Diario de un bucanero; Parte II

Recuerdos, con momentos del presente, harán que el joven marinero tenga nuevas emociones...

antes que nada, deseo pedir perdon por el retardo. Me gustaria saber sus opiniones y cualquier sugerencia será bienvenida. Gracias por leerme.

Diario de un bucanero; Parte II: algo nuevo en aguas profundas.

Jueves, 5 de maro de 1898

Me dormí antes de que el llegara, a pesar de haberlo intentado, el sueño me venció. Al despertar ya podía oír el ruido de la cubierta, el ajetreo matutino no daba espera. Me incline hacia el lado para buscarle en su litera, pero estaba vacía. Creí que se había levantado como de costumbre lo hacía, temprano. Escuche pasos en el pasillo de los camarotes, sentía que ya venía alguien con el fin de despertarme, asi que decidí adelantarme, salte al piso, sintiendo como crujían las tablas que había debajo de mí. Vi como la perilla giraba lentamente, la puerta, con un crujido propio de esos viejos barcos, se abría lentamente dando paso a ese aroma marítimo que se respira en el aire del mar adentro. Vi como unas botas de cuero que llegaban hasta la rodilla entraban, luego un pantalón ajustado negro mientras una camisa blanca le seguía, luego le vi, su rostro, su tierno rostro, entrando por la puerta. Pero algo que jamás me imagine ver en aquel bello rostro brotaba seguido. Su rostro, lleno de lagrimas, entraba con un seño de furia, tristeza y odio revueltos todos en su angelical rostro. Entro, pasando a mi lado, como una ráfaga de viento frio en un gélido invierno que te ignora mientras continua su camino prepotente, sin ni siquiera dirigirme una mirada.

No te quedes allí parado – dijo mientras se sentaba en su litera – tienes trabajo que hacer, ve, antes de que llegues tarde. Seguía pasmado, parado allí, observando como sus lágrimas brotaban, una tras de otra, como si de una fuente se tratase; sin dar otro signo de tristeza o furia u odio. Que esperas, una invitación – continuo – ¿Qué ves? – pero el sin saberlo, pude verle el alma. Pude ver, entre toda esa furia, un profundo dolor, el dolor de un joven mancillado, humillado, un joven que tenía sueños, sueños que no eran más que un simple castillo en el aire. Mi semblante se entristeció al ver como sufría por dentro, al ver la pesada cruz que se ceñía en sus hombros, aplacando el espíritu de aquel gran hombre. Sin embargo, una marca me llamo la atención. La sangre estaba seca, y la herida limpia. Una cicatriz manchaba aquel rostro en su pómulo derecho, no era tan grande, pero suficiente para resaltar a la vista. Que te largues – dijo mientras me empujaba fuera, botando mis botas y cerrando la puerta tras de mi haciéndola estallar contra el marco produciendo un gran chillido, tanto que Español salió de la cocina asustado.

Calzando las botas en mis pies, subí a la cubierta. Allí me esperaba Aston, en compañía de Malaquías, los demás marinos estaban en sus tareas. Al acercarme, el olor a ron inundo mi nariz, produciendo una ligera sensación de mareo. El capitán fijo su mirada en mí. Con que ayer te trasnochaste, estuviste fuera de la litera, en la cubierta, sin permiso, tal vez será que no has tenido suficiente trabajo – dejo de mirarme para ver el horizonte – entramos en un nuevo negocio, más rentable, pero necesitamos el depósito de carga limpio. Tú te encargaras de eso.

Sin mas preguntas, decidi bajar, no quería tener problemas, suficiente con el trato que me había dado el idiota de Leandro hoy. Pero su cicatriz me había dejado pensativo. Antes de irme, su rostro era perfecto, pero ahora estaba marcado.

Al bajar a la cubierta pude sentir un olor pútrido que venia del fondo de aquel viejo depósito, pero el origen me era desconocido. La madera vieja, el agua empozada o el moho verdusco que crecia en las retiradas esquinas del velero. Al bajar sentía como los viejos peldaños crujían con cada paso que daba. Entre más abajo, ese olor inundaba los orificios de mi nariz provocando un sentimiento de nauseas en mi interior. A leguas se podía ver que en ese sitio nunca habían intentado limpiar. Allí abajo, no entiendo porque, se sentía más el vaivén de las aguas que golpeaban con la madera del viejo barco.

Iniciando mi labor, pude percibir que el olor no desaparecía, así que, por lo poco que se, deduje que ese olor debía provenir de algún lugar, un lugar donde había algo que hacía de ese olor su aroma y la esparcía por todo el deposito, haciendo que mi esfuerzo por hacer relucir aquel sitio fueran infructíferas.

No me convenció mis propios pensamientos, decidí continuar con mi tarea, dejar el sitio impecable y no tener problemas con Aston. Aun asi, recuerdo que me advirtió que no sería el quien me supervisaría sino aquel hombre desagradable, Malaquías, bajaría al medio día para cerciorarse de que cumplía la tarea. La imagen de aquel hombre, grande, con un cuerpo definido pero marcado, marcado como la cara de Leandro, con unas cuantas cicatrices, pero también por músculos grandes y bien definidos que se lograban visualizar debajo de aquel gran Jubón, que a pesar de que no fuera ajustado al cuerpo se asomaban unos grandes pectorales que nos indicaban un abdomen muy trabajado. Sin embargo preferí alejar ese pensamiento de mi cabeza y seguir mi labor, por la sombra de la rendija que había en la cubierta supe que ya pasaba de medio día. El sol se proyectaba en el sentido oriente de la nave.

Pasado un buen rato, pude escuchar como los primeros escalones de la gran escalera que descendía hasta acá crujían al duro pisar de alguien fornido, pero extrañamente también sonaban violentos.  Ya no era uno, sino dos los que bajaban, de igual manera unos gritos permiten entender que estaban discutiendo. “muévelo, ya sabes que tienes que hacer; Aston ha dejado que lo haga”. Los espere a que bajaran. Mi labor ya casi estaba terminada y me agradaría que ese viejo lo viera.

-          Recoge tus cosas y lárgate, ya está bien por este día – me dijo sin verme mientras bajaba por la escalera, llevando a regañadientes a John – es hora de que te marches.

-          Pero Aston no  me deja subir hasta que lo hubiera hecho ya. – le respondí algo anonadado por las palabras de aquel viejo.

-          El capitán Aston, igualado – vocifero soltando al joven enamorado para verme con sus ojos penetrantes,  aquellos viles ojos que se posaban en ti mientras escudriñaban tu alma, intentando identificar la más mínima pisca de debilidad, donde se encontraba aquella grieta emocional para aferrarse a ella y destruirte por completo. El ha ordenado que te largues, cumple cerdo. – continuo – necesitas algo mas pedazo de alimaña?.

Soltando el trapero, con centellas en mis ojos, rayos producidos por el chirrido de mis dientes, todo fruto de mi furia. Me encamine hacia el camarote, sentía la vista de aquel buitre en mi espalda, me imagine que me miraba con rabia, pero me sorprendió que no fuera castigado por mi impertinencia. Al subir, creí que me sentiría mejor subiendo a la cubierta para observar el sol bañar las aguas con su increíble chorro de rayos que desembocaban en el océano azul. El español se encontraba recostado, murmurando entre sueños, espirando culpas, contando confesiones al viento esperando un perdón que no vendría nunca. Seguí para no molestarle. Al salir a la cubierta vi como Leandro dialogaba arduamente con El moro, se notaba en su rostro la desesperación, pero no la misma que vi esta mañana en mi camarote, sino una desesperación por su impotencia, por ver  sus manos atadas, o bueno, eso me imaginaba. El aire fresco, inundado de aquel olor marino que me había explicado mi abuelo, el viejo marino. Era reconocido en el mar Atlántico como un antiguo navegante, experimentado y sabio. En nuestro pueblo costero era toda una leyenda. El Hombre que había ido al sur, al polo, a donde los valientes se aventuran con la esperanza de morir infartados y no congelados.

En las playas se contaba historias de él, en la plaza se narraba su heroica valentía, en mi casa se veneraba como el salvador de la familia, pero en el malecón los marinos contaban historias que me desagradan. Historias de las aventuras que tenía el con sus marinos en alta mar, historias prohibidas por la religión pero prohibidas para mí porque manchaban su gran nombre.

Ah pero el recuerdo de mi casa había sido más grato, el dulce a olor a rosales que mi madre había plantado en el jardín, el freso aire que estremecía a las ramas del árbol plantado en la parte trasera de aquella casa blanca con techo negro. Mi casa. Donde residía mi familia, tranquila, calmada y orgullosos de una fama que no era suya. Pero el recuerdo de mi casa fue más allá, a la casa rosada que había en la esquina abandonada. Aquella casa donde jugaba con mi imaginación a bandoleros, donde me escondía cuando estaba triste o cuando simplemente quería alejarme de todo.

Recuerdo también como una tarde de cielo rosado, clima fresco y mercado, mi madre había salido de la casa para ir a comprar algo. Mi padre, haragán como siempre, disfrutaba de un cigarro en la hamaca. Aburrido de esa vida aburrida, decidí caminar por la calle, dirigiéndome a mi castillo destruido pero fortificado en mi imaginación. Al llegar allí, mi imaginación desbordo. Pronto era un arquero que defendía su castillo desde las almenadas torres. También fui un cazador en un inhóspito terreno que buscaba su presa con su viejo rifle que no era mas que un palo del techo. Pero esa tarde, un sollozo me abstrajo de mi mundo para regresarme a la destruida casa rosada. En el primer piso no había nada, ya había pasado por ahí. Entonces fue cuando decidí subir. En la tableta vieja de aquella casa, en la esquina de la habitación principal, o de lo que quedaba de ella, se encontraba aquel niño sentado, con su cabeza inmersa entre sus rodillas, llorando, sollozando.

-          Niño, estas bien? – le pregunte mientras me sentaba a su lado

-          Déjame solo. – me respondió sin ni siquiera mírame, que insolencia la de ese pequeño.

-          Porqué lloras?

-          Que te importa.

-          Pues hasta que no me digas, no me pienso ir. – lastimosamente para mí, el niño tenía carácter. Se empecino en su silencio que era acompañado por las lágrimas. No me piensas decir verdad? – continué.- cuando estas triste lo mejor es hablar.

-          Perdí mi chupeta.

-          Y por eso armas tanto alboroto. Espérame acá, ya regreso.

Baje rápido a la tienda, aquel bello niño que no tenía nombre ni edad para mí, era un dulce recuerdo de inocencia y tranquilidad pero a la vez de aquel sabor de prohibido y aventura que me hacía sentir tan vivo, tan real en un mundo de fantasía. Lo que ocurría en mi mente, aquellas figuras desagradables pero bastante provocativas venían a mi cabeza. Decidí apartarlos de mi cabeza aquellos pensamientos algo inoportunos. Me encamine a la tienda a comprarle su chupeta…

A pesar de que quería seguir recordando, un extraño sonido llamo mi atención. Voltee mi cabeza a donde se encontraban Leandro y el Moro dialogando pero ya no les vi allí. Nadie había en la cubierta. Afine mi oído para poder percibir bien el sonido. Venia de adentro. De un lugar lejano pero a la vez cercano. Me asome a las escaleras que conducían a los camarotes pero de allí no provenía el ruido. Al acercarme al centro del velero, al lado de la vela mayor, pude oír más nítido. Eran gemidos y provenían del depósito, se colaba por la rendija que se encontraba allí.

Me recosté suavemente para ver que sucedía. Los gemidos aumentaban. Cuando asome mi vista, me asombre al ver como John se encontraba de caras contra la pared, totalmente desnudo, con sus manos apoyándose, mientras que aquel hombre fornido, de cuerpo moldeado y espalda ancha y musculosa, también desnudo, tenía un brusco movimiento de adelante para atrás mientras lo agarraba con sus manotas aquella cintura. Lo penetraba una, y otra, y otra vez arrancándole los gemidos mas brutales, pero ahogados por la mano libre de Malaquías.

Se separan el uno del otro. Pude ver, desde arriba, el gran pene que tenia Malaquías. Era muy, muy grande. Su gran cabeza rosada sobresalía, relucía desde lejos, tanto peso que tenia hacia que a cada movimiento se tambaleara de un lado a otro. John se puso en cuatro, mientras el gran hombre se ponía detrás de el, calculando el ano, buscándolo con la punta del dedo, mientras guiaba con la otra su gran verga al agujero de aquel blanco muchacho. John, por el contrario, no había podido verle el pene, pero su gran culo se podía ver, tan suculento y blanco, tan apetecible, que provocativo. Vi como aquel gran pene entraba sin ningún tapujo en el culo blanco del inglés. Este le correspondió con un gran gemido, resonó el deposito, tanto que llegue a escucharlo como si estuviera allí mismo. Malaquías volvía a su mete y saca desenfrenado haciendo gemir al muchacho. Este mientras estaba en cuatro, movía su cabeza en todas direcciones pero con los ojos cerrados. Gritaba como loco, con cada embestía parecía que recuperara el aliento para luego soltarlo en un estrepitoso gemido. John abrió los ojos, mientras mantenía su cabeza dirigía a la rendija por donde yo espiaba, me sonrío al verme. Asustado, me retire, pensé que me delataría con Malaquías al ver que espiaba esa escena. Cuando estuve recostado en la cubierta, con el corazón agitado, pude percatarme de algo: tenía un gran bulto entre mis pantalones. Mi verga estaba al máximo dentro del pantalón, cosa que no había sentido extrañamente. Aun asustado, la lujuria y el morboso deseo de seguir viendo la penetración me llevaron a ver de nuevo por los pequeños espacios que podía ver allí. Para mi sorpresa, había un nuevo integrante en la faena. Un hombre grande y musculoso estaba al frente de John, este entretenido besaba la verga de aquel tipo. Le daba pequeños picos a la cabeza para luego pasar su lengua una y otra vez lamiendo desde la cabeza hasta el tronco, sin perder un solo milímetro de aquel grueso mástil. No pude mas, tuve que pararme ya que la erección me estaba haciendo daño, y ella misma me dolía.

Decidí bajar al camarote, no podía seguir viendo mas eso, no porque no quisiera, sino porque necesitaba hacerme una gran paja. Al entrar, vi que tampoco estaba Leandro, pero en aquel momento pensé que era mejor que no estuviera así podía hacer lo que quiera. Cerré la puerta con seguro. Adentro, me deshice de las botas y el pantalón dejando al aire mi gran verga. Con un leve movimiento empecé un sube y baja por todo el tronco, algo torpe por la excitación. Mientras mi mano derecha acariciaba el tronco, el pulgar de mi mano izquierda repasaba lentamente el glande con ayuda del líquido pre seminal. Imaginándome a John siendo clavado por Malaquías y mamándole la verga a otro marino me llevo al tope, la lentitud estaba atrás, me pajeaba a un ritmo enloquecedor, sentía como la sangre, a pesar del movimiento, hacia latir las venas de mi verga con el movimiento que le daba. Recordaba la cara de satisfacción que tenía John, tan única. Mi mano izquierda se fue a mis testículos, los sobaba suavemente mientras mi cuerpo empezaba a reaccionar, mis piernas iniciaron a temblar y sentía como mi cuerpo se estremecía. Al mismo ritmo, sentí como no uno, ni dos, sino cinco tallazos de semen salieron para caer en el suelo. Sentí mi cuerpo desfallecer, tanto que caí en la cama de Leandro. Con mi cuerpo semidesnudo tocaba la litera de aquel hombre. Después de un rato somnoliento en  aquella cama, decidí vestirme.

Una vez calmado, me asaltaron varias preguntas. ¿Acaso era un barco de homosexuales? ¿Acaso acá practicaban las costumbres que decían que mi abuelo practicaba? ¿Leandro era homosexual y yo le gustaba? ¿El beso, en este barco, que significaba? Cansado, y sin saber dónde estaban todos, viendo que nadie gritaba mi nombre decidí subir a dormir en mi cama, antes tenía que escribir.

En ese momento…

Así que estaba observando – medito, tratando de entender lo que acaba de escuchar por cuenta de su amigo – que traviesillo resulto nuestro querido pequeño.

La noche estaba intranquila, el mar se agitaba bajo los maderos produciendo un duro ir y venir de la nave; después de las palabras que dijo Leandro, John se alejó de el dejándolo solo. El cielo estrallado se reunia con las olas del mar encrespado haciendo la conviancion que sentía Leandro en ese momento. Todo era confuso, aquel nuevo marino le llamaba la atención, pero nada de eso impediría que sus planes fracasaran. La ruta pronto llevaría a puerto y de allí, la nave tomaría un rumbo inesperado. Leandro se debatia constantemente entre sus sentimientos, aquellos desobedientes que lo habían llevado a donde esta ahora, y entre su razón, aquella que le inducia a continuar con lo planeado. Al igual que varias noches, su estado no salía de la incertidumbre…

Los sonoros ruidos que producían los cansados marinos producían un gran estruendo en el pasillo de madera que era el que comunicaba todos los camarotes, mientras el ruido fruto de las pesadas botas del joven que afirmaban su grosor con cada paso, hacia que los ruidos se unieran en uno solo. Cuando entro a la habitación, Leandro se quedo quieto observando como aquel pequeño dormía plácidamente en su cama, sin un mal sueño que lo inquietara.