Diana y sus hijas. 2

Sigo subiendo la serie. Gracias por los comentarios.

Diana y sus hijas. 2

No pude alejarme más. Desande lo andado y regresé a la casa. Las vi mirando por la ventana, no tuve que llamar al timbre, las dos chiquillas abrieron la puerta, vinieron corriendo y se arremolinaron a mí alrededor, abrazándome. Diana venía más despacio, majestuosa, bella; con su pelo flameante y dos lagrimas deslizándose por sus mejillas.

Fui yo quien la tomé de las manos, rodeé su cuerpo con mis brazos aspiré su aroma…

—Diana, no sé qué pensaras de mí, pero… no puedo alejarme de ti ni de tus hijas. Ahora mismo siento que lo sois todo para mí, toda mi vida. Sois mis amores. Y he pensado, ¿por qué no vamos los cuatro a mi casa, la conocéis, me cambio y salimos a dar una vuelta por dónde queráis? Después… Ya veremos.

El grito unánime de las dos princesitas casi me deja sordo.

—¡¡Síiii!! ¡¡Vámonos!!

—Vaale, pero antes vamos a comer que lo preparamos en un momento. Después nos iremos con Jesús. — Nos dice Diana

Nos fundimos en un nuevo beso en el que revelábamos nuestro amor. Entramos de nuevo a la casa comimos entre chanzas y comentarios graciosos de las chicas. Luego subieron y se cambiaron para salir. Diana terminó antes y se sentó a mi lado en el salón. Estaba guapísima.

—¿Qué te ha pasado, Jesús? ¿Por qué has cambiado de idea después de irte?

—No sé qué me ha ocurrido Diana, pero al alejarme de vosotras he sentido un dolor, una congoja que me ha hecho volver sobre mis pasos con el firme deseo de no alejarme nunca de ti. No he sentido nunca algo tan fuerte, tan intenso. Siento que se me va la vida si me separo de vosotras. Como si me faltara el aire. Pensaras que estoy loco y no quiero agobiarte, pero es lo que siento y no puedo evitarlo.

—Jesús, cuando te he visto salir de esta casa, que ya es la tuya, se me ha roto el corazón. He sentido un ahogo y me he puesto a llorar como una niña pequeña. He subido al dormitorio y me he puesto a oler las sábanas, la almohada donde ha descansado tu cabeza, la toalla con la que has secado tu cuerpo. Yo tampoco lo entiendo.  Mis hijas se han asustado y han venido enseguida a consolarme hasta que Greta se ha asomado a la ventana, te ha visto volver y hemos salido corriendo a esperarte. Tampoco comprendo lo que nos ha ocurrido, pero ¿de qué nos sirve comprender lo incomprensible? Vivámoslo. Yo también siento que he encontrado el amor de mi vida. ¿Qué importa si hace unas horas, un mes o un año que nos conocemos? Lo que importa es lo que sentimos, yo y mis niñas por ti, tú por nosotras.

La llegada de las chicas nos interrumpe. Su alegría es desbordante.

Diana llama a un servicio de taxi y poco después nos dirigimos los cuatro a mi casa.

Les muestro el apartamento y las jovencitas lo rebuscan todo, yo me rio y las dejo, bueno ¡No! ¡Ahí no!, cuando tratan de encender mi portátil. Me rio, pero no quiero que vean lo que guardo en los ficheros “calientes”… Tengo que limpiarlos.

Diana me acompaña al dormitorio y me ayuda a escoger la ropa, me visto y al terminar de arreglarme me mira con sus verdes ojos y…

—Jesús… ¿por qué no te llevas ropa, vienes a mi casa, que ya es tu casa y te quedas con nosotras? — La propuesta era lo que más deseaba en ese momento.

—Por mí no hay inconveniente, pero ¿estás segura? Es un paso importante, apenas hace unas horas no nos conocíamos…

—Pero ahora sí te conozco y estoy segura de que es lo que quiero, lo que queremos los cuatro… Porque tú también, ¿me equivoco?

—No mi vida, no te equivocas. Ahora mismo es lo que más deseo. Vivir junto a vosotras, contigo, con tus hijas. Y estoy seguro de que si no lo hiciera me arrepentiría el resto de mi vida.

Saco el coche del garaje. Diana recostada en mi hombro y las chicas en los asientos traseros comentando lo que ven. Me piden ir a un centro comercial donde hay multicines por qué quieren ver una película. Mientras ellas entran al cine, Diana y yo, paseamos como lo que somos. Dos enamorados que buscan rincones fuera de la vista de la gente para besarnos y acariciarnos… Nos sentíamos como adolescentes en su primera cita. La ilusión, los nervios. No saber qué puede molestarle al otro.

Hablamos. Diana me contaba cómo había sido su vida desde que el desalmado de su ex la dejó. La trataba mal. No la golpeaba, pero para él no hacía nada bien. Le decía, a menudo que era una inútil… Hizo que se alejara de sus amigas de toda la vida.

Comprendí que la maltrataba psicológicamente.

Diana era propietaria de una tienda de ropa que le dejaron sus padres. Ella había gestionado el comercio desde muy joven y conocía los entresijos del negocio. No era rica, pero se administraba y se defendía bien. La casa era suya, sin deudas; no quería coche, le daba miedo conducir y no tenía carnet. La tienda estaba cerca de su casa y el recorrido lo hacía a pie, así se mantenía en forma.

—En cuanto a amores, mis dos hijas. Tú eres el único hombre que ha entrado en mi casa, en mi dormitorio, desde que me divorcié; de ahí los comentarios de mis hijas en cuanto a las noches en que sola en mi cama con un amigo de plástico, ya te lo presentaré, acababa llorando por la frustración que me embargaba al no sentirme atraída por ningún hombre. Hasta que llegaste tú, que me volviste loquita mi amor; Edu me había hablado de tus problemas y tu historia me conmovió. Por eso cuando te vi en el cumple de Edu y observé tu mirada triste no pude evitar emocionarme y sentir algo muy fuerte que nos unía. Ahora mismo estoy ardiendo por ti… Dame tu mano… Tócame…

Guió mi mano entre sus piernas, apartó el hilo tanga y mis dedos se empaparon de sus jugos, que yo extraje y llevé a mi boca para saborearlos. Después besé sus labios para compartir su sabor, su aroma. Estábamos sentados en la mesita de un bar, en una zona con poca luminosidad.

—Hay algo que quiero que sepas… Espero que lo entiendas…

—Te has puesto seria. No creo que sea tan grave.

—Verás, como no me sentía atraída por ningún hombre, llegue a pensar que era…

—¿Lesbiana…?

—Eso, y lo intenté un par de veces con… Sofía…

—Y ¿funciono?

—La primera vez estaba muy nerviosa, tomamos unas copas, yo más que ella, y nos fuimos a la cama. Veras, la quiero mucho, es una buena amiga y quería hacerme gozar, pero no lograba excitarme. Terminé con mi amigo de plástico y ella con un cabreo enorme. Pero seguía insistiendo y algún tiempo después, en la segunda vez, sin alcohol por medio, llegué dos veces. Y con poco la hice llegar a ella. Solo nos dedeábamos, ella a mí y yo a ella. Sus besos no me decían nada al principio, después nos fuimos entonando y nos colocamos en tijerita, lo llamó ella. Con los muslos cruzados, rozando los chochitos. Así ella se corrió y me llenó de su… A veces pienso que se meó. Pero después de un buen rato, con las ingles hinchadas del roce, no sentía nada. Ella se colocó a mi espalda, acariciándome las tetas con una mano y el clítoris con otra, besándome el cuello y las orejas, llegué otra vez. Pero no repetimos. La frustración nos bloqueaba.

Comprendí por lo que había pasado esta mujer, volcada en sus hijas, su trabajo y sin ningún apoyo, sola, sufriendo esa soledad que yo también había soportado en los últimos meses.

Su mano acarició por encima del pantalón mi hombría que, a la llamada de las feromonas, había crecido hasta llegar a un extremo doloroso por no poder desarrollar la fuerte erección constreñida en mis pantalones. Vio mi gesto de dolor y sonrió.

—¡Pobrecito mi Jesusito! ¿Te duele el aparatito? Sabes… no tengo experiencia propia, pero sí he visto muchas pelis porno; y hay algo que he deseado hacer, que me he imaginado en mis noches de calentura, sola en la cama… Ven conmigo…

Me llevó a los servicios del bar. Entró en el de señoras donde en ese momento no había nadie, nos encerramos en una cabina, comprobó que la tapa de la taza estaba limpia y se sentó. Me colocó frente a ella y desabrocho mi cinturón, bajo la cremallera, tiró del slip y dejó libre mi falo. Me miraba como una niña traviesa, una mirada que me derretía, besó la punta donde emergían gotitas de presemen, lo saboreó.

—Sabe bien — Dijo en un susurro. — Es la primera vez que hago esto, que la…

Chupó despacio el glande, sin dejar de mirarme, fue introduciéndolo en su boquita hasta darle arcadas, lo sacó con los ojos llorosos. Casi asfixiada.

—Hazlo despacio, respira por la nariz, no lo hagas de golpe…

—¿Te gusta? Tienes que enseñarme a hacerlo bien mi vida.

—Me gusta y aprenderás, ya lo veras, ahora sigue despacito. — Me sorprendió mi orgasmo y la consiguiente descarga de semen.

Se asustó un poco, pero de nuevo surgió su sonrisa de niña mala, relamiendo los goterones que cubrían su nariz la boca y hasta los ojos, la frente y el pelo.

—Oye, pues no está tan malo, creo que acabará gustándome el sabor de tu lechita. — Recogió y trago lo que cubría su rostro.

Le ayudé con papel higiénico y al levantarse me abrazó y me besó en los labios. Sabía a mi semen; ella se reía…

—Esta mañana me lo has hecho tú a mí. He saboreado mis jugos por primera vez en mi vida. Ahora te tocará a ti. — Le dije.

—Nuestros jugos los compartiremos cada vez que quieras y… más cosas… ya veras mi amor. Cada vez me gustas más, si eso es posible… ¡Te quiero!

Y nos fundimos en un nuevo beso. Por suerte mi pantalón desabrochado no comprimía mi pene. Me lo recoloqué y abroché.

Ella se asomó primero y me advirtió que podía salir. La esperé en el pasillo, fuera del servicio, mientras ella recomponía el estropicio.

—Me he visto negra para quitarme una gota del pelo… Eres malo.

—Lo siento mi amor. Eres tú quien me pone así. La situación era muy excitante y no pude evitarlo. Pero ha sido muy placentero mi vida. ¿Y a ti, te ha gustado?

—Me ha encantado; sobre todo por la sensación de peligro si nos descubrían. Ten en cuenta que yo no he tenido oportunidad de vivir, de experimentar, nunca. Ni antes de casarme ni después con mi marido, que era aburridísimo. Claro que yo no sabía nada de sexo, ni sé… ¿Me enseñaras?

—Te lo enseñaré todo, vida mía.

Seguimos paseando acercándonos al cine ya que se aproximaba la hora de salir.

—¿Te ha sorprendido como me relaciono con mis hijas? Este es parte del motivo. Yo llegué al matrimonio sin saber nada, tal vez por eso fracasó. No quiero que a mis hijas les ocurra lo mismo, así que les enseño lo que puedo. Quizá me equivoque pero intentaré que su educación sexual no tenga las carencias que yo he sufrido.

—Te comprendo mi amor y no debes preocuparte. Les daremos una educación sexual adecuada a su nivel de maduración. A sus necesidades. Por cierto… Por allí vienen. Vamos a buscar un lugar para cenar.

—¿Dónde vamos a cenar? — Les pregunté a las chicas.

—¡Hamburguesa! ¡Hamburguesa! — Cantaron a dúo.

Me hicieron reír. Su madre las miraba dudosa, pero con una sonrisa aceptó. Entramos en un Burger, nos sentamos. La madre y Gema se acercaron al mostrador para pedir la comida. Greta se sentó a mi lado.

—Jesús, ¿de verdad quieres a mi madre? — La pregunta me sorprendió.

—Primero… ¿Tú quién eres? ¿Gema o Greta? Perdóname, pero no logro distinguiros. ¿Tenéis alguna señal, marca, algo para saber con quién estoy hablando?

—Jajaja. ¿No sabes quién soy? Bueno da igual, pero responde a mi pregunta. Es importante para mí.

—Y para mí también, preciosa. Ahora mismo es, sois, lo que más quiero y… no me preguntes por qué. Es solo lo que siento dentro de mí, es algo sin explicación lógica. Es un sentimiento arrollador… ¿Has estado enamorada alguna vez de alguien?

—Creo que sí, por eso te lo preguntaba. ¿Cómo lo sabes? — Greta me miraba seria. Supuse que algo le había ocurrido y le habían roto el corazón.

—Cariño, no existe la razón en cuestiones de sentimientos. Simplemente lo sabes cuando ocurre, sobre todo si ya has vivido alguna experiencia de este tipo. ¿Qué te ha ocurrido?, puedes contármelo, será un secreto entre los dos.

—Es algo muy fuerte Jesús y no sé cómo enfrentarme a esto. Sobre todo porque te afecta a ti.

—¿A mí? ¿Estas enamorada de mí? — Pregunté perplejo.

—No, de ti… No… De mi madre… — Si perplejo estaba antes, mucho más ahora ante tamaña revelación.

—Vamos a ver Greta, a veces podemos interpretar mal las señales que recibimos y nos confundimos. Quieres a tu madre, es natural, pero no confundas amor con enamoramiento. Tu madre te quiere con locura, me consta, pero eso no quiere decir que esté enamorada de ti. Yo sí estoy enamorado de tu madre y creo que ella de mí, pero eso no quiere decir que sienta por ella lo que ella, como madre siente por ti, corazón. Es fácil confundir sentimientos. Y más a tu edad… No te preocupes. Mira nosotros, años de amargura porque nos abandonaron y de pronto surge lo imprevisible. Donde menos lo esperas. A ti te puede ocurrir mañana, o dentro de un mes. No podemos saberlo. — Cogí su mano sobre la mesa y la miré a los ojos. Ya no lloraba. — Tranquilízate y no pienses más en ello. De todos modos, si necesitas hablar… cuenta conmigo. Seguramente el habérmelo contado te ha aliviado. Ya no es una losa sobre ti, ¿verdad?

—Sí, tienes razón, me siento mejor. ¿Tú, podrías quererme?

—No cariño. Yo te quiero ya. Porque eres hija de quien más quiero ahora mismo, porque tu felicidad y la de tu hermana es la suya y la suya es la mía. No soy tu padre biológico, pero puedo llegar a quererte más que él. Ya te quiero más que él. No lo olvides. Y por favor, no sufras, eso puede hacer sufrir a tu madre.

Diana y Gema se acercaban con la comida.

—Uyy qué serios estáis. ¿Qué ha pasado?. — Diana era muy observadora e intuía algo.

—Nada cariño, hablábamos del amor y el desamor y nos hemos puesto algo tristes. Nada que no se solucione con una buena “hamburguesaaammm”.

Y di un gran mordisco a la pieza que me tocaba con autentico apetito. Las hice reír…

Pasamos una tarde agradable y tras la cena nos marchamos a casa… A su casa… ¿O también la mía?

Descargué las dos maletas en las que había metido todo lo necesario para vivir con mis chicas y entramos en la vivienda.

Las niñas se sorprendieron un poco, pero reaccionaron positivamente, alegremente, diría yo. Por fin tenían un hombre en casa, algo extraño para ellas. Y además un hombre que habían aceptado desde el principio.

Diana me dejó una parte de su armario para colocar mis cosas y mientras yo colocaba las mías se reunió con sus hijas en el dormitorio de estas para hablar con ellas.

Cuando terminé me fui al salón a y me senté a ver la tele. Mi mente era un hervidero de ideas, de temores… ¿Y si era demasiado pronto para estos cambios? ¿Y si por precipitarnos metíamos la pata y se enfriaba nuestra relación?

Todas las ideas raras se esfumaron de mi cabeza al ver entrar a Diana con un babydoll casi transparente con solo una tanguita que no hacía sino realzar su belleza. El pelo flameante, suelto… Parecía una leona dispuesta a devorarme. Y yo un cervatillo dispuesto a dejarme devorar.

Abrió sus piernas y se sentó sobre mis rodillas. Sus delicados pechitos a la altura de mi boca. Y nos besamos. Una y otra y otra vez, nos devorábamos… Sus manos en mis mejillas, atrayéndome hacia ella. Mis manos en sus caderas, deslizándolas por los suaves muslos, por sus nalgas redondas. Pasé las manos bajo su ligera prenda y acaricié su espalda con suavidad extrema. Se estremecía con mis caricias. Con mis besos. Respondía como una cuerda de guitarra afinada con cada roce.

Besando sus rosados pezones… llegó al primer orgasmo… Y gritó. Ya estaba acostumbrado, pero seguían sorprendiéndome sus manifestaciones placenteras. Miré a la puerta del pasillo y vi a las dos princesitas mironas sin perder detalle. Aquello me cortaba un poco, pero por otra parte me excitaba. Nunca hasta entonces había hecho el amor mientras me observaban.

—Diana, ¿qué les has dicho a tus hijas sobre lo de quedarme aquí con vosotras…?

—Pues les he dicho que estoy enamorada de ti, que te quiero y quiero vivir contigo, que te quedarás con nosotras, si tú quieres…

—¿Y ellas? ¿Qué han respondido? ¿Me aceptarán?

—Están entusiasmadas, les has caído muy bien. Te las has ganado…

—Vaya, me alegro, porque no sé qué pensarán de mí viéndonos hacer el amor…

—Están ahí, ¿verdad?

—Sí. Nos están viendo, así que sería mejor que subiéramos ¿no?

—¡¿Qué hacéis mirando?! — Gritó, se levantó y corrió hacia la puerta.

Las hijas estallaron en risas y corrieron escaleras arriba perseguidas por su madre que también reía.

Fui tras ellas despacio. Me encantaba verlas, oírlas reír. Apagué la luz del salón y al subir miré y vi las nalgas cimbreantes de Diana saltando escalones de dos en dos. El espectáculo era precioso. Su cuerpo… Toda ella era preciosa.

Al entrar en el dormitorio me encontré a Diana desnuda, tendida, con las piernas flexionadas y las rodillas separadas esperándome. Su almejita, bordeada de suaves rizos cobrizos era una visión sublime, un regalo de los dioses.

Arrodillado a sus pies, los acaricié, los lamí, chupé los deditos, sobre todo el gordo, con las yemas de los dedos y la boca fui recorriendo sus tobillos, las pantorrillas, los muslos… Al llegar a las ingles salté hasta su vientre, las caderas, la cintura… no me cansaba de saborear su piel…

En los senos me detuve, paladeando su sabor. Llegué hasta las axilas, aspiré su perfume, lamí y paladeé su sabor y al llegar a su boca me abrazó con furia…

—¡Fóllame ya Jesús! ¡Por lo que más quieras… hazlo ya!

—Tranquila cielo, despacio, lo saborearas mejor ya lo veras.

Seguimos besándonos, mordiendo nuestros labios… Poco a poco me subí sobre ella y mi verga se coló en su grieta. De nuevo sin necesidad de guiarla con las manos. La penetración fue parsimoniosa, ella estaba temblando deseando que la completara, pero la retuve hasta que ya no pudo más y estalló en un orgasmo delicioso que, tras los espasmos, la dejó casi inconsciente…

—Me vas a matar de gusto… ¿Dónde estabas hace quince años? Lo que me estaba perdiendo por no haberte conocido entonces. Se lo tengo que echar en cara a Edu. ¿Por qué no nos presentaría antes?

—Yo también lo haré. Por otra parte… Nos conocimos gracias a él… Deberíamos agradecérselo ¿no?

—Tienes razón… ¿Bueno y tú a qué esperas?

—Me he planteado como misión hacerte feliz, con eso tengo bastante. Tú llevas más años que yo sin sexo y lo necesitas… Pero vamos a seguir ¿no? Espera ponte en cuatro.

Obediente se arrodilló en la cama para dejarse caer hacia adelante y apoyarse con los hombros sobre la cama. La cabeza ladeada con un gesto de niña traviesa… Vista desde atrás era todo un espectáculo. Sus blancos y redondos mofletes, partidos por la ranura que dejaba ver su sonrosado ojete, sobre los belfos más bellos que jamás había visto, (Y he visto muchos, gracias a internet), eran una tentación.

Comencé besando su ojal, lamiéndolo con la punta de la lengua y observando cómo se contraía y se distendía al contacto. Baje con un barrido a lengua completa hasta llegar a su clítoris que la hizo reaccionar cerrando sus nalgas para abrirlas a continuación…

—¡Ahhh qué gustito! Nunca me han hecho esto… ¡Sigue! — Murmuró.

Seguí con la lengua inserté dos dedos dentro de su intimidad, buscando y encontrando su punto G, a juzgar por sus expresiones y gemidos. Excite con rapidez su interior. El néctar de su flor se deslizaba por los muslos hasta alcanzar la sábana, marcándola con una mancha de humedad de delicioso aroma. Respondía con mucho flujo a la excitación.

Alcanzó, al menos, dos orgasmos, tras los cuales me coloqué tras ella y presioné su grieta para entrar con cierta violencia y a continuación, seguí bombeando con fuerza aumentando la velocidad…

—¡Sigue! ¡Sigue, dame más… más fuerte… más!

Mientras bañé mi pulgar en sus fluidos y acaricié su esfínter anal. No lo buscaba, solo que al bombearla relajó su asterisco y fue cediendo poco a poco hasta introducir una falange en su interior. Parecía no darse cuenta de lo que le hacía. Se relajó con las embestidas a su flor y permitió la entrada de todo el dedo. Seguía martilleándola. Recogí más flujos de sus muslos para sustituir el pulgar por el índice y el medio; despacio, sin dejar de empujar una y otra vez… Era delicioso y excitante sentir las contracciones de su rosado anito, apresando mis dedos.

—¡Por favor, con cuidado! ¡Por ahí no lo he hecho nunca!

—No te apures mi amor, si te hago daño lo dices y paro…

—¡Noo! ¡No pares, ahora noo!… ¡Sigue!

Logre meter tres dedos con saliva y nuestro lubricante natural. Ella se estremeció con un nuevo orgasmo y aproveché para sacar mi falo y apuntar a su ano.

—Voy a intentarlo mi amor, ¿sigo?

—Síi, sigue, ahora no te detengas, aunque grite y te pida que pares, tú sigue hasta el final. ¡Mi culo es tuyo, para ti, para siempre! ¡Rómpemelo! ¡¡Poséeme!!

Aquella manifestación me lleno los ojos de lágrimas, de emoción, estaba ante la mayor entrega que jamás una mujer me había hecho.

Continué con la penetración despacio para permitir que su esfínter se adaptara…

—Está todo dentro Diana. ¡Te quiero con locura, como jamás a nadie, mi amor!

—¡Sigue follándome, sigue partiéndome en dos! ¡Te quieroooo!

Y continué hasta que me desbordé en su interior, en su seno, en el culo más bonito que jamás poseí. Ella gritaba como una posesa, no sé cuándo ni cuanto se corrió. Caí derrotado sobre ella, buscando su boca, enlazándonos en un beso y dejando que mi espada, ya perdida su consistencia, abandonara la suave vaina que la había albergado.

—¡Jesús, qué vergüenza! Supongo que mi culo no estaba preparado para esto ¿no? — Su cara avergonzada me hizo reír.

El olor a sudor, a sexo y caca inundaba la habitación.

—No te apures mi vida. Es normal y no debes avergonzarte. Además, tiene fácil solución, vamos al baño, yo te lavare y te pondré una crema que tengo para casos así.

—O sea… Que has tenido muchos casos así ¿no?

—Jajaja… No mi vida, no muchos… Pero si alguno… Jajaja

En el baño no quería que la lavara. Tuve que convencerla. Al final me lo permitió. Primero una ducha y nos lavamos, después me dediqué a ella. Se había producido un pequeño desgarro que lavé para luego ponerle una crema para evitar infecciones molestas y para reducir la inflamación.

A cuatro patas en el suelo de la placa de ducha yo detrás de ella realizando las operaciones de limpieza y excitándome de nuevo con la vista de su vulva enrojecida por la “agresión” sufrida. Se giraba mirándome, riéndose, picarona.

—¡Qué buena vista tienes ¿eh?! Me has dejado el culo para el arrastre, en una semana no podré sentarme… Pero me ha gustado mucho. En cuanto pueda lo repetimos ¿vale?

—Preciosa, estarás molesta un par de días, después podrás hacer lo que quieras conmigo. Y sí, es una vista maravillosa que me tiene sojuzgado. ¿Tú has visto a los perros detrás de las perras?, pues así me tendrás detrás de tu culete para siempre. Además, huele bien… A mí me gusta…

—¡Eres un guarrete! Anda, déjalo ya y vamos a la cama, que estoy muy cansada. Esto de follar es un trabajo agotador…

Nos acostamos, ella entre mis brazos, apoyando su cabeza en mi hombro… ¡Joder qué sensación más agradable! Sentir sus cobrizos cabellos en mi cara, olerlos…

Un pequeño alboroto me llevo a pensar que las chicas nos habían estado vigilando, pero no me importaba.

Un nuevo día, un nuevo despertar con mi amada entre mis brazos. El trasteo en la cocina, las chicas eran madrugadoras, el aroma del café… Trato de sacar mi brazo de debajo de Diana sin despertarla y lo consigo. Me levanto sigilosamente, paso por el baño y bajo a ver qué están haciendo las dos princesas.