Diamantes envenenados (II): Lección primera

Los diamantes no solamente brillan. También cortan y están envenenados. El lujo es siempre la carcasa, lo bonito y lo superficial, lo auténtico no se muestra. Y lujo y sexo es una concepción que va más allá de tus sentidos

NOTA: Como ya dije en el anterior capítulo, esta es la primera historia que publico y he de daros las gracias por los comentarios y consejos que me habéis dado, la verdad es que no esperaba tanto y espero saber ponerlos en práctica adecuadamente. Respecto a las localidades, decir que todo es ficción, en caso de paralelismos con la realidad, todo es mera coincidencia.

Es posible que los capítulos de Diamantes Envenenados cambien de categoría si así lo requiere la temática, aunque seguirán estando en Hetero: General hasta nuevo aviso.

Un teléfono sin cobertura y una casa que desconozco. Sí, el plan suena irresistible lo mires por donde lo mires.

Hacía más de media hora que Madame Gold se había vuelto a vestir tras su ducha y había salido de aquella habitación dedicándome un simple “daré muy buenas referencias de ti”. Y cómo no, yo solamente podía pensar en a quién le iba a dar aquellas referencias y de qué narices hablaba. Me encontraba demasiado aturdido, sentado en la cama pensando en lo que acababa de ocurrir.

Me había ido de un bar, supuestamente lleno de pijos y me había perdido por una ciudad que no conocía. Sin saber cómo, me encuentro con una mansión fantástica y de pronto me veo en su interior junto a una mujer de unos cuarenta años perdiendo la virginidad. Y claro, ella sin saberlo y confundiéndome seguramente con un puto, porque todos los comentarios me incitaban a pensar en eso. Por otra parte, pensar en la posibilidad de haber echado un polvazo con una mujer que acostumbra a contratar chicos de compañía y haber recibido una “buena valoración” por su parte me aumentaba el ego. Eso me ponía en el podio por encima de Hugo y sus tríos.

¡Mierda, Hugo! ¿Estaría ya en el hotel? Un intento en vano de llamarle. ¿Cómo podía ser tan estúpido? Ya había comprobado que no tenía nada de cobertura.

Vale, necesitaba salir de allí. Comencé a pensar. Fui al baño a lavarme la cara, necesitaba tenerlo todo más claro. Me vi desnudo en el espejo, era cierto, necesitaba apuntarme al gimnasio cuanto antes. “¿En qué demonios estas pensando gilipollas?”. Me reprendí a mí mismo. Sin saber en dónde estaba y solamente se me ocurría pensar en idioteces.

Me senté de nuevo en la cama y comencé a vestirme. Salí de aquella habitación con la camisa sin abrochar y los calcetines arrugados dentro de los zapatos, caminando con incomodidad. El pasillo al que accedí era largo y recordaba a el de un hotel. Solamente había puertas a ambos lados con números y placas con nombres. Hacia mi izquierda bajaría de nuevo por la gran escalera de piedra, pero algo me incitaba a acercarme a las escaleras de madera del otro extremo. “Déjate de sandeces y busca la salida”. Mi lado lógico se peleaba con el impulsivo y sin embargo mi cuerpo se mantenía en pie en aquel pasillo pensando en algo qué hacer.

De pronto un ruido me sacó de aquellos pensamientos contradictorios y vi que de la puerta que tenía enfrente salía un chico alto y rubio con el pelo muy corto, parecía delgado, pero me di cuenta gracias a su ceñida camiseta verde de manga corta que tenía una musculatura muy bien definida. Mi corazón dio un vuelco y le miré a los ojos, unos ojos grises muy profundos que analizaban, estaba seguro de que podía saber hasta la velocidad a la que respiraba solamente con mirarme. Me puse demasiado nervioso, ya sí que no sabía hacia dónde ir. ¿Salía corriendo hacia abajo y huía? Una locura, bajo los pantalones deportivos cortos ese hombre tenía unas piernas largas y musculosas. ¿Ir hacia arriba sin saber siquiera lo que había? ¿De qué me iba a servir aquello? Podía entablar conversación con él, quizá me dijese dónde estaba y qué tipo de sitio era aquel. Madame Gold había dicho que yo estaba muy desaliñado, pero mi ropa no tenía nada que envidiar a la del chico, aunque seguro que costaba más dinero que la mía. ¿Sería un puto? Más importante aún: ¿Estaba seguro de que aquel lugar era de putos y no otro tipo de club exclusivo de gente rara?

—¿Quién eres tú? —Me preguntó con una profunda voz sonora y grave, provocándome un nuevo estremecimiento.

—Yo… me he perdido. —“Enhorabuena Alex, eres definitivamente gilipollas”. Ahí estaba yo, frente a un hombre más alto, más mayor y más corpulento que yo, y por qué no decirlo, más guapo, y a mí solamente se me había ocurrido decir que me había perdido. Claro, seamos sinceros, ¿quién no se ha perdido en una mansión ajena cuando paseaba en busca de su hotel?

—Estabas con Madame Gold. ¿Quién eres?

Joder, ¿aquel tipo había estado escuchando tras la puerta?

—Esto… ha sido un malentendido, lo juro. Yo no tengo ni idea de qué es este sitio, nada… He entrado por equivocación.

El chico suspiró y se frotó la cara con la mano.

—Venga ya… —No parecía enfadado ni molesto, más bien desilusionado, incluso atemorizado por algo.— No me jodas tío, ¿en serio has entrado aquí por equivocación? Dios, menudo estúpido. Tenemos mil medidas de seguridad para evitar intrusos y tú te cuelas como si nada. Y con una clienta. Como Alfa se entere la hemos cagado.

¿De qué estaba hablando? ¿Quién era Alfa?

—Oye, ¿me podrías decir al menos dónde estoy?

Me volvió a mirar detenidamente. Me agarró de la muñeca y tiró de mía hacia las escaleras de la izquierda, subiendo, pasando de largo la planta superior y siguiendo más arriba hasta una pequeña puerta de acero. Sacó unas llaves y abrió, saliendo conmigo a rastras a una amplia azotea. La brisa marina soplaba y pude ver el mar bajo aquella enorme mansión. Estaba a una altura considerable, seguro que llegaba mínimo al kilómetro, pero medir a ojo no era lo mío. Volvió a cerrar con llave aquella puerta y se dirigió hacia el centro, caminando y farfullando cosas inteligibles.

—¿Qué hacemos aquí? —Logré preguntar. Sabía que no estaba en condición de hacer ninguna pregunta, y menos exigir respuesta, el intruso era yo, pero los nervios me estaban atacando de nuevo.

—Este es el único lugar en el que no hay cámaras. Y tienes un problema. —Me dijo secamente, clavando la mirada en mí.

—¿Cómo que tengo un problema, qué quieres decir? —Claro que tenía un problema, estaba perdido.

—Madame Gold tiene demasiadas influencias y te has acostado con ella, engañándola y haciéndola creer que eras uno de los nuestros. Obviamente se enterará de que no trabajas para Alfa y entonces te matará.

Tragué saliva. Aquel chico había conseguido asustarme.

—¿Matarme? Pero… ¿por qué? ¿Qué es este lugar? ¿Qué sois vosotros?

Suspiró y se frotó las sienes, se acercó a mí, le tenía cerca, muy cerca. Pude notar que no estaba nervioso, incluso vi que preocupado.

—Este sitio es la “Mansión Alfa”. —Muy originales con los nombres no eran, la verdad.— Aquí, Alfa es quién manda. Nosotros somos sus empleados, somos gigolós.

—¿Eres puto? —Un nuevo aplauso irónico de mi yo interno.

—He dicho gigoló.

—¿Cuál es la diferencia?

—A nosotros se nos contrata por la exclusividad. Ofrecemos principalmente discreción. Damos placer y sobretodo compañía. Nos contrata gente de altas esferas, acostumbrados al lujo, a la fama y al éxito. Nosotros somos sus fantasías frustradas, esa cana al aire que jamás se podrán echar porque la fama se lo impide. —No entendía casi nada de lo que me decía, pero en el interior de mi cerebro le veía lógica a aquellas palabras. Y me asustaba. ¿En qué posición de la escala social estaba Madame Gold? El chico parecía que me había leído la mente.— Si Madame Gold se entera de que su privacidad está en peligro no dudará en ir a por ti. Y se enterará, hablará con Alfa, y también te buscará. Te has metido en un buen lío.

—Mierda, mierda, mierda. —No supe reaccionar, solamente me salió repetir aquella palabra y parecer aún más idiota. Y llegó el momento de serlo todavía más.— ¿Podrías ayudarme?

Lo que me imaginaba. La pregunta pilló al chico por sorpresa y su rostro le delató. Se giró suspirando y bufando, maldiciendo en un idioma que desconocía. Era de esperar. Un tipo que no conoces de nada se mete en líos por usurpar tu trabajo y de repente te pide ayuda para escaquearse. En el fondo le entendía. Se volvió hacia mí.

—Mira, no sé quién eres, pero te ayudaré. —Ahora el sorprendido era yo.— Las cámaras me han grabado contigo, así que se puede pensar lo que no es de mí. Y no quiero enfrentarme ni a Alfa ni a Madame Gold, he podido comprobar que no se andan con tonterías ni rodeos.

—¿Y qué vamos a hacer? —Pregunté algo atemorizado.

—Ofrecerle a la clienta lo que viene buscando: exclusividad y discreción. Y para ello has de trabajar aquí.

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—¿Dónde estabas? —Hugo me preguntó con un brillo de malicia en los ojos. Eran las doce de la mañana cuando llegué al hotel y en su cama estaban dos chicas pelirrojas durmiendo. Era de esperar, había triunfado. Aunque en realidad yo también había tenido mi momento de gloria, pero había acordado no hablar de ello, tenía que ofrecer privacidad.

“—Alfa me encomendó hace unos días buscar a un chico nuevo. Tenía a un candidato perfecto para el puesto, pero has aparecido tú y la has liado. Diré que tú eres ese chico nuevo y que te probé por sorpresa. Por suerte para ti soy el favorito de Madame Gold, así que tenemos una serie de privilegios en este caso. —Zoltan me estaba contando su plan con detenimiento. Habíamos hecho las presentaciones pertinentes en la azotea y después se ofreció a llevarme en coche fuera de aquella mansión.— Necesitarás ropa. Y un entrenamiento. Estás bastante delgado, así que habrá que ponerte una dieta calórica y gimnasio. Aparte de buscarte un seudónimo, pero eso te lo acaban poniendo los clientes.

—¿Cómo “los”? —Sentí mi rostro desencajarse repentinamente.

—Los hombres también contratan nuestros servicios.

—Pero yo soy hetero.

—Y yo, pero al principio no puedes tomarte tú las preferencias. Si te recomiendan, has de acatar. El cliente siempre tiene la razón.

—No me está gustando mucho la idea de trabajar de esto.

—Habértelo pensado antes de follarte a Madame Gold. —Miré hacia la ventanilla, observando el amanecer, avergonzado.— Tío, esto es serio. Si quieres conservar tu pellejo tienes que aparentar, empezar a ser algo que no eres ni quieres ser. Será cuestión de meses. Quizá en medio año podamos… no sé, despedirte o… jubilarte.

—¿Jubilarme con diecinueve años?

—No es una jubilación real. Este trabajo es muy duro, muchos lo dejan demasiado pronto. No te desanimes, piensa que vas a estar rodeado de lujos, dinero y mujeres.

De repente mi cabeza dio un giro inesperado. Dinero, lujo y mujeres. Todo lo que siempre había deseado. No era necesario heredar la fortuna que mis padres habían perdido, simplemente había que aparentar, follar y cobrar por ello. Visto así parecía perfecto. Un trabajo perfecto.

—Solamente, sabes que la confidencialidad es muy importante. Quizá a Madame Gold no la conocieses, pero pronto empezarás a ver clientes cuya cara habrás visto en revistas y televisión. —Zoltan me miró muy serio.— Tenemos que empezar con tu entrenamiento regular cuanto antes. Después de comer te quiero de nuevo en la mansión.”

—Acabé en una fiesta en la playa. —Si cambiamos “fiesta” por “polvo” y “playa” por “mansión en un acantilado”, no estaba mintiendo.— Veo que acabaste bien la noche.

—Algo me dice que tú también. —Así era Hugo, nunca parecía enfadarse, nunca parecía serio. Alegría en estado puro y cachondo veinticuatro horas al día.

—¿Por qué dices eso?

—El brillo en tus ojos, tu pelo hecho un asco… Y un olorcillo a perfume de mujer y sudor bastante importante. —¿Tanto cantaba? Definitivamente, tenía que aprender muchas cosas para ser un buen gigoló.— ¿Rubia, morena? ¿Alta, baja? ¿Las tenía grandes?

—Castaña. Alta y sí, bastante grandes. —¿Privacidad, discreción? No pensaba decir edad ni nombre, en realidad no estaba infringiendo ninguna norma. Para una vez que podía fardar de algo, tenía derecho a hacerlo, y más con Hugo, que siempre me contaba sus historias que parecían películas porno y yo solamente le podía hablar de las fantasías sexuales que tenía, porque hablarle de mis pajas no era algo muy normal.

—Vaya, y yo me lo perdí. Parecías tonto cuando te compré. —Ambos nos echamos a reír inevitablemente.

Necesitaba encontrar una excusa para irme después de comer a la Mansión Alfa y no levantar sospechas. Tercer día de vacaciones y a mí me había salido trabajo como gigoló. Las cosas parecían hasta bonitas.

—¿Qué vas a hacer esta tarde? —Pregunté desviando el tema sexual.

—Ir a la playa. Vendrás, ¿no? —Su mirada seria pretendía ser intimidatoria, o quizá yo la viese así, pero era la excusa perfecta, si se iba a la playa él acabaría distraído con alguna chica y yo tendría vía libre para quedar con Zoltan.

—Yo prefiero ir al centro a ver ropa.

—Si quieres vamos juntos.

—No hace falta, tú ve a la playa y disfruta. Vamos a quedarnos aquí un mes, tenemos tiempo. —Le dediqué una sonrisa entusiasta, intentando contagiarle algo de alegría y buen rollo. Un mes de vacaciones, un mes con Hugo ligando, un mes “trabajando” a escondidas de él y lo más importante: un mes para encontrar una forma de decirle a él y a mis padres que no volvería a casa después de aquellas vacaciones.

Con mis padres lo tenía prácticamente pensado: he encontrado trabajo y alquiler aquí en Mallorca y no voy a volver a Madrid. Pero con Hugo las cosas no eran tan fáciles. Decirle que había encontrado trabajo era una locura. Intentaría averiguar de qué se trataba el tema e incluso intentaría visitarme, cuando ni siquiera yo estaba seguro de dónde me tocaba trabajar. En realidad no sabía nada. Zoltan explicó por encima que la mansión se utilizaba a menudo y más como residencia, pero aquello no implicaba una reclusión total. Al parecer viajar era más importante para un gigoló que para un aventurero. Yo estaba muy confuso, y necesitaba tener respuestas cuanto antes.

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—Antes de volver a la mansión tengo que explicarte unas cuantas cosas. —Zoltan y yo íbamos en el coche sin un rumbo fijo, haciendo tiempo para hablar antes de empezar con lo que el denominaba “mi entrenamiento”. Sobre las tres y media me había escaqueado de Hugo y le había dejado durmiendo la siesta. Las chicas pelirrojas despertaron a las dos y se fueron a comer a su casa, que a saber dónde estaba.— De primeras, nunca atiendas a nadie así vestido. —Me miré. Camiseta azul y bermudas negras. Aparte de chanclas. Sí, iba muy guapo.— ¿Tienes trajes? —Negué con la cabeza.— Pues son imprescindibles. Así que lo primero será comprarte un traje. No entrarás en la mansión de nuevo vestido como un dominguero. —Zoltan iba trajeado, cuando le vi salir del coche al atravesar la puerta de la verja de la mansión casi me da algo. Imponía demasiado, estaba impoluto vestido de gris perla.— Educación, cultura, temas de conversación, moda… Necesitarás estar al tanto de las tendencias en todo momento, nadie se conforma con dos oídos que no opinan nada. Todo es tendencia, todo es moda, todo es lujo. Hasta los calcetines y calzoncillos. Piensa que tu forma de vida va a cambiar. Gimnasio, necesitas definir musculatura. Y tu pelo. La barba también. Pasaremos por un centro de estética. El bronceado es imprescindible, en las altas esferas llevar marcas de bañadores o bikinis no es bonito, así que también tienes que estar atento a eso. Las uñas bien cuidadas y limadas. Nada de tener caspa ni piel seca o grasa, siempre bien cuidada. Por suerte no te veo acné, eso es un punto. —”Menos mal que no me viste hace años”.

Suspiré. No dejaba de hablar, de decir demasiadas cosas y yo no lograba entender mucho. ¿Eso era el lujo? Empezaba a no verlo tan atrayente.

—¿No crees que todo eso es exagerado?

—Nunca es demasiado. Los diamantes brillan, pero también cortan y tienen más veneno del que parece. El lujo tiene dos caras: la que ven y la real. Tienes que mostrar una y sonreír siempre, aunque en realidad estés deseando regresar a tu casa, ponerte en calzoncillos y ver la tele con los pies en la mesa. Pero esto es glamour, esto es éxito, aquí no existe nada que nos deje en mal lugar, que nos haga parecer… humanos. Somos muñecos perfectos. Somos lo que todo el mundo desea y que nadie puede tener, porque no somos reales, somos apariencia.

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Madame Gold había dado ya sus referencias. Por suerte para mí, Alfa estaba de viaje de negocios, y el que se las llevó fue Zoltan, pero aquella férrea mujer insistió en hablar personalmente con Alfa más adelante.

Yo estaba en aquella habitación, una habitación de la segunda planta, más moderna y sobria que la de la noche anterior, juvenil, de pie frente a un espejo. La noche se acercaba y me veía más guapo que nunca. Barba perfectamente perfilada, el pelo cortado y peinado, traje beis prácticamente a medida con camisa color crema y el botón de arriba abierto. Me habían hecho hasta la manicura y mis uñas parecían hasta más lujosas que mis zapatos Armani. Me sentía un auténtico caballero. La tarde la había pasado probándome ropa y Zoltan me había comprado dos trajes más aparte del que llevaba. Me había dejado ahí solo y no podía evitar sentirme atractivo a pesar de no haberme visto así nunca. Pero el cambio había sido realmente notable, hasta notaba mi piel mejor, el tratamiento facial de mascarilla parecía bueno y eficaz, o quizá yo lo quería sentir así. El lujo era eso, una máscara, pero una máscara bonita. Jamás me había sentido guapo y al fin lo estaba haciendo, los miedos que tenía al empezar la tarde parecían disiparse.

Me giré hacia la puerta cuando vi que se abría a través del espejo. Zoltan entró acompañado de una chica joven, con un vestido suelto blanco y unas sandalias de tacón. Tenía los ojos azules y era rubia, con la piel muy blanca.

—Alex, te presento a Erika.

La chica se adelantó y me dio dos besos en la mejilla.

—Encantada Alex. —Su voz sonaba dulce, delicada, pero sobretodo educada y con clase.

Yo no sabía qué decir, pasaba mi mirada de uno a otro extrañado.

—Erika va a darte la última lección de hoy. Os dejo solos. —Zoltan me dedicó una sonrisa llena de picardía y se fue cerrando la puerta tras de sí.

No estaba muy seguro de lo que tocaba en aquel momento, pero algo me decía que me iría de nuevo satisfecho al hotel.

—Se te ve muy guapo Alex. —Me dijo Erika caminando por delante mía con divertidos pasos sensuales. Se acercó a un armario y lo abrió sacando un maletín.— Zoltan me ha contado que eres nuevo y que necesitas entrenamiento. ¿Sabes lo que es el “bondage”? —Negué con la cabeza.— Primera lección suspensa. Siempre has de saber de qué te habla el cliente. Segunda lección también suspensa. Siempre has de responder con palabras. Necesitan escucharte, sentir la compañía. Solamente te callas si ellos te lo piden.

Se acercó a la cama y yo empezaba a sentirme paralizado. Depositó el maletín en ella y lo abrió. Apenas pude ver su contenido porque la tenía delante, inclinada, y mis ojos no pudieron resistirse a mirar aquel culo que tenía en pompa ante mí. “Si el vestido fuese más ceñido…” Pensé para mis adentros.

—Átame. —Se giró lanzándome unas esposas de metal. Las sentía frías entre mis manos, y aquello me pareció más frío aún.— ¿A qué esperas?

—¿Cómo?

—Iniciativa. Te estoy pidiendo que me ates. Obviamente, al cabecero de la cama. —Me miraba frente a los pies de la cama. Había cerrado el maletín y lo había dejado en el suelo. Yo estaba demasiado confuso y no podía moverme, no sabía qué hacer con aquellas esposas, cómo atarla.— Mira que eres soso hijo. ¿Y tú eres esa nueva adquisición que Alfa tanto ncesitaba? Vamos a tener que trabajar mucho contigo antes de darte una clienta. A no ser que te vayan los tíos.

—No. —Respondí con firmeza.— Me gustan las mujeres.

—No lo parece.

—¿Cómo que no?

—Digamos que… no pareces muy convencido de ello. —Empezó a bajar los tirantes de su vestido, sacando los brazos y dejándolo caer, quedando en lencería. Parecía ser que las bragas y los sujetadores convencionales no eran algo muy común en esos ambientes de lujo y libertinaje.— Eres incapaz de atarme… y eso te deja en muy mal lugar. —Me retaba, sabía que me retaba, la conciencia que me quedaba me decía que buscaba una reacción en mí, pero aparte de una erección que comenzaba a tener lugar, poco cambio notaba.— Es normal. Las mujeres intimidamos, no todo el mundo es capaz de dirigirnos, de hacernos vuestras sumisas y muchos hombres preferís quedaros bajo las órdenes de… otros hombres. Siendo sus… mascotas. —Se llevó el dedo índice a la boca, con gesto inocente, pero me puso aún más cachondo y creo que consiguió lo que se propuso.

—Voy a demostrarte que no me gusta estar bajo las órdenes de otros hombres. —Respondí con firmeza, acercándome a ella.— Para empezar, te voy a atar a la cama y yo voy a ser el que manda. —Alcé las esposas, poníendolas entre nuestros rostros. Mi mano izquierda se posó en su cadera y caminé despacio hasta pegarnos, haciéndola chocar con la cama, cayendo en ella.

—¿Y qué más me vas a hacer? —Me mirab a los ojos, quería provocarme con la mirada, sabía perfectamente lo que quería y sabía cómo conseguir la reacción que buscaba en mí.

—Aquí el que habla soy yo. —Puse un dedo en sus labios y me acerqué, rozándolos con los míos. Ella respondió en su busca y ambos nos besamos. Me quedé con las ganas de besar a Madame Gold, y aproveché con Erika. Nuestras lenguas se entrelazaron y atrapé su labio inferior tirando de él despacio con los dientes. Sonreí satisfecho y agarré su muñeca, enganchando las esposas en ella. Le indiqué con movimientos de mi cuerpo que se incorporase para poder llegar al cabecero. Llevé su brazo hacia arriba, pasando la cadena por una barra y atando así su otra muñeca. Finalmente la había atado como me había pedido. “¿Y ahora qué?”. Cómo no, mi estupidez tenía que hablar, pero mis impulsos me llevaron a actuar. Iniciativa, eso era lo que se pedía.

Volví a besarla, sintiendo de nuevo aquellos labios, y era hora de hacer cosas que no hice la noche anterior. Suena triste, pero solamente podía tirar del porno para ser original, y poner empeño en ello para hacerlo lo mejor posible.

Mis manos acariciaron su vientre, su cuello, pasé mi pulgar por sus labios, nos mirábamos con complicidad, parecía que estaba haciendo las cosas bien. Me dirigí a sus pecho, unos pechos firmes, suaves, blandos y redondos. Más pequeños que los de Madame Gold, pero entraban en mis manos como si estuviesen hechos a medida. Los acaricié por encima del sostén, los apreté excitado y jugué con ellos a mi antojo. Ella estaba atada, me sentía poderoso por ello. Desbroché el sujetador, cuyo broche estaba por delante y seguí manteniendo mi juego con sus tetas. Vi sus pezones oscuros, perfectamente proporcionados con aquellos senos y dirigí mi lengua hacia uno de ellos. Los besé y succioné, los pellizqué y mordí, necesitaba hacer lo que nunca había hecho, todas mis curiosidades tenían que verse saciadas. Me gustaba y ella soltaba pequeños gemidos que me volvían loco.

Besé su plano vientre, lo recorrí con la lengua despacio y llegué a su tanga, donde me entretuve lamiendo por encima de la tela. Notaba el calor y la humedad. Me gustó hacersélo a Madame Gold, y con ella lo disfrutaría igual o más. Me sentía dominante, el amo de la situación. Agarré sus muslos con firmeza, cuídandome de no apretar con demasiada fuerza pero sí la suficiente. Separé aquellas piernas para incorporarme mejor entre ellas. Me quité la chaqueta del traje con rapidez y la tiré al suelo sin mirar. Volví a meter mi cabeza en su entrepierna y mordí la tela del tanga, tirando con los dientes, bajándola despacio e inhalando aquel aroma que su sexo desprendía. Sus ingles brasileñas mostraban un hilillo de vello rubio en su pubis y lo acaricié, suave y excitante. Lo recorrí despacio con la lengua y la escuhé gemir, noté cómo se estremecía. Me ponía muy cachondo y ya notaba a mi polla gritar bajo mis pantalones.

Lamí los labios de su vagina, introduje mi lengua y lubriqué su entrada mezclando sus fluidos con mi saliva. Introduje dos dedos de golpe y comencé a masturbarla con energía, metiendo y sacando mis dedos. Estaba extasiado, fuera de mí mismo, necesitaba hacer todo aquello. Acerqué mi lengua a su clítoris y comencé a practicar en él movimientos circulares con rapidez sin dejar en ningún momento de masturbar su coño con mis dedos. Gemía y gritaba, arqueba la espalda. Saboreé sus fluidos que lubricaban y pringaban mi mano, me encantaba aquella nueva posición.

Me levanté y me coloqué sobre ella, llevándole mis dedos hacia su boca y ella los lamió. De nuevo sentí la necesidad de besarla, sus labios me enloquecían.

Me desabroché la camisa y la tiré también. Abrí mi conturón y mi bragueta y acaricié mi paquete por encima del calzoncillo. Bajé de nuevo entre sus piernas y la agarré de ellas, alzándolas y poniendo su coño a mi disposición, más accesible, más vistoso, rosado y húmedo, con hambre, con ganas de polla. Me la saqué y la acaricié un par de veces, guiándola hasta la entrada, colocando la punta despacio y tanteando, acariciando los labios con el glande, masturbando despacio mi miembro y golpenado su clítoris con él.

—Ponte un condón. Están en el cajón de la mesilla. —Me ordenó ella jadeante. Me levanté de la cama obediente y los cogí. La miré de reojo y mis fantasías se alimentaron solas en milésimas de segundos.

—Aquí las órdenes las doy yo.

Me subí en la cama a la altura de su cabeza y dirigí mi polla hacia su boca, que ella abrió sonriendo lasciva y chupó con la lengua el glande. La tenía colocada en sus labios y la metí de golpe. La saqué de nuevo y repetí el proceso tres veces más. La sujeté de la cabeza y comencé a follarle la boca. No quería ser muy brusco, pero la idea de dirigir la mamada me estaba volviendo loco y tenía el miembro duro como una piedra. Notaba la humedad, la presión que hacía con los labios y el jugueteo de la lengua. A pesar de dirigir yo ella colaboraba y se dejaba, era una experta y sentía que me estaba gustando más que el polvo con Madame Gold. Volví a clavársela hasta la garganta y la saqué, choreando saliva.

Me fui hacia su entrepierna de nuevo, quitándome el pantalón y quedando desnudo completamente. Me puse el preservativo y la agarré de nuevo de las piernas, alzándolas. El éxtasis de dirigir me invadía y la metí de una estocada. Ella gritó y gimió. La saqué entera y volví a repetirlo. Me gustaba hacer aquello. Luego la metí una vez más y comencé pequeñas embestidas dentro de ella sin sacarla, un ligero juego de cadera, metiendo y sacando, sintiendo el calor y la presión de su sexo en mi miembro. Una oleada de placer me recorría la médula espinal hasta llegar los estremecimientos a mi nuca. Gemía y jadeaba, las penetraciones aumentabn el ritmo, cada vez me movía más rápido, sin sentir el cansancio, estaba demasiado excitado, tenía que cumplir cuantas más fantasías posibles, mejor.

Me deshice de sus sandalias, comencé a besar sus pies mientras me la follaba, mientras mi polla entraba y salía de su coño. Agarraba sus muslos con fuerza, llegando a sentir que dejaba marca en ellos.

Salí de ella y me quité el condón. Me coloqué sobre su vientre, cerca de sus pechos. Comencé a masturbarme sobre ellos, golpeando de vez en cuando una de sus tetas con mi miembro. Ella me dedicaba miradas provocativas y se mordía el labio, se relamía, y cada vez que la veía mi mano aumentaba su velocidad hasta llegar a hacerme daño. Subía y bajaba con fuerza, con ganas, a buen ritmo. Empecé a sentir los espasmos de mi polla y liberé un fuerte chorro de semen que cayó entre sus pechos. Terminé jadeante, con la respiración entrecortada, sudoroso y muy satisfecho. Me levanté y volví a besarla, lo necesitaba.

—Desátame. Las llaves las he dejado en el bolsillo del vestido. —Cogí el vestido del suelo y rebusqué en él. Saqué las llaves de las esposas y la liberé. Ella se levantó agarrándose alternativamente las muñecas y se acercó a mí. Besó mis labios, mordió con fuerza el interior, sentí un ligero dolor, pero fue placentero, y me dio un empujón tirándome a la cama, dónde cai tumbado boca arriba.— Aún no has acabado conmigo. Yo quiero un orgasmo.

Genial, me habíha corrido y la había dejado insatosfecha. Empezaba mal.

Se agachó y comenzó a lamer mi miembro semi-flácido, metiéndoselo en la boca, llegando hasta los huevos, mirándome y masajeando con la mano mientras lo sacaba y antes de volvérselo a meter. Se daba pequeñas cachetadas en las mejillas con él, en la lengua, y volvía de nuevo a las mamadas con garganta profunda. Yo estaba erecto de nuevo, y sentía un gran placer. Me colocó otro condón y se sentó a horcajadas sobre mí, metiendo mi polla en su coño, despacio.

Comenzó a botar, mi miembro salía y entraba, ella llevó su mano a su vagina y comenzó a estimular su clítoris mientras botaba sobre mí. Me estaba follando, o más bien se follaba a sí misma con mi polla. Gemía, gemía como no lo había conseguido yo, y a mí me volvía más loco a cada vez que lo hacía. Vi sus pechos botando y alcé mis brazos para acariciarlos y presionarlos, estrujarlos y pellizcar los pezones, ponerlos duros, sentirlos. Ella no dejaba de estimularse con los dedos, de botar sobre mi miembro.

Me pasó la mano por los labios y me metí aquellos dedos en la boca, que chupé encantado, sintiendo el sabor de su flujo, de su sexo, saboreando gustoso y extasiado.

La agarré de las caderas con fuerza y ella clavó las uñas en mi pecho. Mis manos agarraron sus nalgas y comencé a mover mi cadera para follármela, entrando en ella con fuerza, al compás de sus movimientos mientras ella hacía lo mismo, obteniendo ambos más placer. Ambos nos fundimos entre gemidos, jadeos y gritos ahogados de placer. Pude sentir su orgasmo y me corrí por segunda vez.

Aún estaba ella sobre mí con mi miembro dentro cuando deslizó las uñas con fuerza por mi pecho con un grito mudo, dejando el rastro de los arañazos entre mi vellu oscuro.

—Ahora sí. —Me dijo con la respiración entrecortada con una sonrisa traviesa.— No ha estado nada mal. Eres bastante bueno para ser novato. Eso sí, la iniciativa hay que pulirla, vas demasiado al porno barato y tienes que ser más sutil.

—Decir eso después de un polvo corta bastante el rollo, ¿no crees? —Respondí a modo reproche, aunque sonriente.

—Tú y yo solamente somos compañeros de trabajo. Hacemos lo mismo y me ha tocado instruirte. Así que te diré todo lo bueno y malo que hagas. —Se levantó y recogió su ropa.— Es tu primer día, así que no nos ducharemos juntos, pero eso es algo muy común. Eres bastante guapo y tienes buena polla, pero tienes que mejorar tu musculatura. —¿Tan mal estaba? Me iban a crear complejo. Aunque los comentarios sobre mi miembro siempre alzaban el ego.— Te dejo ya. Dúchate y vístete antes de que llegue Zoltan. Mañana veré lo que me toca enseñarte.

Y salió desnuda de la habitación, sorprendiéndome más aún.

Me levanté de la cama y me dirigí a la ducha. Pensé en lo que me estaba ocurriendo. Dos polvos en menos de veinticuatro horas. ¿Quién me lo iba a decir a mí? Pero no era eso solamente, también estaba el hecho de que me había metido a trabajar como gigoló, y parecía que iba en serio. Pensé en Hugo, en cómo decirle al día siguiente que me tocaba irme otra vez solo. Habíamos decidido pasar las vacaciones juntos y por culpa d eun malentendido no pasaría ni un día junto a él. Si me hubiese ido directamente al hotel… no habría follado. Si hubiese hecho caso a Hugo… a lo mejor me habría tirado a una de las pelirrojas. ¿Qué estupideces eran aquellas? Lo realmente importante era que aquel trabajo me quitaría de volver a casa, de meterme en la universidad, de ser alguien normal que pudiese hablar de curro con la familia y los colegas. Pero también era lo que me llevaría a tener todo lo que siempre quise.

Salí d ela ducha y cogí una toalla. Me vestí de nuevo con el traje. Ya vería cómo le explicaría a Hugo de dónde lo había sacado, la beca no me daba para tanto, y una gran parte había que guardarla para la universidad. Reí internamente. Universidad… Obviamente, los estudios se acababan para mí…