Diana Susana y su cautivador amante (parte II)

La calentura va subiendo lentamente y, después de algunos jugueteos sexuales, Diana Susana se entrega apasionadamente a Carlos para que la haga su mujercita

A pesar de que no había habido penetración en nuestra primera sesión sexual, yo estaba enganchada con Carlos. Había mucha atracción mutua, pero el lazo emocional y psicológico me tenía totalmente cautivada. Como una nena pasivita, yo lo veía como un macho activo varonil, apuesto y caballeroso, dispuesto a darme el trato lindo que yo esperaba como una señorita.

—¿Te gustó chiquita?

—Me gustó mucho (respondí coquetamente una vez que ya había terminado de vestirme)

—Me alegra que los disfrutaras preciosa. Como te decía, espero que este sea el primer capítulo de nuestros amoríos Dianita, claro si tú estás de acuerdo. No quiero que te sientes incómoda, sino libre y plena.

—Yo también lo deseo. Quiero que nos unamos íntimamente.

—Muy buen linda, entonces esperaremos que se presente una oportunidad para disfrutarlo.

En las semanas siguientes, nuestros lazos se fueron estrechando como consecuencia de nuestro primer acercamiento sexual. Seguía tomando lecciones de piano con Carlos, pero ahora conversábamos de otras cosas, nos contábamos anécdotas y convivíamos más. Era un hombre que no solamente encendía en mí las llamas de la pasión, sino que me hacía reír, pensar y sentirme especial.

Desde luego, nuestros jugueteos sexuales se hicieron cada vez más comunes. Nos saludábamos y nos despedíamos con besos en los labios y en no pocas ocasiones nuestras lenguas hacían una danza del amor. En esos momentos, el me acariciaba mi carita y mi cuello y también se ponía a jugar suavemente con mi pelo. Además, aunque en esos momentos no nos quitábamos nuestras ropas, alcanzaba a sentir su erección ya sea contra mi clítoris o sobre mis piernas.

En algunas ocasiones las cosas solían subir de tono. A pesar de que siempre he sido una niña tímida, la creciente confianza y cercanía me animaba a ser atrevida. Por ejemplo, me gustaba agarrarle o sobarle su pene por encima del pantalón. Notaba como su verga reaccionaba al estímulo de mi tacto, una clara señal de que mi macho lo disfrutaba. Por su parte, a él le gustaba espontáneamente acariciarme mis piernitas y mis pompitas.

Una tarde, me sentía yo muy caliente y le pedí que me dejara ver su pene de cerca. Aunque ya lo había visto (y probado) anteriormente, se me atojaba mucho contemplar su hermosura masculina en todo su esplendor.  El accedió a complacerme, se despojó de sus pantalones y ropa interior y me acercó su pene a unos centímetros de mi carita (él estaba parado y yo sentadita). En cuestión de segundos, su verga estaba completamente erecta.

—Tal parece que a mi pene le alegra mucho verte princesa (me dijo sonriendo).

—Yo también estoy contenta de tenerlo nuevamente para mí.

Empecé a acariciar su virilidad, pasando suavemente mis manos por el tronco, sus huevos y especialmente su hermoso glande. Después, con mis dos manitas empuñé su pene y comencé a masturbarlo suavemente. Me encantaba la sensación al tacto: a pesar de que estaba duro, se sentía a la vez terso. Las gotitas de precum que salían de su cabecita eran una invitación para acercar mi boquita. A medida que lo masturbaba con mucho cariño, mis labios se posaron sobre su glande y lo acariciaba con mi lengua. Mis lamiditas recorrían todo su glande y me daban oportunidad de saborear el delicioso y varonil néctar que brotaba a cuentagotas de su verga.

—Mamita, lo haces delicioso. Se siente riquísimo y me enloquece ver cómo te deleitas con mi pito, Sussie. Eres toda una putita golosa.

—Me encanta que te guste, disfruto ser complaciente contigo y tu pene me tiene hechizada.

—Tengo una idea cachonda, bebita ¿Te gustaría hacer algo nuevo?

—Sí. Como buena nena sumisa, estoy dispuesta a probar nuevas sensaciones contigo.

—Muy bien Dianita. Quiero que te retires el short y tu ropita interior para que te puedas masturbar mientras sigues jugando con mi pene con una de tus manitas y tu boquita. Verás que resulta algo muy erótico para ambos.

Obedientemente, seguí sus indicaciones. Me quité mis prendas (mi short que usaba para jugar tenis y un boxer) de manera coqueta y sensual, procurando proyectar mi energía femenina. Mi clítoris estaba muy erguido y babeante de tanta excitación, aunque no se comparaba con el majestuoso pene de ese hombre. Cuando retomé la tarea de seguir mimando su pene al mismo tiempo que me tocaba sentí que me embriagaba el placer. Tenía muchas ganas de ponerme a gemir de lo rico que se sentía todo ese torbellino de sensaciones eléctricas que recorrían mi cuerpo entero, pero mi boquita estaba ocupada.

Tras unos minutos, Carlos me avisó que se iba a venir. Naturalmente yo pensé que le apetecería depositar su lechita masculina en mi boca, por lo que me estaba preparando mentalmente para saborear el néctar de ese lindo biberón masculino. Sin embargo, de un momento a otro se apartó, retirando su pene. Yo estaba atónita al ver que me estaban quitando mi golosina.

—¿Qué pasó? ¿Acaso no quieres que…?

—No seas impaciente bebita. Recuerda que hoy estamos probando algo nuevo.

Ese comentario me tranquilizó, pero no sabía exactamente a qué se refería. Obviamente, Carlos quería sorprenderme y claro que yo estaba a la expectativa de ver lo que vendría a continuación. Ni siquiera me imaginaba lo que tenía en mente, pero estaba segura de que sería algo cachondo. Yo me seguía tocando mi clítoris.

En eso, él tomó su pene con una de sus manos y lo apuntó nuevamente hacia mí (cuando está parado, normalmente apunta hacia arriba y no hacia en frente). No obstante, esta vez no se aproximaba a mi carita, sino a mi entrepierna. Con la mano que le quedaba libre, retiró mi manita de mi clitty y me colocó encima su pene. Su glande comenzó a recorrer mi zona púbica, mis ovarios y mi clítoris. Empecé a respirar muy rápido de la excitación y me di cuenta que ya estaba gimiendo cachondamente. Él mi miró a los ojos con una sonrisa dulce, pero fogosa. Sentía que me invadía una sensación de placer indescriptible. Nunca había sentido algo así.

—En esta ocasión, quiero derramar mi semen de hombre sobre tu clítoris de nena.

—Ayyyyyyy, Hmmmmm

—Déjate llevar y disfrútalo mamita.

Estaba tan extasiada que no atinaba a decir palabra. Carlos frotaba su pene con mi clitty. Ver y sentir el contraste entre ambos era muy cachondo. La comparación dejaba muy en claro que su falo era dominante, lo que realzaba mi condición  de chica sumisa y pasivita. Después de un par de minutos, empezó a masturbarse por encime de mi penecito. Aunque el contacto ya no era tan directo, el roce se sentía divino.

Mi amante se estuvo sobando su pene en esa posición por un par de minutos más o menos. Yo estaba contemplando semejante espectáculo que me tenía muy caliente. Entonces empezó a jadear y en ese instante supe mi hombre estaba por venirse. Erecto al máximo, su pene se estremecía al mismo tiempo que liberaba su espeso licor varonil. La escena era increíblemente caliente. Mi macho estaba regando su semen sobre mi clítoris y mis ovarios. Presa de un inmenso placer sexual y psicológico, yo emitía quejiditos de placer.

—Ayyy ¡Qué delicia papacito! Hmmmmm, me fascina eso que acabas de hacer.

—Me complace que te guste nena, pero todavía no terminamos este round corazón...

Yo estaba anonadada. Pensé que ese era el final y no sabía que esperar ahora. Este hombre seguramente quería matarme con tanto placer. Antes de que mi mente siquiera pudiera imaginar lo que vendría, Carlos comenzó a embarrar su lechita alrededor de mi clitty. Su semen era espeso y se sentía calientito, lo cual me daba sensaciones eléctricas. Lo envolvió suavemente en una de sus manos y empezó a masturbarme. El morbo y el éxtasis eran demasiados ahora.

—Aaaahhh, aaaaah, aaaaaah. ¡Qué rico!

—Goza lindura, disfrútalo

—Papi…

—Vente corazón, quiero obsequiarle a mi ninfa un sabroso orgasmo.

—Amor, me vas a hacer estallar-

—Es lo que deseo cariño, ahora le toca a tu pítoris de nena liberar su licor femenino.

No pude aguantar más. La estimulación era irresistible y finalmente mi clítoris derramó mi lechita de hembra, mezclándose con el semen de mi hombre en su mano y en toda mi zona púbica. A medida que brotaba el líquido de mi orgasmo de sissy, Carlos lo esparcía en mi penecito, mis ovarios e incluso hasta mi ombligo (se me hacía algo que era muy lujurioso, pero también tierno a la vez). Alcancé a notar que mi descarga era menos abundante y espesa que de la de él. Quedé rendida después de esta oleada de placer.

Otra cosa que hacíamos frecuentemente Carlos y yo para estimular el deseo era intercambiar mensajes. Gracias a que habíamos intercambiado nuestros números de móvil, podíamos estar en contacto no únicamente cuando nos veíamos en las tardes, sino en otros momentos del día también. El me mandaba mensajes dulces (como, por ejemplo “hola mi niña, que tengas bonito día, esperaré con ansias a verte esta tarde”), pero también sexuales. Como sabía que me gustaba escuchar sus palabras candentes, me enviaba también mensajes de voz eróticos que yo escuchaba sonriente con mis audífonos mientras andaba por la calle o me disponía a dormir.

Estos juegos de “sexting” también nos ponían muy calientes a ambos. Una noche me sentí yo muy cachonda y me animé a pedirle un video sexual. Media hora más tarde, me compartió un breve video tomado con su teléfono en el que se masturbaba sensualmente mientras decía “mira como se pone mi verga de pensar en lo mucho que te deseo lindura”. En las noches, me gustaba tocarme al releer todas las cosas cachondas que me mandaba.

Un día, me animé a mandarle algo a pesar de que normalmente siempre he sido una chica más bien tímida, pero el trato y la actitud de mi amante despertaban mis impulsos más atrevidos. Después de bañarme y estando todavía desnudita me puse a jugar con mis pezones. Decidí videograbarme para compartir el momento con Carlos. En el video de un minuto, se podía ver cómo ensalivaba mis deditos para acariciar mis areolas y pellizcar suavemente mis pezoncitos, de tal forma que se mostrara cómo se endurecían con la excitación. En la intimidad, mis pezones son una de las partes más erógenas de mi cuerpecito y me enloquece cuando reciben estimulación sexual. Además, los novios y amantes que he tenido hasta el momento siempre me los han chuleado mucho.

Al cabo de unos meses de estos jugueteos, la oportunidad que habíamos estado esperando se presentó. Mi mamá tendría que salir de viaje un par de semanas a una ciudad lejana para un proyecto de su trabajo. Eso significaba que Carlos y yo tendríamos un fin de semana para por fin unirnos en la intimidad por primera vez. Yo no cabía de gozo y, con mucho entusiasmo, le comuniqué a mi amante las buenas noticias.

—Es la oportunidad perfecta nena.

—Siiiiiiiii (dije toda ilusionada)

—Tenemos que organizar nuestros planes para que sea una ocasión inolvidable.

—¿Qué tienes en mente papi?

—Creo que sería maravilloso tener una noche romántica el viernes y pasar el sábado como pareja ¿Qué te parece princesa?

—De acuerdo, suena sensacional. Sería la primera vez que tengamos sexo, pero también de dormir juntos.

—Sí, y también eso nos da tiempo para preparar una cita memorable.

—Te escucho…

—Yo me encargaré de algunas cosas, pero te dejaré algo de dinero porque quiero te compres la ropita y accesorios que gustes usar para la ocasión bebita. Si quieres, también puedes tomar prendas de entre las cosas de mi hija. Ella es más alta y llenita que tú, así es que seguramente varios artículos de su vestuario te quedan. Tómalas con confianza cariño.

—Gracias guapo, verás que no te decepcionaré.

Yo estaba muy nerviosa porque las expectativas de los dos eran altas, pero mi calentura era más fuerte. Cuando mi mamá salió de viaje, era tiempo de comenzar los preparativos. A pesar de que me daba mucha pena, me armé de valor para ir al centro comercial. Además de alistarme para la primera sesión de sexo con Carlos, era un paso importante para avanzar en el proceso de feminización con decisión y firmeza.

Quería algo que realzara mi feminidad juvenil, pero sin caer en la exageración. Después de todo, anhelaba profundamente ser vista y tratada como toda una señorita, mujercita y damita plena, no como una sexoservidora callejera.  Me costó mucho trabajo ir a las tiendas de artículos femeninos, pero tenía que ser valiente para reafirmar mi identidad como una chica trans. Las dependientes que me atendieron fueron amables y respetuosas e incluso se abstuvieron de hacerme preguntas incómodas, aunque supongo que mis ademanes femeninos y mi apariencia frágil me delataban.

En la semana, conseguí un labial de color durazno, un baby doll blanco semi transparente, una loción muy femenina (con notas dulces y florales) y unas divinas sandalias de plataforma (negras, con suelas de corcho y de unos 15 cm de altura) que me permitirían lucir mis piecitos. De prenda principal, había elegido un vestido de su hija. Era de estilo veraniego y de color azul cielo, sin mangas y que me llegada a la altura de la rodilla. Cuando me lo probé en mi casa frente al espejo, se me veía precioso. El vestido me daba oportunidad de lucir mis piernas, mis hombros y su escote discreto en forma de “V” le daba un toque casual y coqueto.

Cuando llegó el viernes, yo era un manojo de nervios, pero Diana Susana estaba dispuesta a seguir adelante en su desarrollo como mujer. Carlos y yo habíamos acordado vernos a las 8 PM, así es que tendría tiempo suficiente para alistarme. Después de regresar de jugar tenis y de comer algo (necesitaría mucha energía para la noche), comencé a prepararme. Me retiré el poco vello corporal que tenía, hice mi ritual de higiene íntima con mi pera para edemas (para una chica trans, es fundamental estar limpiecita por dentro para disfrutar plenamente sus relaciones sexuales) y tomé un baño relajante en la tina.

Me pinté con paciencia las uñas de los pies y tomé una siesta. Al despertar, empaqué mis cosas de nena en una mochila y, llegada la hora, me dirigí a casa de Carlos. Vivíamos en el mismo vecindario, así es que me fui caminando. En el trayecto, mis pensamientos se enfocaban a mi pasado, mi presente y mi futuro. Sabía que este día era crucial para mi desenvolvimiento como hembrita. Iba a ser poseída no por un chico inexperto, sino por un hombre en toda la extensión de la palabra.

Al tocar el timbre, Carlos me abrió rápidamente. Me dio la bienvenida y, tan pronto como se cerró la puerta, nos dimos un beso muy apasionado. Básicamente, su lengua estaba penetrando mi boquita, un sabroso adelanto de lo que vendría después.

—Hola preciosa, hoy más que nunca te he estado esperando con ansías. Ponte cómoda nena.

—Gracias papi, prometo no tardarme.

Me tomó de la mano y me condujo a la habitación que era de su hija. Me retiré toda mi ropa de niño y comencé a arreglarme. Me puse el vestido sin ropa interior por debajo porque quería sorprender a mi hombre al demostrarle que estaba dispuesta a ser atrevida con él. Me coloqué labial y la fragancia. Finalmente, me calcé las sandalias de plataforma. Dado que ya antes había usado zapatos de mi prima, tenía ya experiencia y no me costaba trabajo caminar con ellas. Incluso creo que hasta me ayudaban a contonearme de forma sexy. Cuando terminé, me miré en el espejo y vi la imagen de una chica tierna, pero también sensual. Me sentía satisfecha con una presentación que acentuaba mi condición femenina.

Al salir, Carlos me alcanzó a oír el ruido de la puerta y a la distancia me dijo que si ya estaba lista, me dirigiera a su habitación, en donde él me estaba esperando. Caminé hacia allá lentamente, procurando que el sonido de mis pisadas con las sandalias altas se escuchara lo más fuerte posible (como mujer, estoy consciente que los zapatos que una se pone pueden ser un accesorio muy sexy si se saben utilizar bien). Al llegar, me encontré una sorpresa. Su cuarto estaba iluminado con un hermoso candelabro de velas, el ambiente estaba perfumado con una fragancia que olía como miel, su cama (de tamaño matrimonial) estaba tapizada con pétalos de rosas y había un par de copas con vino rosado. Sin duda mi hombre era un experto en hacer sentir especiales a sus parejas.

—Toma tu copa y disfruta el escenario en el que nos uniremos corazón.

—Todo esto es maravilloso. Creo que todas las chicas soñamos con un momento así.

Tomé mi copa y él la suya. Nos mirábamos fijamente a los ojos y nos sonreíamos. Brindamos por nuestro amorío y lo afortunados que habíamos sido al estar juntos en ese instante y de cómo habíamos logrado primero romper el hielo y luego seguir nutriendo una relación íntima. No había títulos formales de por medio, pero ambos nos sentíamos contentos y eso es lo que importaba. Lo que más queríamos en ese momento era disfrutar apasionadamente la compañía mutua al margen del resto del mundo.

Casi no bebo alcohol, pero ya iba yo en mi tercera copa de esa noche. A pesar de que me sentía en confianza, quería desprenderme de toda inhibición y dejarme llevar. Justamente en ese momento, Carlos se posicionó detrás de mi (yo estaba de pie) y me tomó por las caderas al mismo tiempo que comenzó a besarme el cuello y los hombros. Una sensación eléctrica recorrió mi cuerpo entero y mi reacción instintiva fue emitir un suspiro de placer mientras colocaba mi copa sobre un mueble.

—¿Estás lista chiquita?

—Sí, nunca me he sentido más lista.

Asumiendo el papel que le correspondía como macho dominante en la relación, mi amante empezó a desvestirme. Yo alcé mis brazos para facilitarle la labor. El vestido se deslizó sin problema y en cuestión de instantes, se encontraba en el suelo. Carlos estaba sorprendido de que había decidido no usar ropa interior por debajo, por lo que estaba prácticamente encueradita. Fascinado, caminó lentamente alrededor de mi hasta posarse en frente.

—¿Te gusta lo que ves?

—Me encanta tu silueta, la feminidad de tus formas y el color de tu piel Dianita.

—Quiero que sepas que no me puse nada abajo del vestido como señal de mi voluntad por entregarme. Disfruto mucho que tomes las riendas, pero deseo que se mire también mi disposición para llevar las cosas al siguiente nivel.

—Princesa, a ningún hombre le desagrada que su mujer tome una actitud atrevida y use la coquetería de sus encantos femeninos para seducir.

Me acariciaba suavemente todo mi cuerpo. Sus manos recorrían mi carita, mi pelo, mi cuello, mis hombros, mi vientre, mis caderas, mis pompitas, mis piernas, mis ovarios y mi clítoris. En aquel momento, yo estaba super prendida y era imposible ocultar mi excitación. De repente, su boca también comenzó a explorar mi cuerpo. Me besó mis manos, me pasó su lengua por mi ombligo y luego sus labios se posaron sobre mis pezones, que ya estaban más que erguidos. Me lamía las areolas y mi chupaba mis pezoncitos, para soplarles encima aire calientito después de dejarlos ensalivados. Yo sentía tanto placer que pensé que me desmayaría: salvo por mis sandalias de tacón, yo estaba completamente desnuda y estaba amamantando a mi hombre.

—Súbete a la cama mi vida. Ya llegado la hora de hacerte mía.

—Sí papi, yo también quiero que ya me poseas.

—Déjate los zapatos nena, no te los vayas a quitar. Se te ven preciosos. Ah y colócate en posición de perrita. Enseguida estaré contigo princesa.

Caminé lentamente, tratando de contonearme para lucir mis nalguitas ante mi macho. Me acomodé como dijo Carlos. Era más que claro que en esa pose, el tendría el control total. Me estaba dominando como un experto, pero a mi me encantaba la idea de que me montaría como un semental a su yegüita. Abrí mis piernitas y subí mis pompitas lo más posible para ofrecerle a mi hombre mi intimidad.

—Antes de comenzar, te voy a lubricar para que te resbale rico mi verga por tu colita Sussie.

Mi amante se colocó atrás de mí. Me empezó a sobar mis nalguitas y de un momento a otro, me introdujo en mi anito uno de sus dedos repleto con gel lubricante especial. Lo movía como tratando de acariciarme por dentro. Con su otra mano, sobaba mi penecito y mis ovarios. O sea, al mismo tiempo me estaba estimulando mi clítoris y mi cavidad receptiva. Se sentía delicioso, yo me estaba derritiendo de placer. Solamente atinaba a hacer gemiditos y a mover sensualmente mis caderas.

—Hmmm, se nota que tu hoyito está estrecho mamacita.

—La erección de tu pítoris me dice que lo estás disfrutando linda.

—Creo que ya estás lubricada nena.

Carlos se retiró para desvestirse. Él lo hacía despacio, como para alargar mi expectativa y llevar mi deseo al máximo. Yo ya estaba ansiosa de tenerlo en mi interior. Cuando lo sentí aproximarse, instintivamente abrí mis pompitas. El me tomó con sus manos de la cintura y colocó su glande en la entrada de mi colita, momento en el que emití un leve suspiro. Lentamente comenzó a hacer presión y la cabecita de su pene se abría paso en mis entrañas gracias a la lubricación, pero también gracias a que trataba de relajarme lo más posible para facilitar la entrada de esa majestuosa verga ¡Qué rico se estaba deslizando!

Mi hombre seguía empujando y mi cuevita se amoldaba poco a poco a la forma y el tamaño de su pito. En un instante, sentí que sus vellos púbicos me estaban haciendo cosquillitas en los bordes de mi anito, señal de que ya tenía su pene completamente ensartado en mis entrañas. Sin moevrse todavía, me dejó su verga hasta el fondo durante uno o dos minutos, como para marcar el momento.

—A partir de este momento eres mi mujercita Diana Susana. Finalmente te estás devorando mi pene con tu colita.

Entonces, Carlos comenzó a cogerme. Sus embestidas eran lentas, pero profundas. Cuando su pene entraba, yo me esforzaba por relajarme para darle la bienvenida, pero cuando llegaba al fondo de mi intimidad, trataba de apretar mi colita para darle el mayor placer posible. Sentía como toda la extensión de su virilidad (sobretodo su glande cabezón) me frotaba por dentro. Yo serpenteaba mis caderas como bailando del gusto de estar siendo penetrada.

Además, Carlos me manoseaba todo el cuerpo. Me agarraba de mi cintura, mi vientre, mis piernas, mis hombros, mi espalda… Pero lo que más me prendía era cuando colocaba mis manos sobre mi pecho y me jalaba suavemente mis pezoncitos. También me daba leves nalgaditas. Me calentaba mucho con sus palabras:

—Estás deliciosa mi morenita hermosa.

—Me aprietas muy sabroso mami, no quiero salirme de tu panocha.

—Te mueves muy rico princesa.

—Disfruta todo mi pene en tu interior mi niña, saborea cada centímetro de verga que te comes.

—Se siente muy rico el calorsito de tu intimidad alrededor de mi pito.

—¿Quién diría que una damita tan tierna resultaría toda una putita en la cama?

Yo estaba como poseída por una pasión embriagante y no podía hilar muchas palabras, pero mis gemidos demostraban mi placer: “aaaaah”, “hmmmmmm”, “siiiiiiiii”, “cogemeeeee”, “hazme tuyaaaaa”, “que ricooooooo”, “ayyyyyyyyy”. Me sentía como toda una hembra en celo.

—Ya no falta mucho para venirme Sussie preciosa. Vamos a cambiar de posición porque quiero que nos veamos a los ojos al momento de llegar al clímax mi niña. Voltéate y coloca tus piernitas sobre mis hombros corazón.

Al instante de retirarme su pene, sentí un vacío en mi interior, pero como nena obediente me acomodé boca arriba, extendí mis piernas y cuando se acercó nuevamente, las puse como él me ordenó. Era una imagen muy linda observar el torso y el rostro de mi hombre enmarcados por mis piernitas. Mis sandalias y las uñas pintadas de mis piecitos acentuaban el erotismo del momento. Además, en esa posición se podía observar mejor el contraste entre nuestros tonos de piel.

Dado que mi colita ya se había acostumbrado al grosor y al tamaño de su masculinidad, en esta ocasión me penetró hasta el fondo de una sola embestida. Su pene recorría mi intimidad con facilidad y, como una hembrita complaciente, hacía contracciones para apretárselo y que sintiera rico. Me encantaba la idea de vernos mutuamente mientras hacíamos el amor. Él me devoraba con la mirada y yo le mandaba besitos coquetos cuando nuestros ojos se encontraban. Ver la acción era tan estimulante como sentirla en mi interior. Desde luego, mi penecito estaba muy erecto de tanta excitación.

—Dianita ¿Quieres que te masturbe mientras te cojo?

—Sí se me antoja, pero me da pena…

—No seas tímida nena, no te voy a juzgar. Verte me da placer y además es como cuando a las chicas biológicas les acarician el clítoris mientras las están penetrando.

—De acuerdo papi, pero no me hagas venir muy rápido. Quisiera que los dos lleguemos al mismo tiempo

—Es justamente lo que yo quiero en esta primera vez que hacemos el amor.

Carlos tomó mi clítoris y me lo acariciaba deliciosamente al compás de sus estocadas. También me sobaba mis ovarios. Siempre me han gustado los hombres dominantes, pero me encantaba su esmero por mimarme y consentirme como a una princesa. Eso me enloquecía y me ayudaba a expresar mi energía sexual femenina en toda su plenitud. Para subir todavía más la calentura de nuestra sesión de sexo y aprovechando esta posición, por iniciativa propia comencé a jugar con mis pezones. Mi deseo era estimularlo y también llevar mi propio placer al máximo. Estaba recibiendo un enorme placer en mis tres zonas erógenas principales de mi cuerpecito al mismo tiempo: mi colita, mi clitty y mis pezoncitos. Sentía que mi orgasmo se acercaba…

—Dianita, me tienes a punto de venirme y tengo muchas ganas de depositar mi semilla en tu interior ¿Quieres bebita?

—Sí papito, derrama tu lechita en mi intimidad.

—Siento que tu panochita me va a sacar todo mi semen ricura.

—Embarázame chiquito, por favor. Quiero tu néctar en mi vientre.

—Claro preciosa, una hembra en celo como tú merece ser preñada.

En ese momento, me clavó su pene hasta el fondo de mis entrañas. Instintivamente, use mis piernitas para rodearlo por la espalda y empujarlo hacia mí, como tratando de aprisionar su pene en lo más hondo de mi ser. Su respiración se aceleró, su cuerpo se tensó y un instante más tarde sentí las contracciones de su pito al fecundarme. Aunque no podía ver, sentía que su eyaculación estaba siendo abundante. En mi intimidad alcanzaba a sentir sus lechazos uno tras otro. Su semen se sentía calientito y espeso. Presa de la enorme calentura del momento, yo también llegué al orgasmo. Mi clitty expulsó sus gotitas de amor, mismas que cayeron como perlas blanquecinas sobre mi abdomen. Yo gritaba, gemía y me retorcía como toda una putita.

Cuando pasó nuestro orgasmo casi simultáneo, ambos nos sonreíamos. Carlos retiró su pene y alcancé a sentir que su corrida había sido tan abundante que su néctar escurría de las comisuras de mi anito. Como mujercita, yo me sentí super contenta de haber deslechado a mi hombre con mis encantos amatorios y él se sentía dichoso de haberme poseído por primera vez de una manera tan rica. Me sentía mareada y mis piernitas temblaban.

—Estuviste sensacional mi reina, eres una ricura de hembra.

—Gracias lindo, tú también me hiciste gozar mucho.

—Eres toda una golosina Sussie, espero que esta faena te haya gustado tanto como a mí.

—Y yo espero que este sea sólo el primero de nuestros encuentros. Quiero que sigamos cogiendo.

—Claro princesa, encantado de darte pene y lechita cada vez que me lo pidas.

Carlos fue por unas toallitas húmedas para limpiarnos. No fue sino hasta ese momento que me despojé de mis sandalias sexys. Nos pusimos a conversar un rato de varias cosas como si fuéramos una parejita y, estando desnudos, nos acomodamos para dormir es posición de “cucharita”. Se sentía muy rico estar acurrucada con mi hombre. Aunque ahora estaba flácido, sentía el contacto de su pene sobre mis pompitas y una de sus manos se posó encima de mi abdomen a la altura de mi ombligo.

Me sentía en el paraíso. Había sido penetrada y cogida gloriosamente por un hombre sensual, refinado, varonil y complaciente. Seguramente sería la envidia de muchas. Estaba satisfecha de haberme entregado de una manera tierna, pero pasional. Me sentía protegida, mimada, consentida y dominada. Pensando en lo rico que había sido recibir en lo más íntimo de mi ser la virilidad y la semilla de mi hombre, esbocé una sonrisa de felicidad antes de caer dormida.

—Buenas noches princesa.

—Buenas noches papi, gracias por hacerme sentir tan dichosa a tu lado.

Continuará…