Diablesa - Cap. 4 y 5
La cita y Danza macabra
Diablesa
Título original: Demoness
Autor: Morgan Hawke
Traducida por GGG, septiembre 2005
Tomada de BDSM Library ( http://www.bdsmlibrary.com/stories/story.php?storyid=717 )
Parte Cuatro: La cita.
Mientras descendía la escalinata con sus silenciosas zapatillas, Cassandra descubrió al Maestro que esperaba en la parte de abajo. Su mano fuerte y brusca descansaba en el poste de la escalera mientras miraba a través de las puertas dobles completamente abiertas, su mirada y sus pensamientos muy alejados.
'Bien, supongo que no es un vampiro,' meditó mientras admiraba la manera en que la luz del sol definía los fuertes planos de su rostro. 'Realmente es guapo cuando está limpio,' pensó evaluándolo. A Cassandra le pareció gallardo con su traje de terciopelo negro adornado con sedoso pelo negro. Minúsculas piedras de granate y ónice parpadeaban entre los pesados pliegues de sus ropas. El pelo le brillaba limpio y dorado bajo el torrente de luz del sol.
El Maestro se dio la vuelta cuando captó el sonido de sus susurrantes terciopelos. Abrió mucho los ojos mientras la miraba. Bañó a Cassandra en el resplandor de su admiración mientras descendía los últimos escalones. Una vez que alcanzó la parte de abajo se inclinó profundamente ante ella y Cassandra se encontró respondiendo con una reverencia no demasiado mal hecha.
"Podrías seducir a un santo, Lady Malora," dijo suavemente el Maestro con un brillo de celo en sus ojos. Cruzó sus hombros con una capa de terciopelo adornada con estrellas de granate y ónice, a juego con su propio traje y le ofreció su brazo.
"Esperemos que vuestro cura no sea tan difícil como eso," murmuró Cassandra a su vez.
El Maestro la tomó suavemente del codo y la sacó por la gigantesca puerta delantera hasta una carroza tirada por seis caballos negros distribuidos en parejas. La cabina era enorme, de madera y voluminosa, llevada por mozos en todos los caballos de la izquierda. Los arneses eran complicados con hebillas doradas y plumas negras en las caretas de los seis caballos. Un complemento entero de guardas armados cabalgaban delante y detrás vestidos con uniformes a juego dorados y negros.
Cassandra fue sentada en los lujosos cojines del estrecho carruaje bien cubierto de cortinas, con el Maestro en el asiento de enfrente. Gritó por la ventanilla y el carruaje fue sacudido hacia delante por el irregular pavimento de la carretera.
"Entonces, Amo, ¿cuál es el plan? ¿Cómo voy a seducir a ese cura vuestro?" Preguntó Cassandra por encima del estrépito de las ruedas de madera por la carretera irregular.
"Tiene debilidad por las bailarinas, cuanto más exóticas mejor. Le dije que tengo la bailarina más fabulosa conocida por el hombre, traída desde los más alejados confines del mundo. Naturalmente tenía que verte, así que he preparado una cita para ti."
"Parece bastante sencillo."
"Recuerda que siempre tiene guardas armados rodeándole. Si dices o haces algo que levante sus sospechas te sacarán arrastras para torturarte y matarte."
"Esto se está poniendo más difícil por momentos." Un escalofrío recorrió la médula de Cassandra de arriba abajo.
"Debes ser muy cuidadosa, Malora. Podría fácilmente imaginarse lo que eres. Es un brujo en su propio terreno."
"Oh, qué bien," susurró con sarcasmo Cassandra.
"Tú no digas nada. Sonríe, y por la gloria de su infernal señor, ¡mantén los ojos bajos! No querrás que capte el fuego infernal de tu mirada."
"¿Brillan realmente con fuego infernal?" Cassandra estaba encantada. '¿Dónde hay un espejo cuando lo necesitas?'
"Cuando estás excitada por tus pasiones tus ojos brillan con llamas doradas. Debes ponerlo bajo tu hechizo rápidamente, luego solo queda seducirle."
"¿Hay alguna otra cosa que deba saber?"
"Sus poderes se ven alimentados por el hecho de que sea virgen. Una vez que le lleves al clímax su magia se quebrará. Si puedes hacer que llegue al clímax dentro de tu cuerpo estará completamente indefenso y a tu merced. Entonces podrás llevárselo a tu amo infernal. Una vez que le tengas tu misión estará hecha y serás libre para irte."
"¿Todo lo que tengo que hacer es conseguir que se corra?" Los ojos de Cassandra brillaban. "Suena como un pastel para mí. Esperad, ¿es muy feo el tío? Y ¿qué edad tiene?" Cassandra imaginaba una batalla de proporciones épicas con su libido. Si resultaba ser demasiado repugnante tendría un verdadero problema para tocarle, ni pensar en dejarle entrar en su cuerpo.
"Se le considera angélico por su belleza física, y tiene unos 22 años muy maduros." La voz del Maestro sonaba enfadada. "Hasta la fecha ha resistido todos los intentos de seducirle. Es tan hermoso que todas las chicas que le hemos mandado acaban enamoradas de él y confiesan antes de conseguir terminar aquello para lo que se las había mandado."
"¿Qué les ocurrió a las chicas?"
"Las mató, naturalmente."
"Naturalmente." Cassandra pensó un momento. "¿Qué os hizo decidiros a conjurar a un demonio?"
"Su magia era demasiado poderosa para que la resistieran las mujeres mortales. Las cortesanas y bailarinas de más talento que pudimos encontrar fueron todas superadas al enamorarse de él en cuestión de minutos. Se decidió que necesitábamos algo más fuerte para resistir a sus hechizos."
"Y por eso estoy yo aquí. Solo tengo una pregunta más. ¿Qué es lo que ha hecho este tío para sintáis la necesidad de que un demonio se lo lleve al Infierno?"
"Es un Bendito Inquisidor. Insiste en que está aquí solo de visita pero ha estado aquí todo un mes. Hay muchos brujos aquí en París. Tienen miedo de ser descubiertos. Solo necesita encontrar a uno y nos encontrará a todos."
"¿Realmente voy a seducir a un miembro de la Inquisición española?" El Maestro asintió y Cassandra se deshizo en un ataque de risa. "¡Que divertido! ¡Siempre quise tener una oportunidad con uno de estos cabrones!" Se relamió los labios por anticipado.
"Te aseguro, Malora, que para nosotros no es una cuestión de risa." El Maestro frunció el ceño con fuerza, cruzando los brazos contra el pecho.
"Y, en cuanto a que él sea demasiado guapo para que yo me resista, no creo realmente que vaya a tener problemas, he visto demasiados tíos buenos en mi vida como para que me impresione uno de solo veintidós," dijo burlándose. 'Sí,' pensó ella para sí, '¡me gustaría ver a este tío competir con Lorenzo Lamas, o incluso con Nicholas Cage!' Se burló con malicia. 'Cómo si este siglo pudiera sacar algo que me impresionara.'
Cassandra meditó en silencio, luego se le ocurrió una idea. 'Hmm, no vendría mal animar un poco las cosas.' Cerrando los ojos se concentró en encontrar al compañero de habitación que residía en la oscuridad de su interior, al poder que nadaba bajo su piel. Empujaba a través de las olas del mar interior de su ser, luego crecía más cerca de sus pensamientos, tímido como un gato. Enarboló una pregunta a la marea de poder, conformando su idea con tanta claridad cómo pudo.
El poder sorprendió alegremente a su cuerpo con una cálida ola que la bañó por completo desde los pies hasta la punta del pelo. Un leve aroma de azufre y almizcle egipcio se expandió suavemente por los confines del agitado carruaje.
"¿Qué estás haciendo?" preguntó el Maestro en tono imperativo.
"Digamos que estoy inclinando la balanza un poco más a mi favor." Cassandra se sorprendió al descubrir que el poder tenía más cosas que aportar a la tarea. Su voz se volvió de repente increíblemente melodiosa y sugerente. Abrió los ojos. " "¿Qué opináis vos?"
"Malora, ¿qué es exactamente lo que has hecho?" el Maestro parecía estar jadeando, los puños agarrados a los asideros del coche con los nudillos blancos. Tenía un bulto pronunciado bajo la bragueta.
"Por qué desde luego me he vuelto irresistible." Sonrió y el Maestro reaccionó ahogándose. "Así que ¿qué pensáis? ¿Lo conseguiré?" Cassandra le dedicó una bajada de pestañas.
El Maestro respondió cayendo de rodillas. Con manos temblorosas le levantó las faldas. Cassandra separó los muslos y sonrió mientras él enterraba el rostro en su fragante coño. Su lengua resultaba deliciosa y cálida mientras hurgaba entre los delicados pliegues, chupando y lamiendo ruidosamente. La punta de su lengua encontró el clítoris y se dedicó a atormentarlo sin piedad.
'¡Mmm, dos veces en un día! ¡Lo estoy haciendo bien!' Abriéndose todo lo que pudo, recostó la espalda contra los cojines y levantó las caderas hacia su boca.
Excavó sus húmedas profundidades utilizando toda la longitud de su lengua, apuñalándola y follándosela con ella. Mientras ella se retorcía bajo la delicada tortura de sus labios y su lengua él liberó sus muslos.
Se quitó uno de los guantes de una mano para sumergir dos dedos dentro de su carne empapada y luego los aplicó lentamente hacia dentro, luego hacia fuera. Batió con la lengua su sensible clítoris y ella gimió sonoramente. Incapaz de detenerse le agarró del pelo con la mano y se revolvió, aplastando el coño contra sus labios. Cassandra se agitó, gimiendo, mientras el placer ascendía. Él la lamió ruidosamente mientras ella le bañaba con sus jugos con brillo de perlas. Su poder demoníaco se agitó para volver a la vida de repente y con ferocidad y el éxtasis resplandeció a través de ella. El Maestro gritó cuando su poder le arrancó un orgasmo que su cuerpo era incapaz de resistir. Incluso gritó contra su carne mientras ella suspiraba saciada.
"¿Os acabáis de correr en los calzones?" preguntó Cassandra con deliciosa malicia.
"Zorra demoníaca," juró mientras sacaba un pañuelo de seda para limpiarse.
Un grito de los cocheros le hizo volver apresuradamente a su asiento. Con estrépito de herraduras el carruaje retumbó ante una brusca parada. Los hombres gritaban en todas direcciones y los caballos bramaban indignados.
El Maestro sacó un segundo pañuelo de encaje de sus mangas arremangadas. Se limpió rápidamente la cara de la esencia de ella, tomándose un momento para saborear el aroma antes de guardárselo.
Cassandra se estiró como una gata bien alimentada en los cojines, luego se volvió a colocar las faldas en su sitio. "Gracias, fue muy agradable," ronroneó. Su sonrisa resultaba completamente lasciva.
"Malora, hemos llegado," dijo, con la pasión velando su voz. "Eres consciente de que, de una forma u otra, esto es el adiós."
"Supongo que lo es." Cassandra le tocó la manga. "Cuidaos, Maestro, me lo he pasado maravillosamente." Sus miradas se encontraron. 'Hace tanto tiempo, en cualquier caso.'
"Eso me recuerda algo," digo el Maestro. Colocándose a su lado como una serpiente la agarró con suavidad pero con firmeza de la garganta. Usando su mano libre hizo un gesto y murmuró algo en una especie de latín.
Cassandra se ahogó cuando sintió que le colocaba un collar en la garganta. "¿Qué coño...? preguntó. Las palabras salieron como un torrente de tonterías. Tocándose el cuello con las manos no sentía nada, pero indudablemente allí había algo y estaba alterando su capacidad de hablar.
"Aunque entenderás todo lo que se hable a tu alrededor, a ti no se te entenderá," dijo el Maestro mientras volvía a ponerse los guantes. "Puedo entenderte porque yo hice el conjuro, pero no puedo dejar que te pongas al descubierto y me traiciones si falla y te torturan." El Maestro parecía disgustado, pero decidido. "A todas las muchachas que le mandamos se le hizo esto para que no pudieran descubrirnos en una confesión bajo tortura. Lo siento, pero también a ti hay que hacértelo."
"Que te jodan," dijo Cassandra con rabia. 'Vaya,' pensó cuando le vio estremecerse, 'puede entender hasta la última palabra.'
La puerta del carruaje se abrió de golpe.
"Me gustaría presentaros a la bailarina Serena." La voz del Maestro era rica pero humilde mientras se inclinaba. Cassandra hizo una graciosa reverencia dejando caer su terciopelo rojo con encaje dorado.
'¿Serena?' pensó Cassandra sobresaltada. 'Bueno, podía al menos haberme advertido de que me iba a cambiar el nombre. Supongo que tiene sentido. Cree que Malora es mi nombre de demonio y ciertamente no querría que el Inquisidor lo supiera. Después de todo Serena no es tan mala elección. Es bueno que la televisión no se haya inventado todavía y no pueda captar la referencia a 'Embrujada'.
"La bailarina Serena. Bien, es realmente encantadora," dijo el Monseñor con una voz suave y melodiosa. Colocó una mano enguantada en terciopelo bajo la barbilla de Cassandra y le levantó la cara para verla. Asustada le miró a los ojos azules antes de velarlos con las pestañas. Parecía muy joven con sus ropas sagradas en negro y escarlata.
'Bien, es verdaderamente guapo,' pensó Cassandra. Miró cuidadosamente al Monseñor desde debajo de las pestañas mientras seguía arrodillada. 'Podía hacer temblar a Leonardo DiCaprio por su dinero, pero, no voy a caer desmayada sobre él.' Examinó al Monseñor de la Santa Inquisición. 'No tiene mal cuerpo, pero los he visto mejores.' Sonrió. 'Va a ser un paseo.'
"Y limpia, que original," murmuró el Monseñor.
Cassandra sintió un destello de poder frío y se dio cuenta de que el pequeño brujo estaba intentando hechizarla. Sonrió mientras se consumía contra su propio poder volcánico nacido del demonio. Su compañero de habitación aprovechó aquella oportunidad para devolverle la pelota de su conjuro y deslizarlo dentro del Monseñor, invirtiendo los efectos del hechizo de amor fracasado.
El Monseñor frunció el ceño, formándose una arruga en sus cejas tan uniformes y perfectas. Le soltó la barbilla. Luego abrió mucho los ojos, como si viera a Cassandra por primera vez. Se lamió los labios.
'¡Oh, mirad!' Pensó feliz. '¡Veo lujuria a primera vista!' Pensó Cassandra con malicia. '¡Veamos cuanto te gusta que se vuelvan las tornas contra ti, chico guapo!' Cassandra podía, prácticamente, oler el apetito carnal que se desbordaba de él.
"Puedes levantarte," dijo con aquella voz suave y preciosa.
Cassandra se levantó por completo y miró hacia abajo, al, una vez tan santo, Monseñor. Era más alto que el Maestro, pero todavía no lo bastante para llegar al nivel de los ojos de Cassandra. Cassandra tuvo que morderse el labio para no reírse en voz alta. '¡Todos son tan bajos aquí!' pensó sin apenas poder ocultar lo que la divertía.
"Además es una amazona." Las cejas del Monseñor se levantaron con un toque de desprecio. "Las prefiero un poco más delicadas. Esperemos que valga todo la comida que debe costar su mantenimiento," se burló prácticamente, luego miró con dureza al Maestro. "Vos también estáis limpio," levantó sus delicadas cejas sorprendido. "Por una vez puedo aguantar el estar en vuestra presencia," dijo y luego se dio la vuelta.
'¡Vaya capullín!' meditó Cassandra con una ráfaga de temperamento. 'Voy a disfrutar tirando por tierra a este mierdecilla y luego voy disfrutar haciéndole gritar cuando se corra en mi puerta del infierno.' Cassandra estaba incluso un poco asustada de su vehemencia.
"Una bailarina decís," el Monseñor arrastró las palabras aparentemente aburrido. "La veré luego, y ya veremos que entretenimiento puede ofrecer." El Monseñor devolvió una mirada severa al Maestro. "Si demuestra ser una experiencia tan única como habéis prometido, veré que seáis ampliamente recompensado."
"Verdaderamente no hay nadie como Serena en el mundo conocido. En cuanto a la recompensa, Monseñor, su placer será mi recompensa," indicó con deferencia el Maestro mediante una gran reverencia. La verdad se hacía presente en cada palabra que pronunciaba.
A un gesto del Monseñor un guarda de cara blanca, vestido con largas ropas rojas y armadura avanzó con un sutil sonido y se inclinó ante Cassandra. Con una última reverencia al Monseñor y una última inclinación ante el Maestro ella se dio la vuelta y avanzó tras el guarda.
Parte Cinco: Danza macabra.
El palacio donde se alojaba el Monseñor era de proporciones épicas. Había visto estadios más pequeños que éste. Todo estaba hecho en mármol blanco y terciopelo rojo. Pinturas de tema religioso, y de temática pastoril griega no tan religiosa, todas ellas en marcos dorados, decoraban las paredes. En algunos sitios había frescos pintados directamente sobre el yeso. Por todas partes había grandes estatuas de mármol de mujeres desnudas colocadas en nichos.
'¡Vaya un puñetero hedonista!' pensó Cassandra para sí mientras seguía al guarda hasta el extremo de un largo corredor. Se abrieron para ella un par de puertas de roble de dos cuerpos, recargadas con dorados, y apartaron a su paso una cortina roja.
Cassandra se sumergió dentro y el guarda cerró las puertas tras ella. La habitación era oscura, enorme y desprovista de todo mobiliario. Los suelos, de mármol blanco, eran uniformes como si fueran de porcelana. Dos sólidas chimeneas de mármol blanco calentaban la habitación desde paredes opuestas. La pared trasera estaba ocupada por ventanas con cortinas que llegaban del suelo al techo. La sala estaba iluminada con varios braseros y no pocos candelabros, pero los lejanos rincones estaban bañados en sombras.
En uno de los rincones se sentaban tres músicos. Se levantaron a la vez y se aproximaron. Uno de ellos era el gitano al que había besado en su última actuación. Sonrió en un saludo animal, con los ojos todavía avivados con el fuego infernal que ella había avivado con su beso.
"Bien hallada, mi Señora," se inclinó el gitano poseído.
"Pareces ser conocido en toda la ciudad," bromeó Cassandra con una sonrisa. "Vaya a donde vaya allí estás," le dijo al gitano y luego se estremeció. Todas las palabras que había pronunciado resultaban ininteligibles. 'Mierda.'
"Considero una bendición estar de nuevo en tu presencia y me he hecho famoso en la ciudad últimamente. Especialmente desde nuestro último encuentro." Sonreía pero sus ojos mantenían un calor extrañamente posesivo.
"¿Puedes entenderme?" preguntó Cassandra un tanto sorprendida.
"Desde luego. Es ese poder tuyo que vive en mí, te oigo aquí." Se golpeó en la frente. "Mis oídos escuchan tonterías, pero te entiendo. Parece que he cosechado muchos beneficios desde que me distinguiste con el regalo de tu beso. Tengo una sensación de un sitio llamado Norteamérica y una música llamada Rock and Roll que me susurra en el alma." Terminó apenas en un susurro.
"Soy yo, encantada," dijo Cassandra. Estaba seriamente preocupada con la metedura de pata.
"Hablando de regalos, me gustaría presentarte a mis dos hermanos y pedirte que les concedas también un beso tuyo." Junto a él estaban otros dos músicos, uno con un tambor de armazón redondo y el otro sujetando un extraño instrumento, tipo violín. Los otros dos músicos parecían estar mortalmente asustados.
Cassandra avanzó hacia los dos hermanos. Prácticamente estaban temblando de terror. "¿Seguro que necesitas que lo haga? No parecen demasiado contentos respecto a lo de ser besados."
"Tienen que conseguir tu regalo o no sobrevivirán a la noche." Dirigió sus ojos brillantes hacia la pareja, prometiendo recompensa en sus llameantes profundidades. "No podrán acompañarme sin él. Aceptarán tu beso o serán arrastrados fuera por la Santa Inquisición, a donde sus muertes sean dolorosas y lentas."
'Demasiado amor fraterno,' pensó Cassandra con un escalofrío.
Se movió hacia los hermanos. Un hombre grande con la cabeza con entradas y un enorme mostacho se adelantó el primero. "De rodillas," le ordenó el gitano. El gran hombre se dejó caer de rodillas.
El poder dejó sentir el rumor desde su mar interior y lamió el propio borde de sus pensamientos. Suavemente Cassandra tomó su barbilla, no muy limpia, en la palma de su mano y miró sus aterrados ojos. Le besó con la boca abierta. Él abrió la boca bajo la suya, sacando la lengua para acariciar suavemente la de ella. Cassandra sintió la cálida oleada de poder encresparse en la superficie y luego verterse dentro del gitano cautivo.
Cayó hacia atrás atónito y parpadeante. Los ojos se le pusieron vidriosos, luego resplandecieron con una viciosa expresión de triunfo. Levantándose, agarró al último de su esbelto brazo y le hizo arrodillarse ante Cassandra.
El estilizado muchacho, de no más de dieciocho años, tragó saliva asustado pero se echó atrás levantando la barbilla para recibir su beso y cerró los ojos. Cassandra le tocó suavemente los labios con los suyos y luego sintió el arco del poder y se aplastó contra su joven estructura.
Cayó al suelo espantado por un momento. Después de agitarse como un perro mojado, se levantó con una horrenda carcajada, se dirigió hacia sus hermanos y les palmeó las espaldas. Los tres formaron un semicírculo en torno a Cassandra y sonrieron de una forma que sus bocas humanas no habían ni intentado jamás.
"Puedes llamarme Andre," se presentó con una reverencia el primer gitano, con las monedas de oro brillando en su cazadora bajo la luz de las velas. "Y estoy completamente a tu servicio, mi Señora. A él le llaman Balthazar," continuó Andre, mientras señalaba al gitano más grande, el del mostacho.
"Estoy a tu servicio, Señora," el gran gitano del mostacho erizado hizo una reverencia.
"Y yo soy Nickos," se inclinó el más pequeño de los tres. "También estoy a tu servicio."
"Todos estamos a tu servicio," dijeron al unísono. Tres pares de ojos negros brillaron con luz maligna, mientras sonreían de una forma completamente inhumana. Hicieron una profunda reverencia, se dieron la vuelta como un solo hombre y se retiraron a grandes zancadas. Se colocaron sobre cojines tirados sobre el suelo de mármol, en un lejano rincón, bajo la luz de un candelabro, para afinar sus instrumentos. La miraron con el hambre brillando en sus ojos.
'Bueno, todo esto es un poco extraño en exceso, incluso para mí,' pensó para sí misma. 'Me pregunto si ha sido una buena idea hacerlo.' Un poco perpleja Cassandra se apartó de ellos y empezó a hacer ejercicios de estiramiento de piernas. Algo que no era fácil dentro del voluminoso traje.
Un ejército de criados salieron de repente, silenciosamente, de puertas que ella no había notado que estuvieran allí. Desenrollaron gruesas alfombras y las colocaron sobre el suelo de mármol. Colocaron una silla de terciopelo rojo a modo de trono y una pequeña mesa junto a ella con un exquisito botella de vino tinto oscuro. Junto a la botella fue colocado un único cáliz de cristal.
Una cuerda procedente del techo bajó un enorme candelero de cristal. Encendieron las velas e izaron el candelero, brillando como una estrella cautiva y llenando la sala de un resplandor de luz. Los dos fuegos fueron encendidos en las chimeneas, con embravecidas fogatas, llenando la habitación de calor. De la misma forma repentina, los criados desaparecieron con un súbito rumor de roces de tejido y cuerpos en retirada. En cuestión de minutos Cassandra estuvo de nuevo sola con los tres músicos.
Solo unos instantes más tarde el tintineo de unas campanillas anunció la apertura de las puertas principales. Cassandra percibió la capucha roja y la melena dorada de Monseñor cuando las cortinas fueron retiradas para él.
Cassandra se dobló en una graciosa reverencia. '¡Tengo que recordar cómo hacer esto cuando esté en casa!'
El Monseñor se sentó en el trono de terciopelo con dos guardas impresionantes de rostro blanco, a sus espaldas. Uno de los guardas llenó el vaso con la botella y se lo pasó a él. Monseñor bebió el vino tinto de forma refleja y luego hizo una señal con los dedos.
"Podéis empezar," anunció en el silencio lleno de ecos.
Los músicos iniciaron un acorde. En ese instante supo exactamente lo que iban a tocar. Moderna música de rock interpretada de forma extraña mediante sus instrumentos medievales, pero el palpitante tono era inconfundible. El Poder de Cassandra salió a la superficie en respuesta a su música, por cada uno de los poros de su piel, hasta envolverla en un manto cálido. Cassandra sintió que un velo caía sobre sus ojos y pensamientos.
'¡No!' protestó al flujo ascendente de posesión diabólica. '¡Quiero verlo!' El velo se retiró obedientemente, pero su cuerpo dejó de responder por más tiempo a sus órdenes. El poder la inundó por completo y la poseyó de forma absoluta. Empezó a dar vueltas bruscamente en un círculo, retozando con los humeantes compases de la infernal música de striptease tocada por los gitanos poseídos.
Las horquillas enjoyadas volaron desde sus rizos llameantes para esparcirse por el suelo. La cinta dorada de su pelo se deslizó, dejando que su melena roja cayera en cascada a su alrededor, mientras bailaba un mezcla ruda de pasos de jazz con increíbles saltos de ballet. Sus zapatillas se perdieron en un par de patadas de altos vuelos. Los cordones de su corpiño se soltaron durante un giro y se quedó inmóvil, lista para un salto, mientras el vestido de terciopelo rojo se arremolinaba a su alrededor para derramarse en el suelo formando un montón de un carmesí subido.
La música evolucionó hacia una pieza lenta y sensual. Puesta al descubierto bajo su camisa dorada transparente, se tiró al suelo y caminó como un tigre, arrastrándose con lentos movimientos de animal hasta los pies del trono de terciopelo. Se irguió de rodillas, airosamente, con los brazos levantados por encima de la cabeza, los labios separados, y los ojos entrecerrados como si estuviera en trance de deleite carnal. Arqueándose hacia atrás, tocó el suelo con las manos, luego levantó las caderas y separó mucho las rodillas en actitud incitante, mostrando su montículo afeitado y los húmedos labios internos asomando a través de la apertura de la prenda dorada.
Onduló el cuerpo lenta, muy lentamente, como una serpiente enroscada, para luego rodar por encima de la cabeza y luego por debajo. Se tumbó en el suelo boca abajo, pateando por encima de la cabeza con las piernas muy separadas. Rodó lateralmente, de la forma típica en una bailarina de striptease, y luego se puso de rodillas y levantó lentamente una pierna. Sus uñas escarlata trazaron líneas rojas en la tierna piel de la parte interna de sus muslos mientras los marcaba agresivamente. Se giró bruscamente mediante una vuelta acrobática y luego se puso en pie.
Mirando desde debajo de sus pestañas entrecerradas observó como el Monseñor estaba boquiabierto. Interpretándolo como una invitación, el cuerpo poseído de Cassandra se balanceó hacia el hombre joven para colocarse ante él, ondulando las caderas y el torso en un giro hipnótico, a uno y otro lado. Levantó los brazos y meció exquisitamente todo el cuerpo, lentamente, ante él, incitándole a estirar las manos y deshacer los minúsculos nudos que mantenían cerrada su camisola dorada.
Ronroneó cuando él adelantó sus suaves dedos y tiró de las cintas doradas. La camisola cayó con un susurro de seda, poniendo al descubierto sus afilados pezones y sus pechos sobresalientes. Su musculoso estómago se deslizó bajo sus cálidos dedos mientras toqueteaba su carne caliente. Se volvió lentamente para presentarle sus nalgas redondeadas, agitándolas, la carne temblando incitadora. Bajó las manos hasta el suelo mientras seguía en pie, con las piernas estiradas, ofreciéndole una visión cercana de su carne más femenina, separando los pliegues para sus ojos hambrientos.
"No tienes ni una señal," dijo admirado. "Ni una sola imperfección en ninguna parte," suspiró.
La música hizo que de nuevo girara en torbellino y bailó como solo puede hacerlo la carne desnuda, sin ataduras ni restricciones. Saltó y giró, el cabello al aire y los músculos tensos, se agitó y exhibió ante la hambrienta mirada de Monseñor. Y bailó y bailó.
"¡Ya basta!" gritó repentinamente el Monseñor.
La música se detuvo bruscamente y Cassandra cayó en una airosa reverencia en el centro de la alfombra.
"¡Dejadnos!" rugió. Los gitanos abandonaron precipitadamente la sala pero los guardas dudaban.
"¿Creéis que no puedo defenderme yo solo contra una chica desnuda?" gritó enfurecido. Los guardas salieron a toda prisa.
'¡Bien! ¡Bien! ¡Bien!' la mente de Cassandra daba vueltas histérica. '¡Al fin solos!'
"Y ahora preciosa mía, ven aquí," ordenó el Monseñor.
Se acercó al trono reptando por la alfombra, los ojos recatadamente bajos, ocultando sus intenciones. A cuatro patas, como una gata indolente avanzando hacia el pobre pajarillo descuidado.
El cuerpo de Cassandra, todavía envuelto en una cálida capa de poder demoníaco, ascendió deslizándose por el trono sin tocar ni un pliegue de sus ropas. Tímidamente, se agarró a los brazos de la pesada silla de madera y se inclinó hacia el Monseñor, sentado, presentando su cuerpo a su inspección detenida.
La palma de la mano del Monseñor tocó la fina seda de su cabello y dejó vagar sus dedos entre sus suaves mechones. Sus dedos bajaron hasta los extremos de sus rizos donde descansaron contra su pecho. Los dedos siguieron recorriendo la suavidad de su piel hasta copar toda su plenitud en la fría y seca palma de la mano.
"Eres exquisita, como una hermosa escultura, Serena," susurró. Los dedos encontraron y exploraron un pezón moreno y rosado. Pequeñas sacudidas de placer la atravesaron hasta su ávido coño, haciendo que se contrajera hambriento. "Nunca había visto una mujer tan hermosa como tú. ¿De dónde eres?"
"Soy de Canadá," susurró mientras se arrodillaba ante el trono de terciopelo. Naturalmente el conjuro que el Maestro le había hecho encriptaba su habla, aunque de todas forma el Monseñor no hubiera sabido donde estaba Canadá.
"¡Qué voz tan adorable!" musitó el Monseñor mientras su otra mano copaba el otro pecho. "Pero, Lord Chevalier le Duc me dijo que no podías hablar nuestro idioma aunque entendieras lo que se te decía."
Cassandra asintió, ronroneando mientras él jugaba con sus pezones, explorándolos y luego tirando suavemente de ellos.
"Y así, como no puedes hablar no puedes compartir secretos. ¿No es así, mi pequeña?" Su respiración se convirtió en jadeo. Sus ojos azules cristalinos se dilataron con el deseo reprimido. Se lamió los labios gruesos y sonrosados.
Cassandra asintió de nuevo.
"Bien," gruñó el Monseñor satisfecho, y luego hundió la cabeza en su pecho y tomó un pezón en su ávida boca.
Cassandra gimió y retiró cuidadosamente la cara. Podía sentir el fuego en sus infernales ojos ardientes.
Chupó con fuerza su sensible pezón, copando su pecho y mamando como si estuviera hambriento. Una mano temblorosa se deslizó hacia abajo por su vientre, levemente curvado, hasta tocar su arreglado montículo. Sus dedos tiraron con rudeza de la escasa piel. Se le escapó un leve quejido que pareció agradarle a él. Los dedos se enterraron más abajo, entre sus pliegues húmedos, luego deslizó bruscamente dos dedos en su interior. A Cassandra se le escapó un silbido cuando él separó ampliamente los dedos, con un movimiento de tijera, en su caliente humedad. Gimió de placer y se retorció contra su mano como una gata buscando caricias.
"Nunca había tocado a nadie tan hermoso como tú, Serena," suspiró. "Parece que tú también disfrutas con ello. ¿No salen quejidos de rechazo ni súplicas de tus labios rojos?"
Cassandra respondió con un gemido.
"¿Ni tampoco declaraciones de amor? Ni que entendiera tu galimatías," musitó en alto con curiosidad. "Eres una cosita carnal, ¿verdad?" Su voz era baja y ronca, traicionando sus propias y crecientes necesidades carnales. "¡Abajo!" ordenó, su voz era un ronco susurro. "Túmbate en el suelo."