Diario

Un largo relato que me llegó y que quiero que leais todos los que querais. La muchacha iba de vacaciones navideñas.

Miraba al horizonte sin verlo. Tras la ventanilla de aquel tren que se acercaba al destino, estaba el mundo. Ella ponía el interés fuera de aquel escenario. Era fácil reconocer que poco la importaba el conjunto de imágenes que se sucedían fuera. Ensimismada en su mundo interior, sin representar una clara emoción, dejaba pasar el tiempo...

Aquella mujer, jóven, volvió en sí. Buscó su bolso con la mirada, y, encontrado, lo abrió y extrajo un bolígrafo y una libreta. Buscó la primera página vacía, se preparó con el boligrafo y tras un instante de meditación, comenzó a escribir...

Lentamente, avanzaba el taxi hacia la que había sido mi casa durante aquellos maravillosos años de mi niñez y adolescencia. Después de casi tres meses de ausencia, esperaba encontrarme con mis padres tras la temporada de estudios inicial del curso. Recuerdo el día perfectamente, como si lo volviera a vivir. Gris. Cansado. Como si quisiera llorar. Era una sensación fría y a la vez, recuerdo esa sensación en el estomago de cierta impaciencia por reencontrarme con los míos.

Todo me parecía vivido, pero aun así, quería asegurarme que no había nada nuevo. La casa de la señora Francisca, su corral, luego la iglesia, en la que, como siempre, estaba la puerta abierta, la taberna, y depués, el huerto del cura y mi casa. Al final del trayecto la podía ver. No había cambiado. Todo seguía como el día que me marche para perderme en el mar de libros y apuntes que mis estudios universitarios requieren.

Había sido un periódo duro, pero nada, comparado con lo que se por ahí se decía que resultaría el resto. Además, mis ganas de independizarme y la sensación de dureza del curso, me sujetaban bien a los estudios. Ese curso no había sido para nada parecido a los anteriores. Las fiestas de otros años, las salidas con amigos y amigas se tornaron en asistencia a clase, residencia, horas de estudio, sueño, y nada más. Incluso, alguna de mis amistades las tenía completamente olvidadas y todo se quedaba en los buenos deseos de llamarlas por teléfono algún día. En esta tesitura, decidí que mi descanso lo haría en casa, buscando la tranquilidad de mi pueblo, con mis padres, y por qué no decirlo, cubriendo el expediente obligatorio de las fechas en las que estabamos, haciendoles una visita que ya necesitaba emocionalmente.

El taxi se paró delante de la verja de entrada de la casa. Amablemente el taxista me dejó las maletas en el porche y mientras se despedía amistosamente (era el único existente en los cinco pueblos de los alrededores y le conocíamos todos) me hizo un guiño cariñoso. Recuerdo que me quedé un instante delante de la puerta, parada mirando hacia la casa. Mi cabeza intentaba ver el interior a través de las paredes: mis padres, el interior. Giré la cabeza y observé a lo lejos la plaza del pueblo donde de niños jugábamos hasta bien echada la tarde y muchas veces llegada la noche en el tiempo de verano. Parecían haber pasado años y años.

Mis padres no eran mayores, 54 y 48 años, y realmente se conservaban muy bien. Habían tenido cierto éxito en la vida y el trabajo de mi padre, regentando una tienda en el pueblo le había dado un cierto acomodo. Mi madre ayudaba en el negocio. Además, mi padre, muy aficionado a la lectura, le considero una persona culta. Nunca se me olvidan los ratos tras el televisor siguiendo algún concurso y ver de qué manera mi padre respondía a cuestiones imposibles. En algún momento, mi madre y yo le animamos a intentarlo, pero él nunca quisó sacar su sabiduría a dar un paseo televisivo (más bien unas fuertes dosis de vergüenza).

Volví en mi. Avancé tal y como si estuviera caminando por una nube. Llamé al timbre, sintiéndome extraña. Unos pasos se acercaron. Los reconocí: era mi madre.

El gran espectáculo maternal comenzó. La algarabía y estruendo por los gritos de alegría de mi madre me asustaron y más cuando, como fiero oso, ella se avalanzó sobre mí cual cazador quiere a su presa y me apresó. Me dolía el cuello del apretón. Me dolía el carillo de la fuerza de los besos. De vez en cuando separaba su cara de la mía y me miraba como si hubiera visto un fantasma, y tras un segundo, nuevamente besos, apretones. Yo empezaba a mirar al resto del mundo buscando algún espectador y testigo de tal "agresión", pero nadie había. El reactor emicional fue consumiéndose y en un momento, me tomó del brazo y me introdujo en la casa siguiendo con su rosario de "buenas impresiones" y piropos maternales. Me impidió coger las maletas y fue ella quien las dejó en el recibidor mientras me empujaba hacia la cocina donde trajinaba preparando alguna cosa para los banquetes venideros.

Me sentía muy a gusto. Estaba feliz, me encontraba bien. Sentada en la cocina mientras mi madre me informaba por menorizadamente de todo lo que había acontecido. Aquel olor, nada había cambiado. Reencontrarme con aquellas sensaciones me sentaba bien.

Tras la marabunda de pensamientos y frases que soltó mi madre debido a la impresión de mi llegada, más sorpresiva que esperada, me preocupe por papá. Según parece, estaba echado un poco, puesto que en esos días se levantaba temprano para atender la tienda.

Sin más, siguió a lo suyo, despachándose a gusto, como si no hubiera hablado los últimos años. De vez en cuando, se acercaba y me pellizcaba el carillo, o me daba un beso y lanzaba un improperio maternal de esos que en público te colorean la pupila pero que te da gustirrinin cuando los oyes.

Al monólogo siguió un conjunto de preguntas de mí, del curso, de Madrid, de la residencia, de todo aquello por lo que una madre se preocupa por sus hijos cuando están ausentes. También me lanzó algún golpecito bajo como un "tienes que llamar más", o un " a ver si vienes más a menudo". Esas cosas de madre infundidas generalmente por los comentarios de los padres.

Tras una media hora de charla ininterrumpida, me levanté y me propuse ordenar mis cosas en la habitación. Pasé por la puerta de la habitación de mis padres y, posiblemente, acostumbrados a estar solos, esta estaba entreabierta, dejando ver la figura de mi padre tumbado en la cama en ropa interior (cosa que en mi familia era bastante delicado y se tenía mucho cuidado). Mi madre, como si un perro cazador lo oliera, venía de tras de mí, y tras una miradita de estudio a mi sonrojada cara por la escena, cerró la puerta mientras retomaba en una voz susurrante el conjunto de piropos que ya empezaban a agobiarme.

Me ayudó a colocar mi ropa. En algunas prendas se detuvo, las estudiaba y me miraba sin atreverse a decir nada, aunque su expresión lo decía todo. Poco a poco su voz se fue apagando y más cuando llegó a la ropa interior, y en concreto a un conjunto rojo de tanga y sujetador muy provocativos ellos. Intuía que algo pasaba en su cabeza, y en efecto, finalmente, incitó el tema. Las relaciones con el sexo opuesto y sus posibles consecuencias. Comenzó a buscar amigos, roces, cualquier cosa. La verdad es que era comprensible tras ver mi precioso conjunto interior. Inicialmente, me defendí con indiferencia, pero viendo que los acontecimientos podían tomar un peligroso cariz, la tranquilicé contándola la verdad: soledad, soledad, soledad y estudios. Aquello no pareció encajarla en el perfil e indagó mucho más. Tanto que, al ver fracasada la relación estable, buscó relaciones esporádicas, dejando por supuesto, el tipico consejito maternal sobre el cuidado que hay que tener si se comente el grandísimo error de caer en la pecaminosa tentación de hacer algún acto calificado de impuro. Esos eran los momentos que me amargaban realmente y más, cuando, encima, por mi condición de "buena" estudiante, me estaba perdiendo el goce de los placeres tanto del alma como, por supuesto del cuerpo, imbuida en mi obligación de estudios. La puse al corriente del uso de anticonceptivos además de usar medios de prevención. Tuve la sensación de que en cierta medida se tranquilizaba, sin embargo, se tiró sobre mi cuello en el tema de las relaciones, suponiendo mi promiscuidad gratuita. El acaloramiento de la conversación subía, y rememoraba las viejas diferencias que tenía con ella, más activas antes de irme a estudiar fuera. Entonces era cuando mi padre ponía algo de cordura y tranquilizaba las emociones viscerales entre ambas. Mi padre tenía una mano especial para ello. Mi sensación, ante su intervención, era no verme ni triunfadora ni vencida y parecido a mi madre. Mi padre tiene la cualidad de ante nuestras disputas, poner orden sin quitar ni dar razones, y además dejarnos a gusto.

En esta ocasión, en el momento de comenzar la discusión de una manera más agria, mi madre tomó aire, y para mi sorpresa cambio radicalmente de postura. Se olvidó de echarme en cara las cosas, y mostrarse más comprensiva. Nunca sospeché que aquello podría dar un cambio tan radical. Mi madre que apenas estaba en un duro interrogatorio policial se torno en una madre comprensiva y tierna. Me motivava a mantener relaciones e incluso llegó a maldecir que ella no hubiera tenido las mismas posibilidades. Aquello me noqueó y a la vez de contemplar la escena, viendo a una mujer irreconocible, reconozco que me producía cierta gracia. Seguramente, en otras condiciones, hubiera sido suficiente como para terminar de enfadarme fuertemente, pero, la situación, su reconocimiento, y que aquella conversación no era frecuente en esos terminos, terminó por hacerme apaciguar y seguir el curso de los acontecimientos.

La dejé muy claro que mis relaciones eran esporádicas y siempre con sumo cuidado, amigos conocidos y amigos de "buena familia", ¡vamos! Una perfecta relación controlada.

Mi madre, no cambió de tema, pero fue internándose en el tema de una manera más directa. Entró en los detalles, no solo de los chicos con los que había estado, sino también, en detalles de la relación. En un principio me costaba mostrarme en la realidad de mis relaciones, pero finalmente me solté de manera que llegué a describirla alguna de una manera muy gráfica, tanto que llegué a excitarme de cierta manera, y, meditándolo ahora, creo que a mi madre también la excitó de la misma manera.

La tarde continuaba su curso. Mi padre seguía descansando en la siesta, aunque normalmente no se levantaría hasta las siete y aún eran las cinco y media. Nosotras manteníamos aquella provocadora conversación, ya en la salita de la televisión, después de que mi madre terminó el trabajo en la cocina.

Las dos estabamos en el tresillo, sentadas juntas, yo, como siempre con una mala postura de esas que generan gasto a la seguridad social, mientras que ella, sentada ergida, ligeramente vuelta hacia mi y a mano de darme palmaditas en mi muslo.

La conversación había abarcado ya muchos temas de mis relaciones. Yo había asumido perfectamente mi papel y, sinceramente, no reconocía a mi madre y la trataba más como una amiga. Relaciones con novios, amigos, amigos ¡con derecho a roce!, increible, ..., y más cuando, en un momento de parón que me intrigó, como si dudara de hacer la pregunta, me custionó sobre mis relaciones con mujeres. Recuerdo que la miré, y ella con los ojos brillantes, gesto con cierto matiz vergonzoso y ruborizada, esperaba mi contestación. Me salió del alma... ¡Mamaaaaa!. En un momento, volví al mundo real. Ella, con naturalidad artificial, me exclamó eso de que en estos tiempos, y ¿por qué no?. "Dicen que hay que probar de todo...".

No sabía como reaccionar. Estaba en mi casa, pero al otro lado del espejo. Casi de forma irracional y por tratar de dar una normalidad que desde luego no existía al menos para mí, lo único que se me ocurrió para salir del paso fue preguntarla si ella tenía experiencias en relaciones con mujeres. Ella me miró con una cara dulce, brillante y gesto en la boca de sonrisa amable. Puso su mano en mi muslo cubierto por el vaquero. Suavemente lo acarició mientras mis ojos se clavaban en aquella mano que iba y venía desde la rodilla hasta la frontera de mis deseos. Tras perseguir la mano en el ir y venir por mi muslo, volví la mirada a sus ojos. Allí estaban. Me miraban y me confundían. Tal era la tensión del momento que empecé a prepararme para recibir una respuesta sorprendente. Me esperaba un si o incluso un soy lesbiana desde hace muchos años pero he tenido que callarlo... Ella mantenía su cara amable. La mano dejó mi muslo y la apoyó en el respaldo de tresillo, detrás de mi cabeza o mejor dicho encima de ella. A la vez de este gesto, su cuerpo se acercó, y su cara se aproximó a la mía, despacio, muy despacio, como si no fuera a llegar nunca. Sus labios se posaron en mi cara tan suavemente que sentí cosquillitas. Había perdido sus ojos, y los míos se fijaron en el techo, esperando que mi madre terminara con su beso tierno. Pero no acabó. Repitió el roce de los labios y terminó por posarlos definitivamente en mi moflete. Me dejó inmovilizada. Estaba rígida sin poder realizar un solo movimiento. Mi madre acariciaba con sus labios mi cara y poco a poco se acercó a mis labios. Aquello me comenzó a convulsionar de alguna manera y mi respiración se detuvo. Estaba confundida y al situación comenzaba a sobrepasarme. Mi madré ¿me estaba seduciendo?, o aquello era el resultado de una situación equivocada de la que yo sacaba conclusiones muy alejadas de la realidad. Finalmente sus labios cayeron en los mios de forma tan suave como deliciosa y con el gesto de un silencioso beso, retiró su cara hasta que sus ojos se encontraron con los mios. Su semblante era sereno y su cara dibujaba un contorno de felicidad y alegría. Supe que relamente, estaba pidiendo el permiso para continuar o dejarlo tal y como estaba, y además supe que deseaba hacer lo que estaba haciendo.

Tan dificil era la situación que no era capaz de nada. Que pasaba si me negaba. Cómo podría actuar después con mi madre. Aquello marcaría para siempre la relación. Mi madre pidiéndome relaciones a mi, a su hija. Si aceptaba, relamente, ¿era lo que quería?, no estaba segura. Quizá estaba demasiado fría para aquello. La conversación no había generado el suficiente deseo carnal y, sobre todo, si estabamos hablando de hacermelo con mi madre... Y luego, la relación, ¡con una mujer!. Alguna vez había tonteado, cuando era niña con alguna de las amigas, siempre con juegos, pero nunca como una relación seria. Definitivamente me sobrepasaba. El tiempo parecía muerto, no avanzaba. Ella allí, delante mía, esperando que la puerta se abriera o cerrara. Y yo, bueno, yo ya no era yo.

Ahora, cuando recuerdo aquel momento, estoy más convencida de que no acepté el reto por deseo. Estaba aturdida y no era capaz de negarme, quizá por que era mi madre o, sinceramente, ..., me da igual.

Tras ese infinito instante, tomó la iniciativa nuevamente. Era lógico. Tenía suficiente experiencia para saber que en esas situaciones o dices no o es un sí. Sus labios buscaron los mios. Mis ojos los miraban y me di cuenta que aquello iba a ser más que un beso. Sus ojos se cerraron y después rozaron mis labios. Los noté más carnosos que antes, incluso más húmedos. Yo me mantenía inmóvil. Recuerdo mi postura: mis manos muertas encima del tresillo, al lado de mis piernas sin cruzar, y mi cuerpo echado en el tresillo más que sentado recostado. No tenía movimiento en mis manos. Mis labios se sintieron aprisionados por los de ella. Comencé a sentir leves presiones y finalmente, la humedad aumentó cuando su lengua llamó a mi puerta. No pude reacionar y mantuve la rigidez de mis labios por lo que desistió en el intento. Aquello me supo mal, y pensé que la podía hacer sentir mal. Tenía que decidirme y aceptar o negar. Sabía que era el momento límite, era o no era. No cabían dudas.

El ensimismamiento de la escritura mereció un descanso. La jóven levantó la cabeza de su libreta y se asomó al mundo por un momento. El tren seguía su marcha como si nada hubiera ocurrido. Las imágenes puras de campo se presentaban como naturales y puras, alejadas del sentir de aquella que por alguna razón había sentido la necesidad de plasmar su experiencia en aquella libreta. Miró a su alrededor desconfiada, buscando el intruso que desease conocer el secreto que estaba compartiendo exclusivamente con su libreta. Aquel intruso no existía. Solo gente que por azar compartía unos segundos de mirada y que, muchos, rompían sin tan siquiera caer en la cuenta de haber compartido sus miradas. Otros esperaban. Simplemente esperaban y lo que miraban ni lo veían o veían sus propios secretos que no compartían con nadie. Su mirada se volvió a perder en el escrito. Releyó por encima su escrito y acto seguido volvió a ser engullida por las páginas de la libreta.

Creo que en ese momento no fui capaz de meditar la situación. La reacción que tuve fue más inconsciente que deseada. Lo cierto es que fijando mi vista en los ojos de mi madre, con mano temblorosa, desabroché los dos primeros botones de mi blusa. Al llegar al tercero, en mi estado de excitación y nervios, no fui capaz y aquel botón se resistió a ser desabrochado. Ella contemplaba la escena, y cuando comprendió que la situación se me resistía, recogió mi mano y con inusitada ternura la dirigió hacia lugar reposado. Tras dejarla, su templada palmo se posó en mi cara y con gesto agradecido la recorrió suave, marcando mis pronunciaciones, tal aventurero recorre los recodos de la montaña buscando lo inesperado. Tras aquello, mis ojos se cerraron intentando concentrarse completamente en la situación y perdiendo la noción del tiempo. Noté su mano recorrer mi cara y luego perder el contacto de la palma para quedar solo el roce de los dedos. Primero mis cejas, mis labios, mi nariz, mi barbilla. Indecisos, aquellos dedos juguetones, decidieron abarcar más campo y cruzaron mi cuello hasta llegar al lugar donde se encontraba el botón desleal. Su mano, se apunto al ritual y con su palma froto suavemente mi cuello y la parte visible del pecho. Recuerdo que intentaba controlar la situación, pero me resultaba dificil. Mi respiración crecía y en ocasiones notaba como si me faltara el aire. Mi respiración me deletaba y yo, buscaba con ahinco el comportarme como si aquello fuera una situación normal, pero no podía. Abrí los ojos y ella se fijó en mis ojos. Creo que sonrió por un momento, y acti seguido se ocupó de mi camisa. Sus labios rozaron mi escote, me recorrió por completo llegando hasta el cuello y en el momento de sentir su lengua cálida y suave, sentí un escalorfrío que me electrocutó todo mi ser. Mi brazó descansó en la espalda de ella, sin querer molestarla, pero necesitaba un poco más de contacto. Estaba olvidándome de mis contrariedades. Ya no me importaba tanto la situación, y en ese momento, todo estaba muy claro. Sexo y consentido.

Mi madre terminó de quitarme todos los botones de la blusa y dejo a la luz mi sujetador cubriendo mis senos endurecidos ya por la situación. Mi vientre me oprimía y con gesto consolador crucé las piernas con una fuerte presión intentandome acariciar mi deseoso sexo. Los labios siguieron su trabajo y caminaron por mi ombligo, abandonando mis senos. Al recibir aquel cosquilleo mi cuerpo se arqueo y senti un pequeño espasmo de placer. Busqué relajarme, pero era dificil. Como acto reflejo, levanté mis piernas cruzadas atrapando la cabeza de mi madre que seguía dibujando los placeres del cuerpo con los labios y lengua. Sus manos actuaron y contribuyeron a aumentar el grado placentero de la situación. Aprovechando un poco el arqueo de mi espalda, sus dedos llegaron al broche del sujetador y con habilidad femenina lo soltó liberando de la presión mis senos. Con experiencia eficaz, me despojó de la camisa y con suavidad perversa, me retiró el sujetador dejando mis senos encumbrados por los pezones completamente erguidos. Mi madre no se hizo esperar y con la punta de la lengua recorrío el diámetro de mi pezón. Aquello fue una descarga que terminó por complacerme a la situación, olvidando todo y quedándome solo con el placer que vivía y podía vivir. Mis pezones fueron chupados, mordisqueados, pellizcados y lo cierto que cada acción mi cuerpo se excitaba más, mi boca se entreabría y deseaba más expresarme y expresar todas las sensaciones que estaba viviendo. Sin querer se me escapó el primer gimoteo y luego el segundo, acompasando mis sensaciones cada vez más placenteras. Mis piernas presionaban más mi sexo e incluso provocaban un baile que permitían un cierto placer en el roce interno de mis labios.

Tras aquellas sensaciones, llegó la calma. Parecía haber terminado el primer acto, pero estaba claro que aquello era el inicio. Mi madre separó mis piernas y ella, colocando un cojín en frente, se arrodilló. Eliminó todas las barreras de mis pantalones y con mi ayuda, me los quitó. Me dejó con braguitas y aquellos calcetines deportivos blancos que solía llevar con vaqueros. Había una pura complicidad. Me besó en interior de mis muslos ayudado con roces de sus manos. Con mucha suavidad me besó mi sexo y me disparó. No esperó a quitarme las bragas y dejar al descubierto mi fruto maduro. Lo miró con verdadero deseo y tras un instante, con su lengua comenzó el rito. Sentí su lengua en los alredores, recorriendo de arriba abajo sin entrar en el deseo. Yo empezaba a retorceme y deseaba ardientemente que metiera su lengua en mi clítoris. Ella se resitía y recorría mis labios mayores. Notaba cómo su saliva me empapaba. Mi excitación era máxima. Necesitaba que llegara al punto, e intentaba con movimientos de cadera que mi clitoris encontrara su lengua. Sin embargo, esta con maestría imposible se escapaba una y otra vez, hasta que mojado todo, y tras encontrarme totalmente fuera de mi, su lengua rozó mis labios menores y finalmenteo encontraron el clítoris. Me estremecí, me estiré, enloquecí, agarré su cabeza y la presioné contra mi, la sensación era fenomenal y realmente, desde la relajación de estas líneas, fue de las mejoras sino la mejor que he tenido hasta hoy.

El ceremonial sexual continuó. Mi madre me penetró con sus dedos mientras me estimulaba el clitoris ahora con la boca, ahora con la lengua, ahora con el pulgar. El placer rebosaba por mi cuerpo y mi madre parecía disfrutar al contemplarme en la escena que estaba ocurriendo. Mi estado se superó y llegó el orgasmo. La sensibilidad de mi sexo aumentó a tal extremo que de la manera más templada, la hice comprender que se detuviera, al menos por un rato. Mi madre así lo comprendió y se sentó a mi lado con su brazo en mi hombre y dándome algun que otro beso y alguna que otra caricia.

Mi cuerpo se fue normalizando, mi madre seguía mimandome y cuando entendió que me encontraba bien, me preguntó si estaba a gusto. Afirmé. Mi madre entonces quiso interesarse por mi estado de ánimo, dirigiendo su preocupación a cómo me había tomado aquella situación, y la verdad es que no pude responder con solidez. No lo sabía. Sabía que me encontraba bien, a gusto,que había pasado un buen momento, que había gozado y que había descubierto con sorpresa nuevas sensaciones que antes las alejaba, pero de mi ánimo, no habia tenido tiempo de concretar. Al no saber qué responder, me acerqué y la dí un beso en la mejilla. Un beso que no significaba nada, pero fue un acto que pretendía salir del enredo. Mi madre, al recibir el beso lo debió interpretar como que la situación estaba superada y cambió de tema. Yo, desnuda, en la salita y mi madre, hablandome de mi padre. Realmente no estaba atenta a lo que me decía. De repente, como si de un timbre se tratase, di un brinco e hice ademán de vestirme. Fue cuando más preocupación me entró. Mi padre estaba arriba y podría bajar en cualquier momento. Me puse las bragas mirando hacia la puerta de la salita esperando a que entrara alguien. Mi madre, al comprender la situación me intentó tranquilizar. Me puse el sujetador y la blusa. Y cuando estaba dispuesta a ponerme los vaqueros me quedé mirando a mi madre sorprendida. Ella había seguido hablando y realmente no había caido en nada de lo que me estaba diciendo hasta que la creí entender que mi padre tenía la fantasía de hacerselo conmigo. Puse todos los sentidos en lo que decía mi madre, quien seguía con esa cara de ternura con la que me había seducido antes. Aquello me parecía un sueño. Antes mi madre me seduce. Yo acepto sin estar segura de si quiero o no, hago el amor con mi madre (si se puede llamar a sí), mi madre se porta como una lesbiana conmigo, su hija, y tras todo eso, me dice que la fantasía de mi padre es hacérselo conmigo. Me quede mirandola sin decir palabra. Tras un momento, ella comprendió que me encontraba fuera de lugar. Me comenzó a explicar la historia. Mi padre y mi madre habían tenido siempre gran confianza. En esta, hablaban de todo y uno de los temas era mi desarrollo como mujer y cómo mi padre fue creciendo en sus deseos por mi cuerpo. Mi madre me contó que en alguna ocasión se había vestido como colegiala, intentando simular la situación como una chica jóven y que esos juegos eróticos les habían servido y les servían, pero que sabía que su mayor fantasía era yo. Yo permanecía callada, escuchando a mi madre como si me estuviera contando la historia más fantastica jamás contada. Mi madre disculpaba a mi padre, intentaba normalizar la situación y, sobre todo, me quería hacer ver que su relación con él era buena en todos los sentidos.

Cuando asimilé todo aquello que me contaba mi madre, yo empecé a meditar sobre ello, mientras que mi madre hablaba y hablaba, aunque para mi estaba a muchos kilómetros. Pensé en lo que había pasado, en la relacion con mi madre, en que había estado mal moralmente, en que no sabía si lo había hecho por que realmente quería hacerlo o por mi madre, demasiadas preguntas para llamar a mi puerta con otro problema. Pensé e imaginé la relación. Me vi con mi padre y lo cierto es que llegado aquel punto no podía pensar. Volví al reino de los mortales y corté a mi madre con una pregunta. Exactamente la pregunté qué pensaba de lo que había pasado y que pensaba si aceptaba hacerlo con mi padre. Mi madre comprendió entonces que yo no tenía las cosas tan claras y seguro que pensó que quizá debiera haber ido un poco más despacio, no lo sé. Pero lo cierto es que me habló de la relación, me preguntó si me había gustado, me preguntó si había sentido alguna sensación de rechazo en la relación. Realmente me había gustado por que sentí gran placer y en ningún momento, durante el rato que había estado con ella sentí rechazo ni tampoco inmediatamente después. Quizá ahora era cuando me asaltaban las dudas. Reconozco que la conversación con ella me tranquilizó y aunque no lo tenía claro, me encontraba mejor. Mi madre pronunció una frase que me llamó la atención y que no se me ha olvidado: La familia está para lo peor y para lo mejor, y el sexo está dentro de esto como el cariño, el amor y otros sentimientos y acciones.

El reseco lo salvé con un frío refresco que me supo a gloria. Mi madre tomó otro. El tiempo pasaba. El reloj se acercaba a las siete, hora en que mi padre se levantaba de la siesta. La conversación ya no se centraba en lo ocurrido ni en la proposicion de mi madre, iba y venía por asuntos diversos, aunque todos guardaban una cierta relación con ello. Creo que mi madre, para su propia tranquilidad no quería olvidarse completamente del tema. Observé el reloj, la manecilla estaba a punto de marcar menos cinco. Miré a mi madre. Con rotundidad la dije: quiero hacerlo. Fue tan fuera de lugar y tan rotundo que mi madre no lo cogió a la primera y me hizo ver que no había entendido lo que le había dicho. Se lo repetí. Ella me miró y quiso asegurarse. Actuó de abogado del diablo, seguramente por el resultado de su relación conmigo hacia un rato. Yo la respondí afirmativamente una y otra vez a todas sus dudas.

No me preguntes por que dije que sí, y menos por qué en ese momento. No lo sé. Lo he repasado una y mil veces y aun no pude determinar la razon. Para entenderlo tendrá que pasar más tiempo.

Solo se que, me levante del sillón donde habíamos tenido la escena de amor, donde habíamos conversado los últimos minutos, me arreglé el pelo, me coloqué la blusa de manera que se viera lo menos posible mis braguitas (al final no me puse los vaqueros), me coloqué bien los calcetines y me dirigí hacia el primer piso de la casa. Subiendo las escaleras sentía un cierto nerviosismo. Recuerdo mirar hacia abajo, según subía y vi a mi madre como en gesto de despedida. Llegué a la puerta de la habitación de mis padres. La abrí despacio, igual que si no quisiera que se despertara nadie. Ese es posiblemente el momento que más temía. Cómo me iba a presentar a mi padre y le iba a seducir. Sabía lo hablado con mi madre, pero cómo se lo tomaría él. Me acerqué a su cama. El estaba tumbado boca arriba, y al parecer se había arropado. Aun dormía o por lo menos eso parecía. Se senté en la cama y me acerqué a darle un beso en el carrillo. Eso provocó que abriera los ojos y me mirara. Tras un pequeño arrebato de sorpresa me sonrió, se sentó en la cama con cuidado de no desarroparse (más por no enseñar nada considerado íntimo en mi familia) y me preguntó qué tal estaba, haciendome ver la sorpresa, no se si de mi llegada o de mi entrada en la habitación. Respondí de forma cortante puesto que no tenía serenidad para llevar una conversión con mi padre. Sólo le comenté que llevaba un tiempo en casa y que había estado hablando con mamá. Eso me dio pie a entrar en materia. Le comenté la conversación con mi madre, sin entrar en detalles y para calmar su posible ruborización, comencé a acariciar su brazo. Cuando iba llegar al momento de decirle que sabía que me deseaba, me tumbé con la cabeza sobre su pecho y empecé a acariciarle cerca de su pezón. Se que le incomodó tal situación y además no pude verle la cara cuando le dije directamente que sabía que me deseaba. El refunfuñó y tartamudeó, pero yo tomé la iniciativa, le tapé la boca con mi indice, me levanté y con aspecto infantil y de forma lo más natural posible comencé a desabrocharme la blusa. El alternaba su mirada con mis ojos y la botonera que poco a poco iba descubriendo mi cuerpo. Llegué al último botón y fijó su vista en mi cuerpo, esperando que me descubriera. El no denotaba excitación, sino más bien sorpresa. Me retiré la blusa y dejé mis tetas al aire. Me acerqué y le retiré la ropa de la cama, quedando al descubierto su cuerpo con el calzoncillo puesto. La impresión no fue del todo buena. Reconozco que no estaba para tirarselo por que sí, pero estaba dispuesta a hacerlo y eso era lo que menos me importaba. Me subí a la cama y acaricié su pene directamente por encima del calzón. Aun no estaba erecto, pero no tardo en alcanzar un buen tamaño. Tras las primeras caricias su cuerpo se tensó, dejé su pene al descubierto, se lo agarré y sentí su calor con mis manos. No dudé en meterme su pene en mi boca y chuparla, lamerla y pajearla con mis manos. El estaba ya no sólo tenso sino también excitado. Su cara lo decía todo. Los ojos se cerraban y se abrían fijándose en la escena como si aquello fuera una pelicula porno. En ese instante mi madre entró en la habitación. La seguí mientras seguía buscando los jugos del placer. Se acercó a su marido quien la recibió con un abrazo. Su cara se estrujó contra el cuerpo de mi madre. Después se quitó la bata y la ropa interior y desnuda se subió a la cama empezando un juego de besos y lenguetazos en el pecho de mi padre. Este comenzó a sentir los primeros espasmos de placer, dejo escapar los primeros gemidos y finalmente comenzo a repetir un ya,ya,ya a lo que siguió un chorro de semen que inundó mi cara y parte de mi boca. Mi padre fue testigo de la escena. Yo, con mi dedo, llevé el semen de la cara hacia la boca y fui comiéndomelo todo. Después vi como la erección había retrocedido un poco por lo que le agarré de nuevo el pene y volvi a pajear y a chupar y lamer. No tardo mucho en volver a tomar forma y más cuando mi madre me echo un cable en esta labor.

Me notaba mojada y preparada. Mi madre y yo nos besamos. Ella tomo el pene y lo pajeó mientras que con la mano libre me acariciaba el culo y mi sexo. Cogí la postura para que me penetrara. Mi madre preparó la verga y mi padre estaba espectante. Descendí mis caderas y mi madre hizo el resto. La verga entró con cierta facilidad aunque se atascó pronto. Subí y volví a bajar penetrándome un poco más y así sucesivamente hasta que ingerí en mi vagina todo el pene. Tras un respiro comencé a cabalgarme a mi padre. El me agarró las caderas aydandome en el sube y baja y mi madre me apretaba las tetas sintiendo una fuerte sensación de sexo. Al rato, comencé a sentir más y más, y eso provocó que me contorsionara hacia atrás, hecho que aprovechó mi madre para lanzarse a chupar mis tetas. Mi mano fue hacia ella y primero busco y encontro sus pezones y luego encontró su vulva mojada y lujuriosa. Comencé a masturbarla y ella, con la llegada del placer, comenzó a moder cada vez más mis pezones hasta llegar al dolor en alguno de los pellizcos. Mi padre comenzó a empujar como si queriese meterse él mismo en mi vagina. El placer subía, y comencé a gritar placer en cada empujón de mi padre y cada chupada y mordisco de mi madre. Me olvidé de la masturbación de mi madre. Solo quería llegar al orgasmo. Subía y bajaba a cada envite de mi padre. Estaba a punto. Me tense. Ya estaba. De pronto mi padre paró en seco. Me desincho aquello. Salió de mi. Con un gesto facilitado por su fuerza me cambió de postura poniéndome a cuatro patas. Coloqué mi cabeza en la cama para facilitar la entrada. Esta no se hizo esperar. La noté toda dentro. Comenzó el vaivén y con ello las sensaciones perdidas. Mi padre empujaba y empujaba. Mi madre se colocó delante mia y me entregó su sexo para mi boca. Intenté chuparlo pero era exclava de mi padre. Me tenía atrapada con sus abatidas. Metí la cabeza entre los brazos y me perdí. La sensación de gusto me vino hasta la boca. Segregué jugos vaginales, salivares ... Fue un orgasmo maravilloso. Mi padre saco su polla. En un momento di un salto al sentir unas cosquillas fuertes en mi sexo. Mi padre me había tomado para su boca. Su lengua comenzó a lamer mis labios, a chupar mi clítoris. Yo intentaba levantar el culo para facilitar la labor y que volviera el placer. Así era. Mis sensaciones me acercaba a un nuevo orgasmo. En esto, algo senti en mi esfinter. Era uno de los dedos de mi padre que me lo acariciaba haciendo círculos sobre el. Se chupo el dedo y continuó con el juego. De vez en cuando apretaba un poco como queriendo penetrar pero cesaba. Finalmente apretó y su dedo se introdujo de un fuerte golpe. Yo levante la cabeza dejando escapar un gemido de dolor. El dedo se retiro un poco y despacio volvió a apretar. Comenzó el ritmo acompasado y empecé a sentir gusto. El movimiento fue acelerándose y segregué mis jugos. Esto facilitó la entrada de un segundo dedo y sin pudor los separaba y juntaba abriendo mi culo a otras posibilidades que no tardaron en llegar. Poco después, mi padre introducia la polla por mi culo y me follaba en una penetración durísima. Mi padre empezó con los jadeos y poco después noté su corrida en mi ano. La polla salió de mi cueva y me tumbé de lado con el fin de tomar aliento. Mi madre tomó la iniciativa con mi padre y consiguió otra penetración vaginal que terminó en un orgasmo de mi madre. Mi padre, tras su ultimo esfuerzo se sintió cansado y se tumbó en la cama. Y me tumbé junto a él, y a su otro lado quedó mi madre.

Abrí los ojos y recuerdo ver en el reloj de la habitación de mis padres las 3:25 de la madrugada. Estaba oscuro y solo entraba un pequeño rasgo de luz por la ventana. Suficiente para recoger la ropa y abandonar la habitación de mis padres donde seguían durmiendo. Me fui a mi cama, me tumbe, y quedé boca arriba revisando todo lo que había pasado.

Lo más duro fue la mañana cuando entré en la cocina donde se encontraba mi madre. Al entrar estaba extraña y no sabía bien como tenía que actuar. Ella facilitó el camino, llegó donde mí y me besó en la mejilla de forma muy similar a otras ocasiones. Me informó que mi padre estaba en la tienda. Me preparó el desayuno y estuve dando una vuelta por el pueblo y los alrededores.

Al mediodia, estábamos esperando a mi padre para comer. La puerta se abrió y entró. Su primera mirada fue para mí. Me sonrió y creo que nunca lo había hecho antes de aquella manera. Dio un beso a mi madre, un beso de verdad, de marido enamorado y agradecido. Luego se acercó a mi, y cogiéndome la barbilla con muchísima ternura, me dio un beso en la mejilla. Comimos.

Los días pasaron sin más. Con normalidad hasta el día de hoy que cogí el tren para volver a los estudios.

Un pitido levantó la vista de la libreta. Mirando por la ventanilla se dio cuenta que había llegado a la ciudad. Los edificios le eran familiares y como por arte de magia empezó a mostrar el edificio de la estación y los andenes. El tren se detuvo. La joven cogió su libreta, la cerró y la guardo en su bolso.