Diablesa - Cap. 6 y 7

Azotada y Justicia Poética

Diablesa


Título original: Demoness

Autor: Morgan Hawke

Traducida por GGG, septiembre 2005

Tomada de BDSM Library (http://www.bdsmlibrary.com/stories/story.php?storyid=717)

Parte Seis: Azotada.

'¡Ya era maldita la hora de que se decidiera a follarme!' pensó Cassandra mientras se dejaba caer entera y boca abajo sobre la gruesa alfombra a los pies del Monseñor, mirando hacia sus zapatillas. Hubo un rumor de ropa y vio como las pesadas prendas eclesiásticas rojas caían al suelo junto a su cabeza.

"Date la vuelta y ponte de cara a la puerta, ¡rápido!" gruñó el Monseñor. "Ahora levanta ese lujurioso culo tuyo. ¡Más arriba!"

Cassandra obedeció, presentando su trasero suavemente redondeado y los plenos pliegues de su coño a su vista, como le había ordenado. Se volvió para mirar por encima del hombro. Él llevaba solo un fino atado de seda blanca sujeto con una cuerda anudada. Se soltó el nudo mientras ella miraba.

'Bien, bien, bien,' pensó sorprendida al notar el pronunciado bulto que sobresalía en su ropa. '¿Quién hubiera pensado que semejante muchachito podría esconder un paquete tan grande?'

"¡Mantén baja la cabeza!" dijo bruscamente mientras tiraba de la cuerda para soltarla. "Cruza los tobillos."

Cassandra agachó la cabeza, dejándola descansar sobre los brazos doblados mientras cumplía sus calientes órdenes. Al cruzar los tobillos metía su húmedo chocho bajo la protección de los cachetes del culo. Torció la cabeza solo un poquito para poder verle con el rabillo del ojo. Se había enrollado la cuerda en el puño con varios lazos con nudos colgando libremente.

"Me purgaré de estos pensamientos asquerosos y lujuriosos," siseó.

'Oh, MIERDA!' tuvo tiempo de pensar Cassandra mientras escuchaba el silbido de la cuerda en el aire. Impactó en su cachete izquierdo y pegó un respingo, más de la sorpresa que de verdadero dolor. Se oyó otro silbido y otro chasquido sonoro, esta vez en el cachete derecho. Se oyó a sí misma gritar y de repente los golpes empezaron a llover con demasiada rapidez para que pudiera responder a todos. La cálida quemazón era extrañamente placentera. A juzgar por la fortaleza del brazo que usaba para azotarla debería doler de mil demonios.

"Soy un hombre recto, soy un hombre recto," le oía murmurar una y otra vez mientras se balanceaba. Podía escuchar como jadeaba mientras le azotaba.

El Monseñor gruñía del esfuerzo, mientras situaba cuidadosamente los golpes en el culo de ella, cruzando su espalda inclinada y rodeando sus muslos. Los golpes individuales no se sentían con tanta dureza pero uno sobre otro conseguían hacer que se retorciera mientras su culo se calentaba rápidamente. Arqueó la espalda y se quejó contra el ataque violento. Se quejaba con un apetito atrozmente carnal, salvajemente excitado. La estaba excitando de una forma tremenda.

"Purgaré tu cuerpo de su hambre carnal a la vez que purgo el mío," gruñó él a través de los dientes apretados. Luego se detuvo. Cassandra cayó al suelo. Lágrimas cálidas se deslizaron por sus mejillas sonrojadas.

'Estas lágrimas son fingidas,' pensó ella sorprendida. 'Como lágrimas de cocodrilo.' Pensó Cassandra para sí misma mientras echaba un vistazo al jadeante Monseñor. 'No siento verdadero dolor.' Si acaso se sentía muy cerca del clímax. Su coño goteaba por los muslos abajo y sobre la alfombra. Los azotes siempre habían sido un sistema seguro para excitarla rápidamente pero este tío iba en serio y el Monseñor seguro que sabía lo que estaba haciendo con aquella cuerda. Debería estar sangrando.

El Monseñor vino hacia ella, luego se arrodilló justo delante y le levantó la cara surcada de lágrimas con la palma de la mano. Su polla estaba prácticamente tiesa contra su vientre bajo su ropa floja y transparente.

"Perdóname pequeña," murmuró mientras tocaba sus lágrimas con dedos suaves. Sus ojos ardían mientras le acariciaba el rostro. "Era necesario," dijo suavemente. "Era por tu propio bien. Lo hice para salvar tu alma."

'Bueno, ¿qué es lo que sabemos?' pensó Cassandra sarcásticamente mientras velaba sus ojos. 'Se excita pegando a la gente hasta hacerla llorar.' El poder que poseía su cuerpo tenía que haber sabido exactamente lo que deseaba Monseñor porque ostentaba un empalme de mil demonios. El Monseñor curvó el cuerpo sobre su rostro, restregándole prácticamente la erección contra sus labios.

'¡Demonios! ¡Incluso yo pillo la pista!' Pensó Cassandra triunfal. Sus manos se metieron bajo la ropa y rodearon en un santiamén su empalme de hierro. Deslizó hacia abajo la cubierta de su polla sin circuncidar, dejando al descubierto la sensible cabeza púrpura. Antes de que pudiera retirarse Cassandra embistió y rodeó con los labios la inflamada protuberancia. Con un habilidoso empujón en el culo desnudo de él, le desequilibró hacia su cuerpo y le absorbió profundamente dentro de su garganta. Directamente hasta el mango y los rizos.

El Monseñor se quedó sin aliento mientras caía encima de su cuerpo. Se agarró de las manos, con la nariz prácticamente enterrada en su culo enrojecido. Se quedó paralizado y atónito, luego sin respiración mientras su cuerpo se hacía con el control. Empezó a mover las caderas, follándose su boca. Gemía sonoramente incapaz de detener el flujo del placer que atravesaba su joven cuerpo.

'Voy a hacer que este jodido se corra...' gruñó Cassandra para sí misma. Usando todas las habilidades que podía recordar, Cassandra chupó con todo lo que fue capaz. Su lengua azotó la polla dura como una roca, deslizándola dentro y fuera de su boca caliente. Se balanceó sobre los codos utilizando las manos para masajearle los huevos y ordeñarle el dardo. Podía sentir lo cerca que él estaba del borde, sus movimientos empezaban a hacerse frenéticos y gemía como si estuviera sufriendo. 'Allá va,' pensó con deleite.

El Monseñor dejó escapar un grito y luego se apartó bruscamente, con la polla todavía tiesa, la lujuria aún insatisfecha.

'Maldita mierda,' pensó Cassandra tirada en el suelo, con las rodillas dobladas debajo de ella. '¿Ahora qué? Nunca pensé que aguantaría tanto.' Cassandra mantuvo la cabeza baja y atisbó a través de sus pestañas. 'Mierda.'

Monseñor se había puesto en pie y caminaba a su alrededor en círculos. En cada línea de su cuerpo llevaba escrita la frustración sexual. Sus ojos brillaban con celo animal y su miraba devoraba la silueta tumbada.

"¡Arriba!" ladró. "Ponte de rodilla y rezaremos, mi bestezuela carnal," gruñó, "Juntos."

Cassandra se sentó rápidamente sobre las rodillas, juntando las manos e inclinando la cabeza, en actitud de rezo. Una vez más las falsas lágrimas empezaron a caer por sus mejillas. Se echó hacia atrás, sentándose sobre los talones.

"¡Dije que te levantaras, pequeña bestia!" Ladró el Monseñor. La cuerda anudada hizo rápido contacto con su trasero todavía dolorido. Cassandra se elevó hasta equilibrarse sobre las rodillas con cierta velocidad. Para su total sorpresa el Monseñor se dejó caer de rodillas directamente detrás de ella y luego se acercó, con sus rodillas a horcajadas del exterior de sus espinillas. La ligera piel de las piernas de él se restregó contra la suavidad uniforme de las medias que todavía llevaba ella. Le rodeó el cuerpo con los brazos; las manos se engancharon en sus palmas y luego se las levantó hasta que sus pechos quedaron totalmente expuestos.

"Pediremos perdón, por la lujuria que nos consume. Por el auténtico demonio que tenemos en nuestros cuerpos," le gruñó al oído.

'¡Qué poco sabes!' se sorprendió Cassandra.

"Pediremos fortaleza contra la tentación." El Monseñor empezó a recitar oraciones en latín en voz alta y con vigor.

Cassandra notó que entre frases respiraba con dificultad. Había algo caliente que se apretaba con firmeza contra su culo. Con una mínima habilidad de  pescador consiguió que aquella punta caliente cayera en la raja de su culo.

El Monseñor seguía sin descanso en sus esfuerzos de rezo. Sin embargo su cuerpo empezaba a oscilar, con su polla dura deslizándose a lo largo de la costura del culo firme de Cassandra. Usando el propio impulso del Monseñor, mientras se agitaba en ferviente oración, Cassandra se trabajó cuidadosamente la dura polla para que bajara por su culo. Con un poco de manipulación creativa consiguió llevarle a deslizarse entre la unión de sus rollizos muslos y a subir contra su coño goteante. La hinchada cabeza de la polla parecía saber dónde quería ir y apretó contra su húmeda abertura mientras ambos se agitaban.

'Solo un poquitín más,' pensó Cassandra un tanto frustrada. Separó las rodillas un poquito más, luego se echó hacia atrás solo un poco. La cabeza de la polla se deslizó algo más en su húmeda abertura y luego se salió. El Monseñor siguió balanceándose y agitándose, su dardo meciéndose cómodamente entre sus muslos, la protuberancia deslizándose dentro de su húmeda boca inferior, luego fuera, luego dentro, luego de nuevo fuera.

Las oraciones del Monseñor continuaban en latín, pero sus manos se habían deslizado hacia abajo, hasta que abiertamente le coparon los pechos. Cassandra mantuvo las palmas de la mano apretadas en donde estaban, dejándole que estrujara el voluptuoso peso de sus pechos llenos, con los dedos cerrándose sobre sus pezones hinchados como si fuera incapaz de detenerse. El placer empezaba a hacer nido en su vientre.

'¡Espero que no vuelva a acojonarse!' pensó con determinación.

El Monseñor la enganchó con un brazo, pasándolo a su alrededor, y empezó a empujar su polla con más fuerza y más profundidad en sus entrañas, mientras se balanceaba. Sus súplicas se hicieron más sonoras y más fervientes. De repente estaba dentro, enterrado hasta la empuñadura, hundiéndose dentro de ella todo lo profundamente que su carne le permitía, dilatándola, con los huevos presionando contra ella. Ella gruñó mientras le apretaba dolorosamente un pecho con una mano y apretaba su otra palma contra su vientre para mantenerla todavía bajo su agarre.

Cassandra sintió el calor de su poder demoníaco enrollarse en sus ingles y centrarse en la polla que estaba en su coño y luego agarrarla.

Sintió que el Monseñor levantaba su peso. De repente estaba follándosela en serio, con sus muslos golpeándole sonoramente contra el culo en la sal reverberante, mientras martilleaba en su interior. Se estremecía bajo sus enfebrecidas acometidas. Seguía todavía con su latín, las frases entrecortadas por los jadeos, asaeteándola con todo de lo que era capaz.

Las frases en latín se quebraron completamente mientras el Monseñor se repetía una y otra vez, llamando a su dios. Cassandra sintió como se estremecía y luego aullaba mientras se corría en su interior. Pillada desprevenida Cassandra se corrió también repentinamente, en una oleada de calor demoníaco que gemía en un destructor éxtasis.

El Monseñor se dejó caer encima de ella, "¿Qué he hecho? ¡Mi pureza! ¡He perdido la pureza!" sollozó.

"¡Te pillé!" le siseó Cassandra mientras se daba la vuelta, se salía de debajo del destrozado sacerdote y se ponía en pie.

"¡Bruja! ¡Me has seducido!" le siseó el Monseñor entre sus lágrimas. "¡Haré que te quemen, Bruja!" gruñó mientras estaba tirado en el suelo.

"No estúpido, no soy precisamente una bruja." Sonrió Cassandra mostrándole la gloria completa de la llama que lucía en sus ojos.

"¡Maldición!" se quedó sin respiración al darse cuenta de lo que sus ojos en llamas significaban. Lanzó una señal de arcano. No pasó nada, su poder ya no existía.

"Esa es una forma de verlo. Soy un demonio." Se rió, solo un poco. "Y tus conjuros no funcionan. ¡Ya no eres virgen, guapito!" le siseó Cassandra. Utilizando su fuerza de origen demoníaco, tiró de él casi con violencia, para ponerle en pie agarrándole de la garganta. Mirándole profundamente a los ojos tomó sus labios en un beso caliente y pausado, con su lengua barriéndole el interior de la boca para paladear las cenizas de su excitación.

Parte Siete: Justicia poética.

"¡Guardias! ¡Guardias!" el Monseñor se asfixiaba, luchando a tope con las dos manos contra las pequeñas muñecas de Cassandra para romper el poderoso agarre de ésta sobre su garganta.

Una corona de calor bañaba la piel de Cassandra, rodeándola de un aura de fuego. Su cuerpo se agitó y estremeció, lanzando al sacerdote al suelo, mientras la presencia demoníaca afluía a la superficie. Su boca se abrió y salieron las palabras en un tono profundo y grave, con un silbido infernal.

"Humm... Vámonos a algún sitio más íntimo..." Su mano se elevó y azotó el aire con un movimiento rasgante.

'¡Eso no ha salido de mí!' Pensó Cassandra alarmada, dándose cuenta de repente de que era una mera pasajera en su propio cuerpo.

La habitación se oscureció hasta que solo quedaron visibles el trono y la alfombra, iluminados por la luz que provenía de la piel llameante de ella. Luego se dio cuenta de que no había paredes, solo la completa y total oscuridad más allá del borde de la alfombra. El mundo se había ido a algún otro sitio dejando a Cassandra y al Monseñor, que había caído al suelo espantado.

"¿Por qué no nos ponemos también nosotros un poco más cómodos?" dijo la profunda voz por su boca. Cassandra se estremeció, gritando cuando sintió que su espina dorsal giraba y temblaba. Minúsculos cuernos emergieron bruscamente de sus vértebras a través de su piel, luego su espina dorsal se estiró más allá de lo posible para convertirse en una cola ondulante. Sintió una mordedura dolorosa en su cabeza mientras brotaban cuernos espirales en sus sienes y sus orejas cambiaban adquiriendo una forma puntiaguda. Su mandíbula se abrió para alojar el crecimiento de los largos dientes en forma de sierra. Un picor en los dedos de sus manos y pies anunció su expansión hasta formar garras afiladas.

"Eso está mejor," dijo la voz. Meneó los hombros y un par de enormes alas de murciélago se desplegaron y extendieron. "Ahora, ¿qué haremos contigo?" siseó la boca de Cassandra. Su mano golpeteó un dedo de garra contra un cuerno espiral en actitud pensativa. "Veamos. Siempre está la tortura..." se planteó el poder. Cassandra se encontró a sí misma paseando ante el tartamudeante sacerdote. "Y luego, ¿el desmembramiento tal vez?"

'¡No! ¡¡Espera!!' pensó Cassandra con terror súbito. '¡No quiero matar de verdad a este tío!'

"¿Qué sugerirías entonces?" le preguntó de repente la presencia.

"¿Quién, yo?" se sobresaltó Cassandra.

"Debería haberlo sabido," se quejó el sacerdote. "Eres una mujer, un agente de Lucifer. Las hembras son la corporización del diablo..." sollozó. "Todas las mujeres son engendros del diablo... Debería haberlo supuesto..."

Cassandra de repente se sintió inspirada. 'Tengo una idea... ¿Cuánto poder tienes en verdad?' preguntó a la presencia '¿Puedes...?'

La presencia escuchó sus pensamientos y luego se rió con fuerza un buen rato a través de su boca. El sonido hizo eco en el gran vacío que les rodeaba por todas partes, como si fuera algo de una de las películas de terror más espantosa.

'Y luego, además de eso, tengo un plan,' añadió Cassandra con una sonrisa viciosa. La presencia demoníaca escuchó un rato más.

"Así se hará," rugió la voz.

Cassandra sintió un tremendo flujo de poder, como si el demonio estuviera inspirando profunda y descomunalmente. Su cuerpo se hinchó hasta casi reventar y luego soltó por la boca un cañonazo en forma de atronador aullido flameante, directamente hacia el encogido sacerdote.

El sacerdote se vio envuelto en un cañonazo torrencial de llamas. Chilló con penetrante agonía. Gritó y gritó todo lo rápido que le permitía su aliento. El sonido se hacía cada vez más agudo y más agudo hasta que resultó demasiado alto para la voz humana, erizando el vello de todo el cuerpo de Cassandra como reacción. Entonces el demonio se detuvo.

"¿Será suficiente?" preguntó la presencia, con cierta autocomplacencia.

Cassandra estaba estupefacta. El Bendito Inquisidor, Monseñor Casca Renaldo Cervantes de la Bendita Orden de los Dominicos había sido transformado por el poder demoníaco en una hermosa muchacha.

Yacía desnuda y jadeante, boca arriba sobre la alfombra. Su piel era pálida y luminiscente; su rostro había sido suavizado en lo que sería el sueño de un pintor, con gruesos labios rosados, aladas cejas doradas, una nariz recta patricia y ojos dorados enmarcados en pestañas muy negras. El largo cabello dorado le caía en cascada ondulada sobre los hombros y se reunía en el suelo alrededor de su esbelto cuerpo, dulcemente formado.

"Uau, has hecho un buen trabajo," felicitó Cassandra a la presencia demoníaca. "Muy, pero que muy guapa."

"¿Vais a matarme?" susurró la muchacha.

"Lo creas o no, no vas a morir," sonrió Cassandra. "Tengo pensada para ti otra cosa completamente diferente."

"¿Qué es lo que le pasa a mi voz?" preguntó la muchacha en un tono un poco más elevado y luego se sentó. "¡Oh, dios mío!" gritó mientras se copaba sorprendida sus propios pechos pletóricos. Presa del pánico se tocó entre las piernas y descubrió los cambios más fundamentales. "¿Qué me habéis hecho?" se lamentó.

"Creo que se le llama justicia poética," bromeó la voz demoníaca desde la boca de Cassandra.

"¡Y esto es solo el principio!" añadió Cassandra. "¡Andre, Balthazar y Nickos!" llamó Cassandra con voz revestida de poder. "¡Venid ante mí!"

Con un llameante estallido los tres músicos aparecieron de rodillas delante de ella. "Hemos llegado," dijeron al unísono.

"Tengo un regalo para vosotros," dijo Cassandra suavemente y señaló a la preciosa rubia acurrucada en el suelo.

Los tres gitanos se volvieron a mirar. Se levantaron con gracia felina y se acercaron lentamente a la exquisita belleza. Empezaron a dar vueltas a su alrededor, cual tiburones.

"¿Qué estáis mirando?" les espetó la doncella rubia, mirándoles desafiante.

"La perfección," dijo en voz baja Balthazar. La mano de Andre la tocó por detrás y acarició la seda de su cabello. Ella se volvió a mirar y el dedo de Nickos bajó por su hombro satinado. Se volvió de nuevo y Balthazar copaba su pecho pleno y pasaba un pulgar por un pezón prominente.

"Largaos," cruzó los brazos sobre sus pechos, protectoramente. Un temor súbito, primitivo y femenino, recorrió sus atributos. "Dejadme sola." Se quejó.

"Caballeros," dijo Cassandra. "La idea es hacer que le guste; hacer que lo desee. Nada de brusquedades, sed gentiles, es su primera vez," Cassandra sonrió.

"¿Nos has dado una virgen?" preguntó atónito Andre.

"Sí, es virgen, y espero de vosotros, caballeros, que también la introduzcáis en las artes del amor, que separe esos muslos cremosos para cualquiera que se lo pida. Que hagáis que se corra y se corra y se vuelva a correr..." terminó en un siseo.

"¡No!" gritó la aterrada doncella, que de repente entendió exactamente lo que Cassandra tenía en mente. Se levantó sobre sus delicados pies, temblando de terror. Miró a su alrededor, pero no había, literalmente, ningún sitio al que escapar.

Los gitanos empezaron a desnudarse, dejando caer la ropa donde estaban. Cassandra les echó un vistazo e hizo una mueca. Consultó con su presencia demoníaca y llegaron a un acuerdo.

"Está bien, chicos, venid aquí primero," les dijo Cassandra. El demonio reunió una profunda aspiración de poder infernal y luego atacó a los tres con una corta ráfaga de su aullido ardiente. Los gitanos aparecieron repentinamente limpios y bien preparados, incluso guapos.

"Muy bien," comentó Cassandra. "De verdad muy guapos. Ahora una cosa más antes de que la fiesta empiece de verdad..." El demonio escupió una corta ráfaga de poder y de la oscuridad superior cayeron al suelo grandes almohadas de todas las formas colores y diseños. Hubo una llamarada de fuego y las antorchas volvieron a la vida en los cuatro rincones, repartiendo un fulgor dorado por toda la superficie de la alfombra.

"Eso hará las cosas más cómodas." Cassandra asintió satisfecha y luego se encaminó hacia el enorme trono de terciopelo y tomó asiento sobre los cojines escarlata. La cola y las enormes alas le dieron algún problema pero se echó un poco para delante y colgó una pierna sobre el brazo. 'El mejor asiento de la casa,' musitó.

"¡Que empiecen los festejos!" anunció la presencia infernal.

La doncella corrió por el borde de la alfombra con los tres gitanos persiguiéndola con entusiasmo. La cogieron junto al borde de la alfombra cuando golpeó la pared de vacío con un resonante y elástico sonido. Balthazar se la echó al hombro, mientras chillaba. Ignoró por completo sus minúsculos puños mientras le golpeaban la musculosa espalda. Se reía y le palmeaba el culo. La llevó de nuevo, pataleando y retorciéndose, a la pila de cojines, justo frente al trono. Con un movimiento del hombro la arrojó encima de los almohadones.

Andre la agarró de las muñecas; el esbelto Nickos le agarró un tobillo y Balthazar el otro. La abrieron bien abierta y sonrieron a la indefensa muchacha. Gritó. Los tres se abalanzaron como uno solo.

Andre ciñó su boca sobre un pecho bien relleno y esparció la lengua por la extensión blanca y cremosa. Capturó un pezón y empezó a mamar. Nickos tomó posesión del otro pecho y del tierno pezón. Balthazar se zambulló entre sus muslos satinados, directamente hacia su coño dorado. Dedos morenos y calientes acariciaron y atormentaron la piel suave y cremosa. Labios y lenguas bañaron, de caricias y tiernos mordiscos, la carne sensible.

Balthazar utilizó sus amplios hombros con ventaja, separando ampliamente sus muslos. Su boca chupó y sorbió, lamiendo la rosada carne de su coño. Su lengua pescó su tierno clítoris y luego lo chasqueó. La lamió y paladeó, lentamente, desde el clítoris hasta el agujero del trasero, utilizando toda la longitud de su lengua.

Sus gritos de terror se convirtieron en gemidos de placer cuando su cuerpo de hembra respondió a las enardecidas caricias. Levantó las caderas contra la boca de Balthazar; sus caderas empezaron a hacer su trabajo, mientras la ascensión al placer empezaba a conducirla hacia el éxtasis.

Nickos mamaba y pellizcaba ligeramente sus pechos tiernos y jóvenes, hasta ponerlos rígidos de excitación. Sus manos copaban su plenitud. Los pulgares rozaban los tiesos picos, mientras chupaba primero un rosado pezón y luego el otro, usando largas caricias de lengua para bañarle los pechos con su saliva.

Andre le acarició la sensible garganta y la mandíbula con la lengua, mientras le pasaba los dedos a través de los largos mechones dorados. Le cogió suavemente la cabeza agarrando puñados de su bonito pelo. Acarició el tierno pabellón de su oreja con la punta de la lengua y luego le echó el aliento en la oreja, provocando estremecimientos eróticos.

La lengua buscó y exploró la cálida plenitud de sus labios cerrados. Tranquilizador, amoroso, rozó y acarició sus labios con los de él, hasta que se abrió a él con un suave suspiro. Le acarició levemente la lengua con la suya hasta que respondió a sus caricias. Profundizó con suavidad su beso hasta que ella se abrió y él tomó posesión completa de su boca.

Balthazar arponeó a fondo con la lengua el interior de su coño, agitándola luego, chupando con fuerza. Ella abrió mucho los ojos, mientras empezaba a ascender hacia el orgasmo. Balthazar empujó la lengua más adentro, acariciando y chupando. Su rostro se manchó de una crema color perla y ella se estremeció, mientras una oleada de ruidosa culminación atravesaba su tenue estructura. Sus gritos quejumbrosos de felicidad fueron capturados por la boca de Andre. Sus convulsiones de placer carnal fueron rápidamente sostenidas por los brazos de Balthazar y Nickos.

"Sí," siseó satisfecha Cassandra. "Eso es, haced que lo desee."

Nickos se deslizó hacia arriba por su cuerpo y le tomó la boca, mientras Balthazar tomaba posesión de sus suaves pechos. Andre se movió entre sus temblorosos muslos y deslizó un dedo en sus húmedas y prietas profundidades, apretando el pulgar contra el minúsculo y prominente clítoris. Todavía girando en la languidez del éxtasis, movió las caderas y el dedo de Andre se apretó contra su doncellez.

"Ama," preguntó Andre muy suavemente, apenas audible bajo los gemidos de placer de la doncella. "¿Te gustaría ser la primera?" Sus ojos brillaban, en amarillo puro, en las sombras parpadeantes.

"Mmm, ¡qué idea tan agradable, Andre!" Cassandra se inclinó hacia delante y luego se levantó del trono escarlata. "Creo que lo haré." Hubo una acumulación de calor en su coño y tuvo una fuerte sacudida orgásmica. La presencia demoníaca se reía a través de su cuerpo.

Cassandra avanzó alejándose del trono grácilmente y luego bajó la mano para acariciarse su propia polla. Exploró con suavidad su peso y dimensiones. La acarició y se estremeció de placer mientras se llenaba y alargaba. Era bastante extraño, todavía tenía el coño totalmente intacto. Aparentemente un clítoris era realmente un pene minúsculo. La presencia demoníaca alojada en su cuerpo expandió su clítoris en proporciones épicas. De repente era dueña de una polla operativa sin circuncidar.

Con el pensamiento, hizo aparecer un tarro del aceite espeso y perfumado que habían usado con ella antes, en el palacio del Maestro. Grácilmente se llenó dos dedos y lo extendió en su caliente dardo. Gimió mientras se aplicaba el aceite sobre la caperuza púrpura y luego a lo largo y por debajo.

Con una sonrisa y un guiño se inclinó hacia delante y le pasó el tarro de aceite a Andre, colocado entre los temblorosos y desprevenidos muslos de la doncella. Tomó un generoso pegote y se lo extendió por todo su dardo y por sus huevos por si acaso. Pasó el tarro a Nickos que utilizó una generosa cantidad consigo mismo, manteniéndolo fuera de la vista de la doncella. Luego Nickos se lo pasó a Balthazar.

Mientras la dorada doncella gemía y giraba, retorciéndose bajo el placer que le producían las lenguas combinadas de Nickos y Balthazar, Andre levantó su trasero y le colocó un firme almohadón bajo las caderas. Luego la abrió ampliamente con los hombros y le pasó la lengua, sorbiendo ruidosamente.

Quejidos de urgencia marcaban su ascenso a la pasión. Nickos y Balthazar bloquearon de forma eficaz la visión de la doncella y Cassandra se arrodilló. Andre se apartó de entre sus rodillas y Cassandra tomó su lugar.

Balthazar se levantó, trasladándose junto a la cabeza de la doncella y tomando sus muñecas. Tiró de ella hasta tensarla, arqueando su espalda como un arco bien armado. Nickos se levantó permitiendo a la doncella ver a Cassandra colocada entre sus muslos, apostada sobre la húmeda entrada de su coño virginal. Su cola espinosa se agitaba y sus enormes alas de murciélago ondeaban de forma obscena por encima de todos ellos.

"Y ahora, mi dulce Monseñor, es el momento de despojarte de tu virginidad una vez más," siseó Cassandra. Le dedicó una sonrisa de sierra, pasándose la larga lengua sobre los colmillos.