Diario de un Consentidor 106 - Es mi momento

Esta es una historia de deseos, emociones, placeres, dudas, decisiones y pensamientos, es la historia del camino que nos llevó a Carmen, mi mujer, y a mí a lanzarnos a vivir las fantasías inconfesables que sin saberlo compartíamos en silencio cada vez que hacíamos el amor

Capítulo 106

Es mi momento

—¿Sabes?

Ese momento dulce que precede al sueño, ese instante en el que la conciencia se va diluyendo en la bruma de una manera difusa, placentera hasta que desapareces quedó interrumpido por la voz de Carmen que susurraba una breve pregunta. No moví un músculo; estaba tan bien pegado a su cuerpo que interrumpí la inminente caída a la profundidad y mi boca musitó algo parecido a una respuesta.

—Estabas dormido, perdona.

—No, dime —giré el cuello para buscar en la oscuridad su rostro que me rozó la mejilla.

—Anda duerme —insistió con un dulce beso.

Deslicé el brazo hasta alcanzar su cadera, seguí la curva hacia atrás y le propiné un suave cachete.

—Si me dejas con la duda ya no me voy a poder dormir.

Me apretó con el brazo que rodeaba mi cintura, noté su sonrisa pegada a mi cuello.

—Estaba pensando…

Me giré hasta quedar boca arriba, inmediatamente ella se refugió en mi pecho, a medio camino de abalanzarse sobre mi; un muslo encima de los míos, su brazo sobre mi estómago. Una de nuestras posturas favoritas tan habitual que la ejecutamos sin pensar.

—No sé si todo esto nos va a pasar factura Mario.

—¿A qué te refieres?

—Pues que una cosa es verlo aquí, en terapia, de una manera aséptica, fría, casi impersonal. Pero quizá cuando estemos en casa, dentro de un mes, un año —Un corto suspiro me transmitió su desasosiego—. Algún día me mirarás y… no sé.

—¿Qué es lo que no sabes?

Sentí como se apretaba a mi cuerpo buscando cobijo; respondí a la llamada y la recogí entre mis brazos.

—Han sido tantas cosas, tantas. Un día puede que lo recuerdes y entonces..

Esperé, todavía tenía que mucho decir, no era el momento para interrumpirla.

—Puede que te preguntes ¿de dónde vendrá? ¿con quién habrá estado? ¿habrá vuelto a ver a…? Y es lógico, he hecho cosas para las que no hay justificación alguna.

—Yo también he hecho cosas Carmen, las tenemos que asumir, juntos.

—¿Tú, acostarte con Graciela, con Elvira?

—Elena, Sofía…

Sentí crecer un malestar, una especie de nausea que empezó a contaminarlo todo; mis sensaciones, mi cabeza. La sauna volvió ante mí. ¡Que injusto estaba siendo con ella!

—¿Sofía? —interrumpió mis pensamientos con aquella pregunta.

—La mujer con la que estaba en Sevilla la noche que llamaste, cuando el congreso ¿recuerdas?

—¡Ah si! Pensé que podría ser Graciela, luego supuse que era Elvira; a medida que hablábamos las fui descartando.

Había conseguido que por un momento dejara de mortificarse y que yo también dejara de hacerlo.

—Es la mujer de uno de los congresistas.

—Aquella conversación me hizo ver que había llegado el momento.

—Si, yo también lo pensé. Sabía que estabas con alguien y por primera vez…

—¿Qué?

—Pudimos hablar como amigos, sin echarnos los trastos a la cabeza.

—¡Cómo amigos!

—¿Somos amigos, no? Siempre lo hemos dicho, por encima de todo somos amigos.

—Es verdad. Te he de confesar una cosa. Cuando descarté a Graciela y luego también a Elvira dejé de ocultar a Tomás. Había salido del dormitorio para hablar, entonces regresé a la cama y continué la conversación contigo acostada a su lado.

Tomás. Ya tenía nombre el desconocido.

—Lo noté, tiene esa tos de fumador imposible de contener.

—¡Si! —dijo entre risas—, tú no habías hecho nada por ocultar que tenías compañía; el tono de la conversación era tan diferente a cualquiera de las que habíamos tenido últimamente que algo me decía que tenía que probar, probarnos.

—Me sentí bien. Pensé que podía recuperarte; ¿qué incoherencia, no? Mi mujer en la cama con otro hombre y yo en un hotel con una mujer y me siento feliz porque por primera vez veo un horizonte positivo para recuperarte.

—Al día siguiente comenzó todo cariño.

—Por eso no debes temer, creo que vamos por el buen camino.

No dijo nada más, yo tampoco. Carmen se quedó dormida en mis brazos y yo perdí el sueño.  Tengo tanto que contar y que debí haber hecho hace tanto tiempo.

…..

Me despierta el sonido de la ducha, apenas ha amanecido; necesito orinar. Separo un poco la cortina y el agua helada me salpica. Carmen tiene la ventana abierta de par en par y el aire se cuela con fuerza haciendo corriente con la puerta que he dejado abierta. Tiene la carne de gallina, los pezones duros como rocas. Me mira y sonríe.

—¿Qué haces tan temprano?

—¡Voy a salir a correr! —me grita intentando sofocar el ruido del agua.

Termina de enjuagarse mientras yo aguanto la incipiente erección mañanera que se ha descontrolado al verla bajo la ducha y no me permite hacer lo que venía a hacer. Desisto, me lavo en el bidé mientras se seca a mi lado no si antes empaparme la espalda.

—¡Cabrona!

—Te jodes, haberte despertado antes y te hubieras duchado conmigo, eso que te has perdido.

Comienza a arreglarse ante el espejo; esa crema corporal que se aplica va a hacer que mi verga nunca recupere su estado normal. La mira y sonríe con maldad.

—Ahora no. Anda, hazme un café.

Cuando aparece en la cocina ya está vestida con un conjunto que no conozco. Mallas a media pierna, zapatillas diseñadas para correr. La camiseta me impresiona; ajustada, le deja los hombros descubiertos mostrando los omóplatos.

—¿No hace frío para que salgas así?

—¿Después de la ducha que me he dado?

Se toma el café de dos tragos, me da un beso y sale por la puerta. La sigo desde la ventana. Tiene estilo corriendo, tiene estilo en todo lo que hace.

Entonces caigo en la cuenta de que no me ha propuesto que la acompañe. Es curioso, solemos salir juntos en bicicleta, sin embargo hoy…

Una sensación de vacío se instala en algún lugar de mi pecho. Inmediatamente reacciono.

Hago la cama, lavo los cacharros de la cocina. Vuelvo al cuarto de baño, ahora si que puedo orinar. La toalla que usó está sobre el borde de la bañera; la dejo en el bidet, luego la recogeré. Me desnudo y entro; dejo que corra el agua, más tarde ordenaré el baño, lo ha dejado todo un poco… Bueno, supongo que sabía que yo iba a usarlo y por eso…

¿Qué me pasa? Jamás soy tan susceptible con estos detalles.

Me enjabono, el agua tibia me reconforta. El aire frío de la mañana que entra por la ventana me hace sentir vivo. Le doy un toque al grifo para reducir temperatura. Me enjuago, miro por la ventana; al otro lado dos hombres caminan a buen ritmo. Pienso en Carmen duchándose hace un momento ¿Y si alguien pasó, y si alguien miró?

—Estás enfermo —Me regaño sonriendo.

Puede. Cierro el grifo del agua caliente y dejo que el chorro helado castigue mi espalda. Resoplo, giro; el agua sobre mi pecho me activa.

Salgo sin rumbo, camino y  acabo saliendo de la zona urbanizada. Monte, aroma puro, sonidos de la naturaleza.

Cornudo, no se me quita de la cabeza. ¿a dónde nos conduce esa vía de diálogo que eligió Carmen? Y luego, tras la conmoción que me provocó anoche no he tenido tiempo de pensar. Puede que me lleve ventaja, quizá ha madurado estas ideas durante todo el tiempo que lleva fuera.

Cornudo. Si, lo soy y como ayer reconocí no es algo que me haga sentir mal. Yo elegí entregarla a otros hombres y me excita verla follando. No solo eso, me excita saber que ha estado con otros aunque yo no lo haya visto.

¿Me considero un enfermo, un vicioso, un desviado por sentir lo que siento? Según todos los criterios que manejo debería hacerlo. Sin embargo, por mucho que lo he intentado cada vez que hago un esfuerzo por culpabilizarme no consigo más que aproximarme al modelo judeo cristiano con el que jamás  he tenido ningún punto de acuerdo. No, no soy un enfermo.

Quizá deberíamos dejar de hablar de cornudos y putas y utilizar términos más asépticos. Matrimonio abierto, cosas así.

Es absurdo. Tanto a Carmen como a mí nos produce un tremendo morbo, ¿por qué ceder a los convencionalismos? Soy un cornudo ¿y qué? A ella cualquier persona la tacharía de puta, si. Lo que tengo que hacer es asumirlo con naturalidad.

La cuestión está en entender en qué sentido lo somos. Tenemos tanto que hablar; falta mucha semana por delante. ¿Qué quiere decir Carmen cuando me define como cornudo? ¿qué pretende de mi? ¿Busca acostarse libremente con cualquiera? No, es absurdo, no es lo que desea. ¿Entonces?

Sé que piensa volver a ver a Doménico, me lo dijo el mismo día que se fue de casa. Eso implica que lo he de aceptar; en un futuro vendrá a casa, dormirá con ella en nuestra cama y yo…

Imagino que tendré que ceder mi puesto, mi posición.

¿Eso es ser cornudo?

No lo sé, porque cuando Graciela ocupe nuestra alcoba ¿en qué lugar queda Carmen, en qué se convierte?

Y en cuanto a ella, cuando la llamo puta, en ningún caso estoy diciendo…

Todavía no sé qué cosas sucedieron después de aquella fiesta, me falta mucho por saber.

Tenemos que seguir hablando, estamos a Jueves, queda mucha semana por delante.

«Es la parte difícil y no hemos hecho más que empezar, pero de aquí vamos a salir limpios, te lo prometo»

Si, lo sé, vamos a salir limpios. Y transformados, lo presiento.

Mis derroteros me llevan por el camino viejo hasta la parte posterior del pueblo. Callejeo y me tomo un café en el bar de Julián.  Veinte minutos después me dirijo a la plaza y al llegar la veo en una mesa de la plaza charlando con alguien a quien no conozco; reduzco el paso, apenas he cruzado el arco de entrada. Lleva una indumentaria similar a la suya lo que me lleva a pensar que lo ha debido conocer por el camino. Desde esta distancia solo puedo trazar un perfil vago; está ligeramente vuelto de espaldas por lo que no tengo muchos datos. Cabello rizado, revuelto posiblemente por el ejercicio; espalda ancha.  Mantiene un pie sobre la silla que tiene al lado y Carmen copia la postura sobre la misma silla. Charlan animadamente, Carmen sonríe con ese gesto suyo tan característico que denota cercanía. Se la ve bien, relajada, incluso diría que está cómoda en su compañía. Algo le dice que echa la cabeza hacia atrás y suelta una risa franca, abierta. Sin darse cuenta está desplegando todo su atractivo. Se despeja el pelo del rostro, atiende a la conversación que le da su compañero usando la magia de esos ojos negros que tienen tanto poder. Si, seguro que ese chico está cayendo en sus redes.

Avanzo, me ve, hace un gesto alegre con la mano, su compañero se vuelve y detecto un microgesto de fastidio. A medida que me acerco lo distingo mejor. Si, es atractivo; unos treinta, puede que menos. Me acerco, frases tópicas, nos besamos.

—Jorge —me lo presenta—; hemos coincidido corriendo y compartimos el resto del camino. Mario; es mi pareja.

Pareja; es la primera vez que no me presenta como su marido. Evito mostrar sorpresa. Le ofrezco la mano, apretón intenso.

—Qué tal.

Hay una silla al lado de Carmen pero elijo la que usaban como reposapiés; estableciendo la equidistancia. Carmen vuelve a buscar el apoyo para su pie esta vez sobre mi muslo y yo demoro un instante el momento de llevar mi mano hasta su pierna.

Charlamos de cosas intrascendentes. Se nota que mi presencia ha roto el buen clima que tenían. Carmen sigue encantadora pero Jorge parece un niño al que le han quitado su juguete.

—¿Vienes mucho por aquí? —le interrogo para hacer piña con mi mujer.

—No, es la primera vez. Alguna vez había pasado pero ha coincidido que los padres de una amiga tienen un chalet y me ha invitado a pasar estos días.

Una amiga, bien.

—Puede que los conozca, tengo casa aquí de toda la vida —Marcando territorio. ¿Qué coño estoy haciendo?

Carmen contesta una llamada, su hermana. Un silencio incómodo se cruza entre ambos y lo fuerzo un rato hasta que suavizo la tensión con algún comentario banal.

Cuando Carmen cuelga Jorge aprovecha para despedirse.

—¿Nos vemos mañana? —Le dice sin apartarse tras darle dos besos.

—No te lo aseguro pero si salgo será a la misma hora —responde apretándole el brazo, un gesto cariñoso sin más valor. Jorge me lanza una fugaz mirada como si tuviese algún sentido ilícito.

Lo vemos alejarse.

—Bonito culo —exclamo con un tono burlón.

—Y que lo digas, además corre muy bien.

Me recuesto en la silla vuelto hacia ella, la miró inquisitivamente.

—¿Y eso de “es mi pareja”?

Sonríe, va a entrar al trapo lo sé. Levanta la mano llamando al camarero.

—Anda, déjame tu chaqueta, tengo frío —Y antes de que pueda hablar, añade imitándome —. Te lo dije.

Una vez arropada, prosigue.

—¿Acaso no eres mi pareja? ¿Qué prefieres, que vaya enseñando el libro de familia cada vez que te presente? Este es Mario, mi dueño y señor.

—Me gusta, suena bien.

Su mirada se torna burlona.

—Mira Jorge, este es Mario, mi marido cornudo. Habla con él si te apetece follarme, te dará cita.

No hemos sentido llegar al camarero que está a solo unos pasos detrás de nosotros, carraspea. Reacciono. Suelto una carcajada.

—¿Eso dijo, de veras? ¡No me lo puedo creer!

Seguí riendo aunque no puedo saber desde cuando estaba escuchando ni si mi entrada ha sonado creíble. Me importa una mierda. Carmen, con un temple de acero, pide otro café y yo hago un gesto con la mano sumándome sin mirarle.

—¡Joder Carmen, cómo se te ocurre!

—Olvídate, lo importante es aparentar normalidad. Tu salida ha sido genial.

—Volviendo al asunto “pareja” —dije tras librarnos definitivamente del camarero—, ¿a qué ha venido? No es que me parezca mal pero me ha sorprendido. Es la primera vez que lo haces.

—¿Hacer qué?

—De sobra lo sabes. Usar el término pareja en lugar de marido.

—Si, es cierto. Son cosas que he estado pensando. “Mi marido, mi mujer”, piénsalo. Ahora escucha: “mi pareja”.

—Si, completamente diferente.

—¿Lo ves?

—Puede que al principio me cueste usarlo más allá de una conversación entre amigos pero es mucho más igualitario.

—¡Eso es! —exclamó sorprendida.

—Lo más probable es que si te presento, por ejemplo en un entorno académico como mi pareja den por hecho que no estamos casados; pensarán que eres mi novia, que lo nuestro no es nada formal.

—Ya, ese es el problema de esta sociedad patriarcal. Pero el lenguaje y las normas se cambian caminando.

Miré a todos lados antes de continuar.

—Como el hecho de que me llames cornudo y yo lo acepte sin sentirme humillado ni dolido.

—Como yo no me siento humillada ni dolida cuando me llamas puta, porque sé que me lo dices más allá de un simple juego erótico. ¿O no es así?

Acentuó la pregunta de un modo que me inquietó. Por un instante me quedé sin aire en los pulmones. ¿Qué me estaba reclamando?

Carmen me cogió la mano, se acercó a mí y me miró con esa intensidad que me abruma.

—Estamos recorriendo un camino que nos desvela nuestra nueva identidad. Tú eres un cornudo, lo has asumido, sabes que no se trata tan sólo de un juego que jugamos en la cama y que una vez satisfechos desaparece, no. Forma parte de tu personalidad.

—¡Joder Carmen!

—¿Joder, qué? —me retó sin apartar sus ojos de mí.

No supe qué decir; quizá ese había sido mi ultimo acto de rebelión ante una evidencia que me seguía siendo difícil aceptar.

Esperó unos segundos por si acaso mantenía la insurrección y cuando estuvo segura de mi claudicación prosiguió.

—Lo que te estoy pidiendo, y sé que te exijo mucho, es que igual que has asumido tu condición de cornudo como parte de tu persona comiences a reflexionar sobre lo que pretendes cuando me llamas puta.

—No sé a dónde quieres llegar —respondí tenso, demasiado tenso—. Creo que nos falta mucho por analizar todavía. Es pronto para lo que me estás pidiendo, sea lo que sea.

Carmen se mantuvo callada sin dejar de mirarme. Por fin aflojó la presión que sus manos ejercían sobre las mías y bajó los ojos.

—Puede que tengas razón, quizá voy demasiado rápido.

—Me temo que sí. En serio Carmen, no acabo de entender lo que quieres.

—Nada raro, no te inquietes —respondió tratando de tranquilizarme—, solo pretendo que te plantees esto. Hemos avanzado mucho en poco tiempo, nos miramos y nos vemos de otra manera; tú cornudo, yo puta. ¿Lo has asimilado? Todavía queda mucho por hablar Mario, tan solo es un punto de arranque. Ahora dime ¿por qué crees que estamos dando estos pasos? Lo que queda por tratar lo deberían hacer estas nuevas personas que surgieron anoche. ¿Estamos preparados?

No consigo seguirla y lo nota. Abandona; poco a poco sus ojos se pierden en el paisaje, en los restos de la vieja ermita que se distinguen al fondo.

Necesitaba esa pausa, cogidos de la mano, dejando que pasara el tiempo en silencio, sin pensar más allá de lo que sucedía a nuestro alrededor.

—¿Nos vamos? —Dijo poco después levantándose.

Paseamos por el pueblo sin prisa, habíamos decidido tomarnos la mañana con tranquilidad. Durante ese tiempo olvidamos la terapia y fuimos solamente una pareja.

Ahora, de vuelta, me dispongo a trastocar sus planes.

Es mi momento, no puedo seguir callando. Carmen está abriendo su alma, descubriendo ante mí sin ningún pudor hasta el más mínimo detalle de lo que ha sido su vida desde que nos separamos, es más: me está contando sus pensamientos mientras compartíamos cama y sexo con Doménico, con Carlos y, más allá: lo que vivió en soledad mientras se sentía abandonada a su suerte cuando Roberto la asediaba y yo no la supe apoyar.

Es lo que toca, un ejercicio terapéutico profundo, arriesgado y potente, muy potente que nos va a llevar a esa nueva etapa que buscamos. Por eso tengo que dar el paso, ser tan valiente como lo está siendo ella y hablar, confesar y contarle lo que he estado callando durante tanto tiempo.

—¿Qué haces?

Me sorprende cavilando en la cocina con dos tónicas sobre la mesa y el abridor congelado en la mano. Doy un respingo, se pega a mi espalda y rodea mi cintura apretándome. Me siento seguro.

—Te he asustado, ¿en qué pensabas?

—Estaba… poniendo en orden todo lo que quiero contarte ahora.

Me giré, ella no deshizo el lazo que nos unía, solo aflojó un poco. Mis brazos la abarcaron instintivamente.

—Ahora me toca a mí, quiero contarte…

Titubeé, no pude aguantar su mirada; creo que intuyó algo porque me salvó de ese momento de incertidumbre.

—Vale, dame un minuto. Voy al baño y empezamos.

Lleve las tónicas al salón y esperé como el reo espera ser llamado al estrado.

Entonces las decisiones no tomadas se hicieron insoportables, ¿por qué no le conté mi paso por la sauna? Sé de sobra que muchas veces las mentiras se crean simplemente por dejar pasar el momento. He escuchado tantas veces en consulta cómo no hubo intención de mentir pero no se encontró la ocasión.

Si, las mentiras se cuecen a tiempo lento; por dejar que la indecisión acumule horas, días, semanas y así cada vez es más difícil contar lo sucedido y justificar por qué no se habló cuando debía. De ese modo la mentira es a veces más grave que el hecho en sí. «Podría perdonarle que me hiciera eso, pero no que me haya mentido» Esa es otra de las sentencias que he escuchado tantas veces y que suele ser letal para la pareja.

Y ahora me encontraba en esa situación. Enfrentado a la mentira que había alimentado dejando pasar el tiempo.

Cuando Carmen entró en el salón noté algo. La conozco bien y ella a mí. Su mirada de psicóloga estaba en marcha. Mi frase y mi forma de pronunciarla antes de su salida de la cocina le habían dado pistas de que esta no iba a ser una conversación banal. Se sentó a mi derecha y tomó el vaso que le había servido.

Tenía que recuperar el control. Respiré profundamente, comencé.

—Quiero contarte algunos hechos que sucedieron el día que conocí a Graciela. Antes debo poner un poco de contexto. ¿Recuerdas la conversación con Sara?

—Claro.

—Sara es muy perspicaz, creo que se dio perfecta cuenta del punto en el que estábamos.

Carmen asintió con un gesto.

—Yo estaba en ese momento parecido a la euforia de la ebriedad y fanfarroneaba demasiado, mezclando conceptos de mi teoría de la bisexualidad evolutiva con lo que estábamos haciendo; creo que di una imagen patética.

—No tanto pero sí, era un poco infantil.

—Fue entonces cuando Sara me lanzó un reto que me descolocó, dijo algo así como que yo no sería capaz de poner en práctica lo que teorizaba y tú te sentiste aludida, tanto que le diste pistas de por donde estábamos moviéndonos.

—Si, lo recuerdo.

—Aquello me dio mucho en qué pensar. Y ahora vuelvo al día en que conocí a Graciela.

Bebí, necesitaba una pausa para enfocar el tema.

—Aquella tarde, cuando salí del Colegio decidí caminar hasta el gabinete. Hacía buena tarde y disponía de tiempo. Callejeé por Amaniel y en una bocacalle…

Me detuve en seco, mis ojos se clavaron en su mirada expectante. No, ya no podía detenerme.

—Vi una sauna.

El tiempo puede ser flexible, elástico. ¿Cuánto tiempo pasó hasta que Carmen elevó las cejas instándome a proseguir, preguntando, buscando un significado a esas tres palabras que yo había pronunciado sin darle continuidad?

—Una sauna gay, en una pequeña plaza… es igual. Entré, no me preguntes por qué lo hice. No lo pensé ni por supuesto se me había ocurrido antes aunque había pasado por ahí mil veces.

No sé lo que vi en el rostro de Carmen. Incredulidad, sorpresa, pasmo. No quise esperar más y continué.

—Llevaba varios días dándole vueltas a todo lo que habíamos hablado con Sara, no se me iba de la cabeza; de alguna manera habíais revuelto todas mis ideas. Todo lo que tenía bien ordenado de pronto había saltado por los aires como si hubiera habido un seísmo. Y allí, de pronto se me presentó la ocasión de comprobar si todo lo que pensaba, si mi teoría era tan consistente como yo creía. Tú me habías dicho que no creías que fuera capaz de poner en práctica mis ideas; Sara decía que los hombres no estamos dispuestos a recorrer el camino que os pedimos a vosotras.

Me estaba justificando, no tenía sentido y el efecto que estaba causando cada vez era peor.

—No sé Carmen, no sé lo que fue, el caso es que cuando quise darme cuenta estaba dentro, pagando, recogiendo unas toallas y la llave de una taquilla. Decidí que me lo iba a plantear como un trabajo de campo. Tomaría datos de mi comportamiento y de los sujetos, estaría un rato y luego me iría.

Esperé algún comentario pero se quedó callada sin darme ninguna pista de su estado de ánimo. Era yo el que denotaba un claro nerviosismo.

—¿Estuviste en una sauna gay? —Exclamó como si no se lo acabase de creer.

—Si Carmen, me lo planteé como un trabajo de campo, como un experimento, solo…

Carmen comenzó a afirmar nerviosamente con la cabeza. Yo estaba repitiendo mis argumentos y lo que quería es que continuase. Me detuve, no tenía sentido que siguiese con aquella burda justificación.

—No sé por donde continuar.

—Desde el principio Mario, desde el principio.

¿Enfadada? No, su semblante mostraba una profunda preocupación que me arrolló en ese mismo momento y me hizo dudar de la decisión que había tomado.

Pero ya era tarde, tenía que afrontar las consecuencias de mi tardía confesión.

Y le hablé de mis nervios, del penetrante olor a producto de limpieza barato. Del alivio que sentí cuando en los vestuarios me encontré solo. Carmen fue transitando desde la preocupación hacia la sorpresa. Me miraba como si no pudiera dar crédito a lo que le estaba contando.

Dejé de temer. La suerte estaba echada y decidí confesarme a ella. Sería yo, yo mismo, desnudaría mis debilidades, no le ocultaría nada, esta vez no.

—El calor húmedo, sofocante pronto me hizo comenzar a sudar o quizás es que esa humedad se me pegaba a la piel. Cuando salí del vestuario llevaba solo una toalla a la cintura y las llaves de la taquilla en una correa de cuero sujeta a la muñeca. Todo era muy vulgar, como sacado de un escenario de Pasolini. Caminé por un pasillo y llegué a una puerta abierta que daba a una sala donde se escuchaba el sonido del vapor a presión y el ruido de chorros de agua. De ahí salían y entraban otros hombres, no muchos. Hombres de todas las edades aunque abundaban los que rondaban la cincuentena, cuerpos descuidados en la mayoría de los casos que enseguida se fijaron en mí.

Carmen me escuchaba en silencio, su mirada ya no era la misma, se había serenado o a mí me lo parecía; quizá el tono de confidencia en el que había entrado le hacía sintonizar conmigo.

—Esas miradas, no sé Carmen, jamás me he visto observado de esa manera. Me sentí extraño. Evité el contacto visual, me sentía violento. Entré; había dos zonas de duchas a la izquierda, como las del gimnasio, parecido pero en peor estado. Dentro de una de ellas cuatro o cinco hombres se duchaban y en la entrada había otros mirando sin disimulo. Seguí avanzando y en la otra sucedía algo parecido. Uno de los que miraban desde la puerta se volvió y se quedó mirándome. Esa mirada, Carmen, esa mirada de deseo… no sé, no estaba preparado para algo así.

»Abrí la puerta de la sala de vapor y entré en ella, no veía nada, el denso vapor y la pálida iluminación impedían distinguir a dos pasos, solo el murmullo de la turbina del vapor y el goteo constante en alguna esquina rompían el silencio de la sala. El ambiente me gustó por la tranquilidad. Me movía despacio para no tropezar con alguien, me di cuenta de que en realidad trataba de evitar el contacto físico con otro cuerpo desnudo. Poco a poco mis ojos comenzaron a adaptarse y empecé a distinguir volúmenes y sombras. Anduve hacia el fondo y descubrí una pared embaldosada con un ancho escalón formando un asiento que recorría todo el perímetro de la amplia sala. Parecía que estaba solo pero eso aún no lo podía saber porque mi campo de visión no alcanzaba a ver las paredes laterales desde donde estaba situado.

»El vapor caliente empezó a hacer su efecto y comencé a sudar, me senté y durante un instante reflexioné sobre lo que estaba haciendo, por primera vez desde que entré en aquel local me permití relajarme, sentí como mis músculos perdían tensión, mi cuello aflojó y mi mandíbula dejó de presionar. Eché la cabeza hacia atrás hasta apoyar el cráneo contra la pared.

»El sudor caía a chorros por mi cara, lo notaba descender formando pequeños riachuelos por mis pectorales hacia el vientre empapando la cinturilla de la toalla. Aflojé el pico que se hundía en la tela a la altura de mi costado y dejé que ambos extremos de la toalla reposaran en mis muslos.

»Cerré los ojos, me sentía bien, por un momento olvidé donde estaba y pensé simplemente en disfrutar del baño de vapor, luego tomaría una ducha de agua bien fría, me vestiría y daría por finalizada la experiencia.

»Un ligero tintineo me sacó de mis pensamientos, fue como un chocar de llaves a mi derecha, provenía sin duda de la bancada de la pared pero no podía ver nada. Inmediatamente lo identifiqué como producido por las dos llaves que pendían de la correa y deduje que debía ser una especie de reclamo en aquel ambiente, una llamada de cortejo quizás. Por si acaso sujeté mis dos llaves entre la correa y la muñeca para evitar que hicieran ruido y ajusté la toalla.

»La puerta se abrió con un ruido seco rompiendo el silencio con demasiada brusquedad, pronto una sombra comenzó a tomar cuerpo, caminó lentamente por la sala recorriendo el perímetro, inspeccionando sin duda a quienes estábamos allí. Todo en aquel lugar me parecía demasiado  explícito, nadie guardaba unas mínimas formas, era como si en las taquillas además de despojarse de la ropa aquella gente se liberase también de  todas las trabas sociales que nos atan en nuestra vida diaria.

»Finalmente tras aquel paseo exploratorio la sombra se sentó cerca de mí. Estaba claro que me había elegido y de nuevo el antropólogo vocacional anotó el amago de absurda vanidad que creí encontrar en el fondo de ese pensamiento.

Por primera vez, Carmen relajó el gesto y sonrió. Eso me dio ánimos para continuar.

—La tensión vigilante se había vuelto a instalar en mis músculos, por el rabillo del ojo noté como me miraba de arriba abajo. Dejarme inspeccionar  de aquella manera era algo para lo que no estaba preparado, no sabía como actuar en esa circunstancia y seguí examinando mis reacciones.

»¿Qué sentí? Además de la tensión y la indecisión, inseguridad. No tener mi papel claro nunca me ha gustado; en todo momento necesito saber mi rumbo, tener las decisiones tomadas y saber a donde me dirijo, jamás dejo en manos de otros los planes, las metas y si puedo, participo en aquellas que no dependen del todo de mi. Ahora no era así. Por supuesto podía salir de allí cuando quisiera, nada me retenía en aquella sauna salvo mi voluntad de experimentar por mi mismo un tránsito tan importante como el que te estaba pidiendo.

»Tensión… indecisión… inseguridad… había algo más que no alcanzaba a identificar. No disponer de una respuesta alternativa a la que en otras circunstancias hubiera tomado me dejaba de alguna manera indefenso.

»¡Qué absurdo! pensé,  ¿indefenso? es lo más grotesco que se me podía pasar por la cabeza, sin embargo no encontré mejor palabra que explicase lo que sentía cada vez que su mirada recorría mi cuerpo y yo fingía no darme cuenta.

—Ahora lo entiendes —exclamó Carmen.

Si, en aquel momento comprendí en carne propia el papel que la mujer debe asumir desde que nace, la educación que recibe para callar y aceptar tanta agresión entendida como cortejo.

—Intenté relajarme, yo no buscaba nada allí, solo relajarme; un baño de vapor, quizás una sauna, nada más, no estaba enviando ninguna señal a ese hombre, no tenía por qué preocuparme.

»Pero seguía mirándome, ¿por qué si yo no respondía a sus miradas?

»Me levanté y sacudí mis brazos para liberarme del sudor,  caminé unos pasos y me  limpié la frente, me retiré el cabello con ambas manos hacia atrás y aproveché para estirarme desentumeciendo los músculos.

»Alcancé la pared opuesta y al volverme descubrí que se había levantado también y seguía mi recorrido a pocos pasos sin dejar de mirarme. Tenía mi estatura y complexión aproximada aunque le sobraban unos cuantos kilos que se acumulaban en su vientre; su pelo escaseaba en la frente y abundaba en pecho y hombros.

»Una mirada fugaz me bastó para entender que se había dado cuenta de mi breve inspección. Evité sus ojos y seguí paseando por la sala haciendo algunos ejercicios de estiramiento, pero él me buscaba, provocaba situarse frente a mí. Intenté encontrar una conducta adecuada para aquella situación porque ya no podía seguir fingiendo que no me daba cuenta de su acoso. En el gimnasio o en cualquier otro lugar hubiera sabido como reaccionar pero allí…

»Allí era diferente, ¿qué iba a hacer, enfrentarme a él? Podía hacerlo, realmente yo no estaba buscando lo mismo que él. También podía cortar la situación de otra manera menos violenta: “mira, déjalo, no quiero compañía”, supongo que hubiera bastado.

»Y ahí le tenía otra vez frente a mi, con esa sonrisa de ligón en la cara. De nuevo desvié los ojos y caminé despacio hacia mi derecha mientras recogía mi cabello hacia atrás con las dos manos pensando, ¿por qué continua acechándome si no estoy respondiendo a sus miradas?

»¿O acaso si lo estaba haciendo?

»Un escalofrío recorrió mi espalda. ¡Claro que estaba respondiendo! De repente comprendí que mi conducta era una respuesta clara y directa para el macho en cortejo, mi conducta era la de la hembra receptiva, la hembra que en primera instancia rehúye, evita el contacto visual y camina para hacer que el macho la siga enseñándole la grupa.

»En mi intento de pasar desapercibido había cometido un error. Ahora mi lugar en aquel micromundo estaba claro: para los que habían seguido atentamente el asedio yo había optado por el rol de hembra.

»Y es que había más observadores porque durante el tiempo que duró el lance la puerta no cesó de abrirse, habían entrado y salido varias personas más y no estuvimos tan solos como al principio; el espectáculo había tenido público.

»Debía irme de allí ahora mismo, aquello se había terminado ya, «por hoy tengo suficientes datos para mi estudio», me dije intentando engañarme a mi mismo.

»Pero no me moví,  «cinco minutos más, solo cinco minutos y me voy», pensé mientras me recogía el empapado cabello con ambas manos.

»¿Qué me detenía? La tensión que recorría mi cuerpo como una corriente parecida a un ligero temblor, la respiración entrecortada que ahora surgía por la boca ligeramente abierta, el balanceo de mi sexo al andar que me producía un plus de excitación y lo mantenía en semierección. Todo ello junto a la sensación nunca experimentada de estar viviendo un cortejo desde el papel de “ella” me hacía pedir más tiempo.

»Esa pausa que hice debió durar menos de quince segundos, suficiente para darle alas.

«Hace calor aquí, ¿verdad?» Se acercó tanto que casi pude sentir su aliento en mi cara.

»Intente evitar el sobresalto que me produjo, di un paso atrás y bajé mis brazos que aún estaban sobre mi cabeza. Continuaba demasiado cerca.

«Si, mucho calor» respondí torpemente.

»De cerca observé que no estaba recién afeitado y tenía ojeras muy pronunciadas; continuaba sonriendo. Volví a desviar la mirada y me sentí débil, me asombró reconocer que estaba asustado, entonces me dirigí hacia la puerta intentando no acelerar el paso y salí. Tenía enfrente las duchas, dejé la toalla en las perchas de la pared y me fui a la más interior de todas, abrí el grifo del agua fría y dejé que el contraste de temperatura recorriera todo mi cuerpo desde mi cara.

»Abrí los ojos y busqué el dispensador de jabón, entonces vi el grupo de mirones en la puerta. Sesentones de pelo blanco cuyo mayor placer era pasar el día en aquella sauna mirando cuerpos mejores que el suyo. Decidí ignorarles y me enjaboné procurando no darles espectáculo pero tampoco esconderme. Como es habitual en mi, el agua helada había producido en mi pene una reacción inmediata y ya estaba alcanzando una considerable erección. Me sequé como pude con la pequeña toalla y me la volví a poner en la cintura ocultando a duras penas el grueso miembro. No había ni rastro de mi perseguidor y me sentí aliviado, por fin podría volver a pasear con tranquilidad.

»¿Pero donde? Volví a la zona central y vi unos sillones de mimbre a mi izquierda. Acababa de salir de la ducha y necesitaba calor por lo que deseché la idea de sentarme allí. Me acerqué a la puerta de la sauna y aproveché que alguien salía para echar un vistazo. El recinto, mucho más estrecho que la sala de vapor, se hallaba dividido en dos espacios; el más interior no tenía puerta y estaba totalmente a oscuras. En el primero unas dobles bancadas de madera a dos niveles estaban prácticamente ocupadas. En una esquina un depósito con piedras artificiales expandía un tibio calor muy por debajo de los mínimos de una buena sauna.

»Enseguida me sentí observado, todos los ojos se habían vuelto cuando entré pero ahora la sensación se había agudizado. Frente a mi, a la derecha de la entrada al cuarto oscuro me encontré con la sonrisa de mi perseguidor. De nuevo desvié la mirada, di una breve vistazo buscando un lugar donde situarme y me senté en una esquina al lado del acceso a la zona oscura al lado de un hombre delgado que charlaba en voz baja con un jovencito magrebí al que cogía de la mano.

»Ignoré a la pareja que me servía de parapeto y me fijé en el continuo entrar y salir  de la sala oscura. En su interior el silencio se rompía a veces por el tintineo de las llaves. Vi entrar a un hombre muy mayor, casi un anciano que seguramente se refugiaría en la absoluta oscuridad para conseguir en el anonimato de la ceguera la gratificación que a la luz no obtendría de ningún modo.

»Sentí lástima por aquellos hombres que luchaban por encontrar unas migajas de placer en aquel vertedero del sexo. Siempre es lo mismo, en los arrabales de las ciudades los más necesitados se arremolinan para recoger de entre los desperdicios de la sociedad de consumo lo que ésta ya no les permite alcanzar.

»Y a mi me miraban porque era un elemento disonante en aquella favela, un mercedes en un desguace, un pura sangre entre jamelgos famélicos y viejos percherones. Me levanté y caminé hacia la puerta cuando vi a mi pretendiente salirme al encuentro.

«¿Vas a ducharte?» Su voz quería sonar sugerente, le miré un instante pero fui incapaz de mantener la mirada, me avergonzaba que los demás nos vieran juntos, que se dieran cuenta de que él pretendía ser el macho.

»No sé si de mi garganta llegó a salir sonido alguno, sé que balbuceé algo y salí huyendo, más de mi propia respuesta que de él.

»Entré en las duchas que en ese momento estaban bastante concurridas y como temía me siguió, no quise mirar y comencé a ducharme con el agua helada; entonces le escuché.

«No sé cómo puedes ducharte con el agua fría, yo me moriría»

»Su voz se había vuelto atiplada, me volví a mi izquierda y le vi pegando saltitos intentando huir del chorro mientras con las manos calculaba la temperatura que corregía con ambos grifos. Me estaba agobiando tanto mi propia incapacidad para reaccionar como su insistente acoso. Sin que pudiera evitarlo mis ojos se dirigieron a su polla que colgaba lánguida sobre sus testículos y cuando levanté la vista supe que me había pillado, su sonrisa triunfante me encendió contra mí mismo. Estaba perdiendo el control de la situación de una manera absurda, ¿Pero qué coño estaba haciendo allí?

»Mi yo más masculino reaccionó sobre el indeciso desconocido que había estado desvariando hasta entonces. Me aclaré el jabón del cuerpo y salí decidido a abandonar aquel lugar. Algo en mi mirada le hizo interrumpir la frase que había iniciado para detenerme.

»Estaba furioso. La única toalla seca que guardaba en la taquilla era todavía más pequeña que la empapada que pendía de la puerta, con ella comencé a secarme y me resigné a la idea de que tendría que ponerme la ropa sobre el cuerpo húmedo.

»Me reproché con dureza todos y cada uno de los actos que había realizado desde mi llegada a la sauna. No tenía que haber consentido que me mirase de ese modo, no debía haber permitido que me dijese tal o cual cosa, tenía que haber reaccionado antes… Todo fue pasado por el consejo de guerra que me monté en mi cabeza mientras intentaba obsesivamente secar sin éxito mi piel como sin con ello pudiera borrar mi paso por aquel lugar.

»A pesar de ello, cada vez que fugazmente recordaba los ojos de los mirones clavados en mi  cuerpo desnudo bajo el agua una ráfaga de placer me atravesaba erizando mi piel, provocando pequeñas pulsaciones en mi pene que reaccionaba ganando volumen y sensibilidad sin que yo pudiera evitarlo, por mucho que negase esas imágenes, por mucho que las alejara violentamente de mi cabeza.

»Cada vez que recordaba a ese hombre acosándome como si fuera una mujer…

Intenté censurar los recuerdos. Pero no, no debía ocultar lo que aquel día pensé.

—Como si fuera una hembra…

»Tú aparecías en mi mente. Te veía en la playa el verano pasado tomando el sol en top less, recordé como te miraban cuando te sentabas en la toalla con las piernas cruzadas, la espalda recta y te recogías el pelo en una cola de caballo desafiando al mundo con tus  preciosos pechos. Te miraban con el deseo brotando en los ojos a pesar de que intentaban disimular ante mi presencia y vi la similitud en las miradas que había recibido yo en las duchas, en la sauna… Me preguntaba si te sentirías tú como yo me había sentido.

»No, al contrario que tú yo estaba confuso, desconcertado; jamás me había ocurrido algo así, mi papel nunca había sido el de presa sino el de cazador, no sabía como actuar cuando yo era el trofeo, cuando yo no lideraba el cortejo, cuando estaba viviendo un papel pasivo y dejando que otro tomase la iniciativa. Tú sin embargo sabes como comportarte ante ese tipo de miradas, las ignoras pero te halagan. Sabes que las produces pero no las provocas.

Observé como Carmen negaba con la cabeza y tomaba unas rápidas notas.

—A partir de ahí…

No pude continuar. Cómo contarle a Carmen lo que ocurrió, ese momento en el que la tensión sexual que había acumulado explotó. Me sentí vapuleado por una incoherencia tal que no supe resolver. Entonces comenzaron a surgir en mi mente escenas indecentes en las que yo era el objeto de deseo para un hombre, el único al que conocía en esa actitud dominante y que aún debía seguir sorprendido por mi repentina huida. En mi delirio lograba comportarme como Carmen, me aceptaba, dejaba que me mirasen sin sentirme cohibido. Si, conocía esa conducta, la había visto a ella controlando ese momento en el que es consciente de que la observan; tantas veces la he visto en la playa con sus pechos desnudos sin perder el aplomo. No como yo.

Pero a partir de ese instante me dejé llevar, supongo que fue el morbo acumulado; Y mi cabeza empezó a verter escenas sórdidas que se mezclaban con fantasías y deseos inconfesables en las que ella aparecía haciendo el amor con varios hombres, con Sara… escenas en las que mis más oscuras fantasías se cebaron en mi mujer; atada a una cama, con los ojos vendados creyendo que soy yo quien acaricia su cuerpo desnudo cuando en realidad ya le había cedido con sigilo mi sitio a… no sé, ¿a quién, a Carlos? No, Carlos por entonces no era ya ninguna novedad; pensaba en alguno de nuestros amigos ¡Oh Dios! Pensaba en desconocidos, quizás el monitor del gimnasio. Le imaginé follándola atada, con los ojos vendados, preguntando ¿quién es, quién es?

Callé, no podía confesarle la aberración que mi mente construyó aquella tarde cuando perdí la cordura. Decidí omitirlo y continuar.

—Entonces  comprendí que lo que me ataba a aquel lugar era la experiencia nueva, única de sentir por primera vez en mi propia carne, en mis sensaciones, en mi sexo, lo que era ser deseado, sentirse halagado por ser admirado, por ser el elegido entre los demás; la experiencia liberadora de abandonar la conducta masculina por un instante y abrirse al rol de hembra y aceptar ser el más guapo de todos, el mejor cuerpo, el más deseado, el que más excitaba a todos los mirones. Y dejarse mirar como si uno no se diera cuenta, y… y tener el valor de coquetear.

La miré, me asombró la expresión de estupor que alteraba su rostro; tenía la respiración agitada, como yo; sentí que las mejillas me ardían. Carmen no dijo nada.

Tenía que continuar, si no lo hacía no volvería a encontrar el valor suficiente.

—Cerré la taquilla, el sonido del cierre de la pulsera de cuero alrededor de mi muñeca resonó en el silencio de los vestuarios y me produjo una oscura emoción. Me ajusté la toalla a la cintura y volví sobre mis pasos con el corazón golpeando mi pecho.

»Atravesé la puerta del baño turco como si aquel ambiente me fuera habitual. La espesa nube húmeda que me envolvió inmediatamente caldeó mi cuerpo. El brusco silencio me produjo una sensación relajante, el siseo del vapor y el sonido espaciado de las gotas que retumbaban al caer bajó el nivel de mis pulsaciones. Luego supe el origen de aquel sonido procede de una escondida ducha en desuso oculta en una esquina y en cuyo techo se condensan las gotas de vapor que al caer provocan ese sonido vibrante que se amplifica en esa improvisada cámara de resonancia.

Carmen me miraba atónita, supongo que sorprendida por la abundancia de datos superfluos con los que adornaba mi exposición. Como tantos otros pacientes me escondía en el detalle para demorar enfrentarme a lo esencial. Yo entonces no era consciente de que mi terapeuta había optado por dejarme hablar libremente, sin dirigir la sesión.

—Me moví por la sala con más soltura que la primera vez, algunas sombras delataban cuerpos sentados, otros moviéndose lentamente.

»Estaba excitado, había roto amarras con los lazos que unían al varón y su mundo, me encontraba más desnudo de lo que había estado nunca, dispuesto a comprobar si lo que había pregonado tantas veces desde mi púlpito era verdad o tan solo una teoría.

»Quería sentirme como Curie ante el radio, como Fleming ante el penicillium, pero sabía muy bien que esa era otra prenda más de la que aún tenia que desprenderme, una excusa para aceptar lo que estaba haciendo, un argumento para darle visos de normalidad, para ahuyentar las trabas morales que se empeñaban en juzgarme. Todavía me resistía a reconocer que tan solo era un hombre excitado ante la inminencia de juntar mi cuerpo con el de otro varón, solamente era un hombre inseguro ante la tremenda ignorancia de lo que sucedería cuando otro hombre, tan desnudo como yo,  se acercase a mi y pusiera sus manos en mi cuerpo, en mi sexo.

»Porque desde el primer momento intuí que yo no iba a tomar la iniciativa, no sabía como hacerlo, no tenía la menor idea, por lo tanto no me quedaba más que esperar.

»Avancé hacia una de las bancadas que estaba vacía y me senté, el sudor mezclado con el agua que se condensaba en mi cuerpo caía a chorros por mi piel y mi rostro. Estaba solo, excitado, nervioso, expectante y temeroso al mismo tiempo; llevado de mi excitación aflojé el nudo y abrí la toalla extendiéndola a mi lado como había visto que hacían algunos de los que estaban sentados. Estaba desnudo, me sentí bien aunque mi corazón pareciera decir lo contrario, mi pene pegó dos brincos y se quedó dormido en semierección  en mi muslo izquierdo.

»Escuché la puerta abrirse. No tuve que esperar demasiado. Sin llegar a ver su rostro supe que era él, el mismo que me había estado persiguiendo y acosando antes de mi precipitada huida. Solo era una sombra frente a mi, un cuerpo a dos metros de distancia que se detuvo al reconocerme.

»Cubrí mi desnudez cruzando ambos lados de la toalla. Aquel gesto nervioso y precipitado dejó mi sexo apenas oculto, la toalla formó una especie de uve que exhibía mi vello púbico. Si lo hubiera ensayado para mostrarme sugerente no lo habría hecho mejor. Pero todo esto no lo pensaba entonces.

»Le vi acercarse, se sentó a mi lado, muy cerca, podía escuchar su respiración. Por el rabillo del ojo pude ver como se liberaba de la toalla y dejaba al descubierto un grueso pene oscuro, corto, rematado por una espesa mata de pelo rizado.

»Mi corazón golpeaba a un ritmo frenético, no sabía que hacer con mis manos y con excesiva frecuencia retiraba el sudor de mi frente y estiraba mi pelo hacia atrás.

«¿Mucho calor?» Su voz inesperada me provocó un sobresalto mientras mesaba mi cabello y sonrió.

«No quería asustarte. Te perdí de vista, pensé que te habías marchado»

»Me miraba directamente, no podía ignorarle, ya no; me volví hacia él pero mis ojos se perdieron una fracción de segundo en su polla, y él sonrió de nuevo.

«Fui a cambiar de toalla» contesté algo azorado por haber sido pillado.

«Pues ya la tienes empapada otra vez»

»Su mano se posó en mi toalla palpando mi muslo. Callé, dejé de mirarle, mis ojos de nuevo bajaron a su polla que había aumentado de tamaño y los retiré rápidamente.

»Lentamente se fue desplazando hasta alcanzar mi desnudo pubis, sus dedos se movían sobre el nacimiento de mi polla. Reaccioné, una incipiente sensación de claustrofobia me hizo apartarle.

«¿Estás bien?» dijo levantando la mano como si se hubiese quemado.

«Bien, bien» Recompuse la toalla colocándola mejor esta vez, pero Ramón no quería perder el terreno ganado.

«¿No te molesta?, aquí procuramos que el vapor actúe directamente sobre la piel, es lo más sano»  dijo cogiendo la toalla por el borde de la cintura y descubriendo un lado.

»No reaccioné, mi polla lo había hecho por mi mientras su dedos intentaban alcanzarla unos segundos antes. Ramón entendió mi pasividad y descubrió totalmente mi cuerpo.

«Además, es una pena ocultar una cosa tan bonita»

»Una descarga eléctrica me obligó a cerrar los ojos cuando su mano rodeó mi polla que latía alcanzando poco a poco su vigor. Me sentía vivo, intensamente vivo, liberado de una pesada cadena que había estado arrastrando desde que entré en la sauna. Ahora ya estaba hecho, aquel hombre tenia su mano cerrada alrededor de mi palpitante verga y la movía lentamente arriba y abajo. Y yo me sentía extraordinariamente bien.

¿Qué estará escribiendo? Carmen no dejaba de garabatear a toda velocidad. Dejé de pensar en eso; no era de mi incumbencia. Soy el paciente, pensé.

—Deseaba tocarle, deseaba dar el paso y acariciarle. Desplacé mi mano hasta rozar la parte exterior de su muslo y ese contacto se transformó en una caricia urgente que buscaba su destino. El suave tacto de su vello me anunció la meta. Mis dedos tropezaron con el cuerpo redondeado que descansaba entre sus muslos. Palpé con las yemas su superficie hasta la húmeda punta y lo empuñé con extremo cuidado para no perderme ni una de las sensaciones que me enviaban mis dedos.

»El contacto me era familiar aunque esta vez solo mis dedos me enviaban sensaciones de aquella verga que comenzaba a endurecerse mientras que lo que mi propia polla me comunicaba era ajeno a mi, diferente a mis caricias, una mano extraña que se movía de otra manera, acariciándome de otra manera.

»La puerta se abrió bruscamente y un ahogo cerró mi garganta, la intimidad iba ser rota en cuanto el intruso se acercase por nuestra zona. Ramón notó mi tensión.

«Tranquilo nene, nadie se va a asustar por vernos»

»Sus palabras actuaron como un afrodisíaco. Ramón nos ponía a cada uno en su lugar, él dominando la situación y yo… yo, su nene, dejándole hacer.

»El corazón se me aceleró a medida que la sombra del intruso dejaba de moverse sin rumbo y se dirigía hacia nosotros. Me iba a descubrir entregado a otro hombre. Aquel pensamiento, lejos de incomodarme me provocó otra oleada de morbosa excitación. Ramón, al verse observado, rodeó mis hombros con su brazo y siguió masturbándome lentamente, exhibiendo su presa. El intruso nos miraba mientras su mano se perdía bajo la toalla.

»Perdí el contacto con su verga cuando se separó de mí lo suficiente como para agacharse sobre mi regazo. Cuando rodeó mi glande con la boca me resultó fresca en contraste con el intenso calor del ambiente. Instintivamente mis dedos se posaron en su cráneo y comencé a acariciarle el pelo. Mis testículos quedaron envueltos por su mano que los masajeaba y apretaba con cuidado. Entonces una inmensa sensación de entrega me envolvió completamente y me relajé.

»El mirón seguía frente a nosotros, no sé cuando se había despojado de la toalla, ahora le tenía ante mi desnudo masturbándose despacio sin apartar los ojos.

»Las sensaciones se agolpaban en mi cerebro antes de que pudiese procesarlas. Me sentía bien, extrañamente bien, tranquilo mientras aquella boca mamaba con ansia. Un cuerpo difuminado por la niebla se detuvo a nuestro lado; no hizo nada, no intentó nada, solo miró y al cabo desapareció. Y entonces lo sentí, me sentí integrado; no sabría decir en qué momento apareció esa percepción de pertenencia, de no ser ajeno a ese mundo, solo sé que todo encajaba.

»Mis ojos seguían clavados en aquel hombre al que le estaba causando placer por verme poseído y eso me excitaba casi más que las sensaciones que me llegaban de mi sexo. Se acercó a mi, su erguido miembro quedaba casi a la altura de  mi rostro. No lo pensé, simplemente mi mano se dirigió sola hasta alcanzar su objetivo, él se soltó y me entregó su verga.

»Apenas había tenido ocasión de acariciar a Ramón y ahora la excitación se mezcló con la curiosidad. Mis dedos se movían con hambre de conocer, cada sensación era nueva aunque me recordase otras sensaciones de mi propia anatomía. Rodeé su polla y la acaricié pero no era suficiente para mi. Palpé su desnudo glande, acaricié sus testículos, su vientre…

»Mis manos se dirigieron hacia atrás, a sus nalgas y él reaccionó acercándose más a mi, le tenía a un palmo de mi rostro cuando recuperó su pene y lo dirigió a mi cara.

»¿Por qué no? —contestó mi enfebrecida razón. Perdida la sensatez entre tanta excitación dejé que mis labios tocaran una polla por primera vez.

»La suavidad del glande recorrió mis labios, aquello fue suficiente para que mi boca se abriera poco a poco rodeándolo en su avance hasta tenerlo entero sobre mi lengua, exactamente como estaba sintiendo mi propia verga.

»No había oído la puerta pero vi pasar más sombras que se detenían un instante antes de continuar su deambular perdiéndose en la espesa niebla. Ya no me inquietaba, yo era uno más de ellos, un maricón, un homosexual entre homosexuales.

»Y todo estaba bien, mi mano en su cadera le retenía aunque no creo que fuera a hacer intención de separarse, mi boca reaccionaba al tacto del glande como si hubiera estado mamando pollas toda la vida y con la otra mano acariciaba el tallo o recogía los testículos con una naturalidad que me sorprendía, todo ello sin dejar de controlar a las sombras que pasaban y nos miraban, sin dejar de sentir los lengüetazos que Ramón me dedicaba allá abajo y que me  provocaba pequeños espasmos incontrolables.

No sé si estoy yendo demasiado lejos. Carmen no me da pistas y no sé si debo ser menos explícito o seguir como voy, dejándome llevar. Continúa tomando notas breves, rápidas y vuelve a centrar su atención en mí sin mostrar ningún tipo de emoción.

—Un sabor algo salado, un cambio en la textura de la humedad que inundaba mi boca me despertó de mi ensoñación. Me retiré y comencé a masturbarle. No paré ni siquiera cuando sentí mi propio orgasmo derramándose en la boca de Ramón.

»¿Cuándo se fue el intruso? No lo sé, supongo que entendió que ya no tenia nada que hacer allí o quizás Ramón se lo hizo entender cuando se incorporó.

»En ese instante me sentí distinto, fue como si… hubiera perdido algo.

«¿Nos duchamos?» dijo al tiempo que se levantaba y me cogía de la mano. Yo no contesté pero le seguí sin dudarlo.

»Salimos de la sala de vapor, el contraste de temperatura me produjo un leve escalofrío. El pasillo estaba concurrido, él me llevaba de la mano y no me quedaba más remedio que caminar por detrás de él entre la gente. Sentía que estaba haciendo una especie de confesión, una declaración ante todas aquellas personas: ”Soy bisexual pero no lo entenderíais, así que acepto que me veáis como un homosexual, un maricón de la mano de otro maricón, ¿por qué no? No me importa, yo sé quién soy y vosotros no me conocéis ni me vais a conocer”.

»Ese pensamiento despertó algo de la conciencia que había apartado hasta entonces, ¿y si por casualidad hubiera allí alguien que me conociera? ¿y si al salir me tropezaba con alguien que supiera quien soy?

»Se detuvo ante el arco que daba acceso a las duchas comunes. Como ya había observado antes había un grupo apoyado en la pared de enfrente dedicados a mirar cómo otros se duchaban y en las duchas había quien deliberadamente se exhibía.

»Imité a Ramón y dejé la toalla en unos enganches de la pared exterior. Sin soltarme me condujo a una ducha que había quedado libre justo en la entrada. Un conato de pudor me hizo hablar.

«Vamos más adentro» dije acercándome a su oído.

«Aquí estamos bien, nene»

»Esa palabra, “nene”, me volvía a situar un escalón por debajo de su autoridad y de nuevo acepté ese rol sin cuestionarlo. Yo era su juguete, su nene, su presa del día y pensaba exhibirme como un trofeo que le hiciera sentirse fuerte, porque no había otro como yo.

»El agua rompió mis pensamientos hiriendo mi piel con un brusco cambio de temperatura. Ramón pareció disfrutar de mi sobresalto mientras hacia caer abundante jabón del dispensador en sus manos y comenzaba a frotarse el cuerpo. Le imité y empecé a enjabonarme sin dejar de observar por el rabillo del ojo cómo nos habíamos convertido en el centro de atracción del grupo de mirones. Ramón, satisfecho por la expectación creada, seguía frotándose sin dejar de mirarme con una sonrisa en los labios.

»Acabé de aclararme y esperé a que hiciera lo mismo, pero en lugar de eso tomó más jabón y comenzó a extenderlo por mi pecho. Me quedé paralizado sin saber qué hacer mientras sus manos resbalaban por mis hombros y mi tórax, buscaban mi espalda y enjabonaban mis glúteos.

»Se arrodilló ante mi y cogió entre sus manos mis muslos, primero el derecho, enjabonándolo y provocándome escalofríos de placer; a veces tropezaba deliberadamente con mi polla que había empezado a reaccionar de nuevo. Sus dedos avanzaban por el interior de mis muslos intentando hundirse entre mis nalgas.

»Y yo, de pie, dejándome hacer, dejándome mirar por todo aquel que pasase por la puerta y sintiendo como mi polla iba alcanzando una escandalosa horizontalidad a golpe de pequeños brincos.

»Sus manos se deslizaban por mis nalgas y ya sin rodeos se introducían entre ambas buscando. Y me excitaba, claro que me excitaba.

»Se incorporó lo suficiente como para tomar más jabón y envolvió mi polla entre sus manos. Mi vello púbico quedó cubierto de espuma y cuando sus hábiles dedos comenzaron a apretar el glande mis piernas comenzaron a temblar, con cada presión que ejercía sentía como apenas me podía sostener.

«Para, aquí no» le susurré agachándome.

»Pasivamente me dejé aclarar por sus manos y luego, mientras él se sumergía bajo el agua, me quedé mirando a los que nos observaban.

»Nos secamos lo que pudimos con nuestras toallas que ya estaban muy húmedas a causa de nuestra estancia en el baño turco El no hizo intención de taparse y yo le imité. De nuevo me cogió de la mano y me dejé conducir sin saber el rumbo, era su nene y le seguía sin rechistar.

Las imágenes eran tan vibrantes, tan reales. ¿Era nostalgia lo que estaba sintiendo? Crucé la mirada con Carmen y por un momento temí que pudiera leer lo que acababa de sentir.

—Pasear desnudo cogido de su mano fue uno de los momentos más eróticos que viví.

Quizá así pudiera ocultarle lo que temía que hubiera visto en mis ojos, quizá.

—El pasillo donde se sitúa la sauna, el baño de vapor y las duchas termina en una sala donde están los urinarios, los lavabos y varias puertas que ocultan los retretes. Al otro extremo está la salida a un ancho pasillo en el que se distribuyen varios cuartos pequeños mal iluminados con una cama en la que solo hay un colchón con una gruesa funda plástica. Ramón me llevaba a uno de esos cuartos.

»La idea de quedarme a solas con él me asustó y me hizo consciente de todo el riesgo que estaba asumiendo.

«No» dije cuando me miró al ver que me había detenido. Mi expresión había cambiado, ya no era su trofeo, volvía a ser yo, y mi sensatez ya recuperada me decía que era suficiente. Ramón entendió mi cambio y no insistió.

«¿Cuándo volverás, dímelo y estaré por aquí» dijo casi rogándome.

«No lo sé, quizá… no, no tengo ni idea» respondí poniéndome la toalla alrededor de mi cintura y alejándome hacia la escalera de subida a los vestuarios.

»No dijo nada, entonces supuse que no debía ser habitual que los encuentros fortuitos se prolongasen en el tiempo.

»A medida que subía las escaleras iba dejando atrás a esa otra persona que había sido y recuperaba mis dudas, mis reproches y mis miedos.

»Mientras intentaba eliminar de mi cuerpo la humedad con la toalla que guardaba en la taquilla las dudas avanzaron sin encontrar resistencia. ¿Qué había hecho? ¿Era así como pretendía probar mi teoría? Conceptos sueltos aparecían en mi cabeza como fuegos artificiales que se apagaban lentamente mientras otros más vivaces irrumpían: Vicio, maricón, sucio, degenerado.  Y apareciste tú, ¿qué pensarías de todo esto? Vicio, vicio, chapero, marica…

»Y el miedo al contagio se avivó. Me había entregado a unas prácticas de riesgo con dos desconocidos sin ningún tipo de control,  sin ninguna precaución.

»Como una puerta infranqueable aparecía ante mí el pasado reciente, ese instante anterior a mi entrada en la sauna imposible de recuperar, ese segundo inalcanzable en el que todavía hubiera podido no hacer aquello. No podía recuperarlo, no podía cambiar nada de lo sucedido.

»Un recién llegado entró buscando una taquilla libre, de nuevo me sentí observado en mi desnudez y las dudas, los reproches y los miedos se fueron apagando ante la excitación que regresó imparable. Estaba detrás de mi, al otro lado de la sala; convencido de que me estaba mirando me di la vuelta para apoyar un pie en una bancada y fingí secarme la pierna mientras disimuladamente veía como sus ojos recorrían mi cuerpo. Sabiendo las cartas que jugaba me moví ofreciendo mi perfil, una buena vista de mi cuerpo durante un tiempo en el que seguí secándome con parsimonia mientras espiaba sus miradas a mi culo, a mi sexo que empezó a despertar; a mi rostro cuando se dio cuenta de mi estratagema y buscaba un cruce de miradas que evité. No estaba preparado para ir a más.

»Salí a la calle como un fugitivo, con un rápido vistazo recorrí la plaza, apenas había gente; en el quiosco un par de señoras pagaban unas revistas. Casi pegado a la fachada me deslicé con la cabeza agachada hasta alcanzar la calle Amaniel. Ahí ya nadie sabría de dónde venía, cuanto más me acercaba a la Plaza de España más anónimo y más seguro me sentía.

Hice una pausa, bebí. Carmen parecía estar en shock. Decidí terminar.

—Lo demás ya lo sabes. Entré en una cafetería, vi a Graciela y aún no sé bien por qué hice lo que jamás había hecho antes, me dirigí a  una desconocida y entablé conversación con ella. Luego…

—Luego por fin contestaste a mis llamadas y me dijiste que estabas ligando, si.

Bajé la mirada abochornado.

—No pretendo volver a echarte en cara aquello Mario, lo que ocurre es que a la vista de lo ahora sé todo cobra otro sentido, supongo que lo entiendes.

—Por supuesto.

Un silencio gélido comenzó a crecer entre nosotros. Carmen no me miraba. Buscó el paquete de tabaco y se levantó.

—Salgo un momento.

Reacción

Algo se ha roto, lo presiento. El peor de los escenarios que había imaginado se está haciendo realidad.

Entro en la cocina en busca de más hielo para la tónica que está casi intacta. Vuelvo al salón y vierto un par de dedos de ginebra. Son las doce y media, demasiado pronto para empezar a beber pero lo necesito.

Subo al piso superior y me asomo a la terraza. Tenía que contarlo, tenía que hacerlo le respondo a esa otra parte de mi que me recrimina, que insiste en hacerme dudar; ¿hubiera sido mejor mantener el secreto?

No, de ninguna manera, no podía seguir viviendo con esa mentira sobre mi conciencia. Esta era la ocasión, el momento. El daño es grande pero ojalá no sea irreversible.

Me está buscando, la escucho pronunciar mi nombre desde el piso de abajo. Allá voy.

Lo que veo en su semblante no me gusta; me preparo para lo peor.

No se sienta y yo permanezco de pie. Un frío intenso se extiende desde la espalda por todo mi cuerpo.

—No sé por donde empezar Mario, si te soy sincera no me esperaba esto. Sabes lo que pienso de la mentira. Has tenido multitud de ocasiones para contarme tu… incursión. Pudiste hacerlo antes de nuestra separación. Podría llegar a aceptar que no me lo contases esa tarde, incluso el fin de semana pero tuviste ocasión de hacerlo después en lugar de montar aquella…

Se giró con una brusquedad que me dolió como si me hubiese golpeado.

—No sé, ahora todo me parece tan absurdo, tan ridículo.

—¿Todo?

—Todo… todo esto —dijo con un tono de desesperación que me conmovió.

El miedo se apoderó de mí. En ese instante comprendí que Carmen se estaba cuestionando incluso nuestro futuro.

—¡Joder, Mario! —exclamó con tanta pena que la congoja me estranguló la garganta.

Continuaba dándome la espalda pero pronto se giró.

—¿Qué sentido cobra todo ahora, cómo debo interpretar tus gestos, tus palabras? Aquella absurda pugna por ver si yo también era capaz de ligar, aquella… ¿Te das cuenta de lo que has hecho?

La angustia rompía sus facciones. Se me heló la sangre. Aquella absurda pugna a la que se refería marcó el comienzo de la locura a la que nos vimos arrastrados. Durante un segundo calibré el alcance de lo que acababa de decir y el pánico junto a una desesperante sensación de vértigo me atenazaron.

Volvió a darme la espalda, puede que no quisiese tenerme delante. Caminó por el salón llevada por el impulso de sus pensamientos, al fin se detuvo y buscó apoyo en la librería. Por su cabeza debían estar pasando escenas que le estaban doliendo a tenor de los gestos que abatían su rostro como si intentase rechazar a aquellos que fuimos, puede que a la mujer que aceptó la mentira que vivió sin saberlo.

—¡Por Dios! —exclamó cuando ya no pudo más avanzando hacia la ventana.

Me dirigí a la puerta, debía dejarla sola hasta que pudiera superar la tormenta que la asolaba.

—¡Dónde vas! ¿Esa es tu forma de afrontar las crisis, evadirte? ¡Quédate joder, quédate y hagamos frente a esto!

—Pensé que preferías estar sola

—Ya he estado sola suficiente, si quisiera seguir sola no estaríamos aquí ¿no crees?

Se acercó a mi, tenía los ojos a punto de estallar en lágrimas.

—¡Mentiroso hijo de puta! —Golpeó mi pecho con el puño cerrado haciéndome tambalear. Su rostro no mostraba odio sino un dolor muy profundo.

—Lo siento Carmen, lo siento.

Abrió el puño que descansaba sobre mi pecho e hizo presión, cada vez más fuerte, cada vez más intensa; un nudo me atenazó la garganta, me apartaba de su lado. No di un paso atrás, no pensaba hacerlo, tendría que alejarme de una forma más explícita si es lo que quería.

Pero no lo hizo, mantuvo su mano en mi pecho apretando, rechazándome, luchando con sus sentimientos pero no me llegó a echar.

No me miraba. Y yo, tan cerca y me sentía incapaz de tocarla.

—Nunca nos habíamos ocultado nada, ¡nunca!

Me iba a estallar la cabeza, el dolor que me causaba su pena me resultaba insoportable. Jamás pensé que llegaría a herirla de tal manera.

—No pretendí hacerlo, yo…

¿Qué iba a decirle, lo que todos aquellos que acaban de ser descubiertos?

—¿Y ahora qué, qué podemos hacer para superarlo? Porque lo que no podía era seguir escuchándote mientras yo mantenía este silencio. Supongo que lo cambia todo, tu forma de enfocar el resto de la terapia, todo —dije apartándome de ella.

—La terapia. ¿Tú te estás escuchando?—exclamó con asombro, como si no pudiese creer que eso fuera lo que más me preocupase. Solo entonces me di realmente cuenta de la gravedad del momento que atravesábamos.

Me retiré hacia el sillón y me dejé caer en uno de los extremos. ¿Qué hago cuando descubro que un paciente me ha estado engañando? Pongo en cuestión todo lo que hemos tratado hasta ese momento, lo aparto y comienzo de nuevo. Luego voy recuperando aquello que resulta ser cierto pero suele ser un trabajo duro, incierto en el que la confianza se ha roto y nunca se recupera del todo.

Ese va a ser nuestro futuro, si es que aún lo tenemos. La confianza que construimos a lo largo de nuestra convivencia se ha desmoronado. Ya nunca volverá a ser como antes.

No sé cuánto lleva mirándome sin pronunciar una sola palabra. ¿Qué estará pensando? A estas alturas me siento incapaz de interpretar sus emociones.

—Traición —pronuncia cargando su voz con una mezcla de desprecio, hastío e incredulidad. Me devuelve lo que yo le dije que había sentido al enterarme de lo que para mí fue una deslealtad, su traslado a casa de Doménico.

Algo estalló en mi interior, puede que toda la tensión acumulada o esa difusa sensación de injusticia que ya venía creciendo desde el lunes y ahora se ha desbordado. Un impulso cargado de rabia me levantó del sillón.

—¿Te burlas? ¡Joder Carmen, cómo puedes! Acepto que nos sometamos a esta atípica terapia sin ninguna clase de garantías, me someto a tu plan sea el que sea, escucho todo tu recorrido durante estas semanas sin ser marido porque debo estar listo para convertirme en paciente o psicólogo a tu antojo y cuando asumo tu plan y me abro a mi terapeuta rompes toda la estructura, te conviertes en esposa ultrajada y volvemos al modelo de conducta que nos llevó al desastre. ¿Eso es lo que quieres, de verdad es lo que vas a hacer?

Se acercó decidida; dos, tres pasos hasta quedar frente a frente.

—Tú tuviste todo el tiempo del mundo para rumiar una venganza o para buscar un entendimiento. Elegiste la primera opción. Te busqué para acercar posturas, no sé si en aquella reunión en el Vips hubiéramos podido cerrar todas las heridas pero lo hiciste inviable, me insultaste, me escupiste a la cara cosas que jamás pensé que pudieras llegar a decirme. ¿Y ahora te sientes herido porque me cuesta más de diez minutos asimilar tu mentira?

Se alejó sin dejar de mirarme.

—Eres más egoísta de lo que pensaba. Te recrimino que me hayas mentido Mario, tú me insultaste por follar con Doménico a tus espaldas, no vengas ahora a tergiversar los hechos. Me llamaste puta, zorra por volver a su casa con sus amigos no por ocultarte que vivía con él.

—No tienes razón…

Volvió hacia mí temblando de ira.

—¿Acaso te he llamado puto maricón de mierda?

Sentí que me acuchillaba.

—No Mario. Tú me llamaste puta de mierda si, ¡puta de mierda! —recalcó cuando comencé a negar insistentemente—. Hay muchas formas de decirlo Mario, muchas maneras. El desprecio es una de ellas, un desprecio que jamás, jamás había recibido de nadie y que no podía esperar de ti. No te recrimino que hayas estado en la sauna, me da miedo; has asumido un riesgo que me atañe, por lo demás me da igual que te comas una polla, dos o veinte. Te reprocho que me hayas mentido teniendo la posibilidad de decirme la verdad, teniéndome cerca dispuesta a escucharte. Yo no tuve esa posibilidad cuando quise hablar contigo, no me dejaste; Eres un mentiroso Mario, un falso, eres un embustero.

La dejé marchar.