Diario de un Consentidor 122 Testimonio II

Con otra mirada

Capítulo 122

Testimonio II

When you're down and troubled

And you need some love and care

And nothing, nothing is going right

Close your eyes and think of me

And soon I will be there

To brighten up even your darkest night

You just call out my name

And you know wherever I am

I'll come running, to see you again

Winter, spring, summer or fall

All you have to do is call

And I'll be there

You've got a friend

Carole King

El encuentro

—¿Cuándo nos vemos?

Le miré sin saber qué decir; no parecía una pregunta y dejé que tomase la iniciativa.

—No sé, cuando te parezca.

—Un par de días antes te llamo.

Me cogió por la cintura con energía y me besó; Si algún vecino fisgaba al crápula por la mirilla, si abrían una puerta…  Me soltó con la misma firmeza con que se había apoderado de mí.

—Venga vete ya, se te está haciendo tarde. —Me acarició el culo, no se resistió a darme otro beso y me despidió con un azote.

Bajé en el ascensor con el corazón en la boca intentando asimilar el torrente de imágenes que se atropellaban en mi cabeza; al salir me encontré con Ismael, haciendo guardia en su trinchera.

—Adiós bonita. —dijo recorriéndome de arriba abajo.

—Adiós Ismael.

—Espera. —dijo cuando le estaba sobrepasando—. Ven.

No sé por qué tuve que hacerle caso.

—¿Qué quieres?

Le había tuteado y él sonrió satisfecho; fue un error imperdonable. Cogió las solapas de mi gabardina y las ajustó con tanta fuerza que me hizo tambalear; deslizó las manos por la pechera aunque no llegó a bajar demasiado, en cambio me tomó por los hombros y dijo:

—Mucho mejor, así no te mojas el escote que está lloviendo a mares.

Miré hacia el portal, él aprovechó la distracción y bajó recorriendo mis brazos.

—Me gustó mucho esa batita con la que me recibiste; la próxima vez que te la pongas me avisas para que te pueda ver bien.

Pensé qué haría Lorena en esa situación; pero yo no era ella, Tomás se lo había dejado claro cuando llegamos. Me liberé de sus manos y le dije:

—¿Sabes cuales son las cualidades de un buen conserje? Ver, oír y callar, y además no tocar las cosas de los señores; Si Don Tomás se entera de que andas tocando lo que no debes se va a enfadar mucho.

Aguantó la ira pero el desprecio se le escapaba por los ojos. Recapacité, no me interesaba tenerle de enemigo.

—Pero no se va a enterar —dije sonriendo—, no vamos a molestarle por algo sin importancia, ¿no crees?

—Eso digo yo, además el roce hace el cariño —dijo pellizcándome la mejilla, se lo consentí antes de zafarme con delicadeza.

—Adiós Ismael.

—Adiós bombón, no te mojes mucho.

Gozo, otra vez esa indescriptible emoción para la que no encontraba mejor palabra.

Caminé protegiéndome de la lluvia; aturdida, sobrepasada, intensamente emocionada, tratando de asimilar el aluvión de experiencias que habían removido los cimientos de mis principios. Hasta que por suerte descargó un taxi cerca y lo pude coger.

—Al Corte Inglés de Princesa, por favor.

De camino no dejaba de pensar en lo que había vivido. Me encontraba en el inicio de mi transición y tal vez la experiencia que obtuviera durante la cena me ayudaría a conocerme mejor.

Me había cruzado un par de veces con la mirada del taxista a través del retrovisor, la reacción inicial de rechazo fue inmediata sin embargo pensé en Lorena; ¿cómo actuaría? Debía comenzar a cambiar mi mentalidad y mi conducta no verbal si quería estar preparada para la cena, no podía acudir en el papel de la doctora Rojas o no encajaría en el ambiente, tenía que pasar por una más de las chicas de Tomás pero ¿cómo hacerlo? ¿cuál es el límite entre la naturalidad y la sobreactuación? tal vez si volvíamos a vernos podría absorber parte de su gestualidad y adoptar su forma de hablar. De nuevo me encontré con los ojos del taxista y esta vez no me aparté, pensé en Lorena y fui ella, le mantuve la mirada, supe que podía hacerlo; al poco tiempo volvió a atender al tráfico. Me sentí fuerte.

Si, podía hacerlo; tenía que estudiar sus modos de comportamiento y hacerlos míos sin exagerar. Recordé sus giros, algunos eran excesivos pero otros, y sobre todo su manera de expresarse podía asimilarlos aunque eran muy distintos a mi forma de hablar; debía ensayar, ella era más espontánea, menos educada que yo. Volví a ver al taxista a través del espejo y de nuevo le aguanté la mirada sin mostrar pudor, diciéndole «¿qué pasa, te gusto?», y de nuevo sentí el gozo que experimenté cuando Ismael me trataba de puta al colocarme la gabardina, pellizcándome la mejilla, llamándome bombón.

Estoy acostumbrada a manejar esas miradas desde una mentalidad de lucha para atajar el acoso; en esta ocasión lo estaba gestionando desde otra perspectiva y lo primero que noté fue la ausencia de esa tensión que surge cada vez que me enfrento a este tipo de situaciones. Por primera vez no presenté batalla, al contrario: me mostré dispuesta a dejar las armas y congeniar con el enemigo. Abandonar la posición de combate y convertirme en botín de guerra aunque solo fuera por una vez me sentó bien, estaba muy relajada.

Quería más.

Me entró un mensaje, lo leí y al igual que un fogonazo surgió la idea y en menos de un segundo estalló la trama. A resguardo del respaldo silencié el móvil y simulé que hacía una llamada.

—Si ya he salido …. ya sé que voy tarde, es que me ha entretenido más de la cuenta ya sabes cómo es …. dime la habitación …. venga estoy yendo para allá, no veas lo que he tardado en encontrar un taxi con la que está cayendo … lo que tarde, no depende de mí; llámale y que me espere y si no mandas a otra.

La historia surgía sola, sin pensar, no imaginaba que tuviera tal capacidad de invención. Y gozaba viendo los ojos que me espiaban. Hasta ahora mi personaje no se había delatado del todo, solo para mí cobraba sentido pero sé cómo funciona la mente masculina, ya empezaba a sospechar, no dejaba de mirarme, tanto que empezó a preocuparme cuando pegó un fuerte frenazo para evitar una colisión.

—Llevo prisa, a ver si nos vamos a dar un golpe —le advertí y seguí desplegando mi rol.

—Ah, que me quiere a mí —continué hablando con mi falso interlocutor—, pues entonces que espere. ¿Cuánto nos falta para llegar? —le pregunté.

—Con el tráfico que hay no sé, quince minutos por lo menos.—dijo volviéndose y clavando los ojos en mi pecho.

—Quince minutos —le informé al vacío—, si lo cancela avísame … no, yo tampoco lo creo, está tontito conmigo.

Ahí estaba, la mirada lasciva. Todas las suposiciones quedaban confirmadas, llevaba a una puta a bordo, seguro que se estaba poniendo cachondo, tanto como yo. Tenía que redondear la historia pero me había quedado en blanco y no podía seguir en silencio haciendo que escuchaba. Entonces recordé que le había dirigido al Corte Ingles, debía ajustar todos los flecos.

—Pero antes tengo que entrar en el Corte … pues si, no me queda más remedio —bajé un poco la voz—, porque es un fetichista y, se las ha quedado ...  ¡qué va a ser, las bragas! —miré al retrovisor haciéndome la preocupada por si me había escuchado y ahí estaban unos ojillos cargados de vicio diciéndome «te he oído»; retiré la mirada mostrando un apuro que en realidad ocultaba la fuerte turbación que me dominaba y proseguí—  Ya, me daré prisa, si es al lado del hotel. Venga ciao.

—¿Qué, mucho trabajo?

Había picado. Le miré aparentando sentirme descubierta.

—No me puedo quejar. —Directa, fresca, al estilo de Lorena. Fingí enviar un par de mensajes para cubrir mi necesidad de ganar unos segundos, estaba tan excitada. Pero no dejaba de mirarme y yo no le ponía reparos.

Tras un par de frenazos tuve que volver a advertirle.

—Al final vamos a tener un problema.

—¿Tú y yo? —Ahí estaba, el tuteo. Y mi gozo.

—Tú y yo vamos a tener un problema como no lleguemos a tiempo por mirar donde no debes.

—Es que lo que veo detrás es más bonito que lo que tengo delante.

—Lo que tienes detrás… y eso que no te enseño casi nada. —echó una sonora carcajada ¿cómo se me ocurrían esas cosas? Estaba tan sorprendida con la puta que se había instalado en mi cuerpo; me gustaba si, cada vez me gustaba más.

—¿Y cuánto me cuesta que me lo enseñes todo?

Me moría de gozo. No me iba a quedar corta.

—Setenta y cinco mil. Cien mil con un griego.

—Vaya con el pibón, eres cara. —Estaba lanzada y dejé actuar a Lorena; me recliné en el respaldo sabiendo lo que le iba a ocurrir a mi blusa, él echó un par de rápidas miradas por el hueco de mi escote.

—Conduce. —Le advertí—. Valgo cada centímetro de mi cuerpo, uno ochenta y tres. Y si no te lo crees, ya sabes.

Nos echamos a reír.

—Me lo pensaré, si me das tu teléfono a lo mejor te llamo.

—Ya, ya; ahora llévame a mi destino sana y salva.

La tenía, esa era la mujer que iba a acudir a la cena.

—Anda que no ganarás para bragas con clientes como ese —Miré al espejo y me guiñó un ojo.

—Con lo que ha pagado bien se las puedo regalar —Se me iba a salir el corazón del pecho.

—¿Y qué, cuánto llevas en la profesión?

—Menos que tú, seguro.

—Se nota, no estás nada trabajada, para lo que he visto en este taxi…

—Supongo que es un piropo, gracias.

Nos detuvimos en un semáforo y aprovechó para hacerme un repaso de arriba abajo sin cortarse, al montarme me había quitado la gabardina porque la humedad dentro del taxi creaba un ambiente agobiante; me dejé mirar sintiendo esa fuerte emoción que me trastornaba, era mercancía y tenía precio. Un bocinazo le sacó del trance y cuando arrancó me dijo:

—No pareces una puta.

Me sacudió una descarga en todos los sentidos, gozo, excitación carnal, pura lujuria; creo que no le pasó desapercibido por la forma en que me miraba a través de esa pequeña ventana que le daba acceso a un mundo que cree viajar aislado; como yo que me creía a salvo en mi anonimato y puede que sin darme cuenta hubiera dejado traslucir más de lo que suponía.

—El tipo de hombre que puede pagar lo que yo cobro no quiere que parezca que soy una puta.

Ahí estaba, lo había reconocido, soy una puta; por si le quedaba alguna duda, por si me quedaba a mi.

Pero no, algo no le encajaba, no vestía como una puta de lujo; no, algo fallaba.

—Además, no sólo me dedico a esto, tengo una vida —añadí dándole un toque de desenfado.

—¿Ah sí, y qué haces?

Y ahí, donde hubiera sido más sencillo inventarme una historia, me bloqueé.

—A ti te lo voy a contar, luego se corre la voz y…

—¿Qué pasa, eres famosa?

—No es eso.

—Venga preciosa, si soy una tumba.

¿Quién podía ser yo?

—Ya, y luego empieza sonar que la profesora de inglés del colegio más elitista de todo Madrid es experta en hacer la mejor garganta profunda. No, no; ni soñarlo.

—¡Pero mira qué bien se vende la jodía! Con que te las tragas hasta el fondo ¿eh? Al final vas a convencerme.

—Mis clientes dicen que en eso soy la mejor. —La primera verdad en todo el trayecto, pensé y no pude contener una sonrisa.

—¿Y qué más haces, lo haces todo?

Me dejé llevar de la fantasía y los sueños que poblaban mi mente en aquella época en la que todo estaba brotando aún.

—Depende de la impresión que me da la persona. Si ya nos conocemos y es de confianza podemos ir a más.

—O sea, juegos duros.

—Por ejemplo.

—Eso me va, tenerte atadita, con la boquita cerrada y esos ojazos con la pintura corrida pidiéndome que pare.

Me moría de morbo, cuando comencé no pensaba que la historia llegara a este nivel.

—¿Atada eh? Ya te gustaría, pero te iba a salir muy caro.

—Pero no has dicho que no. ¿Cuánto de caro?

—Ni te lo imaginas.

—Prueba a ver.

—Tendríamos que conocernos, por lo menos tres o cuatro veces para llegar a ser tan amigos; calcula.

Se quedó en silencio mientras echaba cuentas, por fin resopló y dijo:

—Joder, unas trescientas mil solo para empezar, ¡joder!

—Quien algo quiere…

—¿No me harías un precio especial?

Me hizo reír con ganas, era tan ingenuo como todos los hombres.

—No sé, ya hablaremos cuando vengas a hacerme llorar.

—¡La hostia!

Al llegar le di un número falso, una buena vista de mis tetas y una generosa propina; se lo merecía por ayudarme a practicar.

Estaba contenta, me había comportado como me gustaría ser si todo fuera real. Porque tan solo se trataba de un sueño; me estaba poniendo a prueba, quería ver si era capaz de actuar como suponía lo hacen las putas, quería saber si en teoría podría vivir del sexo.

Porque si no se tratase de una fantasía, si fuera real ese sería mi estilo.

…..

Sobre las siete llamé a Mario.

—Hola ¿dónde andas?

—En la cafetería del Corte Inglés ¿A qué hora sales?

—Cuando tú quieras.

—¿Te vienes para acá? He visto una chaqueta para ti que me encanta.

—En diez minutos salgo.

Pedí otra tónica  y me dispuse a esperarle. No hacía ni cinco minutos que había hablado con Irene y la sensación que me había quedado era tan positiva que me faltaba tiempo para compartirlo con él. La alegría que demostró por nuestra reconciliación apagó mis miedos y cuando le planteé que nos viéramos no dudó un segundo, casi se me saltaron las lágrimas. No podría recordar lo que hablamos lo que si tengo frescas son las emociones: seguíamos unidas. Hubo una frase que me quedó grabada.

—Entonces, ¿sigo siendo parte de tu vida?

Aquella mujer fuerte que me seducía por su forma de ser y que tanto me excitaba con esa ambigüedad estudiada que le daba a sus proporciones andróginas se me presentaba frágil, pendiente de una decisión que ponía en mis manos. Me faltó poco para echarme a llorar de alegría.

—Cariño, no sabes lo que he dudado antes de llamarte, no sabía qué podía esperar. Y yo es que no podría seguir adelante sin ti.

El silencio a través de la línea me supo a emoción contenida, a llanto ahogado; y le di su tiempo sin apurarla. Me dijo cuánto me había echado de menos y yo le dije que la quería, cuánto la necesitaba y que no iba a poder aguantar otra separación.

Quedamos para el jueves por la noche; necesité unos minutos para tranquilizarme, luego pensé llamar a Graciela pero me detuve a tiempo; tenía que dejar que fueran ellos quienes hablasen antes, ya tendría ocasión de charlar con mi amiga.

Nada más entrar lo presentí; me sigue dando un pequeño vuelco el corazón cuando lo veo. Me echó una larga ojeada y sonrió, no había tenido la oportunidad de verme vestida y estaba dando su aprobación al conjunto que había escogido; lo recuerdo perfectamente: Una blusa beige que él mismo eligió en una boutique en Santander, falda marrón entallada por media pierna con cinturón ancho a juego y botas de media caña. Cuando se hartó de mirarme avanzó hacía la mesa y yo dejé el móvil sin perder la sonrisa.

Le puse al tanto de la reunión con Andrés, intenté ocultarle los aspectos que más me preocupaban; estaba decidida a afrontar esa etapa con mano izquierda y fuerza y creo que se lo supe transmitir, no me iba a dejar dominar por el advenedizo. Le  pregunté por su día, no quería entrar de inmediato al tema sobre el que terminaríamos hablando: mi cita con Tomás; no aparentó el interés que sin duda tenía y me contó con excesiva parsimonia cómo iban las cosas por el gabinete.

—He hablado con Irene, se ha alegrado mucho por nosotros.

Tardó en reaccionar, solo un gesto de aprobación; yo esperé, no me conformaba con eso.

—¿Y, qué tal vosotras? ¿Habéis quedado, o…algo? —añadió al ver mi gesto de extrañeza.

—¿Nosotras? Bien, muy bien; nos vemos el jueves por la tarde, supongo que cenaremos por ahí, tomaremos algo y…

—Ya, no te preocupes, no esperaré despierto. —dijo en tono cordial; me relajó ver que no había la más mínima tensión; esa era la actitud que deseaba, la que yo iba a adoptar en su relación con Graciela.

—Por cierto, ¿has hablado con Graciela? —Se le iluminó la cara.

—Si, hablamos a mediodía, está feliz por lo nuestro.

—¿Cuándo os vais a ver?

—Eso está más complicado, cree que necesitamos tiempo para nosotros.

—Déjamelo a mí.

—No sé Carmen, a lo mejor…

—Tú déjame a mí, para eso somos amigos ¿no? Los tres. —Recalqué.

Y llegó el momento, los temas se agotaban, él no preguntaba y yo demoraba el asunto estrella, ambos sabíamos a qué estábamos jugando; se produjo un silencio, nos quedamos mirando como dos bobos. Un poco más y hubiéramos estallado en una carcajada.

—¿Y Tomás?

—Bien, emocionado por verme. Se alegró mucho de que todo se haya arreglado. En cambio lo suyo lleva mal camino, el divorcio es inevitable y los hijos están más del lado de la madre.

—No me extraña, si saben lo del picadero y las chicas que mantiene y… en fin.

Las chicas, si supiera… bajé los ojos sin ninguna intención.

—Toda historia tiene dos versiones —dijo, debió de pensar que me había molestado su comentario porque enseguida matizó—, imagino que su esposa también tendrá…

—Si claro, no la conozco, él no la acusa de nada, al contrario.

Un nuevo silencio se cruzó entre nosotros.

—¿Y el conserje, qué?

Le miré sin llegar a entender a dónde quería ir a parar, luego ya imaginé.

—Te puedes imaginar; me desnudó nada más entrar por el portal y le leí el pensamiento.

—Que decía…

—Pero que buena está la zorra, si la pillo la destrozo.

Reímos con ganas.

Se moría de ganas por preguntar; esperé un poco interrogándole con los ojos pero le faltó valor. ¡Ay, Mario!

—Ha cambiado la decoración del apartamento. Lo que hace el dinero; en tiempo récord y en estas fechas; muebles nuevos, cortinas, decoración, todo. Parece incluso más grande.

—Te ha dado el kimono?

Por fin el morbo había ganado la batalla. Me incliné y lo busqué entre las bolsas.

—Si, mira. —Abrí el paquete y se lo mostré; me estaba imaginando vestida con él.—. Luego me lo pongo.

—¿Y…? —insinuó. Enarqué las cejas—. ¿El conjunto gris?

—Es un hombre de palabra.

—Supongo que le habrá costado desprenderse de él.

—No creas, lo ha encajado bien.

Sus ojos se desviaron hacia las bolsas; sabía que había sucedido algo entre nosotros pero no me lo iba a preguntar, las miradas cargadas de intención le bastaban.

La cafetería no estaba demasiado concurrida, miré a ambos lados y me desabroché el primer botón de la blusa, justo sobre el sujetador; hice un nuevo barrido por el entorno y dejé que pasara un camarero, desplacé la solapa izquierda y descubrí la copa gris perla casi al completo. No se perdió un detalle de toda la maniobra, clavó los ojos en mi pecho y luego me miró atónito; yo di por terminado el espectáculo; me pareció una eternidad aunque fueron unos pocos segundos.

—¿Esto significa…?

—Un trueque, no podía hacer otra cosa ¿no crees?

—Claro. —dijo con la voz ahogada.

—Vamos, Mario. —No entendía ese amago de debilidad y menos después del tono que llevaba nuestra conversación.

—Tienes razón, sabía a lo que ibas.

—¿Lo sabías? ¿qué sabías? —le pregunté con un deje de frustración.

Respiró profundamente. Hizo un gesto y apareció un camarero.

—Voll Damm, por favor.

—Cuando quedes con Graciela no te voy a montar ninguna escena.

—Lo siento.

—O solucionamos estas cosas o lo vamos a tener muy difícil.

—Tienes razón; pero me he pasado todo el día esperando una llamada, un mensaje, algo, y este silencio me ha tenido en vilo. Incluso estando en vuestra cama podías haberme dado un toque, no sería la primera vez.

«Vuestra cama», nunca deja de sorprenderme. Me provocó tanta ternura…

—Es cierto no he debido hacerlo, perdóname.

Un beso resolvió el problema como tantas veces.

—¿Todo bien entonces con Tomás?

«Sé lo que quieres», pensé, «pero no ahora, no aquí».

—Si, lo que suponía: no fue capaz de despedirse de mi en persona, es más sensible de lo que aparenta.

Encendí un cigarrillo antes de continuar. Cuanto antes plantease el asunto de la cena mejor.

—Por cierto, me ha pedido un favor aprovechando mi alemán. Tiene unos negocios con un grupo de Munich que pretende cerrar la semana que viene y quiere que actúe de espía en la sombra. —gesticulé dándole algo de teatralidad a la propuesta.

La historia le pareció poco clara; una cena con unos empresarios alemanes, un restaurante de lujo a las afueras y yo en el papel de pareja de Tomás para escuchar lo que hablasen entre ellos sin levantar sospechas. A medida que lo contaba le iba cambiando el semblante y fue planteando pegas.

—Pero esas cenas de empresarios suelen tener un trasfondo de otro tipo.

—No sé a qué te refieres —mentí.

—¿Seguro? Lo he visto muchas veces en reuniones a las que nos han invitado patrocinadores; ya sabes de qué va, es el mismo patrón: Cenas en restaurantes de alto nivel y luego unas copas, algún espectáculo, unas azafatas que atienden a los invitados y puede que algo más. ¿No hay nada de eso? ¿no te ha contado nada?

No pude mantenerle la mirada, acudí al tabaco para armar un argumento, para ganar tiempo.

—Si Mario, pero yo no formo parte de eso; yo voy a escuchar, a fingir que solo hablo inglés y a cenar acompañando a Tomás; las chicas que van a… eso son otras. —respondí sin poder ocultar mi nerviosismo.

—Es decir, que es una excusa para agasajar a los empresarios y a la que no acudes sola. Entiendo; puede que tú vayas de escort, no lo dudo pero hay más chicas para lo que surja después de la firma del contrato ¿no es eso?

—De escort. —repetí; no me creía que me hubiera calificado así con tanta naturalidad.

—Si, bueno…

—Así es pero te repito…

—Ya, que tú no vas de puta, lo he entendido.

Me quedé lívida; durante unos segundos no conseguí articular palabra hasta que me rehíce.

—Pues no lo sé porque Tomás me va a pagar y muy bien por mis servicios de esa noche, solo tendré que ir muy guapa, dejar que esos tíos me miren para tenerles distraídos, sonreír y traducir mientras que Lorena y Lauri tendrán que dejarse sobar y probablemente terminen follando con ellos y tal vez cobren menos que yo, ya ves.

Lamenté lo que había dicho porque se quedó pálido.

—¿Te va a pagar?

—Por el servicio de traducción, o de escort según prefieras enfocarlo.

No me sentía insultada, solo que aún me costaba enfrentarme a la realidad.

—Lorena, Lauri… ¿es que las conoces? —Puede que fuera el momento de seguir hablando claro.

—A Lorena si; la hizo venir para contarle los planes; es una chica muy maja.

—Vaya, haciendo nuevas amistades. —No iba a parar, otra vez me estaba echando un pulso. Pero yo no era ya la misma que se dejaba arrinconar por sus provocaciones.

—Pues si, entre putas tenemos que ir creando lazos. Además, si vamos a trabajar juntas mejor que nos vayamos conociendo ¿no crees?

Meneé la cabeza, no podía creer lo que estaba diciendo.

—¿De verdad crees que es necesario que entremos en esta dinámica? Sabes a donde nos conduce.

Nos quedamos mirando, ¿qué estaría pensando? Le dejé que se lo pensase, no podíamos volver al punto de partida, no después de todo lo que habíamos estado trabajando tan duro, no después de lo que me había prometido apenas veinticuatro horas antes. Bebió un largo trago de cerveza sin apartar la mirada.

—¿Qué pronto he vuelto a caer, eh? —Apartó la mirada y se quedó ausente con un aire de tristeza—. ¿Sabes lo que me pasa? que la idea de verte en una situación tan comprometida me da miedo; pienso que se te puede ir de las manos, que esos alemanes a cambio de una firma en un contrato millonario tal vez no se conformen con unas putas y quieran la joya, porque sin duda lo eres, seguro que ni Lorena ni la otra tienen nada que hacer a tu lado y eso lo van a ver esos ejecutivos en cuanto aparezcas, en cuanto les mires con esos ojos negros, en cuanto sonrías un par de veces. Tu presencia, la soltura con la que te desenvuelves en cualquier situación, el dominio con que te manejas en inglés. ¿Hablan inglés esas chicas? no, no creo; pues eso, la clase que derrochas les va a hacer valer sus cartas. Tomás necesita esa firma y ellos te van a querer a ti, ese es mi miedo.

Ya lo había pensado, no con tanto detalle pero esa era una de mis preocupaciones; contaba con la protección de Tomás pero ¿de cuál de ellos? El que había visto negociando no era el mismo que me aconsejaba y me trataba casi como una hija, puede que con mi engaño hubiera liquidado esa figura, el amante cercano y tierno; quizás ahora solo quedase de él un rescoldo y primase el otro al que yo había querido conocer, el que me había comprado y me trataba como una más de sus putas, eso si: la mejor de todas, tal vez la más valiosa. Tenía un negocio que cerrar y puede que al final necesitase poner en juego todas sus cartas.

Reaccioné, no podía dejarme llevar de los peores presagios, siempre he sabido defenderme. Casi siempre. Ya no era la misma que había sucumbido a tanto asedio, había sobrevivido y me sentía fuerte.

—No te preocupes, sé a lo que voy y cuento con su respaldo; además tan solo es una cena, en cuanto vea el más mínimo detalle que no me guste me voy.

—¿Y vas a poder desairarle?

—No le debo nada, tan solo es un favor.

No le convencí pero no siguió argumentando. Me di cuenta de que tenia que dejar las cosas muy claras antes de la cena.

Subimos a la planta de caballeros y nos quedamos con la chaqueta que le había elegido, luego anduvimos mirando y le compré un cinturón, miramos camisas, escogimos unos zapatos pero al final no compramos nada más. Poco a poco volvíamos a la normalidad.

Siempre me ha gustado pillarle mirándome, es algo muy suyo, como si me descubriera por primera vez, igual que lo hacen otros hombres que no me conocen; es esa expresión de deseo contenido que jamás se le ha extinguido y me emociona. En cambio ahora le encontraba otra forma de mirarme que al verse descubierto transformaba escudándose en una sonrisa; pronto descubrí que me producía desasosiego y me dejaba un poso de tristeza.

Llegamos a casa y dejé las bolsas en la salita, ya tendría tiempo después de cenar para colocar las compras. Entré en la alcoba, Mario ya se estaba cambiando; comencé a desnudarme y cuando me quedé en ropa interior me sujetó por los hombros.

—Espera. —Comenzó a descender por mis brazos, sentía su aliento en la nuca, se aproximó hasta quedar pegado y su erección hizo que instintivamente me moviera buscándole acomodo.

—¿Te lo pusiste delante de él?

—Si. —Comenzó a recorrer mi vientre, mi estómago; cerré los ojos y recordé la mirada de Tomás mientras me lo ponía.

—¿No me vas a enseñar el kimono?

Estaba cansada pero se lo debía.

—Voy a por él.

Fui a la salita y lo desenvolví, pensé que le causaría más impacto si aparecía con él puesto; me ajusté la bata y volví a la alcoba; cuando me vio aparecer no fue capaz de reaccionar, tuve que ser yo quien diera el primer paso, giré en redondo, luego solté el cinturón y me quité la bata.

—Bueno ¿qué te parece?

—Estás, Dios estás divina.

Al fin reaccionó, se acercó y comenzó a acariciarme, su manos fueron a mis hombros pero enseguida las llevó en mis pechos con los pulgares en los pezones que estaban rabiosamente duros; me iba a matar si seguía moviéndolos así; se cebó en mi cuello hasta que se apartó para poder mirarme bien.

—No me hagas esto.

—¿El qué?

—No me dejes así.

—¿Así?

—Caliente —protesté.

Sonrió pero no me hizo caso, caminó alrededor sin tocarme.

—Pareces un puta con esta ropa.

—Soy una puta.

Me rozó el culo, una caricia que la seda acentuó y me hizo tensar los glúteos. Se pegó a mi y me mordió la oreja.

—¿Le gustas mucho, verdad?

—Mucho, dice que soy la mejor. —respondí con la voz entrecortada; había metido la mano por la cintura, dentro de la braga y me acariciaba el pubis tratando de hacerse hueco; sabía que esa frase le encendía e insistí—. La mejor de sus chicas. —Me besó en el cuello, en el punto exacto para arrancarme una queja.

—¿Ya eres una de sus chicas? ¿desde cuándo? —Iba a hacerlo, tenía que decírselo.

—Desde hoy, ya soy una de ellas.

Detuvo el ritmo de sus dedos, separó el rostro de mi cuello.

—Tenía que probar…

—¿Probar, qué?

Se apartó y me hizo girar hasta que quedamos frente a frente. Estaba ansioso por saber pero se dominó. Le acaricié la mejilla, me moría por abrazarle pero teníamos que hablar. Le llevé hacia la cama.

—Siéntate, vamos siéntate. —Estaba intranquilo, se sentó sin dejar de mirarme; durante el camino a casa había pensado mil formas de contarle, no encontré ninguna buena. Y ahí seguía, de pie frente a mi marido viendo su expresión de recelo mientras yo no sabía como afrontar la situación a la que había llegado.

Miré hacia el bolso y sin darme tiempo a cambiar de idea saqué la cartera y cogí los cinco billetes que había ganado, vacilé un instante y los puse sobre la cama; no dije una palabra, no era necesario.

—¿Qué es lo que ha pasado para que de repente haya habido este cambio en vuestra relación? Esto… no me cuadra. —dijo con la voz enronquecida.

Bajé la mirada, por dos veces intenté hablar y en ambas ocasiones me faltaron las palabras; me senté, los billetes quedaron entre nosotros.

—No fue cosa suya; verás, siempre hemos tenido una gran confianza, ha sido mi mejor confidente y…

—Eso ya lo sé.

—Necesitaba contarle a alguien todo lo que había sucedido, ese fue el principal motivo por el que decidí llamarle, no fue otro. Compartir, poner en palabras lo que he vivido, todo lo que ha pasado.

Por fin conseguí mirarle.

—Volví a sentirme arropada, Tomás me entiende, no me juzga me aconseja. No sé cómo decírtelo, estaba otra vez allí, en el picadero, confesándole que soy una puta; si lo soy Mario, lo soy. Y de pronto comprendí que la terapia que habíamos cerrado en falso…

¿Cómo pude hacerlo? ¿Por qué le mentí al hombre que había tratado de portarse de una manera noble conmigo? Imaginé la decepción que debió de sentir al ver la inmadurez de la mujer a la que había admirado y deseado. Tomás había tratado de negar mi constante declaración de puta hasta que en el último minuto le pedí dinero; sabía por qué lo estaba haciendo y cedió, no tanto a su deseo de hombre como a la fijación que estaba destruyendo la mente de su amiga, porque si no era con él sería con otro.

—¿Qué hiciste Carmen?

—Tu terapia…

—Olvídate de eso, ya te lo he dicho.

—No puedo olvidarlo, no quiero. Has conseguido liberarme de Mahmud, a cambio me has abierto los ojos; no vamos a volver a eso, otra vez no. Sé lo que soy y lo he aceptado, acéptalo tú de una puñetera vez, creí que ya lo tenías resuelto.

Saqué el tabaco del bolso y encendí un pitillo, necesitaba serenarme. Me volví; ahí estaba, hundido, sin dejar de mirar el dinero como si se tratase del producto de un robo.

—Soy puta Mario, tú me lo has hecho entender y no sabes el bien que me ha supuesto; he dejado de estar esclavizada por los remordimientos, has logrado que deje de pensar en Mahmud, ya no es nadie, no significa nada. Pero la terapia no se consumó, falta algo, lo sé; escenificamos un acto fallido; me pagaste a cambio de sexo pero eras tú ¿lo entiendes?

Pareció salir de un trance; aturdido, confundido, sin dar crédito a lo que escuchaba.

—Lo he estado analizando en profundidad, Hay varios hitos en mi vida que tengo que resolver. Primero: ¿Por qué me vendí a Roberto a cambio de un ascenso? Segundo: ¿Por qué le pregunté a Domi cuál podía ser mi precio, a qué vino eso? Tercero: ¿Me habría vendido a Borja si hubiera sabido cuánto pedir por un polvo? Y cuarto y más importante: ¿Todo eso son un cúmulo de accidentes puntuales o realmente forma parte de mi identidad? Es decir: ¿Soy o no soy puta?

—Si todo esto es producto de lo que te hice te ruego que lo detengas.

—No me estás escuchando, te estoy presentando una serie de sucesos que quiero contrastar frente a una hipótesis. Esta mañana he querido volver a ponerla a prueba con Tomás, pero me he equivocado, no me he dado cuenta de que él está tan contaminado como tú, no es un sujeto ajeno a mí pero no lo vi hasta que forcé la situación.

—¿Qué hiciste?

—Le mentí, estaba a punto de marcharme y… no sé, no podía irme; habíamos estado hablando de tantas cosas, de todo lo que había sucedido con tu terapia de puta.  Cuando me iba a vestir le expuse una de mis inquietudes ¿qué sienten sus chicas cuando les paga? esa escena me volvió a la cabeza justo cuando estaba a punto de despedirme y pensé una locura. Tú me habías pagado por tener sexo pero no me supo a nada, no conseguiste el efecto que pretendías; tal vez si Tomás me pagaba…

Me senté otra vez a su lado, estaba atónito escuchándome.

—Me inventé una historia absurda, algo sobre que me había olvidado la cartera en casa y que apenas me quedaba gasolina; no me dejó continuar, sacó la cartera y comenzó a contar billetes; en ese instante supe que no me había creído, dijo que quería hacerme un regalo, que me comprase lo que quisiera; me hablaba en un tono distinto, me miraba de otra manera. Cuando dijo que me había visto llegar en taxi me sentí tan avergonzada que no fui capaz de reaccionar; lo sabía todo, desde que empecé a mentir lo sabía. Entonces me besó como nunca lo había hecho y me mandó a la habitación para que me desnudara mientras cancelaba una reunión. Y obedecí, simplemente le obedecí.

Le di tiempo para que asimilase mi conversión.

—¿Quieres que continúe? de acuerdo. Tomás siguió hablando por teléfono y cuando me desnudé me hizo una seña y fui quitándole la ropa; luego, ya puedes imaginar; él asumió su papel, el que mantiene con sus chicas, imaginé que quería hacerme entrar en razón, no era el amante dulce y tierno que conocía, había pagado por mí y me trató como una de sus putas; no digo que fuera violento ni desagradable, no es eso, simplemente era diferente, pero yo también.

—¿Qué quieres decir?

—Que sin ser consciente de mi cambio me he comportado de una manera que no sabía que pudiera. Con ninguna de mis demás relaciones he seguido el patrón que he tenido con Tomás después de que me pagase y te aseguro que no tuve que planteármelo, simplemente he sido diferente.

Recuerdo que se lo conté todo, sin suavizarlo, tenía que explicarle cómo hice la transición, cómo descubrí que podía ser otra, que podía vivir el sexo de una manera muy diferente, una forma que solo había experimentado una vez, cuando me arrojaron sobre la mesa de la cocina de Domi y me usaron;  era lo que más se aproximaba a lo que sentí cuando Tomás me trató como puta. «Pechos, culo, vulva» le dije, solo fui eso para él durante un tiempo en el que estaba poseído por otra persona que no parecía Tomás.

—¿Y tú?

—¿Yo?

—Si, ¿quién eras? ¿cómo te comportaste tú?

—No sé, yo… estaba a su disposición, abierta a todo. Yo, estaba totalmente entregada.

No me callé nada, ni los azotes, ni mi reiterada oferta para que me usara por detrás. Tampoco tuve pudor en contarle la emoción que me produjo cuando exclamó “si fueras mi hija” y la locura a la que me condujo esa confesión. La presión a la que le sometí y el temor que sentí por haber despertado fantasmas dormidos. No oculté la desesperada felación ni la sodomización a la que le induje. No callé nada.

Sentí pena por él, me escuchaba con la cabeza entre las manos, lo estaba pasando mal pero no iba a ocultarle nada.

—Es la otra cara de la moneda.

—¿A qué te refieres?

—Los que creen en el karma dirían que es el karma que vuelve a mí. —respondió con un tono amargo; no entendía a donde quería ir a parar pero no me gustó nada.

—Mario, ¿qué pasa? —Levantó la mirada y me preocupó.

—Estoy viendo desde otra perspectiva lo que te hice en el cuarto de los espejos ¿recuerdas? no sabes la de veces que me he machacado por eso, no sabes cuánto. Será el karma que al final existe y viene a darme de hostias.

—¿Quieres dejar de decir tonterías? Lo que he hecho hoy no tiene nada que ver con lo que sucedió el domingo, nada.

—¿Tú crees?

—Te lo puedo asegurar.

—No sé, a mi me parece…

—¿Karma? Despierta; lo estás enfocando desde tu ego herido, punto. Cambia la perspectiva. El domingo ensayamos un ejercicio dentro de la terapia y funcionó en buena medida aunque no en su totalidad; hoy lo he vuelto a ensayar, eso es todo.

—Tienes razón, perdona por este desvarío.

—Lo que sucede es que sigue faltando algo, Tomás es Tomás, aunque me haya pagado en realidad no…

—No es un cliente, ¿es eso?

No dije nada, solo afirmé con la cabeza.

—Y cuando se lo dije planteó que debía conocer a las demás chicas, entonces llamó a Lorena.

—¿Necesitas mezclarte con esas chicas, en serio? —me preguntó con una mezcla de asombro y rechazo.

—No sé qué clase de mujeres crees que son, tienen tanta dignidad como nosotros y estoy convencida de que esto me va a ayudar; no voy a hundirme en ese mundo no te preocupes. Me da la impresión de que Tomás entiende mejor que tú lo que necesito, por eso me hace relacionarme con las putas, y si no es suficiente…

Entonces lo vi claro.

—¡Oh Dios!, me lleva para que las vea ejercer, por eso me hace acompañarlo de escort, todo lo demás es una excusa ahora lo veo.

—¿Y si te gusta? ¿Y si decides que quieres más?

—No es eso lo que pretendo. —contesté con excesiva brusquedad y me levanté; di por cerrada la conversación, no estaba segura de que lo estuviera entendiendo.

—No te lo quites aún. —Puso sus manos en las mías cuando estaba a punto de soltarme el sujetador.

—No, déjame —dije apartándole la mano.

—Espera, quiero verte un poco más

Me  alejé, no tenía ganas de sexo, ya no.

—Ven aquí, soy un imbécil, sabes que siempre termino por entenderlo.

—Pues piensa, piensa antes. —contesté soltándome.

—Estás preciosa, no me extraña que Tomás te haya pagado tanto.—Le miré incrédula desde la puerta del baño.

—Tú me pagaste más y por cierto, aún no has saldado tu deuda.

—Tienes razón, te debo la follada de boca, fue genial. Ven aquí, ahora eres mi mujer, no eres una puta.

—Tú qué sabes quién soy.

Se acercó, me cogió por la cintura y me atrajo, y no sé por qué le dejé hacer.

—Eres una mujer fantástica que me vuelve loco, tan loco que pierdo la razón y no sé decir lo que siento.

«Tonto, tonto». Le besé en los labios, apenas un roce que se fue convirtiendo en algo más intenso mientras nos enredábamos en caricias. Yo misma le ayudé a que me quitara el sujetador gris que tanto había añorado y ya en la cama nos terminamos de desnudar.

—Tendría que lavarme.

—Sabes que me gustas más así.

—Eres un sucio vicioso.

—Tanto como tú.

—Cornudo. —susurré.

—Zorra.

—Ahora si me lo puedes decir sin dudarlo. —le dije con la mirada cargada de intención.

—Tu primer cliente, ¿cómo te sientes? —No, no lo había entendido.

—No lo sé. ¿Qué piensas, que me quiero dedicar a la prostitución? Tengo que resolver esto Mario, tengo que resolverlo.

—Me equivoqué, no debí empezar algo que no sabía a dónde nos conducía.

—Ya es tarde para lamentaciones, cuántas veces habré de decírtelo; hay algo que me consume y cuanto antes lo solucione antes quedaré en paz.

—No sé Carmen, creo que estás idealizando esa obsesión con el dinero, has mitificado algo que para la mayoría de las putas es tan solo una necesidad económica y tú has erotizado; el cobro de una cantidad me parece que ha adquirido para ti un sentido sexual que para el resto de las putas no tiene.

Me sorprendió; de alguna manera llegaba a la misma conclusión que Tomás; lo entendía si, pero no siempre la razón va por los mismos derroteros que las emociones.

—Si me apuras veo un cuadro de fetichismo…

—¿Fetichismo? ¿De qué estás hablando? ¿me comparas con los adoradores de pies? solo que yo me excito con el acto de recibir dinero a cambio de sexo y no por el sexo en si ¿es eso? ¡Por favor! ¿no es un poco simple?

—Tú misma lo has desarrollado, veo que lo entiendes.

—Déjame que lo piense, no estoy nada de acuerdo, necesito tiempo para darle una vuelta.

—Por supuesto.

—Y ahora ¿me vas a follar o voy a tener que salir y ponerme en una esquina? —Torció el gesto—. No pensarás que lo digo en serio.

—Ya lo sé.

Me lancé sobre él y le comí la boca con verdadera ansia.

—¿Me vas a decir que no te pone?

Me miró sobresaltado ¿pensaría que lo decía en serio? Si, no me cabía duda, su ingenuidad a veces me sorprende y en esta ocasión me  llevó a sonreír con maldad, bajé la mano y me adueñé de su tremenda erección.

—¡Vaya! si que te pone imaginarme por mucho que te hagas el ofendido. Tu mujercita en una esquina con minifalda, top y medias de rejilla; no seas falso, te pone y mucho. —dije blandiendo la abotargada verga antes de clavármela hasta el fondo.

…..

—Cómo hemos cambiado —exclamé tras pasarle el porro—, hace un año no habrías entrado en pánico por una fantasía tan sucia.

—Hace un año era una fantasía amor, hace un año no tenías un amigo que te pagaba por pasar unas horas con él en su piso ni te proponía ser su acompañante para ayudarle a cerrar negocios. ¿Sabes cuánto te va a pagar?

Mantuvimos el duelo sin que ninguno retirase la mirada. Por su parte no había acritud sino reconocimiento, no terminaba de asumir mi condición de puta pero no iba a seguir crispando el ambiente entre nosotros, al menos lo iba a intentar, el tono y el gesto  eran claros.

—Lorena dice que en estos casos es muy generoso. —respondí con cierta cautela.

—Y contigo más, tu labor es más importante que follarte a un teutón.

—Eso espero.

—¿El qué, que no te lo tengas que follar? —acogí su broma con una sonrisa maliciosa.

—Depende del teutón.

Se volcó sobre mí y nos besamos haciendo revivir el deseo.

—Todo sea por lograr la firma. —le susurré al oído.

—Para eso van ellas, ¿no?

—A eso vamos todas.

Se quedó mirándome muy cerca, buscando en mis ojos la auténtica intención de mis palabras; aguanté sin darle pistas, enigmática, burlona pero algo me decía que el conflicto que bullía en mi interior me podía llevar a probar a fondo una experiencia que había iniciado sin saber bien lo que hacía.

—¿Te ha pedido que te arregles de alguna manera en especial?

—¿A qué te refieres?

—No sé, maquillaje, algún tipo de vestido, lencería.

—¿Atuendo de puta?

—No pretendía….

—No me ha dado ninguna instrucción, pensaba hablar con Lorena; mi idea es llevar uno de mis trajes de noche, no sé si será demasiado. Tal vez se lo consulte.

—Será lo mejor, algo sugerente pero que te distinga de las otras.

—¿El verde?

—Demasiado escote.

—Ese es el objetivo, que se entretengan mirando el género y no se den cuenta de que les entiendo. —dije rompiendo a reír.

De pronto me pareció una escena surrealista: Mi marido y yo escogiendo la ropa que llevaría a mi primer trabajo de escort, especulando si sería mi primer servicio de puta.

—Si lo que pretendes es desbancar a tus compañeras esa es la mejor elección.

Le miré censurándole y acabé por besarle.

—Ya eres una de sus chicas —dijo tras aceptar el porro—, eso sí que te pone ¿verdad?

—Recogí el guante y el porro; aspiré profundamente sin apartar los ojos. Si, claro que me ponía, y que él me lo preguntara mucho más.

—Si, es un gran paso en mi proceso. Me pone si, mucho, y hacerlo a tu lado es…

—Una de sus chicas —me interrumpió; tenía un discurso en mente del que no se quería desviar—, es así como te defines; sin embargo a ellas las has llamado de otra manera más directa; son sus putas, sus putitas sueles decir. ¿Eso es lo que eres?

¿Qué pretendía, que me definiera con claridad?

—Supongo que si.

Es cierto, me costaba declararme como la puta de Tomás, incluso había dejado de mirarle. ¿Por qué, si no había tenido ningún problema para decirle que era la puttana de Doménico?

Porque no era lo mismo; ser la puta de Tomás me situaba a otro nivel.

—Si, eso es lo que soy. —dije recuperando el contacto visual.

—Entonces ¿por qué sigues utilizando eufemismos conmigo?

—Tienes razón, no estoy siendo sincera.

Me incorporé en la cama, quería que me viera bien. ¿Con qué palabras podía expresar todo lo que sentía que me había sucedido? Me vi a mi misma aquella mañana; desnuda, follada y sodomizada por el que ahora me protegía y me daba trabajo. Y surgió de lo más hondo de mí.

—Mírame, ¿me ves? soy la puta de Tomás; a partir ahora tenemos que estar preparados porque me puede reclamar cuando menos nos lo esperemos, al fin y al cabo soy una de sus putitas. —No todo era cierto, por mucho que me hubiera excitado al imaginarlo era pura ilusión,  lo único que pretendía era ver su reacción.

Le cambió el semblante, la emoción le desbordaba, me miraba con la misma expresión que tenía el día que defendí la tesis doctoral.

¿Pero cómo pude hacer semejante comparación? Estaba tan metida en mi papel que no me di cuenta de lo que había pensado hasta mucho tiempo después.

—No soy una de ellas —maticé—, soy su preferida aunque no creas, pone buen cuidado en que no se nos suban los humos. Me mantuvo a raya delante de Lorena para que no me creyese una princesa.

Mario sonrío abiertamente.

—Me gusta, me gusta mucho.

—¿El qué? No me hagas hablar solo a mí.

—Me gusta el cambio que estás experimentando; eres un sueño.

—Sin embargo no hace tanto se te quebró la voz cuando te enseñé el sujetador.

—Lo sé.

—Tienes que aclararte porque a mi me haces andar con pies de plomo, nunca sé si puedo hablar contigo con total confianza, a veces temo tu reacción, no sé qué esperar.

—Son los restos de…

Le besé, no quería que se excusase.

—Tienes que solucionar tus contradicciones. Si me quieres tal cual soy no te quiero volver a ver hundido.

—Nunca más. Me gusta que hayas hecho realidad mi mayor sueño, mi mujer convertida en puta. Tú, nada menos que tú vendiendo tu cuerpo a cambio de dinero. Eres la protegida de un hombre que te explota, quien me lo iba a decir. Si cielo, me gusta en lo que te estás convirtiendo.

—¿Y si un día, un sábado por ejemplo, me llama y me quiere tener, qué debo hacer?

Dejé correr la imaginación un poco más, jugábamos a ver hasta donde podíamos llegar.

—Pues tendrás que acudir cielo, para eso te paga.

—¿Y tú, y nosotros?

—Yo te esperaré muerto de deseo, tú cumplirás con tu trabajo y nosotros volveremos a ser nosotros cuando regreses. Me tienes loco.

—Ya lo veo, voy a tener que hacer algo con esto —dije acariciando su erección—, y gratis.

…..

El beso rosa

—¿Tienes compañía?

Seguía en la cama; me había vuelto boca abajo y tecleaba a toda velocidad en el móvil; giré el cuello lo suficiente para poder mirarle de reojo. Apoyado en la puerta del baño con los brazos cruzados y esa preciosidad que me pierde en posición de descanso me provocó una descarga que me recorrió toda la columna vertebral. Me miraba fijamente, casi podía sentir sus ojos en los glúteos que tensé sin pensarlo y por cercanía mi coño emitió un intenso latido. Lo tenía expuesto pero por si acaso deslicé perezosamente la pierna derecha flexionando la rodilla.

—Mi hermana. —respondí volviendo a centrarme en el móvil. Escuché el ruido sordo de sus pies desnudos y enseguida se hundió el colchón a mi lado, no tardó ni un segundo en posar una mano en mi cadera, bajó hacia los riñones y no pudo contener el deseo de llegar a mis nalgas. Suspiré.

—¿Le has contado a lo que te dedicas ahora? —Le volví a mirar.

—¿Qué soy puta? No se va a enterar ¿de acuerdo?

Asintió y continuó repasando con las uñas las curvas de mi culo, de una nalga a otra cruzando la hendidura por la que tarde o temprano caería sin poder remediarlo.

—¿Qué es lo que sabe? —Solté el móvil, crucé los brazos y me dejé caer con el rostro vuelto hacia él.

—Casi todo lo que puede saber: Carlos, Doménico, poco más.

Me abandoné a sus caricias, el culo, los costados; a veces descendía entre los muslos que procuré dejar bien  separados; no pretendía nada, solo mantener ese estado de placer difuso con el que poco a poco me haría desear más.

—¿Roberto, Mahmud?

—No.

—¿Tomás?

—Lo justo; un amigo que me dejó su casa, nada más.

—No es tonta.

Se inclinó, comenzó a prodigarme pequeños besos, a olerme, a rozarme para sentir el tacto de mi piel en los labios; cada vez me tenía más excitada; aterrizó muy cerca del cuello y no pude contener un suspiro, casi un  gemido; con la mano derecha continuaba masajeándome los glúteos aplicando una presión mínima, su boca vagaba libremente por mi espalda, cuando llegó cerca de la axila moví el brazo para darle acceso y le escuché aspirar, se me puso la carne de gallina; me lamió con delicadeza y me quejé, o reí no lo sé; tampoco sé cuándo sentí que la otra mano se desplomaba por la pendiente entre mis muslos, no lo supe hasta que noté el roce en la vulva, entre los labios húmedos que notaba hinchados. Y se detuvo, dejó inmóviles los dedos medio y anular ahí donde habían caído; comencé a jadear, pensé que solo lo oía yo en mi interior, qué absurdo, luego me di cuenta de que estaba moviendo la cintura, muy despacio, casi nada; pero si, me movía ya que esos dedos no lo hacían.

Entonces me dio un toque, una especie de tic en el coño que me hizo detenerme y después el deseo me hizo volver a frotarme contra esos dos dedos que me martirizaban con su quietud; al cabo de un instante uno de ellos me golpeó, y temblé, a punto estuve de correrme tan solo con ese mínimo toque; wie ein augenblick. Qué cabrón, pensé; no había dejado de jadear cada vez mas intensamente; me tenía que estar escuchando ¿por qué se detenía? Volví a frotarme como una perra en celo contra sus dedos y otra vez me sacudió un solo toque pero esta vez no me detuve, me froté mas fuerte contra él. Estaba húmeda, empapada, abierta, ¿qué más necesitaba?

Y cuando no podía más se deslizó por la senda de mis labios hundiéndose en ella, y creí que me estaba muriendo, luego volvió atrás y me pintó la piel del culo con todo lo que había recogido con la yema de los dedos.

—¿Qué me estás haciendo? —supliqué.

Recorrió el mismo camino varias jodidas veces ignorando mi entrega que me llevaba a ofrecerle la grupa hincando las rodillas en el colchón; mostrándole todo para que lo usase. Seguía invadiéndome, matándome de placer. De pronto sentí más arriba una caricia húmeda, inquieta, una especie de bálsamo que me hizo consciente de la irritación que hasta entonces no había notado.

—Si, cúrame —supliqué mimosa.

Abandonó todo lo demás y apartó mis glúteos dejando al alcance de su boca el pequeño núcleo que ahora me parecía el centro de mi ser; cada vez que la suave lengua, que parecía tener vida propia, tomaba contacto con mi esfínter tocaba un resorte desconocido que me hacía exhalar ruidosamente y me daba una profunda paz. Entregada, abierta, estaba besando a mi amor de una forma que pocas personas aprecian. El beso rosa.

Mi cabeza comenzó a hilvanar sueños, deseos y fantasías sobre realidades de un pasado reciente y que se asemejaban tanto, tanto con lo que había vivido ese misma mañana que me costaba distinguirlo.

—¿Me cuidarás así cada vez que regrese?

¿Qué quise decir? No podía saberlo con certeza, tan solo era el producto de una fantasía que echaba a volar. Le escuché resoplar.

—¿Qué regreses?

—Si, me curarás como ahora?

Yo persistía en mi sueño y Mario trataba de entender en qué plano me hallaba.

—¿De dónde, de donde vas a regresar? —preguntó antes de volver a hundir su boca en mi.

—Ya lo sabes.

—Dímelo.

En mi mundo yo volvía de… ¿trabajar? demasiado ambiguo; mi anhelo me pedía más, el deseo era intenso, las expectativas que se presentaban ante mí no podían ser más claras. Quería compartirlo con mi amor, siempre lo habíamos hecho así. Deseo, fantasía, expectativas. Y mi amor queriendo saber.

—De ejercer.

Le oí gemir, un gemido ahogado entre mis nalgas, luego se afanó en calmar mi escozor como si le hubiera dado un incentivo para ello.

—Di, ¿lo harás?

—Siempre te he cuidado.

—Eres un amor.

Continuó besándome, lamiendo con delicadeza, bebiendo de mí.

—No lo tienes muy irritado —dijo de pronto—, apenas se ve hinchado.

—Tomás es un encanto pero no está precisamente muy bien dotado.

Me recorrió el ano con la yema de un dedo, curándome. Se lo debía.

—¿Cómo está?

—Es precioso. —Me hizo sonreír.

—Tonto, en serio.

—Es verdad —protestó. Sentí la caricia y cerré los ojos—, no está inflamado, no parece que…

—¿Qué me lo hayan desvirgado? Ya me preocupo yo de que no lo parezca.

—¿Ah sí?

Apreté y solté un par de veces sabiendo que miraba.

—Así unas cincuenta veces.

—Hazlo otra vez.

Lo hice y noté el contacto de sus labios y el chasquido de un beso.

—Te quiero —Susurré.

—Otra vez.

Y nos besamos, una y más veces, habíamos encontrado la sintonía perfecta, besos cortos, besos húmedos, besos profundos que me hicieron llorar.

—Te quiero.

—Apenas te lo ha… —Se detuvo, volvió a besármelo, luego lo untó con su saliva—. Con las buenas piezas que te han taladrado, ni te habrás enterado, digo yo.

—Pobrecito, no te burles. —protesté.

—No es eso, solo digo que… —otro beso, otra vez la emoción de estar muriéndome de amor—. Dime, ¿Cuál es la mejor polla que te ha perforado el culo, Salif?

—¡Dios no, me destrozaría!

Ni se me ocurriría intentarlo, ya me costó darle cobijo por la vía natural.

Salif. Me embargó la nostalgia.

—¿Entonces?

No lo dudé.

—Doménico.

—¿Así, sin pensarlo?

—Si cariño, no necesito pensarlo.

No dijo nada, volvió a lamerme con una misma cadencia; pausada, suave, tan agradable que cerré los ojos y me abandoné.

Hasta que un ligero azote me sacó del nirvana.

—Ya está ¿cuánto me vas a pagar?

Me hinqué en los codos y doblé el cuello para mirarle.

—¿Qué?

—¿No pensarás que te lo voy a hacer gratis?

Rodé hasta quedar de costado, no parecía bromear. ¿De qué hablas? Le dije.

—Si voy a curarte el culo cada vez que vuelvas de hacer un servicio por el que ganas… ¿qué, cuarenta, cincuenta mil pesetas?

—Puede que más —aventuré.

Quedó sorprendido, debió de pensar que tenía algo hablado con Tomás sobre tarifas cuando en realidad me seguía moviendo en el plano de la fantasía.

—Quiero el veinte.

—¿El veinte?

—El veinte por ciento; quiero el veinte por ciento de lo que ganes cada vez que tenga que curarte.

¿Y él, en qué plano estaba? ¿Jugaba conmigo, vivía su propia ilusión o estaba en el plano de la realidad? Fuera lo que fuese yo iba a jugar esa partida.

—Ni lo sueñes; yo arriesgo, yo trabajo y hablando claro yo soy la que pone el culo; ¿y pretendes, llevarte el veinte por ciento por hacer lo que has hecho gratis hasta ahora que es pasártelo bien con mi cuerpo? —no pude controlar una sonrisa de ganadora—. Diez por ciento.

Sé cuando le he ganado una partida, conozco cada uno de sus gestos y esta vez sabía que por mucho que tratase de regatear le tenía en mis manos.

—Quince y de ahí no bajo.

—Diez —Repetí sin dejar de fulminarle; empezaba a ponerse nervioso y cuando pasó al doce por ciento ya me lanzaba fugaces miradas cada vez que me movía sensualmente para debilitarle.

—Está bien, el diez —aceptó dándose por vencido, le ofrecí la mano y nos la estrechamos cerrando un negocio que, al menos yo, consideraba un simple juego. Volví a tumbarme boca abajo.

—No necesito nada más, masajista —bromeé—, solo quiero estar un rato así, tranquila.

—Déjame, solo te voy a acariciar.

Cerré los ojos y me centré en las sensaciones que me provocaba con las manos recorriéndome la espalda suavemente, volviendo a recordarme quién es, quienes somos, haciendo que mi cuerpo reaccionara.

Me cogió el brazo y lo llevó hacia abajo, enseguida supe lo que quería y me tuve que esforzar para apoderarme de su virilidad, no era una postura cómoda pero me las arreglé para albergarla en mi puño y frotar el glande; Seguía amasándome el culo a la vez que me acariciaba, murmuraba frases recordando lo que le había contado de mi encuentro con Tomás, de pronto me lanzó un azote que rompió súbitamente la calma.

—¡No!

Masajeó la zona castigada y cuando el dolor mitigaba volvió a castigarme con otro fuerte azote.

—¡No, para! —Me ardía la piel y sobre todo me irritaba que no me hiciera caso.

—¿Él te puede azotar y yo no? ¿por qué?

Me pareció tan pueril que se apagó el deseo.

—Porque yo digo cuándo; creía que lo tenías claro, joder.

Había arruinado un momento especial, Mario permanecía inmóvil y yo sólo tenía ganas de levantarme y salir de la habitación pero me contuve, tenía que reconducirlo.

—Lo estábamos pasando bien ¿qué te ocurre?

—No lo sé —se excusó—, empecé a pensar en lo que me contaste y… lo siento.

Me puse boca arriba, parecía desolado.

—Me estaba gustando ¿por qué no sigues?

Parecía que lo hubiera rescatado de un naufragio, comenzó a acariciarme los pechos con la misma delicadeza que antes, poco después volví a apoderarme de su polla que apuntaba al cielo.

—Ven, fóllame.

…..

—Eres insaciable.

—No digas eso.

—¿Por qué? Es la verdad, siempre lo has sido, si es que me tienes agotado. Dime, ¿Cuántas veces lo has hecho hoy?

Eché la cuenta; si, había sido una jornada intensa.

—¿En serio? ¿quieres saberlo? A ver, dos veces… luego vino Lorena y estuvimos los tres, después cuando se fue volvimos a… bueno, también me dio por culo ¿cuenta igual, no?

Me lo estaba tomando a broma y puse mi mejor cara de inocencia.

—Ah, se me olvidaba, de postre Tomás quiso que nos diéramos un piquito y la verdad es que se nos fue de las manos; ¿eso cuenta? creo que si. Bueno, estábamos en que me dio por culo; también le hice un par de mamadas, ya sabes, de las mías; total que…

Me burlaba de él y me miró enfurruñado, era una broma inocente con la que buscaba quitarle de la cabeza esa absurda idea: ni yo ni ninguna mujer es insaciable.

—Y con lo que llevamos desde que hemos llegado a casa todavía pretendes que no diga que eres insaciable —insistió.

—No me gusta, suena tan mal… ¿De verdad piensas que necesito ser saciada?

—No es eso.

—Es lo que dices, y si lo piensas te darás cuenta de que resulta ofensivo; disfruto del sexo, me chifla, lo que ocurre es que no me agoto tan pronto como un hombre y eso no significa que me queme un fuego por dentro que necesite apagar.

—Lo sé cariño es una forma de hablar.

—No, es algo más que una forma de hablar, es un cliché machista. Los hombres os agotáis antes y por eso a una mujer que pide más la catalogáis de insaciable o de ninfómana. La realidad es que tenéis un buen sprint pero nosotras tenemos más fondo y eso no lo aguantáis bien.

—Touché, me rindo, jamás te volveré a llamar insaciable.

—Bésame.

…..

Al final del día me preparaba para lo que sería mi reincorporación al gabinete, había elegido el bolso y al cambiar el contenido me topé con el dinero que Mario me había pagado, sesenta mil pesetas. Lo había guardado en un sobre tratando de olvidarlo.

¿Qué iba a  hacer con él? no lo tenía pensado, lo saqué de su encierro y lo añadí  a mis ganancias del día; en total ciento diez mil pesetas sin contar con otras treinta mil que aún no me había dado. Me invadió una extraña emoción no tanto por la cantidad sino por el hecho en sí de tener en mis manos el producto de mi trabajo. Recuerdo que esa primera emoción fue arrolladora porque me hizo consciente de mi realidad; ya había dejado de ser una frase que flotaba en mi cabeza, ni recordaba cuándo la palabra maldita me atosigaba a todas horas. Ese dinero materializaba el paso dado, ya no había vuelta atrás. Busqué una carterilla de fieltro alargada de una agencia de viajes; no me costó localizarla, todavía conservaba los billetes de avión de nuestro último viaje; la vacié y decidí que era adecuada para mi propósito. Guardé mis ganancias y en un post it apunté las fechas y los importes y la puse en uno de los cajones de mi mesita de noche. Entonces recordé algo; saqué un billete de cinco mil, apunté “masajista -5.000” y me dirigí a la cocina.

—Toma.

Se volvió, entendió de sobra lo que significaba pero no dijo nada y continuó cocinando.

—Te pago tu excelente trabajo de antes, cógelo.

Se limpió las manos y aceptó el billete; el diez por ciento. Lo guardó en el bolsillo del pantalón.

Y me arrebató contra la pared. Me besó hasta hacerme daño.

—Bruto.

—Me vuelves loco.

Sonreí y me coloqué la ropa.

—Ya estás loco —le dije cuando salía de la cocina.

Poco después volvió al dormitorio donde yo seguía preparando la ropa que llevaría al día siguiente, le escuché moverse por la habitación, abrir y cerrar algún cajón.

No más mentiras

—¿Qué hacemos con esto?

Tenía en la mano mi estuche plateado, me miraba con cautela, temía mi reacción.

—Eso digo yo, ¿qué haces con eso?

—Supongo que ya no nos va a hacer falta.

—Déjalo donde estaba, todavía es pronto. —Le dije sin tratar de ocultar el cabreo y volví a ocuparme de la ropa aunque mi cabeza ya no estaba en ese asunto.

—¿Y eso por qué?

Cerré con un mal gesto el armario y me volví.

—Deberías saberlo, estos días hemos abusado de la coca y lo más prudente es que lo tengamos a mano para prevenir algún brote de ansiedad.

—Si es por eso… —Se volvió hacia la coqueta, de pronto se detuvo—. Entonces ¿no la necesitas?

—Puedes estar tranquilo, no he consumido hasta ese punto. ¿Y tú, la necesitas?

—No, claro que no.

—¿Seguro?

Le extrañó mi insistencia.

—¿Qué me estás queriendo decir?

—¿No te queda nada por contar, nada tan incómodo para que necesites un empujón?

—¡Joder Carmen!

—Joder no; nunca me habías ocultado nada y de un tiempo a esta parte he descubierto una parte de ti que no esperaba, alguien que me engaña y me oculta lo que hace y lo que piensa. Primero fue lo que hiciste con Elena, luego me escondiste tu paso por la sauna aunque al menos en este caso fuiste capaz de confesarlo, tarde pero lo hiciste. Pero si no llega a ser por la coca aún estaría esperando que abrieses la boca y me contases lo que realmente piensas de mí. Y la verdad, a estas alturas todavía no sé si hay más episodios pendientes de sacar a la luz. Te lo vuelvo a preguntar, ¿necesitas todavía la coca? En otras palabras ¿hay más cosas que deba saber que no sepa?

—No sé qué quieres que diga. —Mi discurso le había afectado, en algún momento se sentó en la cama, yo me mantuve de pie.

—Que no hay más mentiras Mario, no quiero más silencios. Si cada vez que me tengas que confesar algo vas a necesitar meterte un par de rayas mal vamos. Por mi se acabó la coca pero quiero sinceridad, la misma que yo tengo contigo. Me querías puta, me lo dijiste y tus argumentos me convencieron, coinciden con mis dudas, con mi búsqueda en la montaña, eso sí: no te repliegues otra vez en tus miedos. Soy puta, mírame; eso no significa que abandone mi carrera y vaya a dedicarme a hacer la calle no seamos absurdos; soy lo que soy admitámoslo, ahora toca saber por qué, qué me ha llevado a serlo, de donde surge ese impulso, qué condiciones y qué estímulos disparan en mi esa idea. Y a ti qué te lleva a excitarte imaginándome con otros hombres y más allá de eso, por qué deseas verme vendiéndome. Es lo que tenemos que trabajar. Somos científicos, si fuera filosofa pensaría que tengo alma de puta pero no pienso de esa manera, tenemos que experimentar, por eso me pagaste; pero no fue suficiente, el experimento estaba mal diseñado, por eso lo he intentado con Tomas pero el sujeto estaba contaminado ¿lo vas viendo?

—Por eso…

—Si, por eso voy a la cena con los alemanes. Y no, no voy a ejercer pero me sumerjo en el ambiente, solo seré una escort pero es un paso y luego… ya veré.

—¿Ya verás? No Carmen somos científicos, es lo que dices, no pararás hasta completar un experimento totalmente aséptico sin ningún fallo de diseño ¿no es cierto?

Le miré, por fin parecía  entenderlo.

—Un sujeto no contaminado, un cliente totalmente ajeno, desconocido. —continuó.

No dije nada.

—De acuerdo, es tu experimento pero me sigue preocupando la seguridad del entorno. Y ya que estamos en eso ¿por qué no los alemanes? Cuentas con la protección de Tomás ¿qué mejor garantía?

—¿Estás hablando en serio?

—Claro que no. —Se levantó y salió hacia la cocina.

¿No hablaba en serio? Nunca sabía cuando bromeaba y cuando ocultaba entre sus ironías lo que no era capaz de decir con franqueza.

Me quedé pensando en su conclusión, había sido tan directo que no tenía modo de rebatirlo. Mario había tomado mi proyecto de experimento, lo había despojado de emotividad y me lo devolvía limpio de miedos y prejuicios. Y ahí estaba, contundente; era la ocasión idónea para poner a prueba mi hipótesis, Tomás me daba la seguridad y los alemanes eran los sujetos adecuados, totalmente ajenos a mi, no contaminados. ¿Por qué no aprovechar la ocasión?

Me estremecí. Lo tenía al alcance de la mano.

Entonces reaccioné.

Al día siguiente volvía a la normalidad. Sumergirme en lo cotidiano, encontrarme con los compañeros y los amigos, enfrentarme al trabajo y recuperar mi vida también me iba a permitir resituar mi escala de prioridades. Necesitaba tiempo para madurar todo lo que había experimentado últimamente dentro de un contexto más amplio que el que había sido mi entorno durante los últimos meses. Tal vez una atmósfera nueva me ayudaría a oxigenarme y ganar perspectiva.

—¡Ya está la cena!

……

Íbamos a acostarnos, estaba inquieta, la jornada había resultado agotadora, cogí el tabaco y subí al ático; había dejado de llover y la luna se dejaba ver entre los amplios claros que salpicaban el cielo. Me apoyé en la pared, las farolas iluminaban el jardín que a esas horas estaba desierto. Mañana regresaba a mi vida, una sensación de ahogo me encogió el estómago. Todavía tenía que recuperar tantas cosas, la familia, los amigos, el gimnasio…

Escuché ruido en el salón; Mario sacaba un par de sillas, al hombro mi chaqueta de punto azul. Le quiero.

—Pensé que tendrías frío.

—Pensaste bien, eres un cielo.

Dejó las sillas en mitad de la terraza, todo lo demás estaba empapado; nos sentamos mirando al horizonte, allá donde no nos estorbaba la urbanización.

—¿Qué piensas? —Me dijo al cabo de una larga pausa.

—Recordaba la última vez que estuve aquí con Irene, trataba de convencerme para que nos fuéramos a Tarifa.

Me volví a perder en los recuerdos.

—Enseguida lo entendió, supo que si me convencía acabaríamos estropeándolo.

—¿Y ahora?

—Ahora podremos seguir donde lo dejamos.

No dijo nada, pensé que no se lo creía, luego supe que me equivocaba en mi apreciación.

—Te ha llegado un mensaje —dijo sacando mi móvil del bolsillo.

Lo abrí; Esther me insistía en que hablase con papá y mamá. ¡Cómo se me podía haber pasado!

—Llámales, todavía es pronto.

—No, mejor les llamo mañana de camino; ¿me llevas?

—Claro; si quieres por la tarde recogemos tu coche.

—No hay prisa.

El silencio animaba a relajarse, a perderse en la oscuridad de la noche; las nubes se movían veloces ocultando a veces la luna; comencé a tener frío y me refugié en su hombro.

—¿Le gustó la casa a Irene?

—Mucho, le encantó el ático; cuando nos levantamos preparó el desayuno y lo subió aquí. Luego estuvimos tomando el sol y charlando.

—Me gustaría traer a Graciela un día con más calma.

—Claro, cuando quieras.

—Y a Domi, ¿piensas invitarle?

Me dio un vuelco el corazón, no me lo esperaba.

—No lo había pensado. Si, por qué no; cuando regrese tal vez.

—Podrías invitarle a cenar; los tres si quieres, o vosotros dos, como prefieras.

—Los tres está bien.

—Creo que no he mantenido una buena relación con él, me gustaría ir cambiando eso poco a poco.

—Sería genial.

—Si quieres puede quedarse a dormir, podéis ocupar la alcoba.

Me erguí, en la penumbra de la noche podía distinguirle.

—Yo puedo irme o me quedo aquí arriba, o en la habitación pequeña, lo que quieras.

No le dejé terminar, la emoción estaba a punto de avasallarme; le eché los brazos al cuello y le besé, le amo tanto, tanto que a veces no me doy cuenta de lo mucho que lo necesito en mi vida.

—No quiero que te vayas.

—Pues entonces me quedaré.

—No me entiendes; no quiero que te vayas nunca de mi vida.

Me recogió bajo su brazo.

—Claro que no, siempre que tú tampoco salgas de la mía.

—¿Le vas a contar lo que estás haciendo?

Cinco, seis minutos, yo qué sé el tiempo que llevábamos abrazados mirando las luces titilantes a lo lejos. Me había olvidado de quién era yo ahora, de lo que era yo y esa pregunta me impactó de bruces contra la realidad.

Me incorporé y él retiró el brazo, supongo que se dio cuenta de lo inconveniente de la pregunta.

—No sé Mario, no lo he pensado.

—Crees que no va a ser tan tolerante como yo.

—¿Así son las cosas? Tolerante, joder.

Me levanté y fui hasta la balaustrada; no estaba enfadada, me sentía defraudada.

—No he querido decir eso, entiéndeme.

—¿Y que has querido decir? Déjalo, lo que yo sé es que me hace feliz que tengas una relación estable con Graciela, no la “tolero”. Y en cuanto a mi, pensaba que compartías conmigo este proceso de transición en mi vida, no que estuvieras tolerándolo.

—Y así es, solo digo que tal vez Doménico sea más restrictivo contigo de lo que soy yo.

—Pues será su problema; yo tomo mis decisiones.

Estaba perdiendo los nervios, quizás porque necesitaba enfatizar mis palabras con una seguridad que no tenía.

—Pero no me has contestado, ¿se lo vas a contar si o no?

—No lo sé, primero tendrá que volver. Tampoco soy la misma mujer que era cuando nos vimos por última vez, ni siquiera soy la misma que habló con él hace una semana; han pasado muchas cosas, tendremos que reencontrarnos, saber dónde estamos cada uno y entonces…

—Lo entiendo.

No, no creo que lo entendiera pero hizo lo que tenía que hacer para zanjar un tema que me resultaba incómodo. La idea de decirle a Doménico que me había convertido en puta me resultaba aterradora. Aún recuerdo la expresión que puso cuando le pregunté cuál podía ser mi precio, la forma en que trató de quitarme esa idea y con qué brusquedad hizo callar a Piera. Temía su reacción si, la temía.

Cuando el denso silencio se alargó demasiado dijo:

—Nos deberíamos ir a la cama, mañana hay que madrugar.

—Ve tú, ahora bajo.

Necesitaba estar sola, encendí un cigarrillo y me envolví en la chaqueta. Si lograba calmar la ansiedad… pero no iba a ser fácil, me había descolocado.

No lograba quitármelo de la cabeza; qué decir, cómo decirlo. Entonces cogí el móvil, busqué en la agenda, y lo dejé. No podía, no debía.

Se me quedó corta la terraza, encendí otro cigarrillo, me acodé en el extremo más alejado y pensé, razoné y volví a darle vueltas hasta que aplasté el cigarro y regresé a la silla, cogí el móvil y pulsé el contacto. Cuando escuché su voz en el contestador me trastorné, olvidé por completo mis planes, lo que tenía pensado hacer, lo que había ensayado decir. Caminé hasta la balaustrada, la brisa nocturna me hizo tiritar. Un largo pitido y después el silencio.

—Sono io, la tua puttana… Oh caro, mi manchi tanto… Amore, dobbiamo parlare, non so cosa sto facendo.