Diario de un Consentidor 123 - Ave Fénix
Con otra mirada
Capítulo 123
Ave Fénix
Chaqueta tres cuartos de piel vuelta marrón, camisa en tonos tostados, pantalón de boca ancha por encima del tobillo en blanco roto y botines. No quería que mi regreso pasase desapercibido, pretendía acallar los rumores que sin duda circulaban sobre mí y una presencia y una actitud adecuada les mostraría a quienes me daban por derrotada que se equivocaban.
—Carmen, hola no sabía que…
—Buenos días ¿todo bien? —saludé sin detenerme, era evidente que Andrés no había comunicado mi reincorporación.
—Espera, un momento.
Algo iba mal; la ignoré y seguí hacia mi despacho, había llegado temprano y no me encontré con nadie a mi paso.
—Carmen, es que no deberías…
En cuanto abrí la puerta entendí el nerviosismo de Paloma, una rápida ojeada me bastó para captar la disonancia en pequeños detalles; mi portalápices, el marco con la foto de Mario y mía, la multitud de objetos que pueblan mi mesa y forman parte de lo cotidiano no estaban, tampoco los montones perfectamente ordenados de expedientes, documentos y fotocopias de legislación que manejo; todo, todo había desaparecido; luego, de un vistazo más amplio recorrí las estanterías y eché en falta muchos de mis libros, desde los más preciados a los más recientes.
—¿Qué está pasando aquí?
—Verás, te lo iba a decir pero…
—Qué está pasando.
—Es el doctor Salcedo, como ahora dirige el departamento pues…
—Entérate de una cosa Paloma: yo dirijo este departamento, ¿queda claro?
—Si, si; yo, pensé… nosotros creíamos...
—Pues creísteis mal. ¿Dónde están todas mis cosas?
—En el despacho del Doctor Huete, como no se usa…
El despacho de Roberto, no podían haber elegido otro lugar.
—¿Quién ha dado la orden para hacer esto?
—Iván, el doctor Salcedo quiero decir.
—¿Sabe esto Andrés, el doctor Arjona? —corregí—. No, no lo sabe; qué va a saber, me lo hubiera dicho.
Di un par de vueltas tratando de calmarme, dejé la chaqueta y el bolso y me volví.
—Vamos a hacer una cosa: trae un par de cajas y me ayudas a despejar esto. Paloma, porque yo te lo digo. —corté en seco su reticencia—. Te iré diciendo lo que tienes que guardar y a continuación traemos todo lo mío ¿de acuerdo?
En lugar de esperarla fui al despacho de Roberto y comprobé lo que me temía: mis cosas amontonadas por los sillones, otras sobre la mesa y los libros desperdigados sin ningún orden; imaginé el desdén con el que el propio Iván se encargó de vaciar mi despacho. Salí de allí y crucé la clínica descargando el coraje a través de los tacones; habían empezado a llegar algunos compañeros a los que saludé de pasada, no estaba de humor como para detenerme, los rumores que tanto me preocupaban quedaron en un segundo plano, otros comenzarían a propagarse pronto.
Paloma trajo las cajas, no nos iba a llevar mucho tiempo guardar todo pero la notaba inquieta.
—Debería volver a mi puesto, no puedo dejar la centralita sola más tiempo.
—¿Cuántos becarios tenemos ahora?
—Cuatro.
—Avísales por favor.
Se mostraron colaborativos y en menos de media hora tenía el traslado hecho, otra cosa sería devolver mi despacho a un estado plenamente funcional.
—¿Se puede saber qué estás haciendo?
No lo había oído entrar; Iván me interpelaba de un modo que no estaba dispuesta a admitir.
—Bájame ese tono y me explicas qué has hecho aquí.
—Este ya no es tu despacho por si no te has enterado, habla con Andrés.
—Eres tú el que estás mal informado; no debiste tomarte tantas confianzas mientras ocupabas interinamente mi puesto. Llama al doctor Arjona mientras termino de poner orden en este desastre, ahora si me haces el favor. —dije señalándole la puerta.
—¿Pero quién te has creído que eres? —explotó alzando la voz—, ¿tú te piensas que puedes llegar…—En dos pasos me encaré con él y bastó para hacerle callar; le sacaba la cabeza pero era tal la indignación que me pareció incluso más pequeño, la discusión había congregado en el pasillo a varias personas, no iba a tolerarle esas maneras, yo era su superior jerárquico y se lo iba a hacer entender sin necesidad de perder las formas.
—Soy la directora de este departamento y puedo, claro que puedo. Ahora sal de aquí y pide que te asignen un despacho.
—¡Ya tengo un despacho!
Salcedo enrojeció, parecía querer tragarse sus palabras, se volvió tratando de ver si estábamos solos. Empecé a atar cabos y aunque solo era una hipótesis arriesgué.
—¿Y si ya tienes un despacho que hacías aquí enredando?
Solo fueron un par de segundos los que perdió buscando una respuesta, suficiente para quedar hundido ante mi y ante los compañeros que se habían sumado al grupo de curiosos. Salió de estampida sin mirar a nadie; los demás se fueron marchando, yo no me moví hasta que no quedó nadie.
…..
—Julia, ¿puedes venir?
Colgué, no la había visto aún y quería hablar con ella a solas. Dos meses de incomunicación habían debido de dejar huellas. Cuando entró la esperaba de pie, enseguida noté la frialdad, me iba a ser complicado recuperar la amistad que yo misma había quebrado.
—Pasa, cierra la puerta. —La invité y tomé asiento.
—Tú dirás. —dijo con un tono gélido.
—Siéntate. Por favor.
No me lo iba a poner fácil, la dureza de su expresión escondía otras emociones: decepción, dolor por la falta de confianza que le había demostrado.
—Quiero decirte que lo siento mucho, te he apartado de mi vida durante todo este tiempo, pensarás que no me importas y no es así, me importas mucho.
—Es igual, déjalo —dijo haciendo ademán de levantarse.
—No por favor, espera. Tengo que disculparme con tantas personas a las que he alejado de mí durante estos meses que si a la primera que le pido perdón me rechaza no sé qué voy a hacer.
Julia me conoce bien, apartó la mirada y al cabo de un tiempo prudencial comenzó a hablar con la voz tomada.
—Me hubiera gustado tener la oportunidad de ayudarte. Desapareciste, no sé si en este tiempo has necesitado alguien con quien desahogarte pero si lo has tenido desde luego no he sido yo y me he sentido tan… En fin, ya da igual.
Me incliné y busqué sus manos, no se hizo de rogar y las unimos con fuerza.
—No sabes cuánto lo siento, pero necesitaba alejarme de todo y de todos, estaba tan herida, tan rota que lo único que quería era desaparecer.
—Ese hijo de puta…
—No puedo culparle solo a él, yo tengo mi parte de responsabilidad. Me engañó si, pero yo me dejé engañar. No supe reaccionar como había hecho siempre, tardé en tomar una decisión y cuando lo hice el daño estaba hecho, mi conducta fue demasiado ambigua como para que al tratar de pararle los pies no entendiera con claridad lo que le estaba diciendo.
—¡Joder Carmen! ¿y no lo denunciaste?
—Se dio cuenta de lo que estaba a punto de hacer y…
No terminé la frase, no podía decirle que me echó del despacho como si fuera una puta.
—Da igual si lo hizo o no, como mínimo es acoso ¡qué me estás contando!
—Julia, yo di pie a lo que sucedió. Mario y yo estábamos pasando una etapa muy difícil y no supe manejar la situación, tenía que haber cortado aquello desde el principio y no lo hice.
—Déjalo, es mejor que no te pongas a revivirlo ahora, ya ha pasado.
Cuánto bien me habría hecho tenerla cerca entonces.
—¿Qué se dice de mi?
—Al principio hubo muchos comentarios, ya sabes como es esto; se rumoreó que te acostaste con Roberto para conseguir el departamento, se corrió la voz de vuestra cita aquel viernes.
—Fue una encerrona.
—Lo sé pero el rumor se extendió como la pólvora; después alguien, creo que de personal contó que Roberto no tenía atribución directa para tomar ninguna decisión organizativa por lo que tu puesto no dependía de él y con la fama que tenía empezaron las especulaciones, que si te había embaucado para llevarte a la cama, que si te hizo creer… Entonces la versión que cobró fuerza es que al darte cuenta de que te había estado engañando le denunciaste ante Andrés y le forzó a elegir entre tomar una salida digna o el despido y por eso se ha ido a Estados Unidos; también se dice que caíste en depresión porque tu marido se enteró de todo y empezaste a tener aquel comportamiento; llegabas tarde, faltabas mucho y entonces Andrés te apartó. —miró hacia un lado y sacudió la cabeza—. Ahora las apuestas están en lo que sucederá cuando vuelva; se sabe que regresa en noviembre.
—¿Y?
Estaba haciendo un gran esfuerzo para contarme todo y la tuve que animar para que continuara.
—Algunos decían que no volverías, otros sin embargo pensábamos que estabas al caer.
—Ya veo.
—La versión oficial es que te tomaste un periodo sabático para formación pero ya sabes como se corren las noticias, alguien de personal filtró que has seguido cobrando la nómina entera.
Me di cuenta de lo difícil que lo iba a tener para recuperar mi prestigio.
—Yo he tratado de parar los rumores pero… es como si no quisieran escuchar una vez que se han montado una historia.
—Lo sé, lo sé; ¿cuántas veces hemos visto esto?
Nos quedamos en silencio, no soportaba la expresión de lástima con que me miraba. Al fin reaccioné.
—Tengo que afrontarlo, no hay otra.
—Pasará, ya lo verás, en unos días se habrán olvidado. —dijo sin mucho convencimiento.
…..
No podía seguir en el despacho, tenía que hacer frente cuanto antes al entorno en el que me iba a mover. Cogí unos documentos y salí hacia la fotocopiadora, era el lugar desde el que se propagaban los rumores; como esperaba me encontré un grupito, dos administrativas y una del departamento financiero tomaban café y fumaban charlando probablemente de mí porque en cuanto me vieron llegar se quedaron calladas.
—¿Qué tal?, cuánto tiempo.
—Si, mucho. —arrancó por fin una de las secretarias.
—¿Las vacaciones bien? —pregunté distraída mientras colocaba los originales en la fotocopiadora; como nadie respondía me volví, no iba a permitir que me hicieran el vacío. Se cruzaron miradas entre ellas y al final fue Marta la financiera quien contestó.
—Si bien, cortas como siempre.
—Claro, nunca son suficientes ¿verdad?
—Si, eso parece.
—Y por aquí ¿cómo van las cosas desde que no estoy?
De nuevo se hizo un embarazoso silencio. No, no parecían preparadas, supuse que esperaban a una mujer avergonzada que se mantendría recluida en el despacho, por eso no eran capaces de interactuar con la persona que se habían encontrado, alguien que venía de frente sin bajar la mirada.
Era el momento de marcharse.
—Venga, hasta luego.
Dicen que no hay mejor defensa que un buen ataque; no me iba a replegar y así continué aquel primer día, dejándome ver, haciéndome notar. Había vuelto y quería que se supiese.
A medida que me movía fui encontrando respuestas de todo tipo, silencios muy clarificadores y compañeros que salían a saludarme. Uno de ellos fue Salvador, compañero que se incorporó al gabinete conmigo y que hacía un trabajo excelente en logopedia. Salió y me dio dos besos, se le notaba contento de verme.
—Me habían dicho que ya estabas por aquí.
—Ya me ves, recién llegada.
—Cuánto me alegro, ya me harás un hueco y nos ponemos al día.
—Cuando tú quieras Salva, me tienes que contar cómo están las cosas.
Hizo un claro gesto de desagrado y nos separamos sin concretar; aquel encuentro y otros del mismo estilo me resarcieron de los que me evitaron o los que simplemente mantuvieron una actitud distante.
Andrés me llamó a media mañana, su «Cuéntame qué ha pasado» estaba en la línea de no tomar postura hasta conocer todos los datos; por la forma que tuvo de sondearme deduje que no estaba al tanto de la invasión de mi despacho; se despidió con un «no te preocupes» que me tranquilizó. Más tarde su secretaria me convocó a una reunión a las seis de la tarde.
A medida que revisaba los expedientes me di cuenta del bajo nivel profesional de Iván; había dado multitud de altas prematuras y tomé la decisión de revertir los casos que aún pudiera salvar. Comencé a llamar a los pacientes que requerían mayor atención, algunos no mostraron interés en volver a terapia sin embargo otros manifestaron su deseo de regresar conmigo; poco después comenzaba a tener mi agenda de la semana bastante ocupada.
—¿Habrá por ahí algún cenicero, si? ¿Me lo llevas al despacho cuando puedas?
Me había acercado a recepción para conseguir el teléfono de uno de los pacientes, allí coincidí con Iván, ni nos hablamos. Mientras consultaba la agenda Paloma le dio una nota.
—Toma, lo ha derivado el doctor Castilla.
—Muy bien. —dijo, arrancándosela de la mano; lo vi alejarse, tuve la impresión de que había tratado de silenciar a la recepcionista, no entendí lo que estaba pasando pero lo que parecía no me gustó nada.
—¿Qué ha sido eso?
Paloma me miró inquieta.
—¿Eso? un posible cliente.
—Paciente Paloma, paciente. ¿Por qué se lo has dado al doctor Salcedo?
—Es… es el procedimiento.
—¿Cómo dices?
—Ahora se hace así, los pacientes nuevos se le pasan al doctor Salcedo y él los asigna.
—¿Desde cuándo, dónde está escrito? Dame la circular.
—No sé, tendría que buscarlo.
—Pásamela en cuanto la tengas.
Me fui al despacho de Arteaga, uno de los jefes de departamento con mayor antigüedad; no teníamos una relación muy estrecha pero lo consideraba una persona ecuánime.
—Perdona que te interrumpa, ¿desde cuándo se encarga Salcedo del reparto de los casos?
—No sabría decirte… un mes, puede que algo más, ¿por qué?
—¿Y cuando decidisteis cambiar el protocolo?
—Yo no estaba, imagino que fue en una reunión.
—¿No has visto el acta? Paloma no sabe nada.
—¿Seguro?
Enseguida captó mi sospecha, a continuación cogió el teléfono.
—Paloma, quiero el acta con el cambio de protocolo de asignación de casos por favor … Lo sé, está conmigo. —Colgó y me miró preocupado —. ¿Estás insinuando que…?
—No insinúo nada, solo digo que Salcedo se está tomando algunas prerrogativas por su cuenta, te habrás enterado de lo de mi despacho, y esto de los casos hay que comprobarlo.
—Las cosas han cambiado mucho, la gente de Solís se mueve por aquí como si esto fuera suyo y Andrés apenas aparece. A veces no sabemos si las decisiones que se toman están coordinadas o no.
En ese momento llamaron a la puerta y apareció Paloma.
—Perdonad, he retrocedido un mes y no he encontrado ninguna mención a ese asunto, si queréis sigo buscando.
—No hace falta, gracias.
—Voy a hablar con él.
—Te acompaño.
Entré sin llamar, estaba con alguien que no conocía, imaginé que era uno de sus fieles; reconocí la nota sobre la mesa.
—Perdonad pero estoy reunido.
—Dame esa nota. —dije sin rodeos; Tras la sorpresa sonrió con suficiencia.
—¿Perdona?
—Me has oído, dame la nota.
—Pero tú quién te has creído que eres.
—Somos dos directores de departamento, cosa que tú no eres. Danos la nota ahora mismo.
La crispación hizo que se le congestionara el rostro, apretó los puños para intentar contenerse.
—No vais… Perdona José Luis —rectificó dirigiéndose a Arteaga—, tú no vas a venir a decirme lo que puedo o no puedo hacer, esta es una de mis funciones: la gestión de…
—Dime quién y cuándo te ha asignado esa función, en qué junta, enséñame la circular.
—Ya no se hacen las cosas con tanta burocracia, hemos agilizado los procedimientos.
—¿Llamas agilizar procedimientos a puentear al presidente?
Le ardían los ojos.
—Dame la nota ya.
La cogió y me la lanzó.
—Esto te va a costar muy caro.
—Eso ya lo veremos.
—Qué huevos tienes —Me dijo José Luis en el pasillo.
…..
A media mañana, a la hora que solíamos salir a desayunar, marqué la extensión de Julia.
—¿Hace un café? —Hubo un silencio que me preparó para recibir una excusa.
—Vete cogiendo el bolso que luego me toca esperarte.
—Ya verás como te tengo que volver a llamar.
Un par de minutos después la tenía en la puerta metiéndome prisa como siempre, como si no hubiera pasado el tiempo.
—Estás distinta.
Por entonces todavía se fumaba en las cafeterías; le sorprendió verme sacar la cajetilla y encender un pitillo. Claro, era la primera vez que me veía fumar.
—Toda tú, el corte de pelo, tu carácter… estás diferente. Y el tabaco, con lo guerrera que has sido en contra de fumar en la oficina y mírate.
Sonreí, di una calada y me fijé en el grupo que un poco más allá nos observaba. Julia se volvió.
—Soy la noticia del día —bromeé.
—Pero no por lo que piensas, se comenta que has puesto en su sitio al imbécil de Iván, no se habla de otra cosa; eso ha eclipsado cualquier otro rumor. Si temías los corrillos hablando de Roberto y de ti… chica, te los has cargado de un plumazo. Eres la heroína del momento, has hecho lo que nadie se ha atrevido a hacer y todos estábamos esperando, que alguien tuviera las narices suficientes.
—No lo entiendo ¿Y Salvador, y José Luis y los demás jefes de departamento?
Solís había desplegado en cada área su fuerza de choque y parecían supervisar a los responsables, todos sabían que eran los ojos del nuevo socio y a pesar de que no tenían mando poco a poco les habían ido cediendo autoridad porque representaban a quien había inyectado capital. Y la ausencia de Andrés les dejaba el terreno libre.
—¿Por qué no aparece?
—Eso quisiéramos saber, se pasa semanas sin venir por aquí, no sabemos que está pasando.
Iba decirle lo que pensaba hacer al respecto cuando mi móvil nos interrumpió. El corazón me dio un vuelco, tanto que llegué a temer lo que Julia pudiera pensar si se daba cuenta de mi reacción.
—Atiéndelo, no te preocupes.
Y se retiró prudentemente.
—¡Domi!
—Carmen, no he podido llamarte antes, ¿qué ocurre?
—Oh, lo siento, no quería asustarte —Le tranquilicé mientras salía a la calle.
—Tu mensaje me dejó muy preocupado ¿Qué pasa, va todo bien?
—Si está todo bien, es que quería hablar contigo, no sabes cuánto te he echado de menos.
—¿Dónde estás, puedes hablar? —dijo al escuchar el ruido del tráfico.
—Si, estaba desayunando con una compañera, me acabo de reincorporar al trabajo.
—Dime, ¿qué ha sucedido?
—¡Oh, tantas cosas…! Ha sido más duro de lo que pensaba, tuve momentos en los que no sabía qué rumbo tomar y me habría dado fuerza tenerte.
—He estado toda la semana pensando en ti y no creas, me imaginaba algo así. Tal vez no debí marcharme, creí que era lo mejor para vosotros pero si hubiera sospechado que me ibas a necesitar no me habría ido.
—Eso ahora ya da igual, lo que importa es que te llamo y te tengo.
—¿Lo dudabas? No sabes cuántas veces he estado a punto de coger el teléfono, me preocupaba lo que pudiera estar sucediendo.
—Ojalá lo hubieras hecho cariño, a veces me he sentido muy sola; el diálogo con Mario ha resultado tan complicado… no siempre estuvimos en sintonía ¿sabes? He tratado de poner todo sobre la mesa, absolutamente todo para que no quedara ningún resquicio de sombra entre los dos, era la única manera de que pudiéramos recomponer la pareja pero hemos corrido un riesgo enorme, ha habido situaciones de gran tensión. Nos ha costado mucho recuperar la confianza.
—Y dime, ¿lo habéis conseguido?
Quería decirle tantas cosas… El motivo por el que le llamé se me hacía lejano, sombrío; no quería ni pensarlo, ahora me sentía tan feliz al tenerlo cerca.
—Si, lo hemos superado y seguimos adelante ya te contaré pero necesitaba esto, volver a escucharte, saber que te tengo.
—Siempre me has tenido, aunque no esté a tu lado eres mía.
—Si, soy tuya y te necesito Domi, no imaginas cuánto te necesito.
Se me cerró la garganta, cómo decirle lo que estaba viviendo.
—¿Qué te sucede? pareces angustiada.
—Es muy largo de contar amor, tendría que tenerte a mi lado.
—He de cerrar unos asuntos, no me llevará mucho tiempo y en cuanto lo haga vuelo a Madrid; podremos pasar unos días juntos, para el puente de Mayo, luego tendré que regresar, me he comprometido con la familia pero esto es temporal sabes que mi sitio está allí.
—Me muero por estar contigo, me hace falta.
—Y yo, lo estoy deseando, te has convertido en una obsesión Carmen.
Fue inevitable recordar el pasado, cuando vivía en una nube aplazando la tarea por la que abandoné mi hogar y mi pareja: poner distancia para serenarnos y retomar el dialogo. Allí, en la puerta de la cafetería, a riesgo de que mis compañeras pudieran sorprenderme, mi amante y yo emprendimos un viaje al tiempo que vivimos juntos mientras mi matrimonio se hundía. Nos quedó tanto por decir, lamenté, nuestra separación fue demasiado brusca, sin apenas darnos explicaciones. Como un reflejo de lo que fue tu marcha de tu casa, dijo y me sentí interpelada por una idea tan clara que yo sin embargo no había sido capaz de ver. Tienes razón, salí huyendo pero no de ti. ¿Entonces de qué huiste? Respiré aliviada al ver que no pensaba en nadie, no habría sabido mentirle. Estaba muy mal, respondí, al principio viví una especie de luna de miel contigo, como si estuviera inmersa en una burbuja que me aislaba de la realidad, luego fui despertando y me di cuenta de que no podía continuar sin afrontar mi vida. ¿De verdad solo fue eso? un día perdiste la alegría, ya no eras la misma. ¿Por qué no me creía? ¿acaso sabía algo o solo tenía una vaga sospecha de lo que ocurrió? Ya hablaremos, ahora solo quiero disfrutarte, dime otra vez que vas a venir y que nos vamos a encerrar en tu casa. ¿Y Mario? acabáis de reconciliaros, no quiero ser un obstáculo. No cariño, él ya sabe lo que supones para mí y no va a interponerse. ¿Estás segura? no quiero humillarle. No, no, ha comprendido que tú y yo vivimos en un plano distinto al que se desarrolla nuestro matrimonio. ¿Qué quieres decir?. Ya te contaré, no imaginas cuánto hemos hablado sobre ti y sobre la relación que tenemos. ¿Y qué relación es esa? Conozco bien esa reacción, si respondía con una pregunta defensiva era porque el giro que había dado la conversación le incomodaba. Domi, no pretendo obligarte a nada. ¿A qué viene eso?. Todo se me desbarataba, de pronto me sentía como una idiota que llevase meses idealizando una relación que tal vez solo existía en mi imaginación. Carmen ¿qué te pasa?, insistió tratando de romper mi silencio, Cara, tú sei la mía ragazza ¿capito?. Domi, no pretendo que asumas ningún compromiso. ¿Ma che cosa? nunca me he sentido presionado por ti, venga me ibas a contar cómo ves nuestra relación. Una descarga eléctrica me recorrió la espalda, no podía declarar por teléfono lo que ya había hecho ante mi marido, que le consideraba algo más que un amante, Doménico era mi dueño, mi amo. Mi amo, qué emoción tan arrebatadora me provocaba solo pensarlo. ¿Carmen?. Cuando vengas, respondí, cuando estés a mi lado y me hagas el amor hasta hacerme desfallecer entonces te diré lo que ya le he contado a él, cómo creo que es mi relación contigo. Me tienes en ascuas vida, voy a tener que adelantar mi regreso. Hazlo, exclamé demasiado alto, cuento las horas para perderme contigo unos días. No sé cariño, ¿estás segura?, me sigue preocupando Mario. No podía soportar otra vez su prudencia y estallé: Soy tuya Doménico, ¿es que no lo entiendes? nada ni nadie me va a impedir ser tuya.
Vi salir a mis compañeras, Julia me lanzó una mirada curiosa, yo le hice un gesto ambiguo, mezcla de saludo y despedida y me volví para esconder la profunda emoción que me tenía visiblemente alterada; no me importó ponerme en evidencia, estaba con mi amor y seguí amándole en la distancia, entregándome a él, aceptando sus deseos para ese puente de Mayo. Si, haría lo que quisiera, todo cuanto me pidiera. Era suya.
—¿Eso quieres, volver a tenerme de rodillas? ¿cuántas veces he caído de rodillas sin que me lo pidieras? … Claro que me acuerdo … lo deseo, ya lo sabes … No, no lo he vuelto a hacer … porque no … porque si no eres tú no tendría sentido … no creo que se lo permitiera a nadie más … ¿a Mario?, no estoy segura … En cuanto regreses, lo estoy deseando … fue abrumador, nunca pensé que haría algo así … no me avergüenzo, te estoy diciendo que quiero hacerlo ¿no te basta? … Si, quiero que me lo vuelvas a hacer.
Volví al trabajo rebosante; al entrar me tropecé con Julia; Parece que tu marido te ha dado buenas noticias, me dijo buscando una confidencia; yo me limité a mantener la sonrisa luminosa con la que había entrado y continué hacia mi despacho.
Poco después llamé a Graciela. Me estaba esperando dijo, desde que habló con Mario sabía que la llamaría.
—Sabes mucho tú. —bromeé.
—Os voy conociendo, funcionáis en pareja, poli bueno poli malo.
—¿Y yo quién soy, el poli malo?
—Todavía no lo sé.
Tardé en reaccionar, por primera vez tomaba la delantera.
—¿Cuándo nos vemos?
—¿Me estás pidiendo una cita? —Estaba cambiada, ese carácter tan directo, tan cargado de ironía no era propio de ella y tiré del hilo.
—Sabes que te tengo ganas pero no voy por ahí, tenemos que hablar. —Soltó una risa encantadora.
—Ya sé de lo que quieres que hablemos y como no me voy a poder librar de ti… venga, hoy mismo, elige sitio.
Quedamos a las siete en Riofrío; no más tarde, dijo. Al colgar reparé en que nunca había reconocido abiertamente cuánto me gustaba.
…..
—Te favorece.
Caí en la cuenta de que no recordaba cuanto hacía que no nos veíamos; a veces perdía la noción del tiempo que había pasado desde mi marcha, solo era consciente por detalles como ese, mi corte de pelo. Me parecía tan lejano…
—¿Si? ¿te gusta?
—Mucho, te hace más joven.
Mordisqueé unos frutos secos.
—¿Y tú, cómo estás? —ataqué; llevábamos un buen rato evitando entrar en lo que nos había llevado allí, por fin iba a dejar de andarme con rodeos.
Se encogió de hombros, me diría alguna frase hecha, lo veía venir.
—No me vengas con algún tópico por favor; y con eso de que Mario y yo necesitamos tiempo te has ganado un altar y unas velas; Santa Graciela virgen y mártir. Retiro lo de virgen, de eso tienes poco. Vamos, cuéntame.
Entonces soltó la bomba: Me han hecho una oferta, dijo; directora de arte o algo así creí entender porque yo ya no escuchaba. Directora adjunta a cargo de la coreografía, algo importante; tendría que dedicarse de lleno, una gran oportunidad si, pero no parecía contenta, tendría que salir de gira, se lo estaba pensando. Tendría, tendría… ¿Y si era una gran oportunidad, si era tan importante para su carrera por qué se lo estaba pensando?
—¿Damos miedo?
Lo solté sin pensar. Me miró sin creerme del todo.
—¡Cómo se te ocurre!
Y se lo expliqué. Últimamente todo el mundo parecía huir de nosotros, de mi concretamente. Le hablé de mi incipiente relación con Jorge y su espantada, cómo huyó de mi. Poco antes Irene, todos parecían necesitar alejarme, como Doménico que puso tierra por medio. Incluso Mahmud que teniéndome rendida me abandonó. Y ahora ella.
—De verdad, ¿tanto miedo damos?
Se quedó sin palabras, yo también; me había vaciado y si no éramos capaces de superar pronto el bloqueo me iría de allí.
—Soy yo, soy yo; tengo miedo pero no a lo que crees. Esta relación me genera una inseguridad que no me gusta; no sé cuál es mi lugar si las cosas avanzan demasiado. —Se detuvo y empezó a tamborilear en el mantel con tres dedos—. ¿Puedo llegar a enamorarme de Mario? no lo sé, ¿tengo derecho a hacerlo? no, creo que no; estás tú, eres su mujer, no puedo ser tu rival. No soy competencia. —añadió encogiendo un poco los hombros—. Y si no me puedo enamorar de él lo que ya estoy sintiendo tengo que abortarlo cuanto antes. Entonces será mejor que no vuelva a verlo, será mejor que acepte la oferta y me vaya de gira ¿lo entiendes ahora?
Frente a frente; amigas y cómplices en los peores momentos; unidas y separadas por el mismo hombre.
—Porque si te enamoras de mi marido yo sobro ¿es eso?
—No digas bobadas.
—Vamos piénsalo, si te dejas llevar de tus sentimientos, ¿lo quieres solo para ti?
—No lo sé, no quiero saberlo.
—El problema es que ya es tarde.
—¡Oh, cállate!
—Sabes que no me voy a callar. Y quítate las manos de la cara, nos están mirando.
No era cierto pero conseguí mi objetivo, Graciela salió de su escondite y me miró a la cara.
—Ya estás enamorada de mi marido, bienvenida al club. —Le hice un guiño y le regalé una de mis mejores sonrisas.
Claudicó, se dio por vencida, cerró los ojos, suspiró como si fuera un lamento y luego dijo:
—Tarde o temprano me va a doler.
—¿Por qué? ¿porque estoy yo, porque está casado o porque somos tres? Dime.
No supo contestar, solo negó levemente en silencio. Me sobrecogió tanta tristeza. No, no era eso lo que yo pretendía.
—Tal vez tengas razón —dije—, deberíamos estar alegres, sin embargo mírate.
Silencio. Un camarero que retira el servicio, una oportuna tregua que ayuda a calmar emociones y nos deja pensar, pensar.
—Es que no os dais cuenta de la fuerza que desprendéis, tenéis una personalidad arrolladora que es muy difícil contener. Me sedujo desde el momento en que lo conocí y el sábado, cuando apareciste con él, supe que formabais un tándem. —Dudó, la vi morderse el labio inferior y negar una y otra vez con un suave cabeceo—. Y tú… —me recorrió con la mirada de una manera que me hizo sentir como no quería—, tú, desprendes seguridad incluso cuando me pediste que te sustituyera; creo que en el fondo sabías que no lo estabas perdiendo. —Cogió aire, miró por la ventana, poco después volvió—. No puedo hacerlo Carmen, no me veo en el papel de la segunda, por mucho que Mario me quiera, aunque tú me aceptes. No podría, no soportaría regresar a casa sola y volver a sentirme viuda, esta vez de alguien que sigue vivo.
Lo imaginé, traté de ponerme en su lugar y de pronto, ¡me fue tan sencillo!
—No sabes cómo te entiendo, nunca podré saber lo que se experimenta al ver morir a la persona que más quieres no, eso está fuera de mi alcance, sería una temeridad tratar de imaginarlo, pero he vivido la sensación de perderle y dejarle ir contigo ¿lo recuerdas? no fue fácil sobre todo porque entonces no sabía cuál sería nuestro futuro. También he vivido una situación nueva para mi, la de llegar a casa y encontrar tus huellas en mi alcoba, en mis huecos más privados; tuve que sobreponerme a la primera reacción, la de sentirme violada si, violada ¿te lo puedes creer? Sentir tu presencia en el dormitorio que comparto con mi marido, notar mis objetos personales descolocados en el cuarto de baño son sensaciones que dispararon una reacción de defensa muy primaria a la que había que responder; algo similar a lo que te supondrá salir de nuestra casa tras haberlo hecho todo con él: Cocinar, hacer el amor, despertar juntos, salir a la terraza, escuchar música en el salón, el… sofá —me miró, alcé un hombro, ella sabía—, esas cosas de pareja. Y de pronto, volver a la tuya sabiendo que él se queda conmigo; otra reacción primaria que si quieres podemos analizar.
—Quizá en otro momento, ahora no.
Tiempo muerto; nos trajeron la cuenta, ella fue al lavabo, yo consulté el móvil; tenía un mensaje de Mario preguntando dónde andaba. No era así como se debía enterar de que había quedado con su chica; estaba pensando qué responder cuando la vi llegar.
—Puede que no sea tan mala idea que hagas esa gira. Un tiempo de reflexión y poner distancia ayudan a ver las cosas con cierta perspectiva.
Me miró buscando algo en mis palabras. No dijo nada, poco después salimos juntas, la tarde presagiaba el buen tiempo que había de llegar.
—De todas formas se lo tendrás que decir ¿no crees?
—Si, no sería justo.
Caminamos en silencio, llevábamos el mismo rumbo hasta que nuestro camino se separase en la boca de metro; me resistía a que todo acabase así.
—¿Tienes prisa?
Lo pensó antes de responder.
—No.
Curioso, fue ella quien propuso no quedar demasiado tarde.
—¿Por qué no seguimos charlando? —Sin concederle tiempo me cogí de su brazo—. Te voy a llevar a un sitio que o te enamora o lo aborreces. —Paré un taxi y antes de que pudiera protestar nos habíamos subido e íbamos camino hacia lo que podía ser otro de los grandes errores de mi vida.
Cuando entramos en el Antlayer aún era temprano y apenas había gente, creo que Graciela no fue consciente del ambiente hasta que nos sentamos en un rincón y echó un vistazo. A nuestra izquierda dos chicas de nuestra edad hablaban cerca, muy cerca, mirándose a los ojos con las manos entrelazadas; un poco más allá una pareja con las cabezas reclinadas mantenía un diálogo mudo arrulladas por la música. Al fondo una mujer de unos cuarenta volvía probablemente de los lavabos y casi sin terminar de sentarse besó a una pelirroja de largos rizos como si acabase de recuperarla tras una larga separación. Todas ellas mujeres que podían expresarse sin temor a ser el foco de censura de unos y el objeto del morbo de otros.
La camarera vino a sacar a Graciela del recorrido que estaba haciendo por el local. Ataviada con un minishort vaquero, botas y una camiseta de algodón con el logo del Antlayer que marcaba su bien formado pecho no perdió de vista a la esbelta bailarina que me acompañaba. Pedimos unas copas y Paola se marchó contoneándose para nosotras. Le había cambiado el semblante, se volvió y supe que quería una respuesta.
—Si, es lo que piensas.
—¿Qué hacemos aquí?
—Quería que conocieras uno de los lugares que frecuento; si queremos charlar tranquilas este es un buen sitio, nadie nos va a incordiar.
Se quedó callada, entonces añadí:
—Aquí no tendremos moscones intentando pegarse a nosotras.
Sonrió; me concedía el beneficio de la duda.
—¿Y moscas?
—Si no es lo que vienes a buscar, no. —y continué, la había intrigado—. Entre mujeres todo es más claro, no hay acoso. Pero no hemos venido a hablar de eso.
No, no era ese el motivo, por mucho que me gustase tenerla allí conmigo. Entendía su miedo. ¿Si, estás segura? dijo; tal vez me lo estaba planteando demasiado a la ligera. Cuando apenas había logrado reconstruirse tras el fallecimiento de su pareja —¿Qué sabía yo de su pareja?— habíamos irrumpido con todas nuestras contradicciones, con nuestro cóctel de emociones desbocadas sin contar con que despertábamos en ella recuerdos dormidos, dolor y pasiones que había tratado de mitigar. No fue justo lo que hicimos, ni Mario ni yo pensamos seriamente en ella, en su pasado, en su dolor, en lo que removimos. Al pedirle que nos apuntalara la pusimos en riesgo de derrumbe.
En eso pensaba mientras hablábamos de Mario, de ella, de mi.
—Si hemos sacado algo en claro durante esta semana de confesiones mutuas es que no formamos una pareja convencional y por lo tanto no podemos pedirle una relación, digamos, convencional a nuestras nuevas parejas.
—¿A qué te refieres?
—Ese miedo que sientes no nos es ajeno, también nos afecta y nos preocupa.
Le conté lo que hablamos poco antes de regresar, no podíamos basar nuestras relaciones en el egoísmo. Mario no iba a acapararla, sabía que no debía hacerlo, no sería justo.
—No debo avanzarte más, quizás estoy desvelando algo que no me corresponde hacer a mi.
—Tengo que hablar con él.
La conversación derivó por otros derroteros, se la veía cómoda, relajada, yo también lo estaba. ¿Por qué la había llevado allí? preguntó sin venir al caso; le conté cómo conocí aquel lugar, con total sinceridad; me escuchaba entre asombrada y excitada; no le oculté ni un detalle, ni una de las inseguridades que tuve aquella primera vez con Irene; y la vi pasar por las mismas emociones que pasé yo, por las mismas dudas a medida que le iba contando mis incertidumbres. Yo heterosexual jamás se me había pasado por la cabeza mantener una relación con una mujer y de pronto descubrí un nuevo mundo del que sin embargo sabía más de lo que podía haber imaginado. Tenía las cartas de navegación impresas en mi propio cuerpo, conocía las rutas, las había explorado con mis propias manos.
Llegó Paola y nos ofreció otra copa, aceptamos enseguida para abreviar la interrupción. Seguí contándole, ya estaba en mi segunda incursión en solitario, la nueva Carmen de cabello corto y ropa prestada que se atrevía a cruzar esa puerta sin protección. Cómo me sentí allí sola, sin compañía, siendo el foco de atención de otras mujeres que me miraban como no estaba acostumbrada. Le hablé de Claudia, de la sensación tan peculiar que tuve al verme tratada por una mujer como solo lo había sido por hombres, aunque que esta vez no me sentía acosada, era un partido de igual a igual, sin cartas marcadas. Todo era nuevo, tan diferente y tan conocido. El juego de la seducción interpretado en un lenguaje diferente con el que entraba en armonía.
—¿Y qué sentiste?
—¿Qué sentí? —¿Cómo explicarle? Y la terapeuta vino en mi ayuda—. Levántate y ve a pedir fuego a la barra.
—¿Yo?
—¿Quieres saber lo que se siente? Levántate y ve.
Le llevó un par de segundos aceptar la idea y por fin lo hizo. Con un cigarro en la mano la vi alejarse con esa forma de moverse tan elegante; espalda recta, cuello erguido que el moño alto le destaca; parecía que iba a iniciar un paso de ballet. Paola estaba colocando unas copas recién sacadas del lavavasos y la vio avanzar, esbozó una sensual sonrisa y la esperó sin soltar la copa y el paño que tenía en las manos. No las escuché pero el gesto seductor de la camarera y la forma en que le encendió el pitillo sin dejar de hablar, sin dejar de mirarla fue todo un poema erótico; Graciela volvió con los ojos de la camarera clavados en la espalda, solo los apartó para dedicarme una subida de cejas, yo respondí con una sonrisa.
—¿Qué se siente? —le pregunté.
—¿Qué debería sentir? —se resistió—. Si no busco no encuentro, es lo que me dijiste, ¿no?
Pero sus gestos la desmentían. Un leve rubor, una sonrisa y la emoción mal contenida por la ingenua aventura mantenida con la camarera la dejaban en evidencia.
—Mientes muy mal.
Se echó a reír sin poder evitarlo.
—Nunca me habían mirado así.
—¿Así, cómo?
—Una mujer, ha sido extraño.
—¿Por qué?
Se encogió de hombros, un mohín delicioso que nunca le había visto. ¿Coqueteaba conmigo? ¿era posible?
—No sabría decir si me ha gustado, lo que sí sé es que no me he puesto a la defensiva como me habría pasado si…
—Si Paola hubiera sido un hombre.
—Paola, me gusta su nombre.
—¿Solo su nombre? Mírala.
Se volvió hacia la barra, Paola nos descubrió, le gustó ser el foco de nuestra atención y nos dedicó una amplia sonrisa.
—Se ha dado cuenta. —dijo algo apurada.
—No te preocupes. Es muy guapa ¿verdad?
—Si.
—¿Te gusta?
La sorprendí, parecía asustada.
—No Carmen, no me lo he planteado.
—Pero te ha gustado cómo te miraba.
—No he dicho eso.
—Entonces… digamos que eres libre para dejar que te admire una mujer guapa ¿vale así?
—Porque no me siento acosada.
—¿Y no puedes sentirte libre para reconocer que te gusta esa mujer?
No contestó, en vez de eso tomó la copa y bebió un largo trago. No me di cuenta de que se había quedado mirando a Paola hasta que esta le dedicó una caída de ojos. Graciela bajó la vista azorada.
—Me estás confundiendo.
Entonces hice lo que no suelo hacer, dejarme llevar de un impulso, actuar sin razonar.
—Mírame.
Sentadas tan cerca, en la penumbra de nuestro rincón, en aquellos mullidos sillones en los que una vez Irene… y Claudia me cambiaron… no supe qué decir. Estaba pendiente de mi, ¿pensaría que le iba a revelar algo? Y yo, yo rebasé los límites de su confianza, rodeé sus hombros y la besé, un beso en los labios, apenas un roce.
—¿Qué haces?
No se movió, solo dijo «¿qué haces?» y a mí me sonó como un estrépito.
—Lo siento.
No llegamos a separarnos y pude ver algo en ella que no encajaba con un reproche. No, no era eso lo que yo veía en su rostro.
—Graciela yo…
Y la volví a besar sin pensar lo que hacía. No dijo nada, no hizo nada; un beso tímido no correspondido que repetí una, dos y otra y otra vez esperando, temiendo que me apartara; pero no lo hizo; busqué apoyo en su muslo y no dijo nada, seguí besándola y empezó a responder, la estreché y sentí que cedía si, perdía fuerza, cedía al abrazo; noté en el estómago una presión, eran sus largos dedos que iniciaban una tímida caricia, era ella que me aceptaba. Y seguí besando esa boca que ahora si me devolvía cada uno de los besos, y sentí la humedad en mis ojos. Y me llené de gozo.
—Debo de estar loca. —dijo cuando nos dimos una tregua; enganchada a mi cadera miró a ambos lados. Nadie se ocupa de nosotras, murmuré. No dijo nada, estaba cautivada mirándome, pero de qué forma; y me dejé, traté de adivinar qué partes de mi rostro le causaban tanto placer; al cabo de un tiempo sonrió, acercó el pulgar y me secó el lagrimal. No pude más, volví a buscar sus labios. Y se entregó.
Besos cortos, miradas directas, besos convertidos en diálogo; yo la besaba y ella respondía con otro idéntico, breve, rápido, intenso y un mensaje en los ojos; si, parecía decir, si, si. La estaba acariciando, no sé ni cómo había comenzado a hacerlo; tal vez me excitó la tersura del muslo en el que me sujetaba y pasé a la cadera, de ahí a la cintura y el contacto con su piel me llevó a saltar la intangible línea que me separaba de su brazo. Ella comenzó a imitarme o era solo que necesitaba expresar lo que sentía. A la presión que imprimía en cada beso respondía con sus largos dedos de pianista en mi vientre y me provocó un intenso cosquilleo. Por Dios bendito baja, baja más, pensé a gritos, ¿no ves que te estoy llamando?. Yo la atraje por los hombros, ella a mí por la cintura, no dejamos de buscarnos con las manos. Tropecé con su pecho y sufrió un pequeño colapso, me ahogué, se estremeció, cerró los ojos. Cariño, pensé, cariño, me oí decir, ¿qué pensaría cuándo me escuchó que abrió tanto los ojos? no lo sé pero fue el detonante para que soltase amarras, me rodeó el cuello y me besó con toda la pasión que había estado sofocando. Mis dedos en su pecho, inmóviles y ella temblando, ¿cómo podía hacerla desfallecer con solo un gesto? Y me buscó, perdida la vergüenza cubrió mi pecho sin atreverse a mirarme, era su primera vez, dejó caer la cabeza en mi hombro e imitó mis maneras, dibujó el relieve del pezón en mi camisa, como yo, y le ayudó a ganarle la batalla a la ropa, como yo, y ambas palpamos, moldeamos, conocimos la forma y la firmeza, provocamos sensaciones y nos dimos al placer. No dejamos de mirarnos ni un instante como si nos acabásemos de descubrir. Me movía despacio por su cuerpo, solo quería sentirla, hacer que ese momento no acabase nunca. Regresé a su cadera, tanteé con temor, no quería asustarla, vi que nada malo alteraba su rostro y perdí el sentido, acaricié sin pudor arrebatando el vestido. Jadeó, sonreí, mis ojos, sus ojos, me estrechó y la besé, su boca entreabierta me invitó a morder, se quejó pero no lo impidió; mi mano se deslizó bien oculta y no hizo nada por evitarlo, mis dedos siguieron el curso que ofrecían sus muslos. Cariño, cariño, mi voz en su boca, su aliento en mi rostro, mi cuerpo se volvía agua. Cálidas caricias, roces húmedos que me llevaban a ciegas por el sendero deseado, su voz quebrada me supo a gloria bendita. ¿Qué me haces?. Sonreí pegada a su cara para que me sintiera ya que no me veía. Temblaba sin control, un beso urgente se convirtió en un suave combate entre nuestras mejillas. Cariño mío. Caí por su cuello hacia su hombro, solo un delgado tirante lo libraba de la desnudez, besé el hoyuelo donde nace la clavícula y el tirante se deslizó solo; mordí su hombro desnudo, resultaba tan tentador hacer caer la prenda...
—No, para por favor.
Me detuve y dejé que se recompusiera; temía su reacción, lo que viniera después cuando esos ojos esquivos se cruzaran conmigo.
—Buff, no sé qué decir.
Mirada limpia, sonrisa amplia, perdí el miedo.
—No digas nada.
—Si, no quiero que pienses que…
Hice un gesto para que se detuviera, no quería una explicación embarazosa.
—No me siento cómoda, no es el mejor lugar, es… demasiado público —añadió sin perder la sonrisa.
—Quieres que vayamos a…
—Será mejor que no, necesito tiempo para asimilarlo ¿me entiendes?
—Claro.
Me besó, toda una reafirmación, toda una promesa.
Paola se acercó con unos chupitos que dejó sobre la mesa.
—Tomad, invito yo, a las chicas más guapas de la noche.
—Gracias Paola. —Me dedicó una caída de ojos.
—Paola, que nombre más bonito. —Intervino Graciela sorprendiéndome una vez más. La camarera la miró comiéndosela con los ojos.
—¿Si, te gusta? ¿Y qué más te gusta de mi? —soltó una corta carcajada al ver que la había dejado sin habla—. Y tú, preciosa, ¿cómo te llamas?
—Se llama Graciela y es bailarina de ballet clásico —dije para salvar el mutismo de mi pareja.
—Lo sabía, esa manera de caminar que parece que no llegas a pisar el suelo me ha recordado a una novia que tuve, baila en el Nacional, a lo mejor la conoces.
—Puede ser —acertó a decir.
—¿Volverás pronto, dime que sí.
—Tal vez —contestó interrogándome.
—Uno de estos días nos dejamos caer por aquí.
El aire fresco de la noche nos vino bien, caminamos un par de calles en silencio; necesitábamos hablar.
—Conozco un sitio cerca de aquí donde ponen una tapas deliciosas ¿te apetece que cenemos algo antes de despedirnos?
—Suena muy tentador. Otro día, te lo prometo.
Continuamos calladas, faltaba poco para que nos separáramos y no, no podía permitirlo. Me detuve, ella lo hizo un poco después. Esperaba una razón.
—No podemos contárselo.
Sorpresa, incredulidad, tal vez decepción. No esperé a saberlo.
—No hasta que habléis; esto podría cambiarlo todo, ¿lo entiendes, verdad?
Lo entendió al instante, como nos entendíamos desde que nos conocimos.
—Tampoco tiene por qué saber que hemos estado aquí. —añadí.
—Si, de acuerdo.
La dejé en la boca del metro. Hubiera querido besarla. Ella también, estoy segura. Nos limitamos a mirarnos en silencio con los dedos entrelazados hasta que ella rompió el embrujo con una promesa.
—Quedamos.
—¿Me llamas?
—Si, te llamo yo.