Diana Susana y su cautivador amante (parte I)

Diana Susana es seducida por un encantador amante que la invita a explorar el placer que encierra la naturaleza femenina de su sexualidad.

Mi nombre es Diana Susana y soy una chica trans. En este relato estaré compartiendo una vivencia que fue determinante en la profundización de mi identidad como mujercita en toda la extensión de la palabra. Fue uno de los pasos que condujo a mi posterior transición y realización plena como un ser femenino.

A pesar de que nací como niño, mi mentalidad y mis actitudes siempre tuvieron una clara orientación hacia lo femenino. En la infancia, era yo un ser tierno y cariñoso (nunca me gustaron los juegos rudos). Mis ademanes también eran delicados. Además, mi apariencia también era andrógina debido a que siempre me dejé el pelo largo y a que mi piel era suave. Desde esa edad, me gustaba vestir con colores lindos. Los niños casi no se juntaban conmigo. Mi convivencia era casi con puras niñas y disfrutaba de jugar a “la casita” con mis amigas. En ese juego, me encantaba asumir una identidad femenina. En una ocasión, una niña me puso una de sus diademas en mi pelo (yo me sentía divina) y probablemente ese fue mi primer paso hacia la feminización.

En la pubertad, me di cuenta de que definitivamente me sentía atraída sexualmente por los hombres. Al alcanzar la adolescencia, me gustaba ver escenas sexuales, pero me identificaba con las mujeres. Como toda una señorita, anhelaba ser tomada y desflorada por un hombre viril. Mi deseo se cumplió cuando un primo con el que convivía bastante en mis ratos libres fue mi primera pareja sexual. Naturalmente, asumí el rol pasivo. Todo empezó con juegos y coqueteos que fueron escalando hasta que me hizo suya. Ambos éramos inexpertos, pero disfrutamos plenamente de nuestra sexualidad. De hecho, nos hicimos novios en secreto y en la intimidad asumí el nombre de “Diana Susana”. Nunca nadie lo supo, supongo que todo mundo pensaba que simplemente nos llevábamos bien.

Aunque contaré esa experiencia con mayor detalle en otro relato, solamente quiero señalar que ello consolidó mi sexualidad femenina. Nos poníamos a coger cuando sus padres y su hermana no estaban en casa. También me empecé a vestir con las prendas de su hermana (para aquel entonces, ella estudiaba una carrera universitaria en otra ciudad, pero tenía mucha ropa en casa de sus papás). Me encantaba ser penetrada y chupar su pene, además de masturbarlo. Él era muy amoroso conmigo y yo me sentía encantada de ser su mujer. Nuestra relación duró aproximadamente un año y nos tuvimos que separar cuando el se fue a cursar la universidad en la misma ciudad en la que estudiaba su hermana. Lloré mucho esa pérdida, pero la influencia que tuvo ese episodio en mi vida fue decisiva: ahora estaba más que claro que yo era una hembrita hecha y derecha.

Cuando cumplí 18 años, intenté ingresar a una prestigiosa universidad de mi ciudad, pero lamentablemente no me aceptaron, puesto que es un proceso muy competido y hay mucha demanda. Tendría que esperar un año para intentarlo nuevamente. En ese tiempo, para no estar en la ociosidad, mi mamá me aconsejó inscribirme en algunas actividades. En la mañana tomaba clases de idiomas y a mediodía me iba a jugar tenis.

Sin embargo, en las tardes que regresaba a casa no tenía mucho que hacer. Cabe señalar que, en aquel entonces, dado que mis padres se habían divorciado cuando yo era muy pequeña, vivíamos juntos mi mamá y yo, pero a ella la absorbía mucho su trabajo. Nunca regresaba antes de las 9 PM y salía de viaje por varios días constantemente. Como consecuencia de eso, pasaba la mayor parte del tiempo sola en casa.

En una ocasión, en una plática casual un amigo de la familia que vivía cerca le ofreció a mi mamá que me podía dar lecciones de piano de forma gratuita en las tardes, después de que él regresara de trabajar. Además, él empezaba a trabajar desde temprano, por lo que normalmente estaba de vuelta en casa alrededor de las 4 PM. Su nombre era Carlos, tenía 40 años y era un hombre atractivo, de piel blanca, ojos color miel y voz muy varonil. No solamente era bien parecido y de una constitución atlética, sino que también era un señor sumamente culto, refinado y de buen gusto. No obstante, yo nunca me había fijado en él de una manera sexual, pero definitivamente era un hombre con el que a la mayoría de las mujeres les gustaría involucrarse sentimentalmente. Por su parte, él vivía solo ya que se había divorciado y su única hija ya se había casado al salir embarazada.

Mi mamá aceptó gustosa la oferta y ni siquiera me consultó. Al principio no estaba yo muy contenta con esa imposición, pero no me desagradó del todo la idea. Después de todo, Carlos siempre había sido amistoso y respetuoso con mi familia. Cuando nos encontrábamos en la calle o en un centro comercial que está cerca de nuestro vecindario, me saludaba muy educada y amablemente, a pesar de que muchas personas no me veían con mucho agrado porque supongo alcanzaban a adivinar mis preferencias e inclinaciones (o al menos lo sospechaban).

La primera semana que estuve yendo todo fue muy normal. Carlos era muy paciente y amigable conmigo. Además, tenía un gran sentido del humor y conversar con él era muy interesante. No obstante, noté que me trataba con mucha caballerosidad, como si fuese yo una señorita y no un chico. Incluso me arrimaba la silla y tenía muchos detalles conmigo. En una ocasión le comenté que me gustaban mucho los “danoninos” de fresa. Al día siguiente, me ofreció uno. Yo me sentí halagada. Incluso aunque mi primo era cariñoso conmigo, nunca me habían mimado de esta forma tan linda.

En una ocasión, justo cuando estábamos a punto de despedirnos, Carlos me preguntó si al día siguiente estaría yo dispuesta a quedarme un poco más tarde para ayudarle en un “proyecto artístico” que tenía pensado llevar a cabo. Francamente, en ese momento no pensé mucho al respecto y acepté gustosamente. Después de todo ¿Cómo rechazar a alguien que estaba siendo tan cortés y galante conmigo?

Al día siguiente, acudí a la lección de piano y, una vez que terminó, Carlos me invitó a pasar a su estudio para explicarme en qué consistía el dichoso “proyecto artístico”. Su estudio era un espacio muy bello. Tenía libreros y pinturas por todas partes. Ya estando ahí, me dijo: “¿Sabes? no te quiero incomodar, pero sé lo que otras personas piensan de ti. No te asustes, no es algo que me escandalice. De hecho, he estado observando los rasgos de tu personalidad y me parece que son encantadores. También he notado cómo miras con anhelo las prendas femeninas y los zapatos de mujer en los aparadores del centro comercial. Además, físicamente me parece que eres un chico muy lindo así es que quiero proponerte que hagas un desnudo artístico para que yo pueda dibujar tu cuerpecito y capturar su delicada hermosura natural en una pose bella y sensual. Independientemente de que aceptes o no, te garantizo la mayor discreción”.

Yo no sabía qué decir. Por un momento dudé, pero sus palabras eran hipnóticas, intrigantes y cautivadoras. Prácticamente me estaba diciendo que conocía mi secreto, pero lejos de provocarle rechazo, me consideraba atractiva. Carlos sonaba como un seductor nato. Me sentía entre halagada y prendida, aunque algo nerviosa. Al cabo de unos segundos, le respondí que me encantaría ser su modelo.

Acto seguido, él me preguntó si me gustaría usar un accesorio. Yo no sabía exactamente a qué se refería, pero me mostró una caja que contenía varios artículos. Todos ellos eran femeninos y muy lindos. El me comentó que eran cosas de su hija. Después de observar algunos de ellos por un par de minutos, seleccioné una tiara como de princesa. Carlos me dijo que había sido usada por su hija durante su fiesta de quinceaños. Y agregó “estoy seguro que a ti también se te va a ver divina”. Para ese momento, ya ambos habíamos afirmado mi naturaleza femenina. Carlos era experto en tomar las riendas a la hora de conducir la situación.

Él me dijo: “si gustas, puedo salir un momento y regresar una vez que te hayas quitado tu ropita”. Armada de valor, yo le contesté que no me incomodaba su presencia. El asintió con una sonrisa. Una a una, me fui despojando de mis prendas de niño hasta quedar finalmente encueradita.

[En este punto, hago un paréntesis para describirme: aunque en aquel entonces no había comenzado mi transición, ya tenía rasgos femeninos acentuados. Dado que era delgadita, tenía una cintura fina y gracias al ejercicio que hacía me había puesto pompudita y piernudita. Mi pelo negro azabache llegaba un poco más debajo de mis hombros. Mi cuerpo era lampiño y me rasuraba el poco vello que me salía para sentirme tersa, dejando solamente un poco alrededor de mi zona púbica. Mi piel es morenita clara, por lo que mis pezoncitos y mis areolas son oscuros, además de que siempre se me han puesto respingados con la excitación. Aunque mi penecito es pequeño, siempre se ha erectado con facilidad. Mis pies y mis manos son pequeños y delicados]

Era una escena muy morbosa. La mirada de Carlos me devoraba con lujuria y eso me calentaba más y más. Cuando ya estaba desnudita, me puse la tiara sobre mi cabeza de una forma muy delicada, como una señorita orgullosa de lucir y presumir su feminidad.

—Eres una princesa muy bella

—¿De verdad lo crees?

—Claro, las nenas con pene como tú son ninfas hermosas. Lo que pasa es que su belleza solamente puede deleitar a los gustos más refinados. Dime pequeña ¿Tienes algún nombre de niña?

—Me llamo Diana Susana

—Muy bien Sussie, está tarde tú serás mi musa. Vamos a hacer una sencilla, pero bonita y sensual adaptación de un clásico: “el nacimiento de Venus”.

Yo asentí con una gran sonrisa. Estaba nerviosa, pero el morbo sobrecogedor del momento me tenía extasiada. Carlos me mostró la pintura original para que imitara esa pose en la medida de lo posible y me dictaba sus indicaciones desde cierta distancia:

—Trata de replicar esta pose lindura.

—Junta tus piernitas de esa forma.

—Deja que tu pelo caiga libremente.

—Coloca tu manita derecha sobre tu pecho y tócate suavemente tu pezón izquierdo. Ensaliva tus deditos y acarícialo. La idea es que se endurezca para que luzca en todo se esplendor.

—Lleva tu manita izquierda a tu zona púbica y cubre tu penecito hacia arriba con tu palma. Eso le dará mayor erotismo a la escena.

—¡Excelente nena! Ahora que ya estás en esa pose, puedo comenzar a dibujarte.

Como niña obediente y sumisa, yo estaba cumpliendo al pie de la letra sus indicaciones. Me sentía entusiasmada de estar en esa situación. Por otro lado, sumados a la atmósfera de lujuria que había en el ambiente, la estimulación de mis pezones y el tacto de mi mano sobre mi penecito me estaban excitando sexualmente. Mis pezones y mi pene estaban ya muy erectos y el placer que estaba sintiendo me llevó a hacer leves ruiditos como de gatita en celo. Mi lengua jugaba coquetamente con mis labios.

Carlos ya llevaba algunos minutos dibujándome. No obstante, se detuvo un instante para decirme.

—Sussie, las señales de tu cuerpecito me dicen que lo estás disfrutando. Tu clítoris y tus pezones lo delatan.

—Perdón, pero es que el momento se me hace muy bonito y sensual.

—No te preocupes chiquita. Por el contrario, tu excitación realza tu belleza y es todo un deleite cuando el arte nos hace gozar de los placeres de la sensualidad. Procura no moverte demasiado para que pueda terminar, pero de hecho quiero que te empieces a sobar tu penecito delicadamente con tu manita. Saboréalo corazón.

Yo obedecí puntualmente. Por mi mente pasaban muchas sensaciones, pero me embriagaba la pasión y ya no había ninguna inhibición. Aunque mi primo y yo nos habíamos masturbado, mutuamente, esto era nuevo para mí. Estaba disfrutando libremente de mi sexualidad en compañía de un hombre que hacía sentir como una princesa. Nuestra conversación fue subiendo de tono.

—Dime cariño ¿Desde cuando eres una damita?

—Siempre he estado consciente de mi identidad femenina.

—Tienes unos piecitos muy delicados hermosa

—Jiji, gracias

—Y ¿Eres virgen Dianita?

—No…

—¿Entonces ya has tenido sexo linda?

—Sí, perdí mi virginidad con el chico que era mi novio (no mencioné que también era mi primo)

—Apuesto a que eres una delicia en la cama Sussie

—Como buena mujercita, trato de ser complaciente

—¡Qué delicia! Tu penecito está erecto y babeante y tus pezoncitos están duros. No te detengas hasta que termines.

—Ahhh, ahhhh, ahhhh

—Gimes muy rico nena, de una forma delicada pero muy cachonda

—Ahhh, ahhhh, ahhhh

—Se nota que eres una princesa muy putita ¿Verdad?

—Siiiii papiiiiii

—Además, eres una niña muy nalgoncita. Estoy seguro que tu cuevita es deliciosa

—Hmmmm, es estrecha, calientita y apretadita

—Dime mi reina ¿Te gustaría ser mi amante? Me encantaría hacerte mía

—Siiiii, ahhhhh… Me encantaría entregarme a un hombre como tú papacito

—¡Qué encanto de nena! Me prende mucho tu feminidad

—¿Te gustaría hacerme tuya en este momento?

De pronto, se detuvo abruptamente para anunciar que había terminado el dibujo. Sin embargo, me dijo que no dejara de tocarme. Como ahora ya podía moverme más libremente, me pidió que me inclinara para mostrarle mi colita. Yo le enseñaba mi anito de una manera muy seductora, sugerente y putona, como toda una hembra en celo.

—¡Qué rico orificio mamita! Se ve deliciosa esa cuevita. Claro que me encantaría penetrarte, pero esta tarde es apenas es el preludio de nuestros amoríos. Ya habrá tiempo para explorar juntos.

—Me siento muy caliente papi, ahhhh

—Iremos con calma para disfrutar con pasión cada etapa bombón.

—¿Entonces cómo terminaremos esto que hemos comenzado?

—Vamos a desahogarnos bebita, pero guardemos nuestra primera sesión de sexo para una ocasión especial. Te prometo que la haremos inolvidable.

Yo accedí a pesar de que realmente me sentía muy caliente, pero no me disgustaba la idea. Me sentía seducida y estaba dispuesta a dejarme llevar. Por el momento, me seguía masturbando toda desnudita en frente de mi admirador. De repente, el se sacó su pene y me dijo que me quería contemplar mientras se tocaba.

Al ver su pene, se me hizo agua la boca. Era una verga gruesa, larga, velluda y coronada por un glande majestuoso. Estaba segura que ese delicioso pito de unos 18 cm había deleitado a muchas hembras. Su erección se veía gloriosa, pero era todavía más placentero ver que ese hermoso pene estaba erecto por mis encantos. Además, a diferencia de mis pequeños ovarios, sus testículos se veían grandes. Seguramente guardaban una buena dosis de lechita masculina. En ese momento, mi mente imaginó cómo se sentiría el contacto de ese hermoso pene en mi carita, mis labios, mis manitas, mis pezones y desde luego en mi interior.

Con todo este torbellino de sensaciones, sentí que mi orgasmo se acercaba. Comencé a respirar más rápido y a gemir más fuerte.

—Papacito, creo que me voy a venir.

—Vente princesa. Derrama tu néctar femenino. Quiero contemplar tu hermoso orgasmo de sissy

Yo estallé de placer y, mientras gritaba, liberé mi elíxir sobre el piso, aunque unas gotitas cayeron en mis pies y otras quedaron en mi manita. Cachondamente, llevé mi manita a mi boca para saborear mi propio semen. A Carlos le fascinó esa escena, ahora era él quien estaba gimiendo. Yo me sentía completamente emputecida, pero orgullosa de mi feminidad.

Yo me sentía caliente y, todavía a la distancia, le pregunté coquetamente si me dejaba ayudarlo. Él asintió. Me acerqué, me hinqué en frente de el (estaba sentado) y con mis dos manitas agarré el precioso pene de ese macho. Se sentía duro, pero su textura era muy suave, casi como de un fino terciopelo. Alternaba caricias con frotaciones para hacer la masturbación lo más placentera posible para este hombre.

—Hermosa, el suave tacto de tus manitas en mi pene se siente divino.

—Disfrútalo papito, gózalo tanto como yo.

—¿Te gusta mi pene nena?

—Me encanta tu pene.

—Dímelo nuevamente, me pone muy cachondo que me digas esas cositas.

—Me fascina tu pene, este pito me tiene hechizada.

—A mi pene también le gustas mucho dulzura, mira cómo me lo pones. Tiene ganas de penetrarte, de preñarte y de alimentarte.

—¿Preñarme? Aunque no sea yo como… las demás mujeres

—Me refiero a depositar mi simiente en tu interior nena, de derramar mi elixir en tu cuevita del amor. Ese punto es la cúspide máximo del placer en las relaciones entre hombres como yo y mujercitas como tú.

De repente me percaté que de su glande emanaban ricas gotitas de precum. Mi instinto femenino me llevó a lamerlo para probar ese manjar. Carlos gimió de placer al sentir el contacto de mi lengüita sobre su verga.

—Cariño, eso es apenas un adelanto. Si se te antoja más, este biberón te puede ofrecer toda la lechita que quieras… pero tendrás que ordeñarla para que te la puedas tomar.

En ese instante, me empecé a deleitar con ese pene, aceptando gustosa la invitación recibida. Lo besaba con ternura, especialmente en su rica cabecita. Mis labios acariciaban con cariño la virilidad de ese hombre. Lo lamía lentamente desde los testículos hasta la punta, saboreando las gotitas de líquido preseminal que emanaban de ese hermoso falo. A la hora de darle chupaditas como si fuera un caramelo, procuraba apretarlo dulcemente con mis labios y mi lengua.

Pronto me percaté que más hacer sexo oral, le estaba haciendo el amor al bello pene de ese semental. Por momentos lo sacaba brevemente de mi boquita para admirarlo en todo su esplendor y saber que esa verga estaba así gracias a mis artes amatorias me hacía sentir orgullosa como mujer. Además, el verlo todo cubierto con mi salivita y la babita preseminal que emanaba de su glande era una imagen muy cachonda. Mientras lo mamaba, subía la mirada para observar coquetamente el rostro de este macho divino.

Supongo que para él la escena también era muy erótica. Una nena que hace unos momentos había posado desnudita para él como su musa personal estaba arrodillada frente a él engullendo su pene como un manjar. Desde su ángulo, se podía ver perfectamente cómo su pito era devorado por mi boquita.

Carlos me sonreía. Acariciaba suavemente mi carita, mis hombros y mi cuello. También me quitó gentilmente la tiara para poder pasar sus dedos entre mi pelo. Me decía expresiones llenas de lujuria y deseo, mismas que eran más y más candentes a medida que nos acercábamos a su explosión de placer.

—Lo haces muy rico corazón, tu boquita se siente tan rica como una vagina o más.

—Se nota que te encanta la verga mamasita.

—Eres una niña golosa, me encanta como lo chupas.

—Cómete mi pene, mi reina.

—Sussie, estoy fascinado con tu dualidad. Por un lado, eres una nena tierna pero también una putita fogosa y apasionada.

—¡Qué rico me estás ordeñando chiquita!

—Me vas a vaciar por completo los huevos ¡Desléchame princesa!

—Recuerda que las niñas obedientes como tú se toman la lechita.

—Te voy a alimentar con mi néctar masculino bebita

—Quiero vaciarme en tu boquita, nena.

—Prepárate linda, aquí te va mi semen cariño

En ese momento capturé su glande entre mis labios para tomarme ese delicioso elíxir varonil. Sentí las contracciones de su pene seguidas por varias descargas de su lechita. Era espesa, viscosa y calientita. Me la fui pasando poco a poco para tener oportunidad de saborearla y de disfrutar el momento lentamente. Cuando finalmente me la pasé, Carlos me levantó y el también se paró de tal manera que quedamos de frente (aunque él era más alto que yo). Sin mediar palabra, acercó uno de sus dedos a las comisuras de mis labios para recoger algunas gotitas de semen que habían quedado ahí y en seguida las embarró en mis pezones.

Inmediatamente después, mis labios instintivamente buscaron a las suyos para besarnos. Lejos de rechazarme, su boca también salió al encuentro de la mía y pronto nuestras lenguas hacían una danza del amor. En ese instante me di cuenta que entre nosotros había una gran química, que se reflejaba en un sublime balance que combinaba lo masculino con lo femenino, la juventud con la madurez, la sofisticación con la lujuria, la dominación con la entrega, lo sublime con lo voluptuoso…

También me sentía orgullosa con el resultado de este encuentro erótico. Había cumplido como hembra al llevar a un macho conocedor a la cúspide del placer. Haber recibido la eyaculación de semejante semental en mi boquita de una forma tan candente prometía que los pasos siguientes nos ofrecerían un enorme gozo a ambos. No llevaría mucho tiempo para descubrir que esa promesa no estaba equivocada en lo más mínimo. A juzgar por la forma en que nos mirábamos a los ojos en ese momento, ambos estábamos dispuestos a seguir caminando juntos por el sendero de la lujuria y el deseo.

Continuará…