Diario de Josefina Pettinato. 16.06.2013
La boca de mi marido subió hasta mi teta derecha y encontró duro el pezón, erguido al techo, pidiendo atenciones. Lo sorbió primero y luego le dedicó algunos mordisquitos.
16.06.2013
Querido diario:
Aquí me encuentro, sentada de nuevo ante el ordenador, ante las páginas en blanco de este diario que mi vida rellena al impulso de la fatal e inexorable predestinación. De nuevo escribiendo en mi casa, en la terracita del dormitorio en un atardecer ya español, caluroso y envolvente. Hoy Guillermo no cuida sus rosales. Está fuera, en viaje de negocios a Barcelona.
Te he echado de menos, amado diario, deseando volcar en tus páginas mis viviencias, añorándote en mis atardeceres caribeños. Cuando los pelícanos elevaban su vuelo para dejarse caer en picado en busca de algún pez desapercibido. Cuando bebía aquellas margaritas de hielo picado y fuertes por el limón. Cuando practicaba sexo con mi esposo, o cuando contemplaba las inmensas tortugas salir del mar y excavabar el hoyo en la arena blanca de coral, para depositar cientos de pelotitas de pinpón, promesa de vidas futuras.
Quiero decirte que el azul turquesa de las aguas de la Ribera Maya, me han enamorado y quiero adelantarte que en estas dos semanas de vacaciones han sucedido cosas, muchas cosas.
A la fuerza he de irtelas contando con sosiego, sin prisas, con el detenimiento que merecen. Mi vida ha cambiado definitivamente y la verdad, no sé si para bien o para mal.
Cuando llegamos a México, nos recibió una tormenta tropical. Los dos primeros días apenas vimos el sol. Lluvias torrenciales de aquellas tierras bucaneras, vientos tormentosos que doblegaban las palmeras como si fuesen livianos plumeros verdes, truenos rodantes y poderosos, cielos grises.
En el resort sólo nos quedaba una escapatoria. El spa.
-Josefina. ¿Te has dado cuenta de los servicios que tenemos en el spa?-
-No. Aún no me ha dado tiempo a leer todo esa información que nos han dado-
Nos alojábamos en una estancia bastante exclusiva. Una especie de mini chalecito individual, con todos los servicios incluidos. Teníamos hasta nuestra propia pequeña piscina, de esas montables, en un jardincito – terraza totalmente privado.
-Hay masajes de varios tipos. Terapéuticos, relajantes. El sitio está en medio de la exuberante selva que nos rodea. Aquí dice que ofrece una grata experiencia con servicios de óptima calidad asociados al bienestar, relax y descanso, y una atención exclusiva y personalizada por personal altamente calificado rodeados de sonidos de la naturaleza y hermosas vistas al mar.
Me voy a acercar a hablar con el personal y ver las instalaciones mientras deshaces las maletas. ¿Vale amor?-
Miré a Guillermo. Parecía fascinado con aquel sitio, de baños de contraste, saunas y masajes.
-Claro Guille. Prepárame una sorpresita-
Le miré en la puerta antes de que se fuese. Le guiñé el ojo. Estaba en bragas. Con las maletas abiertas sobre la cama. Yendo y viniendo con la ropa a ordenar, desde la cama hasta el armario. Mi esposo me miraba las tetas penduleando con el trajín. Mi culo al agacharse. Sé que admira mi cuerpo y con alta frecuencia le sorprendo ensimismado en su contemplación.
-¡Qué buena estas Josefina!-
-Anda. Vete ya tonto-
Esto que te cuento ahora no lo supe hasta varios días después. Por boca de mi propio marido.
Guillermo salió de la habitación y tomó un transporte, así lo llaman allí. Son como cochecitos eléctricos al aire libre. Nuestra suite tenía uno permanentemente en la puerta, eso sí, compartido con otras tres.
El camino entre la zona de las suites y el spa es un verdadero manglar, con monos araña y otros animales en libertad. Guillé iba nervioso, pensando como afrontar el asunto. En la recepción del spa le atendió un mexicano bajito y aseado, babosamente atento.
-¿Qué desea el señor?-
-Quiero conocer a los masajistas que trabajan en el spa-
-Como el señor ordene. Sígame porfavor-
La zona de masajes estaba separada del resto del complejo del spa. Era mucho más lujosa y exclusiva.
El empleado le pidió que esperase sentado en una especie de hall grande con sillones de cuero negro, estilo moderno. En pocos minutos apareció acompañado de dos chicas y tres chicos que fueron amablemente presentados por el responsable, uno a uno.
Mi marido tomó la decisión pronto. Sin dudarlo ni un solo instante. Juan era un joven fornido y musculoso. Más alto de lo que suelen serlo los mayas. Pelo negro y duro, y facciones indias.
-Quiero hablar a solas con Juan- Indicó mi esposo al encargado.
-Si señor-
El empleado salió de la habitación acompañado del resto de los masajistas, dejando solos a mi esposo y a Juan.
-Quiero ser claro contigo Juan-
-Si señor, como guste-
-Vengo acompañado por mi esposa y quiero que seas tú el que le dé los masajes estos días que vamos a estar en el hotel-
-Será un placer señor-
-He leído que también dais los masajes en la suite-
-Por supuesto. Cuando guste y donde guste, señor. Aquí o en su suite. Sólo ha de reservar hora con antelación si quiere asegurarse un masajista en concreto. Para asegurarse de que no tengo cita con otro cliente-
-Entiendo. Tú le darás los masajes a mi esposa-
-Sí, ya le entendí señor-
A Guillermo le gustaba el tono atento de Juan, con ese acento mexicano.
-Sí Juan. Pero además te has de ganar unos dólares extra-
Guille sacó un billete de cincuenta dólares de su bolsillo y se lo ofreció al chico que no dudó mucho en cogerlo.
-Usted dirá señor-
-Juan, habrá más billetes como este. Pero has de hacer las cosas tal y como yo las deseo. ¿Entiendes?-
-Diga señor-
Juan mostraba claramente su interés por aquel dinero extra. Guille lo había notado.
-Has de dar a mi esposa algo más que un simple masaje. ¿Sabes?-
Juan dudó antes de contestar.
-No muy bien señor, perdóneme-
Guille se tomó su tiempo, escogiendo las palabras.
-Mi esposa es muy bella. No te costará mucho darle otro tipo de servicios. Más...........personales. Servicios íntimos. ¿Me entiendes ahora?-
-Creo que sí, señor-
-Yo tengo más de cincuenta años pero mi esposa es joven. No creo que tengas muchas clientas tan atractivas como Josefina. Te lo aseguro-
-Estoy convencido de ello señor-
-¿Cuándo puedes venir hoy a nuestra suite?-
-Verá señor………- Juan sopesó lo que tenía que decir.- Antes de darle cita desearía participarle algo.-
-Dime. No tengas problema-
-Vera señor. El tipo de contacto que usted sugiere con su señora es algo que los empleados tenemos radicalemnte prohibido con los clientes.
Créame, le aseguro que está castigado con la expulsión. Si se descubre, tenga por seguro que perdería mi puesto de trabajo-
Guillermo se sintió triunfador. Su plan estaba funcionando.
Sacó otro billete de cincuenta dólares. Juan lo guardó como el anterior, en el bolsillo de la camisa.
-No te preocupes, Juan. Tanto mi esposa como yo seremos dos tumbas-
La sonrisa de mi esposo tranquilizó al joven indio que selló el trato con una discreta sonrisa.
-Pues bien, señor, no se hable más. Confío en ustedes y en su discreción señor. Estoy a su servicio.
Creo que podría estar en la suite de los señores a las cinco en punto de esta tarde. Tengo antes, a las tres y media, otro servicio concertado, aquí en el spa. En cuanto lo termine estaré con ustedes.
¿El señor cree que sería suficiente con hora y media?-
-Si Juan. Será más que suficiente. Nuestra suite es la 6300-
-No se me olvidará. No tenga cuidado-
Guillermo estrechó la mano del masajista
Los hombres son casi siempre transparentes como el cristal. Cuando Guille volvió del spa, supe, nada más verle que había novedades.
-¿Qué pasa Guille?-
Venía empapado. Llovía a raudales. Me había tumbado en la inmensa cama de dos por dos metros y veía en la televisión de plasma el canal del hotel en el que se describían las instalaciones y los servicios.
A pesar de la lluvia hacía calor. Me había dado una ducha y estaba desnuda. He de confesar que no me había puesto nada a propósito. Me encanta ver la reacción de mi marido cuando me encuentra desnuda en casa.
Guille no me respondió, no dijo palabra alguna. Se tumbó boca abajo dejando su cara a la altura de mi ombligo y comenzó a jugar con su lengua en el piercing. Tenía puesto uno chiquitito con una pequeña piedra turquesa engarzada en oro blanco, que mi esposo me regaló al poco de conocernos.
Lengüeteó largo rato jugando con la joya, mientras su mano me acariciaba los labios del sexo. Las gotas de lluvia de su pelo caían sobre mi vientre. Llevé la mano hasta su cabeza y la acaricié mientras sentía como sus dedos abrían mi coñito y comenzaban una pausada y deliciosa excursión. Me abrí de piernas como una zorrita. Eso le encanta.
-¡Anda Guille! Dime. Sé que traes un secreto. No seas malo-
La boca de mi marido subió hasta mi teta derecha y encontró duro el pezón, erguido al techo, pidiendo atenciones. Lo sorbió primero y luego le dedicó algunos mordisquitos.
-¡Por favor! Dime de qué se trata-
Guillermo dejó su tarea.
-He reservado para las cinco los servicios de masaje-
-¿Iremos al spa?-
-No. Juan vendrá aquí-
-¿Juan?-
Mi esposo me miró a los ojos. Se acercó y beso mi boca.
-Te va a gustar Josefina. No me niegues esto por favor-
-¿El qué?-
-He quedado con Juan en que su masaje será.........ya sabes-
-No, no sé, habla claro-
-No te hagas la tonta, cariño. Le he pedido que sea algo más que un simple masaje-
Al comprender el asunto me enfadé mucho. Me levanté de la cama de un salto, plantada desafiante. Él me miraba desde el colchón, con cara de niño bueno.
-¡Deberías haberme preguntado antes! ¡Joder! ¿Cómo se te ocurre tomar una decisión como esta sin contar conmigo?¿Yo que soy?¿Un cero a la izquierda?-
Me acerqué a la cristalera del dormitorio. Dándole la espalda. El Caribe estaba oscuro, ceñido por nubarrones grises y plomizos. La lluvia sonaba contundente, cayendo en cortinas sobre la vegetación cercana.
-Sabes que lo deseo desde hace tiempo, Josefina.
Es un chico tremendamente atractivo, conozco tus gustos. Será anónimo, aquí en México, tan lejos de España. Un secreto tuyo y mío. ¡Por favor mi vida, no me niegues esto! Si no resulta bien, a tu gusto, no volveremos a intentar nada parecido.
Oí como se levantaba de la cama. Me abrazó por la espalda. Sentí su pene erecto bajo el pantalón, contra mi culo desnudo.
-¡No vuelvas a hacer algo así sin consultármelo, jamás! ¿Me oyes? ¿Cómo se te ha ocurrido semejante burrada?-
Guille besó mi cuello apartando mi melena rubia. Apretó su erección haciéndome sentirla firme entre las nalgas.
-Te amo. ¿No lo estás viendo?-
Me giré y nos besamos. Estaba eufórico. Pocas veces sentí un beso suyo tan apasionado. ¿Cómo podía excitarle de aquella manera el que otro tío fuese a hacerme.... vete tú a saber qué cosas?
-Tú estarás presente, claro- Era una pregunta tonta. Yo sabía que el vernos era fundamental para él. Lo intuía.
Su mano separó los mofletes de mi trasero y su dedo hurgó el ano tierno, cerrado.
-Me gustaría, nena, lo sabes-
-¡Joder, Guille, te has pasado!-
Nuestras bocas se unieron de nuevo.
-Tengo la reserva para las cinco. Juan vendrá a esa hora. Ahora son las doce y media. Si de aquí a las cinco me dices que no, llamo y lo suspendo todo-Hubo un largo silencio. Me abrazaba con ternura y pasión.
-Vamos al yacusi-
Me tomó de la mano y tiró de mí en dirección al baño. Él se fue quitando la ropa por el camino.
Era un baño soberbio, en mármol blanco, con el yacusi en medio. Entre las pompas efervescentes jugamos con nuestros cuerpos. No volvimos a hablar del tema. Decidí prestarme a aquel experimento que tanto deseaba mi marido. Le amo y era su deseo. ¿Qué podía hacer?.
El agua caliente hizo crecer mis ganas. Las manos de Guillermo se ocuparon de hacer lo que toda mujer quiere que le hagan, pero sin dejarme llegar al orgasmo. Su erección era tremenda, como no recordaba. Jugó con su pene entre mis tetas, lo metió en mi boca y la folló con dulzura, haciéndome sentir zorra, muy zorra, con mi lengua lamiendo su culo y sus testículos. Le notaba más excitado que nunca.
¡Menudo calentón!
Me penetró el culo. Hacía tiempo que no conseguía mantener una erección lo suficientemente dura como para sodomizarme. Me sentí contenta al sentarme sobre su leño férreo y sentirle entrar en el ano. No me dejó tocarme. Para evitar el orgasmo de mi sexo, para reservar y acrecentar mis ganas. Y en verdad lo consiguió.
-No te corras Josefina. Guarda tus ganas- me dijo acariciando mis pezones bajo las pompitas sonoras.
¡Cómo me puse de cachonda!
En aquel mismo instante, con la polla de Guille dentro del culo, tuve por primera vez verdaderas ganas de conocer a Juan, de que llegara la fatídica hora. Las cinco de la tarde.
Comimos en la habitación. Nos trajeron desde el bufet fruta y unos deliciosos raviolis de res. La carne mexicana es exquisita. Después dormimos siesta. El viaje nos tenía agotados.
Me costó dormirme, dándole vueltas al tema, nerviosa y excitada. Pero al final caí en un profundo sueño.
A las cinco menos cuarto me despertaron los besos de Guille.
-Quiero que te pongas guapa mi amor-
Casi lo había olvidado. No sabía muy bien donde estaba, aturdida por el sueño. De pronto lo recordé todo. Miré al reloj.
-¿Qué me pongo, Guille? ¡Joder estoy como un flan!- Mi marido rió.
-Me encanta cielo, yo estoy igual. La batita de la ducha, póntela para recibirle. Y debajo solo un tanga, uno de esos minúsculos que apenas te tapan la rajita. El blanco transparente me encanta.
Ah, y maquíllate discreta-
Luego soltó con tono cómplice y excitado -Perfúmatelo todo, todo, todo-
Al decir todo, Guille me pellizco el coño. El muy cabrón seguía erecto, apoyando su pene contra mi muslo. No había llegado a correrse en el yacusi. Él también se reservaba.
Creo que Juan, el indio maya, musculoso y atractivo se sorprendió más al verme a mí que yo al verle a él. No se esperaba semejante hembra. Nos presentó Guille y nuestras manos se estrecharon.
Mientras montaba la camilla de masajes junto a la ventana no dejaba de mirarme de soslayo.
-¿Me quito la bata?- Pregunte con tono indiferente. Me costó no poner voz de gatita. El erotismo inundaba cada poro de mi piel.
-Mmm........ sí, sí, por supuesto- Balbuceo Juan nervioso. Me hizo gracia. Pensaba que ya habría hecho algún que otro servicio parecido, pero luego supe que era su primer trabajito de aquel tipo.
Guillermo colocó un gran butacón cerca de la mesa de masajes, que Juan había cubierto con una gran toalla limpia de color verde manzana.
-Juan, espero que no te importe que tome alguna foto. Tu rostro no saldrá en ningún caso-
Mi esposo puso dinero encima de la mesa en la que Juan había desplegado sus aceites.
-Como el señor desee-
Me gustaba aquel tono de sumisión de mexicano. Daba al asunto un marcado tono de sumisión. Y la sumisión es una de mis debilidades eróticas. Guillermo hace fotos de todo y a todo, sobre todo a mí. No me sorprendió su pregunta.
Juan extendió su mano indicándome la camilla, mirándome las tetas con descaro. Me acerqué y me tumbé boca abajo. Él tapó mi culo con una toallita pequeña.
La primera media hora casi vuelvo a dormirme. Juan masajeó cada músculo de mi espalda, de mis muslos, de mis pies y brazos. Era todo un artista. Casi consigue que olvidase lo gordo de aquel asunto. Extendía un aceite con olor a almendras, perfumando suavemente la estancia.
Guille guardaba silencio y yo con los ojos cerrados iba cogiendo más y más calor. Porque las manos de Juan iban convirtiendo poco a poco, el masaje en caricia.
Todo había sido callado, sin palabra alguna.
-¿La señora está a gusto?-
-Sí Juan es perfecto-
Mi voz sonó sexual sin yo pretenderlo. No aguantaba más, deseaba que empezara la otra parte.
Miré a mi esposo por primera vez. Se tocaba sobre el pantalón contemplando mi desnudez sobada por Juan una y otra vez.
El indio veía a mi esposo excitado y creo que él mismo también lo estaba desde hacía mucho rato, Probablemente desde que vio mi coño depilado totalmente bajo la transparencia del tanga blanco. Yo estaba boca arriba, con la toallita tapando el tanga.
Las manos de Juan inundadas de aceite tocaron por primera vez mis pezones, duros y receptivos. No pude evitar un pequeño gemido. Me los pellizcó suavemente y comenzó a darles con la palma de la mano.
¡Por Dios! Aquello era más de lo que podía soportar. Guille se tocaba con mucho más descaro, su pene aún oculto bajo el pantalón playero a rayas azules y blancas. Pero su erección era visible a todas luces. Juan estaba tras mi cabeza. Sus manos me recorrían desde los pechos hasta el ombligo, rozando apenas el piercing. Después fue bajando poco a poco en sus viajes hasta esconder las manos bajo la toalla y tocar el elástico del tanga.
-Póngase boca abajo, señora, por favor-
Me di la vuelta y Juan dobló la toalla dejándola en la mesita, junto al dinero.
El tanga blanco no me tapa el coño lo suficiente. Por detrás se escurre entre los labios. El indio abrió mis piernas lo suficiente para contemplar el jugoso espectáculo.
-La señora me dice si hago algo que no le guste. Por favor-
Sus manos abrieron los mofletes de mi culo. El joven maya me miraba el culo abierto, tan solo tapado por la tira del tanga.
-No, Juan. No creo que vayas a hacer nada que no me guste- Miré a mi esposo. Se había sacado el pene y lo acariciaba dulcemente. Duro, apuntando al techo.
Sentí el chorreón de aceite precipitarse directamente en mi ano y mojar todo el tanga, que de casi transparente, pasó a ser transparente del todo. Después los dedos del masajista apartaron el elástico y se situaron directamente entre los belfos de mi coñito sediento de atenciones e inundado de flujo.
Gemí, gemí poderosamente. Para mi esposo y para Juan. Me sentí zorra, puta, casquivana. Gimiendo una y otra vez ante las caricias de mi indito.
Mi esposo se levantó y se acercó para ver más de cerca el trabajo de Juan. Sin parar de masturbarse.
-¿Te gusta el sexo de mi esposa?-
-¡Oh. Sí señor. Desde luego!-
-Quítale el tanga. Creo que estarías más cómodo sin ropa-
-Como usted ordene señor-
Yo quería morirme de erotismo y morbo cuando oí desvestirse a Juan a mis espaldas. Y mucho más cuando tiró del elástico dejándome totalmente desnuda.
Juan se puso en la cabecera con su pene cerca, muy cerca de mi cara. No para que se lo comiese, sino para que viese como se la meneaba.
-Sigue Juan. Mi esposa está lista-
Juan no respondió. Sentí dos dedos penetrarme con decisión y grité. No muy fuerte. Con grito de gatita zorra. Y en ese mismo momento advertí el pene del indio contra la planta de mi pie. En los dedos sus testículos peludos, y en el talón el capullo rozándose con frenesí.
Me sorprendía la naturalidad con la que todo estaba transcurriendo. Como si ya lo hubiésemos hecho mil veces.
-¿Te gusta Josefina? Juan-
-Más que eso señor. Es una mujer única, señor. Créame, que yo sé de cuerpos, y el de la señora es increíblemente perfecto- Me sentí adulada por aquellos cumplidos con acento mexicano.
-¿Te gustaría cogerle el culo?- Casi me desmayo. Me sorprendió la expresión sudamericana “cogerle”. Guillermo nunca la había usado.
-Pues como usted ordene patrón-
-Cómeselo-
La respiración pesada de Juan entre mis nalgas. Su lengua presionándome el ano. Es un momento que no creo que consiga olvidar jamás. Mi marido machacando su zambomba junto a mi cara.
Grité de nuevo, gemí, esta vez más escandalosamente. Sintiendo la lengua extraña jugar con mi culo, presionando, ensalivando.
El indio me dejó por un momento. Extendió dos toallas inmensas en la cama y me llevó en volandas dejándome en la misma posición. Luego enrolló la almohada con otra toalla y la colocó bajo de mi vientre. El condenado me puso en la posición idónea para ser vilmente sometida por mi agujerito trasero.
Me sentí la más puta de las mujeres con el culo en pompa. Esperando.
Siempre me ha gustado “coger” con el culito. Es un punto especialmente sensible. Las mujeres que no lo practican se pierden algo único e indescriptible.
-Pídeselo tú, Josefina. Pídele a Juan que lo haga-
-Juan, métemela en el culo, no aguanto más-
-Sí señora, son sus deseos y yo los cumplo-
Tuve un orgasmo bestial antes de que el pene de Juan estuviese totalmente dentro.
Me quedé relajada mientras me follaba. Más y más rápido.
-Córrete fuera Juan-
Casi cronométricamente sentí a la vez los chorros de esperma. El de Juan me llegó hasta el pelo. Guille manchó mi nariz y mi boca.
Querido diario. Es la primera vez que he hecho el amor con otro hombre desde mi boda con Guillermo. Ya te contaré mis emociones y lo sucedido después en otro momento.
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