Diario de un Consentidor 101 El regreso (2)
Esta es una historia de deseos, emociones, placeres, dudas, decisiones y pensamientos, es la historia del camino que nos llevó a Carmen, mi mujer, y a mí a lanzarnos a vivir las fantasías inconfesables que sin saberlo compartíamos en silencio cada vez que hacíamos el amor
Capítulo 101
Prólogo. Ten years after.
Todo comenzó aquí
Quince de Noviembre de dos mil siete.
“ Conocí a Carmen el verano de 1991; Dirigía yo entonces un curso de verano en la facultad y ella era una de las alumnas recién licenciadas que se había matriculado a última hora, casi fuera de plazo, lo cual me había dado la oportunidad de conocer las razones que la traían a mi curso. Entonces tenía veintiún años y yo acababa de cumplir treinta y cuatro; Era una chica alegre, espontánea, segura de si misma o al menos lo aparentaba muy bien; hermosa, fresca, con una elegancia natural que la hacía más atractiva ante la ausencia de sofisticación y la nula intención de presumir de una figura perfecta. Alta, morena, de ojos profundos y oscuros, delgada sin perder la formas, piernas largas, espalda muy recta que, cuando llevaba su largo pelo negro recogido en un moño le daba un aire de bailarina de ballet… ”
Así comenzaba este diario hace hoy diez años, un diario que ni por asomo pensé que duraría lo que está durando. Un diario que inicié, como ya dije entonces, para mí y para exponer unas vivencias que quería compartir por si encontraba, sobre todo solidaridad.
Los años me han mostrado mi ingenuidad y mi falta de profesionalidad en esto de escribir. He intentado corregir lo uno y lo otro. He procurado mantener un continuidad cuando mi tiempo me lo ha permitido y, a pesar de algunas profundas ausencias, aquí me habéis tenido durante más de cien capítulos y multitud de comentarios, algunos de ellos desafortunados que me han costado el abandono de varios lectores. Mea culpa.
El diario siguió mostrando la evolución de una pareja, sus aciertos y sus errores. Y en el camino se llegó al desencuentro.
La fractura se hizo patente y la publiqué este día.
Trece de mayo de dos mil catorce, capítulo 74
“ —¿Qué estás haciendo?
Se dio la vuelta hacia mí con el rostro descompuesto por la pena.
— Será mejor que nos tomemos un tiempo para calmarnos y reflexionar; si no, veo que nos vamos a hacer daño y eso sería horrible —las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas —, no podría soportarlo Mario, no podría.
Se volvió hacia el cajón y continuó escogiendo ropa que iba dejando sobre la cama. El dolor lacerante que me rompía por dentro no me dejaba hablar.
—¿Te vas?
—Solo unos días, no sé, un par de semanas o lo que haga falta, así nos calmamos y podemos pensar con claridad, ordenamos nuestras ideas y cuando nos juntemos de nuevo podremos hablarlo sin violencia.
Se mantuvo apoyada en la cómoda, ocultando su rostro que seguramente estaba arrasado en lágrimas. Las sienes me iban a estallar, el mundo se me estaba viniendo abajo. La historia, la puta historia se repetía otra vez y yo no tenía fuerzas para volver a comenzar de nuevo.
—¿Dónde vas a ir?
—No lo sé, no te preocupes, llamaré a Gloria.
—Quédate aquí, ya me voy yo.
—No podría, la casa… se me caería encima.
Como a mi, pensé. No podré vivir aquí sin ti, Carmen —Grité para mis adentros—, no podré.
Salí de la alcoba con diez años más sobre mis espaldas, me serví un whisky doble y me apoyé en el ventanal del salón, ante mis ojos pasaron las disputas con mi primera mujer, las desavenencias por la separación, la transformación que se produjo en lo que parecía que iba a ser un divorcio amistoso y que acabó siendo una tortura por mil y una pequeñas mezquindades que nos convirtieron en dos enemigos irreconciliables. Pensar que Carmen y yo podíamos recorrer ese camino me produjo una congoja que no podía soportar.
La escuché cerrar una maleta, hablar por teléfono en voz baja, pedir un taxi. Vacié el vaso de un trago. Finalmente oí sus tacones por el pasillo, solo entonces me volví para verla marchar.
Nos miramos con la pena transfigurando nuestros semblantes. Ninguno de los dos sabíamos qué hacer, qué decir. Intenté ponérselo fácil, me acerqué a ella puse mi mano en su hombro y le di un beso en la mejilla.
—No me tengas en ascuas, dame alguna noticia tuya.
Carmen asintió con la cabeza nerviosamente, no podía hablar. Caminó hacia la entrada y yo la seguí, cuando estábamos en la puerta se volvió hacia mi y se arrojó a mis brazos sollozando.
—Van a ser solo… – no pudo continuar.
—Lo sé, lo sé.
Cuando la puerta se cerró y me quedé solo esperé a escuchar el ascensor, luego dejé que el ruido se apagase. Cuando el silencio inundó nuestra casa me tiré en el sofá, hundí la cara en un cojín y desgarré mi garganta en un grito, un aullido como nunca había dado. Me quedé sin aire, entonces inspiré al máximo y volví a gritar como un animal herido. Y otra vez y otra y otra más hasta que no fui capaz de emitir ningún sonido. Luego llené el vaso de whisky y quemé la herida de mi garganta tantas veces hasta que dejé de sentir.”
Hoy cierro aquel ciclo. Una dura separación, algo más de dos meses y medio que me ha llevado tres años compilar, editar y publicar. A partir de aquí algunos me habéis sugerido que cierre el diario y comience una nueva edición, nuevo título. Todo está por decidir.
Gracias por vuestro apoyo. Disculpadme por los retrasos, los abandonos y por todo lo que os haya podido molestar en algún momento de estos diez años. No fue mi intención, fue fruto de mi inexperiencia.
Mario.
El regreso (2)
Sofía
—¿Y tu marido, no te va a echar en falta?
Sonríe. La escucho y me deleito mirándola.
Tiene un cuerpo espléndido, de formas rotundas que mantiene a raya en el límite exacto. En unos pocos años le será complicado controlar el derrumbe físico y ahora vive a tope lo que más adelante no podrá conseguir salvo a golpe de talonario. Es inteligente y sabe que el dinero no compra el deseo, solo la apariencia de deseo, por eso aprovecha las ocasiones que el azar le depara. Domina en la cama, es una fiera que se deja montar y sobre todo se deja admirar, pero siempre bajo su control.
Y he aceptado las reglas ¿por qué no? Una lucha de iguales en la que ella ha tomado las riendas y el poder. He descubierto la erótica de la mujer dominante, el placer de dejarse someter, algo que por momentos me recordó mi conducta en la sauna y que me ha servido para reprocesar ciertas vivencias, ciertos deseos. Es posible que le deba algo más que una velada de buen sexo.
—No me estás escuchando ¿en qué pensabas?
—Perdona, todavía te tenía cabalgándome —mentí.
Sofía soltó una sonora carcajada que hizo que sus pechos vibraran. No pude evitar la tentación y me arrojé sobre ellos para morder uno de los gruesos pezones. Sus dedos se enredaron en mi cabello agradecida.
—¿Tanto te ha gustado?
—Eres una hembra salvaje. Si, mucho —respondí volviendo a apoderarme de su pecho.
—Entonces tendremos que repetir antes de que nos marchemos.
—No sé si habrá ocasión.
—Ya la buscaremos.
—No juegues tanto con el riesgo, no merece la pena.
Me miró calibrando el fondo de mis palabras buscando dónde estaba el foco de mi preocupación. Creo que enseguida lo tuvo claro porque con una sonrisa zanjó el asunto.
—Sé lo que me hago, deja de preocuparte.
Entre tanto sexo tuvo el primer gesto de ternura. Sus dedos se deslizaron por mi mejilla durante un instante en el que no dejó de mirarme en silencio. Luego interrumpió bruscamente ese momento como si estuviera haciendo algo impropio; llevó la mano a mi nuca y me atrajo hasta su boca. De nuevo regresó la pantera.
….
Miré el reloj. Teníamos que poner fin a aquella aventura antes de que los demás regresaran al hotel.
—Me resultó muy morboso meterte mano mientras hablabas con tu mujer.
—No me metías mano, solo me diste una copa de cava.
—Y te tocaba el culo, recuerda.
Se lavaba en el bidet. Me acerqué y la besé. Demasiada lujuria concentrada en aquel cuerpo digno de protagonizar una historia de Fellini. Dejé que mi mano descendiese hacia su hombro y por fin a su pecho. Un gemido me indicó su profunda excitación. Cedió, su espalda reposó en mi cuerpo y se abandonó a mi beso. Me agaché, seguí el rumbo que marcaba su brazo y alcancé la mano que lavaba su sexo. Ella entendió y se retiró. Estaba abierta, anhelante y comencé a lavarla con delicadeza, pliegue a pliegue, recorriendo el profundo surco hasta alcanzar el pequeño esfínter que se dilataba al contacto con la yema de mi ávido dedo. Los jadeos se entrecortaban en mi oído. Con suavidad subí y bajé por la entrada a su intimidad provocando que se abriera más ofreciéndose a mi. Me concentré en su grueso clítoris hasta el punto de hacerle desear el orgasmo pero me retiré antes. Me insultó groseramente aunque sabía que le esperaban más grandes placeres si me dejaba hacer. Regresé a su ano, lo rodeé acariciándolo, sintiendo como se abultaba, apreté varias veces solo para provocar que se relajara. Tomé un poco de gel y probé a penetrarlo.
—Con cuidado —Ordenó.
Seguí. Supe que no era el primero que lo profanaba. El dedo entró y forcé la mano para poder llevar el pulgar dentro del coño y hacer pinza. Ahogó un grito de sorpresa al sentirse atrapada de esa manera.
—No, te necesito más arriba —la dominante volvía a ejercer y yo obedecí. Regresé al clítoris y le provoque un glorioso orgasmo.
—Se ha hecho tarde, pero esto no se ha acabado aquí— me dijo con su mejor expresión de vicio—, tendrás que terminar lo que empezaste ahí atrás.
Cuando se fue me quedó una sensación extraña, tardé unos minutos en identificarla. Estaba a punto de entrar en la ducha cuando, mirándome al espejo me di cuenta. Era la primera vez que me sentía usado por una mujer. Me detuve en seco y no pude apartar la mirada de aquel que se reflejaba en el espejo. Por mi mente bullían palabras que no quería reconocer, ideas y conceptos que intentaba no verbalizar y que sin embargo me estaban provocando una violenta reacción física. Me resistía a darle nombre al rol que acaba de jugar con Sofía. Solo entonces fui consciente del ligero temblor que recorría mi cuerpo y de la potente erección que palpitaba en mi mano, brillante, húmeda, tumefacta. Casi dolorosa.
—Gigoló –pronuncié con voz ronca y una sonrisa amplia se dibujó en mi rostro.
Sofía había entrado en mi habitación buscando sexo. Arrollando, sin pedir permiso, tomándome porque ella mandaba, porque sabía que me tenía seducido. Si, ella era el sujeto activo y yo el pasivo y así había sido desde que entró por la puerta, ella dominó y yo me sometí a sus deseos.
Me doblé sobre el lavabo cuando los espasmos se volvieron incontrolables y los disparos de semen se estrellaron contra el espejo, me costó un esfuerzo increíble dominarme para que mi orgasmo no se escuchase a través de las paredes, aún así creo que los resoplidos que expulsé por la nariz fueron tan sonoros y evidentes que mis vecinos debieron intuir el origen.
Gigoló; esa palabra se repetía constantemente en mi cabeza mientras me duchaba así como las escenas en las que Sofía desempeñaba un papel nuevo para mí. A media ducha yo volvía a tener una intensa erección y me tuve que contener para no volver a masturbarme recreando mi recién descubierto rol.
Me sequé sin dejar de mirarme, me parecía ver a alguien conocido. ¿Quién era ese que se asomaba al espejo? ¿Cuál era ese rol? ¿Acaso era diferente al Mario que entró en la sauna?
Decidí bajar al bar del hotel, no podía quedarme aislado en la habitación, no quería seguir pensando en ello.
Al asomarme vi que estaban algunos de los asistentes al congreso; lo último que necesitaba era compañía. Subí a coger una cazadora y salí a la calle. Unas manzanas mas allá encontré el lugar adecuado, un pequeño pub con poco ruido, algo de música ambiental y que no tenía intención de cerrar pronto. Escogí una mesa alejada, pedí un Jack Daniels y me centré en mis pensamientos.
No duró mucho mi soledad, el móvil comenzó a vibrar en mi bolsillo, era Elvira. Tras las últimas salidas de tono de Santiago habíamos decidido darnos una tregua. Era impredecible, su carácter se había vuelto huraño y en las reuniones apenas me hablaba.
Pero me dolía que nos tuviéramos que plegar al carácter de un alcohólico. A medida que hablábamos me di cuenta de que Elvira me estaba pidiendo ayuda a gritos.
—¿Qué planes tienes para estas vacaciones?
Dudé, mi futuro a corto plazo se había derruido, nada me obligaba a volver a Madrid.
—Si te digo la verdad no tengo previsto nada. Todo lo que teníamos en mente Carmen y yo se ha venido abajo. Lo ultimo que hemos hablado es mantener ante nuestra familia la idea de que los planes de semana santa siguen en pie, pero nada más.
—¿Por qué no te quedas? Creo que Santiago tiene claro que nos estamos viendo, pero no nos va a…
—¿Nos estamos viendo? —La interrumpí—. Tan solo hemos estado juntos una vez, luego has desaparecido. Yo no he querido insistir, la verdad es que no sé como actuar Elvira, temo causarte problemas.
—Ya claro y soy yo la que ha desaparecido.
—Tenemos que vernos, esta no es forma de hablar las cosas, por teléfono.
—Mañana a mediodía. ¿Comemos?
—De acuerdo, dónde.
—¿En tu hotel?
—Mejor será que busquemos un lugar menos comprometido.
—¿Por si aparece el marido ofendido con una pistola?
—Por eso mismo.
—Pues habrá que buscar otro sitio donde también dispongamos de una cama.
Esa era la Elvira que recordaba, directa, sin falsos pudores. La que no había encontrado hasta ahora.
—¿Esos son los planes que tienes para almorzar?
—No sé tú, pero yo voy dispuesta a volver a follar contigo. ¿Te lo puedo decir más claro?
—Está claro Elvira. Habrá que buscar el sitio, yo me encargo.
Planes
—Estoy en casa, si.
…
—Si, es definitivo, al menos por mi parte. Todavía falta saber qué piensa Mario.
…
—No, aún no lo sabe. Está en Sevilla por un tema de trabajo, creo que hablaré con él esta tarde. Precisamente por eso te llamo. La última vez que hablamos me contó algo que le ha podido llevar a hacerse una idea equivocada.
Fue una fatal coincidencia, ambas le pidieron espacio, tiempo. Una porque las insistentes llamadas le impedían pensar con claridad, la otra porque creyó que la distancia y el silencio lo motivarían a empezar una terapia que lo ayudase en su camino hacia la reconciliación.
—Y Mario ha pensado que nos pusimos de acuerdo en el argumento para forzarle a alejarse de nosotras y asumir algún tipo de terapia. Creo que ha sido un lástima que no hayamos estado más en comunicación, me temo que se ha sentido abandonado una vez más.
—No podía imaginarme que se lo tomaría así—replicó Graciela.
—Ha tenido que sentirse muy solo.
—Debería llamarle.
—Es lo que te iba a proponer. Coméntale esto que te he dicho pero no le digas que estoy en casa.
—Claro, eh…
Graciela parece querer decir algo pero calla. El silencio que se extiende durante un pesado instante refleja la incertidumbre que planea sobre ella. Carmen espera, cree saber lo que la mortifica.
—Carmen, espero que todo salga bien, de verdad os deseo…
—Graciela, no sigas por ahí. Como termines esa frase de la manera que imagino me vas a hacer enfadar.
De nuevo el silencio. Graciela ha enmudecido, sabe que Carmen tiene razón, que sus palabras no eran del todo sinceras. Lo cierto es que no quiere renunciar. Recuerda palabra por palabra la oferta indecente que un día ella le hizo. Compartir alcoba, marido, ser algo más que la amante. Recuerda aquella conversación y el calor que le arrebató las mejillas cuando Carmen lanzó el órdago: seamos las leonas del macho. Imagen brutal que no consiguió quitarse de la cabeza durante días. Como tampoco pudo dejar de recrear las escenas que ideó en aquella cafetería. Se vio rebuscando en los cajones de Carmen ante la expresión atónita de Mario, eligiendo unas bragas, un sujetador, llevando su ropa usada al cuarto de lavado intentando no dudar, como si lo llevase haciendo toda la vida. Se imaginó cenando con ellos una noche cualquiera, al lado de Mario cogiéndole la mano sin pudor por estar frente a Carmen, viendo su sonrisa cómplice, recibiendo una caricia o un beso de su pareja, —si, su pareja—, mientras charla con su amiga y esposa del hombre con el que esa noche compartirá lecho.
¿Es esa la vida que le propone Carmen? ¿Por qué no aceptar si es lo que desea?
—Tienes razón, perdóname. Como dijiste una vez, somos las leonas del macho y tenemos que arreglar lo que hemos estado a punto de estropear por falta de comunicación.
Carmen sonríe.
—Me gusta oírte hablar así. Llámale entonces y acláralo. Luego me cuentas y esta tarde le llamo yo.
La decisión
Carmen mira por el ventanal las copas de los árboles que se sacuden violentamente. El vendaval anuncia la tormenta que se aproxima.
Lleva casi media hora estática. Sentada en el sillón con una pierna flexionada que ha quedado aprisionada bajo la otra, la espalda girada y un brazo sobre el respaldo en el que apoya el mentón.
Tras la marcha de Irene intentó volver a la actividad, tiene que cerrar los últimos temas. Pero no puede concentrarse, las palabras que cruzaron entre ellas se le vienen a la mente una y otra vez. En realidad no sabe si Mario va a aceptarla tal y como es ahora. Esa aparente seguridad que tenía se ha desmoronado en cuanto ha expuesto sus ideas ante otra persona.
¿Acaso no está suficientemente preparada para volver a reintegrarse en su vida?
No, claro que lo está. Es esta ansiedad que le impide dormir y esta tensión que interfiere en su conducta, en su respuesta emocional y en sus decisiones lo que le impide cerrar el proceso.
Aparta esas ideas, recomienza el trabajo y poco después abandona incapaz de concentrarse.
Ahora, sentada en el sillón, mira el vendaval y siente la tormenta que la sacude.
Necesita calmarse, necesita dormir.
Y Álvaro no llama.
Observa la tormenta y decide fatalmente la opción que le queda.
Media hora viendo el oleaje que el viento provoca en las copas de los árboles mientras valora las consecuencias de la decisión que está a punto de tomar.
Le inquieta volver a ver a Claudia y esa inquietud revela inseguridad. Eso le ha hecho entender que la náufraga no trabajó bien ese episodio y ella, como terapeuta, no detectó esa debilidad.
¿Por qué le inquieta tanto enfrentarse a ella? ¿Qué teme?
Se alarma. ¿Hizo bien su trabajo? Ahora lo duda, vuelve a pensar que está demasiado contaminada. Quizás la tarea de volver a los escenarios no ha terminado. Puede que sea la oportunidad de cerrar definitivamente aquel suceso.
Buscó en la agenda del móvil; un segundo de duda, todavía estaba a tiempo. Ese temblor… Cuando pulsó la llamada, escuchó su propio aliento vaciando los pulmones.
Uno, dos… podría colgar.
—¡Carmen, qué agradable sorpresa!
—Claudia cómo estás.
—Muy bien cariño ¿y tú? no sabes cómo me alegra que me hayas llamado, cuéntame, cómo te va todo, ¿bien?
—Si, todo bien.
—¿Se arreglaron los problemas con tu marido? Dime que sí.
—Estamos en ello, va mucho mejor.
—Me alegro. No sabes la de veces que hablamos de ti; No sé si eres consciente de que dejaste huella, sobre todo en mi, querida. Bueno ¿y cómo es esto de que me llames? ¡Me has dejado de piedra!
—He estado fuera y, en fin… no sabía si te encontraría en Madrid.
—Ah si, no me gusta salir en estas fechas, está todo tan lleno.
La conversación deriva hacia los tópicos, por un momento se le escurre de las manos y no ve la manera de encauzarla. Pierde el hilo varias veces atenta solo a encontrar una forma de encarrilarla.
—Tengo algo tuyo que quería devolverte.
Ha aprovechado una mínima pausa pero le parece que ha quedado poco natural. Ha tenido que sonar forzado. Y se tensa, cierra los ojos. No debió llamar.
—¿Mío? ¡Ah, ya! No tiene importancia, pero si es la excusa para volver a vernos me parece perfecto —dijo con su voz más sugerente —¿Quieres que quedemos aquí, en casa o prefieres que nos veamos en el Antlayer?
El Antlayer, Carmen calibró los riesgos; por otro lado la casa de Claudia era el lugar al que de ninguna manera quería volver.
—El Antlayer está bien.
Unas frases más que apenas sirven para mitigar la sensación de incomodidad que le ha producido cómo ha llevado la conversación y con las que intenta contrarrestar la mala imagen que cree haberle dado; finge una serenidad que no tiene cuando la realidad es que desea acabar cuanto antes ese desastre.
Cuando colgó se dio cuenta del tono tan ambiguo de la conversación. Parecía una buscona ligando con su antigua amante, eso es lo que Claudia debió pensar. «yo también estoy deseando volver a verte», le ha dicho al despedirse.
…..
—¿Habías vuelto alguna vez?
—¿Qué?
Ha llegado antes que ella deliberadamente. Quería tener tiempo para una última oportunidad de huir. Pero en cuanto entró en el Antlayer el ambiente la transformó, fue como si cada estímulo que percibía a cada paso que daba la devolvieran hacia la mujer que fue cuando entró allí por primera vez.
Se sentía distinta a medida que se acercaba a la barra. Comenzó a dejar atrás la prevención que le acompañaba desde casa y cuando giró el respaldo de la banqueta y se sentó, Carmen era otra.
—Te decía que si habías vuelto por aquí alguna vez.
Claudia ha captado como su mirada casi nostálgica recorre el escenario que las unió. El Antlayer. No, no ha regresado nunca por allí, quizás por eso el ambiente le trae tantos recuerdos que necesita recomponer, resituar, analizar.
Pero no ahora, no en este momento. Sonríe y la mira.
—No, no he vuelto.
—Estabas ausente, te habías ido lejos, quizás a aquella noche —sugiere.
Claudia acaricia su mano y ya no la suelta.
Cómo negar lo evidente. Antes de entrar temía el efecto del entorno, de los recuerdos. Temía la presencia de la mujer que la sedujo. Una vez allí, frente a ella, se ha dado cuenta de que lo había sobrevalorado o quizás es que la terapia ha actuado más de lo que pensaba. Está serena, tranquila; la presencia de Claudia no la intimida. Aún así no baja la guardia.
—Cómo no. Los recuerdos han brotado nada más entrar.
Claudia baja la mirada decepcionada. Puede que esperase algo más personal, más intimo.
—Yo… —una pausa excesivamente dramática acompañada de una ligera presión en la mano que mantiene entre la suya—, yo si he regresado alguna que otra vez. Con menos asiduidad, es cierto; vengo aquí y me siento en parte vacía.
—Ya… —no se siente cómoda con el derrotero que anticipa en el discurso que escucha.
—No, no te preocupes. Ha sido solo un instante de sinceridad.
Hay demasiada dignidad en esa mujer como para perder los papeles. No queda rastro del atisbo de emoción que ha estado a punto de surgir. Vuelve la cortesía, la conversación fluida, regresa la Claudia seductora; no tira la toalla.
Carmen percibe el acoso sensual de la mujer madura que la sedujo, pero esta vez lo ve desde la perspectiva de la analista que enfoca lo que le sucedió a esa otra Carmen indefensa, herida, necesitada de cobijo que se refugió en sus brazos. Sigue los gestos, las miradas y las palabras de esta mujer y entiende el efecto devastador que tuvieron en la náufraga.
Comprende, disculpa y perdona.
Claudia se lleva a los labios la copa sin dejar de mirarla. Carmen mimetiza el gesto y toma su copa. Claudia la observa mientras bebe.
—Estás mejor.
—¿Tú crees?
—Si, estabas demacrada, creo que has recuperado algo de peso.
—¿Estoy gorda? —Intenta bromear. Ahora teme que lo interprete como un coqueteo.
Así ha sido. Sonríe maliciosa, la recorre con la mirada de una forma que la hace estremecer.
—No he querido decir eso, aunque te tendría que desnudar para asegurarme.
Ríe. Carmen apura la copa. Claudia hace un gesto a la camarera y sigue mirándola como quien inspecciona una obra de arte. Se deja, sabe que ella es así, no es la primera vez que se siente observada de esa manera.
—Te veo distinta.
—Me siento distinta —responde—, ¿es eso bueno o malo?
No contesta, se limita a observarla insistentemente, casi con impertinencia. En otro tiempo Carmen no hubiera aguantado pero ya no es aquel tiempo y mantiene la mirada sin intimidarse.
—Estás… más entera, más segura, más firme. Por ese lado si, es bueno por supuesto; Sin embargo, no sé, creo captar algo más.
—¿Algo más?
Un movimiento rápido y sus rostros quedan tan cerca que puede percibir su aliento, su aroma. Ha quedado recogida por su brazo. No teme, sin embargo nota una leve tensión en el vientre.
—Si, algo que no acabo de…
—Saber si es bueno o malo— termina Carmen intentando rebajar el tono de la conversación.
—Ahora lo sabré —susurra.
El roce de los labios espera una reacción que no se produce. Es toda una señal para Claudia que la estrecha y consuma el beso que apenas había comenzado. Los labios se funden, los ojos se cierran, la lengua busca una rendija que tarda poco en encontrar. Carmen desfallece, su boca se abre en sincronía con su sexo. La tensión del cuerpo cede, Claudia lo nota y la recibe, la toma, la hace suya. Los besos obtienen respuesta, luchan, muerden, la caricia que nace en la cadera viaja por el vientre y se apodera de su pecho. Escucha ruido en la mesa, el cambio de copas.
—Para —ruega. La tensión regresa.
Cede pero no pierde terreno, la mantiene bajo su ala y Carmen no se retira, no quiere herirla. Claudia busca sus ojos pero ella la evita. Sonríe, se sabe ganadora. Toma su barbilla y la obliga a levantar el rostro. Se acerca buscando esa boca que tanto desea; sabe que no se la va a negar y de nuevo la besa con pasión. Carmen se abandona derrotada. Claudia desliza la mano por su cuello y regresa a tomar el trofeo negado, cubre su pecho y lo amasa con dulzura.
—Basta, por favor —Le pide mirando a su alrededor.
Se retira. El tono esta vez ha sido firme, justo hasta el límite necesario para no romper el buen clima que tenían antes de este instante de intimidad robado. Claudia se recompone. Aparece la señora y con unos pocos gestos marca las distancias.
—Dime, ¿a qué has venido, qué es lo que quieres?
Un toque de frialdad, no demasiada, un punto de superioridad, el justo. Si fuese la primera vez que sucede se plantearía levantarse y salir de allí pero la conoce y tal y como ha asumido ese papel desaparecerá en cualquier momento.
Le fatiga tener que volver a contar su historia pero es necesario. ¿por dónde empezar? Comienza tras su marcha después del incidente con Ángel Luis. No lo menciona, ¿para qué? Evita los capítulos más escabrosos y esas pausas no pasan desapercibidas para su interlocutora cuyo rostro va cambiando a medida que Carmen habla. Los silencios a veces dicen más que las palabras porque las emociones no son tan fáciles de ocultar. ¿Cómo justificar ese punto de inflexión que la llevó a dejarlo y todo y marchar a la montaña si no?
La introspección, la dualidad paciente-analista y la dificultad para desdoblarse le hacen olvidar que está allí con un objetivo muy concreto. Ahora se halla frente a una amiga que conoce parte de su sufrimiento y quizás pueda entender por qué se fue, lo dejó todo y se dedicó a buscarse a sí misma.
Y cuando se bloqueó y la ansiedad la venció, buscó otra estrategia: la vuelta a los escenarios. Peligroso si, pero necesario.
Se ha fumado dos cigarrillos durante su disertación, eso le da pie para exponer lo evidente: el tabaco no consigue mitigar la ansiedad y confiesa como buscó los restos de marihuana como si fuera agua en un desierto. Tenía previsto decírselo de otra manera, sin embargo ha surgido así, en mitad de un relato sincero, desgarrado que acaba inconcluso cuando las fuerzas se agotan.
No queda rastro de la Claudia arrogante. Hay trazas de misericordia, de emoción, de empatía. Tras un prolongado silencio parece caer en la cuenta de un gran misterio y sonríe como quien pierde la fe.
—Ahora lo entiendo, por eso estás aquí.
No hay respuesta posible; Carmen espera un veredicto. La mirada de Claudia le hace sentir mal. Ambas lo saben; no estaría aquí, jamás hubiera vuelto si no la necesitase. Aguanta pero al final baja los ojos.
—No te ha debido ser fácil, supongo que estabas decidida a no volver a verme.
Carmen reacciona, inicia una negativa que se queda en un gesto mudo de protesta.
—Lo entiendo, si Ángel no se hubiera entrometido quizás…
—No Claudia, no es eso.
—Déjalo. Me alegra que las circunstancias te hayan traído, lo demás me da igual.
Esa es la sentencia, Claudia se aproxima buscando su boca. Esta vez no espera, la estrecha y la besa con pasión. Carmen lo permite y poco a poco acaba cediendo, entrando en el juego. Cuando siente la caricia en su pecho no lucha, solo se deja caer en el respaldo.
Claudia se incorpora y toma el bolso. Carmen sigue vencida en el sillón, entregada. Mira furtivamente. Si, las escenas tan tórridas llaman la atención. Aparta la mirada de los ojos que las observan. Claudia enciende un pitillo liado a mano, aspira una profunda calada y se lo ofrece.
—¿Aquí?
—No te preocupes, no somos las únicas.
Lo toma y llena sus pulmones. Pronto nota esa familiar sensación en las sienes.
—¿Todo bien?
Claudia le arrebata el pitillo de la mano, rodea su cuello con el brazo y la atrae hacia sí. Carmen se siente frágil. Los labios que se posan en los suyos son dulces, carnosos. Le transmiten sensaciones que alcanzan el centro mismo de su sexo. La abraza, no quiere que se separe de ella. Esos dedos que antes le acariciaban el pecho le desabrochan el escote del vestido. No importa, ya nada importa, los necesita en la piel. Si, ahora si, ya están dentro, acariciándola, apretando el pezón hasta hacerla gemir. La fuerza de esta mujer la supera. Y se deja llevar. Una calada de la mano de mano de ella. Si pero vuelve dentro, mi pecho necesita esa tortura.
…..
—Vamos a casa, te llenaré la pitillera y te pondré en contacto con Luca para que seas autosuficiente. De paso podrás completar tu… ¿cómo lo has llamado?, regreso a los escenarios.
—Esa etapa ya la completé antes de irme ¿no lo recuerdas?
—No querida, todo estaba demasiado reciente, creo más bien que aquello le sirvió a mi marido pero a ti… no, tú necesitas regresar.
Vacila. La idea de encontrarse con Ángel la pone en tensión.
—No está, si es lo que te preocupa. Aunque a estas alturas mi marido no debería ya ser motivo de preocupación para ti.
Carmen la miró con un amago de irritación luchando por brotar.
—Ángel Luis no deja de pensar en ti, sigue lamentando como te trató.
—Déjalo —baja los ojos, no puede mirarla mientras hablan del hombre que la violó.
—No es una mala persona. Aceptó someterse a tu tercer grado, reconócelo.
Le coge la mano y la sostiene sobre su muslo, el roce en su piel le provoca un gesto que no pasa desapercibido, Claudia sonríe.
—No quiero hablar de Ángel —no tenía que haberle nombrado, pero ya es tarde.
—Pues es una lástima, si pudieras perdonar ganarías un gran amigo y algo más.
Carmen calla la respuesta que ya tiene en la boca, no es el momento de enfrentarse. Ella nota la claudicación.
—Piénsalo, quizás deberías intentar ver a la persona que cometió un error y se arrepintió de ello.
Claudia apura la copa y se levanta, da por hecho que van a su casa. Carmen termina la suya y la sigue a pesar de que teme ese encuentro que queda en el aire, con esa ambigüedad calculada tan propia de ella.
Pero no tiene elección si quiere obtener lo que ha venido a buscar ha de aceptar el riesgo de enfrentarse a una incómoda escaramuza que se sabe capaz de manejar.
El aire fresco de la calle le hace consciente de que ha bebido demasiado. Enciende un cigarrillo como excusa para estabilizarse.
—Te sigo.
—¿Por qué no vamos en mi coche? Luego te puedo traer, así podemos seguir charlando, además no creo que debas conducir.
Intentó negarse débilmente.
—Tonterías, vamos. —Dijo tomándola de la cintura con autoridad.
El trayecto en aquel lujoso auto es como el retorno a un pasado que no quisiera haber revivido. Apenas escucha la conversación que inútilmente se empeña en hilvanar y que ella contesta con monosílabos. Claudia entiende lo que le sucede y por todos los medios evita caer en el silencio que puede abortar ese viaje tan deseado. Por eso ignora la tensión y sigue con su perorata.
Llegan. Carmen lo vive como si estuviera inmersa en un sueño. Es todo como una recreación de algo vivido solo que esta vez debería estar mucho mas lúcida, mas serena. Sin embargo no lo está.
El sonido de la puerta maciza al cerrarse la saca del estado en el que se encuentra. Reacciona. No entiende qué le ha sucedido pero despierta.
—Ven, vamos a preparar algo.
—Prefiero no beber nada más.
—Eso lo solucionamos ahora mismo.
Carmen desea estar el tiempo imprescindible para no ser descortés. La sigue al salón mientras Claudia comienza a preparar unas bebidas.
—En serio, ya he bebido suficiente.
Claudia la mira sin dejar de preparar las bebidas.
—Ponte cómoda, ahora vengo.
Al poco, aparece con una pequeña cajita en sus manos, un estuche que Carmen conoce bien.
—No Claudia, eso se acabó.
—Déjate de sandeces, no vamos a estropear la noche porque no sepas beber.
Es absurdo, precisamente porque está en su límite es por lo que no quiere beber más. Pero no puede seguir discutiendo. Está algo mareada, solo es eso.
Claudia prepara un par de rayas y las esnifa con seguridad. Enseguida Carmen tiene ante sí otro par de rayas.
—Vamos, estarás como nueva inmediatamente, ya lo sabes.
Vacila, sabe que es cierto, no es la primera borrachera que se quita de esa manera. Solo una vez, no tiene por qué volver a hacerlo, solo es un remedio.
Aspira una vez, luego otra.
….
—Entonces, has estado haciendo tu propio tratamiento ¿es eso? Creo que no es muy ortodoxo, ¿no?
—No, no lo es pero tampoco es excepcional. Ha habido otros terapeutas que se han autoanalizado y han obtenido buenos resultados.
—¿Y a ti, qué tal te ha ido?
Toma el cigarrillo de marihuana que sostiene Claudia en su mano y da una profunda calada. Carmen no quiere seguir debatiendo, desea zanjar ese tema con delicadeza.
—Bien, está todo prácticamente resuelto, si.
—Incluso el tema de Carlos?
—Mira, eso es algo de lo que preferiría no hablar.
Claudia se acerca y la toma de la mano.
—Cariño, cuando te recogí hablamos mucho. Te confiaste a mí, me contaste muchas cosas y me diste pie a darte consejo, no solo consejo sino también mi visión de lo que creía que te sucedía, ¿lo recuerdas?
Lo recuerda, si, ¿cómo olvidarlo? Claudia fue la primera persona que le hizo reconocer su amor por Carlos. Quizás eso fue el comienzo de su cambio, solo por eso debería estarle agradecida.
—Tienes razón, a ti te debo el haber reconocido algunas cosas que me negaba a ver.
—Y ahora te has vuelto una desagradecida y me echas de tu lado —concluye dándole un breve beso en los labios al que Carmen responde.
—Nunca he pretendido echarte de mi lado.
Claudia sonríe con agrado sin dejar de mirarla a los ojos. Solo entonces Carmen cae en la cuenta de lo que ha dicho. Están tan cerca la una de la otra que puede sentir su aliento. Vuelve a darle un piquito y espera. Carmen duda. Pero Claudia no se da por vencida y vuelve a besar esos labios que tanto desea. Un amago de beso surge de la boca de Carmen que no es inmune a la tensión que hay entre ellas. Siente las manos que acaban de posarse en sus caderas y eso la distrae cuando vuelve a notar un nuevo beso en sus labios y sin poder evitarlo lo devuelve, ¿o es que en realidad lo desea? Claudia ya no espera y el siguiente beso no es breve, se detiene en sus labios y las manos que sujetan sus caderas la atraen hasta juntar sus cuerpos.
…..
—Me gustan.
Carmen deja que juegue con los aros que atraviesan sus pezones. Sonríe, los finos dedos de Claudia levantan uno de ellos, lo estira con cuidado, lo hace girar. Se queda pensativa y de pronto se levanta de un salto.
—¿Dónde vas?
Hurga en uno de los cajones de una cómoda, al poco vuelve con una larga cadena de oro.
—Incorpórate.
—¿Qué?
—Vamos, levanta.
Claudia y su tono imperativo cuando desea algo. Carmen se afianza en un codo y acaba por sentarse en la cama. Observa como anuda los extremos de la cadena en cada uno de los aros. El efecto es… No encuentra palabras para definir lo que siente.
—Me encanta, vamos al espejo —Dice tomándola de la mano.
La imagen es abrumadora aunque no entiende por qué. Se queda extasiada mirándose. Sus pechos aparecen anillados como siempre pero ahora la cadena cuelga de uno a otro. Apenas puede respirar.
—Eres mía, mi propiedad —Exclama Claudia con la voz tomada por la emoción.
Ambas callan durante un instante en el que solo atienden al espejo. Sucumben al morbo que les transmite la imagen. Carmen no reacciona, la imagen la ha trastornado profundamente.
Claudia toma la cadena por la base que cuelga y tira con suavidad sin pronunciar palabra. Carmen obedece a la tensión que siente en los pezones y comienza a caminar. «Así» susurra Claudia. Tiembla, sigue los pasos erráticos que la llevan por la habitación, traspasa la puerta, avanzan por el amplio pasillo, camina siguiendo el capricho de Claudia.
—Eres mía —repite en un susurro.
Se detiene Claudia. Se detiene Carmen manteniendo la distancia. El silencio solo es roto por la fuerte respiración de ambas mujeres.
Observa cómo la mira. No deja de recorrer su cuerpo. Tiene la respiración alterada, su pecho se eleva pronunciadamente. ¿Es posible que le cause tal efecto?
Desanuda uno de los extremos de la cadena. Ahora la distancia entre ambas es mayor. Caminan, pero no, algo no gusta a Claudia. Suelta la cadena que cae y provoca un tirón en el pecho que le genera un sobresalto.
—Espera aquí —ordena con ese tono duro que ya otra veces ha escuchado.
Se queda sola en mitad del pasillo, con la cadena oscilando, inmóvil, sintiendo el balanceo que pende de su pecho.
Claudia vuelve. Trae algo en las manos que no se atreve a mirar directamente. Cuando comienza a rodearle el cuello se inquieta, una inquietud que se transforma en morbo a medida que se ajusta a su piel. Es una cinta de unos tres centímetros de ancho. Suave, quizás seda que le da dos vueltas al cuello. No le aprieta pero se la ajusta y la anuda atrás. Claudia se sitúa frente a ella y la mira a los ojos. Serenidad, determinación. Carmen baja la mirada no es capaz de aguantar. Le suelta la cadena del aro y la sujeta a la cinta. Sabía que iba a hacerlo, lo sabía.
Nota un tirón y comienza a andar, el ritual se inicia de nuevo. Ahora sí, ahora si puede mirarla.
—Lo perfeccionaremos —musita Claudia.
Si, lo desea. Y esa reacción tan inmediata, tan directa la sorprende. Su cuerpo ha estado vibrando durante todo el proceso. Sigue vibrando.
…..
Se ha resignado a pasar la noche allí, es el precio a pagar por lo que ha venido a buscar. Una a una ha ido cediendo a todas las condiciones que ha ido poniendo Claudia, como si fueran peticiones cuando en realidad se trataban de órdenes.
Un par de rayas de coca las devuelve a un nivel de sobriedad adecuado. Asume su conducta servil, como otras veces. Se duchan juntas, en realidad Carmen se dedica al cuerpo de Claudia que se deja enjabonar, frotar y dar placer. Solo al final la usa para satisfacerse. Está marcando los roles con claridad, le gusta el poder y le gusta usarlo.
Después Carmen prepara una cena frugal, es el papel que le ha indicado que ejerza. No se siente humillada, sabía a lo que venía.
Tras la cena, recoge los platos y deja la cocina recogida y limpia. No se lo ha ordenado, es curioso, Claudia solo le ordenó que los llevara a la cocina; ha asumido que debía hacerlo. Casi cuando está acabando Claudia entra en la cocina en su busca, quizás extrañada por su tardanza y solo entonces Carmen se da cuenta de lo que ha hecho. Claudia regresa al salón en silencio. Al acabar, Carmen vuelve junto a ella y entonces todo vuelve la normalidad. Se sientan en uno de los sofás. Claudia ha servido dos copas, conoce bien sus gustos. Habla, la lleva por conversaciones distendidas, alejándola de cualquier motivo de preocupación. Poco a poco Carmen se relaja, confía, vuelve a estar cómoda.
Claudia se levanta, sale y al poco vuelve con algo que hace que la tensión regrese.
—Vas a probar algo nuevo. Me lo trajeron hace una semana y es sensacional, verás.
Frente a ella una pipa de madera de boquilla ancha y corta. Trae también una caja de color caoba. Se sienta a su lado, muy cerca, buscando intimidad.
—Claudia, no quiero fumar otra cosa que…
—¡No seas tonta, confía en mi, no te vas a arrepentir!
El tono imperativo que tan bien conoce no admite excusas. Claudia abre la caja y comienza a preparar la carga. Trabaja con esmero, concentrada en su labor durante un minuto, luego enciende la pipa, aspira profundamente y al fin se la pasa.
Carmen duda pero un gesto firme de Claudia le hace aceptar. Toma la caliente cazuela entre sus dedos. Nunca antes ha fumado en pipa y está desconcertada.
—No temas, la primera vez aspira con menos intensidad de lo que lo haces con un cigarro, así aprenderás.
Quiere decirle que no desea hacerlo pero calla y se lleva la boquilla a los labios. Pensaba que estaría caliente pero no. Aspira demasiado flojo y no siente nada.
—¡Vamos!
Esta vez lo intenta con más fuerza y los pulmones reciben una oleada densa, muy diferente a lo que está acostumbrada. Sin embargo no siente la necesidad de toser. El humo es agradable, diferente al de la marihuana. Lo retiene un momento y lo expulsa. Sin pensarlo aspira de nuevo, esta vez con más intensidad. Siente que los pulmones se llenan, aguanta y lo suelta. Claudia sonríe complacida y toma la pipa.
—¿Qué tal?
—Bien, es agradable, pensé que…
No puede continuar. Algo ha ocurrido. La estancia oscila como si fuera un barco. Una claridad mental inesperada le impide continuar un razonamiento que se le antoja innecesario. Lo que fuera que iba a decir está ya presente en la mente de Claudia, lo sabe. La sonrisa de ella se lo confirma. Todo esta en orden.
Le pasa la pipa, la toma, aspira y es como si el salón entrase en su cabeza y detrás el mundo entero.
El tiempo se volvió confuso. Ideas habladas, compartidas quizás solo con mirarse. Sed, mucha sed. Hubo alcohol y agua, también agua. Estaban en la gran cama de Claudia. Sexo, juegos. ¿La había echado de menos? Si, claro que te he echado de menos. Caricias, besos, los juguetes de Claudia y una rotunda negativa cuando la vio ponerse el cinturón con el dildo. Caprichosa Claudia insiste, al final transige, negocia y la deja usarlo cara a cara. No parece ella, es como si el hecho de tener ese atributo entre las piernas la transformara. Pero lo consiente.
La coca las recupera cuando decaen las fuerzas. Aprende a cargar la pipa por satisfacer su capricho y fuman, fuman. La realidad se va nublando. Tumbadas en la cama hablan sin cortapisas de cosas de las que no deberían hablar. Sed, mucha sed. Y sexo, sexo.
Se ha quedado dormida, no sabe cuanto tiempo. Claudia la zarandea, le ofrece algo, cerca de la nariz, apenas tiene tiempo de pensar, «Aspira fuerte» Y obedece, siente algo parecido a un chasquido en la base del cráneo, luego un relámpago entre los ojos. Está despierta, muy despierta. El cabello rojo, rizado de aquella mujer le sorprendió. ¿Cuándo había llegado? ¿qué hacía allí? Si era amiga de Claudia estaba bien, era cariñosa como Claudia «Eres mi sorpresa para Concha, es su cumpleaños, pórtate bien con ella» Vio la ilusión en su rostro, ¿por qué no jugar a ser sorpresa?
—¡Es tan joven!
Y se deja tocar, se deja comer. Los rizos rojos parecen brotar de su propio sexo, son como llamaradas alrededor de los ojos de esa mujer que aparecen entre sus muslos. Son fuego que la prenden, la hacen estallar. Es un regalo para esa mujer pelirroja que también desea ser devorada. Y se entrega a fondo, no se niega a nada. El champán corre por sus pechos y Concha, allá abajo, bebe y ríe. Lenguas voraces que lamen cada rincón de su cuerpo. Es un regalo de cumpleaños.
El polvo blanco impregna su vulva que sirve de copa para la mujer de cabello rojo. Siente que su pubis se hace inmenso, que los latidos la van a hacer colapsar, el corazón late a un ritmo infernal. Grita, Claudia le enseña un juguete rosa que vibra en su mano, poco después lo tiene dentro, todo su cuerpo comienza a vibrar al ritmo que marca el intruso. No lo controla, explota y un lago se desborda entre sus muslos.
…..
¿Despertaba o permanecía sumida en un sueño? No, comenzaba a regresar, a volver en sí, atrapada entre la vigilia y el sueño.
Quietud. Escuchó su propia respiración y le recordó el vaivén del balancín de la terraza.
Abrió un ojo —el otro estaba atrapado por la almohada—, pero no pudo ver nada, todo estaba a oscuras. Parecía flotar. Pero no lo lograba, no conseguía despertar, una y otra vez se hundía en el sueño para volver a surgir al momento.
Se ubicó, sabía que estaba en la cama de Claudia.
Claudia, si, estaba en su casa. Pero…
Se había vuelto a dormir. No debía de haber pasado mucho tiempo. Se sentía mareada. No tenía ganas de moverse. Era de noche estaba segura. Tenía sueño, mucho sueño. Las sienes…
Sintió la presión de un cuerpo pegado al suyo. Con la mano derecha palpaba algo que enseguida identificó: el pecho de Claudia. Empezó a ser consciente de la realidad aunque se sentía ida, un agudo silbido le atravesaba los oídos. El culo de su amante pegado a su pubis, el olor del cabello muy cerca de su rostro. Escuchó su respiración pausada, tan calmada que la invitaba al sueño. Si, dormía profundamente. Los recuerdos comenzaron a aflorar y los remordimientos también. El sopor amenazaba con volver a sumirla en un profundo pozo.
Entonces percibió otro cuerpo pegado a su espalda. Un cuerpo de varón seguía el contorno del suyo, un brazo la rodeaba y recogía su pecho, una verga semiadormecida se refugiaba entre sus nalgas, otro aliento pausado arribaba a su cuello.
Se removió.
—¡Qué, qué es esto! —balbuceó torpemente.
Claudia se despertó.
—Shhh, calla, lo vas a despertar.
—¡Quién, qué!
—Ángel Luis. Llegó de madrugada.
—¡Qué! —respondió aturdida.
—Calla, duérmete, no ha pasado nada. Es muy pronto, descansa.
Carmen sintió que los ojos se le cerraban sin remedio. El efecto del alcohol y las drogas era todavía muy potente. “No ha pasado nada”, resonó en su mente. Estaba arropada entre dos cuerpos que la abrazaban. Cerró los ojos. El contacto tibio de ambos le resultó confortable. “No ha pasado nada”. Claudia se removió ajustando las nalgas a la concavidad del vientre de Carmen y ella reaccionó apretándose. Ángel Luís en sueños respondió buscando el contacto perdido, murmuró algo y se apretó a ella deslizando la verga entre sus glúteos. Carmen, cada vez más lejos, dejó que su cuerpo actuara y su cintura se arqueó haciendo hueco al intruso. La verga se alojó entre los labios y comenzó a crecer.
Carmen flotó, se fue de aquella cama. Dormía en nuestra casa, conmigo, en un tiempo indefinido cuando nada nos había alejado. Pegada a mi, sintiendo como mi cuerpo se acoplaba al suyo, como siempre. Notando el tacto de mis dedos arropando su pecho. Se pegó mas buscando el calor de mi cuerpo y yo reaccioné estrechándola en sueños. Mi verga se había endurecido entre sus muslos, pegada a su vulva siguiendo la línea de sus labios y palpitaba tenuemente provocando que su sexo se contagiase con ese leve latido. Dormida se giró y en perfecta sincronía me volví, compusimos el espejo de la postura que antes manteníamos. Su mano en mi vientre, mis nalgas alojadas en su pubis, sus pechos clavados en mi espalda y mi excitada verga huérfana.
Por poco tiempo. La mano que explora mi vientre y sube por mi pecho siempre acaba apoderándose de mi sexo y aunque ambos estemos dormidos ocurre, siempre ocurre y muchas veces amanezco amarrado por su mano.
Así es. En sueños Carmen acaba por llegar a su objeto de deseo y lo rodea, lo acaricia sin más objeto que poseerlo para continuar su sueño así, sujeta a mi verga.
Pero esta noche algo cambia, algo sucede y mientras Carmen duerme con la prisionera en su mano, ésta crece, la mano responde, acaricia, aprieta. La cintura se arquea, golpea el pubis de Carmen que reacciona inconsciente y se pega más a los glúteos que la incitan. Ambos cuerpos se mueven en sincronía. La verga entumecida, atrapada en la mano que la aprieta comienza a latir y se derrama entre los dedos.
Luego, el silencio, la calma. Ambos duermen.
….
Despertó y lo primero que vio fue el rostro de Ángel Luis mirándola con una dulce sonrisa en los labios. No reaccionó, mantenía esa profunda relajación hedónica que le había provocado la droga.
—¿Qué haces aquí?
Se dio cuenta de que estaba descubierta hasta la cintura pero por alguna razón no le importaba, no sintió la necesidad de taparse. Ángel también estaba desnudo sobre la cama.
—Observar cómo duermes.
—¿Y tu mujer?
—En el estudio, creo.
Le recorrió rápidamente con la mirada. Grande, grueso, con el vello corto. Apenas echó un rápido vistazo a su miembro, corto, grueso, en proceso de erección. Ángel se percató de esa mirada.
—¿Por qué lo hiciste?
—¿El qué?
—¿Por qué te acostaste con nosotras?
Ángel se detuvo un instante construyendo lo que quería decir.
—Llegué a casa de madrugada; no esperaba encontrarte aquí y mucho menos en mi cama. Aunque no lo creas iba a irme al cuarto de invitados pero Claudia insistió en que me acostase con vosotras con una condición, que me portase bien. Dijo que sería bueno para ti.
—¿Para mí? —preguntó mostrando incredulidad.
—Si, dijo que si me acostaba a tu lado estando en las mismas condiciones de indefensión que la otra vez y no te tocaba, eso te haría confiar en mi.
Carmen escuchó como si no entendiera. Un creciente dolor de cabeza le impide razonar con agilidad. Entonces comenzó a negar.
—No puedes… no puedes hacer eso.
Ángel nota su confusión, le da tiempo.
—No puedes tomar decisiones que me atañen sin consultarme. Eso también es violación.
—¿Violación? Yo no te he tocado.
—¿Tú crees? Me desperté esta noche y estabas pegado a mi cogiéndome un pecho. No pude… —Vacila —, ¡Oh Dios! Todavía estaba afectada por… lo que fumé, no tenia capacidad de… y Claudia me hizo volver a dormirme.
—Lo siento, yo estaba dormido, no era consciente…
—Consciente o no, lo hiciste. Te metiste en mi cama sin permiso.
—Pero no te toqué siendo consciente —insiste —. Como tú, también tú hiciste cosas, imagino que soñabas con tu marido.
—¡Qué dices!
Ángel inspira profundamente.
—Cuando me desperté estabas vuelta hacia mí, abrazada cogiéndome… —Ángel miró hacia abajo, su verga ya estaba erecta —. Supongo que no pensabas en mi, lo cierto es que me controlé como pude.
Carmen recordó el sueño que tuvo, no puede ser. Le cambió el semblante, entonces lo miró y supo que se estaba delatando.
—No es cierto.
Ángel pareció ofenderse.
—No te hice nada Carmen, cumplí mi palabra, pero en sueños es evidente que no me pude contener.
Carmen niega con la cabeza.
—Si quieres más pruebas basta con que busques el rastro en tu mano.
Instintivamente Carmen se palpó los dedos. El tacto es áspero si, podía ser. Ángel vio el gesto. Estaba realmente ofendido. Inesperadamente le cogió la mano y la forzó hasta su nariz.
—¿Todavía dudas? Huele. Me corrí en tu mano por Dios pero no te toqué.
—Suéltame.
Carmen lo sabe. El olor es inconfundible.
—Piensa lo que quieras —Ángel se levanta de la cama visiblemente molesto.
—Lo teníais planeado.
—Te equivocas. No somos tan retorcidos, es cierto que Claudia tiene planes para nosotros pero ha sido una casualidad que volviera anoche a casa.
—¿Planes, qué planes?
—Ya te irás enterando, de momento tu presencia aquí significa mucho. Creo que tú también dices menos de lo que en realidad sientes.
—No sé de lo que hablas.
—Vamos Carmen, desde que te has despertado no has hecho intención de cubrirte. Podías haberme exigido que saliera de la alcoba y no lo has hecho. O al menos que me tapara. No, Carmen, tu palabras dicen lo contrario de lo que expresan tus gestos.
—Estoy… todavía estoy confusa Ángel, no razono con normalidad.
—Ya, será eso.
Tenía razón, su conducta no era la que debía ser frente al hombre que la había violado. Ahora era tarde para cubrirse.
—¿Puedes salir? Me voy a levantar.
La mira sorprendido.
—¿Sufres un ataque de pudor a estas alturas?
No sabe qué le sucede, reacciona tarde y mal. Está confusa, debe de ser por las malditas drogas. Se siente humillada.
Se levanta. Siente la mirada de Ángel que recorre su cuerpo desnudo. Un breve instante en el que sus miradas se cruzan. No entiende lo que está sintiendo, no lo entiende.
—Voy a ducharme.
Pasa por su lado, entra en el baño y cierra la puerta. Se apoya en el lavabo y respira hondo. Vuelve a llevarse la mano a la nariz y olfatea. Si, sin duda es semen, no la engaña. La historia que le ha contado es cierta.
Entonces una duda la asalta. Se lava las manos, a continuación recorre su vulva y con aprensión introduce dos dedos. El flujo que encuentra, la textura parece normal. Empapa bien dos dedos y vuelve a olfatear. Se los lleva a la boca y prueba el sabor. Se tranquiliza. No le ha mentido.
Busca un cepillo y comienza a desenredar el cabello. Entonces se abre la puerta.
—¿Qué haces?
—Perdona, pensé que ya estarías en la ducha.
—¿No puedes dejarme sola?
—Tanto te molesta compartir baño?
—Por favor. —insiste irritada.
—Vamos, sabes que soy parte del trato, deberías ir acostumbrándote a compartir espacios conmigo.
—¿De qué estás hablando?
—Del acuerdo que tenéis Claudia y tú, sea el que sea. No sé exactamente de qué se trata pero sé que me incluye.
Se le heló la sangre. No pensaba que las cosas fueran así. Su silencio corrió en su contra. Ángel se situó frente a la taza y comenzó a orinar.
—¿No te molesta, verdad? En el fondo comenzamos a ser como una pequeña familia.
No fue capaz de decir nada. ¿Así es como iban a ser las cosas con Claudia cada vez que necesitase algo de ella?
Ángel notó su preocupación.
—No temas, he prometido no tocarte y voy a cumplir mi palabra. Verás que soy de fiar. Te deseo como pocas veces he deseado algo pero no voy a volver a cometer el mismo error que cometí. Esperaré a que seas tú quien decidas venir a mí.
—¿Y si no lo hago?
—Lo harás, vas a tener que convivir conmigo cuando estés con tu amante y ya sabes, el roce hace el cariño.
—¡Vaya, pero si ya parecéis un matrimonio! —bromeó alborozada Claudia desde la puerta del dormitorio —¿Me he perdido algo?
Carmen dejó el cepillo y entró en la ducha.
—Vamos vamos, ese silencio me da que pensar. ¿Acaso has abusado de mi marido? Se lo tendría merecido.
—Déjalo ya —intervino Ángel —Vámonos.
…..
Carmen bajó al salón preparada para marcharse, no tenía intención de permanecer más tiempo allí. Lamentó no haber traído su auto.
Encontró a Ángel ya vestido.
—¿Un café?
Negarse era absurdo, tenía que mostrar serenidad
—Si, gracias.
Salieron juntos hacia la cocina. Tras cederle el paso, Carmen sintió una mano en su cintura. No quiso decir nada.
Así llegaron hasta la entrada de la cocina donde estaba Claudia que les vio llegar y no perdió de vista el detalle.
—¿Qué tal has dormido?
Claudia desvió la mirada hacia su marido tras esa pregunta. Carmen prefirió no contestar.
—Si te viene mal llevarme puedo pedir un taxi.
—Tonterías, los dos tenemos que ir al centro así que elige quién prefieres que te lleve.
—Quedamos en que me acercarías tú —respondió rápidamente.
El desayuno siguió con una conversación informal.
—¿Sabes que anoche conoció a Concha?
Carmen se tensó, la miró esperando que no contase detalles de aquel encuentro.
—Se pasó por aquí, ayer era su cumpleaños y le tenia un regalo.
—¿Ah si? ¿qué le compraste?
—Un detalle ¿verdad Carmen? Le gustó mucho, creo que acerté. ¿A que si?
Sabe que es mejor seguirle el juego para que todo termine cuanto antes.
—Totalmente, estaba feliz.
Claudia se queda satisfecha y como pensaba abandona el tema.
…..
—Te he preparado un paquete, con esto tendrás suficiente para una temporada.
—¿Y el contacto que me dijiste?
—Bueno, Luca es una persona muy reservada, ya le hablaré de ti pero de momento será mejor que sigamos así. Cuando necesites más me lo dices, nos vemos y…
—Pero al menos dime cuánto es, esto no debe ser barato.
—¡Vamos Carmen, me vas a hacer enfadar!
Es lo que temía, Claudia va a hacer que dependa de ella.
Ya en la puerta, Ángel se acerca. Es la despedida.
—Bueno Carmen, espero volver a verte pronto.
—Claro que sí —Interrumpe Claudia el inicio de lo que fuera que iba a decir—, pronto la tendremos con nosotros ¿no es verdad?
—Si, por supuesto.
Una sonrisa, una mano que se posa en su hombro. Es la despedida. Carmen toma la iniciativa y amaga un beso que apuntaba a la mejilla pero que Ángel conduce a la boca. No puede rechazarlo, no va a crear un momento de violencia ahora que ya se marcha. Aguanta lo justo pero ¿qué es lo justo? Siente su cintura atrapada por esa mano pequeña, rechoncha que la aproxima hacia él como si iniciase un baile. Cede, ¿cuánto más va a tener que ceder? Es la despedida, ya está todo a punto de acabar. El beso se le hace eterno, la mano que reposa en su hombro la conduce como si se tratase de una danza, la estrecha. Ella en algún momento ha llevado los brazos al pecho de Ángel como protegiéndose, aunque podría parecer que acepta. Cae la mano hacia la cadera, más abajo, hacia atrás. El beso continúa sin que ella haga nada por detenerlo. Por fin reacciona, presiona con los brazos, le separa.
—¡Ángel! —le reconviene débilmente.
No puede, no puede, siente un rechazo visceral por el hombre que la violó.
Y él todavía le roba un último beso, corto, breve.
—Todavía estás a tiempo de quedarte, piénsalo. —sugiere Claudia sonriendo.
Ángel la mantiene sujeta de la mano mirándola a los ojos.
—Vámonos —responde seria.
De vuelta al coche, se crea un incómodo silencio. Las escenas que pasan por su cabeza adquieren un significado muy diferente ahora que está serena. No, no es así como quería que hubieran sucedido las cosas. Sabía que tendría que ceder un poco pero el límite al que ha tenido que llegar supera con mucho lo que pensaba.
—Ángel es un buen hombre, ya has visto que no ha pasado nada. Ha dormido contigo y te ha respetado, ¿qué mas pruebas quieres? Lo que pasó, pasó. Fue un tremendo error del que se ha arrepentido mil veces. ¡Dale una oportunidad! Ganarías un excelente amigo y si te liberaras un poquito dispondrías de un gran amante, te lo aseguro.
¿Qué decir sin ofenderla? Hay algo que la bloquea cada vez que ve a Ángel Luís, hoy quizás el efecto de las drogas lo ha mitigado. Recuerda el momento en el que lo ha visto al despertar. Desnudo, frente a ella. Aún no entiende como no ha saltado de la cama, como no le ha hecho salir de allí. Y a medida que hablaban, esa erección que tenía enfrente… No, no entiende como ha podido aguantar esa escena.
Han sido las drogas, sin duda, ella desnuda, frente a él, sin sentir nada, nada.
¿Nada? Ya no está tan segura.
—¿Qué me dices? ¿Lo pensarás?
Claudia ha venido a interrumpir ese incipiente análisis que comienza a preocuparle.
—Dame tiempo Claudia, todavía está muy reciente lo que sucedió.
El gesto de Claudia delata el malestar que esa respuesta le provoca. No vuelve a hablar. La conoce bien y sabe que se ha molestado. No le gusta que le lleven la contraria.
Pasará. Los enfados de Claudia son cortos como tormentas de verano.
Carmen se concentra de nuevo en los sucesos recientes. Concha. Aunque no recuerda con claridad lo sucedido si es consciente de que ha sido usada por Claudia para disfrute de su amiga y le irrita.
La mano de Claudia aprieta su muslo y esto la saca de sus pensamientos.
—¿Estás bien?
Claudia parece haber olvidado su enfado e intenta retomar la conversación.
—Pues no, no estoy bien. Lo de Concha…
De nuevo endurece el gesto.
—Tómatelo como una experiencia más, algo nuevo a lo que no estás acostumbrada pero que disfrutaste, no me lo negarás. Fuiste el juguete de mi amiga, el regalo de cumpleaños que le hice a Concha. Ya viste su expresión de sorpresa, la ilusión que le hizo. Y tú pareciste disfrutarlo tanto como nosotras.
No lo puede negar, intenta encontrar las palabras que rebatan sus argumentos, busca la contundencia que le dé veracidad a unas palabras que no aparecen y no lo consigue.
Niega con la cabeza, trata de darle la réplica pero no le da opción.
—Ya está bien querida, no finjas conmigo una moralidad que perdiste hace mucho tiempo. Has venido a mi casa a venderte a cambio de marihuana. Acéptalo y deja de esconderte. Yo te compro y tú te vendes. ¿Estamos de acuerdo?
Abrumada por lo que acaba de escuchar calla y desvía la mirada hacia el paisaje que pasa por la ventanilla de su puerta.
—Carmen.
No le queda mas opción que atender a Claudia.
—¿Estamos de acuerdo?
No le va a permitir evadirse, la está forzando a declararse.
—Si —confiesa en un murmullo.
La mano que aprisiona su muslo le da dos palmadas.
—Así está mejor. Nos ahorramos malos entendidos. Cuanto antes lo asumas menos quebraderos de cabeza sufrirás.
Calla, es una derrota amarga que la deja sin fuerzas. La pertinaz caricia se hunde entre sus muslos. Quiere afianzar su terreno de una manera casi masculina. No hace nada por detenerla, sabe que está probándola.
—Y en lo que respecta a Ángel Luis, te diré una cosa. No me gusta cómo lo estás tratando.
Esto era más de lo que podía aceptar, se volvió hacia ella bruscamente.
—¿Cómo has dicho? —marcó cada palabra con una firmeza que hasta ahora no había mostrado.
Claudia retiró la mano de sus piernas y la llevó al volante.
—Ángel no está bien. Desde que sucedió aquello no es el mismo, parece abatido, triste, melancólico.
Carmen esboza media sonrisa, sabe que es una treta para ganarse su compasión.
—¿Y yo? ¿imaginas como me quedé yo?
—¡Vamos Carmen! Por lo que me has contado deduzco que has pasado por varios hombres peores que mi marido a los que no les has hecho ascos y algunos con menos modales que Ángel. Si consideras violación lo que te hizo ¿cómo llamas a lo que me dijiste que te hicieron en la cocina de ese italiano?
No recuerda haber contado esa escena. Sin embargo ahí está, descubierta. ¿Qué más cosas le habrá revelado bajo el efecto de las drogas?
—¿Qué es lo que crees que busca en ti mi marido, follar cada vez que vengas a casa, solo eso? No lo conoces, no le has dado la más mínima oportunidad. Es una excelente persona, sensible, culto, amante del arte, divertido, con una conversación que te puede enganchar durante horas y hacer que parezca que han pasado minutos. No, no le has dado ninguna oportunidad.
Presión, presión. Recuerda la frase de Ángel, «es cierto que Claudia tiene planes para nosotros».
—¿Qué es lo que quieres de mi?
El auto se ha detenido cerca del Antlayer. Claudia apaga el motor y durante unos segundos se mantiene en silencio.
—Que reflexiones Carmen, que pienses si estás siendo justa con él.
Está agotada, no le ha contestado pero no le quedan argumentos ni fuerza para rebatir a Claudia.
—De acuerdo, lo haré, pensaré en ello.
……….
La llamada
He hablado con Graciela. Por alguna razón que se me escapa no ha sido una conversación fácil. Cuando vi su nombre en el teléfono sentí tristeza cuando debería haber experimentado alegría. Tardé unos segundos en descolgar, no sé bien por qué. Quizás porque esa emoción disonante me prevenía.
Así fue. Graciela de inmediato me notó incómodo y me lo hizo saber. Intenté restarle importancia, aparenté normalidad y afrontamos una conversación extraña. Enseguida me di cuenta de que ella había renunciado al motivo que la impulsó a llamarme, fue entonces cuando reaccioné. La echaba de menos ¿de verdad iba a permitir que una absurda reacción estropeara nuestro reencuentro?
Le hablé de mi terapia con Raúl, le conté el efecto que me había causado volver a ver a mi viejo amigo Santiago tras diez años de alejamiento. Poco a poco entramos en sintonía, Graciela volvió a ser la compañera, la consejera, la amiga. Cualquiera que fuesen los motivos de esa absurda melancolía que a punto estuvo de hundir este reencuentro conseguí alejarlos.
—Te he echado de menos. Mucho.
Fue un impulso, un arranque en mitad de una conversación que había recuperado el tono que nos merecíamos después de este tiempo de silencio forzado.
—Yo también, pero reconoce no te ha venido mal este retiro espiritual —bromeó.
—Ya venía yo preparado. Raúl me dejó con tarea, no te creas, soy un buen alumno, serio y disciplinado.
Me hubiera gustado tenerla cerca, a mi lado. Y se lo dije. Dejamos que los deseos brotaran como si fuéramos unos adolescentes. ¿Por qué no? Luego volvimos a la realidad. Graciela entró en materia. Quería aclarar un malentendido.
—No hace falta ya me lo explicó Carmen, hablamos el otro día. Ya sé que no conspiráis contra mí.
—Fue una casualidad Mario, yo solo quería…
—Sé lo que querías, ahora lo sé. Dejémoslo ya por favor.
Acabo de colgar y me siento bien, feliz. Esta mujer me sosiega, me complementa de una manera que me resulta difícil de explicar.
Tabla rasa
Condujo hasta casa en silencio, sin pensar. Aparcó como una autómata y cuando entró en casa fue directamente a la alcoba. Se desnudó y antes de volver a vestirse llevó toda la ropa al cesto, como si necesitase alejarse de todo lo que había llevado durante aquel aciago día. Entró en el cuarto de baño, dejó que corriera el agua del lavabo y se lavó la cara enjuagándose abundantemente, luego se enjabonó y se aclaró varias veces. Tomó la toalla y hundió el rostro en ella. Abandonó el baño igual que había entrado, sin mirarse ni una vez en el espejo.
Está serena. No ha vuelto a pensar en Concha. Si durante el trayecto con Claudia creyó que debía revisar la relación con Ángel Luís esto ha desaparecido de su memoria. Ahora solo tiene en mente terminar de resolver los aspectos que faltan por trabajar con la náufraga: Por qué se fue de casa. Debe revisitar los escenarios de aquel fin de semana, recién llegados de casa de Doménico. Luego estará lista para el reencuentro.
Se viste. Saca del bolso el paquete que le ha preparado Claudia. Ha sido generosa. Rellena la pitillera y calcula que tiene para dos cargas más. Encuentra un paquete más pequeño y adivina su contenido antes de abrirlo. Es el estuche plateado cargado de coca. Vacila, por fin lo guarda todo en la coqueta bajo la lencería.
Parece no saber qué hacer. Se ha sentado en la cama y queda inmóvil sumida en una quietud impropia de ella. Cuatro, cinco minutos no más y reacciona. Saca un cigarro de la pitillera y lo enciende, sube a la terraza. Aún parece desconcertada.
Es el momento de volver al trabajo. Entra y se sienta frente al portátil. ¿Y el móvil? Baja a la alcoba y lo recupera del bolso, está apagado, sin carga. Regresa al ático y lo enchufa. Surgen los avisos. Graciela ha llamado varias veces. ¡Claro!
—Hola, en este momento no puedo atenderte…
Cuelga, lo intentará más tarde. Se recrimina por no haberla llamado ayer.
Comienza a trabajar la jornada del sábado tras el regreso de vuelta de casa de Doménico. Estar en casa le facilita las cosas. Pasea, se sitúa en los puntos donde se produjeron los hechos. Está serena, concentrada. Se toma pausas. A la hora de comer decide salir, no quiere encerrarse.
De camino al restaurante recibe la llamada de Graciela. Todo ha ido bien, todo está aclarado.
—¿Cómo lo ves?
—Sosegado, tranquilo. Está haciendo terapia.
—Lo sé.
—Creo que es el momento de que habléis.
—¿Te ha dicho cuando piensa volver?
—No he querido preguntarle.
—Claro.
—¿Habéis…? —Insinúa Carmen una pregunta que queda en el aire.
—¿Quedado? No hemos concretado, no es el momento.
—Esta tarde le llamaré, te contaré como ha ido.
Es Elvira
Es Elvira, si. La observo gesticular y compruebo que ha recuperado la energía que tenía cuando defendía sus propuestas entonces, con diez años menos. Calla, toma la copa de vino con la que acompañamos el menú y bebe sin apartar sus preciosos ojos de mi. Sé lo que piensa. Es la mirada que me lanzó tantas veces en aquellos años y que de un día para otro se transformó en otra muy diferente, algo entre la hostilidad y la indiferencia barrió esta luz que emiten sus ojos ahora.
Debió de ocurrir el mismo día que llegué con Carmen aunque esto lo he deducido con el paso del tiempo, lo mismo que el sentido profundo del valor de esta mirada que me traspasa ahora mismo. ¿Cómo no me di cuenta?
Ha dejado la copa y permanece en silencio. Puede ser que su mirada, de intensa, me haya contagiado y eso le impida seguir una conversación que se ha vuelto intranscendente.
—Pasemos del postre —propone. Su voz me excita como si hubiera cantado el más obsceno poema.
La llave sobre el mantel nos ha evitado una espera que nuestra urgencia no toleraría. Cogidos de la mano salimos del restaurante y caminamos hacia el ascensor del hotel. Es evidente lo que parecemos a los ojos del conserje y no sólo no nos importa sino que añade un punto de morbo que me reafirma en la idea de que Elvira vuelve a ser la que era. Transgresora.
El primer beso es suyo, en el ascensor. Se enlaza a mi cuello y busca mi boca, primero con delicadeza, ganando fuerza a medida que la pasión le gana la batalla. Mis manos encuentran su cintura pero pierdo el sentido y caigo derrotado por la curva de sus caderas. Suspira exhalando por la nariz, se aprieta a mi pecho, una de sus piernas me busca, mis manos se han apoderado de sus nalgas que se agitan agradecidas. Las empujó hacia mí y obedecen.
Tiempo. Las puertas se abren sin previo aviso. Quedamos expuestos ante un matrimonio que nos mira sorprendido. Elvira rompe a reír y nos contagia a todos. Si, es ella, ha vuelto. Espontánea, divertida, libre.
Nos desnudamos despacio, mirándonos como si quisiéramos memorizar cada instante. Me emociona comprobar que ya no intenta ocultar sus cicatrices. Es hermosa. Me acerco, queda quieta esperando mi reacción. Acaricio sus clavículas, hubiera querido descender por los brazos pero el aroma que desprende su piel me pierde y como si fuese un imán nuestras mejillas se juntan. Es entonces cuando percibo un tenue temblor que recorre su cuerpo. La abrazo con suavidad, casi sin tocarla, necesito sentir no poseer. Así, en esa posición comienzo a recorrer su piel, a palpar sus formas. Cuando se decide a poner sus manos sobre mi espalda siento una descarga que me provoca una especie de calambre. «Shhh» susurra en mi oído y mis labios, sin que yo se lo ordene besan su mejilla.
Me inclino. Mi boca necesita ese cuerpo. Alcanzo sus pechos y me entretengo entre ellos. Sus manos mesan mi cabello y me transmiten paz. El olor de esta mujer me embriaga. Alcanzo su pecho, lo sopeso, lo aprieto con extremo cuidado y al fin lo llevó a mi boca. Su placer vocalizado es mi placer. Me acaricia de una forma tan tierna que podría llorar, sus dedos van de mi cabello a la nuca, juegan con cada pliegue de mis oídos, pasean por las mejillas y vagan otra vez sin prisa, sin rumbo fijo.
Abandono sus pezones y beso cada rincón de su abdomen, el potente perfume de su sexo me llama a medida que desciendo. Acaricio sus caderas y entro en el terreno rugoso de la profunda herida. No, esta vez no encuentro tensión y sigo, acaricio. Quisiera besar ahí donde sufrió pero es pronto, no quiero ser mal interpretado. Mis manos se aferran a sus muslos, el herido y el sano y aspiro frente a su sexo, me emborracho. Sus manos dirigen mi cabeza, aprietan mi cráneo sobre su pubis, muerdo el vello rojizo con mis labios y aprieto, busco y ella retrocede buscando la cama sin soltarme. Gateo siguiéndola. Se desliza sobre la colcha, no piensa perder el tiempo abriendo la cama, la sigo persiguiendo esos muslos abiertos que me llaman. Sonríe de una manera sucia, obscena y me lanzo como un animal a la caza de la hembra.
….
Es la tercera llamada que recibe de Santiago, las otras dos las ha dejado morir.
—Tienes que contestar.
Me mira como si afrontara un suplicio. Creo que le resulta violento mantener una conversación con su marido estando desnuda y abrazada a mí en una cama.
—Qué pasa —Responde con frialdad.
Algo sucede. Elvira palidece, se sienta en la cama y me pasa el teléfono.
—Dime.
—Vente cagando leches para aquí, a las seis y media presentas el proyecto ¿o te has olvidado?
Me incorporé buscando un reloj que no encontré por ningún lado. Toda la responsabilidad que ese descuido suponía para el gabinete cayó como un mazazo sobre mí.
—Llevo llamándote dos horas, ¿dónde coño estáis?
Al fin conseguí localizar mi reloj. Las seis menos cuarto. Hice un cálculo rápido.
—Aplázalo. Pon una excusa, cualquiera pero no puedo llegar antes de las siete y media.
—¡Siete y media! No sé qué coño voy a hacer.
—A las siete y media estoy allí. Invéntate algo.
—Folla bien mi mujer eh?
Si le hubiera tenido delante habríamos acabado en comisaría.
—A la siete y media.
La llamada de Carmen
—Carmen…
Me separo de Santiago y el grupo que siguen caminando hacia la salida. No la esperaba y siento como el corazón se me acelera.
—Hola, ¿cómo estás?
—Bien, bien… todo bien, aquí…
Un silencio incómodo, expectante. Intento que se resuelva por sí solo y si no tendré que…
—Me estaba planteando… bueno, quería… terminar esta etapa de reflexión, ya sabes, unos últimos días. Me está costando concluir, han pasado tantas cosas, ha sido todo tan…
De nuevo un silencio. Intuí que no encontraba la manera de decirme aquello que necesitaba compartir conmigo.
—Dime.
—Me preguntaba si no te importaría que me fuera unos días a la casa de la Sierra. Yo sola claro… no lo digo por ti… quiero decir que iría yo sola, en fin...
—Te he entendido —corté su enrevesada explicación. No iba a llevar a nadie. ¿Es lo que quería decir o simplemente me pedía que no fuera yo?. ¡Qué violento nos resultaba conversar! —, puedes ir cuando quieras, sigue siendo tu casa salvo que algo haya cambiado y yo no lo sepa —bromeé para ocultar la súbita emoción que comenzaba a dominarme.
—No, por mi parte no ha cambiado nada… ¿y por la tuya? —su voz había mudado en un hilo apenas audible.
—No, nada.
—¡Bien! —juraría que estaba tan emocionada como yo o quizás era mi deseo de que así fuera.
Nos quedamos en silencio, ¿qué añadir después de aquello? Lo que estaba claro es que no íbamos a colgar sin despedirnos.
—Pásate a coger las llaves cuando quieras, ya sabes dónde están —dije con voz ronca.
—Quizás, si no tienes otros planes… —no me equivocaba, conocía esos matices cargados de emoción —, podrías venir el lunes. Y quedarte.
Tardé una eternidad en poder articular palabra, supongo que entretanto, le llegaron mis intentos por respirar con normalidad, por sofocar la emoción que amenazaba con romperme.
—Cuenta con ello —Pronuncié atropelladamente.
¿Cuánto tardamos en poder pronunciar las siguientes palabras?
—Te quiero.
—Y yo a ti.
….
—Raúl, hola cómo estás.
…
—Si me imagino, oye necesito verte, es importante.
…
—Lo sé no te lo pediría si no fuera realmente urgente.
…
—Raúl, ¿no me estarás intentando dar una lección sobre aquello de los pacientes que abordan al terapeuta fuera de la consulta? No, déjame hablar. Te lo estoy pidiendo como amigo pero… Oye te lo pido como colega, no me trates con condescendencia. Ni siquiera te has parado a escucharme y creo que me lo debes.
…
—Así mejor. Como sabes estoy en Sevilla. Carmen me llamó hace un par de días, tuvimos una conversación diferente, muy fluida, muy buena.
…
—No, nada de eso. Raúl, me acaba de llamar, vuelve a casa y quiere que nos reunamos el lunes. Yo no quiero caer en el mismo perfil que las otras veces, ira, rencor, reproches, eso nos llevaría al desastre. Necesito que me ayudes, que me des pautas porque me juego nuestro futuro.
…
—Disculpas aceptadas, no pasa nada.
—Salgo para Madrid, si no encuentro tren alquilo un coche.
Necesito tu apoyo
“Pagaré las consecuencias pero la combinación marihuana coca me ha permitido avanzar en veinticuatro horas lo que no habría conseguido en un mes.
Por fin duermo bien, ocho horas de un tirón. Estoy despejada, con una lucidez que no recordaba desde hace mucho tiempo. He conseguido desentrañar la raíz de mi conducta durante el fin de semana tras nuestro regreso a casa, la forma en que enfoqué el dialogo con Mario y mi abrupta marcha. Creo que ahora estoy preparada para afrontar el reencuentro. Si mi intuición sobre la evolución de Mario es cierta pienso que podremos enfocar el diálogo con muchas probabilidades de éxito. En los días que faltan terminaré de prepararlo todo para que no cometamos ningún error.”
Leyó detenidamente lo que acababa de escribir. Cuando acabó cerró el cuaderno y bajó con la intención de preparar el equipaje que pensaba llevar a la Sierra. La maleta mediana le bastaría.
Al terminar cogió el paquete que había guardado entre la lencería y lo metió en el fondo de la maleta.
Media hora después conducía rumbo al lugar donde habíamos pasado tantos momentos felices.
Se empezaba a notar el tiempo vacacional, los chalets cercanos habían cobrado vida, las calles estaban sembradas de autos y pudo reconocer a algunos paseantes que como ella, no residen en el pueblo.
Abrió la cancela y llevó el auto hasta el fondo ocupando su lugar habitual. Era ya mediodía y aunque la gente se habría retirado a almorzar todavía se escuchaban algunos niños jugando por la pradera.
Aspiró profundamente. El aroma de la naturaleza, el sol y la brisa la llevaron a algún otro momento lejano en el que fue feliz, despreocupadamente feliz.
Cargó con la maleta hasta la puerta y entró en la casa. Era inevitable dejarse llevar por los recuerdos que se agolpaban en cada rincón. A diferencia del día que regresó a casa la nostalgia no la golpeó. Estaba decidida a conseguir que nuestro encuentro discurriera de la mejor manera posible. No iba a consentir que fracasásemos.
Subió persianas, abrió alguna ventana, deshizo la maleta y cuando el calor le recordó que la primavera allí era más intensa que en Madrid optó por unos shorts de algodón y una camiseta de tirantes, luego salió al porche con el paquete de tabaco en la mano y se sentó en una de las mecedoras.
Tiene todo el fin de semana por delante para preparar el reencuentro.
…..
Se ha echado por los hombros una manta que encontró sobre uno de los sofás y ha bajado las escaleras del porche trasero evitando ese escalón suelto que lleva desde Navidades esperando que yo me decida a arreglarlo. Las estrellas brillan con intensidad en este cielo apenas herido por las pocas luces que le llegan del pueblo o de las casas que allá en la montaña centellean esparcidas por la oscuridad. Al principio se ha guiado por la mortecina luz del móvil, luego cuando los ojos se han acostumbrado a la penumbra ha seguido a oscuras, guiándose por las formas que en la oscuridad le ofrecen pistas para su deriva.
Se detiene a medio camino, extrae un cigarrillo de la pitillera y lo enciende. El potente sabor de la marihuana la llena. Una segunda calada y reanuda el paso.
Ha estado trabajando en la estrategia que desea seguir para enfocar el diálogo. Tras el encuentro, después del momento emocional llegará el tiempo de hablar y no quiere dejar nada a la improvisación porque eso fue lo que malogró el regreso a casa tras la experiencia con Doménico.
Domi, ¿Qué será de él? Ha estado tan concentrada en rehacer su vida que le ha tenido olvidado. Sin embargo también forma parte del momento que se avecina.
La alusión a Doménico fue determinante en el caos que precipitó su marcha y ahora debe encontrar el modo de plantear su presencia en este nuevo escenario en el que la reconciliación sin él no sería completa.
«Lo que quiero decir… es que, quiero volver a verle, no sé cuando, no ahora mismo pero tenemos que seguir viéndole»
El argumento mal planteado que provocó el fatal desenlace. Recordó la expresión de su cara, entre la incredulidad y el asombro.
«No se si lo entiendes, supongo que no, claro, no me extraña, es todo tan… absurdo, acabo de decirte que no me esperaba…»
No podía mirarle a la cara, se sentía incapaz pero cuando entendió que él no le iba a contestar nada comenzó a crecer el rencor, el mismo rencor que había sentido allá en la casa de Doménico. ¿Es que no tenía sangre en las venas?
«¡Di algo, por Dios, no te quedes ahí callado, como si no pasase nada!»
Entonces lo vio, esa expresión de desprecio que jamás le había visto antes. Y por primera vez sintió miedo.
«¿Qué quieres que diga? ¿Me concederás un poco de tiempo para que intente asimilar todo lo que me estás soltando, no? Para mi también ha sido un shock vivir lo que hemos vivido, no creas. ¿Que quieres volver a ver a tus amantes? ¡vale, pero déjame que lo asimile por Dios! si piensas que estaba preparado para ver cómo te abrían el culo o cómo te comportabas más como la… puta de Doménico que como mi esposa…»
No pueden volver a caer en aquello. Cuando le vuelva a plantear que Doménico no es cosa del pasado sino que forma parte del futuro y que además una mujer, Irene, está muy implantada en su vida debe actuar con mucho tacto.
—Doménico. —Pronuncia en voz alta. Hace tanto que no dice su nombre… Se detiene, da una calada, evoca su rostro, recupera su cuerpo, su voz, «Mia cara, sei…»
—¡Oh Dios!
Arroja la colilla y avanza con paso rápido hacia la casa huyendo de la oscuridad, huyendo de la imagen que el recuerdo de su amante le ha provocado.
Ya en el salón enciende otro cigarrillo y se prepara una copa.
Doménico. Su nombre, su recuerdo ha permanecido velado todo este tiempo de análisis. Es cierto, apareció en los relatos de la náufraga pero fue como si se tratase de un fantasma al que se mencionaba y del que más valía alejarse en cuanto dejaba de ser necesario en la terapia.
Ahora sin embargo, en la oscuridad del jardín el recuerdo ha sido poderoso, fulminante. Carmen no lo ha evitado, más bien al contrario, deseaba evocarlo.
Lo que no podía imaginar es que allí, a oscuras, las imágenes que su nombre le evocaran fueran las que han aparecido. Sobrecogedoras, impactantes, inesperadas. «Doménico», ha pronunciado y su mente la ha transportado al blanco diván en el que, aferrada al cuerpo de Salif, atravesada por ese prodigio que le alcanza donde ninguna otra verga le ha tocado nunca, desfallece, se deja caer. Su cuello busca acomodo pero encuentra el vacío, cuelga y mientras sigue la cadencia de la intensa penetración mira el salón que se le ofrece invertido. Su cuerpo oscila taladrado, deslavazado, inerte, sin capacidad para soportar más placer del que ya está recibiendo. Una sombra intercepta su campo de visión, intuye que es Doménico el que se sitúa ante ella formando un arco con sus potentes muslos. Desde su perspectiva le parece inmenso, poderoso. Su rostro allá arriba le sonríe satisfecho, por fin ha conseguido su aprobación, es su puttana. Se arrodilla, le acerca el trofeo a la boca y ella se apresta a recibirlo, curva más el cuello para facilitarle el paso y como si se tratase de un sable la atraviesa lentamente, sin dificultad, hasta el fondo. Cuando se va a quedar sin aire él parece adivinarlo se desliza fuera y antes de que vuelva a atravesarla ella relaja la garganta justo cuando la verga, más hinchada si cabe, comienza a follarla siguiendo un ritmo lento y constante, distinto al que imprime Salif en su coño, más duro, más intenso. La penetra profundamente, atravesando la garganta limpiamente una y otra y otra vez siempre hasta el límite, manteniéndose clavado un instante para volver a salir y dejarla ante sus ojos húmeda, brillante, amenazante, dándole tiempo para recuperar el aliento.
No esperaba esta imagen. Tan potente, tan obscena. Nota el calor en su rostro. En el vientre siente la pulsión que nace en lo más intimo y se funde con esa suave vibración que recorre su piel.
Se levanta en busca del móvil.
—¿Pronto?
—Domi
—¡Cara, sei tu!
—Si, necesitaba oírte.
—¡Carmen, no sabes cuántas veces he estado a punto de llamarte!
—Lo imagino, pero sabía que harías lo que has hecho. Darme tiempo.
—Pensé que lo necesitabas, me alegro de no haberme equivocado.
—¿Cómo estás?
Hay cariño, nostalgia. Los sentimientos afloran con más intensidad de lo que lo hicieron mientras estuvieron juntos. Carmen relata una vez más cómo ha sido su vida desde que se separaron, hay lagunas que no tiene por qué contar pero el paisaje es lo suficientemente completo como para que su amigo sepa.
—¿Entonces os vais a reconciliar?
—Por eso te he llamado. Ya estoy en casa, he hablado con Mario y regresa el lunes. Necesitaba tu apoyo.
—Lo tienes cara, me tienes a tu lado.
—Sabes que la discusión que me motivó a marcharme de casa fue porque le dije a Mario que quería seguir viéndote ¿lo recuerdas?
—Si, la reacción que tuvo no fue nada racional.
—Cuando venga el lunes pretendo que lo hablemos todo. Todo lo que ha sucedido en estos dos meses que hemos estado separados y todo lo que pasó entonces, en tu casa cuando estuvimos juntos, lo que me molestó, de ti, de él, de nosotros, lo que hice mal, lo que podíamos haber evitado, lo que provocó que aquel fin de semana ya en casa se convirtiera en un gran error que condujo a aquella discusión horrible.
—Va a ser difícil, lo sabes.
—Lo sé pero si quiero que todo funcione no podemos cerrarlo en falso. Por eso tengo que volver a plantearle lo que provocó mi marcha.
—Ten cuidado, no sabes cómo va a reaccionar, deberías evitarlo por el momento.
—Los dos hemos madurado en este tiempo. Mario tiene ahora una relación estable con una persona increíble, es una buena amiga que le ha ayudado a superar la separación. Sin ella quizás hoy no estaríamos a punto de reencontrarnos.
—Me lo tendrás que contar en detalle pero si esto es así quizás puedas enfocarlo mejor de lo que lo hiciste la primera vez.
—En eso es en lo que estoy trabajando, pero a medida que se acerca la fecha me siento insegura, por eso es por lo que he querido hablar contigo, necesitaba escuchar tu voz.
—Carmen, si estoy en Italia es por ti. Una sola palabra tuya y cojo un avión.
La emoción le anegó los ojos. Durante un momento fue incapaz de articular palabra.
—¡Cariño!
—Te lo dije una vez y se lo dije a Mario. Nunca he pretendido romper vuestro matrimonio, desde el principio pensé que la mejor manera de acercarme a ti era ser su amigo. Eso sigue siendo válido hoy. Lo que también tengo claro es que puedo hacerte ser mujer de una forma que jamás Mario conseguirá pero eso no es incompatible con tu matrimonio y tú también lo sabes. Conmigo has experimentado cosas que desconocías, eres otra Carmen distinta, diferente.
Carmen apenas podía controlar la respiración que le agitaba el pecho. Lo sabe, Doménico ha sacado de ella un carácter que desconocía y que había olvidado hasta que ha vuelto a hablar con él.
—Lo sé.
—Carmen.
—Dime.
Las voces se han vuelto un susurro. Dicen más por lo que sugieren que por lo que expresan en si mismas.
—Si estuviera ahí…
—Si estuvieras aquí… no sé, quizás por eso te marchaste, porque…
—¡Oh cara!
—Domi…
—Eres mía.
—Lo sé
—¿Lo sabes?
—Si.
—Entonces…
—Es cierto, no consigo entender lo que me ocurre cuando estoy contigo. Has roto todos mis esquemas. La persona en la que me convierto a tu lado es la mujer de la que he estado huyendo toda mi vida, la que siempre he rechazado, la que está en las antípodas de mi ética, de mi moral. Todo el feminismo que defiendo se revuelve cuando veo en otras mujeres lo que hago cuando estoy contigo.
—¿Entonces por qué no lo dejas estar? Todo te sería más sencillo.
Lo conoce, sabe que es sincero. Le está dando la oportunidad de recomponer su vida sin él.
Carmen se deja caer en el sofá. Por un instante intenta imaginar el futuro sin Doménico. No lo soporta, una desagradable sensación ha comenzado a crecer en su interior y reacciona, busca como neutralizar ese mal augurio. Los recuerdos acuden a auxiliarla.
—No puedo Domi ¿sabes por qué? Porque ahora mismo daría la vida porque entrases por la puerta.
Calla. Deja que la imaginación vuele. Si entrase por esa puerta sabe lo que sucedería, lo que inevitablemente ha ocurrido cada vez que se ha encontrado frente a él. Sucedió aquella primera madrugada en su casa cuando bajó las escaleras tras ducharse, allí la esperaban los dos, quien la iba a entregar y el que la tomaba por primera vez. Y ella sin pensarlo se arrojó al suelo, se arrodilló ante él como si fuese un Dios y se entregó a su falo como si se tratase de un tótem. Fue un gesto espontáneo que abrumó a los dos hombres que la esperaban.
No fue la única vez que actuó movida por la misma fiebre. El día que se encontró con él y regresaron como dos locos hacia la casa que los había unido apenas unas horas antes, cuando cruzó el umbral se postró ante él, los dedos no acertaban a soltarle el cinturón. Con la misma avidez le desabrochó el pantalón y cuando consiguió liberarle de la ropa acarició su verga con autentica veneración solo antes de comenzar a dedicarle el mayor de los cuidados con su boca.
Si entrase por esa puerta no lo podría evitar, se arrodillaría ante él, volvería a sentir esa fiebre que la domina y se abriría camino como una enferma hasta conseguir tener ante sus ojos esa verga que la obsesiona.
No, no podía contarle lo que estaba pensando, no ahora, no podía hacerlo. Y se mantuvo en un terco silencio.
Silencio, solo roto por el ruido de la respiración que choca contra el móvil como olas que rompen a lo lejos. Doménico escucha y espera.
—¿Qué estás pensando?
—Que tienes razón, me haces sentir de una manera que jamás pensé que podría tolerar. Me transformas, haces que desee cosas que nunca pensé que podría aceptar.
—¿A qué te refieres?
—Ya no soy la que era. Me has cambiado. Todas mis creencias, mis normas, todo se ha venido abajo. Y no creas que me importa. Lo cierto es que ya no podría vivir sin esa faceta de mi. Cuando pienso cómo me examinaste para ver si tenía algún daño. Eso la otra Carmen no lo hubiera permitido. ¡Allí dejando que me examinaras el culo, al lado de mi esposo!
—Dormido.
—Ya, bueno… Y me volviste a poseer.
—Si, porque vi que podía hacerlo sin dañarte.
—Era tuya. En ese momento no era de él. Aquella escena me marcó.
—¿Tan importante fue?
—No imaginas cuánto. Y luego en el baño. No sabes lo que supone para una mujer el nivel de entrega al que me sometiste.
—Te refieres a…
—Si —le interrumpe —, rompí un tabú primordial, oriné de pie delante de ti ¿te imaginas lo que me supuso? Allí, en pie, me sometí a tus deseos como no había hecho hasta entonces. Luego cuando me arrodillé delante de ti ya estaba totalmente sometida, ni dudé. Recibí la lluvia en un estado de catarsis, no creo que me entiendas.
—Me preocupaste. Sabía que te estaba ocurriendo algo y no alcanzaba a entenderlo, me alegra que me lo estés contando.
—Fue algo… glorioso.
—¿Desearías volver a…
—Si, te lo ruego.
Un silencio profundo, emocionado les une durante un tiempo.
—A veces tengo miedo.
—¿Por qué?
—No sé hacia dónde voy. Tengo miedo Domi, no sé en qué me he convertido.
—Una vez me hiciste esa misma pregunta, ¿te acuerdas?
Carmen rememora el momento «¿En qué me estás convirtiendo?» le lanzó casi como un grito desgarrado mientras la enculaba.
—Lo recuerdo como si lo estuviese viviendo ahora mismo.
—¿Y qué te dije?
—“Dímelo tú, ¿qué quieres escuchar, qué quieres ser?”. Algo así.
—Te lo vuelvo a preguntar. ¿Qué quieres escuchar de mis labios? Aunque en realidad eso no es lo importante. ¿Qué quieres ser?
—Domi…
—¿Qué eres?
Carmen sabe lo que le está pidiendo. Quizás se arrepienta pero ahora las emociones la ciegan.
—Has dicho que necesitas una palabra mía para coger un avión.
—Eso he dicho.
—Io sono la tua puttana
Le ha temblado la voz, ni siquiera sabe si ha construido una frase correcta. No importa, sabe que Doménico ha captado la esencia de su entrega.
—Cara, tu sei…
—Soy tuya, me siento tuya. ¡Oh Domi, necesito ser tuya!
—¡Mi puttana!
—Tu puttana, si, soy tu puta. Eso es lo que quieres y así es como me siento.
Tiembla, apenas puede sostener el teléfono, pero se siente liberada.
—Antes de llamarte recordé todo lo que viví en tu casa cuando estuve con Salif ¿te acuerdas?
—¡Cómo olvidarlo!
—Fue por ti, fue para ti. Y cuando te acercaste y me follaste la boca tuve la sensación de que estabas orgulloso de mi, pensé que había alcanzado la meta que me habías puesto, por fin era la puttana que tú querías que fuera y sentí que me estabas premiando.
—Fue un momento glorioso.
—¡Si! Salif es el macho perfecto, me pasaría horas mordiendo esa boca… y su polla es, Oh Dios es increíble.
—¿Quieres volver a acostarte con él verdad?
—¡Si, me muero de ganas! pero esta vez quiero que seas tú quien me entregues. Que sepa que si me tiene es porque tú lo permites.
—¡Oh cara!
—Soy tuya Doménico, es así como me siento.
—¿Cuándo quieres que vuelva a España?
—¡Oh Domi, esto es una locura!
—Dime cuándo.
—Déjame que termine con esto, yo te llamo. El lunes le diré a Mario que tú no eres el pasado, que formas parte de nuestra vida y tenemos que ver la forma de organizarnos. ¿te parece bien?
—Me parece perfecto.
Volviendo a Madrid
Quizás haya sido mejor así. Una marcha precipitada ha evitado que Santiago y yo acabemos de manera violenta. Si le hubiera visto a solas no habría evitado la respuesta que se merecía el comentario que me lanzó por teléfono, «¿Folla bien mi mujer?». Me ha estado buscando durante toda mi estancia en Sevilla y yo, que nunca he sido violento, he experimentado una agresividad que jamás creí ser capaz de sentir por otra persona.
No me gusto cuando soy así por eso prefiero alejarme de él sin responder a la provocación. Le he dicho a Elvira que acelere los trámites y regrese a Madrid cuanto antes.
—Llámame, esto no ha sido algo pasajero. No podemos dejar que la distancia nos vuelva a separar.
Elvira bajó la mirada e inició una lenta negativa con la cabeza.
—Dejemos reposar las emociones un poco. Todo ha sido tan… repentino. Hay mucho que pensar. Serenémonos. Ahora tengo muchas decisiones que tomar y…
—Y quiero estar contigo para ayudarte, solo eso. No me apartes otra vez.
Me miró con detenimiento como si intentase encontrar el fondo de mis intenciones.
—¿Y Carmen? Yo nunca fui…
—¿Amiga, amable con ella? No, fuiste una cabrona, pero eso fue en otro tiempo, éramos otros muy distintos. Ya está al tanto de este viaje y de que te he visto y hemos charlado.
—¿Y también de que nos hemos acostado? —preguntó con una sonrisa algo melancólica.
—¿Crees que no lo ha deducido?
Necesitaba convencerla, vencer sus últimos prejuicios.
—Mira, cuando le conté que habíamos estado hablando yo creo que descartó la posibilidad de que los sonidos que escuchaba en mi habitación los estuvieses produciendo tú.
—¿Cómo? —En ese momento la curiosidad iluminó su rostro.
Estábamos hablando cuando llamaron a mi puerta. No esperaba a nadie así que el primer sorprendido fui yo cuando al abrir me encontré a la mujer de uno de los ponentes con la que había estado tomando café esa misma tarde.
—Vaya, no pierdes el tiempo.
—La verdad es que la charla que mantuvimos por la tarde había subido de tono sin proponérmelo, pero aquello no me lo esperaba. Mientras Carmen y yo seguíamos hablando la dejé pasar. Conociendo a Carmen supongo que se hizo varias hipótesis: podía ser el servicio de habitaciones, Graciela o tú. Sofía se movió con demasiada soltura por la habitación, fue al baño, luego abrió un par de benjamines del minibar, cosa que escuchó sin lugar a dudas Carmen.
—Yo no lo llamaría soltura —apostilló con ironía.
—Ya bueno. El caso es que también por mi parte escuché a través del teléfono sonidos comprometedores, un carraspeo, una tos apagada, como si se cubriera con una mano. Carmen tampoco estaba sola. El sonido al sentarse en la cama fue muy claro y la siguiente tos sonó más cerca, a su lado.
—Ya entiendo.
—No creo. Hace un mes me hubiera enfurecido, la hubiera llamado… en fin, hubiera sido otra vez más motivo de alejamiento. En esta ocasión seguimos charlando, aliados, cómplices. Le conté lo bien que me sentía al recuperar el contacto contigo. Ahí fue donde supongo que comenzaría a descartar opciones y te sacó de mi habitación.
—¿Cómo se lo ha tomado?
—Bien, no te odia si es a lo que te refieres —Bromeé.
—Jamás he pensado que llegase a tanto.
—Siempre ha pensado que me querías y que la consideraste una intrusa.
—Acertó. ¿Y ahora?
—Os llevaréis bien, ya tienes una amiga garantizada cuando estés de vuelta en Madrid.
….
Raúl me recibió al día siguiente. Dos horas de consulta en la que despejamos el camino para evitar los errores que había cometido cada vez que Carmen y yo nos habíamos reunido. Me ayudó a detectar los estímulos que disparaban una agresividad que me desconcertaba y las sensaciones que podía reconocer antes de que actuaran como disparadores de conductas nocivas. Trabajamos también las respuestas verbales que debía modular y reconvertir. Tenía mucho trabajo por delante, la semana próxima iba a haber mucha tensión y debía ser capaz de gestionarla.
Hablé con Graciela, le propuse vernos pero me hizo entender cuales eran las prioridades. Me enterneció.
—Si me quedaba alguna duda hoy sé que formas parte de mi vida de una manera que me sería muy difícil vivir sin ti.
—Anda, no te pongas trascendental.
Intentaba bromear pero conozco su voz y sé que estaba emocionada.
—Graciela.
—Dime.
—Te quiero.
—Y yo a ti, ya lo sabes.
—No. Sabes lo que te estoy diciendo, no bromees.
No contestó. Dejé que asimilase el sentido profundo de mi declaración antes de volver a hablar.
—Graciela.
—Dime —repitió remarcando un tono cansado. No quería seguirme.
—Me enamoras.
—No digas eso —Ahora no, esta vez su voz sonó distinta.
—¿Crees que no sé lo que digo? Te amo.
—Calla.
—¿Me crees capaz de jugar contigo, de dejarme llevar de un momento emocional y herirte?
No obtuve respuesta.
—No sé que futuro tiene esto, un hombre enamorado de dos mujeres y ambas conscientes de que esto es así, porque Carmen lo sabe y mucho me extrañaría que a estas alturas no te haya insinuado algo ¿me equivoco?
—Déjalo ya, por favor. Ahora no es nuestro momento, prepárate para recuperar a tu esposa.
No parecía enfadada sino triste y estoy me dolió.
—De acuerdo, solo te pido una cosa.
—Dime.
—Que me respondas si tú sientes lo mismo, solo eso. Te amo Graciela, te amo y ni puedo ni quiero evitarlo.
Esperé, esperé. Aunque fuera para hacerme callar Graciela daría una respuesta.
—Yo también te amo, maldito idiota —respondió abortando un sollozo—, ¿te das cuenta de la situación en la que me pones? Si, te amo ¿Y ahora qué, qué pasará conmigo dentro de un mes o dos, cuando ya esté todo resuelto entre Carmen y tú, gracias a Dios, pero que pasará conmigo me lo quieres decir?
—Yo… Graciela, no te preocupes…
—¡Cómo no me voy a preocupar! Nunca voy a ocupar el lugar de Carmen, nunca, no es lo que pretendo. Podré vivir momentos contigo pero estaré sola, sola ¿lo entiendes?
Quise explicarle que no era ese mi plan pero me detuve ¿Acaso era todo tan simple como me lo imaginaba?
—No Mario —continuó recuperando el tono sereno con el que había intentado llevar la conversación—, concéntrate en solucionar tu matrimonio y no compliques las cosas, te lo ruego.
…..
Dediqué el resto del fin de semana a trabajar las emociones. Raúl me había dejado mucha tarea por hacer.
Tienes que saberlo
—¿Carmen qué tal? … ¿en la sierra? Cómo me gusta, es ideal … si claro tengo ganas de volver.
—Tengo que contarte una cosa. Mario me llamó ayer. Ya está en Madrid.
—¿Le has visto, cómo está?
—No. Pensé que era mejor que no nos viéramos hasta después. Cuando ya esté todo solucionado. Lo entendió. Creo que es lo mejor ¿no te parece?
—Pero tendrás ganas de verle.
—Muchas pero creo que es mejor así.
—Como tú veas.
—Pasó algo que debes saber. Por alguna razón esta decisión le… emocionó.
—Es normal, has preferido…
—Déjame que siga. Mario dijo cosas que tienes que saber. Dijo que se ha enamorado de mi, que me ama.
Carmen sintió un vacío en el pecho, un latido ausente.
—Le pedí que no dijera esas cosas, le rogué que se callara pero insistió. Es más, me llegó a decir que tú ya lo sospechas y que supone que de alguna manera ya me lo has insinuado.
¿Es así? ¿es eso lo que ha hecho con Graciela? ¿La ha arrastrado a su marido hasta hacerla enamorarse de él?
—¿Y tú qué le has dicho?
—Me pidió que le respondiera si sentía lo mismo por él.
Miedo, un temor indescriptible comienza crecer. Puede que todo lo que ha ido tejiendo entre Graciela y su marido se le haya ido de las manos, puede.
—Carmen, no me has contestado nada. ¿Tú lo sabías? ¿Es esto lo que me has estado insinuando cuando me pedias que me instalase en tu casa?
—¿Dime, qué le has dicho?
—Carmen, me he enamorado de tu marido. Si, le amo. Tienes que saberlo y si es una aberración, si con esto que te digo te estoy haciendo daño dímelo ahora y no volveré a aparecer jamás.
Estaba temblando, apenas podía controlar el teléfono en su mano.
—Esto es una locura —Continuó Graciela con voz quebrada—, todavía no sé que decisión voy a tomar porque lo que tengo claro es que jamás voy a romper tu matrimonio y el panorama que he imaginado desde que tuve esta conversación con Mario no me gusta Carmen, no me gusta. Estar enamorada de una persona con la que solo puedes convivir esporádicamente es una tortura. Y yo no voy a exigir nada.
Lunes, Carmen
Se levantó temprano. Por primera vez desde que disponía de la hierba había dormido mal, inquieta. Una larga ducha templada que terminó con el agua helada de la Sierra la tonificó.
Dejó la toalla en la bañera y comenzó a secarse el cabello con una de manos, al terminar cogió el secador y limpio el vaho del espejo.
Cuando se vio reflejada apagó el secador. Un gesto de preocupación aparece en su rostro. Los aros que atraviesan los pezones atraen toda su atención. No, no puede ser esa la imagen que vea Mario cuando la desnude. ¿Se está censurando? Apoya las manos en el lavabo y deja caer la cabeza. ¿Cómo hacerlo, cómo mostrarse ante él? No puede ocultar quién es, si lo hace jamás encontrará el momento adecuado. Si lo hace creará un muro entre ellos que jamás podrá derribar.
No, no puede ocultarle quién es. Aún así…
Abandona el baño y vuelve al dormitorio. No está segura, cree recordar que en el neceser…
Si, suspira profundamente relajada. Se acerca a la cómoda y deja el estuche. Vuelve a mirarse en el espejo pero está mal iluminado. Es la primera vez que va a realizar esta operación y le inquieta. Descorre las cortinas del ventanal sin reparar en la vista que da al camino que conduce al pueblo y ahora si, la luz entra a raudales. Vuelve al baño y regresa con un frasco de alcohol y unas gasas. Con cuidado se desprende de los aros. Se le hace extraño ver sus pechos desanillados. Examina el pezón buscando la huella del agujero y se alarma al no ver ninguna señal. Limpia concienzudamente las barras que llevó puestas al principio y con cierta aprehensión tantea, busca. Aprieta con dos dedos la areola dormida, tantea con la punta de la barra y al fin se hunde en la carne. Le sorprende no sentir ningún dolor. Cuando termina se observa en el espejo. Si, el efecto es menos impactante que los aros. Será más fácil explicarlo así.
El reencuentro
Aquella noche apenas pude dormir, la excitación no me permitía conciliar el sueño, ¿qué me iba a encontrar a la mañana siguiente cuando llegase a la sierra?
No quería hacerme demasiadas ilusiones, bastantes me había dejado por el camino, como cuando corrí a casa de Gloria. Debía mantener la calma, sin duda era buena señal que hubiera vuelto a casa, que hubiese pasado esa travesía del desierto y ahora regresase a nuestro entorno; eso significaba que por fin daba por terminada una etapa.
Lo cual no significaba que todo se hubiese resuelto, las heridas seguían abiertas y podíamos hacerlas sangrar a poco que perdiéramos el tacto, como me había sucedido a mí tantas veces, como me sucedió cuando nos reunimos en el Vips y perdí la ocasión de suavizar las cosas.
No podía volver a ocurrir, ¿estaba preparado para escucharla? ¿Podría soportar el relato de lo que había sido su vida durante este tiempo lejos de mí, libre, sin ataduras, sin ningún tipo de control?
A las nueve de la mañana ya estaba listo para salir, aún así me demoré media hora haciendo nada, paseando nerviosamente por la terraza, ensayando la manera en la que la saludaría, lo que le diría, si le daría un beso o dos, si le parecería frío que la besara en la mejilla o le parecería impropio que la besase en la boca en medio de esta separación.
Me sentía tan inseguro como un adolescente en su primera cita solo que a mí me faltaba la alegre ilusión del que va al encuentro de su primer amor. ¡Qué curioso! Sentía esa ilusión pero se veía ensombrecida por una especie de presagio amenazador que se empeñaba en vaticinar un final tormentoso, un desencuentro, un dialogo roto por mil y un malentendidos difíciles de solucionar. Esas habían sido las pesadillas que me habían tenido en vela hasta entrada la madrugada y que ahora me mantenían dando erráticos paseos por la terraza como si con ello consiguiera dejarlas atrás.
A eso de las diez salí del garaje y enfilé hacia la carretera. Respiré hondo. Iba a encontrarme con mi amor, me había pedido que fuera a buscarla. Tenía que ser una señal.
Cuando entré en el camino de grava que lleva a nuestra casa aminoré la marcha, a esas horas no había nadie aún por la zona, dejé que la inercia empujase el auto. A medida que me acercaba el corazón comenzó a bombear con fuerza, mi cabeza empezó a enviarme imágenes de tantos buenos momentos. El sonido de la grava crepitaba en mis oídos, una corneja me increpó por venir a molestarla y alzó el vuelo. Dejé que el coche cayera por si solo al lado de la verja y paré el motor. No se escuchaba nada. Miré el reloj del salpicadero, las once en punto. Seguro que Carmen estaba dentro con un café hirviente en su rincón favorito; la gran mesa de madera en el centro de la cocina bien iluminada por el sol de la mañana con algún libro en la mano, o quizás en el porche trasero sentada en los escalones.
Abrí la cancela y entré, aspiré el aire profundamente y me llené con el olor del aire puro de la sierra. ¡Dios, cómo deseaba que nada de esto hubiera pasado!
No sabía por dónde empezar, ¿Cocina, porche, la beso, le digo hola? Dejaré que el corazón decida. Rodeé la casa y me decidí a empezar por el porche trasero y si no estaba entraría por allí a la cocina.
El corazón me dio un vuelco, mi cerebro la había visto antes que mis ojos. De espaldas a mi, inclinada repasando un escalón del porche que amenaza con romperse desde este invierno y que me ha pedido mil veces que arregle. La emoción me sobrecoge en esta espléndida mañana de primavera con un sol que parece venir a brindarnos la oportunidad de reconciliarnos. Lleva un short de lycra muy cortito, muy ajustado y una camiseta de tirantes que le regalé el verano pasado. Ese corte de pelo deja su cuello, su tentador cuello desnudo. Siente mis pasos en la tierra y gira su rostro. Sus ojos negros me disuelven, me deshacen y me vuelven a recomponer en un segundo. Si nunca me hubiera enamorado de ella, si no la conociera de nada ahora me habría vuelto loco por esta mujer.
—Hasta que no me rompa una pierna… —comienza la frase que lleva repitiéndome desde este invierno, machaconamente, cada vez que ve el escalón sin arreglar. No la dejo seguir a pesar de que la emoción casi no me deja hablar y termino su frase.
—…no vas a arreglar este jodío escalón, pedazo de vago.
Sonríe, y esa sonrisa está a punto de terminar con mis pobres defensas, esas que he puesto a trabajar para poder cumplir con la vieja leyenda que reza “los hombres no lloran”. Se incorpora y viene hacia mi, me echa los brazos al cuello y me abraza escondiendo su rostro entre mi hombro y mi mejilla, ¡su olor, Dios, su olor ha acabado con mis dudas sobre si le digo hola, si la beso en tal o cual sitio!
—Te he echado tanto de menos —su voz suena pegada a mi oído y me atruena, aunque me atronaría igual si esa frase me la dijera a cualquier distancia porque es su significado lo que redobla en mi cerebro como un tambor.
—Y yo a ti, amor mío, ni te imaginas cuánto.
Mis manos la rodean como si temiera que se fuera a escapar, una en su cintura, la otra mas arriba en su espalda. Tiembla, mis ojos se pierden en las montañas que aun conservan nieve. Contengo la respiración para que no note lo cerca que estoy del llanto.
Y dejamos que pase el tiempo sin movernos, sintiéndonos, recuperando el aroma tan familiar de nuestros cuerpos, notando el latido de los corazones que se transmite por la piel. Nos detenemos a sentir el pulso, el aliento cercano, todas esas cosas que forman parte de nosotros y que, al menos yo, sentía que me habían sido amputadas.
Poco a poco nos separamos sin llegar a soltarnos del todo, nuestras miradas se encuentran, sus ojos me recorren minuciosamente.
—Estas muy delgado — dice con preocupación mezclada con pena y quizás algo de culpa.
—Tú también —encogió los hombros y dobló un poco el cuello como restándole importancia —, no te sienta mal —añado y le provoco una sonrisa que intenta superar un deje de tristeza que ensombrecía su rostro.
—¿Me estás diciendo que estaba gorda?
La abracé de nuevo, no deseaba otra cosa que tenerla entre mis brazos.
—No vuelvas a dejarme solo —apenas pude terminar la frase, sus manos comenzaron a acariciar mi espalda como si intentase sanar mis heridas.
—Vamos a casa.