Diario de un Consentidor 117 Walk on the Wild Side

Esta es una historia de deseos, emociones, placeres, dudas, decisiones y pensamientos, es la historia del camino que nos llevó a Carmen, mi mujer, y a mí a lanzarnos a vivir las fantasías inconfesables que sin saberlo compartíamos en silencio cada vez que hacíamos el amor.

Capítulo 117

Walk on the wild side

—Violación, orgía, prostitución; son los estadios que presentas en tu hipótesis; fragmentos de una confidencia que te hice en un momento de intimidad, cuando no era tan adulta como aparentaba.

Regresó al cabo de una hora y, contra su costumbre, dejó la bicicleta tirada; Ahora vengo, dijo al pasar por mi lado. Llegaba sudada, con la cara encendida; me imaginé que había estado pedaleando a buen ritmo, a pleno sol y sin casco.

Descargando tensión.

Bajó poco después tras darse una ducha rápida, ni siquiera perdió el tiempo secándose el pelo. Llevaba una camiseta de manga casi inexistente con tres botones sueltos que se le adhería a la piel húmeda y un pantalón de los que ya no usaba en el gimnasio; Estuve a punto de decirle que en cuanto se le pasase el sofocón de la carrera se iba a enfriar pero me contuve. No sé cómo iba a poder concentrarme, el cabello mojado le daba un aire salvaje, los pechos peleaban con el fino tejido y dejaban claro quien ganaba, los aros marcaban su perímetro alrededor de las pequeñas colinas que habían alcanzado bajo el agua helada su volumen de combate; más allá la joya que remata el ombligo pedía mi atención cada vez que la prenda se alzaba siguiendo el movimiento de sus brazos al colocarse el rebelde cabello.

La deseo como si fuera la primera vez que la viera.

—He pensado sobre lo que has expuesto, has hecho  un planteamiento  en el que cada estadio se desarrolla sobre el anterior de un modo progresivo, como si pretendieras sugerir una evolución.

Me detuvo cuando intentaba añadir un matiz, no estaba de acuerdo con su argumentación al menos en parte.

—Déjame que acabe, ya tendrás ocasión de rebatirme. ¿Realmente fue esa la secuencia en la que narré mi fantasía? Da igual porque esa construcción en fases que has desarrollado se basa en lo que quieres encontrar y no en lo que existe en el fondo de mi sueño. Te basas en la interpretación que haces diez años después para adjudicarle el valor probatorio que deseas darle.

Se acercó a la repisa y sacó un cigarro de la pitillera, lo observó como si encerrara la clave de lo que quería hacerme entender.

—No tiene ningún sentido seguir buceando en las fantasías eróticas de mi pubertad.

—¿Estás segura? ¿No crees que abandonas una línea de trabajo que puede llevarnos al origen de todo?

—Vamos Mario, has hecho lo que todo investigador sabe que no debe hacer, partir del efecto para construir una causa; estás tan contaminado que empiezo a pensar que…

Se detuvo; me consideraba incapacitado para continuar trabajando en el caso, en su caso. Pero ignoré las señales y me lancé al vacío.

—¿Si la paciente fuera otra actuarías del mismo modo?

—¡Basta ya! Cuando comenzamos con esto deseaba tu colaboración, en ningún caso pretendía que tomases el mando aunque sabía lo que podía llegar a pasar; esa tendencia tuya a sobrepasar los límites y a dominar es tan…

—¿Dominar? ¡esta si que es buena!

Me miró de una manera que me dolió incluso antes de que abriera la boca.

—Hay muchas maneras de dominar; Mahmud por ejemplo: es claro, va de frente; supongo que quienes lo conocen perciben sus tretas y tienen la oportunidad de apartarse; tú sin embargo eres más sutil, no se te ve venir, vas aplicando dosis casi imperceptibles que se van acumulando y cuando una quiere darse cuenta piensa, desea y actúa como tú pretendías creyendo que ha sido por decisión propia.

—No me jodas —murmuré entre dientes.

—Te revuelves; mejor harías en calmarte y actuar como lo que eres: un excelente psicólogo. Analiza la conducta que acabo de exponer, no al sujeto y dime si no estoy en lo cierto.

—¿Es así como me ves?

—No es la primera vez que te alerto, ¿recuerdas cuando te hablaba del efecto Karajan?

Me rebelé contra la idea aunque me cuidé mucho de que lo notara.

—De acuerdo, si es lo que quieres dejaremos mi teoría de lado.

—Yo no he dicho eso; has planteado una hipótesis sobre una base débil y mal estructurada, no es propio de ti pero ya que está la recojo.

Encendió el cigarro que mantenía entre los dedos, dio una profunda calada y me lo ofreció, dudé un instante y al final acepté; el potente aroma de la marihuana me incitaba a tomarlo de su mano; aspiré con cautela, todavía no estaba habituado; la segunda calada fue más intensa; Carmen me miraba como si me estuviese tutelando. Le devolví el porro y esa fue la señal para que continuara.

—Orgía, violación y prostitución; tres niveles, tres pasos. El primero se resuelve sin problema, supongo que basas el origen en la… llamémosla iniciación en Sevilla y culmina en la consumación con los amigos de Doménico ¿no es así?

No dije nada, me limité a dejar que continuara.

—Ya veo —pronunció con desánimo cuando entendió que no pensaba colaborar.

Apoyó la cadera en el lateral de la biblioteca y me observó, dio una calada y dejó que los libros absorbieran su atención. Supuse que se estaría replanteando el resto de su alegato.

—La violación se frustra, no tiene una resolución plena y por ello se conserva la tensión… en todas… en todas las ocasiones que llegó a plantearse.

Vacila, hay crispación. No era la primera vez que observaba síntomas similares cuando hablaba de la violación fallida. En algún momento tendría que ahondar en esto.

—Y por último la prostitución, el sexo a cambio de dinero, el tercer nivel. No entiendo cómo lo llegas a descubrir en mi sueño pero si, ahí está de manera implícita. Te olvidas de algo: no fue Doménico quien inició las insinuaciones de prostitución a la paciente sino su marido, puede que no con la intensidad que lo hizo aquél pero no deberíamos despreciar ese primer estímulo.

—Alguna vez hemos jugado con eso pero no...

—Vamos Mario, es una de tus fantasías recurrentes y me has presionado con ella implícita o explícitamente desde el principio.

—¿Estás segura?

—¿Te has olvidado de la prueba? Quiero verte actuar como una puta, me llegaste a decir cuando te advertí que no soportarías verme follando. Ponme a prueba, me propusiste. No me digas que no lo recuerdas.

No lo había olvidado. Un viernes a mediados de Octubre regresé muy tarde a casa, una reunión improvisada tras una comida con los socios del gabinete se alargó innecesariamente; avisé a Carmen a tiempo de que cambiara los planes que teníamos para esa noche. Cuando llegué eran las diez menos veinte; me notaba terriblemente cansado tras una semana tensa y repleta de decisiones cuyo colofón había sido aquella velada en la que el alcohol había abundado algo más de la cuenta. Apenas terminamos de cenar propuso que nos fuéramos a la cama consciente de mi cansancio. Me quedé dormido al instante.

Unas caricias en mi vientre me despertaron del profundo sueño; miré el reloj de la mesita, era la una de la madrugada. Carmen, pegada a mi espalda jugueteaba con los dedos recorriendo mi pecho con las uñas; esos juegos que tanto me encienden pero que aquella noche apenas me provocaban un placer más mental que físico. Me volví y traté de corresponder envolviendo uno de sus pechos con la mano, sentí la dureza del pezón pero mi cuerpo no respondía.

—Vaya, vaya; voy a tener que mandarte a otra habitación y llamar a mi amante para que me consuele —propuso tratando de encenderme.

Mi cabeza se despejó al instante, era la primera vez que tomaba la iniciativa ideando una  fantasía y además incorporaba matices que nunca habían aparecido. Siempre nuestras historias eran "a tres", siempre estaba yo como participante además de nuestro invitado imaginario, pero en esta ocasión Carmen planteaba algo distinto: ella mandaba, ella me excluía de la escena y se quedaba a solas con su amante. "Amante" era un concepto también nuevo y añadía un matiz de permanencia; presentaba a un tercero estable.

Mi cuerpo reaccionó de inmediato y le seguí la historia.

—¿Si? —dije—, ¿me vas a dejar ahí, en otra habitación mientras folláis? —Hizo un mohín y comenzó a hablar mimosa.

—¿Y qué voy a hacer si no? hoy estás mansito y yo necesito un macho.

Aquella frase actuó como una dosis de adrenalina, me calificaba de manso y en lugar de humillarme ,o además de eso, me excitaba como pocas cosas lo lograban; necesitaba un macho.

—Y cuando llegue, ¿le vas a decir que estoy en casa?

—Yo no me pienso levantar; abres tú y me lo traes hasta aquí, cornudín.

Una nueva descarga de emociones enfrentadas me dominó cuando escuché como me llamaba por primera vez cornudo aunque lo suavizaba; acepté el envite y aposté más fuerte. Sonreí mientras seguía acariciándola y le contesté.

—¿Qué me has llamado?

—Cornudo.  Tu mujer necesita una polla y como tú estás flojito me la voy a buscar por otra parte.

No veía sus ojos en la oscuridad aún así pude imaginar su expresión, esa que en sus momentos de mayor excitación me excita más que cualquier caricia. No conseguí hilar una frase, ella estaba lanzada y siguió fantaseando, mostrándome su inédita versión de una fantasía que hasta ahora me había tenido a mí como principal guionista.

—Y mañana por la mañana, sales a comprar unos croissants, nos preparas café y zumo de naranja y nos lo traes a la cama. Eso si: llama antes, por si estamos follando, no quisiera cortar en medio de un buen polvo.

Aquello era más de lo que esperaba de ella; tenía las riendas de una fantasía en la que me ponía no solo de cornudo sino como consentidor y me dejaba en un papel de mansedumbre y sumisión, de servilismo humillante ante el hombre que follaba con mi mujer, papel que me desconcertaba por la tremenda excitación que me provocaba. Intenté improvisar, salir de mi estupor e incitarla para que me descubriera sus más profundos deseos.

—A ti no te gusta estar con la puerta cerrada —dije—, no me creo que vayas cerrarla esta vez.

Era mi forma de alejarla de un entorno irreal y forzarla a que hiciese su fantasía lo más creíble para ambos; Quería hacerle crear un entorno en el que hasta el último detalle fuese como la realidad, de ese modo tal vez algún día…

—¿Y quién te ha dicho que la puerta estará cerrada? La dejaré entornada pero aún así llama antes de entrar —replicó inmediatamente; tenía las ideas muy claras.

—Entonces, podré espiaros.

—Ni se te ocurra, si te veo le diré a mi chico que te eche.

El corazón me dio un salto, estaba a punto de estallar e intentaba retardar el momento. Llamaba "mi chico" al hombre que en su imaginación la poseía y además le incitaba a echarme; a mí, de mi propia alcoba. No pude aguantar más y comencé a situarme sobre ella. Me acogió con sus brazos y muslos y siguió hablando sin más reparo.

—Y mientras estemos desayunando nos preparas el jacuzzi; ya sabes, ni muy caliente ni muy frío y cuando esté listo nos avisas, cielo.

Había conseguido borrar de mi cuerpo cualquier vestigio de cansancio y el sueño se había esfumado, no quería acabar tan rápido pero sucedió lo inevitable y apenas sentí el cálido y húmedo interior de Carmen absorbiendo mi miembro descargué sin poderlo controlar.

—¡Oh! Mi niño se ha olvidado de lo cansado que estaba ¿eh? ¿y quién me desahoga a mi ahora, dime?

Era un reproche dulce, suave, pero que me dejaba con un leve poso de humillación ante la mujer que reclamaba un macho; Intentaba componer una respuesta cuando interrumpió mis pensamientos.

—Tendré que arreglarlo yo misma.

Me enloquece verla masturbarse y cuando noté oscilar su mano me incorporé hasta alcanzar la luz de la mesita. Su rostro era la expresión más pura de la lujuria, movía los dedos cada vez más deprisa entre sus muslos provocativamente abiertos; me arrodillé a sus pies.

—Además de cornudo, eres un voyeur.

Sus palabras me golpearon como una descarga eléctrica, entorné los ojos, mi boca solo acertaba a pronunciar «Si, si».

—Cornudo… cabrón… eres un mirón… te gusta ver como tu mujer se masturba… —Tan solo acertaba a repetir «si» y afirmar con la cabeza mientras no apartaba los ojos de su cuerpo; me aferré a mi pene semierecto y comencé a masturbarme.

—¿Así te vas a colocar cuando me follen? ¿a mis pies? —Carmen dobló las rodillas dominada por el placer que se provocaba a si misma.

—Si, así cielo.

—¿Y te vas a hacer una paja mirando cómo me la meten? —Había roto todos los límites que hasta ahora habían marcado su participación en nuestras fantasías.

—Y cuando se corra dentro de ti quiero follarte, enseguida —confesé; al oírme se estiró como una gata y murmuró algo ininteligible.

—Para sentirme llena, ¿a que si? Qué cabrón.

Yo ya estaba de nuevo preparado para follarla, porque aquello no era hacer el amor, e intenté situarme pero me detuvo.

—No, cielo, ven aquí.

Me hizo acercarme; imaginé lo que quería y seguí masturbándome frente a su rostro, pude controlarme para acabar al mismo tiempo mientras sus palabras nos inflamaban más y más. Y cuando sentí el comienzo de su orgasmo exploté lanzando densos chorros que la alcanzaron el pecho, la cara y le mancharon el pelo.

Estaba exhausta, sudando, cubierta de semen. Estaba preciosa; su respiración agitada elevaba su pecho; movió perezosamente la mano hasta la ceja y recogió un goterón que amenazaba con inundarle el ojo, se lo llevó a los labios y lo saboreó con descaro.

—Pareces una puta —Sonrío; estaba extasiado y entonces lo dije:

—Algún día te veré así en esta cama, cuando se haya marchado tu amante —Abrió sus bellísimos ojos y me miró profundamente.

—Estás loco, amor.

—Por ti.

Se hizo un largo silencio; descansábamos el uno al lado del otro; me cogió desprevenido cuando la escuché.

—No lo soportarías.

Seguía pensando en lo que yo había dicho, me hice el loco y fingí no saber de que hablaba.

—Ya lo sabes, no creo que aguantases verme con otro hombre.

—Me moriría de placer —repliqué.

—No sabes lo que dices cielo; está bien como fantasía, lo pasamos bien, pero no confundas las cosas.

Su tono me previno porque se alejaba del clima que habíamos creado en el que cualquier cosa era posible; volvía a la sensatez. Intenté darle a mis palabras el mismo tono casi solemne que había empleado ella.

—Estoy seguro Carmen, estoy seguro de ti y de mi. Deseo verte follar con otros hombres, deseo compartirte, quiero que me mires a los ojos mientras tus amantes acarician esos pechos que han sido solo míos, mientras besan esos labios, mientras penetran ese coño estrecho y cálido que ha sido solo mío, quiero ver en tus manos otras pollas y sentir que disfrutas de las diferencias, me muero por verte de rodillas delante de tus amantes haciéndoles una mamada como solo tú sabes hacer… y mirándome.

Más no se podía decir. Carmen seguía con los ojos cerrados pero su respiración había cambiado.

—¿Quieres que me comporte como una…

—Como una puta si, quiero que seas mi puta.

Me asusté por lo que acababa de decir, algo que ni siquiera me había permitido verbalizar en mi cabeza. Esperé preocupado su respuesta.

—Repítelo —dijo escuetamente sin que pudiera adivinar lo que sentía; calculé el riesgo, no estaba seguro de su intención, era una apuesta arriesgada pero la jugué.

—Quiero verte actuar como una puta, y creo que tú también lo deseas, estoy seguro; es más: sé que ahora se te está empapando el coño de solo pensarlo, aunque los miedos, las normas y los prejuicios te impiden reconocerlo. —Sonaba tan grosero… Si, pero estaba jugando fuerte. Tomé aire y, ante su silencio, continué —. Lo que te propongo es que rompas con todo eso y por una vez intentes saber qué se siente al ser libre, completamente libre, libre de vergüenzas, de reproches, de culpas, libre de tener que proteger tu reputación, libre de tu educación, libre totalmente; solo inténtalo y dime qué sientes; luego regresa a la vida diaria donde todas esas normas siguen siendo necesarias.

Carmen conocía mis trabajos sobre la influencia del aprendizaje en la percepción y en la toma decisiones, no era ajena a mi interés por esos temas, sabía bien de qué le estaba hablando. Calló durante un instante como si estuviese pensando qué responder, me miró varias veces antes de hablar.

—No lo soportarías —se limitó a repetir.

—Pruébame.

Se hizo un silencio denso, interminable. Yo seguía a su lado, sentado en la cama, contemplando ese cuerpo hermoso, envidiable, deseado por cualquiera que la mirase. Sus ojos estaban clavados en los míos, intentando descubrir si hablaba en serio, aunque a estas alturas ya lo sabía.

—¿Y por qué crees que puedo querer hacer una cosa así?

—Niégalo, dime que no te excita la idea y no te vuelvo a hablar de esto jamás.

Estaba seguro de que no me mentiría pero además esperaba que la opción de no volver a tratar el tema, aunque solo fuese en el nivel de la fantasía, no estuviese en sus planes. Retiró la mirada, estaba acorralada y yo no iba a dejar pasar la oportunidad.

—Niégalo —insistí, se revolvió en el lecho, luchando consigo misma.

—A ver, me excita, ¿cómo no? pero… ¿te das cuenta de los riesgos? ¿Y si damos con un psicópata? ¿Y si me enamoro y te dejo? —Sin pensarlo se había situado en el día después lo cual equivalía a dar por sentado el postulado principal: que se acostaba con otros hombres; Ella se dio cuenta al mismo tiempo que yo o quizás fue el brillo de mi mirada lo que me delató, entonces reaccionó rápidamente —. ¿Pero que estoy diciendo? ¿Tú me crees capaz de acostarme con el primer tío que se nos ponga delante solo por satisfacer tu fantasía?

—Nuestra fantasía —corregí—. Y si, creo que en las circunstancias adecuadas, con la persona adecuada y la preparación adecuada follarías con otros hombres. —No le di la oportunidad de rebatirme —. Y además, no lo harás por satisfacerme a mi —Sus ojos me interrogaron —, lo harás por ti, para conocerte, por probarte que eres capaz, por saborear lo ilícito, lo clandestino, lo prohibido; lo harás porque en lo más profundo de ti te gustaría ser hembra además de mujer, por todo eso y también por mí, lo vas a hacer.

Contraatacó ironizando.

—Qué fácil es para ti teorizar, tu pones las reglas y me dices cómo debo romper con mis prejuicios; ¿y los tuyos? ¿serías capaz de saltarte tus prejuicios? —no estaba seguro a qué se refería.

—¿Qué quieres, que me acueste con mi secretaria?

—Demasiado fácil cariño, no están ahí tus prejuicios de macho, lo sabes bien; hay cosas más difíciles de afrontar —No concretaba, estaba buscando que diera yo el paso pero no iba a entrar en su juego.

—Así que lo que quieres es que yo recorra un camino paralelo al tuyo… Venga, pon las condiciones y firmamos un pacto.

—Yo no he dicho que vaya a hacer nada.

—Tampoco has dicho que no lo vayas a hacer.

Durante un tiempo que me pareció eterno Carmen estuvo pensando la contestación, yo aguante el silencio. De repente me miró a los ojos y respiró hondo.

—¿Alguna vez has imaginado como será estar con otro hombre? Sí, claro que lo has pensado, seguro —Mi intuición había acertado, sabía que atacaría por ahí; dudé un instante y eso le dio fuerzas—. Venga, no lo pienses tanto, ambos sabemos la respuesta —Sonrió y sonreí.

—¿Eso quieres? ¿quieres verme con un tío?

—Quiero ver si solo predicas o eres también capaz de asumir tus teorías —Había dejado de sentirse presionada y ahora era ella quien atacaba, supuse que eso le daba la tranquilidad de que todo volvería al terreno de la fantasía.

—De acuerdo —No sabía bien lo que estaba diciendo pero la consecuencia inmediata de esta frase mereció la pena, de nuevo la vi acorralada —. Voy a comenzar a planteármelo, en serio, voy a cuestionarme mis ideas sobre esto. A cambio… —Carmen abrió más los ojos y me miró, no era temor lo que vi pero si algo parecido —. A cambio te pido que hagas lo mismo, que te lo plantees como algo posible, incluso como algo probable, que cuestiones tus miedos, tus recelos, tus pudores; que te sitúes en cómo vivirías el día después.

Le ofrecí la mano en señal de compromiso, ignoró mi gesto y se quedó pensativa.

—Vas demasiado rápido, sigo pensando que no soportarías verme follando.

—Te equivocas.

—No podrías aguantarlo.

—Pruébame —Ella hizo el amago de comenzar a hablar pero se detuvo, de pronto sus ojos se iluminaron, una sonrisa nació en sus labios y dijo:

—Muy bien, voy a ponerte a prueba. —Su siguiente silencio me dejó sin recursos y ella lo notó; dilató esa pausa para saborear el pequeño triunfo y al final habló —. Voy a probarte que no soportas no saber, no controlar, no ser el director de esta historia, voy a probarte que mi autonomía en esto te va a desquiciar; no serás capaz de aguantar más de… ¿quince días, te parece bien?

—¿Quince días de qué? todavía no has dicho de qué se trata —argumenté.

—La prueba ha comenzado ya, si la aceptas —Estaba desconcertado pero afirmé con la cabeza.

—¿Y si la paso? —Sus ojos adquirieron de nuevo esa expresión sensual que me puede.

—Si pasas la prueba, cariño, a lo mejor habrás conseguido ya lo que quieres de mi, quién sabe.

…..

—Nunca supe realmente qué hiciste aquellos días, luego todo se precipitó y…

—¿Importa ahora?

No, negué con la cabeza; fuera lo que fuese carecía ya de importancia ante la magnitud de lo que nos arrolló después.

—Cómo ves, desde un principio me deseabas transformada en puta.

—Era una fantasía Carmen, yo…

—Una fantasía para mí, yo tenía claros los límites, tú sin embargo habías perdido ese concepto hacía tiempo; por eso me inventé la prueba, era una manera de generarte una inseguridad que te hiciera recapacitar. Pero estabas tan ciego…

Ciego. No podría definir mejor cómo viví aquellos meses; ciego ante lo que ocurría a mi alrededor, ajeno a lo que le sucedía a Carmen, incapaz de ponerme en su lugar, de acompañarla como había hecho siempre, ser su amigo, su compañero y dejar de lado esa fiebre que consumió nuestra relación hasta convertirla en cenizas.

—Tengo una frase que se me ha quedado grabada.

Podía esperar cualquier cosa; habíamos hablado tanto, habíamos hecho tantas cosas…

—Hay algo que has dicho cuando recordabas lo que oíste mientras fingías estar dormido: «Escuchar como la ha llamado puta la ha llevado al límite y a mí me ha hecho reconocer cosas que no creí que estuvieran en mi subconsciente.»; ¿Qué es lo que está en tu subconsciente Mario? ¿Qué fue lo que reconociste en aquel momento mientras Doménico me hacia verme como puttana?

Recordaba la escena con claridad, Carmen empalada y Doménico haciéndola decir que era una puttana, poco después le decía al oído que era mucha mujer para un solo hombre, «él lo sabe, ¿por qué crees que tu marido hace esto?»

—Porque no solo hablaba de mi, hablaba claramente de ti, de cumplir tus deseos —continuó, interpretando mi silencio.

La miré, ¿tan transparentes eran mis pensamientos?

—¿Es esa prostituta con la que fantaseas a la que quieres ver? Sé sincero.

La miré preocupado; no quería confesar lo que mis deseos me empujaban a declarar y si no respondía me estaría poniendo en evidencia.

Mi mente se pobló de recuerdos. Una tarde, en plena locura por el acoso de Roberto, incapaz de centrarme en mi trabajo me encerré en los aseos y me dejé llevar por las imágenes que me asediaban.

“Unas escenas me llevaron a otras hasta que apareció Carlos besándola, acariciando su culo mientras bailaban, imaginé su mano deslizándose por debajo de la falda, intenté imaginar la excitación de Carmen, sus emociones… mi verga comenzó a reaccionar pero no conseguí alcanzar el estado de máxima erección.

Primero lo evité, pero cuando por segunda vez volvió a aparecer Roberto en mi mente dejé que la fantasía no deseada sucediera.

Lo vi en las escenas que ella me había contado; Sentado a su lado, bajando la mano y acariciándola; imaginé su sorpresa, la vi paralizada, indecisa, dejándole hacer. La fantasía cobró vida propia y les vi de pie en el despacho de Roberto mientras la abrazaba envolviendo sus pechos y ella protestando débilmente, cediendo con tal de no perder el ascenso; vi como le subía la falda y le agarraba las nalgas; mi erección creció, volvió a ser la que yo esperaba y un sentimiento de alegría por haberlo conseguido se fundió con la escena ficticia en la que mi mujer permitía que alcanzase su pubis; imaginé cómo arqueaba los riñones, doblaba ligeramente las piernas y separaba las rodillas para abrirse y que aquella mano intrusa pudiera avanzar libremente hacia su coño.

Me masturbaba con vigor cuando Roberto, en mi imaginación, le besó los labios y ella, lejos de luchar o soportarlo estoicamente lo abrazó correspondiendo a ese beso no rechazado; en ese instante me masturbé frenéticamente. Ella, como si de un paso de tango se tratase, elevaba su pierna rozando la de Roberto hasta quedar en horizontal; el vestido se retiró dejando el muslo desnudo ocultando la mano que invadía su sexo, Carmen acariciaba el cuello y la mejilla de su jefe y le besaba con pasión. Las imágenes cambiaban continuamente, la escena comenzaba de nuevo; ahora los veía abrazados besándose y él, sin deshacer el abrazo, la levantaba cogiéndola por el culo; ella, al sentirse separada del suelo, se colgó de su cuello y abrió las piernas rodeándolo y provocando que la falda se subiera tanto que bastó un simple gesto de Roberto para dejarla enrollada en la cintura, luego la sentó sobre la mesa; lo abrazaba con sus brazos y piernas sin dejar de besarlo mientras él le acariciaba las nalgas desnudas; tras un instante de caricias acabó por llevar una mano hasta su pubis buscando la cinturilla de la braga bajo la que se deslizó; la delicada prenda, abultada por aquella mano intrusa, revelaba los movimientos ansiosos por alcanzar su objetivo; Carmen se balanceó hacia atrás y elevó aún más los muslos para facilitarle el acceso, la mano comenzaba a moverse al mismo ritmo que ella movía las caderas, sus brazos le rodeaban el cuello, acariciaban su cabello y lo besaba intensamente mientras se dejaba tumbar abrazándolo con sus muslos.

Mi polla era una viga de hierro candente que aguantaba los rápidos envites de mi mano, la fantasía continuaba creando su propio guión: Estaba tumbada en la mesa, con las piernas alrededor de los riñones de Roberto mientras éste le desabrochaba la camisa y la forzaba a curvar la espalda para alcanzar el cierre del sujetador, las caderas de Carmen le golpeaban el pubis pidiéndole a gritos que consumara aquello; cuando sintió el sujetador libre se incorporó sobre los codos y se deshizo con urgencia de la camisa y del sujetador que lanzó al suelo y de nuevo se dejó caer sobre la mesa, Roberto le apresaba los pechos con una mano mientras con la otra liberaba su polla erecta, se logró zafar del abrazo de sus muslos y le arrancó literalmente las bragas. Una imagen ralentizada se formó en mi cabeza: Carmen apoyada en los brazos, con las piernas abiertas y los talones en el borde de la mesa, la falda enrollada en la cintura por única prenda, despeinada, con la mirada ebria de deseo viendo como Roberto tantea con el glande para, de un golpe seco de cintura, clavársela sin clemencia provocándole un grito, se derrumba sobre la mesa rendida, entregada mientras sus pechos tiemblan con cada embestida.

Eyaculé sin tiempo para dirigir el disparo hacia la taza, varios chorros se estrellaron contra los azulejos y otros cayeron al suelo.

Mientras limpiaba la pared con papel higiénico y me reprochaba una conducta tan inmadura me enfrenté a la idea que había provocado aquella potente eyaculación. No había sido el abuso sobre Carmen sino su entrega y aceptación lo que me había desbocado. Prostitución era el concepto que surgía en mi mente; había sido la imagen de Carmen aceptando y asumiendo su prostitución lo que me había vuelto loco, ni siquiera la visión de Carlos follando con ella había conseguido enervarme hasta el punto que lo había conseguido imaginarla asumiendo el papel de prostituta de su jefe, de amante pagada, de querida interesada.

Prostituta; no tenía nada que ver con las ocasiones en que la había llamado puta en nuestros momentos de sexo, la imagen de mi esposa soportando el asedio de Roberto o dejándose llevar de la pasión de Carlos no tenían ni la cuarta parte de potencia que aquella otra en la que Carmen, superados sus prejuicios y sus temores, asumía con naturalidad el papel de prostituta, dejaba de luchar y se entregaba a vivir su nueva condición sin complejos.

Durante el resto del día, cada vez que invoqué aquella escena noté como mi polla reaccionaba vigorosamente tratando de romper la prisión del slip. La veía sonriéndole en su despacho, medio desnuda, cuando le decía «vámonos a mi casa, nena», la imaginaba riendo con él en la cama tras follar, la veía masturbando su polla mirándolo a los ojos antes de agacharse y acogerla en su boca; regresé impaciente al baño para volver a masturbarme imaginándola en su casa, levantándose de la cama, arreglándose el pelo mientras caminaba desnuda hacia el baño delante de su amante, bromeando con él, lavándose en el bidet mientras Roberto orinaba… conductas de furcia, de ramera; y de nuevo el orgasmo me hizo perder por unos segundos el contacto con el mundo.”

—¿Me vas a contar lo que estás pensando?

Se lo conté al detalle, tenía que hacerlo, al fin y al cabo era mi terapeuta y estábamos allí para sacar a la luz todo lo que arrastrábamos. Cuando acabé me llovieron las dudas.

—¿Lo ves? tu esposa convertida en prostituta, eso es lo que te excita —sentenció con frialdad.

—Hablo como paciente y le hablo a mi terapeuta. No lo puedo controlar; ahora mismo no lo estoy evaluando, es un dato frío: Si, es lo que más me excita y tenemos que tratarlo.

—¿En eso piensas cuando me llamas puta? —preguntó como si no me estuviese escuchado.

—¡No, ya te lo he dicho, no es eso! Una cosa es lo que nos decimos cuando estamos follando y otra muy distinta lo que me sucedía entonces.

—¿Estás totalmente seguro?

Pensé en esos momentos de intimidad cuando explotaba y mirándola a la cara profería esa palabra: Puta. ¿Qué quería expresarle? No lo sabía, en realidad no lo sé; quizá… puede ser si, puede que tuviera razón.

—No lo sé.

Dio una larga calada buceando en mis ojos, penetrando en la más hondo de mí.

—Así que me prefieres puta.

—No he dicho eso.

—Vamos Mario, piénsalo bien, dime que no te has imaginado esta escena: Una noche cualquiera regreso a casa y te digo: «Cariño, estoy reventada, hoy he tenido cuatro clientes; a este paso cambio de coche el mes que viene»

—No sigas por ahí —repliqué avergonzado.

—¿Por qué? ¿Te escandalizo?

—Si, si; lo he pensado, te lo acabo de confesar ¿qué más quieres? Te estoy contando todo, todo. ¿Es lo que querías, no? que no me guardara nada. Y cuando lo hago, cuando por fin dejo de callarme me castigas, ¿qué clase de terapeuta eres? No es eso lo que he hecho contigo cada vez que me has confesado una de tus…

—¿Infidelidades? ¿zorrerías? ¿qué ibas a decir?

—¿Qué más da? Lo que importa es que he callado mucho y me lo has echado en cara, con mucha razón y cuando decido dejar de hacerlo y comienzo a hablar sin censurarme me acosas, ¿no crees que esa es la peor forma de motivarme? Eres tú la que confundes a la terapeuta con la esposa ultrajada; al final parece que la que no sabe separar los roles vas a ser tú. Me excita imaginarte como una puta, lo reconozco, ¡trabajémoslo!

Había estallado; no podía mantenerme impasible ante una reacción tan poco profesional, tenía que hacer que se enfrentase a su mala praxis. Y vaya si lo hice; se quedó paralizada.

—Está bien, sigamos —dijo.

Se sentó, debía de estar afectada por mi explosión porque le costó comenzar.

—Tercer estadio: la prostitución.

Encendió un cigarrillo.

—La paciente…

Una calada y… no, aún no estaba preparada, necesitó unos segundos para terminar de calmarse, tal vez para recuperar la argumentación.

Yo hubiera necesitado más, mucho más.

—De todas formas, las circunstancias y la intensidad con que vivió la paciente su tiempo con Doménico  le llevaron a cuestionarse su precio de una forma desapasionada; un paso más en su evolución, o degradación: si todos la consideraban una puta, si se comportaba como una puta llegó a sentir curiosidad por conocer su tarifa.

Empezaba a entender su proceso, ¡qué sola se tuvo que sentir!

—Y Mahmud ,dándole otra perspectiva de lo que los demás consideraban una vejación, le ayudó a detener de alguna manera su propio derrumbe: No era una puta pero valía para ello, tenía las aptitudes, ¡aptitudes!, pero se requería esfuerzo y constancia; el mensaje que toda la vida ha formado parte de su mentalidad: Esfuerzo, constancia, objetivos. Aunque él dudaba de que fuera capaz de conseguirlo; de nuevo un reto. La paciente no fue consciente del anzuelo, el mensaje estaba tan bien construido y ella tan profundamente herida que no pudo ver la estrategia; se dejó seducir por las formas, por las palabras; y la dosis justa que empleó Mahmud caló lo suficiente como para que al día siguiente ella estuviera permeable para recibir una segunda carga.

Estaba absorto escuchando el certero análisis de Carmen.

—Reconozco que el erotismo que desprende es intenso y eso hizo que la fuerza del mensaje tuviera más impacto; luego, cuando propuso el juego o la prueba, llámalo cómo quieras yo… la paciente vaciló, tuvo curiosidad no exenta de preocupación. La visión de la regla avivó ese conato de temor pero todo se precipitó, no hubo tiempo para reaccionar y cuando se produjo la agresión…

—¿Qué sucedió? —pregunté para romper el principio de bloqueo que se estaba fraguando.

—Todo se oscureció. Ya lo sabes, reaccioné con violencia…

—Reaccionó —No podía dejar que personalizara.

—Reaccionó, reaccionó con violencia que él cortó, intentó forzarla a que aceptara el dolor, ya sabes, dolor y placer, todo eso; pero no, ella no quería aceptarlo, no delante de él; le insultó, tenía que mantener la dignidad. Y Mahmud terminó por…

Un gesto de tristeza apareció en sus ojos.

—Acabó por dar por perdido el ejercicio, se sintió defraudado; la paciente le dijo que jamás le volviera a poner las manos encima y salió de la cocina.

Tristeza si, no he equivocado mi apreciación, la sigo viendo en su semblante, ¿por qué le aflige haberse rebelado entonces?

—Nos hemos desviado del tema. —dijo; de repente se le iluminó la mirada—. O quizá no, porque cuando volvió a enfrentarse a él, tras la reunión con Andrés, toda la tensión acumulada saltó cuando se sintió forzada, casi asfixiada contra la pared, suplicando por su vida, cuando la desnudó y estuvo a punto de azotarla con la fusta…

Me sorprende que no mencione que fue ella quien pidió el castigo.

—Si, era un violación aunque no lo parezca; me había… la había llevado al limite, ahogada, sometida mentalmente quebró sus barreras, la hundió hasta que ella misma pidió la tortura. ¿era consciente de lo que estaba pidiendo?

¡Cómo me conoce! Es como si hubiera entendido mis dudas sin ni siquiera pronunciar una palabra.

—La tortura se convirtió en un forma de demorar el castigo, provocaba el miedo a base de la expectativa del dolor, la paciente ansiaba que todo se acabase, lo que la llevó a desear que llegase el dolor, a desear el dolor y cuando Mahmud la abandonó, todo lo que quedó fue la frustración y el deseo, el deseo del dolor.

Ahora si había terminado, lo vi en su mirada: Acababa de descubrir algo que tuvo siempre ante sus ojos.

—Es un torturador.

—Es un sádico —respondió cargada de rabia.

Encendió un cigarro, estaba serena, había dado un gran paso en su proceso de liberación.

—Hay algo más.

—¿Qué más? —preguntó con gesto cansado.

—Algo que sucedió al volver a casa de Doménico.

Abrí mi cuaderno, busqué las anotaciones que hice sobre lo que titulé “Campeonato de motos”.

—Si, aquí está; cuando follabas con Salif y Doménico… —La miré, quería probar el efecto que le causaban mis palabras; no se inmutó—, dijiste algo así como que buscabas a Mahmud —miré mis anotaciones, ahí estaba—, si, lo tengo: Tus ojos se cruzaron con Mahmud y pensaste: «Es por ti cabrón, es para ti»; luego en otro momento pensabas: «Mahmud ¿dónde te escondes, mírame, mírame». Estabas follando con tu amante y con uno de sus amigos porque Doménico te había dado vía libre; entonces ¿qué papel jugaba Mahmud? ¿por qué lo buscabas con tanto interés?

Su mirada se cargó de desdén.

—¿Qué papel? ¡yo qué sé! Me había estado humillando, puede que tan solo quisiera hacerle ver que no lo necesitaba.

Acompañé sus palabras con un gesto de desaprobación.

—No Carmen, sabes que esa es una mala explicación; Cada cual en esa escena tiene un rol bien definido, Doménico es el amante, el macho alfa —Negó en silencio al escuchar esa expresión—; Salif es el invitado al que has sido cedida y Mahmud es el candidato a proxeneta, o el chulo si lo prefieres, al que quieres demostrar lo que vales.

—Otra vez con eso.

Pensé que iba a estallar, sin embargo su respuesta fue débil.

—Otra vez, si —respondí manteniéndome firme.

—Y en esa escena ¿qué papel represento yo, me lo quieres decir?

No respondí, tenia que ser ella quien se definiera pero no lo hizo.

—Ahora vengo.

Escapó, salió de allí sin dar explicación.

La soledad me vino bien; el silencio se aprecia mejor cuando aparece abruptamente. Sentía un desagradable siseo en los oídos, me dolía la cabeza y la sienes me palpitaban; tenía las pulsaciones disparadas, palpé la muñeca con el pulgar y conté: ciento sesenta, debía calmarme pero ¿cómo?, ese dato actuó en sentido opuesto, ahora me sentía más agitado que antes. Comencé a respirar hondo.

No tuve tiempo de más, Carmen regresó sin cruzar la mirada conmigo; No dijo nada, cualquier excusa hubiera sido inútil.

—Borja. —exhaló el humo despacio—. La paciente acababa de ser repudiada… No, no vamos a entrar en eso; el caso es que había hecho un recorrido tormentoso cuando salió del Vips acusándose a sí misma, haciendo suyas las palabras de los demás, principalmente la que nos sirve de tema: Puta, puede que se la repitiera cien veces; en ese estado acabó entrando en una cafetería. ¡Qué curioso!  —Interrumpió su discurso—, he estado recorriendo los escenarios y hasta ahora no he pensado que quizá debería haber vuelto a aquel lugar… ¡En fin! —concluyó volviendo a mirarme—. La historia con Borja fue la consecuencia del abandono en el que se sumió la paciente; nada le importaba, nada la retenía, lo había perdido todo y en ese estado de pérdida la presencia de aquel ligón carecía de valor, era una puta ¿qué importancia podía tener dejarle hablar, dejarle hacer? El dolor llegó a tal extremo que había dejado de sentir, le despreciaba y se despreciaba a si misma, era una puta y dejó que él la tratara como una puta.

Dejar, dejar, dejarle, dejarse… Las palabras delatan el estado en el que se hallaba. Sin voluntad, sin deseo, sin conciencia de sus actos.

Tiró del cigarro, puede que en su cabeza estuviera sonando de nuevo la interminable letanía: «Puta, puta…»

—Y cuando consiguió excitarla y le propuso ir a otro sitio cedió, no tenía nada mejor, al menos él había logrado que dejara de sentir dolor durante un instante, no lo pensó conscientemente pero quizá se estaba refugiando en el sexo para mitigar el dolor, no lo sé. Fue entonces cuando surgió la pregunta «¿me vas a cobrar?»

Nos quedamos en silencio, no consigo decir nada, solo espero.

—Fue un instante, un mínimo instante lo que duró la duda pero si, por mi cabeza pasó la alternativa de venderme si, me lo planteé.

—¿Qué sentiste, lo recuerdas?

—No sentía nada, estaba deshecha, destrozada, apenas había conseguido excitarme con su manoseo; bueno si, fue un pico de excitación que duró lo que duraron sus dedos dentro de mí, nada más

Descriptiva, cruda; como lo ha sido desde que comenzaron nuestras sesiones.

—No, creo que no sentí nada físico si es a lo que te refieres.

—¿Y…mental? Ya sabes, te estaba proponiendo pagarte por un polvo, y tú te lo planteaste.

Una nueva calada, sin dejar de mirarme, con los ojos entrecerrados por el humo. Tal vez está pensando quién pregunta: el psicólogo, el marido cornudo…

—Fue todo muy rápido, no lo sé, lo que si recuerdo es que inmediatamente lo rechacé.

Bajé la mirada. Miente.

—Te he defraudado.

—¡Qué dices!

—Esperabas otra cosa.

—¿A qué te refieres?

No contesta, solo me mira. ¿Por qué me mira? Me ha sobresaltado tanto, tanto que ya no puedo encontrar el sentido puro de este diálogo; es como si me hubiera descubierto y no, no es cierto, no es verdad lo que esta turbación parece decir de mí.  Pienso si no habrá algo de verdad en sus palabras.

Estoy confuso, ¿qué ha querido decir?

¿Por qué me mira?

Tiemblo, me tiemblan las manos. Que no se dé cuenta.

—¿Qué te pasa?

—Nada, sigue.

—El caso es que, con o sin dinero por medio estuve a punto de prostituirme…

—Un momento, hay algo fundamental. ¿Crees que si hubieras tenido una cifra en mente habrías rechazado tan drásticamente la pregunta de Borja?

—¿Cómo?

Cogí el porro que estaba a punto de consumirse y di una larga calada. Me sorprendió la facilidad con que mis pulmones admitían el humo.

—Quiero decir que si Doménico te hubiera llegado a dar una idea de tu…tarifa, de tu valor en el mercado, puede ser que cuando Borja te preguntó si le ibas a cobrar, tal y como estabas de… cansada de todo y de todos, ¿por qué no lanzarle un precio? Total, si no aceptaba te quitabas de en medio a un moscón, y si te pagaba…

Carmen se quedó en mi argumento, enseguida vi que le había hecho mella; se echó hacia atrás y continuó pensando.

—No puedo saberlo, nunca he tenido esa cifra, esa tarifa como tú dices; es verdad que estaba muy cansada, muy harta de todo, de mi misma en primer lugar; puede que si hubiera sabido cuanto podía pedir por un polvo lo hubiera barajado, lo que si sé es que en aquel momento la idea de venderme solo pasó por mi mente un instante en el que el precio no fue un parámetro crucial.

No, algo no cuadra. Quizá no lo sabe pero…

Ella no rechazó la idea, Irene la salvó.

—¿Mario?

—¿Eh?

—Te has quedado...

—No sé si entiendes el motivo de mi insistencia, dices que te lo planteaste durante un instante y que enseguida lo rechazaste, que el precio no fue un argumento decisivo.  Piénsalo bien, el precio no fue un argumento clave porque no formaba parte de tus datos. Te lo vuelvo a plantear y ahora trátalo como la científica que eres: Si hubieras tenido ese dato, el precio además del contexto emocional en el que te hallabas, y no te hubiera interrumpido Irene ¿qué crees que hubiera sucedido con más probabilidad?

—Cuántas veces he de repetirlo, no lo sé.

El tono duro que ha empleado me pone en guardia, ¿me estoy saliendo de mi papel de terapeuta? No lo sé ni me importa; no pienso con claridad. Y ese tono me irrita, ¡joder!

—Claro que lo sabes, lo sabes de sobra—dije lleno de sarcasmo.

—Eres un cabrón.

—Soy un cabrón si, y un cornudo, también lo sé, me lo has dicho más de una vez.

Es… es como una ola, una inmensa ola que avanza lenta e imparable, son todas las palabras que nos hemos dicho, son todas las historias que nos hemos confesado y las imágenes que se han ido formando en mi cabeza. Es una gran ola de estupor y amargura, de pena, rabia, tristeza, melancolía, desprecio, amor y dolor que avanza lenta e imparable; una inmensa ola que va creciendo, se hace cada vez más grande, está llegando y amenaza con aplastarme.

Me ahogo,  me ahogo, tengo el corazón en la boca.

—Y tú, cariño, eres una auténtica puta, en el sentido estricto de la palabra.

No, otra vez no.

Me ahogo, necesito aire…

Aire…

Cómo he podido…

Esperaba cualquier reacción pero aquella intensa pena en la que se transformó el asombro que invadió su rostro me dolió tanto, tanto…

Cómo había podido decirle aquello, ¿es que no había calculado el daño? Carmen no podía soportar que una vez más la persona que amaba le volviera a escupir a la cara.

Y llegó el pánico. Estaba a punto de volver a desmoronarse todo a mi alrededor, todo.

Mi cabeza comenzó a bullir trazando ideas que pudieran reconducir aquello, no tenía más alternativa que huir hacia delante; tal vez fuera una locura pero vi un resquicio para hacerla salir de la dependencia que tenía de Mahmud.

—Asúmelo, se valiente, si yo he podido cuando me has hecho afrontar mi condición de cornudo tú puedes hacerlo también: Ya eres una puta.

No sé de donde salían las palabras, lo que sabía es que no había vuelta atrás; la tomé de la mano y con una seguridad que estaba lejos de sentir la arrastré hasta la habitación de mi hermano en la que aún conservaba un antiguo armario con las puertas revestidas de espejos.

—Mahmud te hizo declararte golfa ¿no es cierto? y dices que aquello te supuso una especie de liberación. Mírate —dije enfrentándola al espejo—, esa eres tú, una puta reconócelo; te va a venir bien decírtelo en voz alta a ti misma.

Me escuchó mudando entre la incredulidad y la desconfianza; Carmen quería creer, no podía soportar la idea de reencontrarse con aquel que tiró por la borda tantos años de convivencia.

La solté, quedó frente al espejo incapaz de reaccionar; al principio parecía asustada, incluso frágil, luego comenzó a recuperarse; su mirada empezó a vagar por la figura que tenía enfrente y durante ese recorrido se serenó.

—Piénsalo, Mahmud no es tan claro como crees; te hizo reconocerte como golfa y si te negó la categoría de puta fue para dejarte frustrada ¿no lo ves? Es más de lo mismo, quiere que lo necesites, que ansíes el dolor, que busques la fusta. Que le pidas que te enseñe a ser una buena puta.

A medida que fui pronunciando mis argumentos su respiración se fue agitando. No dejó en ningún momento de mirar su reflejo.

—Vamos, libérate. Ya eres una puta, no le necesitas.

No conseguía sacarla del shock, intenté cogerla del brazo y me esquivó; entonces hice algo impensable: La agarré del cuello de la camiseta para acercarla al espejo y al hacerlo se desgarró; pareció asustarse. Vamos, mírate, dije zarandeándola por la prenda, no reaccionó, siguió con la vista clavada en su imagen. Y me volví loco, tiré de la tela que se abrió produciendo un crujido y dejó su hombro a la vista. A mi cabeza vinieron imágenes de escenas que me había contado y que por alguna extraña razón encajaban con el momento que estábamos viviendo: Roberto abusando de ella, Mahmud preparándola para la fusta. Agarré la cinturilla del pantalón y de una brusca sacudida se lo bajé; las bragas quedaron descolocadas y no tardé en tirar de ellas hasta dejar su pubis desnudo. No le debes nada, le grité, eres una puta, dilo; ella permaneció inmóvil sin apartar los ojos del espejo lo cual no hizo sino aumentar mi locura, entonces agarré el escote con las dos manos y lo rasgué, uno de sus pechos quedó descubierto. Ahí estaba, tal cual había imaginado que debió de quedar cuando Roberto estuvo a punto de violarla.

—¡Mírate, no eres más que una puta, dilo de una vez!

—¡Soy una puta! —gritó desesperada y me sacó de mi enajenación—. Soy una puta —pronunció como si fuera un lamento mirando a la mujer que se reflejaba en el espejo—, soy una puta.

Se volvió. Hice intención de hablar, quería pedirle que se detuviera pero de mi garganta no salió ningún sonido.

—Soy una puta, una furcia.

Ya no le hablaba a la mujer del espejo, tampoco a mí y me asusté por lo que había provocado.

—Carmen, no…

—¡Calla!, tienes razón, no sé por qué pero me está haciendo bien.

Miró hacia su reflejo.

—Soy una... Si, soy una zorra, una…. ¡puta! —le lanzó a la imagen de si misma con desprecio.

Se acercó a mi un par de pasos, yo retrocedí; no lo recordé hasta mucho después. Cogió los bordes de la camiseta y terminó de rasgarla de un fuerte tirón. La visión de sus pechos desnudos me provocó una sensación trágica que traté de ahuyentar.

—Me he convertido en una prostituta.

—No Carmen, para.

—Me está sanando. —dijo con tal seguridad que desistí—. No sé en qué sentido pero lo noto. Ahora lo sé, lo he sabido siempre pero solo ahora lo puedo reconocer sin resistirme, soy una prostituta Mario, una puta. Me engañaba y te engañé cuando decía que rechacé la idea de venderme a Borja; no es cierto. Le dije que esa vez el servicio le iba a salir gratis; si no hubiera llamado Irene me habría marchado con él, a follar, a cualquier sitio. Se lo dije porque no sabía cuánto pedir pero ya era un trabajo de prostituta ¿no te das cuenta?

Me sobrecogió su franqueza, no podía calibrar las consecuencias de lo que acababa de hacer con ella.

—Carmen, lo siento, yo…

—No, calla; sigue con tu plan.

¿Plan, qué plan? Todo era fruto de la improvisación y probablemente de la coca a la que no estaba habituado; Carmen tenía más fe en mí de la que yo podía encontrar en mis actos. La cabeza me iba a estallar, sentía el latido del corazón en el cuello, me temblaban las manos. ¿Cómo había podido llegar a esto? Me encontraba en un callejón sin salida, vacío de ideas mientras ella me miraba expectante.

—Prepara unas rayas —dije aparentando un aplomo que no tenía.

—¿Estás seguro?

—Hazlo, sé lo que digo.

Fue un disparo en el centro de mi cerebro lo que me hizo perder la inseguridad que me atenazaba y sería otro lo que me ayudaría a cerrar aquella arriesgada terapia; Carmen me obedeció con una mansedumbre ajena a su persona. No había ningún plan y ella me miraba esperando que la salvara.

Traspasamos otra vez esa puerta sin saber que íbamos a caminar por el lado más salvaje de nuestras mentes, nos aventuramos a una zona de nuestra conciencia que apenas conocíamos y se dejó dirigir a ciegas confiando en que el psicólogo estaría al mando de una nave descontrolada.

—Vamos.

La arrastré de la mano de vuelta al dormitorio de los espejos, se cubría con la camiseta hecha jirones que no lograba taparle los pechos; su cabello se había secado sin peinar y todo ello le daba un aspecto zafio que acentuaba la sexualidad de su cuerpo.

—No te muevas.

«Soy una puta». De ese modo rompía lazos con Mahmud; necesitaba afianzar su liberación o al menos eso me decía mi quebrada conciencia. Volví con mi cartera en la mano. Carmen la miró sin entender; saqué todo lo que llevaba, treinta mil pesetas; insuficiente pero no era la cantidad lo importante sino lo que representaba el gesto.

—Toma, no llevo más encima, ¿qué me haces por esto?

Miró los billetes, me miró y pensé que me iba a insultar, un ligero temblor recorría su cuerpo, volvió a mirar mi mano tendida.

—¿Eso es todo lo que valgo?

Sin arrogancia, pura curiosidad. No había asumido su rol, no estaba ante una puta.

—Te he dicho que es todo lo que tengo, dime ya lo que haces por este dinero y si no lo dejamos.

Se me agotó la paciencia, iba a guardarlo cuando me arrancó los billetes.

—Vale, follamos y si quieres mi culo otro tanto después —dijo mientras se lo metía en el bolsillo trasero del pantalón.

Ahora el sorprendido era yo, había tomado la iniciativa sin dejar de ser ella, sin perder ese toque de inseguridad ante lo desconocido.

—De acuerdo, sesenta mil por una tía como tú merece la pena.

Se estaba quitando ya el harapo en que había convertido la camiseta, volvió su rostro y se me cayó la sonrisa. Ojos cargados de lujuria como pocas veces me fulminaban.

—Deja de hablar tanto y empecemos.

Me saqué el polo sin apartar la mirada, ella se desnudaba dándome la espalda; dobló el pantalón cuidadosamente y luego se deshizo de la braga dejándola convertida en un pequeño paquete; se dio la vuelta; no parecía la misma, su rostro tenía un erotismo distinto que nunca le había visto, me miraba como si no me conociese. Se acercó y me echó los brazos al cuello, despedía un intenso calor.

La besé con furia, tanta que la escuché quejarse; no cedí, mis dientes apresaban su labio inferior más allá de lo que la prudencia aconsejaba, no podía separarse porque mis dedos le sujetaban el cabello a la altura de la nuca; respiraba con dificultad expulsando por la nariz el dolor que le estaba provocando; por fin la dejé tomar aire sin soltar su melena, se llevó el dorso de la mano al labio herido pero no protestó; tiré hacia abajo y quedó sentada en la cama, la mano libre me sirvió para tratar de soltar el cinturón, no soy hábil con la izquierda y cuando vio mis vanos intentos se hizo cargo de la tarea, enseguida me bajó el pantalón y arrastró el bóxer; cuando iba a cogerme la polla le di un manotazo; yo pagaba, yo mandaba; liberé el glande de la funda de piel y lo paseé por su boca que se abrió esperando que la llenara. No, aún no, la tenía agarrada del pelo y tiré hacia atrás, me situé mejor entre sus piernas que separé de un golpe seco; mi polla apuntaba directa a la cara y fue mi mano derecha, la que manejaba la melena, la que acercó su cráneo; la desvié para que tocara su mejilla, quería empaparla bien con la espesa baba que cubría el glande, iba a maquillarla antes de que se la comiera, fui pintándole los pómulos, el mentón, los párpados y solo cuando tuvo la cara brillante apunté a los labios; abrió la boca obediente, detuve el avance de su cabeza cuando tenía el hinchado glande dentro. Y lo saboreó, lo recorrió con la lengua como solo sabe hacerlo ella, la gran mamadora; vi cómo hundía los carrillos chupando el caramelo, dejé que lo saboreara un rato, que jugara con él, escuché los ruidos que hacía para darme placer; se lo quité y vi la cara de vicio que puso; se la planté en el labio superior rozando la nariz y la muy perra la olfateó y se desesperó boqueando para alcanzarla, pero la tenía bien cogida del pelo. Por fin le di su premio y se la calcé hasta el fondo, otra se hubiera ahogado en arcadas pero está muy bien entrenada y hundió la nariz en mi tripa; apreté su cabeza y ni protestó; uno, dos, tres… doce segundos pasaron cuando me clavó las uñas en el culo y empezó a golpear el suelo; un tirón de pelo a tiempo y soltó una inmensa bocanada antes de volver a llenarse los pulmones. Empecé un mete saca brutal, quería follarme la boca de la puta no pretendía correrme con una de esas prodigiosas mamadas que son su especialidad, por eso cuando sentí que podía estropearlo todo me detuve y la hice caer en la cama; no fui capaz de mirarla, tenía los ojos llenos de lágrimas así que le doblé las piernas y se la clavé de un golpe, afortunadamente estaba tan empapada que ni se quejó, o lo hizo pero sé que no fue de dolor; se agarró a mi cuello pero la aparté de un manotazo, quería su coño no sus abrazos; es brutal, tan estrecho como el de una virgen. ¿Cómo es posible que unas tetas apenas tiemblen cuando se la están follando con tanta fuerza? tan posible como que se corrió en cuanto le pegué unos cuantos pollazos. ¡Qué zorra! casi me hace correrme a mi también con esas contracciones que me estrangulaban la polla y para lo que tenía que haber estado prevenido, tuve que salirme y dejarla ahí retorciéndose y tocándose como una cerda.

Porque me estaba reservando para eso por lo que iba a pagar sesenta mi pesetas. Cuando acabó se quedó desfallecida con una mano perdida en la entrepierna en medio de una gran mancha de humedad; la arrastré hasta el borde de la cama; Arriba, le dije mientras la enganchaba por las caderas para ponerla de rodillas; colaboró, sabía lo que tenía que hacer; ahí tenía su culo, esas potentes nalgas, duras como rocas me ofrecían un par de labios gruesos y jugosos marcando el camino hacia el pequeño punto rosado que hasta entonces nunca había podido contemplar tan despacio y con tanto detalle; las sobé apreciando su firmeza y con el dedo índice seguí el curso del canal que llevaba hacia lo que me había costado tanto; pequeño, cerrado, rugoso, esperándome. Lo hinqué entre sus labios y dio un respingo, lo empapé bien del flujo espeso de su coño y lo fui llevando una y otra vez hacia el agujerito que me disponía a romper; suave, tan suave como sus hinchados labios recién follados; ¡No! protestó cuando sintió con qué facilidad se hundía dentro; me lo había vendido, ¿a qué venía eso ahora? Te he pagado por esto, no me jodas; miró hacia atrás pero no creo que me llegara a ver, supongo que se hizo a la idea; uní dos dedos y los froté en el cráter que se encogió asustado; la zorra movió el culo de un lado a otro como si espantase moscas, pero la agarré con fuerza, le di un azote y se los enterré; se quejó, soltó unos grititos entrecortados; me recordó a una niña que vi una vez a la que arrastraba su padre de la oreja; Venga, le dije, sabes como tragarte esto y mucho más, no te quejes tanto; no dijo nada, moví los dedos y aguantó; Vamos a por otro, le anuncié antes de enchufarle el tercero; sopló cuando empezaron a entrar, esta vez le costó más pero tragó, vaya si tragó; me sorprendió tanta elasticidad; ¿Cuántas pollas te han metido por aquí, eh? No contestó, bastante ocupada estaba en soportar el empuje que le daba a mis tres dedos; Dime, cuántas, insistí enterrándole los nudillos; gimió; Muchas, contestó con voz afónica; ya le había domado el culo y se lo seguí follando a conciencia; ¿Muchas?, repetí, entonces no me lo has contado todo, ¿qué me ocultas? pregunté abriendo los dedos como si fuera un trípode; Venga, qué es lo que te has callado; pero no tenia intención de confesar; Contesta, quién más te ha  follado el culo que no me has dicho; Nadie, te lo juro, suplicó; ¿Tú jurando? ahora sí que no te creo, dije dándole un tremendo azote; ¡Ay! Sollozó; le volví a enterrar los dedos en el ojete que me miraba entreabierto; Venga ya, dime de una vez quien más te ha calzado el culo; ¡Carlos! chilló; ¡No me jodas!, pensé ¿Carlos? Hija de puta, le grité, ¿cuándo, joder, cuándo?; En el hotel; ¿Cuándo?, repetí; El día que vinimos aquí; ¿Y no pudiste esperar?; Solo fue un poco, contestó, me dolió tanto que no llegó a hacerlo; Hija de puta, repetí, cabrona, mentirosa hija de puta. La sujeté por la cadera apunté con decisión y empujé; ¡Espera! gritó espantada; y esperé, se merecía que la  jodiera viva pero no iba a desgarrarla. Se llevó una mano al coño y chapoteó dentro, luego arqueó la espalda, echó el brazo hacia atrás y se untó bien el ojete, fue una gran escena ver cómo esa mujerzuela se preparaba para ser empalada. Ahora si que estaba ciego; pasé la mano con que la sujetaba hacia su vientre para amarrarla; Venga, relaja, le dije haciéndole un par de surcos por toda la raja antes de volver a apuntalarla; levantó la cabeza y apoyó los brazos en la cama; apreté y sentí que aflojaba el culito, si señor se iba abriendo; Ya está, le dije, noté como cedía, un poco más y estaba dentro, se quejó, hizo un puchero como si fuera a echarse a llorar pero no, es mucha hembra para eso, respiró fuerte y dejó caer la cabeza, empujé y me deslicé un poco más en su interior con suavidad; Sopló, sopló, la presión que notaba alrededor de mi verga era tan intensa que tuve que parar o todo acabaría antes de lo previsto; ¡qué puta! pensé, cómo gemía y mi mano se disparó soltándole un trallazo en la nalga tan inesperado que lanzó un grito; Puta mentirosa, la amenacé en voz baja; todo su cuerpo se estremeció y si me había detenido para evitar acabar antes de tiempo aquel azote hizo que su culo se cerrase férreamente alrededor de mi polla y por poco se precipita todo. Mi cuerpo me pedía seguir taladrándola, me afiancé a sus caderas y avancé, me hundí hasta el fondo como si bajara por un tobogán. Ya estaba dentro, su respiración era un intenso jadeo que se acompasaba con el mío. ¡Qué hermosura! Recorrí su lomo y bajé hasta apoderarme de una de sus pequeñas ubres, porque eso era aquella puta, una yegua de pura raza a la que me estaba montando; Sabía que no podía demorarlo más y empecé a bombear despacio, me encendía ver cómo mi herramienta le perforaba el culo, cómo entraba y salía sin ninguna oposición; afuera hasta el borde del glande para sentir que era el dueño de ese culo que estaba partiendo en dos, adentro despacio, muy despacio para saborear cada sensación, escuchando jadear a la puta, viéndola doblar la cintura y separar bien las ancas ofreciéndose, notando como me empujaba para tenerla bien metida cuando al principio la muy zorra se resistía a dejarse encular. Pero no había tiempo que perder, lo notaba en las ingles, ese calambre que cuando nace ya nadie lo detiene; aceleré el ritmo hasta convertirlo en un salvaje martilleo que sonaba como si fueran brutales bofetadas en su poderosas nalgas; los jadeos de la puta se habían transformado en lamentos y ahora ya eran gritos sofocados en la almohada; cabalgábamos frenéticos sobre la cama en una estampida que nos había enloquecido haciendo gemir los muelles del viejo somier.

Hasta que estallé y cada latigazo de semen que enterré en su culo lo hice con un violento puñetazo de mi pelvis que la empotraba contra el cabecero.

…..

—Me has hecho daño.

¡Oh Dios!

Seguía sentado a los pies de la cama buscando un por qué; Carmen, mi niña, estaba tendida boca abajo, el pelo revuelto le ocultaba el rostro; llevé una mano a su glúteo y lo acaricié.

—Déjame que lo vea.

—No, quita —Me apartó; no le bastaron las palabras para hacerme saber que no quería compartir su intimidad como lo había hecho con Doménico.

Retiré la mano y con ella se apagó ese cálido sentimiento que pedía perdón y trazaba el camino de retorno. Regresó la amargura que me había dejado sentado a los pies de la cama sin ganas, sin motivos para hacer ni decir.

Me has hecho daño, dices. Tú también.

—No he oído que te hayas quejado.

Me ignoró y el silencio comenzó a enturbiarse: Desprecio, rencor, distancia. Debería luchar contra esa interpretación de lo que solo era silencio, si estuviera cuerdo debería hacerlo, si lo estuviera debería sentir dolor, rabia, pena; debería. En algún lugar de mi mente sabía que estaba bajo los efectos de la coca, que todo era una puta locura y que la rabia, el dolor, la pena y quien sabe qué otras consecuencias llegarían cuando todo pasase y aflorara el desastre.

A pesar de todo la visión de ese tremendo culo estaba logrando resucitar mi moribundo sexo, un poco más y podría follármela de nuevo.

Una idea terminó de cegarme; cogí su pantalón y recuperé el dinero del bolsillo, seis billetes de cinco mil. Me acerqué; apestaba a sexo.

—Toma, ¡eh!

La puta se giró un poco para poder mirarme, levanté el brazo y esparcí uno a uno los billetes sobre su cuerpo.

—Ahora sí que te lo has ganado.

Me miró sin comprender, luego recogió algunos billetes, pegó la mano al pecho y se dejó caer. Yo salí de la habitación, necesitaba una ducha.

Entré en el dormitorio secándome el pelo, me sorprendió encontrarla allí, doblando la camiseta desgarrada. Qué absurdo, pensé cuando vi que la guardaba entre su ropa; me miró sin decir nada y entró en el baño.

Salí a la calle, necesitaba aire puro, la claridad me hirió los ojos y volví a buscar las gafas de sol. Levanté la bicicleta con intención de guardarla y entonces…

La brisa en la cara me hizo sentir bien, siempre me ha gustado esa sensación cercana a la libertad que me da pedalear, ¿por qué no te compras una buena moto? me preguntan mis amigos cuando les cuento lo mucho que me gusta correr en bici; porque no me causa el mismo placer.

Pedaleé sin rumbo, dejándome llevar, aspirando aromas, escuchando sonidos, alejándome de las zonas urbanizadas.

Olvidando.

Recordando quienes fuimos.

Llegué al pueblo por la parte de atrás con la intención de tomar algo, no había comido nada en todo el día y recordé que llevaba la cartera vacía, no hubiera sido un problema allí donde todos me conocen pero me devolvió a la cruda realidad: tenía una deuda. Sin dar pedales la bicicleta me llevó hasta el cajero y después me dejé caer por el bar de la plaza aunque las sensaciones ya no eran las mismas.

No duré demasiado, tenía la sensación de que se me notaba, de que todo el mundo lo sabía;  Carmen, la tocaya de mi mujer me preguntó un par de veces si me encontraba bien; si, joder, estaba bien; ¿podría ser porque apenas le seguí la conversación?, seguro que fue eso pero me hizo sentir incómodo.

No, había algo más; crucé la mirada con una pareja que tomaba café en una mesa cercana y poco después volví a encontrármelos mirando y después otra vez. Me puse las gafas de sol. El alcalde pasó con su mujer y me saludaron con la mano; hubo un gesto que no me gustó, un cuchicheo, creo que ella se volvió a mirarme no estoy seguro.

Me levanté y al tratar de sortear la mesa tropecé con una de las sillas, el sonido metálico me saturó los oídos; otra vez la dichosa pareja centró su atención en mí. A medida que me acercaba a la bicicleta una duda me atrapó como una lapa: ¿Y si de camino sufría un accidente y acababa en el puesto de la Cruz Roja? Seguro que detectaban mi estado: pupilas dilatadas, taquicardia, nerviosismo, temblores… Si el accidente revestía cierta gravedad me trasladarían al hospital cercano y allí no habría duda, en los análisis lo detectarían.

¿Y si atropellaba a alguien? Habría un atestado, un juicio.

Me quedé agarrotado con las manos en el manillar tratando de reaccionar con cordura.

Solo entonces, cuando lo único que me planteaba eran catástrofes, se me ocurrió pensarlo: ¿Cómo había sido capaz de enviarla a casa en plena operación retorno para que trajera la coca?

…..

No me preguntó nada, había estado fuera cerca de una hora y no abrió la boca, solamente se acercó con el dinero en la mano.

—¿Qué estás haciendo?

—Toma, cógelo.

—Carmen, esto no funciona así.

—Cógelo,  la terapia ya terminó, no lo quiero —insistió agitando los billetes.

El latido en el cuello reapareció, estaba respirando muy rápido.

—Ya veo, el dinero te quema sin embargo la camiseta rota con la que ejerciste de prostituta te la guardas de recuerdo ¿me lo quieres explicar?

No fue capaz de responder, el color afloró a las mejillas, tampoco pudo sostenerme la mirada, la mano que sujetaba los billetes fue cayendo poco a poco.

—Anda, guárdate ese dinero, te lo ganaste bien ganado. —dije y aprovechando ese momento de debilidad saqué la cartera y conté el resto del precio que ella misma había fijado —. Y toma lo que te debo, no jodas a última hora la terapia.

—He dicho…

—Has dicho que vas a hacer hucha para cambiar de coche.

La había humillado, cogió el dinero y salió sin decir una palabra.

—En diez minutos seguimos.

No le iba a dar la oportunidad de tomar el control, se nos acababa el tiempo y todavía no habíamos acabado con Mahmud. Íbamos a revisitar su historia, la historia de una puta contada por una puta.