Diario a dos (27/30: La vida es un pañuelo)

Un matrimonio compra una vivienda en una zona residencial. El marido descubre en la buhardilla un libro olvidado. En una reunión social con unos amigos, dan lectura a sus páginas. Esta es la historia de Avi y Ron.

Un matrimonio compra una vivienda en una zona residencial. El marido descubre en la buhardilla un libro olvidado. En una reunión social con unos amigos, dan lectura a sus páginas. Esta es la historia de Avi y Ron.

DIARIO A DOS

Capítulo 27 (La vida es un pañuelo)

Subimos las escaleras que daban acceso a las cabinas. El muchacho vigilante no andaba por allí. Balanceando mis pechos caminé hasta el final del pasillo en su busca. Lo encontré sentado en una silla leyendo un ejemplar del AS.

-¡Hola! Le saludé.

-Señora. Contestó levantando la vista del periódico. ¿Desea alguna cosa?

-No, no. Sólo estaba echando una ojeada a esto.

Hizo un gesto de asentimiento con su cabeza y volvió a clavar los ojos en aquel periódico. Me giré en redondo y caminé por el pasillo de vuelta a mi cabina. Luis y Javier estaban plantados frente a la suya. Tenían la puerta abierta y se les notaba agitados.

-Está entretenido leyendo un periódico de deportes. Dije mientras abría la puerta que daba acceso a mi cabina. Pasar.

Luis cerró la puerta de la cabina de ellos y entramos en la que yo ocupaba. Observé el pene de Javier bajo el bañador. Pugnaba por hacerse notar. Me senté en el banco de lamas, sobre la toalla y tomé el teléfono móvil en la mano. Me encendí un cigarro y marqué un número de teléfono a la vez que les decía que se trajeran sus toallas. Los dos salieron de inmediato y accedieron a su cabina. Cuando regresaron a la mía yo estaba hablando por teléfono y ellos permanecieron de pies y en silencio. Cuando terminé de hablar les miré a los dos. Javier estaba empalmadísimo.

-El chico ese se ha ido a comer un bocadillo ahí al lado. Dijo.

-Cierra la puerta Luis. Le dije.

Luis cerró la puerta y dejó la llave puesta en el bombín. Pensé que era un meticuloso. En verdad yo ignoraba si el muchacho tendría otra llave. En mi interior aplaudí su gesto. Me puse en pie y me quité la camiseta. Mis pechos brotaron violentamente antes sus miradas. Javier era más lanzado que su amigo Luis. Enseguida se acercó a mí.

-¿Nos falta un trámite, no? Dije extendiendo mi mano.

-¡Ah si joder! Luis paga los cien euros.

Casi me corro de placer al ver aquellos dos billetes de cincuenta sobre mi mano. Los doblé y los guardé en mi monedero. Después me acerqué a Javier. Como una puta melosa me abracé a su cuerpo y me fundí en un largo beso con el. El dejó caer sus manos a mis glúteos y los acariciaba con pasión. Noté la dureza de su pene bajo el bañador. Pugnaba por tocar mi sexo pero la proximidad de nuestros cuerpos se lo impedía. Me recreaba en la sensación que producía su duro pene apretado contra mi vientre. Vi a Luis de pies. Sin hacer nada.

-Ven Luis. Le llamé y él se acercó con recelo. Quítame el tanga.

Se arrodilló a nuestro lado y sus manos se posaron en mis caderas. Yo seguía abrazando el cuerpo de su amigo a la vez que lo besaba. Nuestros cuerpos se habían separado un poco para dejar a Luis que bajara mi pequeño tanga.

No sé como lo hizo. Ni tampoco sé como los hombres son tan serviciales. Su aliento se estrelló contra mi pubis y su lengua alcanzó el comienzo de mi raja, allá en la parte más sensible. Mis pechos se apretaron más contra el cuerpo que abrazaba y mi beso se hizo más desesperado. Las manos de Javier iban y venían acariciando mi espalda. Luis había pasado una mano por entre mis piernas y a la vez que lamía acariciaba mis nalgas. Los gemidos se empezaron a apoderar de mi garganta. Me desprendí de aquella lengua voraz de Javier y traté de separarme de los cuerpos.

-Bueno, quitaros los bañadores. Dije llena de deseo.

Me senté en el banco. Ellos bajaron sus bañadores y ante mí aparecieron dos energúmenos rígidos. Les invité a sentarse en el banco a mi lado. No cabíamos los tres.

-Traeros vuestro banco. Dije ansiosa por comenzar.

Luis, que parecía el menos resuelto, tomó su bañador y se lo puso de nuevo. Salio con cuidado de mi cabina y dejó la puerta abierta. En un minuto apareció con el pequeño mueble. Yo ya estaba con el pene de Javier en mi boca. Abandoné la felación y me incorporé. Luis dejó el banco en el suelo y cerró con llave de nuevo. Luego lo acercó y lo colocó a continuación del otro. Me levanté y extendimos las toallas para evitar que en nuestros cuerpos se marcaran las lamas de los bancos.

Sentados de nuevo, yo en el medio de ambos, pude palpar la textura de esos penes que clamaban caricias. Agasajé con mis manos la dureza y la longitud de aquellas vergas. Sopesé los testículos de ambos. Mis manos se manejaban al compás. Las caricias que recibía uno también las recibía el otro. Mi cabeza girada de izquierda a derecha al encuentro de sus bocas. Mis pechos y mi sexo recibían la visita de sus manos alocadamente. Mi cabeza descendió y mi boca se abrió para encontrarse con el glande de Javier. Con la punta de la lengua le inflingí unas dulces caricias. El suspiró agitado.

Vencida hacia un lado mientras engullía el pene de Javier, abrí mis piernas para que las manos de Luis pudieran solazarse con mi raja. La polla de Javier era una montaña por dónde una cascada de mi saliva descendía. Yo estaba fuera de si. Y el más.

Me incorporé en el banco y me giré hacia Luis. El beneficiado iba a ser su pene. Mi boca descendió hasta su tronco. Su prepucio bajado y el glande pugnando por romper el frenillo daban un esplendor especial a esa vigorosa polla. Traté de comparar. ¡Qué más daba! Ambas me iban a perforar. No importaba el orden, ni el tiempo, ni la profundidad. Sólo importaba gozar. Mi clítoris era masajeado por Javier con precisión. Su mano acudía presta del botón al ano y del ano al micropene. De vez en cuando, como para tomar la temperatura de mis sentidos, su dedo se escurría dentro de mí. Luis mantenía su espalda apoyada sobre la pared. Su mano derecha sujetaba firme esa vigorosa polla para fijarla en la línea de mi boca. Mis pequeños dedos escarbaban entre sus vellos.

Javier ladeó mi cuerpo. Trató de adecuar mis piernas sobre las suyas. Las peripecias por la que pasó fueron innumerables. Al fin, y con mi ayuda, logró situar su glande en la entrada de mi coño. Una ligera presión fue suficiente para el entierro de la totalidad de su polla dentro de mi coño. Los movimientos desacompasados de ambos cuerpos fueron dando paso a una sincronía en la que yo me mantuve inmóvil. Luis seguía gimiendo antes mis lametazos. Su glande comenzaba a amoratarse. Descendí inconscientemente con la mano que había ocupado en sus vellos hasta el ano. Más abajo, y mientras mamaba aquella polla, mi dedo pugnó por entrar en su cavidad. No podía. La postura no era la adecuada. Liberé el tallo de mi boca y me incorporé provocando el desalojo del miembro que me cubría entre mis piernas.

Me puse en pie y obligué a Javier a sentarse frente a mí. Agaché mi cuerpo ofreciendo mi culo a Luis que se situó a mi espalda. Noté como desgarraba mis paredes interiores con su penetración. Su prepucio fue escurriendo hacia atrás a la vez que su glande se abría paso. Me apliqué con toda mi sabiduría en mamar la verga de Javier. Las manos de ambos se entrecruzaban en mis costados y mis pechos. Luis notó los primeros síntomas de su próxima eyaculación y abandonó mi agujero con celeridad apretando su pene con la mano para ahogar los cañonazos de semen. Afortunadamente lo consiguió.

Me giré y quedé de espaldas a Javier que aún se mantenía sentado sobre el banco. Con mis piernas abiertas descendí por aquella barra lubricada con mi saliva. Entró en su totalidad. Sentada sobre sus piernas y colmada por su polla comencé a subir y bajar a la vez que mi boca se apiadó de la polla de Luis. Unos lametazos bastaron para que su pene empezara a escupir su semen sin dirección alguna. Alcanzando mi rostro, mi pelo y mi pecho, asistí en primicia a la eyaculación exagerada de ese hombre que manifestaba en su cara un auténtico calvario. Me apliqué en mis balanceos sobre el pene de Javier hasta que provoqué su eyaculación en mi interior.

Luis apoyó sus manos en la pared que tenía sobre la cabeza de Javier. Inició un descanso agitado. Javier mantuvo su pene dentro de mí y yo bajé mi mano para acariciar mi clítoris. Las manos de Javier acariciaban mis pechos fijándose en mis pezones ardientes. Cuando noté su miembro menos pujante me levanté y lo abandoné.

-Me voy a duchar. Me he puesto perdida. Dije limpiando el semen de Luis de mi rostro.

Ellos no dijeron nada. Entré al plato de la ducha y abrí el grifo. Inundada por un sin fin de finos chorros lavé mi cuerpo. Cuando terminé me acerqué al banco donde reposaban los dos. Me senté a su lado.

-¿No os laváis? Pregunté.

Javier fue el primero. Después Luis. Ambos mojaron sus cuerpos y también sin secarse se sentaron a mi lado. Mientras ellos se duchaban yo fumaba relajadamente. Aquello no debía terminar allí. Aún no me había corrido.

Supongo que estuvimos así como media hora. En ese tiempo nuestras manos agradecían con sus caricias nuestros cuerpos. Observé como Javier se excedía en su mimo ya que incluso llego a decirme que me quería. ¡Estúpida palabra en boca de alguien que no me conocía! Hubiera sido mejor que me dijera que me deseaba otra vez. Pero era yo, insaciable de mí, la que los deseaba a ellos. E incluso hubiera deseado al muchacho que vigilaba las cabinas. Y al hombre del pene curvo. Y a las mujeres que se embadurnaban de crema en la pradera. Y a la pareja sofocada que ahogaba sus ansias de sexo como vulgares críos. Deseaba todas las pollas de aquella piscina. Todos los sexos allí reunidos. Deseaba sentir una vez más los latigazos del placer.

Incorporándome entre los dos fui fría. Me sentía alocada. Javier fue el receptor de mi boca. Tenía que hacer un buen trabajo y poner ese pequeño trozo de carne henchido. Reconozco que Javier respondió a mis caricias con rapidez. Me recreé en el despertar de su polla. Intercalaba la mamada de un pene a otro. Después de un tiempo eterno conseguí que aquellos titanes se recuperaran y estuvieran dispuestos al enfrentamiento. Había elegido a Javier por ser de pene algo menos grueso.

Asegurada de la dureza de ambos falos me senté sobre Luis cara a cara. Su pene reposaba duro entre mis nalgas. Yo misma lo guié de nuevo a mi raja. Era justo que me solazara ahora que ya iba a aguantar más. Una vez alojado dentro de mí mi voz sonó extraña pero segura.

-¡Métemela por el ano Javier!

El vaciló unos segundos. Con mis manos atrás separé mis cachas y ofrecí mi ano desvergonzadamente. Javier, tal vez por vicio, tal vez por enajenación, acercó su glande y fue presionado lentamente. El dolor me hacía gozar. El se quejaba de que le escocía. Aquello debió violentar a Luis que hasta ese momento entraba y salía lentamente de mí. Sus apretones se hicieron más rápidos. Más salvajes. Javier a duras penas consiguió incustrar un cuarto de pene en mi recto. Me llegaba el orgasmo. No me quise vedar a el. Luis escupió dentro de mí los restos de semen que había recuperado. La dureza de su pene rozando mi clítoris y mi ano taponado por Javier, hicieron que sufriera un enorme orgasmo que puso de manifiesto en mi mente lo puta que me sentía.

Mi teléfono comenzó a sonar. Por suerte lo hizo una vez hubimos terminado. Me apresuré a tomarlo para contestar. Supuse que era Ron.

-¿Si?

-Avi. ¿Me oyes?

-Si.

-Oye que no puedo ir. No he terminado aún. Come tú. Yo espero terminar en un par de horas. Calculo que estaré por ahí sobre las seis. Si te aburres toma un taxi y vete a casa.

-Vale lo haré. Contesté aún bajo los efectos de aquél trío que me acababa de marcar.

-¿Te ocurre algo? Me preguntó.

-No, no. Estoy bien.

-No sé. Te noto rara. Me dijo.

-Todo está bien. Es que me has pillado en la cabina.

-¿Has ido al solarium?

-Si. Un rato. Para verlo.

-¿Y? Preguntó queriendo saber más.

-Nada. Lo he visto.

-¿Sólo lo has visto?

-Si.

-¿Te pasa algo?

-No. De veras.

-Siento no poder estar ahí. Lo hubiéramos pasado bien.

-Yo también.

-Te dejo cielo. Estos me reclaman. Un beso.

-Igual. Adiós.

Javier miraba su reloj. Eran las 3,25 h. de la tarde.

-¿Nos veremos otro día? Preguntó Javier.

-Si. Supongo que sí. Dije como ausente.

-¿Nos llamarás o tendremos que llamarte? Dijo Luis.

-Yo os llamaré. El próximo día vendréis a mi casa. Dije reaccionando y maquinando nuevamente.

-¿Dónde dijiste que vives? Preguntó Javier.

-Cerca.

-¿Vives sóla o con alguna compañera?

Esa pregunta me sonó a una congregación de putas reunidas. Sonreí en mi interior y mi rostro reflejó una mueca de agrado.

-Vivo con mi marido.

-¡No jodas! ¿Estás casada? Preguntó Luis.

-Si. Con el hombre con el que acabo de hablar.

Los rostros de ellos reflejaban incredulidad.

-Es el mismo hombre que me acompañó aquella tarde al sex-shop donde nos encontramos.

-No entiendo nada. Dijo Javier.

Me costó casi media hora más explicarles todo. Bueno todo no, casi todo. Yo no estoy segura que ellos me entendieran. Les hablé del sex-shop, de cómo Ron me llevó allí. Les conté que éramos un matrimonio liberal. E incluso me permití contarles vagamente algo sobre Jimmy y Pitu. Supongo que no me creyeron todo lo que les conté. Pero poco importaba. Mi invitación seguía en pie.

-Os llamaré y vendréis a mi casa. Mi marido nos acompañará.

-¿Estas segura que tu marido querrá? Pregunto Luis.

-Claro. A el le gusta esto tanto o más que a mí. Dejarlo de mi cuenta y yo os llamaré.

-Es extraño esto que ha pasado Avi. Parece una película. No parece real. Si me lo cuentan que me va a pasar a mí, no me lo creo. Me hubiera jugado la vida.

-La vida esta llena de sorpresas. Sólo hay que estar en el sitio adecuado y en el momento justo. Las cosas pasan. Y si estamos allí a la hora en que ocurren, nos ocurren a nosotros.

Se quedaron reflexionando sobre lo que había dicho. Yo tenía razón. Y ellos habían estado en el lugar idóneo y en el momento preciso. Cierto que habían pagado 100 euros por los polvos, pero eso era lo de menos para ellos. Consiguieron que me mostrara como una puta y eso me agradó hasta extremos insospechados.

Los acompañé a la cafetería y pedimos unas cervezas y unas raciones. Después tomamos un café y una copa. Yo me abstuve de la copa. Nos fuimos a nuestras hamacas y estuvimos charlando hasta que decidí irme. Un beso en los labios y un apretón en su entrepierna fue mi despedida. Quedé en llamarles pronto. Pero antes debería contarle a Ron todo lo que yo había estado haciendo en la piscina Stella Mare.

Yo, evidentemente, no fui a la piscina. Llegué a las 12 de la noche. El talón que traía disipó todas las dudas de dónde había estado. Pero sólo yo sabía en lo que había estado ocupado desde las 3 de la tarde. Una joven japonesa de coño estrecho me mantuvo ocupado hasta las 6 de la tarde enseñándome las artes orientales con su vagina. Luego, como buen amante, la acompañé a su casa donde me obsequió con un trío de lo más rico que pudiera haber imaginado. Su hermana mayor y ella extrajeron de mí hasta la última gota de mi semen.

Continuará….

Coronelwinston