Diana y sus hijas. 6º y último capítulo
Llega el final de esta saga. Gracias por la atención prestada
Diana y sus hijas. 6º y último capítulo
Dos semanas antes del parto; era domingo, salimos a comer a un restaurante en el camino a casa de mi madre. Ella se empeñó en insertarse las bolas y darme a mí el mando…
A mi lado mientras yo conducía eran las niñas las que accionaban el instrumento. Diana se retorcía de risa y de excitación. Antes de llegar al restaurante ya se había corrido dos veces. Sentados en la mesa yo le daba pequeñas descargas y observaba su cara de placer. Después de algún que otro cimbreón se acercó el camarero para preguntar si se encontraba bien. Muy serios le dijimos que a veces le daban como descargas en el bajo vientre y por eso lo de los aspavientos, pero que era normal. Al salir nos descojonamos de risa por la situación; Diana corriéndose de gusto y el camarero preocupado.
El último mes de embarazo fue una locura de sexo con ellas bajo la atenta mirada de Diana que además, utilizaba las bolas o los instrumentos que habían traído sus hijas para darse placer.
Las cosas fueron bien hasta el día en que Diana, estando acompañada de sus dos hijas empezó a tener dolores.
Me llamaron, yo estaba en la tienda con Carmen, pero siempre me llevaba el coche por si acaso. Raudo las recogí a las tres y nos fuimos pitando al hospital.
Doce horas después nos dio la sorpresa.
—Yo ya lo sabía, pero no quise decirte nada para no asustarte — Me dijo Diana, sonriendo, al verme — Hemos tenido gemelos, con un pelo negro precioso, como el tuyo Jesús. Mira que bonitos son… — Me llevé una tremenda y grata sorpresa, pero…
La verdad es que, bonitos, bonitos… Me habían dicho que son pocos los padres que ven bonitos a sus hijos recién nacidos… Estaban, arrugados parecían viejecitos, con el pelo negro que cubría sus cabecitas… Pero eran mis hijos y ya los quería como… se quiere a los hijos. Los llamamos Raúl y Pablo.
Las chicas estaban locas de alegría, cada una tenía a un hermanito en brazos y al parecer se llevaban bien porque no lloraban… Llamé a mi madre para darle la buena nueva y no pudo evitar llorar de la alegría, por fin era abuela y por partida doble. Pero para alegría la mía. Tener en mis brazos a mis dos hijos, fruto de un amor sincero era sublime… Yo también lloré. La emoción me embargaba, era superior a mí y no pude evitarlo, claro que al verme me abrazaron mis dos hijas y lloraron conmigo.
Tres días después nos llevamos a los niños y a Diana a casa. Ya habían mejorado los bebés, y hasta los veía bonitos… El parto tuvo que ser con cesárea y durante varios días me dediqué a curar la herida de Diana bajo la atenta mirada de las dos brujitas.
Pocas semanas después estaba repuesta y reiniciamos nuestros juegos eróticos que, en mi caso, no habían cesado con Greta a petición suya, con alguna participación de Gema.
A partir de entonces nuestras vidas cambiaron. Las chicas se dedicaron en cuerpo y alma a cuidar de su madre y sus hermanitos. Tuve la oportunidad de ver a Diana amamantando a sus dos hijas; era una imagen muy tierna si no fuera porqué al mismo tiempo, se masturbaban y acariciaban a su madre llegando a deliciosos orgasmos las tres.
Y pasaron los meses…
Greta se había hecho cargo de la contabilidad de la tienda y la WEB. Carmen se había marchado y Gema estudiaba para el acceso a la Universidad.
El día que las brujitas cumplían dieciocho años, coincidió con que los niños cumplían casi dieciocho meses y se organizó una fiesta con la participación de nuestros amigos y mi madre. Les supliqué que no gastaran bromas que pusieran en alerta a mi mamá a cerca de lo que ocurría en casa. Sobre nuestra forma libertina de vida.
Al finalizar la fiesta la llevé al pueblo y al regresar a casa noté un silencio extraño. Era ya tarde, pero no tanto como para que mis chicas no estuvieran despiertas.
Escuché un murmullo en el dormitorio principal, subí despacio y al acercarme a la puerta escuché decir a Diana:
—Esto que queréis hacer no está bien y sobre todo, no creo que Jesús acepte…
—Por eso no te preocupes, nosotras lo convenceremos y en todo caso… Lo hacemos sin que él lo sepa… No se enteraría nunca de lo que pasó… — Era la voz de Gema.
Bajé de nuevo e hice ruido simulando entrar a la casa. Al subir y abrir la puerta de la habitación me las encontré desnudas, esto era habitual, en la cama charlando y disimulando…
—¿Qué pasa? ¿Aún estáis despiertas? — Pregunté
—Sí papi, aún despiertas… hablando… — Dijo Greta melosa.
—¿Y puedo saber de qué?
—Pues sí Jesús… Te lo voy a decir porqué entre nosotros no quiero ocultar nada. — Dijo Diana.
—¡Mamá! — Exclamó Gema — ¡Lo prometiste!
—Se lo tengo que decir Gema. Es mejor… Veras cariño, como dice Gema les prometí que al cumplir los diecisiete años dejarían de ser vírgenes… Bueno eso ya lo sabes. Pero también que a partir de los dieciocho… Les permitiría que se embarazaran cuando quisieran con o sin estar casadas, con o sin pareja estable.
—¡Joder Diana, vaya papelón ¿no?! — Exclamé.
—Pues sí, sobre todo porque si bien Greta prefiere esperar ya que tenemos dos bebes en casa, otro u otros dos más, ya ves que pueden ser gemelos…, sería un follón de cuidado…, Sin embargo Gema piensa que está en el mejor momento para tener un hijo.
—Bueno, no sé qué decir, si ella lo quiere y piensa que puede sacar adelante sus estudios y cuidar al bebé. Aunque yo lo veo difícil, pero… — Intenté aconsejar.
—Veras mi vida… Eso no es todo… Quiere que… que la fecundes… Quiere que tú seas el padre… — Diana hablaba despacito, casi no la oía…
—¡¿Cómo?! ¡¿Estáis locas?! ¡¿Por qué yo?! — Dije sobresaltado y asustado por lo que me proponían.
Gema se acercó y me cogió las manos mirándome fijamente con ojos implorantes.
—Papá, no he tenido ni quiero tener relaciones sexuales con ningún otro hombre. Solo he estado contigo y muy pocas veces, ya lo sabes. La sola idea de que otro hombre me acaricie me repele y me produce arcadas; solo a ti te permito tocarme y…
—Díselo claro hermana… Follarte. Solo a él le permitirás follarte… — Greta siempre tan directa.
—Eso. Follarme. Desde que me desvirgaste he estado con otras chicas, con Greta, con mamá. Pero ningún hombre me atrae. Solo tú… Tú, que fuiste dulce y tierno conmigo, solo de ti me fio… Lo mismo que la primera vez fue algo maravilloso quiero que mi bebé sea fruto de un acto hermoso, que nos amemos los cuatro juntos como tantas veces. Además, entre nosotros no hay consanguineidad por lo que no existe peligro de problemas hereditarios y sabemos, lo tengo claro, que eres fértil además de que tus hijos son muy lindos y la prueba de ello está aquí. — Señaló las cunas de los bebés junto a la cama. — De cara a nuestras amistades solo tengo que decir que tuve una noche loca y estuve con varios hombres por eso no sé a ciencia cierta quien es el padre. Aunque nosotras sí lo sabremos. Será un secreto de familia. — Se acercó, me rodeó con sus brazos y colocó su cabeza en mi pecho. — Papi, porfiii — Ronroneaba melosa.
Mi corazón latía desaforadamente. Yo sabía que Diana controlaba a sus hijas y que les facilitaba anticonceptivos para evitar embarazos indeseados; que podían haberlo hecho y ocultado. Pero Diana estaba en contra de hacerlo a mis espaldas, su sinceridad me enternecía. Pensé en los pros y los contras. Tenía razón en el planteamiento. Era lesbiana, pero necesitaba de un hombre para fecundarse, ¿Quién mejor que yo? La quería como a una hija y aquello estaba en el borde del incesto, pero… ¿Acaso no era habitual entre madre e hijas? Cerré los ojos y le dije:
—Lo haremos Gema. Si tú quieres… lo haremos. — Y besé su frente, abrazándola con fuerza.
Las quería mucho, con locura y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ellas, sin dudar.
—Gracias amor mío. Sé que para ti supone un problema de conciencia… pero también algo morboso. Embarazar a la madre y a las hijas porqué dentro de un tiempo, no sabemos cuánto, Greta también querrá un hijo tuyo… — Diana me miraba amorosamente. Ella me derretía…
—¡Gracias papá! No sabes lo feliz que me haces, ya me estoy viendo amamantando a mi bebé, a nuestro bebé. También te dejaré mamar de mis pechos como lo haces con mamá. Ya tengo prevista la fecha aproximada en que me dejaras encinta. Será dentro de poco, en octubre, para tenerlo en julio. Tengo que parir al principio de las vacaciones para no perder clases y empezar el curso siguiente ya recuperada. Aunque mamá lo amamante durante el día, yo les daré teta a los tres por la tarde y por la noche… — Todo esto lo decía dando saltos y abrazando a su madre y a su hermana, besándolas.
Gema era muy calculadora. Tenía previstas las fechas con mayor probabilidad de embarazo y las del parto para que no afectaran a sus estudios.
—¡Necesito un dedito! — Le dijo Gema a su madre.
Se abrazaron y besaron. Greta se acercó a mí y me desnudó.
—Yo te necesito a ti papá. Aún no me vas a embarazar, pero si me vas a hacer lo que tú sabes.
Diana acariciaba a Gema y me miraba con ternura. Me hizo un gesto con el dedo llamándome. Me tendí a su lado, me besó y Greta se puso sobre mí. Nos besamos los tres, a veces los cuatro. Gema y su madre frotaban las entrepiernas con los muslos. Cuando en algún momento se separaban podía ver sus ingles mojadas.
Greta pellizcaba mis pezones reclamando mi atención. Sujeté su cara con las dos manos y nos enzarzamos en un lúbrico beso que provocaba mi erección. Al sentir mi hombría entre sus muslos lo dirigió con una mano a su intimidad, penetrándose muy lentamente. Acaricié sus pechos, los pezones rígidos y la piel de todo su cuerpo erizada. Bajé mis manos para rasguñar sus caderas, los muslos… Los dedos peinando su melena roja y rascando suavemente su nuca.
Se irguió apoyando sus manos en mi pecho cabalgándome como una amazona. Sus movimientos adelante y atrás, en círculos, me volvían loco de deseo. De un golpe le di la vuelta y me coloqué sobre ella. Un dedo en el culito, aprovechando la lubricación que bajaba desde su sexo… gritaba su primer clímax…
A nuestro lado, abrazadas en un morboso sesenta y nueve, madre e hija disfrutaban de un orgasmo tras otro.
Tras un rato bombeando la deliciosa rajita de Greta me empujó con ternura. Yo ya sabía lo que quería. Se había hecho adicta al coito anal y no perdía ocasión.
—¡Vamos papi! ¡Hazme el culito! Este agujerito lo reservo solo para ti. Nadie más ha entrado por ahí, ni entrará nunca… ¡Papi, qué gusto!
Se movía empujando sus caderas hacia mi pelvis, logrando una penetración total. Una mano en su pecho, con la otra le frotaba su clítoris con un dedo, hasta que me los apartaron. Diana se había colado debajo de su hija y le comía la chuchita, le lamía la vulva y bebía los néctares de su niña.
Gema a su vez le sorbía los jugos a su madre con dos dedos dentro de su vagina y otros dos en el culito. No pude soportar más la tensión y exploté inundando los intestinos de Greta que, a su vez, se retorcía entre gritos.
—¡¡Jódeme el culo cabrón!! ¡¡Mira cómo le comen el coño a tu mujer!! ¡¡Rómpeme… párteme por la mitad!!¡¡Vas a preñar a mi hermana antes que a míiii!!
El tremendo orgasmo liberó su tensión y gritaba llorando a lágrima viva… En medio de sus espasmos le di la vuelta y la abracé besándola con toda la ternura de que era capaz. Golpeaba mi espalda con sus puños, no para hacerme daño, manifestaba su frustración. Yo sabía que ella quiso siempre tener un hijo conmigo y ahora cedía la vez a su hermana… por amor.
El tiempo pasaba inexorable.
Llegó el día que Gema había elegido para iniciar el proceso de su fecundación. Hasta entonces, desde que me lo anunciaron se abstuvo de tener relaciones sexuales. Se había hecho la promesa de no tener contacto carnal hasta ese momento, a partir del cual y hasta confirmar su embarazo lo haríamos con la frecuencia que las circunstancias nos lo permitieran. Eso sí, yo tampoco debía eyacular dentro de Diana ni de Greta; solo estaría con ella durante los días que considerara conveniente.
Y así lo hicieron. Llegado el día prepararon su habitación decorándola a su gusto, con flores, velas aromáticas y perfumes. La hermana y la madre, me desnudaron, bañaron y perfumaron a gusto de Gema. Las dos me condujeron ceremoniosamente al dormitorio y me acostaron. Me dejaron solo. Gema apareció cubierta con un tul blanco, transparente, coronada por una diadema de flores. Sin maquillaje, no lo necesitaba. Me fijé en sus labios rosados, los pómulos sonrojados y el cuerpo que se vislumbraba bajo su tenue vestimenta.
Me quedé maravillado ante su belleza. Hice ademán de levantarme pero me lo impidió. Se desprendió del tul y de la diadema que colocó sobre la silla que tenían en la habitación y gateó para besarme los pies y subir deslizándose, frotando sus pechos por mis piernas y muslos hasta alcanzar con su boca, el miembro que poco a poco se endurecía. Lamió, chupó y masajeó con sus manos mientras se daba la vuelta para colocarse sobre mí en posición invertida, o sea, en un sesenta y nueve delicioso para deleitarme con la miel de su flor. En la posición que adoptó sus pequeños pies quedaban a los lados de mi cara; yo los acariciaba con las manos, los acercaba a mi boca para besarlos… Después seguía lamiendo sus pétalos, desde su rabadilla hasta el pubis, deteniéndome en el botoncito del placer…
No tardó en alcanzar el primer orgasmo, bañando mi cara con su néctar.
Se desplazó hasta tenderse sobre su espalda, me sujetó la cara con ambas manos y nos fundimos en un dulce beso. Me atrajo hasta ella y comprendí lo que deseaba. Me coloqué sobre su cuerpo en la posición habitual del misionero.
—Te quiero sobre mí hasta que deposites tu semilla y me fecundes. ¡Lo deseo tanto papá! Deseo tanto tenerte en mi vientre, sabiendo que ningún otro hombre ha estado dentro de mí ni lo estará nunca. Solo tú y nadie más. Lo supe desde que te vi por primera vez junto a mi madre, algo me decía que eras especial. Y lo eres. ¡Te quiero!
Aquella confesión, hecha por una mujer tan hermosa me llenaba de orgullo y me hacía desearla con toda mi alma.
—Amor mío, sabes que os quiero a las tres y a ti en especial porque compartimos el amor de tu madre. Sé que la amas y la deseas como yo y eso me hace quererte más…
—¡Sshhh! ¡No hablemos más! Hazme el amor como si yo fuera ella. Deposita tu semilla para que fructifique en un bebé, o dos, que nos unirán para siempre.
Sus palabras me enardecían, la espada entraba en la vaina suavemente, con delicadeza. El canal era estrecho, no había sido penetrado desde dos años antes por el mismo instrumento que ahora pretendía hacerla concebir un bebé. Entró con suavidad hasta el fondo, entonces se detuvo unos segundos después continuó moviéndose.
Su cadencia era parsimoniosa, ella marcaba el ritmo y yo lo aceptaba con gusto. Quería que el segundo coito de su vida se dilatara al máximo en el tiempo y lo conseguía. Yo controlaba bien mi excitación, aplicaba algunos trucos para dilatar la experiencia, aun sabiendo que no sería la última ya que seguiríamos teniendo relaciones sexuales completas hasta que la prueba de embarazo fuera positiva. A partir de ese momento, dejaría de penetrarla. Ese era el acuerdo entre Diana y sus hijas conmigo.
Pensaba en todo esto para no precipitar mi clímax. Gema, sin embargo, no dejaba de besar y acariciar, llegamos a mordernos los labios con la locura de la pasión y me llevaba al culmen del placer. Mis manos no estaban ociosas y acariciaban toda la piel que alcanzaban. Llegué a recoger algo de su almejita para acariciar el delicado agujerito de su ano. Dio un respingo. Me detuve…
—¡Sigue! ¡Méteme el dedo y sigue, por favor! ¡Me gusta! — Dijo quedamente.
Fui intensificando los roces en su asterisco hasta dejar que la primera falange entrara con suavidad. No le disgustó, así que proseguí hasta que el dedo medio se perdió en su pequeña cavidad. Me abrazó con sus piernas por las caderas y entrelazó sus pies para facilitar mi penetración, tanto por delante como por detrás.
Sus movimientos perdían el compás. Había llegado al punto de no retorno… Flexionó su cintura y mi puñal se clavó hasta el fondo en su vientre, ella gritó y yo, tras un golpe de cadera brutal, eyaculé sin poder evitar un rugido que salió de lo más profundo de mi ser, depositando en la entrada de su útero la semilla de su preñez. Habíamos llegado ambos a la cima del placer. Un placer que golpeó mis sienes como un martillo y me hizo desplomar sobre mi niña, que sufrió un pequeño desmayo hasta que se repuso y logró respirar.
Me deslicé hasta su lado. Nos besábamos con ternura, con el amor que nos unía con lazos tan profundos, tan intensos.
—¡Gracias papá! ¡Ha sido maravilloso! Dile a Greta que venga, por favor. Ahora quiero dormir un poco…
—Claro mi vida. Te dejo, me voy a la otra habitación.
Me levanté y fui a buscar a mis otros dos amores. Estaban en la cama, despiertas, abrazadas; hablaban. No pude oír lo que decían, solo sus risitas nerviosas.
—¡Hola, amor mío! ¡¿Ya?! — Preguntó Diana algo preocupada.
—¡Sí, mi vida! Ha ido todo bien… Creo… Greta, tu hermana quiere que vayas…
—Vaya, me quedé sin polvete… — Dijo riéndose. Se marchó, no sin darme un beso al tiempo que acariciaba mis atributos, se pringaba las manos y las lamía con regodeo.
—Ha dado un grito que nos ha asustado, Jesús, ¿ha pasado algo? — Dijo Diana preocupada.
—¿Qué crees que puede haber pasado? Tú y tus hijas sois muy emotivas y os entregáis al placer de corazón. Creo que lo ha pasado muy bien; pero si quieres asegurarte vete y charla con ellas…
—No mi amor, prefiero quedarme contigo. Esta situación me pone ardiendo y quiero que seas tú quien apague el fuego de mis entrañas… Si te queda algo en la manguera…
—Para ti siempre tengo no algo, todo, vida mía.
Me tendí a su lado y comenzamos un interminable intercambio de besos y caricias que me pusieron en forma casi instantáneamente. Fue ella quien me cabalgó despacio, con cariño, sin dejar de besarme y acariciar mi pecho. Sus movimientos atrás y adelante pronto la hicieron llegar al culmen de su placer. Yo me reservé y ella lo notó.
—¿Tú no quieres?
—Sí mi vida, pero me imagino que Gema va a descansar un rato y pronto me llamará y no quiero defraudarla. ¿Tú estás bien?
—Muy bien mi amor. Soy una egoísta no pensaba más que en mí, en mi propio placer sin tener en cuenta tu cansancio y la necesidad de Gema.
Nos quedamos dormidos, abrazados como siempre. Su cabeza sobre mi hombro izquierdo, mi mano izquierda sobre su abultado pecho.
Un beso en los labios me despertó. Seguía abrazando a Diana; era Greta quien reclamaba mi atención.
—Gema quiere que vayas… si puedes. — Dijo en un susurro para no despertar a su madre.
Con cuidado para no perturbar su sueño liberé mi brazo y me dirigí, de la mano de Greta, a la habitación de las chicas.
Gema me esperaba sonriente, tendida de espalda y con las rodillas flexionadas. Al verme llegar se arrodilló de cara al cabecero de la cama, se inclinó y me ofreció su maravilloso trasero.
—¡Papi, necesito otra inyección en mi chochito! ¿Me la pondrás?
No tuve más remedio que reírme, Greta se tronchaba.
—¡¿Una inyección?! ¡En el culo te la ponía yo! — Dijo Greta sin dejar de reír.
—Vamos a ver mi niña como esta de la fiebre, voy a ponerte el termómetro… Greta, ábrele las nalguitas, mi amor…
Ensalivé mi dedo medio y se lo fui metiendo despacito en el ano. Al principio se resistió un poco, pero después aceptó la acometida y dejó que entrara por completo.
—Con cuidado papi, que soy virgen por ahí, ya lo sabes…
—Entonces ¿sigo?
—Sí, papi. Hasta el final con la jeringa gorda, quiero que seas tú quien me lo haga como a Greta, que me ha hablado muy bien de tu tratamiento. A ella la curaste de golpe ¿no?
—Sí, pero de cuando en cuando necesita un recuerdo de vacuna; lo sabes ¿no?
—Sí, bueno, ya veremos. Te dije que no quería que lo hiciéramos más cuando me quedase embarazada, pero me lo estoy pensando. Lo de esta noche me ha gustado mucho y…
—¡Pero qué putilla eres! Ya no tienes bastante con mamá y conmigo ¿no? Si yo lo sabía, cuando probaras la jeringa de papá repetirías, ¡cochina! — Gritó Greta, dándole una palmada en el moflete del culo.
Estallamos en carcajadas los tres.
Me arrodillé tras ella y lamí su asterisco intentando penetrarlo con la lengua. Se giró, me miró.
—¡Ayy qué gusto joder! Esto no me lo habías hecho nunca Greta…
Greta me puso en la mano un tubo de lubricante y vertí un poco en su ano.
Mi dedo entraba con facilidad, ella controlaba su esfínter y me permitió encajar dos dedos. Metía, giraba, sacaba, una y otra vez.
El proceso era lento, pero no quería precipitarme y hacerle daño. Greta se coló bajo su vientre y comenzó a lengüetear su chochito y pellizcar los pezoncitos de su hermana que emitía gemidos lastimeros, como de una perrita sola en la noche.
Ya eran tres los dedos, los saqué y rocié con el lubricante mi ariete, lo apunté al rosado orificio y presioné con cuidado. El glande entró con relativa facilidad.
—¡Ahhh! ¡¿Ya está todo dentro?!
—Aun no, mi amor, quiero ir despacio, estás muy cerrada y no quiero hacerte daño.
Seguí empujando y fue entrando hasta la mitad. Gema soplaba con fuerza, como si estuviera de parto.
Cuando su esfínter se adaptó continué hasta el final. Me detuve.
—¡Ayy hermana, que gustito me das! Sigue papi ¡Fóllame ya sin miedo! Haz tuyo mi culo, como el de mamá y el de Greta. ¡Ya somos tuyas las tres!
Fue ella la que comenzó a empujar con golpes de caderas, yo me mantuve estático, las manos de Greta bajo su hermana me acariciaban los testículos y me producían sensaciones muy placenteras.
Vi cómo se alineaban las dos hermanas en un 69 que las obligaba a proferir lamentos amortiguados por sus ingles.
La imagen no podía ser más pornográfica. Gema se retorcía de gusto entre la boca de su hermana y mi daga atravesando su esfínter. Levantaba la cabeza para gritar como una poseída.
—¡¡Aaaggg, me muero!! ¡¡Me matáis de gusto!! ¡¡Papi no desperdicies tu semilla lléname mi matriz!!
No podía dejar de hacerlo. El fin último de aquel acto era la procreación. La inseminación de Gema y ella no lo olvidaba.
Saqué despacio el objeto del deseo de mi niña, lo limpié en un pliegue de la sábana y lo dejé entrar en su gruta amorosa. Ella gritó.
—¡¡Así, papi…!! ¡¡Así!! ¡¡Dámelo todo, préñame, haz que mi vientre se fertilice con tu semilla!!
Y descargué. Mi excitación era tan grande que al eyacular se me nubló la vista. Caí sin fuerzas sobre las dos chicas. Greta logró librarse de la carga saliendo de debajo de su hermana que se retorcía y sufría fuertes espasmos. Me dejé caer a su lado. Greta al otro, Gema en medio aun presa de fuertes sacudidas.
Nuestra respiración se fue apaciguando poco a poco hasta normalizarse. Greta acariciaba los cabellos de su hermana, besaba sus mejillas, vi lágrimas en su rostro. Me miró y pasé sobre Gema para abrazarla y besarla. Se acurrucó contra mí.
Me giré hacia la puerta y allí estaba como espectadora Diana, mi amada Diana. Con esfuerzo me incorporé y fui hacia ella, pasé un brazo por sus hombros y nos dirigimos a nuestra habitación.
Uno de los bebes había despertado y a sus gritos también el hermano. Diana me miró, encogió un hombro; con un gesto me hizo acercarme para coger uno de ellos mientras ella cogía al otro. Se sentó en la cama apoyando la espalda en el cabecero. Se puso al niño en una teta y me hizo señas para que le colocara al otro. Ambos se enzarzaron en un chupeteo intenso. Un instante de dolor en el rostro de Diana, después placidez.
—Ya sabes… El apoyo…
Con un gesto de la cabeza me guio para que acariciara su empapado conejito. Pasé el dedo medio entre los labios, un gemido me indicó que era lo que necesitaba. En silencio masajeé su clítoris de arriba abajo dejándolo en el centro de un imaginario círculo, bajando mi dedo hasta el perineo y subiendo de nuevo hasta su garbancito del placer. Los niños estaban dormidos, soltaron sus respectivos pezones y la leche se derramaba chorreando por los pechos de la madre que tuvo que realizar un gran esfuerzo para que no se despertaran durante los aspavientos de su orgasmo.
Greta nos miraba desde los pies de la cama con gesto triste. Le tendí la mano y entre los dos llevamos los bebés a sus cunitas. Después se tendió a mi lado. Diana dormía plácidamente y la leche manaba de sus tetas.
Me giré hacia Greta y la abracé. Hice un gesto para alcanzar su sexo, pero me lo impidió.
—No papá, solo quiero estar aquí, junto a ti, tú estás agotado y yo, ahora solo necesito sentirme a tu lado. Saber que me quieres.
—¿Cómo no voy a quererte si eres la persona más generosa que he conocido? Anda, abrázame y duérmete.
Así terminó la primera noche del programa de Gema para embarazarse. Los días que siguieron fueron una locura de sexo entre los cuatro. Por suerte ellas tenían exámenes y solo podían estar disponibles por las noches y no todas. Al finalizar la semana que Gema había elegido para su fecundación, perdió su interés en copular conmigo. Solo de cuando en cuando me pedía que le hiciera el culito. Siempre acompañada de su hermana y/o su madre. Le había cogido el gustillo al coito anal.
Acertó. Tres semanas después, tras un retraso de una semana, se pasó un predictor y dio positivo. Estaba en estado de buena esperanza. La alegría fue inmensa para todos, incluso Greta se alegró por ella.
Y seguían pasando las semanas, los meses.
Una mañana nos despertaron los gritos de las dos hermanas. Fuimos a ver qué ocurría y estaban abrazadas, riendo, llorando, de alegría. Los pechos de Gema destilaban un líquido amarillento, los calostros decían, yo no entendía de eso pero lo probé. No sabía igual que la leche de Diana.
Y un buen día rompió aguas y tuvimos que llamar a urgencias. Pocas horas después nació una pequeñita, de piel alabastrina plagada de pequitas sonrosadas; bermeja, como su madre, su tía y su abuela. Y la vi bonita recién nacida. Bonita no, preciosa. La llamamos Rubí.
Gema estaba en un sillón en la habitación del hospital con la niña en brazos. Mamaba. Al verme llegar me ofreció a nuestra hija. La acuné en mis brazos.
—¡¡Gracias papá!! — Dijo emocionada. Se levantó y nos besamos en la boca.
La habitación era compartida, había dos madres más que me miraron y sonrieron.
—¿Es el abuelo? — Preguntó una de ellas.
—Sí, soy el abuelo y el papá… — Respondí sin mirar a nadie. Se quedaron intrigadas mientras yo reía para mis adentros.
Y tal y cómo había previsto Gema, se las apañaron las dos madres para alimentar a los tres pequeños… Y a mí, que de cuando en cuando me colgaba de una teta de cualquiera de las dos. A ambas les gustaba amamantarme permitiéndome ciertas libertades con sus almejitas.
Pero la naturaleza es ciega y cruel; un hecho enturbió nuestra idílica existencia. El fallecimiento de mi madre. Una grave enfermedad se la llevó en apenas dos meses. Ya en el lecho de muerte le llevé a mi hija, Rubí y le dije que también era su nieta. No se lo dije todo, pero le expliqué lo suficiente como para que entendiera que era abuela de dos nietos y una nieta.
Unos meses después cuando la niña tenía ya dos añitos, Greta sufrió fuertes dolores abdominales. La llevamos al hospital. Le extirparon un tumor de ovario y con él, la posibilidad de engendrar.
Fue un duro golpe para todos, pero sobre todo para Greta que vio cómo su mayor ilusión, ser madre, quedaba hecha trizas. Sufrió una depresión de la que pudo salir gracias al amor que le profesábamos, a los cuidados y la atención de todos nosotros.
Pero el tiempo ayuda a cicatrizar heridas. Por supuesto, nuestros juegos eróticos continuaron. Diana y yo nos seguimos amando mucho más que el primer día, si esto fuera posible.
Gema se doctoró y especializó en pediatría, actualmente trabaja en una clínica privada.
Nosotros seguimos vendiendo ropa por internet y el volumen de ventas nos permite llevar una vida desahogada, sin estrecheces y tratamos de ser felices ayudando a Greta a sobrellevar su pena. De hecho, es ella la que se ha hecho cargo de los tres pequeños que la adoran. Sobre todo Rubí, la pequeña, que ve poco a su madre debido a sus obligaciones y adora a su tita.
Quien me iba a decir a mí que una invitación al cumpleaños de un amigo me llevaría a vivir unas experiencias tan hermosas con estas tres preciosas pelirrojas durante todos estos años.
¡Gracias Edu!
FIN