Diamantes envenenados (III): Sacrificio

Siempre hay que escoger, te doy el diamante nuevo o la piedra que te acompañó toda tu vida, y escoges el diamante. Lo bello también requiere de sacrificios y sufrimiento.

NOTA: Ya habrá quedado prácticamente olvidada la historia, pero comenzaron mis vacaciones, de un lado para otro, ocupado de turismo y escribir la continuación se me hacía imposible. Después llegó el inicio del curso, exámenes y entrenamientos. Si me he demorado más aún de lo que los viajes me han obligado, ha sido porque entre tantas emociones nuevas, miles de lecturas y otros nuevos escritos personales, he variado el curso inicial de la historia que tenía planeado. Por supuesto, comenzar de cero era una estupidez, sobretodo porque quiero desarrollar Diamantes Envenenados. Simplemente quería pedir disculpas por la demora, y recordar que todo comentario es bienvenido.

A la semana de lo que iban a ser unas vacaciones de un mes, Hugo estaba desesperado por volverse a casa. Y no era de extrañar. Día tras día, me tocaba desaparecer e ir a la Mansión Alfa y follar como un loco a modo de instrucción, mi amigo no sabía nada de aquello y solamente podía ver cómo su compañero de diecinueve años se pasaba el día fuera sin contar con él.

—¿En serio vas a volverte? Tenemos el hotel pagado. —No sabía disimular lo que estaba ocurriendo. Era una sensación completamente extraña para mí. Una parte de mí le pedía que se quedase, era mi mejor amigo, un confidente, todo un hermano para mí. Conocía mis ansias de independencia, los problemas de mi familia, siempre me había apoyado. Sin embargo, el trabajo requería discreción. Un debate moral tenía lugar dentro de mí y no sabía qué hacer.

—Tío, llevamos una semana y no te he visto el pelo ni un día. Veníamos juntos, iban a ser las vacaciones de nuestras vidas. —Se le notaba enfadado, y tenía motivos para estarlo, entendía su postura, y si quería que todo saliera bien debía empezar a actuar con más cuidado.

—Lo siento mucho, sé que he hecho el imbécil, pero juro que tendremos las vacaciones que queríamos.

—Las cosas no se solucionan así.

—Vámonos esta noche de fiesta. Verás como lo pasamos bien. En serio. —Alfa me había permitido salir aquella noche. Zoltan estaba al tanto de mi situación y sabía cómo ayudarme. Me tocaba llevar una doble vida en aquel momento. Sabía perfectamente lo que se avecinaba, algo difícil, una situación desesperada, pero ya estaba en la boca del lobo y nada podía hacer ya por volver atrás. Tuve la mala (o buena) fortuna de tener como primera cliente a Madame Gold, una de las mujeres más influyentes de la mansión. Mi metedura de pata se solucionaba siguiéndole la corriente o dejarlo todo en sus manos, y no quería toparme con sus matones.

Hugo accedió a mi propuesta. Si le distraía aquella noche tendría cuerda para al menos un par de días más. O eso esperaba.

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Entre bailoteos, luces de colores, copas y mujeres jóvenes que bailaban al son de la música electro que sonaba, Hugo y yo nos encontrábamos en la noche en una terraza de la playa, bajo un porche de lona y sintiéndonos más libres y poderosos que nunca. No había rastro de su enfado, ni siquiera de molestia alguna. Parecía que no había ocurrido nada y que las vacaciones de nuestras vidas continuaban sin que la última semana en mi recién adquirido trabajo por equivocación como gigoló no hubiese alterado al curso natural de nuestros planes.

En un momento Hugo se acercó a la barra para pedir un nuevo cubata, y no debí sorprenderme al echar un vistazo y encontrarle hablando con una chica joven. Parecía tener buen cuerpo y de espaldas era realmente atractiva. Con el pelo recogido en una cola alta y enfundada en un prieto vestido negro, con unos taconazos que dejarían sin aliento a cualquiera, estilizando más aún sus piernas. Pero la sorpresa real vino cuando al girarse, aquella despampanante mujer resultó ser Erika, mi compañera e instructora en la Mansión Alfa.

“—Te he dicho que podemos parar, no hace falta que te agotes enseguida. —Su voz me hablaba, su dulce voz de sirena y sus ojos azules me hechizaban, y yo era incapaz de reconocer que estaba agotado y necesitaba descansar.

Atado al cabecero de la cama, a cuatro patas y con la espalda roja de los golpes que había recibido. Sin duda alguna, Erika tenía un fetichismo con la dominación, y lo demostraba en mi aprendizaje, pudiendo dar rienda suelta a todas sus fantasías. Llevaba además una semana de entrenamiento intenso en el gimnasio y siguiendo una dieta de comida rica en proteínas y fibra. Mi cuerpo estaba destrozado y me flaqueaban las piernas y los brazos. Estaba seguro de que no necesitaba tanto, pero mi orgullo me impedía ceder.

—Sigue ama. —Respondí yo negando sudoroso con la cabeza.

La escuché suspirar y acto seguido las esposas se abrieron cayendo frente a mí al colchón, sintiendo una liberación maravillosa en mis muñecas.

—No. Estás hecho mierda. Como no paremos vas a acabar desmayándote. —La observé dejar la fusta de reojo y cómo se agachó para quitarse las botas y venir de nuevo descalzo hacia a mí.

Yo estaba tirado bocabajo en la cama, nada más que con unos bóxer Calvin Klein que me quedaban perfectos y se ceñían a mi anatomía. Suspiraba jadeante, con una mezcla de placer y agotamiento recorriendo mi cuerpo por completo. Me acarició la espalda con los dedos, pasando por las marcas rojizas que tenía en la piel. Por suerte para mí aún no habían llegado a herida, aunque dudaba que ella fuese a permitir que me ocurriese. Desde el encontronazo con Madame Gold, que había sido el detonante que provocó mi fichaje para la mansión, no había vuellto a follar con ninguna cliente, por no decir que ni siquiera había echado lo que era un auténtico polvo con Erika desde el primer día de mi instrucción, y básicamente porque ella quería probarme para saber cómo trabajar conmigo. Desde entonces, todas las sesiones se habían centrado en erotismo y estimulación, siendo yo un sumiso. Siempre me aterrorizó el sadomasoquismo, y quizá no hubiésemos entrado en nada realmente serio aún, pero aquéllas prácticas me estaban dejando destrozado.

—Ven, vamos a la ducha. —Me sorprendí al escuchar esas palabras. ¿Iba a ducharse conmigo? Recordaba cómo se iba día tras día y me dejaba en la habitación solo.

—¿A la ducha? —Pregunté extrañado, haciéndole ver que no esperaba para nada aquélla orden.

—Sí, es lo mejor ahora mismo para relajarte.

—¿Pero vienes conmigo?

—Como no te levantes ya, no.

Me pareció una locura rechazar la oportunidad. Jamás me había duchado con una mujer, y no voy a negarlo, Erika me ponía bastante. Quizá con un poco de suerte podría tirármela con la excusa de estar ambos metidos en una bañera, ya que yo llevaba toda la semana desecándolo.

Me puse en pie sacando fuerzas de dónde no las había. Las piernas me temblaban y llegar al cuarto de baño fue un esfuerzo bastante grande para mí en ese momento. Me dolía el cuerpo entero. Cuando llegué, ella estaba ya desnuda y el grifo abierto llenaba la bañera poco a poco. La espuma subía despacio y un aroma a naranja me empezó a llegar a la nariz. En un momento me sentí levemente más relajado, y una excitación a la cual mi miembro no respondió por suerte al ver a Erika meterse en el agua empezaba a tener lugar.

Estaba sentada, entre espuma, agua y vaho, no podía apenas ver su perfecto cuerpo, pero su melena suela y mojada y sus ojos azules con una película cristalina por encima que de sus goteantes pestañas caían me estaba haciendo estremecer. De pie, frente a ella, como un estúpido aún con los calzoncillos puestos y la boca semiabierta.

—Bueno, ¿entras o no? El baño es para ti, idiota. —Reaccioné a sus palabras con torpeza, acercándome a la bañera y queriendo meter un pie directamente.— ¿Te bañas con calzoncillos? —La miré y vi como alzaba una ceja, en una pose desafiante y poderosa.

—Ehm… no, se me había olvidado. —Saqué mi pierna del agua y me desnudé. Aún me daba un pequeño corte hacerlo delante de ella. Mi cuerpo no se había definido todavía y ella era tan atractiva… No pegábamos nada juntos, y sin embargo, era la que me estaba enseñando a ser, literalmente, un buen follador, ya que de la cultura y las formas se encargaba Zoltan.

Entré en el agua con ella, torpemente, siendo guiado por mi instructora para ponerme entre sus piernas dándole la espalda. Arqueado hacia delante, sintiendo una enorme vergüenza, el agua caliente y las sales calmaban la tensión de mi cuerpo y aliviaban el picor de los golpes en mi espalda. La noté reír con una especie de ternura y pronto sus manos su posaron en mis hombros, apretando con delicadeza con los dedos practicando un suave masaje relajante.

—Bobo, relájate y pierde la vergüenza. Somos compañeros de trabajo y esto es parte de lo que te va a tocar hacer. —Asentí despacio y me eché un poco hacia atrás, enderezando mi espalda. Ella masculló algo que no logré captar y me dirigió hasta dejarme apoyado sobre su pecho.— Te he dicho que nada de vergüenza. —Sus dedos pasaron a mi cuello y bajaron despacio hasta mis pectorales. Inevitablemente, el pudor regresaba, más que nada porque sentía que no tenía un cuerpo digno de acariciar, y ella lo hacía como si nada.

“Eres imbécil”. Me regañaba a mí mismo en ese momento. “Ella es una experta, una trabajadora del sexo. Por muy comprometida que sea esta situación, evidentemente no hay ni un solo sentimiento. Simplemente está actuando, todo esto es parte de tu formación”. Y sí, bien empezaba si en mi primera semana, sin haber salido siquiera de la mansión, mi subconsciente ya me hacía pensar, aunque fuese de vez en cuando, que podía haber algo entre nosotros dos. Gigoló, putos al fin y al cabo. Ese es nuestro oficio, y consiste en follar. Pero claro, mi estupidez juvenil tenía que salir a flote, y justo en ese momento. Suspiré, quizá porque estaba extasiado o porque en realidad estaba harto de mi nueva vida aún sin estrenar. Miré hacia arriba y me encontré con los azules ojos de Erika que me estudiaban con detenimiento.

—¿En qué piensas? —Me preguntó con curiosidad.

—En nada… Solamente estaba… meditando.

—No lo parecía. —Me encogí de hombros. Sus manos siguieron acariciando mi cuerpo y bajando a mi abdomen. Sus suaves deslizamientos por mi piel me resultaban placenteros y agradables.— Esta semana ha sido la más dura. A partir de ahora todo será mucho más suave. Veo que eres resistente y que aguantas bien. Ahora nos centraremos en tu imaginación y tu iniciativa. Quería empezar con tu sumisión, que aunque sea más difícil de ver en un “pedido”, también es lo que más se descuida. Con esta base, sabrás tratar mucho mejor a los clientes. Y darles lo que realmente quieren. —Sus dedos acariciaron mi miembro despacio y sentí que me endurecía poco a poco. Mis ojos buscaron de nuevo los suyos y me dedicó una tierna sonrisa.— Terminaremos esta semana con lo que no has tenido en toda ella: un orgasmo. Verás como hacerlo en una bañera, aparte de complicado, es mucho más placentero que en la cama.

Comenzaba a masturbarme con delicadeza, la sensación era realmente excitante y placentera, la combinación de sus manos subiendo y bajando por mi polla ya erecta y el agua caliente que relajaba todos mis músculos en tensión eran en sí todo un orgasmo que me hacía estallar. Si aquello duraba demasiado acabaría extasiado antes de tiempo y roto completamente. Estaba descubriendo que el placer también dolía, también agotaba, y podía utilizarse de castigo si se sabía cómo, y sin duda, durante toda la última semana, eso había estado ocurriendo. Se acercaba el momento de que mis reservas saliesen, de que mi deseo fuese al punto máximo. También estaba comprobando que por mucho que te hagas una paja, no es suficiente para satisfacerte una vez que sabes lo que es el auténtico sexo.

Y ahí estaba, siendo masturbado por mi nueva diosa, mi compañera. Su mano manejaba mi miembro con destreza, acariciando en puntos clave y masajeando despacio cada vez que llegaba al glande. Y a pesar de estar maravillosamente bien, decidí que lo mejor era moverse, actuar un poco, quizá mi última lección de sumisión era a su vez la primera en iniciativa y debía quedar bien. O quizá, todo eso ni siquiera hubiera pasado por mi cabeza y eran mis instintos primitivos los que me tenían encendido y querían que echase el polvo de mi vida.

Me incorporé torpemente, aún me flaqueaban un poco las piernas y conseguí ponerme sobre ella, llevando una mano a su bajo vientre y apoyando la otra en el borde de la bañera. No dejaba de mirarme fijamente a los ojos, con una sonrisa torcida de satisfacción, y lejos de intimidarme, aquélla vez me excitaba más. Me lancé a besarle la boca, algo que deseaba y que me supo a gloria, un sabor incapaz de describir, pero sin duda maravilloso. Mi manos buscó sus sexo y pronto me encontré estimulando su clítoris con el pulgar mientras el índice acariciaba sus labios tanteando la entrada. Mantenerse erguido era difícil, y sentía incluso que mi brazo se cansaba, pero me daba igual, solamente quería satisfacerla y compartir el placer con ella.

Ya tenía dos dedos en su interior, entrando y saliendo despacio y nuestras lenguas se entrelazaban con movimientos acompasados. Un dedo más, mi polla a punto de estallar, pero no era el momento aún. Mi boca rodó por su cuello, dejando besos y lamidas, mordiendo cuidadosamente. De nuevo me tocaba colocarme mejor, y entre sus piernas, a pesar de la estrechez de la bañera, logré sentirme cómodo. Mis manos pasaron a sus pechos, y jugando con los rosados pezones que rápidamente respondieron endureciéndose, mi cadera pasó a estar pegada a la suya. Notaba entre el agua cómo mi polla rozaba la entrada a su vagina, las ganas aumentaban y sin utilizar las manos, lo que me provocó una tardía respuesta bastante torpe, conseguí guiarla hacia dentro, penetrándola con cuidado, notando su coño bastante estrecho y cómo ella misma movía las piernas en un estremecimiento placentero pero a su vez confuso. La sensación del propio acto con el agua relajando dos cuerpos agotados era una auténtica explosión de sensaciones y vibraciones para ambos. Tenía razón, quizá fuese más complicado hacerlo allí, pero merecía la pena. Aunque si algo realmente merecía la pena era el haber pasado toda una semana de calentón tras calentón y una dura sesión de sumisión para poder estallar de la manera en la que estaba seguro que lo haría.

Mis embestidas comenzaron, en un ritmo pausado, algunas más cortas y otras más largas, saliendo más o menos. Pude oírla gemir, y más acelerado por ello mi cadera aumentó la velocidad. Arqueó la espalda y yo no sabía si era a causa de mis penetraciones o si el medio ayudaba, pero preferí no preocuparme por eso. Sabía que me quedaba poco, que no iba a aguantar, pero debía al menos hacerla llegar al orgasmo. Volví a ir lento y me dediqué a morder sus pezones. Necesitaba estimularla de alguna manera, y teniendo en cuenta que el dolor de mi cuerpo aliviándose poco a poco por el agua y las sales me estaban haciendo perder la cabeza, decidí utilizar dolor para llegar al placer. No apreté demasiado, pero sí lo suficiente como para que soltara un pequeño gritito, lo que me llevó a parar. Mis manos agarraron su cintura con fuerza, apretando con firmeza y llevando mis dedos a dibujar garabatos en su piel, mezclando las dos sensaciones. De vez en cuando ejecutaba una estocada dura hasta el fondo o vaivenes rápidos entrando y saliendo de ella con más brusquedad. No tenía ni idea de lo que hacía, pero el cuerpo me temblaba de arriba abajo. Sentía que estaba a punto de correrme dentro de ella cuando me di cuenta de que, efectivamente, no me había puesto condón.

“Mierda”. La saqué de golpe y caí prácticamente de espaldas en el otro extremo de la bañera. Cerré los ojos y dejé que mi cabeza se sumergiera. ¿En qué demonios estaba pensando? No quería saber nada de lo que ocurría a mi alrededor, solamente buscaba huir. Cuando salí del agua y abrí los ojos Erika estaba sobre mí.

—Imaginaba que algo así acabaría ocurriendo. —Me sonrió, no sabía si con lástima o es que en realidad se burlaba de mí.— Descansa de verdad. Termina de bañarte, tómate el tiempo que necesites y ya mañana seguimos.

Salió de la bañera. Observé su cuerpo desnudo sin dedicarle palabra alguna y una vez hubo salido del baño me sumergí de nuevo. Ojalá al salir descubriera que todo había sido una pesadilla.”

—Alex, te presento a Erika. —La chica me dio dos besos con total naturalidad, como si no nos conociéramos de nada. Hugo se acercó a mi oído en cuanto ella se apartó.

—Estaba bastante interesada en hablar contigo. No la cagues. —Me sonrió y me guiñó el ojo. ¿Qué narices estaba pasando?— Voy a por unas copas, os dejos solos.

Y Hugo se fue con una sonrisa estúpida en la cara. Me giré hacia Erika, necesitaba una explicación de todo aquello, pero antes de que pudiera abrir la boca ya me había respondido.

—Vives bajo demasiada tensión. —Comenzó a decir acercándose a mí para que pudiera escucharla. De pronto, la música cambió y comenzó a sonar una canción de bachata. Me agarró de la cintura pegándose a mí.— Así es como tienes que agarrarme. La lección de hoy serán las citas. —Pasó sus manos a mis hombros y las mías se posaron en sus caderas. ¿En serio íbamos a bailar?— Te guiaré yo esta vez, pronto cogerás el ritmo. No me mires a los pies y disimula, tu amigo está observando y se cree que no me doy cuenta.

Vale, ya lo entendía todo, Hugo otra vez más.

—Es así, está obsesionado con el sexo y se piensa que todo va por esos tiros.

—El típico idiota. —Resopló y clavó los ojos en los míos.— He hablado con Zoltan. Me ha puesto al tanto de tu situación.

Me dio un vuelco al corazón. Zoltan lo sabía todo, me pilló él y por eso estaba metido en la Mansión Alfa. ¿Qué le había contado?

—Todo… ¿Todo? —Repetí como un imbécil.

—Todo. Ahora entiendo mucho mejor lo que te ocurrió ayer. Es normal. Demasiada tensión. Lo que me sorprende aún son tus ganas y energías a la hora de follar cuando perdiste la virginidad la semana pasada. —Si fuese posible arder, literalmente, por la vergüenza, a mí me iba a suceder sin duda.— Sin embargo, con eso no basta. Ahora sí que te necesitamos a nuestra disposición. Alfa te meterá enseguida en la lista de nuestros trabajadores y será cuestión de tiempo el que te pida algún cliente. Zoltan tiene que enseñarte más cosas y yo tengo que llevarte a más sitios. Tienes que aprender, por ejemplo, a bailar, que lo haces bastante mal, —mi autoestima a la basura— el hombre dirige y para ello tienes que ser un perfecto bailarín. Protocolo, educación, tendencias y juguetes. Tienes que complacer bajo todo tipo de situación. Y aún con todo lo que te enseñemos, llegará siempre algún cliente que pida algo nuevo. Así que todo será poco. No te asustes, tengo que llevarte a la mansión. Ahora mismo, tienes dos opciones: dejas la fiesta y a tu amigo o te quedas y no regresas al trabajo.

Espera, ¿QUÉ? No podía ser. Pero sí, sí que estaba ocurriendo. Era de esperar, tarde o temprano sucedería, no era un empleo normal, ni siquiera estaba en mi casa como para poder trabajar sin contar con él. No, estaba de vacaciones, había empezado a trabajar por equivocación y mi día a día no era nada cotidiano. Mi mejor amigo no sabía nada de nada, no le había contado nada. Pero era demasiado pronto. No podía elegir en ese momento.

—No puedo hacer eso ahora mismo. Conoces mi situación, nuestras vacaciones…

—Alex, no has empezado con nosotros de forma ordinaria. No has pedido un empleo ni te lo hemos ofrecido. Te metiste en la cama con una de nuestras clientas más poderosas. Más de uno ha perdido su empleo por capricho de ella y otros tantos han sido convencidos a ser gigoló sólo por un pequeño antojo. El mundo de la prostitución, por muy lujoso que sea, está plagado de asuntos turbios. Ahora mismo, con el informe de la última semana puedo hacer que quedes en “no apto” y no pasaría nada. Sigues tus vacaciones, vuelves a casa y te olvidas de todo. Pero ahora, en estos días, has demostrado que podrías ser más que apto, y no solo eso, también podrías ser muy bueno. Te damos la oportunidad, ya que sabes de nosotros, de entrar y quedarte. Pero entonces debes estar accesible en todo momento. Vivirías en la mansión y se te financiarían todas las compras necesarias. Pero para ello, debes decir adiós hoy a tu amigo. Y no te preocupes por el cómo, porque de eso me encargo yo. Te necesitamos psicológicamente estable y sé cómo hacer para dejarte libre. Así que, ¿aceptas?

No sabía por qué. En una semana había podido comprobar que el mundo del lujo no era tan agradable. Estar pendiente constantemente al crecimiento d etu barba, el de tus uñas, el cuidado del cabello, lociones, champús, mascarilas… También saber estar, saber hablar, vestirse, conjuntar colores y tejidos, formas y aprender en qué tipo de citas llevar cada cosa. Eso aburría, y el entrenamiento del gimnasio, la dieta calórica… Lo odiaba. En el campo del sexo, la sumisión era algo realmente duro, y aún seguía con un dolor en la entrepierna que no aguantaba debido a toda la semana sin orgasmo tras duras sesiones de estimulación. El placer podía llegar a ser muy doloroso y complicado. Pero una especie de morbo, una inquietud y un grito desesperado por la emancipación me llevaron a tomar una decisión.

—De acuerdo, me voy con vosotros.

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Mi cuarto era amplio, mucho más grande de lo que lo fue alguno de los que tuve, y mucho más que el último, evidentemente. Al parecer, Erika había colado como modelo y la idea de que me querían para una campaña era más que creíble. Hugo estaba cansado de decirme que yo era guapo, y en los últimos días mi aspecto había mejorado considerablemente. Se quedó bastante impresionado y fue él el que me incitó a aceptar la proposición. “Si supieras la verdad…” Pero no se le podía decir. Mis cosas se quedaron en el hotel y pasaría a recogerlas por la mañana.

Mi cuarto en la mansión Alfa, situado en la segunda planta, tras las escaleras de madera que tanto me intrigaron cuando llegué, tenía todo lo que siempre había deseado. Televisión de plasma de 37 pulgadas, ordenador, videoconsolas, libros de todo tipo y un armario lleno de ropa que no sabía si era de mi talla, pero algunas cosas me gustaron y estaba dispuesto a usarlas aunque fuese en mis ratos libres. El baño no tenía nada que envidiar a la habitación, con jacuzzi incluido. Una vez más me sentía en un sueño.

Me tumbé en la espaciosa cama con los brazos extendidos, mirando al techo. ¿Qué había hecho? Ya no había vuelta atrás. Esperaba no arrepentirme, pero necesitaba esa nueva vida. Aunque en realidad lo único que quería era abandonar la antigua.

Suspiré. Los minutos pasaban lentos y no sabía si echarme a dormir o salir en busca de alguien. Por suerte, mis planes se vieron realizados cuando llamaron a la puerta. Di permiso para entrar y pasó Erika a la habitación. Llevaba una botellita de agua en la mano y yo me senté en la cama.

—Buenas noches. ¿Quieres? —Dijo ofreciéndome la botella.

—Vale. —Respondí no muy convencido, pero tenía la boca seca. La atrapé y di un pequeño trago.

—¿Qué tal estás?

—Algo aturdido aún. Sigo pensando en lo rápido que ha cambiado todo en tan poco tiempo.

—Pronto te acostumbrarás. —Se sentó a mi lado y puso una mano en mi rodilla.— ¿Sabes? Yo entré aquí con dieciocho. Necesitaba dinero para pagarme la carrera y descubrí este sitio por un cliente.

—¿Un cliente? —Alcé ambas cejas, sorprendido.

—Sí. Yo curraba en un bar de streapteasse. Él me vio y le gusté. Me dijo que merecía algo mejor, que ese sitio no me dejaba ser nadie… y me pasó una tarjeta. Una noche, después de trabajar y agotada por las discusiones entre clientes y con mi jefe, llamé. Vine a la semana, yo vivía en Barcelona. Me sorprendió todo esto y Alfa me entrevistó. Quedé fascinada por lo que me ofrecía y, aunque sea prostitución, admito que lo prefería a mi vida. Y hoy por hoy temo que todo se me acabe. Año tras año, siento que el día menos pensado los clientes dejarán de pedirme y tendré que irme de aquí.

—¿Cuántos años tienes?

—Veintisiete. —Silbé, realmente sorprendido. No los aparentaba en absoluto y además me sentí por un lado todo un triunfador.— Zoltan llegó al poco de estar yo aquí y siempre nos llevamos bien. Sobretodo porque cuando él apenas llevaba un par de semanas nos pidieron a ambos para un trío.

—¿Con una mujer?

—No, un hombre. —Entonces comprendí lo que me dijo Zoltan cuando me llevó al hotel en coche. Que él era hetero pero que el cliente mandaba.— Pero también me han pedido mujeres. Hay que satisfacer cliente, sea como sea. Esta mansión ofrece eso, las sumas que se pagan son realmente altas y no podemos negarnos. Al principio me aterró eso de tener que acostarme con otra mujer. Eso de tener que comerla el coño… No sé, no me atraía para nada. Pero me enseñaron a ser profesional y olvidarme de ciertas cosas.

No sabía por qué, pero de pronto comencé a sentirme encendido, me estaba calentado, quizá porque la historia me daba morbo, o directamente sin motivo aparente.

—Y… ¿cuándo me va a tocar a mí ir con una clienta? —¿En serio había preguntado eso? ¿Y con qué propósito? Erika sonrió.

—De momento, te queda bastante por aprender.

Me empujó para tumbarme en la cama y se colocó a horcajadas sobre mí. Cuando quise darme cuenta la tenía mordiendo mi labio y acariciando mi pecho, pellizcando mis pezones. Mis manos se posaron en su culo y comencé a darle pequeñas cachetadas, cada vez más fuerte, agarrando sus nalgas con los dedos y bajando por los muslos. Ella se levantó un poco y me desabrochó el cinturón. Cogió mis muñecas con rabia y las alzó por encima de mi cabeza hasta dejarlas en la barra del cabecero. Me agarré a él y comencé a mover mis caderas. La tenía sentada sobre mí y quería que notase la dureza de mi paquete en su coño.

—Aquí mando yo. —Me dijo dedicándome una sonrisa traviesa y me ató las muñecas con el cinturón. No podía mover los brazos, pero no me sorprendió el cómo lo había conseguido. Estaba ya muy excitado y necesitaba follar, y sin duda sabía que ella me iba a complacer de verdad.

Desabrochó mi camisa y comenzó a bajar por mi torso con besos y mordiscos, arañando con las uñas y dejando todas las marcas que podía. Yo suspiraba, deseando que fuese a más y entonces me desabrochó el pantalón y me lo quitó. Comenzó a lamer la envergadura de mi polla ya tiesa por encima de la tela de los calzoncillos. Eso me ponía a mil y más cuando su manos acariciaban mis muslos. Bajó la goma despacio, dejando salir únicamente la punta y besando con cuidado, metiéndosela en la boca y succionando. Arqueé la espalda en una sacudida de placer que me recorrió por completo. Lo hacía tan bien…

La sacó entera y comenzó a recorrerla con la lengua, hasta llegar a los huevos que también besó y succionó. Notaba el roce de los dientes, que a propósito marcaba, y empezó a chuparla con velocidad, metiéndola y sacándola, llegando hasta la garganta y dejándome a mí más que complacido.

Se levantó, se quitó el vestido y pude ver que no llevaba nada debajo. Y cuando digo nada, es nada. ¿En serio había salido así para ir a buscarme a la fiesta? La idea me excitó aún más. Ella se colocó cobre mi pecho, tenía su dulce sexo tan cerca de la cara… Se acercó más aún a ella, casi sentía su calor en el rsotro y me agarró del pelo.

—Ya sabes lo que hacer…

No necesité más. Era una nueva prueba. No era para nada un experto, pero tendría que comerle el coño sin poder estimularla con las manos, solamente utilizando la lengua. Alcé el cuello y me hundí por completo en su raja, besando como si fuese otra boca, lamiendo y succionando los labios. Metía la lengua en su interior y la movía de arriba a abajo. El sabor de sus jugos me apasionaba y el calor que desprendía me volvía loco. Comencé a jugar con su clítoris, miré hacia arriba para verla y estaba dando tales sacudidas que sentía que se iba a correr de un momento a otro. Pero no, ella no era así y tenía que dirigirme. Se levantó de nuevo, cogiendo un condón de mi mesilla, “vaya, así que ahí los tengo”. Me lo puso y enseguida se colocó cobre mi miembro, ensartándose en él con rapidez y de un único golpe. Se movía en círculos y también hacia delante y atrás. Por instinto quise agarrarla de las caderas, pero noté el tirón del cinturón enseguida en las muñecas. Mascullé algo ininteligible.

Erika botaba sobre mi polla, mi cuerpo cansado de toda la semana estaba a punto de estallar. Ella se acariciaba los pechos con una mano y también pasaba los dedos por su coño despacio, a la vez que los movimientos de su pelvis eran rápidos. Joder, qué bien lo estaba haciendo, me estaba volviendo loco. Y yo queriendo moverme, hacer algo. Pero el estar atado era algo que me estaba poniendo peor. Sentía la corrida a punto de llegar, y no podría controlarla. De pronto sentí una bofetada. La miré, se mordía el labio y le pedí otra. Pero no me la dio. Me agarró del pelo y me besó, mordiendo mi labio y tirando de él.

Nuevos botes y mi cuerpo estremeciendo, gritaba y gemía y sentí los espasmos de mi polla al correrme. Ella llegó al instante al orgasmo, siguiéndome.

Se levantó y me liberó. Sentía las muñecas dormidas y las tenía rojas de hacer fuerza.

—Hoy dormirás a la perfección. —Me dijo en tono burlón.— Te lo has ganado, campeón. —Le miré. Estaba extasiado, agotado, sudoroso y con la respiración entrecortada. ¿Solamente quería terminar lo que no había hecho al día anterior? Ni idea, pero necesitaba descansar, de eso no había ninguna duda. Fui a coger la botella de agua que aún seguí por la cama cuando me la quitó de la mano.— Como bebas de esto, sí que no duermes.

—¿Por qué?

—Le puse un excitante para que, a pesar de todo lo que está ocurriendo, no te diese ningún bajón. La psicología influye mucho en el sexo, y te necesitaba pleno.

—¿Me has drogado? —No sabía si enfadarme o no, pero debía suponer que era más normal de lo que pensaba.

—Lo necesitabas. Mañana por la mañana me lo agradecerás. Ahora descansa.

Cogió su vestido y salió de mi habitación sin decirme nada. Yo estaba alucinando, pero no quería moverme. Evidentemente, al despertar todo mi mundo habría cambiado, e imaginarlo solamente me parecía una completa locura. Me desnudé del todo, tiré el condón usado a la basura del baño y me metí en la cama.

“Buenas noches Alex, comienza tu carrera como gigoló”.