Diablesa - Prólogo y Cap. I

Una artista de striptease es conjurada para prestar un servicio demoniaco en el París medieval.

Diablesa


Título original: Demoness

Autor: Morgan Hawke

Traducida por GGG, septiembre 2005

Tomada de BDSM Library (http://www.bdsmlibrary.com/stories/story.php?storyid=717)

Para: Jessica, Mi Lady Malora

Prólogo

Toronto, Canadá, invierno. En nuestros días...

Bajando las palmas por su suave barriguita, Cassandra se deleitaba en la calidez que surgía bajo la superficie de su piel como una manta eléctrica interna.

"Realmente no hay nada como una cama bronceadora para mantenerte caliente en invierno," dejó escapar Cassandra en voz alta. Con un suspiro de placer se dejó caer de la enorme cama bronceadora, desnuda, en el sótano de la mansión de Marco.

Volviéndose hacia su reflejo en el espejo dorado y recargado, se echó un vistazo rápido, para asegurarse de que no se había quemado nada tierno, como su montículo recién afeitado. Las puntas de los dedos tocaron suavemente el arreglado matojo, satisfecha de su forma de cruz invertida.

'Bien, eh, cuando eres  bailarina satánica exótica no viene mal hacerse publicidad,' meditó. Se puso, con movimientos rápidos y eficientes, los prietos pantalones negros y la camiseta favorita 'Black Sabbath' (Sábado Negro), luego se volvió a deslizar las sandalias en los pies. No pensaba echar a perder sus pies recién arreglados poniéndose unos zapatos. Movió los dedos color rubí oscuro y sonrió. Dedicó un último momento a admirar la forma en que las uñas de sus pies, afiladas y recién pintadas, hacían perfecto juego con sus dedos.

Sonrió con satisfacción a su imagen en el espejo, se volvió a abrochar en la garganta el colgante de Baphomet (N. del T.: un ser demoníaco al que se atribuye haber sido adorado por los templarios y al que se hace mucha referencia en la música 'black metal'). Era la noche libre de sus bailes en el club y pretendía disfrutarla a fondo con su chico-objeto favorito. Marco era oscuro y resultaba magnífico con sus largos rizos negros, le gustaba el mismo tipo de sexo perverso que a ella y también era satanista. Era una de sus personas favoritas para estar con ella, mientras estaba en la ciudad y no solo porque tuviera una cama bronceadora en el sótano.

La casa de Marco era enorme y oscura y realmente antigua, con algo como de película de terror, gótica, en blanco y negro. Toda ella en negro y gris con muebles recargadamente labrados de estilo antiguo y oscuras pinturas de gente extraña con aspecto raro. Por su casa había salpicaduras aquí y allá en escarlata, como las voluminosas cortinas de terciopelo de las enormes ventanas de cristal ahumado y las sábanas de su enorme cama.

Cassandra se inclinó para recoger su bolsa del suelo cuando notó en el aire un poderoso olor a quemado.

'¿Azufre?' pensó Cassandra, sorprendida. '¿De dónde viene ese olor a azufre?' De repente todo se volvía muy extraño. Hubo una explosión y se encontró cayendo. Luego el mundo se esfumó bruscamente.

Primera Parte:

¡Sometida a conjuro!

París, Francia, invierno, Edad Media...

"Vale capullo, ¿quién coño eres y que cojones estoy haciendo en tu sótano?" le soltó Cassandra al hombrecillo con una expresión muy sorprendida en su rostro. Estaba desnuda como acostumbraba y realmente cabreada.

El hombrecillo estaba vestido con una bata negra con incrustaciones de oro y piedras preciosas y adornada con símbolos místicos bordados en oro. No parecía viejo, pero nadie en el mundo le llamaría bien parecido. Su pelo negro engominado estaba enmarañado como si hubiera dormido sobre él y la cara no estaba precisamente limpia.

Casi incapaz de apartar los ojos de la forma dorada y desnuda de Cassandra, se volvió hacia un enorme libro encuadernado en cuero negro que reposaba en un estrecho podio de madera junto a él. Pasando a toda prisa las sobredimensionadas páginas, encontró el pasaje, luego murmuró algo en lo que sonaba fatalmente a latín con mucho acento y realmente familiar.

Cassandra sintió como un desplazamiento en su cabeza; como si el cerebro se le estuviera moviendo en el cráneo, luego, repentinamente, entendió todo lo que le estaba diciendo.

"... te invoco, en nombre de Lucifer, Señor de la sangre y la oscuridad, a obedecer mis órdenes, oh Diablesa del Abismo," terminó con una floritura.

"¿Qué cojones...?" empezó a decir, luego miró a su alrededor bruscamente. Estaba en pie sobre una amplia plataforma circular, dentro de una estructura compleja que se parecía sospechosamente a un pentagrama de conjuro. Había visto algo similar en un libro que tenía en casa, pero este particular pentagrama estaba adornado con multitud de colores, y estaba en movimiento. Los círculos y los complicados diagramas se agitaban a su alrededor en direcciones opuestas. Las letras cambiaban y se transformaban, girando y retorciéndose en frases cambiantes, demasiado rápidas para que sus ojos las siguieran. Y ella estaba dentro de aquello, en el mismo centro. Donde se suponía que tenía que aparecer el diablo.

"¡Maldita mierdecilla!" juró con crueldad, luego dio un paso hacia el tipo, resultando sacudida por una súbita parada. No podía traspasar los límites. Levantando las manos con curiosidad palpó y se descubrió atrapada en una especie de invisible campo de fuerzas.

'Pero si este es un círculo que se supone que tiene que contener un demonio y no puedo traspasarlo, entonces esto quiere decir que...' su entrecejo se arrugó confundido. '¿Qué se supone que yo soy el demonio?' Los ojos violeta de Cassandra se abrieron sorprendidos, pensando que ser considerada un demonio era bastante guay, pero pensándolo de nuevo que no lo era.

"¡Eh! ¡Sácame de aquí, maldito engendro! ¡Tienes que haber hecho mal el conjuro, idiota comemierdas!" gritó, golpeando con un puño el campo de fuerzas. Se produjo un sonido hueco y tembloroso pero siguió donde estaba. Los juramentos y maldiciones de Cassandra empezaron a volverse más creativos.

El hombrecillo de la bata larga la ignoraba mientras seguía con su letanía. Se encaminaba, recitando, derecho hasta el borde del círculo y terminó su mantra en una exhibición de frases y gestos exóticos.

"Diablesa," dijo, apuntando a Cassandra con su dedo. "Te ordeno que seduzcas al bendito inquisidor, Monseñor Casca Renaldo Cervantes de la bendita orden de los dominicos, actualmente alojado en la catedral de Nuestra Señora de París. Te ordeno que le robes la virginidad y luego le entregues a tu infernal amo," anunció el hombrecillo.

"¿Qué?" explotó ella, deteniendo súbitamente su retahíla de maldiciones. "Deja que me asegure, ¿me conjuras para que seduzca a un cura?" dijo Cassandra sorprendida. "Coño, te traería a un cura sin necesidad de todo este..." movió la mano alrededor para indicar el entorno del ritual, "...montaje," terminó, sonriendo ampliamente. 'No sería el primer cura que haya seducido' pensó para sí misma un tanto engreída, 'y si se me permite decirlo, ¡no será el último ciertamente!'

Algo resonó abruptamente en la cabeza de Cassandra. Una oleada de calor se extendió por su cuerpo, como unas manos explorando su carne. Sintió como si algún otro se estuviera moviendo en el interior de su cuerpo, vagando por debajo de su piel y merodeando en el fondo de su mente. Los pezones de Cassandra y hasta el último de los pelos de su cuerpo se pusieron tiesos. Para su total y completa sorpresa, se le abrió la boca y las palabras se derramaron de sus labios.

"Escucho y obedezco, Amo." Las palabras se limitaron a saltar de su boca. "Vale, esto está resultando demasiado extraño para mí," susurró asustada. "Bueno, mierda. Parece que el demonio soy yo. Pero ¿dónde cojones estoy?"

"Ven, Diablesa," ordenó, extendiendo imperiosamente la mano.

Cassandra se sobresaltó ante la orden, pero era extrañamente impotente para resistirse a su orden directa. Algún otro estaba conduciendo el coche, haciendo que su cuerpo se moviera por sí mismo. Con precaución colocó la palma de su mano en la mano que la esperaba y avanzó encogida.

'Vaya, no estalla', pensó mientras traspasaba la frontera del círculo para colocarse junto al hombrecillo. Cassandra parpadeó cuando se dio cuenta de que era toda una cabeza más bajo que ella.

"Soy el Maestro Chevalier le Duc," dijo con cortesía afectada. "Bienvenida a París."

"¿Estoy en París? ¿En París, Francia?" chilló Cassandra.

"Así es. Dime tu nombre, Diablesa."

"Soy..." empezó a decir, pero el ocupante de su cuerpo se tomó un momento para deslizarse bajo su piel en señal de precaución. Había algo que todavía no podía entender, algo sobre las almas y el intercambio de poderes. Podía sentir que surgía un nombre, uno que no había oído nunca antes y no estaba segura de poder pronunciar. 'Humm, debe ser el nombre de mi compañero de habitación,' pensó. 'Mejor dejar ese para mí misma.' Su compañero de habitación se apaciguó y ella pensó que estaba contento con su decisión.

"¿Tu nombre?" presionó el Maestro.

"Puedes llamarme Malora," dijo sonriendo. Estaba diciendo la verdad, era realmente su nombre. En todo caso su nombre de bailarina de striptease.

"Lady Malora," le sonrió. Con gran cuidado, el Maestro se soltó la bata negra y se la ofreció a Cassandra. Había pensado que la bata era extravagante pero lo que llevaba debajo hacía que la bata pareciera vulgar en comparación. Llevaba una bonita túnica de terciopelo marrón vivo, incrustada con cientos de minúsculos topacios dorados, encima de una camisa de manga larga y unas calzas de terciopelo marrón. Cubrían sus pies unas zapatillas cuadradas de aspecto extraño.

"Oh vaya... definitivamente no estoy en Kansas," bromeó Cassandra mirando el atuendo completamente medieval de él, mientras se encogía dentro de la bata. Sonrió al darse cuenta de que, aunque la bata barría el suelo cuando la llevaba el hombrecillo, el borde resultaba demasiado corta para ella en más de un pie. Meneó los dedos de sus pies pintados en carmín.


"¡Mierda!" susurró Cassandra. "Y yo que pensaba que Marco tenía una casa magnífica!" dijo Cassandra sorprendida, mientras la llevaba a través de enormes vestíbulos y galerías.

El Maestro vivía en una especie de palacio de Satán. Los suelos eran de mármol negro veteado en blanco con techos noblemente dorados y pinturas en cualquier superficie expuesta sin que importara lo minúscula que fuera. El mobiliario estaba todo cubierto de terciopelo color rubí sobre madera negra y robusta. Enormes tapices cubrían las paredes cubiertas de madera de roble y tapaban las puertas. Había alfombras de piel tiradas por los suelos y sólidos platos de oro sobre las repisas que coronaban los cientos de chimeneas que parecía haber en cada habitación.

'¿Piensa este tipo que es un vampiro o algo semejante?' pensó Cassandra mientras miraba alrededor. 'Está todo tan oscuro aquí.' Todo el lugar estaba iluminado con miles de velas en soportes de pared y enormes candelabros de plata, pero las sombras se adueñaban de todos los rincones. Si había ventanas allí tenían que estar bien tapadas.

Había también cientos de criados moviéndose a toda prisa por doquier. En contraste con el Maestro, y sus terciopelos enjoyados color chocolate, los criados estaban vestidos todos ellos en monótonos colores confusos. Todas las mujeres llevaban pañuelos en la cabeza y faldas largas. Los hombres llevaban gorras informes y camisolas realmente largas y sueltas, fijadas con cinturones. Todos eran más bajos que el Maestro. Cassandra se sentía realmente gigantesca.

"Entonces, ¿qué año es aquí en París?" preguntó recelosa. Él soltó una fecha pero realmente no tenía ningún sentido. El ocupante que se le había deslizado en su interior se agitó ligeramente bajo su piel y rellenó los espacios en blanco de la información. Estaba en algún momento de enero del siglo decimotercero. El Maestro, aparentemente, no seguía el recién introducido calendario juliano.

'¡Mierda! ¡Estoy en la Edad Media!' pensó Cassandra atónita.

El Maestro la condujo a través de una galería larga y oscura hasta un enorme tapiz que representaba una colorida escena de caza, luego lo empujó hacia un lado para dejar al descubierto un par de puertas negras inmensas de roble. Tirando de ellas para abrirlas, la hizo pasar a una sala enorme con dos chimeneas y una gigantesca cama con dosel de cortinas de espeso terciopelo negro. Sus pies desnudos se hundieron en una gruesa alfombra de sedoso terciopelo, que brillaba con vibrantes colores en un diseño de Oriente Medio.

Cassandra dio vueltas por la habitación observándolo todo. Quedó intensamente fascinada por las esculturas de mármol de lascivos machos cabríos, sátiros, que soportaban la pesada repisa de una de las enormes chimeneas. El artista había sido particularmente creativo con el tamaño de las pollas que ostentaban.

"Vaya, tengo que conseguirme una de estas," suspiró envidiosa. Cassandra se volvía para preguntar al Maestro sobre las esculturas, cuando se lo encontró en pie, junto a la cama envuelta en terciopelo, completamente desnudo.

"Sírveme," ordenó. En la palma acariciaba su polla enorme y muy tiesa.

"Impresionante," comentó, luego le echó un vistazo más detenido. Aunque disfrutaba haciendo mamadas y parecía que él tenía un espécimen muy hermoso, sin circuncidar, de virilidad, Cassandra revisó su cuerpo desnudo con sombrías reservas. Ni por asomo estaba limpio. De hecho emitía un serio olor corporal que podía oler desde donde estaba, al otro extremo de la habitación.

Obviamente Cassandra no podía desobedecer su orden. El 'otro' que cohabitaba en su cuerpo no iba a dejarla eludir una orden directa. Pero tal vez pudiera encontrar una forma de evitar este pequeño problema de asco. Estaba llena de inspiración. Todas las novelas de amor realmente buenas describían baños calientes en bañeras junto al fuego.

"Me encantaría servirle," dijo Cassandra rápidamente, antes de que pudiera ordenarle ponerse aquella cosa horrible y asquerosa en la boca. "¿Por qué no os baño antes, Amo?"

"Hace demasiado frío para un baño..." empezó a decir, pareciendo un poco dubitativo.

"No, si calentamos bien el agua y colocamos la bañera justo delante del fuego. Podría lavaros con mis propias manos," ronroneó seductora, "restregándoos y enjabonándoos todo el cuerpo." Ofreció Cassandra tentadora. "¿Habéis tenido prácticas sexuales alguna vez en una bañera llena de agua con jabón?"

"Hasta ahora no he tenido ese placer." Había una expresión interesada en sus ojos negros. "Creo que ha llegado el momento," dijo asintiendo levemente. Cassandra se sintió saltar de alegría, pero se calmó mediante una pequeña reverencia y una sonrisa sensual.

Las novelas de amor olvidan aparentemente mencionar cuánto tiempo lleva, criado tras criado, el calentar y transportar cubo tras cubo tras cubo de un agua que se enfría rápidamente, todo el camino desde las cocinas hasta la habitación del Amo para llenar de agua la enorme bañera de madera.

'¡Oh, mierda!' pensaba Cassandra. 'Esto parece que va a tardar un rato.' Miró las pocas pulgadas de agua en el fondo. 'Será mejor que distraiga a este tío, antes de que se aburra de observar a los criados llenar la bañera y me pida otra vez que le haga una mamada.' De nuevo la inspiración acudió al rescate.

"Amo. Si tuviéramos algo de música, podría bailar para vos," Cassandra se abrió la bata que todavía llevaba, para mostrar sus pechos llenos y el cuerpo suave, luego movió las caderas de forma seductora. Cassandra se alegró al ver que los ojos del Maestro casi se salían de sus órbitas. Agarró a uno de los criados y le pidió que le trajera a algún gitano cuyo nombre no podría ni empezar a pronunciar.

"¿Me llamaba Maestro?" preguntó un tío joven solo unos minutos después. Iba vestido con harapos de colores brillantes, festoneados con monedas de oro y plata. Cruzó la puerta llevando una guitarra de aspecto extraño, de vientre redondeado e hizo una reverencia. Se trasladó a una esquina de la sala. El joven músico se sentó en un gran cojín en el rincón. Afinó su instrumento, hizo sonar una cuerda y levantó la vista hacia Cassandra, en actitud expectante.

"¿Qué querrías que tocara el gitano?" preguntó el Maestro.

Cassandra no tenía ni idea de qué pedir. De repente esa cálida sensación del 'otro' fluyó bajo su piel para rodearla en una brillante oleada de calor, haciendo que su cabello se levantara en oleadas de poder. Como si fuera un sueño, se deslizó hasta el músico. Con un encogimiento de hombros la bata cayó al suelo a sus pies, dejando al descubierto su glorioso cuerpo. La boca del músico se abrió, completamente atónito.

Suavemente Cassandra se inclinó sobre el músico sentado, rozándole el hombro con su largo cabello rojo. Cogiéndole la barbilla con la mano, le tocó delicadamente los labios con los suyos. Su boca se abrió y la lengua penetró hasta tocar la suya. Una corriente de calor del otro mundo pasó de su boca a la de él.

El músico se agitó dando un pequeño grito como si le golpearan. La cabeza le cayó bruscamente, luego sus ojos se levantaron lentamente hacia ella. Un brillo de fuego infernal bailaba en las profundidades de sus ojos negros y sonreía de una forma que Cassandra estaba segura nunca antes había sonreído el músico. Asintió una vez y empezó a tocar. Cabalgando todavía en la oleada de 'lo otro', se deslizó hasta el centro de la alfombra. El músico acometió un acorde de apertura que sonaba extrañamente como 'Stairway to Heaven' (N. del T.: Escalera al Cielo, debe referirse a una obra de ese título de Led Zeppelin). Cassandra sintió que una oleada de poder envolvía su piel y se desmayó.

La música se detuvo y Cassandra se despertó de golpe. Tenía los brazos levantados por encima de la cabeza en un arco sinuoso, el cuerpo arqueado formando una curva sensual y las piernas preparadas para saltar. Lentamente relajó su postura. Había un adorable brillo de sudor sobre su piel, pero Cassandra no sentía el menor asomo de cansancio. El músico se había desmayado en su cojín. Ella no podía recordar ni una puñetera cosa.