Diario de un Adolescente. (#1)

Cambiar de ciudad nunca es fácil, mucho menos cambiar de país.

Nuevo.

Es mi primer día de “Colegio”. Espero que todo marche bien… no es fácil cambiar de una ciudad a otra y mucho menos ¡DE UN PAÍS A OTRO! Pero todo iría bien. Eso me decía a cada segundo, claro, debía hacerlo. Pero bueno, ya sabes cómo soy, mi fiel nuevo amigo.

España para mí siempre ha sido todo… nunca hay un lugar como el hogar, sin embargo, Venezuela me llama la atención. No sé porque, pero no es algo así alucinante, pero peor es nada.

Escribir en un documento de Word no es lo mío, pero me veo obligado a tenerte, Diario. Aquí es todo nuevo… la gente, las ciudades, el clima, las cosas, los departamentos, la manera de hablar… y no tengo amigos, así que eres mi primer amigo aquí en Venezuela. ¡Arrecho! Si, esa extraña palabra que aquí dicen. ¿Quizá algún día me salgan con tanta naturalidad?

No lo sé. Baah, ni pensarlo. Venga ya, debes saber que hago aquí. Te lo diré. Mi padre ha sido cambiado desde España a este extraño país del Caribe. Su trabajo ameritaba tal cambio de vivienda y él, ni yo me pude oponer. Era su trabajo, y no es que las cosas fueran del todo bien para mí en Madrid.

Mis notas habían bajado, llevaba por los suelos algunas asignaturas… y mis amistades me dejaban, me hacían a un lado, cual bicho raro. Y yo que había pensado que la homosexualidad era mejor vista en España que en cualquier otra parte. Que si, que sí, me equivoque. O bueno, ¿quién me había mandado a hacerme amigo de los chicos más homofóbicos del Instituto? ¡Nadie! Pero que les dieran, era mi vida no de ellos. Aunque realmente me dolía que me hicieran a un lado… más cuando, Martin me gustaba tanto… Ahw; nada es perfecto. Pero bueno, ellos me hicieron mierda mis últimos días allí. Borrón y cuenta nueva.

Son las tres de la madrugada, aun no me acostumbro mucho a este uso horario. Así que aquí estoy. Veo sobre una silla de mecer una camisa beige, con un escudo, el escudo de mi “Colegio”. Veo los pantalones de gabardina azul oscuro. Los zapatos pulidos negros… y me siento extraño. Jamás había tenido que usar uniforme en España, y odiaba tal cosa. Odiaba ser como los demás.

Quizá sobresaliera más que los demás, o quizá la mayoría me absorbería y quedaría estancado. Podría ser mejor que un venezolano en España, pero no podría ser mejor que 30 venezolanos en Venezuela en un salón de clases y una edificación llena de ellos.

Pero quiero pasar desapercibido, hay cosa que no van muy bien en mí, heridas que aun no sanan del todo. Y es extraño. Cuanto desearía ir por la calle, mirando por aquí y por allá y que mis ojos se posaran sobre otra mirada y en ese momento sintiera que mi mundo se centraba en esa persona. Pero claro, no todo era como lo escribían los románticos.

Tal vez eso nunca me pasaría a mí y sería un fracasado en el amor. Pero me valía mierda, seguiría luchando hasta conseguir a esa persona y decir: él (si llega a ser mujer, no sería renuente) es mi vida. Pero, insisto, tal vez nunca me pase eso a mí. O quizá deba desearlo más u olvidarlo, para no presionar el destino. Ni siquiera sé que escribo.

Me gusta la ciudad, no es tan calurosa como Madrid, pero tampoco tan fría como el mismo Madrid en invierno. Es algo… tropical. Vivo en San Cristóbal, estado Táchira, un estado alpino (¿o era andino?) ciudad de la gente “cordial”. Cursaría el quinto y último año de bachillerato. Por lo menos tenía la esperanza de alzar las notas aquí, quizá el estudio en España fuera mejor que el venezolano y eso me diera meritos, aunque nunca he sido nada inteligente… piensa positivo, tío.

Vivo en un departamento bastante cómodo, mi barrio resulto uno de los mejores y de gente pija de la ciudad… pero a mis ojos es de los clase media baja de España. Aunque no me quejo, me da igual. Vivir con Stefan, mi padre, en un mundo totalmente nuevo, es una aventura (como él ha dicho) que quizá disfrutaremos de sobremanera.

En fin, he acabado de leer todo esto y me doy cuenta de las cosas tontas y sin sentido que he puesto en estas páginas. Ya me dio algo de sueño, así que he colocado la alarma del móvil a las cinco cincuentaicinco (recomendación de Stefan) espero despertarme y verme… bien, para enfrentar lo que se me avecinaba.

Con cariño, tu nuevo amigo, Tomas.

Por las calles de San Cristóbal corría un largo muchacho, de cabellos claros, de un dorado ceniciento, rostro anguloso y atractivo; labios gruesos y rojos. Corría como si la vida se le fuera en ello. Bueno, ciertamente debía correr, eran las siete y veinte, es decir: ¡Llegaba tarde a clases! Debía cruzar la calle, los autos pasaban velozmente, parecía que hiciera falta un semáforo. Pero no, allí estaba, solo que aun no brillaba el color rojo.

Impaciente, el muchacho comenzó a giraras sobre sus pies, apretando los brazos, dejando ver los músculos de estos. Don Bosco era su nuevo Colegio, uno de los, había dicho su padre, mejores colegios de la Ciudad. Mientras, por fin cruzaba, se vio divisando el mural pintado fuera del colegio, impaciente, corrió por la cuesta y por fin alcanzó el portón del frente, mirando las altas paredes verdes y blancas del lugar. Allí una mujer alta, con algunos kilos de más aguardaba, girando un manojo de llave en los largos dedos de uñas mordisqueadas.

−Buenos días –dijo él−este… he llegado tarde, lo sé. ¿Podría abrirme?

Sus ojos, de un color marrón oscuro miraron casi con ternura a la mujer. Stefan, su padre, se lo había dicho, corría peligro de tener problemas si llegaba tarde.

−Oh… −dijo la mujer, sorprendida por el acento del joven. – A ver, ¿tío? –rió por lo bajo− naah, es broma… mire… chamo, no se puede llegar tarde, el día que su padre le inscribió aquí leyó algunas reglas y había una en especial…

−Sí, entiendo… “No se debe llegar a horas indebidas…” sí, se de eso, así como sé que me he tenido que cortar el cabello en plan militar por vuestras reglas que… que no tengo idea de que van –masculló el muchacho, intensamente irritado. Lo último de calma que corría por sus venas se disipo. Aunque su padre le había dicho que la palabra “Chamo” era lo mismo que Chaval, al joven español no le gustaba que la emplearan con él.

−Tampoco se tiene que molestar, no es mi culpa, ni yo cree esas reglas ni yo fui la culpable de su llegada tarde –dijo la mujer, dándose vuelta y abriendo el portón−vamos a la dirección, allá hablará con algún profesor que le firme un pase y ya, caso cerrado.

−No me molesto, solo que es algo difícil ser nuevo… no, no es “algo”, es muy difícil ser nuevo y peor aún, si se tiene en cuenta que vengo de otro país, en otro Continente –dijo él, suspirando levemente.

La mujer, que quizá tendría unos treinta y algo de años, le palmeó el hombro, suspirando mientras apretaba los labios.

−Ay muchacho… si entiendo, soy de Colombia, tengo quince años acá… y bueno, no es fácil… aunque yo viva a la vuelta de la esquina –rió tímidamente− si necesita ayuda en algo no dude en decirme, estoy a su orden.

−Pues gracias –dijo él− ¿hace falta que me hables de usted?

Si algo tenía entendido él era que en San Cristóbal no se implementaba el tuteo, y eso era algo a lo que nunca se acostumbraría. No iba a mostrar “respeto” por desconocidos. Malditas costumbres.

−Pues no sé… −masculló la mujer, mientras caminaban por un pasillo, alcanzando por fin una oficina−es la costumbre… se usa desde… bueno, sabrá Dios, pero si usted quiere tráteme de tú, ya veré yo como me acostumbro. Soy Eda, la portera. Cualquier cosa, tío, ya sabes –dijo, riendo, mientras abría la puerta del despacho y le echaba una mirada a un hombre y una mujer allí. –Es nuevo… llega tarde –dicho aquello, se marchó.

Ahora él se sentía más solo. Eda era la primera persona con la que hablaba más de un minuto y no parecía desagradarle. De hecho, él nunca caía mal entre adultos.

−Hermoso… −dijo la mujer de la oficina, colocando los ojos en blanco tras sus gafas de montura rosa.

− ¿Gracias? –murmuró él, sin saber si era halago o qué las palabras de ella.

− ¿Nombre? –dijo la muchacha.

−Tomas Bellester… soy nuevo… de España –dijo, y bastaron esas simples palabras para hacer sonreír avergonzada a la secretaria.

Había pasado apenas una hora desde la llegada de Tomas al Colegio Don Bosco y todo el mundo ya sabía del estudiante español que pertenecía a su grupo alumnos. Estaba en clase de Ciencias de la Tierra, y Tomas casi se reía frente a su libreta. La profesora Génesis era… parecía que no le furulaba la cabeza, que a diferencia de su cuerpo parecía más pequeña, por lo que sus orejas eran similares a las de un duende. ¿Cómo les pedía a chicos de dieciséis y diecisiete años un concepto sobre Ciencias de la Tierra con sus propias palabras? ¡Eso lo sabía cualquiera!

Tomas escribía rápidamente, sintiendo las miradas de todos los presentes sobre sus espaldas. Maldita profesora, le había hecho presentarse frente a todo el mundo. Y ahora el pobre extranjero se sentía avergonzado, extraño, oprimido…

En menos de cinco minutos tenía el concepto hecho y la profesora lo revisaba. Esperaba que no le hiciera pasar al frente a leerlo. Por lo menos fue considerada, advirtió. Pero apenas estuvo solo, sin nada que hacer, mirando por la ventana las nubes que se acercaban desde las montañas, sintió como alguien se acercaba.

Volviendo la mirada sus ojos se posaron en una esbelta muchacha, de largos cabellos negros y ojos de un marrón claro, casi dorados. Su sonrisa era… la de toda una guarra. Llevaba las faldas del uniforme más arriba de lo debido, y el primer botón de la camisa suelto, dejando ver un trozo de tela de su sujetador.

−Hola –dijo, tomando un pupitre vacio al lado del chico− Roxanna Santandar –murmuró, mientras alzaba la barbilla y extendía una mano− que bien, eres de España… fui para allá hace… año y medio, a Málaga. –rió, con ojos fieros.

−Soy… Tomas –dijo él, mientras tragaba saliva− hermosas playas las de Málaga… ¿me trataste de eres? –enarcó una ceja.

− ¿Te molesta, Tom? –rió levemente.

−No… claro que no, desde que llegue cada persona que ha cruzado palabras conmigo me ha tratado de usted… es raro que alguien me trate de tú.

Ambos se echaron a reír, las risas de Tomas fueron algo más fuertes, por los nervios, enseguida la profesora le tiró una mirada poco cordial.

−Pues sí, es costumbre aquí tratar de usted a todo el mundo… muy pocos nos hablamos de tu… ya sabes, eso del acento y cosas de jergas… pero si te tratan de: Epa, usted, güeon, ¿qué e’ lo que hay?... ten cuidado, son choros –rió la muchacha, mientras se acariciaba los largos cabellos, mordiéndose su labio inferior.

− ¿Choros? –dijo él, desviando la mirada.

−Ladrones… te roban hasta las botas a veces, no salgas solo, Tom –dicho esto, le besó la mejilla –seré tu guía por la Ciudad de San Cristóbal. Y bueno, del Cole.

−Vale… gracias… ¿Roxanna?

Ella le guiñó un ojo, tomando su móvil y testeando algo, mientras miraba de reojo la pizarra que comenzaba a llenarse de palabras escritas por la profesora Génesis.

Las horas pasaron, una tras otra, hasta hacerse las once cuarenta del día. El sol se alzaba en todo su esplendor, pero aunque hacía calor, no era más de treintaisiete grados. Tomas estaba atareado, aburrido y algo cabreado. Biología había sido tan simple, Ciencias de la Tierra igualmente, Literatura aun más fácil… pero Geografía Económica era harina de otro costal. No conocía nada de Venezuela, nada sin contar lo que conocía de San Cristóbal.

Y eso no era todo. Aun debía presentarse a las clases de la tarde, y aquella clase era esa por la que su cabello estaba cortado en plan militar. Se llamaba Instrucción Pre-Militar y todos decían que era la peor: debías estar bajo el sol, haciendo lo que dijeran los Instructores Militares… y no podrías faltar, o enseguida perderías el año escolar. Por esa sola asignatura. ¡Genial! Para colmo de males: Incumplir al reglamento también era razón para perder la asignatura.

Así que Tomas regresó a casa. Estresado, de cierto modo. Mientras arrastraba los pies por el suelo, mirando cada persona, cada auto. Todo. En el Colegio todo había ido bien, queriendo pasar desapercibido lo logró, pero se escuchó rumores de ser un drogadicto, amargado, arrogante, soberbio… ¡Que fácil puede llegar a juzgar la gente sin conocer!

Cuando llegó a casa, Stefan no estaba. En su lugar había una nota en la cocina diciendo: “ Llegué del trabajo y enseguida me marche; espero que hayas tenido un buen día, hijo. Adèu.”

Bastaron aquellas palabras para hacer sentir a Tomas solo y desolado. Su padre siempre almorzaba con él, aun más desde la muerte de su madre hacia siete años. Y recordar a Julia no era nada bueno para él, habían sido días difíciles desde su partida cuando dando a luz murió...

Y sin querer, Tomas se vio llorando, sollozando en silencio, mientras se mordía el dorso de su mano, su espalda estaba contra la pared, mientras él se dejaba caer al suelo, respirando hondo y de manera casi difícil.

Diez minutos más tarde se puso de pie y buscó su almuerzo, estaba muerto del hambre. Mientras almorzaba se movía de un lado a otro, buscando su camiseta de Pre-Militar, su gorra. Cuando por fin dejo la comida a un lado, se fijo en la hora. No debía llegar tarde, Eda no podría salvarle esta vez.

Tomas estaba esperando un taxi a las dos y cinco de la tarde, ya iba cinco minutos tarde. Enseguida estuvo dentro del auto, la ansiedad se apoderó de él, haciéndole sentir presa de un pánico amargo, que le creaba un sin sabor en su garganta. Estaba empezando a odiar todo a lo que su nueva vida se refería.

A pesar de que deseaba sentirse mejor, a pesar de su gran deseo por tener a alguien más, no podía pensar mucho en nada de eso. De hecho, estaba más preocupado por no hacer el ridículo que por cualquier otra cosa.

El taxi se detuvo frente al parque más grande de la zona, uno llamado Metropolitano. Allí se practicaba la asignatura de Instrucción Pre-Militar. Justo cuando él se bajó del auto, tropezó. ¡Lo que faltaba! El quicio de la acera le hizo dar un traspié, haciéndole caer sobre sus manos abiertas.

Cuando cayó, enseguida escuchó risas. Sin esperar a más, alzó la cabeza y… vaya.

Frente suyo estaba un joven, alto, de cabello marrón oscuro, rostro de altos pómulos y una sonrisa llena de malicia, no obstante, sus ojos oscuros irradiaban algo de serenidad, algo… de bondad. Ambos se miraron, directo a los ojos, pero antes de darse de cuenta, Tomas se vio obligado a voltear la mirada.

Se levantó de un ágil salto y se fijo en que aquel desconocido era de su Colegio, llevaba la misma camiseta con el escudo del Don Bosco. El español suspiró y miró al otro muchacho tras el cautivante extraño, aquel otro era alto también, de cabello castaño claro, ojos de un verde oliva… y unos labios de muerte. Ambos se miraron, pero Tomas estaba más interesado en el cautivante muchacho que se mofaba de su caída.

− ¿Me habéis visto cara de payaso, pringaos’? –replicó él, con el ceño fruncido ante la antipatía del extraño muchacho.

−Ah… pero si es el españolete… −rió el muchacho−David, ¿qué debemos hacer con el europeo aquí presente?

El muchacho de ojos verdes sonrió con cierta malicia –nunca como la del otro− y lo miró de reojo.

−Dario, déjele, güeon… no es su culpa venir de otro planeta… −rió− perdón, continente.

−Par de gilí pollas, vais a ver lo que os pasará por hijos de puta –dijo Tomas, saliendo de sus casillas.

−No joda, güeon, los españoles ya no tienen poder sobre nosotros… así que mejor no busque problemas, es solo joda pura –dijo Dario, mientras miraba seriamente a Tomas, siempre a los ojos, algo que le hacía sentir incomodo al español. ¿Por qué?

Antes de replicar algo, David y Dario echaron a andar a paso rápido al Parque, mientras Tomas pensaba en la sonrisa y los ojos del canijas de Dario, ciertamente, aunque le acabará de cautivar, Tomas tenía un orgullo como ninguno.

Pero dejo de pensar en aquellas cosas que no le llevarían a ningún lado. Enseguida, buscó a sus demás compañeros. Esperaba que le dejarán mas oxigeno del que le dejaron tomar en la mañana. A pesar de querer desprenderse de todo lo que había pasado aquel día, Dario rondaba su cabeza una y otra vez, claro, sin llegar a ser algo más que una atracción momentánea.

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A quienes leyeron mis relatos de Demian & Dominic, seguiré la historia proximamente... y esta nueva historia espero os guste; tengo tres años en Venezuela y esto es algo que le paso a un conocido, bueno, de algún modo fue así. Os prometo escenas candentes luego, espero vuestras valoraciones y comentarios.

Gracias, estaré mas por aquí.

Adèu c: