.

—Soy yo. Todavía voy a tardar un poco. Estoy bien —añadí al ver que no respondía—, en cuanto salga te aviso.

—Muy bien.

—Mario, por favor.

—¿Estás bien?

—Si, no te preocupes, estoy bien.

—Te espero en casa.

—Un beso, te quiero.

—Yo también te quiero.

Dediqué un minuto para recomponerme. Respiré hondo y me sequé los ojos antes de pasar al salón.

—Lorena viene para acá, ve pensando qué le vas a decir, Yo he quedado con Javier, no te vayas hasta que vuelva.

—Tomás, se me fue de las manos, no estaba en mi ambiente y actué de la forma en que creía sentirme segura, o válida. Lo siento, puede que como chica de… como puta sea una incompetente. —Terminé, visiblemente crispada.

—Eso, con otras palabras es lo que le tienes que decir a tu compañera.

No respondí, mi cabeza estaba en otras cosas.

—¿Estás bien? —preguntó ya en la puerta.

—Si, estoy bien no te preocupes.

No me fue fácil hacerle entender a Lorena lo que me había pasado porque ella solo recordaba a una mujer que la había arrollado vestida como si fuera a una fiesta de otro nivel, hablando de Alemania, de esquí, de finanzas, una mujer que en lugar de mantenerse en el lugar de las putas se atrevió a ocupar espacio con el cliente y el jefe dejándola sola. Y cuando le tocaba ejercer su papel también se lo arrebató, ni siquiera la dejó trabajar. Qué mayor humillación le quedaba por hacer. No fue mi intención, le dije, estaba asustada, no tengo las tablas que tú y me refugié en lo que sé hacer bien, no calculé las consecuencias, he fracasado, no valgo para esto, puede que jamás tenga otra oportunidad porque Tomás ha perdido la confianza en mi, como tú, también la has perdido.

Anoche te hubiera matado, dijo. Cogí el bolso y saqué el dinero que tenía preparado. Lo miró extrañada, luego comenzó a negar. No, de ninguna manera. Cógelo, insistí, es tan tuyo como mío. Terminó por aceptarlo y nos fundimos en un abrazo. Tengo mucho que aprender de ti. No seas tonta, eres perfecta. No Lorena, necesito que me enseñes tantas cosas.

Tomás regresó poco después, cuando estábamos contándonos historias, de la calle, de la vida.

—Tengo que decirte algo más, sobre Javier.

—Lorena, muchas gracias por venir.

—Tú dirás. —Me invitó a continuar cuando nos quedamos solos.

Le conté la despedida, su deseo de verme y mi negativa a darle mi teléfono.

—Quiere verme pero ya le advertí que no me dedico a esto. Insistió; un teléfono, algo, cualquier  tipo de contacto. No quería que se molestara, le dije que solo podía a través de ti; era una forma de pararle. Entonces tuve una idea: Le dije que si firmáis el contrato podemos hacer otra fiesta como la de anoche.

Sonrió, iba a decir algo y me adelanté.

—Entonces dijo: ¿y si no llegamos a un acuerdo?, le contesté que soy parte del acuerdo. Creo que le ha quedado claro.

—Ya me ha puesto al corriente. No sé qué decirte…

—No digas nada, es trabajo ¿no?

Traté de no mostrarme demasiado seria pero no sé fingir.

—Carmen, tienes que entender…

—No sigas, no es necesario.

Aún así tuve que escucharle. Yo solo pensaba en la pared de cristal, en el shock que supuso volver a ofrecerme con los brazos en cruz. Solo pensaba en los latigazos largamente esperados y en la luminosa plenitud del dolor. Poco después me fui, necesitaba ver a Mario.

VII. La espera

Debí de quedarme dormido cuando empezaba a clarear. Dormí poco y mal, los ruidos de los vecinos alimentaron la desazón que me mantenía en estado de alerta y cerca de las ocho desperté. El recuerdo de lo que había sucedido se presentó como un destello y la erección que aplastaba contra el colchón me reclamó con la misma fuerza que lo hace el alcohol o la droga. Aparté la sábana y rodé hasta ocupar el espacio de Carmen. La almohada trajo su olor y allí me aferré al mástil como lo hace un náufrago tratando de no hundirme. Me agité pincelando cuadros en los que mi niña se guardaba el dinero que alguien sin rostro le pagaba por pasar la noche con ella, construí escenas en las que se desnudaba despacio, con estilo y luego le entregaba su cuerpo al hombre que la había comprado, me masturbé frenéticamente mientras le hacía la mejor de las mamadas y luego… no duré tanto, no fui capaz de contenerme hasta imaginarla follando con su cliente.

Dejé correr la ducha, volví a tratar de masturbarme. Al coger la toalla vi mi reflejo en el espejo. ¿Qué coño estás haciendo?. Tenía que romper ese circulo. Elegí cualquier ropa, cogí uno de mis cuadernos y salí a la calle.

«¿Puedes hablar?»

Tal vez me había precipitado y la estaba poniendo en una situación comprometida precisamente ahora, cuando lo último que necesitaba era que alguien viniera a dar argumentos para enturbiar una salida tranquila. Bordeaba el parque cuando sentí el zumbido del móvil .

«Contigo siempre»

«¿Y Santiago?

«¿Y Carmen?»

Siempre directa, siempre punzante.

«No tengo secretos con ella, además está fuera. ¿te llamo?»

Enseguida se iluminó la pantalla, me había tomado la delantera.

—Buenos días niña, ¿te pillo desayunando?

—¿Cómo es eso de que no tienes secretos con ella? ¿Le has contado que te vas acostando con tus antiguos amores?

—Con mi antiguo amor. Por supuesto, ya te lo dije.

—¿Y qué opina?

—Volví tan feliz de Sevilla que se alegró mucho. —Elvira se tomó su tiempo antes de responder.

—No os entiendo.

—No es fácil, a veces nos cuesta a nosotros mismos entendernos. Pero no te llamaba para hablar de eso. ¿Cómo estás tú? —Escuché el torrente de aire que abandonaba su cuerpo.

—Soltando los últimos cabos que me atan aquí. Ya he conseguido destino en Madrid, ahora ando buscando casa; de momento me moveré con lo justo, luego ya volveré para recoger lo que me interese aunque prefiero irme ligera de equipaje como dijo aquél.

—¿Y Santiago?

—Aparentando que no sucede nada, imagino que el ultimo día estallará.

—¿Quieres que vaya?

—Mario por favor, si no has estado en todos estos años, no vas a venir ahora ¿a qué? ¿a protegerme? Santiago habla mucho, gesticula, grita, pero ese día se derrumbará.

—Tienes razón. De todas formas me gustaría estar al tanto, si te puedo echar una mano dímelo, además no quiero perder el contacto ahora que lo hemos recuperado.

—Yo tampoco pero entiende que necesito mi espacio. Y necesito tiempo.

—Por supuesto. Te estoy hablando como amigo.

—Y yo te estoy hablando como la mujer rota que si te tuviera ahora aquí querría abrazarte y te pediría que… ya me entiendes.  Necesito pensar, organizar mi vida y por supuesto que quiero tenerte a mi lado, pero dame tiempo ¿de acuerdo?

—Cuenta con ello.

El frescor de la mañana da cita a unos cuantos asiduos que con el tiempo nos vamos reconociendo; frecuentamos las mismas rutas, cruzamos las mismas veredas y nos detenemos en los mismos lugares. El parque a estas horas está poblado por paseantes de perros entre los que hasta hace poco me incluía yo. Otra dosis de nostalgia no, por favor. Subí por la cuesta que lleva hacia una de las cafeterías que nos gusta y a la que solemos acudir. Café con leche, templado, pedí en la barra y elegí una mesa cerca del ventanal que da a la arboleda. ¿Cómo me encontraba? Esa pregunta podía dar inicio a una introspección que me ayudara a prepararme para recibir a Carmen, ¿quién quería ser cuando llegara?. Empecé: ¿Cómo estoy? Me interrumpió el camarero, sirvió la leche, dejó un chupito de zumo de naranja y un mini croissant. Bien, ahora si. ¿Cómo estoy? Preocupado. Me preocupan tantas cosas… Para empezar, el comportamiento inmaduro que he tenido al despertar. La respuesta no pasa por masturbarme como un bonobo. Carmen está llevando a cabo algo a lo que yo mismo la he abocado, ha expuesto sus motivos y yo los he asumido. ¿Los he asumido?

La panorámica del parque me sirvió para pensar, para recordar. Bebí, devoré el croissant. Cogí el bolígrafo.

Rotundamente si. Entiendo sus razones, reniego de las mías para llevarla al punto en el que nos encontramos pero esa es mi carga.

Taché esa frase; no era aquí y ahora donde debía tratar mis problemas.

Rotundamente si. Entiendo sus razones y la apoyo, además tiene a Tomás que le da un nivel de seguridad razonable.

Más motivos para estar preocupado:

-  Violencia. Clientes agresivos. Cuenta con la protección de Tomás, él selecciona, son clientes suyos, los conoce.

-  Enfermedades: ¿usa protección? Preguntar.  Ramiro: Debe verlo con más frecuencia aunque me preocupa la actitud que ha tenido con ella.

Estaba redactando una especie de lista de ideas sin ningún orden como base para aglutinar todo lo que bullía en mi cabeza. Al final había conseguido expulsar al Mario descontrolado que me dominó durante toda la noche.

Seguía dándole vueltas a la lista cuando el teléfono comenzó a vibrar, parecía como si Carmen hubiera adivinado el mejor momento para llamar, me encontraba sereno pero no sabía cómo actuar. ¿Qué esperaba de mi? ¿cómo debía enfocar la conversación?

—Dime.

—Soy yo. Todavía voy a tardar un poco.

Necesitaba tanto escuchar su voz que me quedé sin palabras.

—Estoy bien en cuanto salga te aviso.

—Muy bien.

—Mario, por favor.

—¿Estás bien?

—Si, no te preocupes, estoy bien.

—Te espero en casa.

—Un beso, te quiero.

—Yo también te quiero.

Y me encontré reviviendo esas otras veces en las que hubiera querido decirle y no le dije. Ya era tarde. Sin embargo seguía sin saber qué le podría haber dicho, ¿era eso lo que iba a suceder cuando llegara a casa?

Anduve sin rumbo tratando de ganar confianza, procurando recordar lo que habíamos decidido construir juntos a partir de las cenizas de un incendio que yo mismo provoqué.

«Voy para allá» saltó en mi móvil. Yo también cariño, vuelvo a casa.

Estaba arriba cuando escuché la puerta, mientras bajaba pensé cien maneras de enfocar el encuentro. La hallé en la alcoba quitándose los tacones. Nos miramos con cierta cautela, me acerqué y nos besamos. Nos separamos, era todo tan artificioso…

—¿Cómo estás?

—Cansada, voy a cambiarme ¿me preparas algo fresquito?

—Claro.

La dejé y salí hacia la cocina, ¿por qué tenía la impresión de que me había sacado de allí? Le hice un zumo de naranja y lo llevé al salón, poco después apareció con una camiseta y un pantalón corto; el calor había llegado con fuerza. Se bebió el vaso de zumo hasta la mitad sin apartar la vista de mi.

—¿Qué buscas?

—¿Cómo dices?

—Lo sabes. No has dejado de mirarme al cuello. ¿buscas más?

—Si lo he hecho no me he dado cuenta, lo siento, no lo había visto hasta ahora.

—¿Se nota mucho?, tendré que disimularlo mejor.

Dejó el vaso en la mesa y salió a la terraza. No parecía preocupada por la marca que tenía en el cuello, era yo el que no controlaba la tensión. Salí del salón, tenía que hacer algo, cualquier cosa. Volví a la cocina y me puse a lavar el exprimidor. ¿Y luego, cómo llenaría los vacíos que yo mismo provocaba?

—¿Te apetece que salgamos a comer? —No la esperaba y solté la pieza que estaba lavando—. Vaya, parece que te he asustado.

—No es eso, es que estaba concentrado.

—¿Vamos a seguir así todo el día?

—¿Qué quieres que te diga? No sé cómo actuar, no sé lo que quieres.

—Lo que yo quiero es que tratemos de ser los que somos. No finjas que no ha pasado nada porque no es cierto.

—Carmen, si te pregunto todo lo que necesito saber te voy a agobiar. ¿Crees que no he pensado cómo afrontar este momento? Pero no olvido lo que hablamos en la sierra; no deseas un interrogatorio, eso lo tengo claro.

—Tienes razón, no te lo he puesto fácil. Hagamos una cosa: Vamos a salir, tratemos de ser nosotros mismos ¿de acuerdo?

No nos alejamos mucho, elegimos uno de los restaurantes de la urbanización. ¿Qué hiciste anoche?, preguntó para romper el hielo. No podía decirle la verdad e improvisé algo que no le preocupara. ¿Una película?, sí, eso es: Estuve viendo una película. Ni siquiera indagó cuál, sabía que no era cierto. Nos refugiamos en la carta y tras hacer el pedido su mirada desveló el peso que arrastraba.

—¿Sabes? No es tan fácil vivir la vida de estas chicas. —No encontré qué decir; ella dejó el guante tendido un poco más, luego prosiguió—. Me ha venido grande el papel de escort, no sabes cuánto.

—¿Qué pasó?

—Lo primero es que me arreglé como si fuera a una de esas recepciones que organiza tu hermano en la embajada. Lorena lo advirtió pero Tomás quedó tan entusiasmado que no vio el problema. —Suspiró profundamente y yo me situé en la escena—. Qué pasó dices; pasó que estaba fuera de lugar, nerviosa, incómoda, y lo que hice fue salirme de mi papel, desoír las normas que había dado Tomás y…

Me dolía tanto verla derrumbarse. Dejó caer la cabeza y negó, negó como si con ello pudiera deshacer lo que fuera que salió mal.

—Vamos, tranquilízate.

—Solo tenía que mantenerme callada, mira que lo repitió: Limítate a escuchar y obsérvala. Ver, oír y callar, esa era mi misión, pero nada más llegar, al presentarnos me sentí violenta, no podía seguir en silencio cuando Javier, el cliente, trataba de involucrarme continuamente en la conversación. Y ahí cometí el primer desliz.

Llegó el servicio con los platos y tuvo que interrumpir el relato; yo estaba ansioso por conocer el resto de la historia y prácticamente eché al camarero.

—Olvidé mi papel; Lorena y yo éramos… las chicas de compañía y ellos los clientes; mi misión consistía en actuar con discreción, no debía entrometerme en la conversación por mucho que el cliente diera pie. Y perdí el control. Mientras que Lorena sonreía, asentía y decía alguna gracia yo mencioné Garmisch cuando se habló de esquí, discutí de vinos y cité mis locales preferidos en Bonn porque Javier dijo que había cursado estudios allí. ¿Qué puta hace eso?

—¿Una puta de lujo, tal vez?

—¡Pero yo no iba como puta de lujo! Solo conseguí anular a Lorena y centrar toda la atención en mi, justo lo que no quería. A partir de ahí todo se descontroló, Javier solo se dirigía a mi y cuando salimos hacia la discoteca me cogió del brazo y ya no me soltó en toda la noche, no conseguí que bailase ni una vez con Lorena, bueno si, una vez porque insistí en bailar con Tomás, tenía que explicarme, yo no quería que sucediera eso.

Estaba reviviendo la desesperación que debió de vivir al ver que las cosas se le iban de las manos.

—Qué complicado ¿no?

—No imaginas, no sabía cómo reconducir la situación sin que se sintiera ofendido, menos mal que no había bebido demasiado, aún así no había manera de que me dejase ni un momento, hasta que de pronto quiso que nos fuéramos; él y yo, ya sabes.

«Ya sé Carmen, ya sé».

—El cliente te quería a ti. —Carmen asintió apesadumbrada.

—Traté de negarme, le dije que no me dedicaba a eso, pero insistió; dijo que fijara un precio. Y lo hice, propuse una cantidad exorbitante o eso creía porque alardeó: «Hubiera pagado…», pero no le dejé terminar, lo subí de nuevo, era una locura.

«¿Por qué me mira así, por qué se detiene? Porque lo sabe, necesito saberlo y ella lo sabe, sabe lo que quiero. Y sé lo que está pensando de mí y no sé si me gusta pero necesito saberlo.»

—Ciento treinta mil pesetas. —Despacio, arrastrando cada palabra, así desveló su precio por una noche respondiendo a mi malsana curiosidad—. Lo único que dijo fue: Hecho. No tenía salida, negarme hubiera puesto en peligro la gestión de Tomás.

—Y accediste.

—Si, accedí, accedí. Al fin y al cabo no es tan diferente a lo que me hiciste en la habitación de tu hermano.

Siempre estará ahí, como un arma arrojadiza cuando haya que abatir al contrincante, a mí.

—Perdona, no sé por qué he dicho eso.

—No importa, es la verdad. Supongo que a partir de ahora he de acostumbrarme a que zanjes las discusiones con este comodín que has encontrado por el camino. Ya, ya sé que no fue nada agradable lo que te hice pero mira, todo tiene su lado positivo, ya no tendrás que lidiar demasiado conmigo, siempre me podrás hacer callar con este argumento.

—¿Me crees capaz de hacer algo así?

Se acercó el camarero y nos salvó de una discusión que corría el riesgo de descarrilar. No habíamos tocado los platos y picoteamos para que nos dejara en paz.

—Con qué facilidad perdemos  los nervios de un tiempo a esta parte.

—Lo siento.

—Yo también, anda, sigue.

—Lo demás te lo puedes imaginar, bueno… —cabeceó—, Lorena me dio unos condones y Tomás sus últimos consejos. No intimar, nada de hablar de mi vida privada, nada de hacer preguntas personales… Cosas así.

Dejamos correr el tiempo mareando la comida en el plato, escuchando el silencio que habla de sexo, caricias, entrega, placer.

—¿Te trató bien? —Sonrió con dulzura antes de contestar.

—Si cariño, fue amable y correcto.

Quería preguntar tantas cosas, sobre todo…

—¿Qué quieres saber?

—¿Lo, pasaste bien? —Ya. Estaba dicho.

Su mirada, sus ojos. Se cargaron con esa profundidad que me desarma.

—Si.  Si, ha sido una noche muy intensa. Sobraron los condones, son tan molestos… pero me tendré que ir acostumbrando.

No dejó de mirarme, tal vez pensó en darme detalles, o contar algo más; estaba un poco allá aunque no me perdía ni un segundo, lo supe porque su expresión se hizo más sensual, un punto provocativa.

—¿Comemos? Estoy tan cansada.

Regresamos a casa cogidos del brazo; diría que me llevaba agarrado de tal modo que hubiera resultado difícil poder separarme de ella.

—Y eso que lo había practicado, tenía el personaje a punto.

Seguía dándole vueltas. Estábamos a punto de llegar y apenas habíamos hablado por el camino; lo achaqué al cansancio acumulado pero no, ella continuaba pensando en qué se equivocó. Y de pronto esa frase.

—Déjalo ya, tienes que descansar, ya tendrás tiempo de pensarlo.

Sabía que era inútil, no pararía hasta analizar cada detalle.

—Solo tenía que actuar como lo hice con el taxista. Ya tenía un modelo ensayado, no sé por qué no lo utilicé.

Me contó el trayecto que hizo en taxi el día antes de reincorporarse, cómo surgió el rol de la profesora de inglés y su doble vida como prostituta de alto standing. A medida que desgranaba la historia me sorprendía la capacidad que tenía para desdoblarse, porque eso es lo que había ido observando durante los últimos meses; los cambios radicales de carácter que había visto o la facilidad para alternar entre la terapeuta y la náufraga, y ahora esto, un claro ejemplo de desdoblamiento controlado. Todo ello  formaba un conjunto coherente de episodios de un mismo fenómeno que no podía ignorar por más tiempo. Recordé la preocupación de Doménico cuando me citó, ¿podría estar relacionado?. Mientras yo reunía estos datos Carmen escenificó para mí alguno de los más osados diálogos que la prostituta mantuvo con el taxista y su manera de ofrecerle unos servicios de los que apenas sabía nada pero que le vendió con una maestría de profesional. Es cierto, tenía un rol perfectamente construido que sin embargo no consiguió poner en acción cuando lo necesitó. Decidí indagar  un poco más sin descubrirme.

—¿Lo ves? Lorena tiene mucho que enseñarte y por supuesto Tomás, pero eres tú quien posee las herramientas para ser la que necesitas ser en cada situación. Lo haces a diario en la clínica, lo conseguiste en la facultad aunque no estabas acostumbrada a enfrentarte a un auditorio y lo vas a lograr ahora. Con el taxista seguiste el método habitual: moldear un perfil, ensayarlo y testarlo.

—¿Y por qué no lo utilicé anoche?, no lo entiendo.

—¿Puede ser que te inhibieras por la presencia de Tomás? Ensayar un personaje frente a quien te conoce es más comprometido que hacerlo ante desconocidos.

—Si, puede que tengas razón.

Entonces arriesgué.

—Deja que te diga algo: hemos avanzado en nuestra nueva vida a base de abandonar cosas que considerábamos imprescindibles. Nos quitamos las alianzas, nos despojamos de las etiquetas de marido y mujer. Y nos dolió, más a mí que a ti… de acuerdo, a los dos por igual pero nos desnudamos de todo ello para ver qué nos encontrábamos bajo esos ropajes. Y en eso estamos ¿no es cierto?

—Si, pero no veo la relación.

—Intuyo que en este camino que te has impuesto deberías despojarte de tu dignidad. Espera, escúchame: Cuando seas puta desnúdate de tu condición de señora, de tu título de doctora, de tu calidad de niña que iba a esquiar con su abuela a Baviera; olvida que hablas alemán como si fuera tu lengua materna, procura desnudarte de tu pasado selecto. Ya sé que no alardeas, lo sé, pero ayer te ha jugado una mala pasada.

—¿He de fingir que no soy la que soy?

—No te estoy diciendo que finjas ni que actúes, te digo que te desnudes como yo, con mucho dolor, me he desnudado de mi alianza y he dejado de referirme a ti como mi esposa o mi mujer. Es cuestión de esfuerzo, de crear otra conducta desde la nada.

—¿Me lo estás echando en cara?

—En absoluto, solo pienso que las identidades nuevas no siempre nacen modificando las que ya tenemos y con las que nos sentimos cómodos, aunque eso ya lo sabes.

—Es cierto, creo que es lo que hice con el taxista, dejé de ser totalmente yo; ese es el punto de partida. Gracias amor.

«Libérate de todo eso, pero recuerda en todo momento quien eres para que al final, algún día,  no te cueste reenganchar con tu yo».

Ese era mi temor, pero no se lo dije.

…..

—Soy yo. No sé si te pillo en buen momento.

—Hola cariño, acabo de llegar a casa, ¿cómo estás?.

—Yo también, hemos comido fuera y Carmen se ha echado en la cama, ayer trasnochó y necesitaba dormir.

Le conté una historia más o menos creíble, no podía decirle la verdad, que su amiga era una puta. Si me creyó o no nunca lo llegué a saber. Mientras hablaba sobre lo que había hecho con sus amigos cogí un vaso ancho y fui a la cocina, eché un par de hielos y subí al ático; dos dedos de bourbon, nada más. Encendí la cadena y elegí al azar un compact; los conciertos italianos de Bach pusieron fondo a la suave voz de Graciela. Se dio cuenta de que me sentía solo y se dedicó a mí más allá de que tuviera algún otro plan. La imaginé sentada en el sillón beige, mirando hacia la librería mientras escucha, ese en el que alguna vez nos hemos amado.

Enseguida entramos en sintonía, cuando termina de contarme su día —las compras a primera hora, las bromas en torno a la nueva pareja que se ha formado en su grupo— le pregunto por ese que aún no tiene nombre y que la ronda desde un tiempo no definido, meses, no sé cuántos, un amigo al que no le ha dado ninguna oportunidad pero que ahora, cuando ha revivido a mi lado, comienza a mirar de otra forma. Si, está ahí, sigue ahí, es una buena persona que no la agobia, dice, y atractivo, reconoce a regañadientes. Quién sabe Mario, quién sabe.

Es el momento de las confidencias, de avanzar un nivel. Le hablo de un próximo viaje a Sevilla, inevitable, sin fecha, le hablo del congreso de junio, de una antigua amistad convertida en influencia. No me gusta utilizar a la gente, le digo. Llegar a ese punto nos lleva a Elvira, mi primer amor y pilar de una geometría de difícil encaje. Santiago, Elvira y yo por una parte. Carmen, Elvira y yo por otra. Difícil de conjugar, relaciones condenadas al desencuentro en el pasado y que el destino ha hecho confluir.

—¿La sigues queriendo?

—Claro, nunca dejamos de querernos, nos separó la falta de experiencia, la juventud, quién sabe.

—¿Y Carmen?

—¿No lo imaginas? Carmen está al tanto de todo.

—Lo suponía, solo quería que me lo confirmaras.

Le conté los planes de futuro, al menos lo que yo pensaba que podría ser. Elvira en Madrid y yo… un amigo, no aspiraba a más, Elvira es mucha mujer para depender de nadie.

—Te veo ilusionado, creo que Elvira tiene suerte de tenerte cerca en un momento tan complicado.

Cuando nos despedimos sentí que habíamos dado un paso más en nuestra relación, podíamos soltarnos de la mano sin miedo a perdernos.

¿Cuánto tiempo había pasado desde colgué?  El sol comenzaba a declinar. Bajé, no se oía nada; crucé el pasillo hasta la puerta de la alcoba. Volcada hacia su lado de la cama la penumbra me permitía apreciar su sueño tranquilo, tan solo una braga de algodón blanco rompía la imagen perfecta de una silueta esbelta y armoniosa, y los pies, ocultos bajo la sábana. Entré en la habitación, su impactante desnudez me sobrecogió, era mi mujer la que yacía en nuestra cama, la que había regresado transformada en prostituta y lo estábamos asumiendo como si no fuera a alterar nuestra vida. Traté de imaginar el futuro que se nos presentaba y no pude, mi pensamiento se centraba en ella: Esa mujer, esa puta; y no albergaba ninguna duda: la quería en mi vida.

Los tenues rayos de sol que el atardecer filtraba a través de la persiana hicieron saltar la alarma. Se me erizó la piel. No eran sombras lo que al principio creí ver proyectadas en su cuerpo. Largos surcos oscuros de unos dos dedos de ancho le cruzaban la espalda. Retrocedí hasta que tropecé contra la pared, Carmen había sido azotada. Me invadió una náusea, traté de ahogar un conato de mareo, aún así no podía dejar de mirar. Carmen había sido azotada.

Salí de allí. Recordé minuto a minuto su llegada a casa, nuestra conversación en el restaurante, cada gesto, cada palabra. Nada hacía pensar que hubiera sido objeto de tal clase de maltrato.

—¿En qué te estás convirtiendo? —murmuré abatido.

Media hora más tarde escuché movimiento en el dormitorio. Estaba perdido, no sabía cómo afrontar la situación. La encontré vestida con ropa cómoda arreglando la cama. Al verme se le iluminó la cara.

—Te he tenido aburrido toda la tarde, lo siento.

—No importa, estabas agotada.

Una mirada, un silencio y tantos años de convivencia hicieron el resto.

—¿Qué pasa?

Respiré hondo, solo había una manera de hacerlo.

—Te he visto la espalda.

—Vaya, no es así como quería que te enteraras. —se entretuvo de más con la almohada, luego se irguió, seguía serena, ni rastro de culpa o pudor—. Ahora es cuando toca decir lo de «cariño, esto no es lo que parece».

—¿Cómo puedes bromear con eso?

—No, es que en este caso es cierto, por mucho que te cueste creerlo. No es lo que parece.

—¿Y qué es?, porque lo que parece es que te han dejado la espalda marcada después de azotarte con una correa, ¿o tiene otra explicación que no alcanzo a ver?

—Cálmate. Me han azotado con un cinturón, es innegable, pero no me han agredido ni forzado. Eso es lo fundamental.

—Explícamelo porque sigo sin entenderlo.

Me miraba como si yo fuera el que tuviera que superar un examen y no me gustó; llenó los pulmones y dijo:

—Yo lo pedí.

Me iba a estallar la cabeza, la tenía frente a mi, separados por la cama, una distancia insalvable. Los segundos pasaban y ella esperaba que reaccionase. De nuevo nuestra vida pendía de un hilo.

Ella, ella.

Hermosa, imponente, serena, mi mujer. Una puta joder, una puta.

Mi puta. La persona más importante de mi vida a la que yo había lanzado a un mundo que nunca deseó.

—¿Qué estamos haciendo?

Traspasó la distancia que nos separaba y nos abrazamos, yo evité poner las manos en su espalda herida, la cogí por la cintura y me refugié en su cuello.

—Te amo; Dios, cómo te amo.

Buscó mi boca y nos besamos como si el tiempo no existiera, borrando la huella de tantos meses insensatos en un solo beso interminable. Olvidé el dolor, solo recordé el castigo cuando el paso de mis manos la crispó. Sigue, susurró, pero ten cuidado, insistió para vencer mi indecisión. «Placer y dolor» sonó con su voz en mi cabeza; eran palabras de Mahmud y caí de bruces en el presente. Y mientras acariciaba su maltrecha espalda pensé si no serían esas ideas las que la llevaron a pedir el castigo a su cliente. ¿Acaso el fantasma del argelino había reaparecido?

Nos libramos de la ropa sin dejar de mirarnos, Carmen tenía una mirada febril. Vuélvete, le pedí y esbozó una sonrisa como si conociera de antemano mi deseo. Se dio la vuelta despacio, sin perderme de vista, quería ver mi reacción ante el cuadro que presentaba su cuerpo. ¿Y yo, por qué me excitaba si estaba horrorizado? Cinco o seis bandas oscuras le cruzaban la espalda, varias le atravesaban los glúteos, una de ellas alcanzaba la parte superior del muslo izquierdo en una tonalidad bermellón que amenazaba con sangrar en cualquier momento. Las nalgas habían sido azotadas, se perfilaban los dedos con nitidez y en algunas zonas presentaba signos de tumefacción. Y yo me excitaba. Y ella me miraba.

Puse las manos en sus hombros y descendí por su cuerpo castigado. Suspiró. Rocé sin intención el muslo herido y le provocó el mismo temblor de una ráfaga de viento helado que hubiera batido la ventana abierta de la alcoba. Situado a su costado solo necesitaba una mano para abarcar el paisaje y dediqué la izquierda a estimular sus pechos. Tenía una vista completa del cuadro que la tortura había pintado en el cuerpo de la puta y repasé con dos dedos el trazo de la franja más larga, Carmen hizo vibrar el aire entre los dientes pero no se quejó. Uno a uno recorrí con mis labios y mis dedos los caminos cincelados en la piel y ella se agitó, a veces gimió quedamente. Nunca pidió clemencia.

Una senda me condujo hasta el glúteo donde el caos desdibujaba el sendero. Me aventuré —esta vez si sabía lo que hacía— a palpar la llaga del muslo y trató de evitarlo. Yo, sin motivo, descargué mi frustración en la nalga. No sabría describir lo que oí; una explosión desgarradora más allá del placer, más allá del dolor. Cuando se recuperó, cuando me recuperé la escuché: Sigue, vamos. ¿Por qué, por qué?. Necesitaba un motivo, alguna razón para sobrellevar los remordimientos que llegarían después.

—No lo entiendes, he saldado la deuda que tenía pendiente con Mahmud.

—Mahmud, lo sabía. ¿Es que nunca te vas a ver libre de él?

—Ya Mario, ya está, se acabó.

No entendía de qué hablaba; pegado a su espalda rodeé su cintura y caímos en la cama. Las preguntas me quemaban tanto como debía de quemarle la piel. La monté sin piedad cegado por el cuadro violeta que tenía ante mí. ¿Cómo sucedió, de donde pendía su cuerpo mientras la azotaba? ¿Gritó, suplicó?

…..

—Cuando quedé contra el cristal, no sé qué me ocurrió, lo reviví como si estuviera contra la pared en casa de Doménico aquel día, y Mahmud…

Carmen yacía boca abajo, yo le untaba crema con sumo cuidado, llevaba mas de diez minutos cuidándola, mimándola, hipnotizado por la hermosura de su cuerpo ahora cruzado por la flagelación a la que se había sometido por voluntad propia. ¿Por qué?, le pregunté, ¿qué te hizo llegar a esto?

—La misma postura. Cara a la pared, con las manos en cruz y esperando; sobre todo esa sensación de espera. No lo puedes comprender pero ese fue el detonante. Javier se marchó a ponerse un condón y en ese momento todo se desencadenó. Sola, desnuda, esperando a que regresase y… algo se produjo, no se qué. Cuando volvió sabía que tenía que acabar lo inacabado. Mahmud se fue y me dejó así, esperando, temblando de miedo. Es como he estado desde entonces, esperando a que algo sucediera, algo horrible o trascendental, nunca lo he sabido. Cuando Javier me sujetó desde atrás tomé la decisión. Aquella fusta que nunca llegó tenía que llegar.

—¿Y era necesario pasar por esto? El dolor ha tenido que ser insoportable.

—Era necesario. Lo sospechaba pero en realidad no sabía hasta qué punto estaba condicionada. Cuando volví a encontrarme en esa situación supe que tenía que pasar por esto hasta el final. Era la única manera de liberarme de él: consumar la tortura.

—Y lo manipulaste para que cumpliera el rol de Mahmud.

—No es tan sencillo. Tenía que cerrar esa etapa sino Mahmud seguiría presente de una u otra forma. Todo lo que hicimos en la Sierra no bastó, siempre lo he sabido. Cuando Javier me… crucificó en la cristalera saltaron todos los estímulos; tenía una oportunidad única, tal vez irrepetible. Fue sencillo hacer que me azotara, y a lo del cinturón llegamos casi por casualidad, por una fantasía que se le ocurrió. Le conduje si, pero no lo manipulé.

—¿Te das cuenta del peligro que has corrido?

—A esas alturas de la noche ya conocía bastante a mi cliente. No es un sádico, no fue fácil conseguir que me pegara con energía.

Quedé absorto por la dureza del relato y ella se sumió en una profunda tranquilidad por la calma que mis manos le proporcionaban. Yo no dejaba de imaginar las escenas que me había contado y cada vez veía más a un verdugo manipulado por una víctima dueña de la situación. No es posible, pensé.

—¿Ha merecido la pena?

—Si, absolutamente. La frustración ha desaparecido, no le debo nada a Mahmud.

Le tapé la herida del muslo y seguí con la crema allí donde creía que podía necesitar; aquello se había convertido en una leve caricia que viajaba por todo su cuerpo.

—La expectativa del dolor estaba anclada al miedo, y a la frustración —continuó al cabo de unos minutos— porque la única vez que Mahmud me había azotado acabé masturbándome. ¿Qué esperaba yo el día que me torturó amagando una y otra vez con la fusta? Dolor y placer, miedo y gozo. Ese es el entrenamiento con el que me dejó condicionada, y así he estado hasta esta noche en la que he deshecho ese condicionamiento. La expectativa de dolor ya no conduce a Mahmud, la he resuelto.

—Ya, pero hay otros anclajes.

—Te refieres al placer y al dolor. Son sensaciones ligadas a lo que se espera de ellas y al contexto. Lo hemos tratado en clínica muchas veces, lo que incapacita no es el dolor sino el miedo al dolor.

—Lo sé.

—Lo que he experimentado esta madrugada me ha abierto los ojos en muchos sentidos. Lo más importante es que me ha liberado de Mahmud, además ahora entiendo una parte de lo que trataba de enseñarme. Placer y dolor se funden, se confunden. He tenido que experimentarlo para saber a lo que se refería.

—Tal como lo cuentas da la impresión de que no te has desligado del todo de él.

—No te equivoques. Ahora sí, por fin está fuera de mi vida; lo que no quiere decir que algunas de sus ideas puedan ser válidas.

No quise seguir su razonamiento, no me atreví. No era el momento, concluí para justificarme.

—Cuando vi la marcas en tu espalda me horroricé, pensé que era una pesadilla.

—Créeme, no ha sido una pesadilla, al contrario, ha sido la consumación de un proceso que estaba bloqueado.

Quería creerla, tal vez avistó un atajo para cortar amarras con él y arriesgó. ¿Y yo, qué justificación tenía?

—Siento haberte hecho daño, no sé qué me ha pasado.

—Yo te lo pedí, no le des más vueltas. Además, no es la primera vez que jugamos fuerte.

—No me lo recuerdes. Esto no tiene nada que ver con lo que ocurrió aquel día.

—Ya, olvídalo.

Olvídalo. No sé si podré.

VIII. El entrenamiento

—Carmen buenos días. Esta tarde a las siete ¿de acuerdo?

No había vuelto a hablar con Tomás desde el sábado. Me sorprendió el tono imperativo con el que trataba de cerrar una reunión sin contar con mi disponibilidad. Aún tenía fresco el regusto agrio tras la bronca cuando me recogió en el hotel.

—Tengo que ver si puedo, luego te llamo y te digo.

—¿Lo ves? Ese es el problema contigo. Mira Carmen, no puedo hacer girar mi agenda en base a tu disponibilidad. Cuando llamó a mis chicas acuden sin rechistar ¿lo entiendes? No, esto no funciona.

—A ver Tomás, solo te estoy pidiendo…

—Ni funciona ni va a funcionar. Déjalo.

Y colgó. Nunca me había dejado con la palabra en la boca y tuve un mal presentimiento. Traté de hablar con él varias veces a lo largo de la mañana y siempre encontré la línea ocupada, la ansiedad comenzó a encontrar el terreno abonado y cuando lo logré sentí que los nervios se me disparaban.

—Carmen, no te preocupes, ya no te necesito, lo tengo solucionado. —respondió calmado pero distante, muy lejos del que a primera hora me expulsaba de su entorno, aun así el mensaje era claro, había perdido su confianza.

—No por favor, no me hagas esto, a las siete estoy ahí, como siempre. Por favor Tomás.

El silencio se hizo eterno, la humedad que nublaba mis ojos terminó por desbordarse y rodó por mis mejillas. Yo, la que nunca llora.

—Por favor.

Estaba suplicando.

—Mira, será mejor que abandones. ¿Te imaginas lo que habría pasado si en lugar de Javier hubiera sido Meissner? No calculas el lío en el que te podrías haber metido. Lo he estado pensando estos días, por eso quería verte.

—No, dame otra oportunidad.

—¿Otra oportunidad? ¿Para eso es para lo que crees que quería verte?

—No… no entiendo.

—Muy bien de acuerdo, a las siete te veo.

A las siete en punto llamé a la puerta y me sorprendió una cara desconocida.

—Hola, tú debes de ser Carmen.

No esperaba a nadie allí. Solos, él y yo. Debí de dejar escapar un gesto de fastidio porque endureció la mirada. Ya estaba hecho y no había forma de enmendarlo, tiempo habría si es que las cosas terminaban por solucionarse. Supongo que ese mal comienzo la liberó de cualquier convencionalismo y me hizo un rápido recorrido; lo más probable es que estuviera al tanto de lo sucedido con Javier. No me deje intimidar por ese breve chequeo al que me sometió antes de cederme el paso. Yo también la encasillé, no estaba allí para hacer amigas, me sobraba su presencia y la prejuzgué. Algo mayor para dedicarse a lo que imaginé, demasiado rubia, demasiado todo.

—¿Y tú eres…?

—Luca. Pasa.

La seguí hasta el salón. Andares algo rudos para mi gusto, algo pasada de peso para su estatura, un poco de celulitis aquí y allá…

—¿Ya os habéis presentado? Bien, sentaos. ¿Quieres tomar algo?, ¿no? Vale. Mi intención original era hablar contigo a solas pero cuando quedó en el aire si podrías venir hablé con Luca para encarrilar lo de los alemanes.

—¿Qué pasa, ya no cuentas conmigo? —No estaba dispuesta a aguantar que me despreciase, si aquello era una despedida iba a mantener lo que me quedaba de dignidad hasta el último minuto. Pero no obtuve respuesta, tan solo un cruce de miradas entre ellos.

—Mira Carmen, el viernes quedó claro que no sirves para esto, no estuviste a la altura. Ni siquiera fuiste capaz de cumplir el objetivo que te puse, y era bien sencillo: ver, oír y hablar lo justito. Tu misión consistía en aprender de Lorena, te lo repetí hasta la saciedad y te lo saltaste a la torera, por tu santos ovarios; tuviste la oportunidad de recular y no lo hiciste, se te subió a la cabeza el único papel que sabes interpretar y nos dejaste a los dos atrás, a Lorena y a mí; nos ignoraste, te lo advertí varias veces pero no me hiciste ni caso.  Eres muy buena en la cama, no te lo voy a discutir pero eso no es suficiente. No vales para esto, fin de la historia.

Qué injusto era. Pero si pensaba que me iba a hundir con su discurso es que no me conocía; capearía el temporal que me arrasaba por dentro, le contaría mi versión y si no le convencía me marcharía con la cabeza bien alta. Tiempo habría de caer, pero no sería delante de él.

—¿Qué te crees, que yo no me he dado cuenta? No he dejado de pensar en todos los errores que cometí y en los motivos que me llevaron a comportarme como lo hice, ¿y sabes una cosa? de los errores se aprende, así es como he ido avanzando siempre. Soy consciente de lo mucho que tengo que aprender de Lorena y también sé que lo del viernes me separa de ella, no sé cómo voy a recuperar su amistad, no lo sé.

—No te esfuerces, está decidido. Me juego mucho como para ponerlo en peligro por un…

—¿Capricho?, ¿es lo que ibas a decir? Creía que me conocías mejor.

—¿Me dejas? —pidió Luca—. Me han contado tu actuación. Te luciste ¿eh?, tienes a Lorena contenta. De entrada la dejaste hecha una mierda cuando te presentaste vestida como si fueras a la ópera, joder, que ibas a cenar con un puto empresario, un tío que se pensaba follar a tu compañera, coño. La humillaste tanto que se tuvo que ir a comprar otro vestido para ponerse un poquito a tu nivel ¿te vas enterando? Y luego, lo de los vinos; que si tal año es mejor que tal otro, que si ese tiene fama pero no es tan bueno como dicen… ¿tú de qué vas? Y lo del esquí en Alemania es de traca. Y otra cosa: ¿De verdad conoces los mejores garitos de Berlín? no, de… Bonn, eso es. Mira bonita, diste con el tal Javier que resultó ser un buen tío, pero no todos son así, podías haber dado con otro tipo de cliente, alguien que está podrido de pasta pero en el fondo sigue siendo un pobre hombre al que humillas con ese alarde de niña pija y luego, a solas, se lo cobra machacándote la cara porque le has inflado los cojones, ¿me vas siguiendo? Puede que folles de puta madre y por lo que dice Tomás hagas unas mamadas de premio Nobel pero eres demasiado ingenua para la edad que tienes. No sabes nada de nada. —Se movió para alcanzar el bolso, sacó un preservativo y me lo enseñó. —A ver niña pija, ¿qué sabes hacer con esto? No tienes ni idea de lo que hablo ¿verdad?

—Déjalo ya —le dijo Tomás—, esto se ha terminado.

¿Por qué me dejaba humillar?. Estaba dolida con él, no merecía ese trato; por mucho que no hubiera seguido sus instrucciones le había puesto en bandeja un negocio que tenía abandonado y a cambio me dejaba a los pies de una prostituta que se permitía el lujo de insultarme como si se creyera mejor que yo. Qué ingratitud. Tenía el corazón a tope y unas enormes ganas de llorar, hubiera querido levantarme y salir de allí, pero yo no me rindo. Aguanté, me tragué el coraje y las muchas contestaciones que se merecían y respiré antes de responder.

Porque estaba dispuesta a tragarme eso y más con tal de que Tomás no me echase de su vida.

—Tienes razón, no tengo ni idea, esto es nuevo para mi, lo que te aseguro es que no es un juego ni un capricho de niña rica. No tengo ni puta idea, por eso me equivoqué, porque tenía miedo a hacerlo mal.

Tomás escuchó sin interrumpirme, creo que se apiadó de mí, sabía cuánto había sufrido y aunque seguía sin entender del todo lo que me movía a hacerlo temía lo que me podía suceder si me dejaba sola.

—Psicología de la vida Carmen, Luca no ha necesitado todos tus estudios para desmenuzarte; psicología de supervivencia, eso es lo que te falta, es lo que no has vivido y trivializas cuando crees que puedes rivalizar con ellas. ¿Cuántas veces te lo he dicho? ¿crees que Luca o Lorena tiene una vida fácil? ¿te parece que hacen esto por placer?

—Yo no he dicho…

—Ya lo sé Carmen, ya lo sé.

Mi destino se decidió en esos segundos durante los que Tomás vagó en silencio por el salón.

—Es tu última oportunidad. —sentenció señalándome con el dedo, luego se dirigió a Luca—. Y tú: quiero que la entrenes.

—No me jodas. —La hizo callar con un gesto.

—Dedícate a ella, ya sabes lo que quiero. Y no me falles, cuento contigo. —Le advirtió.

Y a mi me exigió dedicación plena a Luca; por las tardes sería suya, sin condiciones. Bajar los humos dijo, olvidarme de quién era, perder esas maneras de universitaria y aprender a ser otra, una mujer natural, sencilla. Quiero que no destaques, que desaparezca la prima donna y quede la hembra, ¿podrás hacerlo? Tienes que aprender mucho, mejor dicho, tienes que desaprender. Y terminó con un gesto de fastidio: Hablas de una manera que no encaja en el mundo al que quieres entrar. Eres demasiado… fina, ironizó Luca. Pues esa es tu tarea, terció Tomás, haz que se parezca más a ti, que pueda pasar por una chica de barrio. No va a ser fácil, protestó, fíjate cómo se mueve, cómo mira, parece de porcelana. Pues trabájala. Y Carmen: trabaja, depende de ti. Vivirás en su casa, tres, cuatro días, los que sean necesarios.

Acepté, cualquier cosa antes que perderlo. Tendría que organizarme, hablar con Mario, convencerle, cuadrarlo para que mi posición en el gabinete no se viera perjudicada; no sabía cómo pero tendría que hacerlo para compaginar una doble vida.

—Si, lo haré.  —le dije.

—Tómate el tiempo que necesites, la quiero entrenada, dócil y obediente.

—Es mucha faena.

—Por eso te lo pido a ti y no a otra.

—No sé si me gusta lo que estoy oyendo.

—Si no te gusta ahí tienes la puerta —gritó—, no me hagas perder más el tiempo, joder.

—Está bien, está bien. —reculé.

Me cogió por la barbilla y me obligó a mirarle a la cara.

—Nunca he querido hacer esto, de sobra lo sabes pero se acabaron las contemplaciones, si esta vez fallas me desentenderé de lo que pueda pasar contigo en el futuro. Si esta vez fallas no querré saber nada más de ti ¿lo has entendido? Nada.

No fui capaz de articular palabra, acepté su ultimátum con un gesto.

—No sería capaz de ser testigo de lo que pueda pasar contigo Carmen, no querría saberlo.

…..

—Voy a prepararte el cuarto que usa mi hermano, no es gran cosa pero al menos durante estos días podrás estar cómoda.

—No quiero causarte problemas Luca, puedo dormir en cualquier lado.

—El que puede dormir en cualquier lado es el vago de mi hermano, además no te creas que esto lo hago gratis, ya sabes como es Tomás.

Dejamos atrás las cafeterías próximas y callejeamos en busca de alguna más alejada del picadero. Después de la bronca había dulcificado el tono; me contó que vivía con su hermano menor, en paro crónico, y su hijo de dos años. Se le iluminó el rostro al hablar del pequeño, aquellas facciones duras se fueron suavizando a medida que Pablito se coló en nuestra mesa. Nadie lo esperaba y al principio tampoco lo deseaba; el padre se ilusionó como un castillo de fuegos artificiales y eso hizo que Luca —Lucrecia, como su abuela— pensase que ese niño podía unir lo que solo tenía futuro en su imaginación. El castillo se apagó tan pronto su cuerpo dejó de ser atractivo y las nauseas, las molestias por la noche  y las visitas al ambulatorio se convirtieron en un incordio, entonces dejó de sentir la llamada de la paternidad y comenzaron las malas caras, las ausencias y a Luca le llegaron los rumores: andaba con otra chica. Ya era tarde para tomar otra decisión y se desembarazó de quién le podía hacer más daño. Con gran alivio por su parte, con gran alivio de ella, con una tristeza amarga que se tragó en silencio para no soportar sermones. Mejor sola que mal acompañada, dice y construye una sonrisa mil veces ensayada.

No quiso ayuda envenenada y se apartó de la familia. El trabajo no trata bien a las mujeres y si están solteras y con hijos no se lo pone fácil. Luca intentó evitar lo que siempre terminaban por proponerle pero las facturas llegan, se acumulan y un niño necesita comida, pañales, vacunas… Solo una vez, se dijo, solo una; pero la tranquilidad que produce sentirse segura, aunque solo sea por unos días, es adictiva. Y cedió una y más veces.

En esas apareció Tomás. Lo reconozco escuchando, dejando hablar sin inmiscuirse, y luego ofreciéndose como si lo que hace no tuviera valor. Luca desconfía, está tan acostumbrada a recibir propuestas sucias que no cree en su buena suerte. Y a partir de ese momento su vida comienza a dar un giro. Ejerce pero de otra forma, a cambio de dinero si, pero también puede continuar lo que en otro tiempo soñó que podía ser. Había olvidado que le gusta leer y ahora tiene tiempo para hacerlo, Tomás no la obliga, aconseja, pero de alguna manera siente que se lo debe. Tiempo después cree que le ha quitado las telarañas, y ríe al decirlo, es la primera vez que la veo reír y sonrío con ella. Fue el primer paso para proponerle algo que un año antes le habría parecido una locura: ¿por qué no volver a estudiar?, ahora se siente capaz. Obtiene el graduado escolar y sigue adelante. Y yo me emociono al escucharla tanto como ella al contarlo.

Reacciona. Teme haber bajado demasiado las defensas y recuperamos nuestros roles.

—En cuanto llegue a casa hablaré con mi marido y le cuento lo que vamos a hacer; no voy a tener ningún problema, te lo aseguro. Mañana mismo me tienes a tu disposición.

—¿Sabes en lo que te estás metiendo?

—Sé lo que hago. La crisis que me ha sacudido lleva durando demasiado; necesito pasar por esto.

—Yo no entiendo de esas cosas pero si es lo que te hace falta, desde mañana quiero que me obedezcas en todo lo que te diga, sin rechistar.

—Cuenta con ello.

…..

A medida que me contaba él ultimátum de Tomás me di cuenta de que estaba decidida a hacerlo. Sabía que se sentía mal desde que la reprendió; que lo hubiera hecho de nuevo delante de aquella prostituta debía de haberla humillado y eso lo soporta mal. Carmen es una mujer para la que el fracaso se convierte en un reto y no iba a conseguir convencerla de que no se embarcara en semejante proyecto por muy absurdo que me pareciera.

—¿Qué opinas? —dijo cuando concluyó de contar la reunión de una manera un tanto embarullada.

—No sé si me he enterado bien. ¿Quieres decir que te vas a instalar en su casa, ¿cuánto tiempo, dos, tres días?

—Si, más o menos; he pensado venir por la mañanas temprano a cambiarme y a verte, también podemos comer juntos a mediodía, si te parece.

—¿Y en qué consiste exactamente lo que te va a enseñar esa chica?

Deambuló erráticamente con la mirada antes de contestar.

—No sé, cosas de… —Me miró como si hubiera estado a punto de decir una inconveniencia. Cosas de putas, pensé—. Trucos, estrategias para enfrentarme de otra manera a los hombres. Dice que en el fondo soy demasiado ingenua.

—En eso estamos de acuerdo.

—No sabes a lo que se refiere —saltó al borde de la ofensa—, el viernes cometí muchos errores por falta de experiencia, me sentía como pez fuera del agua, por eso me comporté como lo hice.

—Sigo sin entender qué es lo que vais a hacer durante esas tardes, y noches.

—¡Pues no sé Mario, yo tampoco lo sé! Me lo tomaré como si asistiera a una especie de seminario, esa va a ser mi actitud, escuchar y aprender, creo que se lo debo a Tomás después de lo mal que lo hice.

—No creo que lo hicieras tan mal, por lo que me contaste has afianzado un negocio que tenia abandonado, ¿no es cierto? Si consigue el acuerdo tú eres la guinda del pastel y eso nadie te lo había pedido, ha salido de ti.

Se levantó para evitar responder a lo que había sonado a provocación; aún seguía con la ropa de calle y me enganché a su culo enfundado en unos vaqueros ajustados  que se perdían dentro de un par de botas con un discreto tacón. Un curso acelerado de puta, eso es lo que iba a recibir durante esos tres días de convivencia con una profesional  a la que Tomás había encargado la transformación de mi mujer.

Volvió con un paquete de tabaco, lo desprecintó y encendió un cigarrillo, me miró con los ojos achinados por el humo.

—Bueno, de todas formas alguna idea te habrás hecho de lo que tu jefe pretende que haga contigo esa tal Luca. —insistí.

Carmen me atravesó con su mirada profunda mientras expulsaba el humo de los pulmones, entendí el significado, ¿quería guerra? pues la tendría.

—Luca dice que soy una niña pija, ¿tú crees que lo soy? A mi me da la impresión de que ella me ve así porque…

—Porque procede de otro estamento social, lo cual no es malo, ya sabes lo que pienso sobre eso. ¿Dónde vive?

—Por Ventas.

—Por ahí vive Alejo.

—Ya, pero Ventas es un barrio muy grande, a saber…

—La cuestión es que esa chica, por la razón que sea, ha terminado dedicándose a la prostitución.

—Es madre soltera.

—Además, y se encuentra con una universitaria, casada, sin hijos, con una posición económica desahogada que quiere jugar a las putas.

—Joder Mario, yo no quiero jugar a las putas.

—Pero es lo que ella percibe. Lo que ve son unas maneras refinadas, una educación de colegio de pago que te sale por los poros, y luego llega la otra…

—Lorena.

—Llega Lorena y le cuenta tu exhibición del viernes, el modelito que llevaste…—Carmen se llevó las manos a la cara.

—¡Oh Dios, qué horror!

—Tu discurso sobre Garmisch, sobre Bonn, ¿qué puta esquía en Garmisch y se conoce Bonn como si fuera por allí cada dos por tres? ¿Lo ves?, cómo no te va a catalogar de niña pija que quiere jugar a las putas mientras ella lo hace para sobrevivir y sacar adelante a su hijo.

—Lo sé, lo sé, es lo que me ha venido diciendo Tomás desde el principio; piensa que lo he idealizado, pero os equivocáis, seguís sin entender  lo que estoy tratando de hacer. Es igual, lo que ahora necesito es convencerla de que esto para mi no es juego.

—¿Y ya sabes cómo lo vas a hacer?

—El día a día. Espero que me conozca y así rompamos la barrera que nos distancia. Tomás quiere que aprenda de ella y es en lo que me voy a esforzar, espero que lo vea.

—De todas formas a estas alturas no vas a cambiar tu forma de hablar o de moverte, eres hija de una educación y de una cultura, no has nacido en Ventas o en Vallecas ni puedes fingir que no te educaste donde lo hiciste. No entiendo lo que pretendéis.

—Supongo que puedo modular las maneras, no ser tan… En fin Mario déjalo, no me pongas tantas pegas antes de comenzar. Además no se trata solo de eso, hay muchas otras cosas que aprender; como dice Tomás soy muy buena en la cama pero no basta para ser una buena puta. —Se detuvo y por la expresión de su cara supe que se arrepintió de lo que había dicho antes de que comenzara a excusarse—. Lo siento, no quería decir…

—No, está bien que hablemos con claridad, es  justo lo que quería desde el principio. ¿Y qué cosas son esas que te van a convertir en una buena puta, si se puede saber?

La disculpa desapareció de su cara y volvió al cuerpo a cuerpo.

—Por lo visto le ha contado a Luca que mis mamadas son de premio Nobel, esa frase creo que es cosa de ella pero la idea si me parece que es de él; vamos, estoy segura. —Yo lo corroboré con un gesto—. Y cuando lo dijo sacó un condón y lo agitó ante mí, me preguntó qué sabía hacer con eso, enseguida sacó la conclusión: Nada, mi silencio y supongo que mi cara de boba se lo debieron de dejar claro. Pienso que vamos a trabajar con eso.

Quedé conmocionado, sin poder reaccionar.

—¿Qué, no querías saber lo que voy a aprender estos días? Pues vete imaginando. ¡Bah, qué mierda!

Desapareció y me sentí solo. Una vez más había conseguido que nos enfrentásemos; estaba a un paso de interpretar el papel del imbécil que reventaba las escasas ocasiones que tuvimos de reconciliarnos cuando nos separamos. No podía caer en eso de nuevo.

—¿Así que vas en serio?

La encontré en la alcoba desnudándose, se volvió para ver si venía a seguir provocándola.

—A estas alturas deberías saberlo, siempre que me meto en algo voy en serio.

—Eso ya lo sé, pensaba que con lo que ya has pasado y alguna otra experiencia más te bastaría para evaluar tu experimento.

—Estás deseando que lo deje ¿no es cierto? Pareces el típico padre angustiado por las primeras salidas nocturnas de su hija; lo tolera, hace como que está de acuerdo pero si pudiera la mantendría en casita a buen recaudo.

—¿Así es como me ves, verdad? cómo un padre temeroso.

Tomó impulso para una réplica demoledora pero en el último momento se contuvo.

—Déjalo, no sigas por ahí otra vez, estoy cansada.

Y lo dejamos, pero la determinación que vi en sus ojos y la respuesta que no llegó a darme no me ayudaron a conciliar el sueño.