Diario de Lola (4) Ultimas confesiones

Finalmente, le describo a mi marido como perdí la virginidad

Diario de Lola (4) Ultimas confidencias sobre Mario.

Antonio y yo dábamos un paseo por el paseo por el parque. Era uno de esos parques de la periferia que tienen pretensiones forestales.

Íbamos cogidos de la mano, con los dedos entrelazados y un paso sosegado. Me había permitido coger un vestido largo de flores, aunque llevaba la tira de las incómodas tangas metidas entre las nalgas y no llevaba sostén, aunque eso no se notaba mucho, porque el corpiño del traje era ajustado.

-¿Qué piensas?- Le pregunté a Antonio, que comenzó a hablar, después de permanecer

bastante tiempo callado

-Estaba pensando que el otro día no me terminaste de contar la historia de Mario- Suspiré con resignación. Mi marido tenía una curiosidad insaciable.

-¿Por qué te empeñas en saber? Hace muchos años de eso. Yo lo tengo olvidado-

-Es conveniente que sepa. ¿Quién es Mónica? ¿La conozco?-

-No. Mónica no ha vuelto al pueblo. Está trabajando en Madrid-

-¿Y Mario?-

-Ese no volvió después de lo que sucedió-

-¿Qué sucedió?- Me armé de valor, comencé a ordenar las ideas y los recuerdos y comencé a contarle lo que sucedió la última semana de aquel verano.

*-Después de ir lo que sucedió en el cine, Mario se convirtió en mi novio. Era una situación complicada para mí, porque yo quería que Mónica siguiera siendo “mi novio”.

Los tres íbamos a la piscina de la tía de Mónica y Mario.

Allí yo untaba de crema a Mónica, y me relamía los labios pensando que luego ella me untaría a mí, pero las más de las veces le davala alternativa a Mario. Cuando Mario me untaba bajo la mirada atenta de Mónica, me sentía realmente utilizada, pues estaba segura que Mónica sabía que era a ella a quien quería, y no al monigote de Mario.*

Luego Mónica le decía a Mario que me llevara al agua y nos metíamos los tres. Mónica le insinuaba a Mario lo que debía hacer, y así Mario me cogía los pechos y me lamía los pezones cuando me acorralaba en la piscina. Entonces le decía que no sabía cómo tenía que hacerlo, le quitaba a él y se ponía ella, y Mario nos observaba interesado. La diferencia entre una lengua y la otra era abismal.

Así Mónica le enseñó a Mario a tocar los puntos clave de una chica. Le enseñó a estimularme el clítoris y los pezones, y a comerme la boca, y después de unos días, Mario era un experto.

Pero a diferencia de Mónica, que apenas me dejaba que la acariciara, Mario si deseaba correrse y eyacular. Mónica entonces nos llevaba a ese lado del jardín donde estábamos a salvo de miradas indiscretas. Mario y yo nos besábamos mientras que nos metíamos mano. A él le gustaban mis senos, mis nalgas, mi coño. A mí me encantaba su cipote. Yo se lo manoseaba mientras me dejaba magrear, y cuando pensaba que lo tenía a punto, me agachaba, me ponía de rodillas y le bajaba el bañador. Entonces ponía mis labios en la punto de su polla y se la chupaba.

La polla de Mario era suave y dura, como todas las pollas, pero a mí me encantaba, sobre todo porque pensaba en que era más joven que yo. No sé. Es la verdad. Me comía su polla tranquilamente, siempre teniendo en mente aquella desagradable experiencia con Ramiro, que Mónica se encargaba de recordarme siempre. Pero cada vez me sentía más tranquila y disfrutaba más sintiendo la excitación de Mario.

Luego Mario eyaculaba. Me la sacaba rápidamente cuando me avisaba y entonces restregaba su pene entre mis pechos. A veces, un poco de semen caía en mi cuello, incluso en la mandíbula, pero la verdad es que siempre me ponía perdida. Entonces Mario me levantaba y nos besábamos temblorosos.

Luego Mónica me decía que pasara al baño a limpiarme, y ella me acompañaba. Me limpiaba todo con jabón y aprovechaba para azotarme en las nalgas y lamerme el coño, unas veces desde delante y otra desde detrás, hasta conseguir que me corriera.

Por la noche decidieron compartirme por turnos. Nos escondíamos en la esquina oscura de la calle solitaria y mientras Mónica vigilaba, Mario me metía mano, y cuando Mario se corría, se quedaba vigilando, y era Mónica la que me metía mano, hasta conseguir que me corriera. Ç

A veces yo tenía que agacharme, después y comerle el chocho a Mónica.

Una vez le pregunté a Mónica si Mario no le había propuesto nada, y ella me dijo que sí, que tenía que pararle los pies de vez en cuando, pero que a veces era muy difícil, porque ella acababa muy caliente, y que por eso yo le tenía que comer el coño.

A veces, Mónica no esperaba a que acabara con Mario, y mientras se la comía a Mario, ella se tumbaba entre mis piernas y me comía el sexo, o me masturbaba con los dedos. Yo me ponía muy cachonda y lamía más rápido de lo que debía y Mario entonces se volvía loco

Fue un día de la feria. Era de noche y decidimos los tres ir de noche a casa de la tía, que todavía no había vuelto. Teníamos que entrar rápido, sin que nadie nos viera y sin encender luces, ya que si algún vecino se daba cuenta de que estábamos allí, exagerarían. Habíamos comprado uno botella de refresco. Nos sentamos en el salón y nos tomamos los refrescos, aderezados con un poco de ginebra que le cogimos a la tía.

*Cayeron los primeros combinados y empezamos a ponernos cariñosos. Mario me besaba, Mónica me besaba, incluso Mario besaba a Mónica.

Luego empezaron a deslizarse las manos por mi cuerpo. Las ropas empezaron a caer al suelo y antes de que me diera cuenta estábamos desnudos, sólo tapados con nuestra ropa interior. Los tres estábamos en el suelo, sentados. To estaba en medio y me dejaba sobar y respondía a los besos de Mario y Mónica.*

*Miré el calzón de Mario

y estaba mojado, miré el tanga de Mónica y estaba mojada y yo misma me sentía muy mojada. Bebimos más combinados. Mónica cogió un hielo y empezó a jugar con él sobre mi piel, sobre las partes más sensibles de mi piel. Mario lamía las gotas de agua fría sobre mi cuerpo helado. Detrás de la sensación de dolor del hielo, mis pezones recibían mi boca. Nos quitamos las bragas y calzoncillos y quedamos los tres desnudos. La luz entraba difuminada por la ventana. Hacía calor, y haber puesto una manta sobre el suelo no hacía más que darnos calor.*

Me colocaron de rodillas entre los dos, que también estaban de rodillas. Mónica se colocó delante de mí, y Mario, detrás. Mario me agarró los pechos y pude sentir su pene entre mis nalgas. Mónica comenzó a meter sus dedos en mi coño mientras me besaba. Yo me entregaba a ella apasionadamente.

Mónica se sentó delante de mí. Allí estaba delante de mí lo que tanto ansiaba y que ella sabía que para mí constituía un premio: Su coño. La miré suplicándome y me dio a entender que era mío. Me agaché colocándome a cuatro patas. Comencé a lamerle el coño, a inundarme de su olor y de sus jugos.

Mientras Mario empezó a acariciarme el sexo, desde detrás. Sentí algo distinto a un dedo. Era más gordo. Lo pasaba entre mis labios. Quise mirar a ver qué era, pero Mónica me cogió la cabeza por las orejas, y me obligó a continuar. Yo estaba muy caliente. Fuera lo que fuera, estaba ansiosa por probar qué se sentía

Mario comenzó a meterlo dentro de mí. No podía ser otra cosa que su pene. Mónica me tranquilizó diciendo que se había colocado un gorrito y que estuviera tranquila. Mario me agarró de las caderas y se acercó a mí, y aquello poco a poco entró entero.

Sentí un dolor intenso al principio. Era inútil que me quisiera separar. Estaba presa por Mónica y Mario me empujaba. Mónica me agarraba de las manos y cruzó una pierna por encima de mi espalda, así que yo hundía mi cara en su coño y lamía.

Mario se movía detrás de mí. Me golpeaba con su vientre en las nalgas, y con sus piernas en mis muslos, y su pene entraba y salía provocando en cada embestida una sensación dolorosa mezclada con el placer. El dolor fue desapareciendo y el placer aumentando.

Cuando Mónica se dio cuenta de que ya estaba entregada, me soltó. Se escurrió por debajo de mí y puso su cara a la altura de la mía y se fundió a mí en un abrazo, Me pegué a ella, haciendo sentir mis senos junto a los suyos, y mi boca junto a la suya. Yo gemía como una perra. No eran los gemidos y las reacciones del orgasmo que te hacen con la mano. Me sentía una hembra en celo que estaba copulando con un macho y mi reacción era desinhibida.

Mario se movía detrás de mí animado por mis gemidos, las palabras soeces que le decía, porque yo le animaba a que me follara como a una perra, y finalmente empezó a correrse. Como era mi novio, me aceleré para correrme con él, y estuve corriéndome hasta bastante después que él acabara, pues Mónica se empeñó en hacer mi orgasmo interminable, estimulándome el clítoris.

Salimos de la casa, pero yo no me di cuenta que mi traje se manchó de sangre. Mi madre lo descubrió y aunque le intenté colar que la mancha era de la regla, ella sabía que no me tocaba. No le dijo nada a mi padre, pero me castigó sin salir. Me dijo que ya le habían contado algo de esas compañías mías.

Así que desde ese día, hasta que fui a la Universidad, a mediados de septiembre, no pisé la calle y no pude ver más a Mario ni a Mónica. Esa es la historia.-

Miré a Antonio, y lo noté ensimismado, ordenando y buscando un lugar para todo lo que le había contado, encajándolo todo.

Al final se decidió a hablar.

-Mira Lola.

Me casé contigo pro que afirmabas que eras de una forma: formal, discreta, decente. Cuanto más me cuentas, más me doy cuenta de que eres una pervertida. No te preocupes.- Me dijo levantando la mano.- No te preocupes. No voy a separarme de ti. Pero te has hecho la estrecha durante estos meses que hemos estado casados. Has pretendido hacerme creer que eres una mogigata, y eso se acabó.

Desde hoy vas a ser tan abierta al sexo como yo te diga. –

Antonio se paró, tomo aire y suspiró. – Sé más cosas sobre ti, Lola. Sé porque te fuiste de la residencia de estudiantes, se lo de aquella muchacha que compartió piso, cuarto y cama en tu tercer curso. Sé lo de tus novios, aunque eso es normal; No te puedo exigir que no tuvieras novios, pero sé porque los dejaste

o te dejaron, y se que cuando yo te conocí, trabajabas en un club de alterne de Granada, haciendo streptease y otro tipo de espectáculos.

No te hagas más la estrecha.-

Estaba avergonzada. No podía replicar.

-Así que a partir de ahora, no eres mi señora, eres mi puta. Te haré el amor, mejor, te follaré cuando y como quiera, y follarás con migo y con quien yo te diga, porque yo no voy a ser menos que Mónica. Y no me vengas con tonterías de mogigata. Me importa una mierda que te de vergüenza.-

Nos miramos a los ojos. Yo sentía algo de miedo a las implicaciones que tenía lo que Antonio me decía, pero me excitaba nada más pensar en todo aquello.

-Y vamos a empezar ahora mismo.-

Y Antonio me cogió de la mano para separarnos del camino. Me llevó a un árbol rodeado por un grupo de espesos matorrales, y nos introdujimos dentro de la foresta. Antonio se bajó

la cremallera y se sacó el pene, largo y tenso; excitado; como a mí me gustan comerlos.

Y con un gesto me indicó lo que tenía que hacer.

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