Diablesa - Cap. 2 y 3

El baño y Ataviada

Diablesa


Título original: Demoness

Autor: Morgan Hawke

Traducida por GGG, septiembre 2005

Tomada de BDSM Library

Parte Dos: El baño.

"Vale..." murmuró Cassandra. "Esto es alucinante." Al echar un vistazo esperando al Maestro, vio que se había quedado con la boca abierta ante su danza. Del aspecto de su mano salpicada de corrida se deducía que aparentemente había disfrutado con el espectáculo. Ella seguía sin poder recordar ni un momento de lo que había pasado. 'Bueno, supongo que es una buena señal,' pensó Cassandra.

Miró a la bañera. ¡Maravilla de las maravillas! La bañera estaba al fin llena y humeante delante del fuego. '¡También a tiempo! Pongamos en marcha el espectáculo.' Sonriendo, se adelantó hacia el asombrado y ceremonioso mago. Tomando su fría mano en la suya le llevó desnudo a la bañera.

Cassandra metió la mano en el agua del baño y frunció el ceño. No podía ser, el agua apenas estaba tibia. ¿Cómo podía estar humeando? Levantó las cejas meditando. 'Oh, debe hacer verdadero frío aquí y yo todavía estoy radiando calor de la cama bronceadora y por eso no lo siento. Bueno, pero está todavía demasiado fría para bañarle a él.'

"Esperad, Amo," dijo, impidiendo que se metiera en la fría bañera. "Este agua fría os producirá un resfriado y os hará enfermar. Dejadme ver qué puedo hacer." Hubo un indicio de movimiento y calor bajo la piel de sus manos. 'O aún mejor, veamos que puede hacer mi compañero de cuarto. ¿Cómo calentar el agua?' pensó concentrándose en ello.

Hubo una furiosa oleada de poder que bajó por la palma de su mano. Metió todo el brazo en el agua tibia y empezó a burbujear. Cassandra metió el otro brazo en el baño, doblándose para sumergir tanta parte de los brazos como pudiera. En un instante sorprendentemente corto el agua se puso caliente, justo como le gustaba. Luego un poco demasiado caliente. Luego demasiado caliente.

'¡Eh, eh! ¡Ya vale! ¡No queremos asarle!' pensó Cassandra con toda la intensidad que pudo para el poder que nadaba en su cuerpo.

'¿No queremos?' le susurró el poder en respuesta, con una breve visión del Maestro gritando. Cassandra se asustó, luego se agarró a sí misma y al poder.

'No, no queremos asarle, al menos todavía no,' insistió. Aparentemente su poder tenía literalmente una mente propia, y bastante maligna por cierto. La temperatura descendió a un nivel más tolerable. "Mucho mejor," suspiró. "Vuestro baño está listo, Amo."

El Maestro miró a Cassandra con alguna duda, luego sumergió la mano en el agua del baño. Sus cejas negras se levantaron y sonrió agradablemente sorprendido. Cassandra se apartó del camino mientras prácticamente saltaba a la bañera de madera.

'Eso resultó gracioso,' pensó Cassandra sarcásticamente cuando vio el agua salpicando la costosa alfombra. Hundido en el agua cálida hasta el cuello, el Maestro dejó escapar un largo y satisfecho suspiro.

"Es de lo más agradable," ronroneó prácticamente el Maestro. "No había sentido este calor desde el verano. En agradecimiento puedes bañarte después de mí."

"Estoy contenta de que disfrutéis," sonrió Cassandra con suficiencia mientras buscaba un paño. "Pero, um..." empezó echando una atenta mirada a la porquería grasienta que empezaba a formarse en la superficie del agua. "Creo que voy a pasar. Realmente yo ya me he bañado." 'Si, en la bañera caliente esta mañana.'

Apretando los dientes agarró una bola gris de una cosa cerúlea que los criados le habían asegurado que era en realidad jabón. Enjabonó con decisión un paño nudoso y atacó la ancha espalda del Maestro. Pensando en términos de su sobrino de cinco años, restregó con ganas (N. del T.: supongo que la expresión que utiliza "she scrubbed with a vengeance" es propia de niños pequeños).

Enjabonando el trapo y enjuagando repetidamente descubrió con agrado que sus hombros eran muy anchos y sus brazos bien rellenos de músculo. El pecho era bastante impresionante y solo ligeramente peludo. El estómago plano y con bien formadas crestas, y la cintura estrecha. Cuando pasó el trapo por sus piernas Cassandra notó que eran bastante musculosas y bonitas.

'Este tío hace ejercicio de verdad.' Pensó admirada. 'Este cuerpo no se consigue en cualquier gimnasio.'

Pasó las manos por sus partes más masculinas, bajo el agua. La polla se hinchó y estiró sometida a sus expertas atenciones. Tuvo mucho cuidado en lavar por debajo, alrededor y entre, explorando cada rincón y recoveco además del peso, volumen y solidez de sus intimidades. El Maestro gemía mientras le acariciaba y le limpiaba.

Cassandra arrancó lo que parecían meses de porquería acumulada en su cuerpo. Pensó en preguntarle cuando se había bañado por última vez, pero luego decidió que realmente no quería saberlo. Le llevó un buen rato convencerle, pero finalmente lo consiguió, para que le dejara lavarle el pelo que le llegaba hasta los hombros. Estaba tan asqueroso que ella había supuesto que era negro. Después de algunas expertas enjabonadas y aclarados se quedó atónita al ver que realmente era rubio rojizo.

"Bien, es hora de enjuagar, poneos en pie." Se puso en pie en la bañera, de espaldas a ella, chorreando agua de su cuerpo musculoso. '¡Mmm, un buen culo también!' Agarrando un cubo colocado junto al fuego, Cassandra metió una mano y uso solo un poco de su poder para calentar el agua. Se colocó cuidadosamente tras él y se la volcó sobre la cabeza. El Maestro aulló sorprendido. Mientras se quitaba el agua de los ojos Cassandra tuvo tiempo de coger y calentar el segundo cubo.

"¡Mirad hacia abajo!" dijo y le vació el segundo cubo por encima de la cabeza.

"¡Maldita zorra!" protestó y luego agitó la cabeza mojada esparciendo el agua por doquier.

"Vos conjurasteis a un maldito demonio, ¿recordáis?" dijo con una sonrisa sumisa. "Ahora, ¿estáis preparado para que os seque?" Cassandra mantuvo en alto una toalla enorme.

"Creía que ibas a unirte a mí," dijo, volviéndose y presentando ante Cassandra una bonita vista de su firme y limpia erección. Salió de la bañera de madera exhibiéndose con orgullo.

Cassandra echó un vistazo a la grasienta suciedad que flotaba en la bañera. 'Esa agua está asquerosa,' pensó con un escalofrío. "¿Qué os parece tomarme delante del fuego?" le susurró al oído, invitadora, mientras le restregaba la espalda con la toalla. Se volvió hacia sus brazos y le hundió la nariz en el cuello.

"Suena como una idea muy buena." Con súbita ferocidad le pasó los musculosos brazos alrededor de la cintura y la levantó del suelo. Cassandra chilló mientras se la echaba sobre el hombro húmedo. A grandes zancadas se dirigió hacia la chimenea del lado opuesto, donde los sátiros miraban con lascivia, arrodillándose a continuación. Acunando con delicadeza su cuerpo la depositó sobre una alfombra de pelo blanco. Arrodillado sobre ella, las llamas iluminaron los finos rizos con resplandores dorados sobre su figura limpia y musculosa.

"Sabéis, cuando estáis limpio sois realmente guapo," ronroneó Cassandra admirada. Recorrió con la mano su pecho lustroso y limpio, luego deslizó hacia abajo la palma, arañando levemente con sus uñas color rubí. Se mordió el labio inferior mientras seguía la pista de riquísimos rizos dorados que se oscurecían mientras la llevaban hacia abajo por su vientre musculoso.

"Dices las cosas más extrañas," sonrió el Maestro.

"Ven aquí, chico grande," sonrió Cassandra mientras rodeaba con una mano su erección firme y sedosa, tirando de ella hacia sí misma. "¡Tengo una sorpresa para ti!" Colocándole con las rodillas a horcajadas sobre sus pechos llenos, deslizó suavemente hacia atrás la piel del prepucio con las palmas de las manos, exponiendo la hinchada cabeza púrpura, mojada de líquido preseminal.

"¡Aquí está mi bomboncito!" ronroneó y luego se lamió los labios. Con la lengua en punta acarició el bulto puesto al descubierto y luego lo golpeó, rodeándolo con la parte plana de la lengua con lametones lentos. Él se dejó caer hacia el cuerpo de ella, enganchando las manos en el pelo de la alfombra mientras gemía claramente encantado.

Animada por su obvio deleite, Cassandra mordisqueó el brillante borde del capuchón, luego chupó con fuerza, tragándosela entera. Él gimió y se estremeció, a continuación corcoveó las caderas avanzando en su boca cálida y húmeda. Retiró la polla hasta el borde de la cabeza y luego avanzó en el interior de su garganta, con empujones firmes. Cassandra azotó con la lengua la parte inferior de su dardo mientras se follaba su boca. Él se dejó caer, con un ronco gemido jadeante, sobre los codos, con el cuerpo doblado sobre el de ella.

Mientras le azotaba con su lengua, Cassandra recorrió su espalda con la mano y bajó hasta su firme culo. Un bonito brillo de sudor se había formado allí; sus músculos estaban tensos y vibrantes. Estaba a punto de correrse. Rápidamente formó un prieto anillo alrededor de la base de la polla, sobre el dardo, justo por encima de sus huevos, reteniendo su corrida. Él empujó con fuerza, manteniendo su polla dura como el hierro, dentro de su boca, dejando escapar de los labios un ronco y doloroso gemido. Lo intentó de nuevo. Los dedos de Cassandra sujetaron con firmeza.

Con un atroz juramento se echó atrás y se sentó. La polla se deslizó fuera de su boca con un chasquido húmedo, golpeando luego contra su vientre.

"¿Vais a algún sitio sin mí?" ronroneó Cassandra. El Maestro agarró por la fuerza a Cassandra que chilló sorprendida, luego la volteó sobre su barriga. La sujetó con fuerza por las caderas y la hizo ponerse de rodillas.

"Yo soy el Amo aquí," gruñó, "no dejaré que me controle nadie como tú." Cerró el puño sobre sus rojas greñas y le echó la cabeza hacia atrás con sorprendente suavidad. Sintió que sus dedos profundizaban en su húmedo núcleo, explorando su carne húmeda y dispuesta.

'¡Ahora sí que vamos a ir a algún sitio!' pensó para sí. Enterró los dedos en su interior y luego empujó a fondo pero lentamente, una y otra vez. Acarició un momento sus paredes haciendo girar los dedos. Cassandra se estremeció de excitación, balanceándose contra sus dedos, follándose contra su palma. El calor se acurrucaba en su vientre mientras se daba cuenta de que estaba a punto de correrse.

"¡Folladme!" siseó con impaciencia. "¡Folladme ahora!"

Sacó los dedos de su interior y sintió la cálida punta de su polla apretándose contra su coño húmedo. Volvió a tirar de ella contra él y penetró en sus profundidades con un gruñido.

Cassandra gimió mientras la llenaba, su anchura tensaba deliciosamente sus paredes. Para total sorpresa suya se tumbó totalmente sobre el cuerpo arqueado de ella, pasando un brazo alrededor de sus caderas. Sus dedos encontraron y restregaron su clítoris hinchado. Cassandra volvió a agitar de nuevo las caderas contra él, mientras el placer lascivo la empujaba hacia el borde de un tremendo orgasmo. Lloriqueó de frustración porque su placer quedaba fuera de su alcance.

El Maestro aprovechó el momento para echarse atrás y luego enterrarse hasta la empuñadura con un golpe largo y profundo, luego atrás de nuevo para avanzar a fondo una y otra vez y otra vez más. Cassandra gimió y avanzó hacia él, en perfecta sintonía. Incrementaron la velocidad hasta que el sonoro palmoteo de los muslos contra su culo llenó la habitación. Su mano no dejaba su clítoris mientras se lo restregaba una y otra vez.

De repente Cassandra sintió el inequívoco estremecimiento que significaba que estaba a punto de correrse. Se agarró jadeando al pelo de la alfombra con las dos manos mientras se agitaba de nuevo contra la dura polla que golpeaba su coño hambriento. Se quedó sin aliento y luego quedó inmóvil de repente mientras el clímax, primero en oleadas y luego en cascada, se extendía a través de su cuerpo tembloroso. El poder inflamaba su espina dorsal para rodear su cuerpo, erizando sus hermosos pelos. Sintió que sus paredes internas temblaban, estrechándose poderosamente alrededor de la carne alojada dentro de ella. Le oyó gruñir mientras su poder le arrastraba por la fuerza hacia el orgasmo, vomitando la corrida en su cuerpo acogedor, su carne interna estrujándole y chupándole hasta dejarle seco.

Cayeron sin aliento sobre la alfombra de pelo rodeándose mutuamente con los brazos. Cassandra le atrajo a un beso con toda su alma, al que respondió con entusiasmo. Las lenguas lucharon entre sí, paladeando la pasada pasión del otro.

"Si no fuera por el Monseñor, te retendría para mí," gruñó el Maestro sin aliento.

"Supongo que tendréis que conjurarme de nuevo, cuando no tengáis ningún proyecto para mí," murmuró Cassandra con una sonrisa. "Mientras tanto nos queda toda la noche."

Parte Tres: Ataviada

Despertaron a Cassandra al amanecer. Cuatro criadas muy bajas pero robustas la echaron de la enorme cama del Maestro, mientras refunfuñaba. La escoltaron, envuelta en una sábana, hasta una habitación que obviamente había sido preparada originalmente para ella. Una habitación en la que no había dormido. Un fuego tremendo rugía en una chimenea enorme situada delante de una cama gigantesca de cuatro pilares.

De nuevo habían llenado de agua una bañera de madera, esta vez para ella sola. Ella misma calentó el agua con un uso juicioso de su poder demoníaco y luego se metió dentro. El agua le llegaba al cuello cuando se sentó. Con un suspiro agradecido, se preparó para ponerse a remojo.

Luego entraron dos enormes mujeres, con cara de caballo. La agarraron de los brazos y la acosaron con jabón duro y trapos ásperos, decididas a borrarle una pulgada de su vida.

"¡Eh! ¡Olvidaos de esta mierda!" rugió Cassandra indignada. Después de salpicar una buena cantidad de agua Cassandra se puso en pie y las apartó de ella. "Mirad, ¡ya estoy limpia, coño! ¡A diferencia de todo el mundo por aquí, me doy un puto baño cada maldito día!" Separó los brazos para que lo vieran. Ignoraron sus palabras y se le echaron encima.

"¡He dicho que ALTO!" ordenó Cassandra adornando la voz con una profundidad demoníaca. El poder resplandecía en una corona que la rodeaba, las llamas emergían de su piel como una estela de calor. Su pelo flotaba ondeando al viento infernal. El agua de la bañera burbujeaba y soltaba vapor al hervir.

Las dos mujeres gritaron y cayeron al suelo encogidas.

"Así está mejor," siseó Cassandra. "Me bañaré yo sola y si os portáis bien no os reduciré a cenizas," gruñó. La imagen de las dos mujeres retorciéndose y gritando envueltas en llamas le bailaba en el pensamiento de forma sugerente. 'No recuerdo estar tan sedienta de sangre,' murmuró Cassandra, un poco sorprendida.

La mujeres se quejaron asustadas, demasiado aterradas para moverse.

Después de un agradable remojón, Cassandra les permitió secarla con una sábana enorme. Luego le ofrecieron aplicarle aceites con aromas exóticos. Al aceptárselo le masajearon los pies y luego las largas y musculosas piernas. Manos fuertes le aplicaron los aceites a los muslos y luego los dedos barrieron la escasa piel de su coño arreglado. Se metieron en las costuras de sus muslos, por debajo de su culo y finalmente en el surco entre los carrillos de su culo.

Cassandra gimió del cálido placer, mientras las manos le alisaban el vientre y los dedos le escarbaban en el firme culo. Le aplicaron aceite a la cintura y alabaron su estrechez. Las manos barrieron desde las costillas y a través de la espalda y luego subieron a los hombros y le rodearon los pechos.

Los dedos trazaron círculos cada vez más cercanos a los pezones en punta, tocándolos finalmente, pellizcándolos ligeramente, provocándole pequeñas sacudidas de placer que se le transmitían directamente al coño.

Le aplicaron aceite al cuello, rodeándola en una nube de aroma. Las manos le acariciaron los brazos, prestando especial atención a sus axilas peladas y a cada dedo individualmente.

Animada por las criadas probó un delicado polvo con el que querían untarle el cuerpo. Descubrió que era dulce, un azúcar superfino y meloso. Con una nube de piel de carnero le untaron el polvo fino y delicado. La cubrieron con suavidad desde la garganta, por encima de los pechos, bajando por los muslos y sobre el culo firme. Prestaron especial atención a su coño, restregando la piel de carnero profundamente dentro de su carne sonrosada.

'Me están endulzando para la cita con el Monseñor,' se imaginó.

Soltando risitas ante la reacción de Cassandra al polvillo dulce, la ayudaron a sentarse en un escabel bajo. Le pasaron medias de seda dorada por sus lustrosas piernas sin vello, justo hasta por encima de la rodilla. Las criadas murmuraban y susurraban mientras exploraban la sedosa suavidad de sus espinillas afeitadas.

'Es una pena que tengan un aspecto tan asqueroso, esto podría haber sido muy interesante,' pensó Cassandra divertida. Le estaban atando ligas de cinta a los arcos por debajo de las rodillas para mantener las medias subidas. Miró hacia abajo, al rostro de la criada sentada entre sus muslos y atándole las ligas.

'Hmm, ésta no está demasiado mal,' pensó con un brillo maligno en los ojos. La criada parecía ser más joven. Daba la impresión de estar más cercana de la veintena que el resto de las cara de caballo, y parecía bastante limpia.

"Espera," dijo Cassandra cuando la criada empezaba a levantarse. La chica se detuvo y se volvió hacia ella turbada. "¿Cómo te llamas?" le preguntó Cassandra.

"Soy Flora, Ama," susurró asustada la niña.

"Bien Flora, quiero que hagas algo por mí." Cassandra indicó a las otras criadas que se fueran. El temor de la criada joven era palpable y eso la estaba excitando.

"¿Sí, Ama?"

"Quiero que me beses," dijo Cassandra muy suavemente. "Quiero que me beses aquí," dijo, separando los muslos y presentándole su coño recién perfumado y cubierto de polvo de azúcar.

"¿Qué os bese? ¿Allí?" Flora dudaba.

'¡Oh, que bien! ¡Una virgen para el cunnilingus! ¡Qué maravilla!' pensó Cassandra con malicia. "Sí Flora, bésame allí. Ahora mismo." Flora se dobló hacia delante y apretó los suaves labios sobre la cruz invertida del montículo tan arreglado de Cassandra.

"Muy bien, soy el Ama y tienes que hacer lo que te diga," gruñó prácticamente Cassandra, luego gimió apreciándolo. "Ahora lámelo, justo aquí," susurró utilizando sus uñas carmín para separar los rollizos pétalos de su pubis dejando al descubierto la sonrosada carne interna de su coño húmedo y voraz. "Lámelo entero, Flora, lámelo todo."

La pequeña lengua de Flora la tocaba delicadamente, luego con más entusiasmo cuando el azúcar se mezcló con la esencia de la perla de Cassandra.

"Sí mi dulce niña, un poco más fuerte, un poco más rápido y no te dejes nada," suspiró mientras la felicidad empezaba a ascender por su cuerpo en lentas oleadas. Realmente se estaba excitando ante el control total que tenía sobre la joven criada.

La lengua de Flora se extendió por toda la hambrienta y delicada carne de Cassandra y luego se hundió en el agujero boquiabierto y goteante que era la puerta de su útero. Flora se agarró a las rodillas de Cassandra para sostenerse y se aplicó a ello con decisión. El sonido del delicioso chupeteo llenó la cámara.

'Veo que tengo una conversa; una pequeña lesbiana en proyecto,' bromeó Cassandra para sí misma. "Sí mi dulce muchacha, ahora lámeme aquí," dijo y se señaló el clítoris con el dedo. Flora colocó la lengua en el minúsculo bultito de carne y luego la movió.

"¡Mmm! ¡Deliciosa muchacha!" dijo Cassandra valorándolo. "Un poco más fuerte y un poco más rápido, sí," siseo mientras una oleada de placer se adueñaba de ella y amenazaba con desbordarse. "Solo un poquito más," dijo Cassandra mientras empezaba a luchar por respirar. Sus caderas se agitaban en dirección a la boca de Flora.

Cassandra sintió que el orgasmo empezaba a aparecer. Echó mano y agarró a Flora del pelo y apretó su coño contra los labios y la trabajadora lengua de Flora, levantando el trasero del escabel para follarse la cara de la chica. Cassandra se pellizcó con fuerza sus propios pezones y el calor fluyó desde su coño en una oleada de poder demoníaco, precipitándose a su través en un clímax aplastante y adornado con gritos. Cassandra sintió derramarse su cremosa corrida de mujer y luego mojar el rostro de Flora.

Apenas escuchó los quejidos de Flora cuando el poder de Cassandra golpeó a la pequeña virgen para provocarle un orgasmo propio.

"Buena chica," jadeó Cassandra, dejándose caer en el escabel exhausta y agradecida. Flora se desplomó de rodillas, la cara brillante con el fruto del placer de Cassandra. Las otras criadas se habían acurrucado en el rincón.

"Supongo que necesitaré más azúcar," suspiró Cassandra. El resto de las criadas volvieron sigilosamente junto a Cassandra mientras Flora salía a toda prisa de la habitación.

El frasco del polvo de azúcar se volvió a abrir y Cassandra fue espolvoreada con el polvillo de miel y luego la ayudaron a ponerse una camisola dorada y transparente, con delicados encajes enmarcando su garganta y escote. Se mantenía cerrada con minúsculos lazos desde el cuello hacia abajo. Las criadas levantaron un vestido largo de terciopelo rojos que había estado tendido sobre el edredón de seda negra y damasco de la cama de columnas.

'Vaya, vaya, vaya... ¿Sin bragas? ¡Qué desvergüenza!' pensó Cassandra para sí misma riéndose por lo bajo. 'Parece como si ni siquiera fuéramos a fingir lo que voy a hacer.'

Cassandra alabó el terciopelo. Era el vestido más bonito que había visto nunca. Tenía largas mangas y estaba cubierto de oro, adornado con minúsculos lazos. Granates y ónices parpadeaban como estrellas por toda la zona del corpiño en forma de corsé. El vestido estaba abierto totalmente por la parte delantera y estaba cerrado solo por una fila de cintas ribeteadas en oro que se ataban cruzando el corpiño dorado. Una vez que le ayudaron a ponérselo, Cassandra se sintió feliz al ver que el escote cuadrado del vestido empujaba sus pechos hacia arriba de forma insinuante.

"Hmm, definitivamente algo indica que hay que salir a toda prisa," se dijo Cassandra cuando las criadas le pusieron en los pies unas zapatillas a juego. Nunca se las pudiera haber llamado zapatos; eran con mucho demasiado delicadas para llevarlas por la calle.

Después de un toque final de polvillo meloso en los pechos, una de las criadas se echó hacia atrás para mirarla y frunció el ceño. Luego, para sorpresa de Cassandra, la criada metió las manos en el corpiño de Cassandra y le sacó los pechos hasta que los pezones descansaron en el mismo borde del corpiño, apenas escondidos por el encaje. Satisfecha aparentemente del resultado, la criada empujó a continuación a Cassandra hasta una silla baja delante de un tocador con un espejo dorado. Con expresión de fiera determinación la criada agarró un cepillo del pelo.


"¡Uau!" fue todo lo que Cassandra pudo decir cuando se miró en el espejo. Su pelo había sido hábilmente rizado mediante rulos de hierro caliente y apilado en un magnífico moño en la parte alta de su cabeza. Horquillas de granate y ónice lo sujetaban con una cinta dorada enhebrada a través del conjunto. Un tirón en aquella cinta y todo el montaje se vendría abajo.

Las criadas abrieron los tarros de maquillaje de cristal y pedrería. Aquí fue donde Cassandra se imaginó que sería mejor tomar el control. Se negaba en redondo a tenerlas a ellas restregándole la cara con maquillaje a base de plomo. En su lugar se espolvoreó las mejillas y la frente con el polvo dulce. Usando las puntas de los dedos se aplicó generosamente polvo de oro en los párpados, oscureciendo las esquinas con un polvo de amatista púrpura. Al reconocer lo que estaba mirando tomó un bastoncillo de kol. Lo hizo girar en un platillo de aceite, luego sumergió el bastón aceitado en un tarro de polvo de kol negro. Se remarcó los ojos y se oscureció las pestañas con suavidad.

'Menos mal que leí un artículo en el National Geographic sobre el antiguo Egipto y como se usaba esta mierda,' pensó Cassandra divertida. Le presentaron un polvo rojo oscuro. Aplicándose ligeramente aceite en los labios se untó el polvo rojo. Inmediatamente sus labios aceptaron el tinte y se oscurecieron hasta un profundo carmesí. Añadió un toque de polvo de oro y consiguió un rubí brillante que iba maravillosamente con sus uñas. Sonrió ante su imagen.

Las cacareantes criadas la sacaron a empellones de la habitación y la hicieron bajar a toda prisa al vestíbulo. La dejaron libre en la parte alta de una escalera y la invitaron a bajar. Cassandra se deslizó por la amplia escalera, levantándose cuidadosamente las faldas de oro y terciopelo.