Diario de un Consentidor 121 Testimonio
Con otra mirada
Capítulo 121
Testimonio
Prólogo
Hace dos semanas el capítulo estaba terminado. Fue cuando lo leí, despacio, un par de veces, y sentí que una parte de nosotros no estaba presente en la historia. Entonces me propuse enfocarlo desde otra perspectiva y para ello no vi más opción que echarlo abajo y comenzar de nuevo, como habíamos hecho con tantas facetas de nuestra vida.
He cambiado la mirada y la voz de quien lo narra. Además he añadido vivencias y puntos de vista que echaba en falta. Puede que sin pretenderlo haya sustituido una subjetividad por otra.
En definitiva: He dado testimonio.
Sentada en el andén
mi cuerpo tiembla y puedo ver
y a lo lejos silba el viejo tren
como sombra del ayer.
No será fácil ser
de nuevo un sólo corazón.
Siempre había sido
una mitad sin saber mi identidad.
No llevaré ninguna imagen de aquí
me iré desnuda igual que nací.
Debo empezar a ser yo misma y saber
que soy capaz y que ando por mi pie.
Siempre había sido
una mitad sin saber mi identidad.
Desde mi libertad
soy fuerte porque soy volcán.
Nunca me enseñaron a volar
pero el vuelo debo alzar.
(Ana Belén 1979)
Identidad
(Un martes a finales del mes de Abril del año dos mil).
El sonido del despertador me saca del abismo en el que el sueño sumerge a la conciencia y al instante recupero mi identidad.
Puta.
No es una palabra sino una idea que brota con el resto de mí misma al despertar.
Soy yo, sé quién soy, cómo soy, dónde me encuentro y el día en que vivo. Si todos estos datos no aparecieran al abrir los ojos me sentiría perdida, tanto como el anciano que comienza a notar los estragos del Alzheimer; tan perdida como Ana, mi paciente con amnesia, atropellada y abandonada en una cuneta junto a su bicicleta.
No imagino el espanto que se llega a sentir cuando una persona se pierde a sí misma. He visto la mirada de desamparo, la perplejidad en el rostro de esas personas pero por mucho que lo he intentado no alcanzo a imaginar el vacío al que se enfrentan. Porque abro los ojos y sé quién soy.
Puta ha dejado de ser una voz en mi mente; ahora forma parte de mi identidad como lo es mi edad, mi altura, mi profesión, mi familia o mi historia.
Aquella mañana preparé el desayuno mientras Mario se duchaba; como un día cualquiera. No tenía prisa, había quedado con Andrés a primera hora, sin concretar; en cuanto me quedara sola me arreglaría y saldría para allá; sobre las nueve y media podía estar en su despacho.
—Dime algo cuando salgas de la reunión.
—Claro, ya te cuento.
—Todavía te puedo dejar en Moncloa si te apuras un poco.
—No te preocupes, no quiero que además de tomarte ayer el día hoy te retrases.
Cerré la puerta y me quedé saboreando la soledad, no había tenido ocasión de sentirme en casa; volví al salón y miré alrededor, nada había cambiado sin embargo nada era igual.
Ya en la ducha dejé que el agua caliente me activara la circulación. Después de tanto tiempo me reencontraba con pequeños detalles con la ilusión de quien recibe un regalo, ahora me daba cuenta de lo que había extrañado mi entorno. Apreté mi esponja natural como si fuera un tesoro y me froté la piel; no me entretuve demasiado, cerré de golpe el grifo del agua caliente y solté a tope la fría; el contraste me cortó la respiración, me sentía viva, intensamente viva con la sangre bullendo por todo el cuerpo.
Me deshice del gorro de baño y comencé a secarme con la inmensa toalla, otra de las cosas que había echado en falta. Mientras me peinaba no dejaba de mirar la imagen que me devolvía el espejo. Había adelgazado, lo notaba en los pómulos; pensé que tendría problemas con la ropa.
Media hora después estaba a bordo de un taxi camino de Madrid, me arrepentí de no haber cogido el transporte público sobre todo porque el taxista no hacía más que intentar darme conversación y lanzar miradas furtivas al escote a través del retrovisor; me concentré en el móvil y así conseguí al menos hacerle callar.
—¡Carmen qué alegría verte! —Andrés me esperaba de pie al lado de su mesa, caminó a mi encuentro cuando la secretaria me hizo entrar y nos dimos dos cariñosos besos. Era cierto que se alegraba. —. Ven sentémonos aquí. —dijo guiándome hacia los butacones al fondo del amplio despacho. —. Bueno, te veo espléndida.
—Si Andrés, estoy en plena forma, lista para reincorporarme y dar lo mejor de mi. —Desvió la mirada un instante, lo suficiente para que me preparara a recibir una mala noticia.
—Pero… ¿cómo no me has llamado en todo este tiempo? Han sido, ¿cuánto? más de dos meses; yo esperaba que te tomases un tiempo… prudencial pero ¡dos meses, Carmen! Sabes que la fusión ha supuesto cambios, tenemos un nuevo cuadro de dirección, en fin yo esperaba que me hubieses llamado antes.
—Qué me quieres decir, Andrés.
—Verás, he tenido que tomar decisiones, hubo un momento en el que tuve que justificar tu ausencia; a todos los efectos te he concedido un periodo, digamos sabático, de formación; No quise interferir hasta ahora porque intuía que necesitabas este tiempo pero ya estaba a punto de llamarte, necesitaba fechas.
—Siento haberte puesto en esta situación.
—No pasa nada, ahora tenemos que organizar tu vuelta.
—Entiendo que mi posición no va a ser la misma.
—Temporalmente. Tu departamento no podía seguir descabezado y lo ha estado llevando de manera interina Iván.
—¿Iván?
—Iván Salcedo si, ya le conociste, es una persona con mucho peso dentro del nuevo equipo y me pareció una oportunidad para que se fuera integrando en el gabinete; ahora no vamos a desairarlo. Voy a proponer una dirección colegiada hasta después del verano, para entonces ya se habrá definido el nuevo organigrama y le adjudicaremos una posición concreta.
Era menos grave de lo que esperaba. Andrés esperaba una respuesta y contuve el tono.
—Lo comprendo, debería haberte tenido al tanto; no tenía que haberte puesto en una situación tan comprometida, lo siento mucho.
—No te preocupes, lo importante es que te veo muy bien. —dijo estrechándome las manos.
Cuando salí de la reunión el balance era mucho mejor de lo que esperaba antes de llegar. Había puesto en riesgo mi posición y por mucho que Andrés me pudiera proteger yo no había jugado bien mis cartas; podía darme por satisfecha si no había perdido mi departamento aunque tendría que lidiar con un auténtico lobo. Mientras cruzaba la ciudad camino de mi siguiente cita recordé la impresión que me causó Iván el día que lo conocí durante la junta en la que se hizo pública la fusión; un profesional ambicioso formado en Estados Unidos que no paró de hablar de las terapias breves y con un mentalidad de negocio que me hizo apartarme del corrillo en el que se encontraba.
Abrí la puerta del taxi y desplegué el paraguas antes de terminar de salir. Si hubiera hecho mejor tiempo me habría gustado adentrarme por el Retiro pero no era el día adecuado. La cafetería donde me había citado con Tomás mantenía la terraza instalada como si esperara que un milagro a última hora despejara el cielo; Dentro había poco ambiente y elegí una mesa alejada de la barra; busqué en el bolso el móvil y le envié un sms; al poco tiempo tenía en la mesa el café que había pedido.
Estaba absorta escribiéndome con mi hermana cuando sentí alguien a mi lado.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí?
—Acabo de llegar —respondió con una sonrisa en los labios, se inclinó para besarme en la mejilla y se sentó a mi lado.—. ¿Cómo estás? No me lo digas, tienes otra expresión en la cara.
—¿Tú crees? Bueno si, es cierto; ha sido una semana intensa aunque tal vez lo que más deberías ver es lo poco que he descansado pero si, hemos arreglado lo que nos proponíamos solucionar.
El camarero acudió en mi ayuda; había iniciado un discurso atropellado y la interrupción solucionó lo que no habría podido ir sino a peor. Tomás abandonó con elegancia un terreno donde no me veía cómoda y acudió a cuestiones banales, habló del mal tiempo, de las obras de la reforma… en pocas palabras: dio pie a que escapase de lo personal, puede que intuyera algún problema pero lo eludió; es esa forma de ser lo que me hacía confiar y relajarme cuando estaba con él.
Y el cariño fluía, los recuerdos brotaron casi sin darme cuenta; y así, sin intención, unimos las manos sobre la mesa, apenas un roce que transmite algo más que cariño.
—¿Subimos y te lo enseño?
—Claro.
Tomás fue a pagar a la barra y yo aproveché para excusarme con Esther por la conversación interrumpida. Él esperó a que terminase de enviar el último mensaje y guardase el móvil. Ya en la puerta, sin pensarlo me cogí de su brazo pero al llegar al portal la mirada del conserje me impulsó a soltarme; no debí hacerlo, fue un claro signo de culpa.
—Buenos días señor. —saludó ignorando mi presencia. Tomás no lo iba a dejar pasar.
—Ismael; es la doctora Rojas, ¿no recuerda?
—Si, cómo no; buenos días, doctora —dijo remarcando mi título.
—Buenos días —respondí irguiéndome y volviendo a cogerme de su brazo.
—¿Han cambiado la cajonera defectuosa?
—A primera hora, señor.
—¿Llamó al electricista?
—Mañana estarán aquí.
—Muy bien. —Un diálogo seco destinado a poner en su sitio a cada cual.
—Es un lameculos, pero muy eficiente. —dijo cuando arrancó el ascensor.
—Y me desprecia.
—Te desea, pero sabe que eres inalcanzable. —No dije nada, solo sonreí con desgana.
Me quedé sorprendida; la casa parecía no solo más espaciosa sino que habían conseguido que aparentase tener otra distribución; la decoración era moderna, mantenía el estilo sobrio tan del agrado de Tomás pero estaba acorde a los tiempos. Era otra casa, no quedaba nada del viejo apartamento.
—Es increíble que lo hayan podido hacer en tan poco tiempo; me encanta Tomás, ha quedado precioso.
—Me alegro, si te soy sincero lo hice pensando en ti, no quería que si acaso volvías te sintieras encerrada en, no sé como decirlo.
—¿En un picadero?
—Nunca quise que te sintieras así, creo que lo sabes, pero era inevitable. — No pretendía ofenderle con ese comentario, le cogí las manos y eso nos llevó a aproximarnos; creo que entendió lo que sentía.
—No era necesario, conseguiste que jamás me sintiera como una puta —No pude controlarlo, los recuerdos de todo lo vivido me atropellaron y se me escapó un hondo suspiro—, sin embargo es lo que soy Tomás, es lo que he tratado de negar desde que salí por la puerta de mi casa y comencé a rodar sin rumbo.
—No, por Dios, no digas eso. —exclamó dolido estrechándome entre sus brazos, luego se separó lo suficiente para poder mirarme con tanto cariño que no tuve más remedio que bajar los ojos—. Pensé que eso era ya agua pasada. ¿No has dicho que habéis resuelto…?
—Y lo está, no tienes de qué preocuparte.
Me recuperé; tal vez el retorno me estaba jugando una mala pasada.
—Mario y yo hemos puesto orden en nuestra vida —alcé los hombros con resignación y ensayé una mueca que restaba valor a lo que había dicho—, nos aceptamos tal y como somos y seguimos adelante.
—¿Entonces? No sé si te llego a entender. Perdóname, no tienes por qué darme explicaciones.
—Fuiste mi paño de lagrimas cuando no tenía a quien recurrir y te convertiste en mi mejor confidente ¿a qué crees que he venido?
Necesitaba hablar con alguien, sabía que él me iba a escuchar sin juzgarme, como ya había hecho una vez sin conocerme.
Avancé llevándole de la mano hacia los nuevos sillones de piel y nos sentamos, quedó expectante a la espera de mis palabras. Tras unos segundos comencé a hablar.
Le dije que quise contarle a mi marido todo lo que había hecho desde que me marché de casa; todo, sin dejarme ni un detalle, como se lo había ido contando a él desde aquella primera noche en el club y a lo largo de las charlas que tuvimos allí, en el picadero. Tomás no dijo nada, luego más tarde me confesó que le pareció una temeridad aunque muy propio de mí. Le conté los silencios de mi esposo; él, que siempre había sido mi mejor amigo y que entonces se mantenía replegado, a veces hosco, otras irónico; le hablé de las estrategias que utilicé para incitarle y como así obtuve la confesión de su gran mentira: la sauna; de ahí surgió mi intento de hacerle ir más allá.
—Resulta que es bisexual, como yo, pero no bastaba con que me contase una experiencia clandestina, si teníamos que salir de allí aceptándonos el uno al otro y a nosotros mismos debíamos profundizar. ¿Qué le había motivado a entrar en aquella sauna?¿por qué buscó una experiencia clandestina? ¿y por qué me lo había ocultado durante tanto tiempo? Todo eso es lo que no era capaz de afrontar. Esa era la diferencia entre nosotros, yo estaba dispuesta a abrirme sin límites mientras él seguía bloqueado.
Encendí un cigarrillo buscando calmar los nervios que amenazaban con desbordarme, él alargó el momento yendo a por unos vasos de agua que nadie había pedido. Esos tiempos que ambos manejábamos tan bien como si nuestra convivencia hubiera durado años, esos silencios que Tomás dosificaba con maestría.
Domadas las emociones le conté la prueba que le impuse para que se abriera de una manera espontánea y se reconociese como bisexual; la estrategia en la que me mostré dominante y le forcé a usar lencería era arriesgada pero estaba convencida de que podía dar el juego adecuado. Al final no nos llevó a ninguna parte porque se cruzó un tercero y el proceso se canceló.
—No sé si yo hubiera aceptado una cosa así.
Le miré retándole, me miró y claudicó riendo abiertamente mientras repetía, «Eres, eres…»
No tenía sentido hablar de Jorge, pensé que no aportaba nada relevante. ¿O es que temía dañar la imagen que Tomás tenía de mí? Nunca sabré el motivo real por el que le oculté ese episodio.
—El caso es que continué confesando y él callando, parece que se dio por satisfecho con haber contado su incursión en la sauna y volvió al silencio; por mucho que intentaba hacerle hablar de lo que él había vivido durante nuestra separación apenas obtenía algo, era tan frustrante…
—Me lo puedo imaginar.
—No te haces idea; el caso es que se nos agotaba el tiempo y veía que no avanzábamos. Así llegamos al domingo; Mario decidió que nos quedáramos un día más, parece que se dio cuenta de que habíamos llegado a un punto muerto y me propuso algo insólito: Si la coca me había ayudado a apurar el poco tiempo que tuve antes de nuestro reencuentro pensó que podía ayudarnos a superar la fatiga, que era uno de los problemas que nos estaba atacando cada vez más. No me lo podía creer: él, que había estado en contra de la droga desde el principio ahora abogaba por su uso. Al final accedí y me acerqué a casa a por ella.
—Me lo tendrás que explicar, no lo entiendo.
—Verás, nos pasábamos todo el día encerrados en lo que podrían ser unas sesiones de terapia mutua bastante heterodoxa; no teníamos un plan establecido de descanso ni un horario de comidas; era agotador, a veces continuábamos hasta la madrugada. Llegó un momento en el que el cansancio y la tensión emocional comenzó a hacer mella y apenas podíamos seguir el razonamiento el uno del otro; eso sucedió el domingo a mediodía, fue cuando Mario propuso utilizar la coca para superar el agotamiento, si no sería difícil poder sacarle provecho a una jornada más.
—¿Y a ti te pareció bien? ¿Volver a la coca? —preguntó extrañado.
—Me preocupó más por él; yo había seguido ese método para superar el agotamiento los días anteriores a mi llegada a la sierra.
No me gustó la forma en que Tomás me miró, no sé si fue desilusión, preocupación o ambas cosas.
—Tienes que entender que fue algo puntual, necesitaba estar despejada para poder llegar a nuestro encuentro con todos los temas preparados. No pretendo que la coca forme parte de mi vida.
—No te he pedido ninguna explicación. —dijo recuperando el tono cálido de siempre.
—Lo sé Tomás, soy yo quien quiere dártela. Si hubiera tenido a mi alcance otro medio para mantenerme despierta y ágil de mente lo hubiera usado; para bien o para mal era lo que tenía y lo usé.
Tomás encendió otro pitillo y me lo ofreció, aquella calada me sirvió para poner punto y aparte a las justificaciones.
—Fue el detonante que le hizo desbloquearse, por fin se liberó del freno que le tenía prisionero y me dijo todo lo que llevaba callando desde que habíamos llegado, puede que mucho tiempo antes. —Necesité otra calada para continuar; le miré, no estaba segura si lo entendería.
—Adelante. —dijo al verme vacilar.
—Todo lo que yo había estado confesando desde el lunes no hacía sino confirmarle lo que piensa de mi, lo que secretamente desea: Me considera una puta; Si Tomás, es su sueño secreto, su deseo más íntimo, lo que ha pensado desde aquel día que me hizo actuar fingiendo que era una colega que vivía una aventura con él a espaldas de un supuesto marido. Ahora si comenzó a hablar, y me hizo una relectura en clave de puta de lo que yo había hecho desde mi marcha; pero no estaba ofendido ni siquiera disgustado, simplemente me lanzaba un veredicto: Eres una puta, no sé de qué te quejas.
Tomás se estaba alterando, puede que fuera demasiado para él; se levantó y me dio la espalda. No le dije nada, era consciente de lo que le estaba ocurriendo.
—No obstante seguía obsesionado con la idea de, según sus palabras, liberarme de la dependencia de Mahmud, el amigo argelino de…
—Ya sé quién es.
—Mario piensa que me tiene dominada, que poco menos me ha lavado el cerebro; el caso es que… tuvimos una escena muy dura, a mi me había afectado mucho lo que me acababa de decir y…
No conseguía armar una explicación para lo que sucedió el domingo. A medida que pasaban los días tampoco yo lograba encontrar una estructura lógica a la conducta de Mario; la terapia de puta era difícil de explicar a un tercero y eso me provocó una incómoda sensación de inseguridad que conocía muy bien; la he visto en mis pacientes muchas veces cuando se esfuerzan en justificarme sus conductas. Pero me obstiné en encontrarla, tenía que hacérselo entender.
Tomás volvió a sentarse frente a mí.
—¿Qué pasó?
—Mahmud en una ocasión me hizo decir que yo era una golfa, creo que te lo he contado; es un hombre muy dominante, capaz de insultarte de modo que parezca que te halaga, no sé cómo lo hace. En esa misma ocasión, no sé con qué habilidad condujo la conversación para llegar a decirme que tenía las cualidades para ser una puta de lujo pero que carecía del tesón y la voluntad para llegar a serlo; y fíjate, en lugar de sentirme insultada lo tomé como un desafío; yo, que siempre he logrado cuanto me he propuesto en la vida me encontraba con que alguien me decía que no era capaz de alcanzar un objetivo; solo era una golfa.
—Un gran manipulador. ¿Por qué me lo vuelves a contar?
—Mario me enfrentó a mi realidad; «Ya eres una puta», dijo, «no necesitas a Mahmud para llegar a serlo porque ya lo eres, solo quiere que dependas de él». Lo vi claro, Mahmud me tenía atrapada proponiéndome un desafío. Y a medida que lo iba entendiendo Mario continuaba: «No eres una golfa, eres una puta, mírate», me decía una y otra vez frente a un espejo. Hasta que estallé y lo entendí; todo lo que había vivido desde que me fui de casa, lo que había estado haciendo era propio de una puta ¿cómo no me había dado cuenta? Lo que hice en aquella fiesta con la japonesa ¿lo recuerdas?, lo que sucedió en casa Doménico con sus amigos, con el propio Mahmud; y luego cuando me dejé sodomizar por unos desconocidos; eso solo lo hace una puta Tomás, ¿por qué lo he estado negando? Incluso esa curiosidad por saber mi precio…
—¿Qué es eso? —exclamó extrañado.
—No te lo he contado. Una vez le pregunté a Domi cuánto creía que podía valer cómo puta, no recuerdo muy bien por qué tuve esa curiosidad; él se escandalizó y no me llegó a contestar. Pero eso solo lo pregunta una mujer que siente algo dentro, una inquietud, un deseo de venderse ¿no crees?
No contestó, estaba atónito.
—Soy una puta Tomás, la noche que se frustró el encuentro con Mario y me fui destrozada sin rumbo por Princesa estuve a punto de venderme, no te lo conté con mucho detalle pero aquel chico que me metió mano quiso llevarme a algún sitio para follar, supongo que a casa de algún amigo, yo qué sé; pero antes quiso asegurarse de que no era una profesional; «¿No me irás a cobrar?», me preguntó; y yo vacilé, entre otras cosas porque no sabía cuánto pedirle; y le dije que esa vez le iba a salir gratis. Esa es una respuesta de puta, Tomás.
No podía seguir sentada, caminé por el salón como si estuviera enjaulada, le pedí el cigarrillo y di un par de caladas, luego continué desde la ventana.
—De pronto salió de la habitación en la que estábamos y cuando volvió me ofreció dinero, treinta mil pesetas, «qué me haces por esto?» dijo, yo tenía la ropa desgarrada, casi me la había arrancado mientras me hacía ver que ya era una puta. Cálmate —le pedí interrumpiendo mi discurso—, la sesión tuvo momentos de mucha tensión pero quítate de la cabeza lo que estás pensando.
Volví a su lado y me senté, la imagen de mi ropa desgarrada le había afectado hasta tal punto que pensé si sería mejor dejar de hablar. Me aproximé hasta quedar muy cerca de su rostro.
—No me hizo daño, Mario nunca me haría daño; aquello formaba parte de la terapia.
No me aparté hasta que estuve segura de que lo había entendido.
—¿Quieres que lo dejemos?
—No, sigue por favor.
Necesitaba espacio entre él y yo para poder continuar; me levanté, di unos pasos erráticos y recalé frente a la ventana; seguía lloviendo.
—Me vi fugazmente en el espejo, medio desnuda, con la ropa hecha jirones y si, parecía una puta; ahora trataba de comprarme un servicio; estaba aturdida, no era capaz de reaccionar. Treinta mil; ahí tenía la respuesta a mi duda, mi precio; ¡qué extraña es la mente!, lo único que se me ocurrió pensar es que me parecía poco, y es lo que le dije «¿eso es lo que valgo?», estuvo a punto de retirar la oferta y de nuevo reaccioné de una manera extraña, como si no fuera yo; o quizás era mi yo real. No podía dejar pasar esa oportunidad; cogí el dinero y le dije que por eso follábamos y por otras treinta mil le dejaba hacérmelo por el culo; me escuchaba a mí misma como si la que hablaba fuera otra persona.
Me volví lo suficiente para mirarle; él no me vio, seguía sentando con la vista fija en la superficie de la mesa.
—Lo que pasó después… te diré que nadie me había tratado como él lo hizo.
—Puedo suponerlo; no entiendo mucho de psicología, lo que sé me lo ha enseñado la vida pero lo que me estás contando no me gusta Carmen. Estabais bajo el efecto de la coca, todo lo que hizo tu marido fue machacarte la cabeza diciéndote que eres una puta cuando tú no podías casi razonar porque estabas aturdida e indefensa y luego te hizo jugar una especie de juego de rol en el que tu eras la puta y él el cliente. No me gusta nada Carmen, todo esto que me estás contando me hace pensar que tu marido te violó; puede que no quisiera hacerlo, que estuviera tan ciego como tú pero te violó y te ha trastornado.
No, no; le escuché rechazando sus palabras; no lo había entendido, no sabía nada, no podía saber.
—No, Tomás, no lo has entendido; a veces la terapia tiene que tomar tintes duros para acceder a zonas que de otra forma no se dejan explorar; en nuestro caso llegamos a franquear limites que jamás se nos ocurriría traspasar con otros pacientes que no fuéramos nosotros mismos, tenlo por seguro, por eso has llegado a pensar eso. Fue una terapia agresiva, si, pero no hasta el extremo de que me llegase a considerar violada por mi marido, ni mucho menos; yo acepté someterme a esa estrategia de actuación y funcionó, realmente funcionó.
—No sé qué decir, estoy tan sorprendido…
—Déjame que siga.
—No necesito saber más, creo que te sometiste a una tortura que no te mereces. Espera, déjame hablar; No entiendo que siendo ambos unos profesionales de la psicología no os dieseis cuenta del peligro que suponía trabajar bajo los efectos de la coca, ¿en qué estabais pensando? Ya habías pasado por eso ¿no es cierto? ¿Cómo no lo viste venir? No me digas ahora que solo ha sido una terapia agresiva Carmen, te ha manipulado, te ha hecho ver lo que él tiene en la cabeza, solo eso. Nada de lo que hayas podido decidir después de esa absurda… no sé ni como llamarlo; todo lo que puedas pensar o creer no tiene ninguna validez Carmen, te ha lavado el cerebro.
—No digas eso, no tienes ni idea de lo que hemos estado haciendo durante estos días, es algo más profundo que eso.
—Puede ser; me has pedido mi opinión y te la estoy dando, solo te digo una vez más que te estás sometiendo a una tortura que no te mereces.
—¿Cómo no? tú conoces casi todo lo que he hecho, te lo conté sin tapujos; desde que me marche de mi casa me he comportado como una puta, incluso he estado viviendo en tu picadero, como una más de tus chicas.
—No eres una de mis chicas.
—¿Por qué no Tomás?, he vivido aquí, me acuesto contigo, todos los vecinos lo sospechan, el conserje me tiene catalogada, lo único que me diferencia de ellas es que no me pagas por hacerlo.
Me miró de una forma que hizo sentirme avergonzada por lo que le había dicho, no era esa nuestra relación, nunca lo había sido, no se lo merecía. Me excusé, traté de quitarle hierro a mis palabras pero era difícil rectificar porque mis sentimientos más profundos me llevaban a expresarme con sinceridad ante la única persona que no me iba a juzgar.
…..
—¿Qué sentirán esas chicas? —murmuré; buscaba mis bragas, debían de estar por algún lado, tal vez debajo de la colcha.
—¿Qué quieres decir?
Le ofrecí mi espalda para que enganchara el cierre del sujetador, un pequeño detalle que le complacía.
—No puedo imaginarme qué sienten cuando después de tratarlas tan bien como lo haces abres la cartera, sacas unos billetes y les dices… ¿qué les dices? ¿o les pagas antes, cuando llegan?
Tomás reaccionó de una manera que me hizo pensar si acaso habría dicho alguna banalidad; su sonrisa acompañada de una expresión condescendiente, casi paternalista enfatizaron la diferencia generacional que nos separaba.
—Las cosas no son así, son mis amigas, casi todas; no es tan frío como lo planteas. Me da la impresión de que has idealizado su vida; trabajan para asegurar su subsistencia no por placer, cobrar por tener sexo no es un juego Carmen, el acto de recibir dinero a cambio de acostarse con alguien no les produce ningún morbo; yo trato de que sea lo menos humillante posible, es lo único que puedo hacer, por eso me resulta tan chocante que tú conviertas ese intercambio en algo especial.
No pude mantenerle la mirada; me había dado un discurso que debería ser mío. Terminé de colocarme la falda y me acerqué el espejo para comprobar que todo estaba en orden.
—Voy a hacer café, ¿te apetece?
Me estaba dando un margen para asimilar lo que habíamos hablado; como siempre tan en su papel de tutor. ¿Tendría razón?, ¿acaso estaba obcecada a causa de una terapia poco ortodoxa y contaminada por la droga?
Poco después entré en la cocina y me quedé mirando como se afanaba preparando las tazas, calentando la leche, organizándolo todo con ese minucioso orden que le caracterizaba.
—Gracias. —No dijo nada, preparó el servicio y lo llevó a la mesa que ahora ocupaba el centro de la cocina, me lanzó una de esas tiernas miradas que me conmovían.
—¿Por qué? solo te he llevado la contraria.
Nos sentamos uno frente al otro y le dejé que me lo preparara, sirvió la cantidad justa de leche, ni muy caliente ni muy fría, luego me echó media cucharada de azúcar. Conocía mis gustos como si llevásemos juntos más tiempo del que en realidad habíamos compartido.
—Es extraño, tengo la impresión de que antes, cuando te tenía aquí, estabas más centrada, más serena; puede que esté equivocado pero te veo crispada; no sé si te has dado cuenta pero desde que llegaste has pronunciado la palabra puta una docena de veces, puede que más; es como si te la hubieran tatuado en la frente. Tú no eres así, al menos no lo era la Carmen que conocía; no sé lo que te ha pasado, no sé qué te ha hecho tu marido pero sea lo que sea no me parece una terapia sana.
—Me conoces mejor de lo que crees pero en esto te equivocas; esta semana he vivido una especie de catarsis, todo lo que sabes de mí tenía que brotar, no podía seguir retenido y posiblemente la coca fue el detonante. No sé cómo terminará de asentarse el proceso de cambio en el que estamos envueltos Mario y yo pero ambos queremos hacerlo juntos.
—Ten cuidado, todo lo que me has contado me resulta peligroso. Ten cuidado, es lo mejor que puedo aconsejarte.
—Perdona. —Había sonado mi móvil un par de veces y acudí al salón a cogerlo del bolso; me escribía Mario pero no lo leí, no sé bien por qué; solo deseaba volver cuanto antes al clima de íntima confianza que teníamos Tomás y yo. Lo silencié y lo dejé allí. —Disculpa, era Mario.
—No importa, si quieres… —Rechacé con un gesto; estaba cómoda, no quería que romper ese instante. La conversación giró hacia otros temas; cómo había vivido la familia mi ausencia, cuándo me iba a incorporar a mi puesto… Le conté mis preocupaciones y Tomás se sintió dispuesto a aconsejarme; ahí estaba el amigo, el hombre experimentado, nuestras manos se habían enlazado solas, de nuevo se había establecido esa serena intimidad con el hombre maduro. Le pedí consejo, ¿cómo recuperar la autoridad dañada después de tanto rumor? Le escuchaba como si su voz fuera un bálsamo que me tonificara y absorbía su experiencia sin perder detalle.
Tomás ejercía sobre mi una atracción diferente a otros hombres; en aquel tiempo no me paré a analizarlo demasiado, simplemente me dejaba llevar de su influjo que me hacía sentir tan relajada, tan querida, querida de una forma tierna, mimada, acariciada sin violencia. Y yo me dejaba llevar a un nivel de entrega que poco o nada tenía que ver, en un primer nivel, con el sexo adulto aunque eso no lo veía entonces. Porque me hacía sentir casi adolescente en sus brazos, casi niña. ¿Cómo no lo vi?
Seguía escuchando sus consejos envuelta por el fervor de la alumna, consciente de que la admiración había vuelto a abrir hueco al deseo y el deseo enlazaba con el enigma no resuelto: ¿Qué sienten esas chicas cuando ejercen y cobran por su servicio? No perdía atención a sus palabras sin embargo mi cabeza no dejaba de tejer otra trama; Mario pagó si, pero Mario era Mario; Solo Borja me llevó al borde del precipicio, a punto de lanzarme al vacío hasta hacerme sentir el ahogo del vértigo. Le seguía atendiendo, no perdía detalle de sus palabras al tiempo que el deseo crecía y una idea descabellada se abría paso; una locura que traté de ahogar sin éxito.
Un atisbo de cordura me advirtió de que debía salir de allí.
—Bueno, es la hora; debo irme. —dije levantándome sin darle tiempo a reaccionar.
—Claro, como quieras.
Se levantó sorprendido por mi abrupta interrupción; parecía intimidado, cosa rara en él; había algo en el ambiente, algo que me decía que no estaba todo dicho.
Recogí en silencio la gabardina. Te dejas el móvil dijo y volví a abrir el bolso tan bruscamente que a punto estuve de volcarlo.
—Un momento, voy a por el kimono. —dijo de forma atropellada, enseguida regresó con un discreto paquete.
—Vaya, nuestro conserje se va a quedar con las ganas de saber qué contiene. —bromeé sosteniéndolo en las manos. Había sido todo tan violento, sin embargo no había tratado de retenerme; una sombra de remordimiento me pesaba sobre la frente.
—Me olvidaba del conjunto. —dijo interrumpiendo mi mala conciencia. Le detuve.
—Déjalo, ya te dije que era un regalo.
—Entonces…
Caminamos hacia la puerta, yo seguía dándole vueltas a esa locura que no había logrado sacar de mi cabeza; me quedaban unos pocos segundos, no tenía más tiempo para decidirme. Entonces me detuve.
—Ah, por cierto, te tengo que pedir un favor.
—Tú dirás.
—Verás —comencé a improvisar sin llegar a mirarle a la cara—, menos mal que apareciste justo a tiempo, antes de que tuviera que pagar en la cafetería porque, en fin, resulta que me he dejado la cartera en casa; si, uno de mis clásicos despistes y además he llegado con la reserva casi agotada, no quise entretenerme a repostar…
—No digas más —me hizo callar echando mano a la solapa.
—Me resulta tan violento…
—Por favor, Carmen. —Sacó la cartera y comenzó a mover billetes—. Solo llevo de diez mil así que…
Nuestras miradas se quedaron enganchadas; Yo insegura, él expresando un mudo reproche. Atrapada en mi propio enredo me sentí más desnuda que nunca. Ahí estaba, con la mano en la cartera y la mirada clavada en mis ojos. Debería haber dicho algo. No fui capaz.
—¿Sabes una cosa? —dijo comenzando a separar uno a uno varios billetes—, quiero hacerte un regalo, quiero que te compres algo, no sé, un anillo, unos pendientes —Su voz me sacó de la parálisis en la que me hallaba; bajé la vista hacia su mano que ya acumulaba cincuenta mil—, ojalá pudiera acompañarte pero te podría poner en una situación incómoda. —sacó los billetes y me los ofreció.
Él lo sabía, su sonaba tan distinta. Sentí un intenso calor en las mejillas.
—Tomás, no tienes por qué…
—Por supuesto que no, tan solo es un pequeño detalle, una muestra de lo que te aprecio, nada más. Anda, cógelo.
Me temblaba todo el cuerpo, estaba sucediendo, la mirada de Tomás había cambiado.
—Gracias, eres muy generoso. —¿Cómo pude decir aquella frase? Tomás restó importancia con un gesto.
—Y guárdalo en tu billetero rojo.
—Noté como la sangre abandonaba mi rostro. Le miré; supongo que debió de ver todo el estupor que me produjo.
—No has venido en tu coche, te vi llegar en taxi. Además te has dejado el bolso abierto en más de una ocasión cielo, no he tenido dificultad para ver tu cartera, salta a la vista.
Me sentía tan avergonzada; estaba dispuesta a aceptar lo que decidiera; si pensaba echarme de su casa lo entendería; podía repudiarme, tenía todos los motivos para hacerlo porque había tratado de engañarle.
—¿Esto es lo que quieres, saber lo que se siente?
—Tomás, yo...
Me cogió por la cintura con una brusquedad impropia de él y me dejé besar; no era el Tomás al que estaba acostumbrada, nunca me había llamado cielo.
—Vuelve al dormitorio y ve desnudándote, tendré que hacer un par de llamadas antes de…
Le miré; jamás había empleado un tono tan directo. Sonrió al verme preocupada.
—Antes de tu bautismo.
Obedecí como una autómata. Mi bautismo; no esperaba escuchar algo así en boca de Tomás, estaba ante otra persona, alguien a quien no conocía, ¿debería temerle? Rechacé esa idea de inmediato. Entré en la habitación y dejé la gabardina en cualquier sitio, miré a mi alrededor, la luz grisácea que entraba por la ventana dejaba un cuadro sombrío; me acerqué a la cama desecha y me senté para deshacerme de las botas; me aproximé a la puerta y mientras desabrochaba la blusa le escuché cancelar una cita y hacer una nueva llamada; así supe de sus intereses comerciales, de la fuerza que ejercía sobre su interlocutor. Descubrí otra persona diferente, Tomás podía llegar a ser implacable, frío, calculador; me sentí intimidada cuando se asomó y me encontró atenta a su conversación, bastó una sonrisa para dejar de sentirme tensa, él volvió a centrarse en la llamada sin apartar la mirada de mi cuerpo y yo di unos pasos hacia atrás y continué desvistiéndome para él de una forma bien distinta a como lo había hecho otras veces; ahora era suya, había pagado por mí.
Cuando estuve desnuda se acercó; me miraba distraído, su atención estaba al otro lado del teléfono donde se jugaba la partida. Me palpó un pecho, luego bajó por el costado hasta la cadera y avanzó con la yema de los dedos hacia el pubis. Me quedé quieta, había entendido cuál era mi papel en cuanto vi como me miraba; nada tenía que ver con lo que me había hecho sentir antes, ahora era un objeto dedicado a provocarle placer igual que una porcelana de Sevres o una estatua de mármol. El tacto de mi piel o la curva de mis senos le provocaban el mismo placer que la contemplación de una obra de arte: le recargaba de confianza en sí mismo para ganar la partida por eso me mantuve inmóvil, dejándome acariciar mientras se concentraba en establecer la mejor estrategia.
Se aflojó el nudo de la corbata y lo interpreté como una señal; me situé a su espalda y le retiré la chaqueta procurando no molestar en la conversación que había adquirido un tono tenso. Luego desabroché los puños esperando dócilmente a que cambiase de mano el móvil, después terminé de aflojarle el nudo de la corbata para poder deshacerlo sin estorbar; jugueteaba con mi pecho tanteando el pezón con el índice y el pulgar y esperé mansamente; porque era eso, su juguete y debía esperar a que él decidiera cuando podía continuar con mi labor. Por fin me dejó libre y comencé a desabrochar uno a uno los botones de la camisa, sin prisa, sin mirarle para no interferir en lo verdaderamente importante: los negocios. Volví a situarme tras él y puse mis manos en sus hombros para insinuarle lo que quería hacer, Tomás se irguió y me dejó quitarle la camisa que coloqué cuidadosamente en el respaldo de una silla, le besé suavemente la espalda rozándole deliberadamente con las puntas de mis pechos; lanzó una mano hacia atrás y me premió con una breve caricia; pero no era mi intención distraerle, volví al frente y me arrodillé para soltar poco a poco la hebilla del cinturón, a veces no podía evitar mirarle pero estaba tan concentrado en su interlocutor que me ignoraba. Saqué muy despacio el cinturón, lo enrollé y lo dejé sobre la cama, una vez le quité los zapatos comencé a desabrochar la cinturilla del pantalón, Tomás encogió el vientre, le miré y esta vez me encontré con sus ojos ávidos de deseo; sabía que le enardecía verme postrada ante él, por eso me mordí el labio y le lancé un beso; siguió negociando con una amplia sonrisa y yo me sentí satisfecha. Sujeté con dos dedos la cintura y bajé muy despacio la cremallera y cuando terminé hice descender el pantalón hasta los tobillos, Tomás elevó primero un pie y después el otro apoyándose en mi hombro; lo doblé cuidadosamente como le había visto hacer otras veces. Frente a mí estaba la única prenda que me separaba de la desnudez total de mi amante convertido en mi cliente vip. Un grueso bulto evidenciaba su excitación y me sorprendió que se hubiera recuperado con tanta rapidez; me afiancé con ambas manos a sus nalgas y besé la erección que se ocultaba tras la tela. Tomás quebró el discurso, se disculpó y continuó. Se hizo fuerte con los dedos aferrados a mi cabello y yo continué atacando aquella dureza que respondía con un latido a cada mordisco. No tardé en librarle de la barrera que nos separaba; la pequeña verga marcaba el ritmo de su pulso incapaz de alcanzar la verticalidad y mi rostro fue el muro de contención; Me acaricié la mejilla con ese latido constante que cobró mayor dureza cuando atrapé el vello púbico con los labios; no tenía prisa, debía adaptarme a sus prioridades, lo más importante se jugaba en esa conversación. Seguí rozándome con la pequeña fiera que temblaba en mi pómulo, le dediqué suaves besos tratando de no atraer demasiada atención; la mano que acariciaba mi cabeza me dominaba como si fuera un perrillo, me hacía sentir bien. Tomás se sentó en la cama y yo lo hice en el suelo entre sus piernas, buscando la mejor postura para no perder el contacto con el grueso rabito que me iba dejando un rastro húmedo por la cara. Era su mascota pensé, una perra, y al hacerme esa idea de mí misma me estremecí.
No me di cuenta de que había dejado el móvil hasta que me tomó de la barbilla y me obligó a mirarle.
—De pronto te has vuelto muy dócil.
Me limité a sonreír, no tenia nada que decir.
—Vamos, hazme eso que sabes hacer tan bien.
Me iba a esmerar; por si no lo sabia ya le iba a demostrar lo que era capaz de hacer con la boca.
…..
—¿Vas a hacer todo lo que te pida?
Llevaba diez minutos de intensa mamada, la mejor de cuantas le había dedicado porque estaba mostrando un aguante superior a las demás veces; le miré y me detuvo.
—¿Qué quieres?
—Levántate.
Me incorporé; fue una situación inusual. Yo de pie, casi pegada a él, alojada entre sus piernas dejando que me admirara, que me besara allá donde alcanzaba: unas veces el muslo, otras la cadera mientras se dedicaba a acariciarme el culo y el pubis con una avidez que rayaba lo compulsivo. No era así como solía tratarme, no de esa manera, no con esa ansiedad.
—Tienes el culo más bello que jamás he contemplado.
—Es tuyo. —contesté sin pensar lo que decía.
Me recorría el muslo izquierdo por el interior en toda su longitud una y otra vez hasta donde el muslo derecho le impedía el paso, una caricia constante que me mantenía excitada y sumaba su efecto al que me provocaba con su mano izquierda vagando por mi vientre y mis pechos; en algún momento del asedio mis muslos se separaron lo suficiente para abrirle el camino y al siguiente ascenso sus dedos palparon mi vulva; el pulgar por fuera, siguiendo el curso de las nalgas y los demás encallados entre los labios. Gemí, no lo pude evitar; aquel inesperado contacto en mi sensibilizado sexo disparó un calambre que recorrió mi espalda y me hizo temblar. Cada vez le costó más abandonar ese lugar que le daba cobijo y los viajes por el muslo se hicieron breves y esporádicos. Arqueé la espalda, no fue algo deliberado pero si, me ofrecí.
—Me gustaría… —Le entendí aunque no se atrevió a completar la frase.
—Es tuyo. —insistí, estaba dispuesta a darle todo lo que no le había dado hasta ahora. Una caricia tras otra y por fin dejó caer un azote; se me escapó un grito a pesar de que el castigo no había sido tan fuerte como me gusta—. Es tuyo, haz lo que deseas. —le volví a ofrecer. ¿podía ser más clara?
Continuaba retenida entre sus piernas y seguía acariciándome de una manera febril, obsesionado por mi culo, manoseándome por todas partes haciendo que cada vez me sintiese menos mujer y más objeto sexual porque las sensaciones se concentraban en mis zonas erógenas y me iba anulando como persona. Pechos, glúteos, vulva; me percibía a mí misma como una especie de Venus de Willendorf en la que mis atributos sexuales adquirían predominio sobre el resto de mi cuerpo; si hubiera consumido algún tipo de droga lo habría achacado a algún efecto alucinatorio, sin embargo tan solo se debía a la sobreestimulación a que estaba siendo sometida.
Y yo lo consentía; podría alegar que no fui consciente, que la intensidad de la situación me hizo perder la capacidad de tomar decisiones. Nada de eso sería cierto, yo estaba en pleno uso de mis facultades, sabía lo que ocurría y dejé que sucediera porque necesitaba consumar un rol que había quedado inconcluso en la terapia que Mario improvisó y no supo cerrar.
Tomás recostó la cabeza en mi cadera y por fin me atreví a mirarle desde ese forzado escorzo en el que nos encontrábamos; parecía sufrir más que gozar y le acaricié el cabello. Algo se debió de cruzar por su mente, algo que le hizo rebelarse y apartó la cabeza; ¿Qué fue? Tal vez le dolía perder a la amiga en favor de la puta, quien sabe. Qué ingenuo, ¿por qué iba a perderme?
—Deberías estar con tu marido y mírate. No viniste a hablar, a esto es a lo que has venido.
—Si. —respondí en medio de un profundo jadeo que delató mi excitación.
—Eres mala —Descargó toda la palma con fuerza en mi culo y gemí sin poder ocultarlo.
—¿Por eso me azotas?
Tomás estaba muy nervioso y sin ser del todo consciente me ofrecí; arqueé la cintura y giré para mostrarle un poco más… De pronto recordé un diálogo con Mario el primer día en la Sierra y una frase: «Como una mona en celo». ¿Por qué acudieron esas palabras? No sé muy
bien qué le estaba pidiendo, no lo sé. Recibí otro azote y otro más que me hicieron tambalear; me sujetó por la muñeca y tiró hacia abajo; le dejé hacer y me tumbó sobre sus piernas, busqué apoyo en la cama y quedé cruzada con el tórax sobre el colchón; Eres mala, repetía mientras me volvía a azotar; Me ardía la piel allí donde me pegaba; a veces le miraba por el rabillo del ojo; la visión de mi culo enrojecido lo estaba volviendo loco, no se comportaba con la mesura propia de él; comenzó a hurgar entre mis nalgas empapándose de mi humedad y yo se lo puse fácil, me curvé y separé las piernas; Mala, respondió a mis gestos obscenos; era incapaz de pronunciar la palabra que sin duda estaba pensando; pude ver como se acercaba los dedos al rostro y cerraba los ojos trastornado por mi olor y luego se los llevaba a la boca, enseguida volvió a buscar más y al bajar tropezó y me rozó el ano, yo sofoqué un grito de sorpresa; Tomás no lo esperaba y se apartó pero aquel toque fortuito le había excitado porque volvió a hacerlo, esta vez deliberadamente aunque se apartó como si se hubiera quemado; nunca me había tocado ahí. Y me ofrecí, moví la cintura y separé los muslos para que pudiera tenerme más.
—No eres virgen, ya lo sé. —me recriminó como si respondiera al gesto que había hecho con mis caderas.
—No, no lo soy.
Era tan grande la tentación que terminó por quebrar la barrera que había mantenido hasta ahora; Tomás llevó un dedo hacia ese lugar que no se había atrevido a tocar y lo acarició con la misma ternura y cuidado con que me había tratado la primera vez que me tuvo en su cama, volvía el amante tierno y cariñoso; Yo estaba entregada, en una postura que me hacía retroceder a un estado que entonces no supe identificar; me dejaba acariciar de un modo en que lo escatológico se fundía con lo sexual y mi mente podía iniciar una regresión que no llegó porque el deseo fue tan grande que le dominó; ahora fue él quien dejó escapar una gruesa exclamación al sentir con qué facilidad se hundía, como si fuera absorbido por una fuerza oculta y me arrancó del estado en el que estaba a punto de entrar. Balbuceaba algo ininteligible mientras se hundía dentro de mi culo sofocando una respiración que podría confundirse con el llanto.
—Eres, eres una… Dime, ¿cuántas pollas se han enterrado en tu culo? —Otra vez me veía sometida a este interrogatorio, ¿por qué? Estaba tan desconcertada que tuve que pensarlo: Doménico, Antonio, el desconocido…
—Tres, cuatro, ya no lo sé. —confesé mientras su dedo me horadaba con demasiada suavidad.
—¡No lo sabes! —Me propinó varios azotes que me hicieron sollozar en voz baja y las lágrimas comenzaron a caer sobre el brazo en el que me apoyaba.
—Si fueras mi hija… —El corazón me dio un vuelco, volví el rostro y le miré aunque el cabello casi me impedía verle.
—Si fuera tu hija, ¿qué me harías? —Cuando lo escuchó pareció reaccionar, fue como si se arrepintiese de lo que estaba haciendo; no sé qué vio en mi, tal vez las lágrimas que empapaban mis mejillas, puede que mi interpelación le trasladase a un escenario enterrado en lo más hondo de su mente; yo no sabía entonces cuánto le estaba removiendo.—. Dímelo. —Insistí, Tomás se agarró el miembro y comenzó a agitarlo con furia y yo seguí presionando—. Dime, ¿qué me harías?
¿Por qué lo hice? ¿Por qué le forcé tanto? Quizás porque aquello conectaba con algo que estaba enraizado en lo más profundo de mi mente de una manera que yo aún no podía entender y pensé que me podía ayudar a descifrar.
Tomás me agarró la cabeza y me dirigió hacia su sexo, yo besé el hinchado glande y lo hundí en mi boca, sentía las caricias en mi cabeza; «¡Oh niña, mi niña!» escuché, y me volví loca. Lo engullía con ansía, lo devoraba como si no se la hubiera mamado antes, lamía con hambre, parecía que quisiera hacerle acabar ya, rápido, tan desesperadamente rápido como movía la cabeza sobre su pubis.
—¡No, para, para! —gritó.
Me asustó, no sabía que le sucedía.
—Date la vuelta; aquí. —me ordenó golpeando la cama.
Me incorporé y clavé los codos en el colchón, dejé las rodillas separadas y el pecho hundido, todo me daba vueltas, aquella tremenda felación me había mareado. Sentí como se movía hasta quedar situado detrás de mi, no creí que supiera hacerlo, tendría que ayudarle. Pero me equivoqué, se manejó con soltura para sujetarme por la cintura con una mano y situar la polla entre mis labios empapados; fue como si supiera lo que tenía que hacer, como si no fuera la primera vez; noté la gruesa punta tanteando hasta que se centró; sabía que no me iba a doler. Me preparé, aflojé cuando noté la presión en el punto exacto; fue sencillo, muy sencillo, antes de darme cuenta la tenía dentro; escuché un resoplido; ¡Oh si!, Carmen…; gemí para satisfacerle y empujé hacia él encontrándonos en el impacto de nuestros cuerpos; para Tomás era un triunfo conquistar mi culo y tenía que hacerle saber que me sentía vencida, derrotada, abierta aunque no fuera verdad; gemí, dejé caer la cabeza y suspiré con ganas cada vez que la pequeña verga me penetró, pero me cuidé de no exagerar la escena. Por fin sentí la inminente llegada de la eyaculación y me ayudé con los dedos para alcanzar mi placer.
Porque no era eso lo quería; en medio de aquel frenético acto, o quizás antes, cuando me azotaba y yo le suplicaba que me dijera qué es lo que me haría si yo fuera su hija…
Lo descubrí.
Hubiera querido que me arrojara a la cama y se hundiera dentro de mi, pero no como siempre. Necesitaba que me sujetara, me hacía falta algo más.
Necesitaba que me inmovilizara. ¡Si, era eso! ahogada. Ansiaba con todas mis fuerzas tener los brazos en cruz y no poder soltarme, eso es: quería sentir mis manos atadas. Y mis piernas, abiertas, muy separadas y sujetas, incapaz de doblarlas, atadas; eso es lo que hubiera necesitado; es así como hubiera querido que Tomás se hundiera en mi, que me usara una y otra y otra vez; que no terminase nunca. ¡Oh Dios!
Pero sabía que no se lo podía pedir.
….
—¿Qué te ha pasado?
—Nada, no preguntes.
Me incorporé sobre un codo hasta encontrarme con sus ojos.
—Yo podría ayudarte; si quieres…
—¿Tú crees? No quiero ofenderte nena, pero no me pareces la persona más adecuada; tú tienes tus propios incendios que apagar.
Me dejé caer.
—No me has entendido, la primera premisa de todo psicólogo es no tratar a las personas próximas y eso incluye a familiares, amigos y compañeros; iba a decirte que puedo recomendarte a algunos buenos colegas.
—Perdóname, lo siento.
—Ya sé que no me consideras competente para ayudarte y lo entiendo, de veras; además, la primera que ha roto esa regla he sido yo con mi marido, así que es lógico que pensaras que..
Para qué continuar; con unas pocas palabras Tomás había hecho un certero análisis de mi situación personal. Clavada en la cama con la vista perdida en el techo no podía dejar de darle vueltas. ¡Qué bien me había diseccionado!
—No sé si son incendios o desiertos lo que debo atravesar; no creas que no soy consciente de mis incoherencias; siempre me he considerado feminista y he actuado desde esa perspectiva, y ahora… aquí me tienes. Si alguna vez me hubiera encontrado con un paciente con tu perfil, un hombre maduro, casado, que mantiene a unas chicas y un piso… le habría aconsejado que se plantease el divorcio. Sin embargo estoy contigo, comienzo a cogerte cariño; bueno, algo más que cariño y… Si, lo sé, una locura; y por si fuera poco te engaño para que me pagues por tener sexo contigo, es…
Me refugié en las sombras difusas del techo y ahí me quedé, mortificándome en silencio; Tomás no dijo nada, tal vez porque la edad le daba una perspectiva de mis palabras que a mí me faltaba.
—Lo siento, no sé cómo se me ha ocurrido; no encaja con mi forma de ser.
—Lo sé.
—Una más de mis incoherencias. En fin, toda una vida trabajando contra el maltrato y el abuso, estando cerca de grupos que promueven la abolición de la prostitución y ahora mírame, no consigo conciliar mis convicciones con lo que soy ¿cómo te crees que me siento?
Me incorporé para poder continuar cara a cara.
—Más incendios: Siempre he sido autosuficiente, proactiva, una líder te dirían los que me conocen; sin embargo la relación más… potente que he tenido se llama Mahmud; un argelino misógino que me trata como si fuera la hurí de un harén; y yo en lugar de reírme en su cara cuando habla de domar a la mujer como si fuera una yegua y doblegarla con la dosis justa de dolor, me trastorna, me toca una fibra que desconocía tener y lo peor de todo es que él lo nota y me maneja como si yo fuera esa yegua de la que habla, ¿te lo puedes creer? Por suerte me he librado de su influencia pero sigo sin entender por qué no aprovechó el momento; podría haber conseguido de mí lo que hubiera querido, sin embargo en todas las ocasiones que pudo hacerlo me dejó tirada.
—Lo dices como si lo lamentaras.
—No, en otro tiempo tal vez; ahora solo me intriga saber qué pasó, por qué no dio el siguiente paso; solo pretendo entenderlo, nada más, no busques otra explicación.
Tomás, hombre al fin y al cabo, interpretaba como pasión mi inquietud por descifrar la incógnita, y la pasión la veía como deseo, y el deseo lo entendía en clave de sexo. Visión de hombre incapaz de comprender la inquietud femenina desde otra óptica.
—Todos tenemos sombras que nos acompañan y con las que tenemos que aprender a convivir —sentenció.
No me había escuchado; me tumbé a su lado y desistí. Si acaso me hubiera dado la oportunidad de conocer esa parte oscura de su vida tal vez podríamos haber sanado las llagas que nos torturaron el resto del camino que compartimos.
…..
—¿Ya tienes la respuesta?
Descansaba recogida en su costado, escuchando el ritmo sosegado de su respiración, aspirando el olor a hombre. Le miré.
—¿Sabes ya lo que se siente al ser una de ellas?
Acostumbrada como estoy a planificar experimentos, mi mente analítica extendió ante sí todas las variables, cada emoción y cada sensación, las anteriores y las posteriores al acto sexual que el sujeto Carmen había mantenido. Porque de nuevo la psicóloga se desgajaba del individuo objeto del experimento. En un segundo crucé los valores, analicé las diferencias y dictaminé un resultado.
Detecté un error de diseño, había una variable que no actuaba como tal porque en realidad era una constante encubierta.
—Me siento igual que antes, eres tan delicado como cuando era tu amiga.
—Sigues siendo mi amiga, eso no va a cambiar.
—Ahora me pagas. —Me alzó la barbilla con dos dedos para alcanzar a darme un beso en los labios.
—Solo hoy, no quiero perderte como amiga.
—No me vas a perder, además nada ha cambiado, contigo no me siento una puta.
—¿Por qué te haces esto? —se lamentó.
—¿Alguna vez has tenido esa sensación cuando te despiertas e inmediatamente sabes que eres tú, quien eres y qué eres? Si claro que sí, todos lo experimentamos a diario aunque no le prestemos atención. Nos percibimos sin necesidad de ponerlo en palabras, sabemos enseguida que somos un hombre o una mujer, que somos altos o bajos, morenos o rubios, cómo somos físicamente y qué lugar ocupamos en el mundo. Cada vez que nos miramos a un espejo o nos despertamos tenemos esa percepción de nosotros mismos. Yo, desde que finalizamos la terapia, cada vez que me despierto sé que soy una puta. No te asustes, lo sé sin necesidad de decírmelo; me despierto y lo sé, me miro al espejo y sé que soy una puta; no lo percibo como un insulto, simplemente lo sé igual que sé que soy mujer, mido un metro ochenta y que tengo los ojos negros; soy puta como soy blanca y europea. Pasó el tiempo en el que lo consideraba un agravio, ser puta ha pasado a formar parte de mí como lo puede ser ese lunar que tengo en el hombro. No sé si lo puedes entender.
—No lo entiendo, por más que me lo intentes explicar no voy a entenderlo. No sé que clase de terapia habéis estado haciendo pero esto que me cuentas no me parece normal.
—Es el resultado de asumir los actos y de reconocer los cambios profundos que esos actos provocan en las personas, ahora tengo que terminar de probar esta teoría; ¿soy una puta o estoy pasando por algún tipo de disfunción? Para eso no hay otra alternativa que poner a prueba…
—No tienes por qué pasar por esto.
—Puede que si lo necesite.
—¿Por qué?
—Porque no puedo dejarlo así, nunca he podido, porque toda hipótesis debe ser sometida a verificación y solo entonces admitida o rechazada, no sé si me entiendes.
Tomás respiró profundamente.
—Si eso es lo que quieres…
Se incorporó y tomó el móvil
—Lorena, si hola, bien, ¿Puedes venir? Te necesito un par de horas; si, ahora mismo. Gracias eres un encanto.
Le miré sorprendida, cuando terminó de hablar esperé una explicación, Tomás se limitó a levantarse y coger el tabaco.
—¿Me lo vas a contar?
—¿Quieres ser una puta no es cierto? ¿Una de mis chicas? Entonces lo mejor será que empieces a conocer a tus compañeras.
Se incorporó.
—¿Qué quieres decir?
—Lorena es una de mis putitas como tú las llamas, yo prefiero decir que es una de mis amigas. Cuando la conozcas seguramente cambiará la opinión que tienes de ellas. En menos de media hora estará aquí. No, no te levantes, quiero que te conozca así, ejerciendo.
—No, por favor.
—¿Por qué no? ¿Ahora te entra el pudor? Como si fuera la primera vez que coinciden, ¿crees que se asustan por encontrarse en la cama? Vamos a ver si tienes madera de puta.
Aquella frase me recordó a Mahmud, fue como un despertar.
—Déjame que me lave al menos.
Cuando volví me ofreció el cigarro que acababa de encender y me senté a su lado mientras hacia una llamada. Quedé en un segundo plano durante el tiempo que él organizó, hizo y deshizo mientras jugaba con mi cuerpo. Enlazó una nueva llamada no sin antes pedirme una tónica que le serví tal y como estaba, desnuda; volví a la cama y él, ya con la llamada en curso, me recibió en sus brazos como si de nuevo fuera su mascota.
Entonces sonó el timbre; Tomás me señaló el armario, lo abrí y cogí lo primero que vi, una bata de seda que ya conocía, demasiado estrecha para mí, demasiado corta pero no había tiempo para andar eligiendo, volvió a sonar el timbre y me apresuré, debía de estar escandalosa; caminé descalza hasta la puerta, Lorena se había dado prisa.
—Señor… Señorita —dijo un sorprendido Ismael; comprendí que la bata apenas me tapaba los muslos y el escote profundizaba más abajo de los pechos, los ojos de Ismael saltaban de un lugar a otro como si fueran insectos. —, han traído un paquete para…
—Démelo. —dije arrancándoselo de las manos.
—Tiene que firmar. —me detuvo con un tono burlón pasándome una hoja suelta —. Ahí, en la casilla… esa. —me señaló.
—Espere aquí.
Caminé nerviosa hacia el salón buscando una superficie firme, enseguida intuí que a contraluz le daba una vista completa de mi cuerpo. Entonces la tensión me desbordó; «A ver si tienes madera de puta» se transformó en «demuéstrame de que madera estás hecha», con la voz de Mahmud resonando alto y claro; era ahora, ahora cuando se decidía todo. Se me erizó la piel y el roce de la seda disparó mis pezones, cada movimiento hasta llegar al salón supuso un tenue masaje con la suavidad de la bata que enardeció aún más la sensibilidad de mi piel. Me apoyé en la mesa y respiré, entonces caí en la cuenta de mi postura: de espaldas a Ismael, inclinada sobre la mesa; no había sido intencionado sin embargo lo tomaría como una provocación, estaba segura; además aquella bata tan estrecha que ahora apenas alcanzaba a taparme el culo le estaría dejando claro que no llevaba nada debajo, nada. Busqué la casilla que tenía que firmar y de pronto me detuve. ¿Por qué lo hice? porque sentí el borde de la bata rozando la parte alta de mis muslos; estaba dejando pasar los segundos ahí, sabiendo a ciencia cierta que él se estaba recreando, ¿por qué lo hice si estaba haciendo añicos mi reputación? Firmé, me erguí y caminé hacia la puerta sin preocuparme de nada; por supuesto no volví a sujetarme la bata, era un gesto que me hacía parecer débil e insegura, ni pensé en la claridad de la ventana que me dejaba a contraluz; caminé mirándole a los ojos, no me iba a humillar delante del hombre que pretendía eso: humillarme.
—Tenga, ya está firmado.
El conserje me comía con los ojos. Cogió el papel en silencio con una sonrisa sucia en los labios.
—Gracias señorita, ¡perdón, doctora!
—Es igual, llámeme como quiera.
El conserje soltó una risa en voz baja.
—No me tientes.
Había pasado al tuteo y no hice nada por impedirlo como tampoco hice nada durante los segundos que permaneció mirándome los pezones que debían de estar dibujados en la seda.
—¿Algo más?
—¿Eh? no, nada más, ya me llevo bastante.
Cerré la puerta con el corazón bombeando a un ritmo frenético. Me miré; como me figuraba la bata se había medio abierto, el escote dejaba ver la curva de mis pechos y el cinturón apenas la sujetaba, un poco más y se habría soltado dejándome desnuda ¡Qué espectáculo le había dado! Me llevé las manos a la cara hundida en una profunda vergüenza. El timbre me sacó del trance en el que estaba sumida, me ajusté la bata y me acerqué a la mirilla, una chica esperaba.
—Hola, tú eres…
—Carmen; pasa, Tomás está hablando por teléfono.
Lorena franqueó la entrada sin dejar de mirar mi indumentaria.
—Una mañana ajetreada ¿eh?
Me plantó dos besos, y caminó hacia el salón, me pareció agradable, estando yo descalza me llegaba por la barbilla y vi que llevaba unos buenos tacones; tenía una media melena rubia llena de rizos y unos preciosos ojos verdes rasgados; vestía demasiado ajustada para mi gusto y eso le hacía destacar aún más el pecho del que supuse que estaba muy orgullosa.
—¿Quieres algo?
—Deja, ya me sirvo yo, ¡Qué cambiazo, ha quedado divino! —dijo mirando a su alrededor.
—Veo que ya os conocéis —Tomás, vestido con un batín, apareció, le dio dos besos a Lorena y nos cogió a las dos por los hombros llevándonos hacia el sofá, entonces se detuvo —. Antes deberías ponerte una bragas, si no lo vas a poner todo perdido.
Salí hacia el dormitorio avergonzada y los dejé hablando de la decoración. Me había perdido el respeto, puede que ese fuera el precio a pagar por ser una de sus putas, tenía que aprender a manejarme con naturalidad.
Cuando volví me había preparado mentalmente para ser una más.
—Te he hecho venir porque estoy cerrando un asunto muy gordo con un grupo alemán, lo tengo prácticamente resuelto pero ya sabes como va esto; la semana próxima viene a España el director general y quiero cerrar el acuerdo como ya sabes, con algún detalle.
—Ya sé yo qué detalle. —dijo riendo Lorena.
—Estaré con ellos todo el día y luego por la noche… ¿te acuerdas donde estuvimos con los italianos en Octubre?
—Si, me encantó, es un lujo y las habitaciones son una maravilla.
—Ese es mi plan. —continuó volviéndose hacia mí—. Quiero que vengas, me dijiste que hablas alemán como si fueras nativa…
Nunca me ha gustado alardear de mi acento bávaro pero me sentía un poco humillada y construí una elaborada frase en alemán sobre mi abuela materna, con lo que Tomás quedó satisfecho aunque se lo tuve que traducir. Mi abuela Greta procuró que no perdiéramos el contacto con la familia y tanto mi madre como mi hermana y yo hemos pasado desde niñas largas temporadas en Munich y nos manejamos con el idioma sin problema.
—Perfecto aunque mi cliente no debe saberlo, toda la negociación se llevará a cabo en inglés, lo que quiero saber es qué se cuece cuando hablan en su idioma ¿me entiendes?
—¿Quieres que sea la espía infiltrada? —Bromeé.
—Algo así, tienen la fea costumbre de cuchichear entre ellos, es irritante; quiero estar al tanto de lo que traman.
—Lo que no sé es cómo te lo voy a poder trasladar.
—Ya pensaremos en algo, no entienden nada de español, podemos idear alguna estrategia.
No me gustaba demasiado la idea, aún no había aceptado y Tomás ya lo daba por hecho.
—Lo que no quiero es…
—Lo sé, tú vienes conmigo; Lorena y… ya pensaré en quién más, estarán con ellos, no te preocupes.
—¿Cuándo sería?
—A mediados de la semana que viene, jueves o viernes.
—No sé, tendría que hablarlo con Mario.
La mirada de Tomás se me clavó como un dardo, nunca le había visto reaccionar así, parecía otra persona, no tuvo que decir una palabra para hacerme sentir el peso de su autoridad, esa autoridad que yo misma le había concedido.
—No te preocupes, intentaré arreglarlo. —concedí.
Me sumé a una conversación que discurrió por un sendero amable y en el que pronto me sentí integrada, ahora si era una más, Lorena me miraba con cierta envidia, no dejaba de ser la nueva y a todas luces la superaba; la bata me daba un toque provocativo que dejaba claro lo que había sucedido antes de su llegada y la atención de Tomás que seguía centrado en mí hizo que comenzase a sentirse incómoda. Tenía que hacer algo para mejorar esa situación.
—Voy a vestirme ¿vienes? —dije cogiéndola de la mano; Esto la sorprendió y accedió sin saber muy bien qué pretendía.
—Tomás es poco diplomático ¿no crees? —dije en cuanto nos encontramos a solas—, si quería que nos conociéramos debería habernos dejado más a nuestro aire.
Lorena sonrió, se acercó a la cama y cogió mi blusa admirando la calidad de la prenda.
—A veces es como un niño, le conozco hace bastante no creas que me lo he tomado a mal, hoy eres tú, hace un año fue Lauri, ya nada me molesta.
Me abrochaba la falda mirando a aquella joven que trataba de ocultar el desaire que le había hecho Tomás. Aún no me había puesto el sujetador y dejé que continuara mirando los aros de mis pezones un poco más.
—¿Duele mucho? Llevo pensando en hacérmelo un tiempo pero me asusta.
—Apenas; solo es un pinchazo, y luego, la verdad es que merece la pena. —dije acercándome.
—Si, te quedan muy bien.
Un tiempo de vacilación en el que hubiera querido decirle que no dudase en tocarlos como parecía desear, pero se contuvo y cuando vi que no iba hacerlo regresé hacia la cama para terminar de vestirme.
—Es preciosa la blusa, tiene un tacto ideal.
Me volví hacia ella mientras cerraba el sujetador.
—¿Qué sucederá en esa cena?
—Lo de siempre, entretendremos a los hombres, nos iremos a la suite…
—¿No era un restaurante? —pregunté asustada.
—Es un complejo a las afueras dentro de una zona mas amplia; hay un hotel. Ya he estado allí más veces. Después de cenar iremos al pub, bailaremos, se pondrán cariñosos y subiremos a la suite. Allí cerrarán el negocio, firmarán papeles, yo qué sé; siempre ocurre igual, champán, música y luego entramos en acción. —dijo sonriendo. —No te preocupes, nunca ha pasado nada desagradable y Tomás siempre nos paga muy bien.
Le cogí la blusa y terminé de vestirme, sentí una doble emoción que no conseguía conciliar. El riesgo y el morbo a partes iguales. Cuando volvimos a la sala Tomás estaba abriendo el paquete, volvió la vista hacia nosotras y nos sonrió.
—¿Por qué no hacéis una cosa? Salid a comprar algo y comemos aquí; luego, ya veremos ¿qué os parece?
No era una sugerencia, ya había aprendido a descifrar el lenguaje de ese Tomás que hasta ahora no había conocido. Me dejé guiar por Lorena y cogimos el dinero que nos ofreció; bajamos charlando en el ascensor, Lorena se mostró como una chica agradable y de trato fácil.
—Bueno, bueno; lo más bonito del edificio.
Ismael esperó a que nos acercáramos sin dejar de mirarnos con descaro.
—Ten cuidado con él, como te descuides tendrás una mano donde no debe ¿verdad Ismael? —dijo juguetona.
—Anda que no te gusta —respondió dándole un azote.
—¿No te dije? —saltó esquivándole.
—¿Dónde va Doctora?
—¡Uy, doctora! —Se volvió Lorena mirándome sorprendida. Me volví hacia el conserje.
—Vamos de compras. —Ismael no iba a dejar el asunto ahí, se dirigió a Lorena.
—¿No lo sabías? Tu amiga es doctora, eso me dijo el señor. Se ve que le cuida bien el cuerpo.
—Soy doctora en psicología. —respondí cortante.
—Ah, psicología, eres de las que le da a la lengua ¿y qué tal se te da, bien?
Lorena comenzó a reír con la ocurrencia, yo vacilé, podía acusar el golpe y quedar en desventaja o aceptar mi papel. Y sonreí, aguanté con aplomo y sonreí. Ismael me tuteaba, tras el incidente de la bata me había agregado al grupo de las putas, ya no podía seguir fingiendo ser quien no era. Mi actitud le envalentonó, puede que se hubiera arrepentido de no haberse lanzado cuando me tuvo a tiro, el caso es que se aproximó y me dio un apretón en el culo, luego dijo:
—Vamos niñas, que se os va a hacer tarde y os van a regañar.
Lorena tiró de mí antes de que pudiera reaccionar y salimos a la calle. «Este Ismael», dijo; seguía bromeando con lo que había sucedido, sin embargo para mí supuso otro cambio que debía asimilar; en poco tiempo Ismael había pasado de respetarme a tratarme de puta, y lo que yo sentía se asemejaba al gozo por mucho que lo quisiera negar. No pude continuar dándole vueltas porque mi nueva amiga quería saber más cosas de mí y aunque traté de evitarlo acabé hablando de mi vida, poco pero hablé. Casada, profesional de éxito, viciosa metida a probar cosas nuevas había conocido a Tomás en el club de un amigo; no dije más sobre eso; necesitaba pasar unos días fuera de casa y él me ofreció su refugio. No le conté demasiado; un amigo italiano, un rollo el verano pasado, poco más.
—¿Y tu marido, lo sabe?
¿Por qué no soltarme del todo con mi compañera?
—Si, lo sabe y lo consiente, es más: le pone verme follar.
Expulsé al aire de golpe, como si se me vaciasen los pulmones.
—¡Joder, qué liberal! Un marido cornudo que te deja libre, quién lo pillara.
No es tan sencillo, pensé; si tú supieras…
Había dejado de llover y se habían abierto claros en el cielo; pensé en cocinar algo especial, no teníamos prisa y me apetecía conocer mejor a Lorena, le propuse mi plan y se entusiasmó; caminamos charlando por Menéndez Pelayo hacia O’Donnell siguiendo la verja del Retiro; le conté pasajes de mi juventud y se fue abriendo; así supe que no había tenido una infancia fácil; un padre ausente y una madre volcada en conseguir sacar adelante a tres hijas la dejó privada del afecto cotidiano; a veces la batalla diaria deja a los padres tan lejos de los hijos que ni se reconocen. Creció a cobijo de unos abuelos mayores sin tutela en los estudios y fue de fracaso en fracaso hasta que abandonó; la clásica historia en la que la pubertad sin un modelo que seguir conduce al fracaso emocional. Un par de novios, un embarazo, un aborto espontáneo o provocado quién lo sabe, y una buena amiga que la salvó cuando podría haber pasado cualquier cosa.
—Ana me consiguió un trabajo de mierda pero al menos pude escapar del agobio de mis abuelos; me fui a vivir con ella y todo cambió.
“Todo” fue una nueva vida en la que unos años más tarde se cruzó con Tomás; algo debió de ver en ella porque se empeñó en enderezar su vida; puta si, pero logró que retomara los estudios a fuerza de hacerle ver que valía para algo más que para abrirse de piernas; Lorena no sabe expresarlo pero Carmen ve la habilidad que tuvo para hacerle recuperar la autoestima y con ella la dignidad.
Llegamos al cruce con Narváez, la balconada de piedra donde tantas veces me asomé de niña se presentó ante mí y los recuerdos de mi infancia se agolparon.
—Mira, en esos balcones vivía mi abuela.
Nos detuvimos un instante; supongo que se le hizo aún más patente lo mucho que nos separaba porque dijo:
—Has sido una niña pija toda tu vida ¿eh?
—Un barrio no te marca si no te dejas, nunca me gustó cierto ambiente que se respira por estas calles sin embargo es mi barrio y no todo es pijerío, como tú dices.
—Eso es lo que digo yo, he visto cosas muy chungas cuando era pequeña no te creas; mi barrio no es así, es muy cutre pero es mi barrio y también tiene cosas buenas.
Llegamos a la tienda de ultramarinos que estaba buscando y compramos lo necesario para hacer un almuerzo sencillo pero especial; yo decidí, no parecía que Lorena entendiera demasiado de cocina; de pronto toda la locuacidad había desaparecido, parecía otra, apocada, callada, creo que se sentía fuera de lugar; empecé a darme cuenta de que todo lo que le había contado de mi vida, de mi matrimonio y mi profesión había creado una brecha entre nosotras.
Regresamos calladas, intentaba romper ese silencio pero me resultaba poco menos que imposible. Hubiera preferido que el conserje no hubiera desvelado mi profesión y haber sido más anónima.
Cuando llegamos Ismael estaba ocupado con unos vecinos que nos miraron con desdén. Al entrar Tomás estaba al teléfono, y nos dispusimos a cocinar.
—Vamos a cambiarnos —le dije, entramos al dormitorio y nos desnudamos para cambiarnos; me puse en sus manos, quizás mostrando cierta dependencia lograría volver a ganar su confianza. Así fue, me encontraba sin nada que ponerme y fue ella la que se hizo cargo de mí.
—A Tomás le gusta que andemos ligeritas de ropa, bastará con que te quedes con las braguitas y usemos un delantal, así se le alegrará la vista, eso si: déjate los tacones —dijo guiñándome un ojo; me sentí incómoda pero le hice caso, salimos hacia la cocina en top less y tacones y le lanzamos un beso, allí nos pusimos un delantal que a ella apenas le cubría su abundante pecho que agitó como una vedette, yo le di un azote y reímos. Necesitaba ser su amiga.
Cociné haciendo que me ayudara, explicándole los pasos que iba dando y viendo la ilusión que le hacia que alguien contara con ella; supuse que no había tenido mucho afecto por la forma en que reaccionaba al cariño. Tomás entró en la cocina y nos dio algún achuchón antes de pedirnos que le sirviéramos una copa de vino, le dejé todo el protagonismo a ella esta vez y la perdí durante quince o veinte minutos, cuando regresó venía algo sofocada y risueña.
—¿Estuvo bien el aperitivo?
—Sobre todo para él —dijo entre risas.
—Comimos en el salón en medio de una conversación distendida, ya sin delantal que nos cubriera, dejándonos hacer por un Tomás libidinoso que lo mismo nos pellizcaba que nos pedía un bocado directamente de nuestra boca. ¡Cómo me metí en el papel, con qué naturalidad asimilé la conducta de Lorena! Era cuestión de tiempo que nos quisiera ver dándonos un piquito, como dijo, y para cuando lo pidió el vino me tenía lo suficientemente animada y Lorena me resultaba tan atractiva como para que no me hiciese de rogar; nos levantamos y las manos se me fueron a su talle, cuando sentí sus pequeñas manos en mi pecho ya tenía mi boca mordiéndole el labio inferior; la satisfacción que mostraba Tomás me premiaba. No nos costó nada entendernos, tenía un culo generoso sin excesos y me excitó acariciarlo en cuanto lo tuve en mis manos; sabía besar y sobre todo sabía tratar a una mujer, no lo hacía solo para agradar a nuestro anfitrión, estaba disfrutando tanto como yo.
….
—Soy muy clásico lo sé, pero no me entusiasman estos coños de niña, prefiero tener ante mi un auténtico coño de mujer con su vello bien cuidado en el que puedo enredarme y mordisquear.
Tomás jugueteaba con mi sexo frente a Lorena que apoyaba la espalda en el pie de madera de la cama y cruzaba escandalosamente las piernas, lucía su sexo poblado por unos rizos rubios perfectamente recortados formando un espeso delta. Al escucharle sonrió satisfecha; por fin le ganaba en algo a la nueva; llevó una mano a su coño y ahuecó la mata de vello. Nunca había hecho alusión alguna a mi sexo depilado y me sentí desolada.
—La verdad es que es la primera vez que lo llevo así, me lo afeité por Doménico, mi amigo italiano y… —Me estaba justificando y preferí callar.
—Pero ahora, tu italiano no está ¿no es así?
—No, no está.
—Y has venido a mi a que te cuide.
No supe reaccionar ante un comentario tan inesperado; le miré y supe que esperaba una respuesta. ¿Acaso me estaba poniendo a prueba?
—Si, así es.
—Y soy yo quien te paga los caprichos, no el italiano.
No estaba preparada para que me echara en cara que… me pagaba. El rubor me arrasó las mejillas, apenas podía mirarle a la cara.
No era una prueba, estaba fijando nuestra relación de aquí en adelante.
—En un mes o… un poco más ya lo tendré como siempre.
La sonrisa que me dedicó Lorena me reconfortó, sabía que estaba pasando un mal trago y no se comportaba como una rival.
—¿Y cómo es como siempre? —preguntó moviéndose hasta situarse al lado de Lorena, la estrechó y se dedicó a juguetear distraídamente con su vello púbico; sus ojos me escrutaban.
¿Qué más quería de mí? Recuperé el aplomo, estaba siendo examinada y no podía perder, si me admiraba como amiga me iba a seguir admirando ahora. Bajé la mirada hasta el coño rubio que tenía delante; ahora era yo quien evaluaba.
—Es… otra cosa, ya me conoces, te gustará.
—No lo he dudado en ningún momento.
…..
Observaba desde la cama a Lorena deambular por la habitación mientras se vestía, Tomás había conseguido que en apenas unas horas aquella chica y yo creáramos unos lazos que jamás hubiera imaginado posible. De pronto se levantó y salió; Lorena como si fuera una señal dejó lo que estaba haciendo y le siguió a medio vestir; poco después la escuché decir “gracias, eres un sol”, regresó sonriente con unos billetes que no quise mirar y lo guardó en su bolso, Tomás tardó un poco más en volver a la cama.
—Me voy, ya hablamos —dijo cuando terminó de vestirse, me incorporé y nos rozamos los labios, luego se acercó a Tomás y le dio un largo beso en la boca. Era cierto, había algo entre él y sus chicas.
Cuando se fue me levanté.
—Voy a beber, ¿quieres algo?
—Agua, gracias.
Ya en la cocina, pensé en la erección que lucia; dos polvos conmigo, otro con las dos y alguna felación no consumada; no era propio de la escasa potencia de Tomás y menos aún que ahora estuviese así. Volví a la alcoba y de nuevo me fijé en su verga enhiesta.
—Vaya, parece que te ha excitado mucho mi… bautismo —bromeé sentándome a su lado y acariciando con suavidad el tallo que respondió brincando en mi mano.
Sonrió como el adolescente al que se pilla en falta.
—Tengo que confesarte algo; esperaba que hoy… en realidad lo deseaba. No sabía si venías dispuesta a estar conmigo; en fin, he contado con algo de ayuda.
Continué acariciándole el sexo y los testículos sin ninguna intención de excitarlo.
—¿Desde cuando lo estás tomando?
—Un mes, algo más.
—¿Lo sabe tu médico?
—Por mi diabetes no te preocupes.
—No es eso lo que me preocupa. ¿Lo sabe tu cardiólogo? No lo sabe —concluí al ver que no me respondía.
—¿Debería decírselo, verdad?
—Cuanto antes.
—Tu ausencia me ha provocado una caída en picado, no te lo tomes como un reproche, es que apenas podía… En fin tenía que hacer algo, por eso empecé a tomar la dichosa pastillita azul, no la uso a diario no te vayas a creer, pero la necesito. Y hoy, pensando que quizás tú y yo… Tenía que tomarla.
Le besé.
—Y bien que la hemos aprovechado. —dije. —¿Te ha gustado?
—Mucho.
—Sabes a lo que me refiero.
—Me ha vuelto loco, ha sido una experiencia increíble.
Le acaricié la mejilla, seguía excitado, pensé que probablemente la sorpresa no le habría dejado experimentarlo plenamente; Respiré a fondo, aquel hombre al final de su madurez se merecía todo. Me subí a horcajadas sobre él.
—Entonces no podemos desperdiciar esto ¿no crees?
Comencé a lubricarle el miembro recorriendo mi vulva varias veces; ya estaba húmeda pero aquello me hizo mojarme aún más.
—Carmen…
Le hice callar, nunca me había dejado encular de frente, iba a ser la primera vez pero contaba con que su miembro no era demasiado grande; me situé y cuando noté que apuntaba lo intenté; No, necesitaba más lubricación; sin deshacer la posición llevé dos dedos a mi interior y yo misma me preparé atrás, humedecí el glande y el anillo para facilitarle el camino, esta vez si, sentí que iba a poder darle acceso; bajé, sentí la presión dilatándome y aflojé sin dejar de mirarle a los ojos; me dejé caer y me ensarté; pero sabía que así él no lo sentía tanto como antes; me moví varias veces antes de cambiar la posición para que no lo viviera como una insatisfacción por mi parte; me bajé y me puse de rodillas en la cama mostrándole el culo y mis ojos; fue suficiente, se situó detrás y casi no tuve que guiarle, de nuevo le sentí detrás apuntando en el sitio justo, esa sensación que tanto me excita, esa presión punzante que me hace abrirme casi sin pensarlo; se deslizó dentro de mi con suavidad, hasta dentro y me cogió de las caderas; «Vamos», le dije, y comenzó a follarme el culo, sentía la tensión de su polla como pocas veces; si, aquel día descubrí que la Viagra hace milagros y Tomás me enculaba con una energía que no le conocía; «Fóllame», le pedía. Tardó, me montó durante más tiempo del que había invertido nunca y cuando se corrió no quise saber si eyaculó o no, solo dejé que descansara sobre mi espalda antes de que ambos nos derrumbáramos en la cama.
—Eres increíble.
Era tan tierno; le miré pero algo desvió mi atención, su polla seguía en pie de guerra, tuve que esforzarme para no echarme a reír. Me levanté y fui al baño, volví con una toalla humedecida y le aseé el miembro con esmero.
—Parece que no soy capaz de agotarte. —dije antes de engullirla hasta el fondo.
—¡Oh Dios, me vas a matar!
Crucé una pierna por encima de su rostro y le ofrecí el manjar que estaba segura que deseaba saborear.
…..
—¿Esto no nos va a separar, verdad?
—¿Qué quieres decir?
—Quiero que me sigas viendo como tu amigo, que te pueda llamar sin que pienses en lo que ha pasado hoy, quiero que puedas venir aquí sin dinero por medio y volvamos a tomar café y hablemos de todo como siempre.
—¿Y que me lleves a la cama entre caricias y besos como hacías antes?
—Si, también.
—Yo también lo deseo, pero ¿sabes una cosa? Tampoco quisiera renunciar a las personas que he conocido hoy, a ese otro Tomás, a Lorena, y a mi otra yo.
—De acuerdo, creo que podemos compaginarlo.
…..
—¿Qué haces ahí?
Tomás permanecía en la puerta del baño mientras yo me sentaba a orinar; no me sentía violenta, a esas alturas pocas cosas me avergonzaban. No dijo nada, se limitó a sonreír y cuando escuchó el sonido del chorro de orina. Su mirada se volvió turbia.
—Eso que estás pensando tiene otra tarifa aparte. —bromeé.
—Hecho. —No contaba con que se lo tomase en serio, pensaba que ya tenía claro mi sentido del humor.
—Era broma.
—Con los negocios no bromeo, fija el precio.
Me quedé sin respuesta, no sabía si hablaba en serio.
—Pero no será hoy —dijo saliendo—, estoy agotado.
—Te voy a pedir una cosa.
Volvía del baño, me miró desde la cama ofreciéndome el cigarrillo, me senté a su lado y di una calada.
—Quiero llevarme el conjunto gris.
—Quedamos en que me lo dejabas.
—Fue un regalo de Mario y lo aprecia mucho; a cambio te doy el que he traído puesto, ¿te importa?
Me hizo una caricia en la mejilla, sonrió, acercó una mano a mi pecho y se entretuvo jugando con uno de los aros como si estuviera meditando su decisión.
—Si tanto le importa a tu marido no seré yo quien le niegue un capricho, llévatelo.
—Eres un cielo —Me incliné y le besé en los labios.
Me acerqué al armario y lo busqué, no sabía como continuar con lo que quería decirle.
—Lo de la semana que viene, me preocupa.
—No tienes de qué preocuparte.
—No sé Tomás, no quiero…
—¿No quieres qué?; es lo que has estado buscando ¿no es cierto? Esa noche vas a vivir de verdad lo que es ser una puta, a partir de entonces podrás decidir si merece la pena meterte en ese mundo.
—No quiero meterme en ese mundo, nunca ha sido mi intención, solo quiero…
—Lo que sea, pero lo necesitas, eso es lo que dices ¿no? Pues es la única forma de que acabes de una vez con lo que te está torturando.
¿Podía ser peligroso? No con Tomás a mi lado. Por otro lado me preocupaba la reacción de Mario cuando se lo plantease.
—Tienes razón, aunque no sé cómo lo voy a hacer, los viernes solemos hacer planes.
—Dile que has quedado; tu marido es un hombre abierto y lo comprenderá.
Me puse el tanga en silencio frente a él que no me quitaba ojo. No imaginaba la manera de planteárselo a Mario; una cena con Tomás un viernes ¿a santo de qué? ¿debería de darle más detalles? No lo veía.
—Sabe que estás conmigo ¿no? —siguió al verme preocupada.
—Si, pero…
—Y cuando vea que le he devuelto su preciado conjunto gris no creo que te organice un escándalo ¿a qué no?
Me senté en la cama para que me abrochara el sujetador.
—No. —respondí, carecía de argumentos; cuando Mario me viera con el conjunto gris puesto comprendería mi situación; después de eso poco tendría que explicarle cuando le dijera que tenía que cenar con Tomás. En ese momento me di cuenta de lo que suponía depender de la persona que te paga, aunque sea por propia voluntad.
—Claro que no; no tendrás problema para convencerle de que ese viernes vas a cenar conmigo y de que posiblemente llegues tarde. Anda, hazme ese favor cariño, te lo recompensaré.
(Fin de la primera parte)