Diario de George Geldof 8
Comienza su trato con esclavos y esclavas. Tom quiere que dome a su mujer
Al día siguiente, me levanté al alba, dejando a Sara dormida en la cama. Entre sueños la había oído llorar varias veces. También la sentí moverse con mi polla dentro, no se si ella se corrió, pero a mi me sacó una buena corrida y el descanso de mi polla.
En el comedor estaba ya Tom a medio desayunar, me invitó a sentarme a su lado y me recomendó que desayunase bien, porque necesitaría energías para el trabajo.
Terminamos y Tom tomó un paquete de una mesa. Dándomelo dijo:
-¡Toma, no conviene que vayas desnudo por ahí!
Abrí el paquete y me encontré con un revolver, su funda y canana, además de un látigo de cuero. Ante mi mirada perpleja dijo:
-Aquí tendrás que ir siempre armado. No es extraño que algún negro se vuelva loco y te ataque. No dudes en dispararle, igual que si se forma algún tumulto. Les disparas a tres o cuatro y verás qué pronto se calman. El látigo también te servirá para estimular su obediencia.
Di las gracias, me coloqué el arma y colgué del cinto el látigo. Desde aquel momento, mantuve la disciplina de entrenar con las armas, tanto con el revolver (al que por ser un arma nueva, no estaba acostumbrado) como con el cuchillo y, a pesar de los comentarios jocosos de Tom, diciendo que ese arma estaba obsoleta, con la espada.
Cuando salimos, dos esclavos sostenían del ronzal a dos hermosos caballos ensillados, él tomó uno y yo el otro.
Durante toda la mañana estuvimos recorriendo la plantación de punta a punta en todas las direcciones.
A medio día volvimos a la casa para comer algo, y mientras lo hacíamos le hice unas cuantas observaciones para mejorar la plantación, optimizar el trabajo de los esclavos y poner en labor unas tierras faltas de agua con un sencillo canal.
Cuando volvimos a salir, me palmeaba la espalda, diciendo
-¡Sabía que tu hermano no me fallaría y me enviaría al mejor! Sólo con lo que me has dicho hoy, ya te as ganado con creces el puesto, aunque no hagas nada el resto de tus días.
-Y aún haremos más cosas. Dije sonriendo.
Ese día envié una larga carta a mi hermano, contando mi odisea y lo bien que había sido recibid por su amigo.
Y un mes más tarde, sin dar tiempo a que llegase mi carta, recibí una suya, en la que me explicaba que su mujer estaba embarazada de tres meses y que le había contado que Brigitte lo estaba también de cuatro meses, y que cuando le preguntaban “no decía nada”, contándolo como un chiste, ya que ella era muda.
Le volví a escribir dándole la enhorabuena, deseándoles un buen embarazo y mejor parto.
Referente a Brigitte, le di instrucciones, indicándole que el niño era mío y que como tal lo reconocía, pues no en vano habíamos estado acostándonos todos los días en los últimos seis meses de estancia allí.
No me gustó que me lo ocultase, pues ya lo tenía que saber cuando me marché, pero el saberlo me llenó de alegría y le di instrucciones para que cuidase de ella y que mi hijo tuviese unos buenos estudios. También le indiqué que le nombraba heredero mío, a falta de otras voluntades.
En una siguiente carta, mi hermano me explicaba que ambos habíamos sido padres con un mes de diferencia, de dos niños varones, sanos, grandes y perfectos. Que Brigitte no quiso ocupar la casa de mis padres biológicos, ni recibir pensión alguna, y que después de muchas negociaciones, accedió a servir en la casa de mi hermano, como dama de compañía de mi cuñada, con la excusa de compartir experiencias del embarazo y ayudarse mutuamente.
Ya cercano el parto, mi hermano le había insistido por el bien de su hijo, en que debíamos casarnos, para que no fuese bastardo y pudiese ser el heredero con todas las consecuencias, por lo que con la potestad que le había dado y algunos contactos, nos habíamos casado por poderes. Seguía sin querer ir a la casa familiar, pero poco a poco la habían conseguido llevar al estatus de compañera de mi cuñada y señora de la casa.
Le agradecí encarecidamente lo que había hecho por mí, por Brigitte y por mi hijo. En adelante seguiríamos escribiéndonos distanciadas cartas que nos mantenían informados de mis actividades y del desarrollo de la vida de nuestros hijos y esposas.
Volviendo a la plantación….
Al terminar la jornada, amos y esclavos volvimos a la casa. Los esclavos fueron reunidos en una gran explanada tras la casa y contados. Tras comprobar que estaban todos, uno de los capataces anunció que se había encontrado con una pareja que habían abandonado el trabajo para ponerse a follar en un bosquecillo.
Los tenía atados y desnudos. Fueron llevados a un estrado donde había un armado de madera consistente en dos maderos verticales unidos por la parte superior con otro horizontal.
Ambos fueron colgados por las muñecas, desnudos, delante de todos los demás esclavos que estaban obligados a mirar. Tom me dijo:
-Deberías hacer tú los honores para que empiecen a respetarte. Aplícales veinte latigazos a cada uno.
A estas alturas el sufrimiento ajeno no me importaba. Tomé mi látigo, subí al estrado y me coloqué a distancia suficiente del hombre. Alcé el látigo y lo descargué con fuerza sobre su espalda. Uno, dos, tres… Mis latigazos todavía no tenían gran precisión, pero cumplieron su cometido. Dieciocho, diecinueve y veinte.
Cuando fui a azotarla a ella y vi su gran culo y sus enormes tetas, recordé escenas de mi infancia, que me la pusieron dura al instante. Le pedí la fusta del caballo a Tom, que era más apropiado para lo que iba a hacer. Me preguntó para qué, y le dije que ya lo vería. Hice retirar el cuerpo del esclavo que había azotado ya y me quité el pañuelo que llevaba al cuello. Con él vendé los ojos de la esclava negra. Y comencé a hablarle mientras daba vueltas a su alrededor.
-¿Así que eres una puta? –Dije mientras daba vueltas a su alrededor y la veía temblar al no saber qué ocurría.
-Nnno, aaamo. Nnno soy puta.
-No me negarás que estabas follando con ese negro y que has desobedecido las órdenes del amo Tom.
-Amo, el me lo pidió con mucha insistencia.
-¿Y no te pudiste resistir?
-Nnnno, aaamo.
-Eso es porque eres una puta. Así que tengo que castigarte por puta desobediente. ¿Tienes alguna preferencia en cuanto al lugar por donde empezar el castigo?
-Por favor, amo…
-Bien, pues yo elijo.
Di una nueva vuelta a su alrededor, y cuando estaba en su costado, solté un fuerte fustazo de arriba abajo que alcanzó su pezones.
¡ZASSS!
-AAAAAAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGGGGGG! –Chilló
-¿Tienes los pezones sensibles? ¿Te los chupaba ese negro?
¡ZASSS!
¡AAAAGGGGG! -Volvió a chillar
¿Qué si te chupaba los pezones?
-Nnnno amo.
Un fustado en su culo
-AAAAAAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGGGGGG! –Chilló nuevamente.
-¿O quizá te estaba enchulando?
Lloraba
ZASSS
-¿TE ESTABA ENCULANDO?
-AAAAAAAAAAAAAGGGGGGGGGG. No amo
Nueva vuelta a su alrededor
Un nuevo fustado en sus pezones.
-AAAAAAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGGGGGG!
-¿Y te gusta que te los chupen?
Otro seguido en su coño.
-AAAAAAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGGGGGG!
-¿O mejor que te follen?
-Nnnno se, amo.
Los veinticinco fustazos fueron repartidos por su cuerpo indistintamente, procurando que no solamente el dolor hiciese efecto, sino el miedo y los nervios de la espera hasta recibir el siguiente. Siempre acompañados de frases y palabras vejatorias.
Gritaba y lloraba como loca, decía frases inconexas. Cuando termine, yo sudaba y estaba totalmente empalmado, la negra no tenía fuerzas ni para llorar, con el cuerpo sudando a chorros.
-Que le den abundante agua.
Cuando bajé junto a Tom, me miraba alucinado.
-¡Eres increíble! ¡Creo que todos se lo pensarán dos veces antes de escabullirse del trabajo!
Solamente dije.
-¡Necesito a Sara!
Me metí en la casa y fui directo a mi habitación. Allí me esperaba Sara, que había visto todo por la ventana.
La obligué a arrodillarse mientras sacaba mi polla. Se la metí en la boca y estuve follándosela hasta correrme.
Un poco más calmado pero con la polla si bajar ni un ápice, le dije que se desnudara y me desnudé yo también, la tiré boca abajo sobre el borde de la cama, con las piernas colgando y se la metí por el coño sin más hasta dentro. Emitió un grito de dolor por la brusquedad de la entrada y no estar dilatada lo suficiente, pero entró entera, ya que mi polla estaba bastante lubricada con su saliva.
Puse mi mano en su cuello y empecé un fuerte bombeo, mientras alternaba palmadas en el culo con metida de dedos.
Pronto cambió el dolor en placer para ella y empezó a suspirar, hasta que se corrió entre fuertes gemidos
¡OOOOHHHH! Amo. Si, úsame. Descarga tu ira con tu esclava. Si, Si.
Yo no paré hasta llenarle el coño de leche.
La puse de rodillas a chupármela para que me la pusiera dura de nuevo.
Cuando la tuve otra vez, le di la vuelta y la coloqué en la misma posición. La hice gritar nuevamente cuando se la clavé en el culo.
Siguió un buen rato de enculada, hasta que me volví a correr en él.
Esa noche no bajé a cenar. Más calmado, mandé a Sara a por algo de cena, que trajo como pudo, ya que tenía molestias por detrás y por delante. Compartimos lo que trajo y nos acostamos a dormir. Esta vez, sin metérsela.
También a lo largo de la noche, sentí cómo me la chupaba para ponérmela tiesa. Entonces se subió a caballo sobre mí y se la metió entera, empezando un movimiento atrás y adelante hasta que me corrí. Se acostó de nuevo a mi lado y nos dormimos ambos.
Durante ese mes, anduve pegado a Tom, empapándome del funcionamiento de la plantación y el tratamiento del personal y los esclavos.
Cuando él estuvo seguro de que era capaz de hacerme cargo, me entregó las llaves de una casita cercana a la casa principal, donde viviría a partir de entonces. Me dio autorización para hacer lo que quisiera, obras, redecorar, etc. y me daba definitivamente a Sara para que me atendiera, no sin antes avisarme que podía cambiarla cuando me cansara de ella.
La comida debería recogerla ella directamente de la cocina de la casa principal.
La casita no estaba mal. La entrada daba acceso a un gran salón con chimenea y dos cómodos sillones delante. En el centro, una mesa con seis sillas y en las paredes de alrededor, distintos muebles y armarios. Una escalera daba acceso al piso superior donde había un gran dormitorio con enorme cama con dosel y dos más pequeños. Adosada a la casa había una caballeriza que no se usaba porque se habían juntado todos los caballos en otra más grande, para una mejor atención. Me pareció bien tal cual estaba.
Una vez inspeccionada la casa acompañado de Sara, dejé el macuto en el dormitorio y marché a recorrer las tierras y comprobar el trabajo. Sara se quedó ordenando mi ropa y preparando todo para la noche.
La organización de los esclavos en la plantación era simple. Había un barracón para los hombres y otro para las mujeres en situación normal, además de otro para las embarazadas o con niños hasta los ocho o nueve años.
Cuando el niño o niña alcanzaba los ocho, nueve o diez años, según su complexión, era pasado al pabellón de los hombres o al de las mujeres con su madre. El sitio libre era ocupado por otra mujer que ya hubiese parido o mayor de quince años a la que se embarazaba a tal fin.
Cuando las mujeres alcanzaban los 15 años, eran presentadas a Tom para que decidiese. Si le gustaba, era reservada para cuando quisiera follársela, si no, pasaba al grupo de las embarazables.
Si alguna se quedaba embarazada sin pasar por la sesión de embarazos, primero era azotada y luego llevada al pabellón correspondiente, donde tenía que estar al servicio de todas las demás.
Esclavos y esclavas se vestían con las ropas que desechaban los amos y capataces, que las mujeres adaptaban como vestidos y pantalones. Los llevaban hasta que se deshacían por el uso, el trabajo o las roturas cuando los azotaban. Como prenda adicional, las mujeres se hacían una especie de taparrabos para cuando tenían la menstruación
Como consecuencia de esto, los vestidos de las mujeres tenían tendencia a caer y molestarlas cuando se inclinaban para trabajar, por lo que muchas de ellas se ataban la parte superior a la cintura, quedando con las tetas al aire.
En mis recorridos por las tierras, empecé a fijarme en esas mujeres de pechos grandes y firmes, con esos culos respingones y redondeados, con unos pezones que cuando están dobladas parecen lanzas que se van a clavar en la tierra.
Había alguna espectacular, cuando la encontraba, bajaba de mi caballo, me acercaba a ella, que generalmente dejaba su trabajo, se giraba y se quedaba mirándome aterrada.
-Vuelve a tu trabajo y no te muevas.-Le decía mientras levantaba su falda y se la echaba por encima, dejando su glorioso culo al aire, sacaba mi polla, me escupía en ella y se la clavaba en el culo.
Si ya lo tenía abierto, entraba con dificultad y con el grito de ella, si no lo tenía abierto, dejaba que me la ensalivara bien y se la metía más despacio. Luego, el procedimiento era el mismo, le pedía que se tocase el coño mientras bombeaba. Cuando mi polla salía, le daba una o dos palmadas en el culo, para seguidamente, clavarla con fuerza, repitiendo hasta correrme dentro. Después de que me la limpiase, me la guardaba y proseguía mi camino.
Si la mujer me gustaba, le daba la indicación de que le dijese a su capataz que la mandase por la noche a mi cabaña bien limpia. El capataz sabía que tenía que quitarla del trabajo, mandarla al barracón y decirle que debía de limpiarse por todos los sitios.
Recuerdo a una en concreto que fue de las primeras y marcó el resto de mi vida. Una negra preciosa, labios hechos para chupar pollas, pechos generosos, caderas rotundas y un culo de muerte. Un poco de tripa porque había tenido dos hijos, pero no solamente no afeaba sino que hacía más armonioso el conjunto.
Iba colocando planta en dos filas, mientras otro negro detrás enterraba las raíces.
Me acerqué a ella y ordené al negro que fuese echándose él la planta y enterrándola hasta que terminase yo.
Ordené a la negra que se acercase y se arrodillase ante mí, cosa que hizo con diligencia, a pesar de que se reflejó en su cara el dolor de espalda que produce la postura que tenía.
-Chúpamela. –Le dije.
Con gran habilidad me la sacó, la masturbó un par de veces y se la metió en la boca. Cuando me la puso como una piedra, le mandé ponerse en la posición de trabajo, le levante la falda y le hice abrir las piernas. Dudé en qué agujero meterla y me decidió ver su coño húmedo y brillante. Se la metí hasta el fondo y entró como un cuchillo en la mantequilla caliente. Emitió un gemido de placer, mientras yo disfrutaba de una estrechez impensable en una madre doble. Le estuve dando un buen rato. Se que se corrió varias veces. Los negros de las otras filas pasaron dos veces añadiendo nuevas líneas de plantas de tabaco. Algunos miraban, pero desviaban rápidamente la vista cuando yo me daba cuenta.
Cuando me corrí en su coño, se la saqué, hice que me la limpiase y la cité para esa noche.
-Gracias, amo. - Me dijo con lágrimas en los ojos.
No era para menos. Una cosa era que yo abusase de ellas y otra que tuviesen que sufrir más de lo necesario.
Cuando citaba a una, debía ir a lavarse bien todo, cuerpo y agujeros, en su pabellón, y esperar a la noche en la que la acompañarían a mi vivienda. Pasaban la noche conmigo, comían lo mismo que yo y, al día siguiente estaban a mi disposición hasta la noche, tras la cena. No volvían a su barracón, sino que lo hacían al día siguiente. Para ellas, ahorrarse un día de trabajo y latigazos, no tenía precio, sin contar el poder comer algo mejor que la comida de los esclavos.
En mi casa, Sara tenía la obligación de repasarlas, que tuviesen sus agujeros y su cuerpo perfectamente limpios. No por problemas raciales, que ya había demostrado que no los tenía en la india, sino porque las condiciones higiénicas de los pabellones no eran las mejores.
Al anochecer, tras la recogida de los esclavos, volví a casa, encontrándome a Sara y la otra esclava desnudas y arrodilladas junto a la puerta.
-Voy a cenar. –Avisé.
Inmediatamente, Sara se levantó y tomó la comida de la chimenea, junto al fuego, para servírmela en la mesa, donde todo lo demás ya estaba preparado.
Mientras cenaba, hice una indicación a Sara para se colocase boca arriba encima de la mesa con el coño hacia mí y a la esclava que se colocase encima comiéndose el coño mutuamente.
Era una delicia ver los labios carnosos de la esclava chupar el clítoris de Sara y su lengua recorrer su coño. Verla cerrar los ojos y suspirar ante el tratamiento similar que le daban a ella.
Mi interés por cenar iba disminuyendo conforme subía la calentura de ellas. Cuando terminé mi entretenida cena, me dirigí al otro lado de la mesa, me desnudé y acerqué un pequeño taburete o banco pequeño de apoyar los pies. Estaba totalmente empalmado.
Me subí al banco y me hice sitio a pollazos en la boca de Sara, hasta que pude metérsela en el coño. Entraba y salía acompañada de la lengua de Sara, que tan pronto pasaba por el clítoris como me recorría la parte de la polla que estaba fuera o los huevos, lo que ayudó a que mi orgasmo se acelerase, y al poco rato llenaba el coño de la esclava de semen.
Sara siguió lamiendo y le dejó el coño limpio, luego le metí mi polla para que hiciese lo mismo.
No sé las veces que se habían corrido, pero di por terminada la sesión y nos fuimos a la cama.
Allí hice que la esclava me la chupase hasta volver a ponerla dura, mientras Sara le dilataba el culo. En cuanto la tuve lista, la puse a cuatro patas sobre la cama, me arrodillé detrás y se la clave sin compasión. Estuve follando su culo durante mucho rato. Le daba fuertes palmadas que hicieron cambiar a su culo totalmente de color. Me di cuenta de que eso me gustaba y excitaba. Pensando en azotar con una fusta ese precioso culo, llegué a tal punto de excitación que me corrí como si hubiese sido la primera vez.
Después de que me limpiaran la polla, les di instrucciones para que comiesen algo, se acostaran (tenían unos sacos con paja junto a la chimenea) y me puse a intentar dormir.
Estuve mucho tiempo pensando como convertir mis nuevos y excitantes gustos en realidad. Solo de pensar lo que iba a hacer, se me puso dura.
-¡SARA! –Grité.
Al momento apareció en mi habitación y me vio desnudo sobre la cama y con la polla a reventar y no hizo falta decirle nada. Inmediatamente se lanzó sobre ella y se puso a lamerla y chuparla.
-Clávate en ella.
Inmediatamente obedeció, metiéndosela hasta el fondo mientras me miraba a los ojos.
-No, date la vuelta
Se situó dándome la espalda y se la volvió a meter, empezando un suave movimiento atrás y adelante.
Empecé a darle palmadas en el culo, mientras le decía.
-Más deprisa, puta. Más deprisa
Ella se movía todo lo que podía. Tuvo dos orgasmos antes de que me corriera.
Hice quitarse a Sara de mi polla, una vez que me había corrido, y…
-Negra Ven aquí. –Llamé a la otra esclava, que apareció de inmediato.
-Si amo.
-Chúpamela hasta ponérmela dura.-Le dije, aunque no había bajado mucho.
Se puso a ello con tanta pasión, que en un momento volvía a estar como una piedra.
-Métela por el culo.
Con prontitud, se subió sobre mí y se la clavo de un envión.
Entonces empecé a darle palmadas en las tetas, pidiendo que acelerara los movimientos, hasta que volví a correrme en su culo.
Tras esto, las mandé a dormir, y ya más relajado, pude dormir también.
En los siguientes días, mandé limpiar el establo contiguo, retirando todo lo que contenía, incluyendo los separadores de las caballerizas, dejando el local totalmente diáfano.
Mandé colocar tres vigas o maderos transversales y paralelos entre si, en el techo, dos verticales en la viga del centro con un palo más fino atravesándolos, como si de una escalera con un solo madero central se tratase, otro madero más manejable para poder ponerlo cruzado a la altura que quisiese, sujeto en los laterales con pasadores que encajaban en una tira de agujeros que iba de arriba abajo. Añadí dos poleas en los extremos de cada viga superior, más otra en el centro de la viga central, e hice pasar por cada polea una cuerda lo suficiente mente largas para mis fines.
Me preparé una serie de látigos de distintos tamaños y formas, así como varas y tablas distintas. También hice acopio de distinto material, pendientes, broches, etc.
Del pueblo cercano me traje un recipiente con un tubo y cánula, que utilizaban los médicos para solucionar los problemas de estreñimiento, y que yo había tenido que probar de pequeño y conocía lo molesto que era.
Terminó todo con un acceso desde la casa. No me había dado cuenta, pero desde que empecé hasta que todo estuvo terminado, habían pasado tres meses, entre pedir el material, que lo trajesen, montarlo y dejar todo listo.
Una vez terminado llamé a Sara y entramos en la nueva sala. Iba desnuda, como la obligaba a ir dentro de la casa cuando yo estuviera presente. La llevé ante las vigas verticales, le puse una correa al cuello y sujeté a ella un extremo de la cuerda central, coloqué la viga horizontal a la altura de su tripa. La hice doblarse y até sus manos a las piernas. Tomé las cuerdas laterales y las até a sus tobillos. Abrí sus piernas todo lo que dieron se si y até la cuerda de su cuello a un lado para evitar que se diese la vuelta por su propio peso.
En este punto, tenía el culo hacia arriba y mostraba su ano y su coño totalmente accesibles.
ZASS
Le di una palmada con la mano abierta en uno de los cachetes del culo, dejando la mano un momento y bajándola por la raja hasta pasarla por encima de su coño.
-MMMMMM
Emitió un gemido
-No quiero que grites ni emitas sonidos. –Le dije
Le di otra palmada en el otro cachete, volviendo a bajar la mano hasta su coño.
Oí como soltaba aire y respiraba más agitada.
Golpeaba y acariciaba
Estuve repitiendo esto hasta que me empezó a doler la mano.
Su coño estaba soltando tanto flujo que rebosaba y caía por sus piernas.
Mi polla estaba a reventar
La desaté, quité la viga y volví a atar sus muñecas a la viga central y sus piernas con las cuerdas de una de las paralelas, dejándola sentada en el aire, con el cuerpo en forma de V, con las piernas bien abiertas. Saqué mi polla y se la clavé sin más mientras la miraba a los ojos. Ella bajó la mirada mientras se corría con una respiración muy agitada y sin poder evitar un pequeño gemido de placer.
Estuve bombeando un buen rato, ya que la posición me era favorable y descansada. Ella no sé cuantas veces se corrió antes de que yo le llenase el coño de leche.
Cuando terminé, la desaté y le hice limpiarme la polla. Cosa que hizo con diligencia. Cuando terminó, me dijo:
-Amo. ¿Puedo hacerte una pregunta?
-Habla.
-¿Por qué cuando me castigas me haces disfrutar tanto? ¿Por qué eres tan extrañamente amable, cuando el amo Tom solamente nos usaba o castigaba sin más?
Recordé las enseñanzas de Desireé, cuando me decía que siempre debía dar placer a la mujer, pero no estaba dispuesto a dar explicaciones sobre mi vida.
-Porque me gusta. –Respondí de forma seca.
-Gracias, amo.
Durante los siguientes días, estuve probando las distintas opciones que me brindaba mi salón de juegos, como llegué a llamarlo. Así como probé los instrumentos que me había preparado.
Ni qué decir tiene que después de cada sesión, follaba su coño y culo hasta cansarme.
Una vez probado todo y realizadas las correcciones que estimé convenientes, entre ellas, hacer un agujero en el centro de la viga suelta y encargar un pene de madera, bien pulido y encerado, que encajase en él, aproveché mis visitas de inspección a los campos de la plantación para buscar con quien utilizar todo esto.
Tropecé con una muchacha que no había visto anteriormente, me acerqué a ella con mi caballo, sin que dejase su labor.
-Tú.-Dije tocándola con el látigo que llevaba recogido en la mano- ¿Eres nueva?
-No, amo. –Dijo sin dejar de trabajar.
-¿Dónde has estado hasta ahora?
-Acabo de salir del barracón de madres, mi hijo ya tiene edad suficiente para trabajar en la plantación. Amo.
No estaba gorda, pero tenía un culo abundante, redondo y prominente, así como grandes tetas algo caídas ya, pero era una mujer de gran belleza. De unos treinta años, me confirmó tres hijos. La envié a mi casa.
Cuando llegué, ambas esclavas me esperaban desnudas y arrodilladas junto a la puerta.
-Vamos a comer algo y a dormir. Mañana os quiero en pie antes de salir el sol.
Así lo hicimos. No llamé a ninguna durante la noche, y antes del amanecer, estaba en pie. Ellas, al oir mis ruidos se levantaron inmediatamente y vinieron hasta mí.
-Que quieres que hagamos, amo.-Dijo Sara.
-Vamos, seguidme hasta mi sala de juegos.
Al entrar, la esclava mirando todos los detalles, y temiendo lo peor.
Tú. -Dije a la otra esclava. –Ponte entre las vigas verticales.
Ella se situó donde le había dicho. Tomé la cuerda central y até sus manos. Ella lloraba en silencio, coloqué la viga horizontal a la altura de su tripa y puse el pene de madera en su sitio, para que hiciese de caballete y la levanté en el aire. Ella sólo decía con voz llorosa:
-Por favor, amo. No he hecho nada. Por favor, amo…
La senté sobre la viga metiendo el pene de madera en su culo y até sus tobillos separando bien las piernas. Ordené a Sara que le comiera el coño, cosa que hizo a la perfección, pues al momento había dejad de llorar y estaba gimiendo de gusto. Le solté una fuerte palmada en el culo. Comprobando que gracias al pene, no se bajaba de su asiento al intentar mover el culo hacia delante.
A partir de ahí, tomé una fusta y fui azotando su culo y tetas. Me di cuenta de que me gustaba cada día más el ver las marcas que deja la fusta en el cuerpo. Aplicaba los golpes secos, primero un golpe sobre uno de los cachetes y luego sobre el otro, alternando unos y otros tanto en vertical como en horizontal. Dejaba un entretejido que me gustaba conseguir con las marcas equidistantes.
Mientras, Sara seguía lamiendo y chupando su clítoris, mientras le metía dos dedos en su coño. La esclava negra gemía alternativamente de dolor y placer. Cada cierto tiempo, alcanzaba unos orgasmos que la hacían gritar hasta quedar en trance, del que la sacaban mis golpes nuevamente.
Mi polla estaba dura y reclamaba su ración también, por lo que la até nuevamente con los brazos y piernas totalmente abiertos, el cuerpo en forma de V y en el aire, a la altura adecuada.
La saqué y la metí directamente en su coño, encharcado por sus corridas y la boca de Sara. La estuve follando largo rato, alternando momentos de movimientos suaves que la hacían suspirar, con otros rápidos y fuertes que la hacían gemir hasta alcanzar un nuevo orgasmo. Cuando estaba a punto de correrme, se la saqué y metí directamente por el culo, donde descargué abundantemente.
Tras esto, mandé a Sara que la soltase y me fui a recorrer la plantación.
Con el paso de los días, cada vez que seleccionaba a una esclava para mi diversión ponían menos cara de susto y más de gusto.
A los diez meses de estar allí hubo que pasar a un negrito de diez años al pabellón de los hombres y a la mujer al suyo. Hubo una escena de lloros e intento de no separarse, el niño por no dejar a su madre y ella porque era primeriza, nada que unos latigazos bien dados no pudiese solucionar.
Al quedar un sitio libre en el barracón de cría, había que meter a otra embarazada, pero como no había ninguna en ese momento, me tocó a mí seleccionar una hembra para cruzarla con un macho hasta quedar embarazada.
Busqué entre las mujeres alguna que me pareciese bien, y seleccioné a una joven, de pechos generosos y anchas caderas, con vistas a un buen parto y mejor lactancia.
Mandé que la llevasen al preñadero, una zona de los establos donde se acumulaba la paja para los caballos, y así lo hicieron.
Como nunca había visto esto, pedí que no se hiciese nada hasta que yo llegase. Al entrar, vi a varios de los capataces, cada uno acompañado de una esclava, a una negra que lloraba y a la que se abrazaba la elegida, que estaba desnuda, todos formando un semicírculo alrededor de un negro enorme también desnudo. Al fijarme en el negro, me llamó la atención su enorme polla, grande, más que la mía y la más gorda que había visto hasta entonces. La llevaba totalmente empinada y la mantenía así recorriendo toda su extensión con la mano.
Di orden de empezar y uno de los capataces se acercó a la muchacha, la tomó del brazo e intentó arrastrarla hacia el centro, ella se puso a llorar y decir:
-No quiero que me hagan daño. Por favor... No les dejes. -Abrazándose más a la otra, que le hablaba con cariño y la separaba de su lado.
-No llores y ten paciencia, no te dolerá mucho y pasará pronto. –Respondía la otra.
Al final cedió ante los tirones del capataz y se separó de ella, pero cuando se giró y vio al negro, que parecía que no lo había visto antes o por lo menos, no lo había visto empalmado, dio un fuerte grito, se zafó del capataz y salió corriendo en mi dirección, sin verme, solo buscaba escapar.
Pude agarrar su pelo, tirando de él, lo que le hizo dar una pirueta en el aire y caer pesadamente al suelo de tierra.
Pisé su pelo para que no se levantara y saqué mi látigo y comencé a darle unos buenos latigazos en su espalda, culo y piernas.
Enseguida vino la esclava que estaba con ella para decirme:
-Amo, por favor, no golpee más a mi hija. Es su primera vez y tiene miedo al dolor. El negro tiene una polla muy grande y se ha asustado mucho. Por favor amo, perdónela. Yo la convenceré para que lo acepte.
Me sorprendió que todavía fuese virgen, pero enseguida tomé la decisión. Pregunté si teníamos otro semental con una polla más normal.
-Tenemos uno que vamos a introducirlo ahora entre los sementales, fuerte y sano, con una polla normal, que fue seleccionado por el amo para cubrir a las hembras, pero que no tiene experiencia.
-Traedlo. –Ordené, cosa que hicieron al momento.
-Qué hacemos con el otro.-Me preguntaron cuando lo trajeron.
-Que el nuevo se tumbe en el suelo y que la negra, de rodillas sobre él, le ponga el coño en la boca para que se lo coma, mientras ella, que le haga una mamada al otro para que se vaya acostumbrando a pollas grandes.
Observé que el negro del suelo no sabía que hacer y que la chica no sabía hacer una mamada. El negro grande cogía su cabeza e intentaba meterle toda su polla en la boca, cosa que ella no aceptaba, asustada por el tamaño.
-¿No les decís lo que tienen que hacer? –Le dije a uno de los capataces.
-Nunca les hemos dicho nada. Son animales y lo llevan en la sangre. Ella se pone a cuatro patas y si no lo hace, el negro la coloca. Luego el negro se la clava. Ella suele gritar, y a veces tenemos que azotarlas. Se mueve un poco y se corre. Los separamos y los llevamos a cada uno a su sitio hasta la siguiente sesión. –Me contestó.
Aunque todo esto no se ajustaba a mis ideas, ni a las enseñanzas de Desireé, me abstuve de hacer comentarios, ya que, si algo había aprendido, era que las ideas esclavistas estaban muy arraigadas y que no se podían discutir. Realmente, era peor que el sistema de castas que imperaba en India.
-¿Cuantas sesiones? –Le pregunté.
-Dos diarias, una por la mañana y otra por la tarde, mientras el negro tenga capacidad de correrse, además, cada una es con un negro distinto, durante 45 días, para asegurar un embarazo. Si sangra en ese periodo, volvemos a comenzar la cuenta desde que termina.
-¿Utilizáis 90 negros?
-No, dos, todas las mañanas es el mismo y todas las tardes es otro, pero siempre el mismo también. Eso nos sirve para controlar los parentescos.
Me acerqué al trío y ordené al negro del suelo que sacase la lengua y se la pasase a ella por toda la raja.
También llamé a la madre para que le hiciese la mamada al otro para que la hija aprendiese.
La madre tomó la enorme polla en su mano y empezó a pajearla, mientras pasaba la lengua por el glande, y metiéndosela en la boca, en la que solamente le entraba la punta y forzando mucho. El negro intentaba metérsela completamente, algo imposible por su tamaño, por lo que ella la tenía que sujetar con ambas manos. A ratos, lamía el tronco y lo ensalivaba bien, para seguir pajeando y lamiendo el glande.
Tomaba la mano de la hija para guiarla en la masturbación, y le pasaba el enorme capullo para que lo chupase, mientras le decía que sacase la lengua y recorriese todo el borde moviendo la punta.
El negro resoplaba, demostrando que, aunque torpes, el tratamiento de la joven le estaba poniendo al borde de la corrida
La hija lanzaba gemidos constantes y algún que otro grito cuando se corría, apagado en parte por el enorme capullo.
Los otros capataces, enseguida pusieron a las negras a mamarla, con lo que el ambiente empezó a calentarse. Yo mismo la tenía totalmente dura, por lo que, en cuanto vi que la hija se soltaba un poco, llamé a la madre para que me la chupase a mi.
La mujer, me dio las gracias otra vez mientras me la sacaba, y se puso a ello con interés, notándose que quería agradarme y dejarme satisfecho por lo que había hecho.
Seguía la misma técnica, lamer mi polla y masturbarme mientras se metía la punta y la acariciaba con la lengua, para volver a lamerla cuando veía que me excitaba demasiado.
Tanto fue el placer que me daba que la cité para esa misma noche en mi casa.
Mientras, la joven llevaba dos o tres orgasmos, por lo que ordené al negro que dejase de comerle el coño y que se la follara, además de ordenar al grande que se pusiera de rodillas.
Con esto, la joven quedó a cuatro patas y no le resultó difícil a su preñador clavarla hasta el fondo de un empujón.
-Mmmmmmm. –Exclamó, sin dejar de chupar la polla del otro.
El preñador empezó a moverse rápidamente, arrancando un nuevo orgasmo a la joven, por los fuertes gemidos que emitió, y se corrió.
Al retirarse, como el otro negro no se había corrido, le dije que se la metiese él, pero que lo hiciese despacio hasta que le entrase y que permaneciese dentro de ella quieto hasta que le indicase, bajo amenaza de latigazos.
Así lo hizo. Dio la vuelta a la muchacha, poniéndola de cara hacia mí, empezando a meterla lentamente, mientras me miraba esperando mi aprobación.
A la muchacha se le iban dilatando los ojos conforme le iba entrando la enorme polla, a la vez que contenía la respiración y la soltaba a golpes, pero no emitió ningún sonido de queja.
Una vez con toda dentro, cuando se normalizó su respiración, asentí al negro, que comenzó a follarla a buen ritmo, consiguiendo que volviese a gritar por nuevos orgasmos o por uno continuado, hasta que el negro se corrió en su interior, permaneciendo con la polla dentro para evitar que se saliese la leche durante un momento, y se retiró cuando le bajó la erección. Al sacarla, su de su coño manó un torrente de leche con hilos de sangre. La muchacha quedó tendida en el suelo.
Yo me corrí en la boca de la madre, que no desperdició ni una gota, me la dejó bien limpia y me la volvió a guardar.
Luego me enteré de que esa mujer había sido esclava sexual de Tom y que la joven era hija suya, como muchas otras y otros que había por la plantación.
En los días sucesivos acudí a la monta de la muchacha, enviando previamente a alguien para que llevase grasa o aceite con el que untar el coño y la polla para hacer más fácil la penetración.
Aduje que en Inglaterra se hacía eso con los animales, porque se había comprobado que al sufrir menos, no había que estar sujetándolos y además las hembras quedaban preñadas antes.
A partir de ese momento, fue norma untar con aceite o grasa, limpios para que los animales no enfermaran, en todos los actos de monta y preño.
Al siguiente día, la muchacha estaba todavía dolorida, sobre todo por la penetración del negro grande. Le volvía a tocar el pequeño. La colocaron desnuda y a cuatro patas en la paja y su propia madre procedió a untarle el aceite por el coño, metiendo los dedos bien impregnados dentro de él, a indicación mía.
Solo con eso, comenzó a gemir y a excitarse. Trajeron al negro y la madre procedió a untarle bien la polla, que también sirvió para ponérsela dura.
Cuando la madre se retiró como consecuencia de mi llamada para que me la chupara, el negro se la clavo a la joven hasta el fondo, haciéndole emitir un grito como consecuencia de la rápida entrada y comenzar a moverse.
El trabajo previo de la madre había sido bueno, porque enseguida volvió a gemir de placer, alcanzando un orgasmo al poco rato.
El negro, que seguía machacando, también se corrió al poco. Esperó a que empezase a bajar la erección y la sacó. En ese momento, el capataz al cargo de todo, envió a la esclava que estaba con él para que se la pusiera dura de nuevo, al tiempo que obligaba a permanecer con el culo en alto y la cabeza sobre la paja a la joven.
Cuando el negro volvió a estar empalmado, siguió follando hasta su nueva corrida, mientras la joven gemía y gritaba. Todavía volvió a empalmarse una tercera vez, pero ya no se como acabo, porque la madre me había sacado toda la leche y me marche a mi trabajo.
Aguantó bien, aunque parece ser que, casi desde el principio, prefería al negro grande, con el que alcanzaba unos orgasmos increíbles. Me dijeron que llegaba al preñadero ya toda mojada, y que su flujo caía por sus piernas. Incluso había alcanzado un orgasmo nada más verle, uno de los días.
Como a los 45 días no había sangrado, fue puesta en el barracón de las embarazadas. La madre me lo agradecía siempre, pues la elegí bastantes veces para pasar por mi casa.
Cuando llegué a la plantación por primera vez, Tom me presentó a su esposa Yulia, a la que saludé y mantuve conversaciones con ella siempre que nos cruzábamos o cuando coincidíamos en los salones, las veces que tenía que hablar con Tom. Siempre la veía como a una gran señora, rubia, bien peinada, con vestidos a la última moda, y una amabilidad envidiable. Pero siempre con un trato lejano
Por eso me extrañó que un día, al atardecer, mientras Sara me hacía una maravillosa mamada arrodillada ante mí, apareciese Tom en mi casa, casi arrastrando a su mujer, que llevaba el pelo revuelto, las ropas rasgadas y señales en la cara de haber sido golpeada.
Tom conocía y me había acompañado a la sala de mi casa, donde habíamos disfrutado de alguna que otra negra.
-¿Qué ha pasado? –Pregunte, mientras separaba a Sara y me guardaba la polla, dura como una piedra.
-Esta puta ha intentado engañarme. Ha estado coqueteando con el capataz de la plantación de al lado, como una imbécil.
-Pero ¿han hecho algo?
-Lo ha intentado, pero la tenía vigilada. Hace días que sé que mi vecino intenta saber cuáles van a ser mis próximos movimientos y su capataz era el encargado de conseguir la información de la imbécil de mi mujer.
-¿Y qué vas ha hacer ahora? ¿La vas a repudiar?
-Lo había pensado, pero ella está decidida a aceptar todo lo que yo quiera con tal de seguir conmigo. He pensado en hacerla pasar una o varias semanas por tu sala de juegos para que vaya aprendiendo obediencia.
-Entonces, es toda tuya. –Le dije, señalando a la puerta.
-No, llevamos demasiados años juntos y no me siento capaz de educarla convenientemente. Nunca hemos follado con luz, ni se ha desnudado para mí, siempre con horribles camisones de dormir. Tampoco me la ha chupado nunca, así como también se ha negado siempre a darme el culo. Tendrás que ser tu quien la eduque y deberás hacer todo lo necesario para que se convierta en una esposa sumisa.
-No. Eso no…. –Empezó a decir ella.
-Zass.
La bofetada que le dio, sonó como un cañonazo.
-Calla, puta. Harás lo que se te mande, quieras o no. –Le dijo él.
-Pero… -Iba a objetar porque tendría que desnudarla y follarla y no me parecía bien, siendo la esposa del hombre que me había acogido y al que consideraba mi amigo.
-No hay pero que valga. Ponte a ello desde ahora mismo. La plantación, con las mejoras que has hecho, funciona perfectamente, por lo que puedes dedicarte en exclusiva a lo que te encargo. Hazlo por nuestra amistad, aunque no te parezca bien.
-Como tú digas. Me pondré a trabajar ya.
-Mantenme informado de los avances. –Dijo dando la vuelta y marchándose.
Por la cabeza me pasó la idea de si no lo habría organizado él para conseguir la sumisión de su esposa. Con un encogimiento mental de hombros, le dije:
-Desnúdate.
Ella pareció no oírme.
Zass, Zass, Zass
Crucé sus mejillas con sendas bofetadas y un puñetazo en el estómago que la hicieron tambalearse y doblarse.
-Voy a darte unas instrucciones sencillas para empezar. No repetiré las órdenes. Si no obedeces a la primera o no lo haces con prontitud, serás castigada. Irás siempre desnuda por la casa. Me llamarás amo, como el resto de las esclavas y, hasta que te la ganes, tendrás menos categoría que cualquiera de ellas. No hablarás a menos que se te pregunte y la palabra amo terminará todas tus frases, Si tienes que decirme algo, te pondrás de rodillas ante mi y esperarás a que te de permiso. Nunca me mirarás a la cara, a menos que yo te lo mande. Te castigaré cuando me apetezca. Te usaré cuando me apetezca y por donde me apetezca y serás castigada si no obedeces con prontitud o pones mala cara. Te irás enterando del resto de tus obligaciones sobre la marcha.
-¿Lo has entendido?
-….
-Zass. Le volví a cruzar la cara.
-Si
-Zass. Otra vez
-Si, amo. –Dijo sollozando y mirando al suelo.
-Zass
-¿A qué esperas?, ¡desnúdate ya! –Exclamé enfadado.
Intentó desabrocharse el vestido, pero no llegaba a todos los botones
-Nnno llego para soltar los botones.
Saqué mi cuchillo, la hice girar y corté los botones, apareciendo ante mí el entramado del corsé, del que también corté todas las cintas. Volví a girarla y esperé a que continuara.
Se sacó las mangas y dejó caer el vestido. Hice una indicación a Sara para que lo retirase. También cayó el corsé, medias y zapatos, quedando en una ropa interior carente del encanto de la francesa, pero que no estaba mal. Hacía mucho tiempo que no veía una ropa interior bonita. Tanto la camisa como el calzón, ambos de color blanco, eran de seda con preciosos adornos bordados.
Como no seguía, volví a intervenir
-Zasss
-¿Qué te pasa? ¿No lo has entendido? ¡Desnuda!
Abrió la boca para decir algo, pero yo ya estaba preparado.
-Po….
-Zass
Llorando, se calló y se quitó la camisa, enseñando unos pechos bastante firmes, no muy grandes, más bien tirando a pequeños, con gran areola marrón y pezones pequeños. No había amamantado a sus hijos y eso se notaba.
Mostraba algo de tripa ahora que el corsé no le ceñía, y una piel extremadamente blanca.
Puso sus manos delante, con los codos juntos, para ocultar sus pechos. Cuando levantaba la mano, se encogió y procedió a bajarse el calzón, que Sara se apresuró a retirar.
Ella quedó encogida, cubriéndose el coño y las tetas como podía.
-Las manos a los costados. No te tapes nunca ante la presencia de tu amo.
Era renuente a obedecer, por lo que la tomé del pelo y tirando de él, la arrastré hasta la sala, tomé dos cuerdas cortas y la puse doblada por la cintura en la viga horizontal, até cada muñeca a la pierna de su lado correspondiente y cada tobillo a las cuerdas laterales, las cuales tensé dejando sus piernas todo lo abiertas que era posible.
Así pude observar su ano pequeño y cerrado y su coño rodeado de un poco de bello rubio, algo más intenso en la parte superior.
Tomé una pala de madera, de las usadas para sacudir alfombras, adaptada a mis necesidades, y le di un golpe en uno de los cachetes.
-Zasss
-AAAAGGG. –Gritó ella.
-Cuando recibas un castigo, no quiero oir nada. Solamente dirás “gracias amo” y nada más. ¿Entendido?
-SSi, amo.
-Zasss –En el otro lado
-mmmmm. Gra…gracias amo.
Le di cinco golpes en cada lado. Lloraba en silencio. Hice una señal a Sara que acudió con un recipiente con aceite y, mientras le daba un suave masaje con el aceite a su culo, pasaba la lengua por su coño, lo que la hizo excitarse. Entonces se dedicó a su clítoris, hasta hacerla estallar en un fuerte orgasmo.
Cuando se recuperó, la solté, pero volví a atar sus manos a las cuerdas de la viga superior, dejándola de pie, con los brazos abiertos y tensos por las cuerdas y me fui con Sara para terminar lo que teníamos en marcha.
Fuimos a la cama directamente, me desnudé y le ordené que hiciese lo mismo. Me acosté boca arriba sobre la cama y le mandé chuparla hasta correrme, ya que la excitación del castigo, unida a la que llevaba anteriormente, me tenía al borde del orgasmo.
No hizo más que ensalivarla bien, cuando le di la vuelta y se la metí hasta el fondo. Sara respondió con un gemido de placer, pues se encontraba totalmente excitada, y me dijo.
-Ten cuidado, amo. Hazlo más suavemente.
-Lo haré como me de la gana y como me apetezca. ¿A que viene ahora esto? Luego te enseñaré a comportarte, igual que a esa perra de la sala.
-Perdona amo, pero tengo que decirte algo.
-Habla.
-Van ya tres veces que no sangro.
-¿Y qué me im….? ¿Estás embarazada?
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