Día de los muertos

Su pecho comenzó a moverse ostentosamente como si el aire fuera insuficiente, cuando una mano se posó atrevida en su seno para sentir los latidos de su corazón.

DIA DE LOS MUERTOS. Por Vinka.

PARTE I.

Faltaba una hora todavía, su corazón comenzaba a latir apresuradamente ante la proximidad de la cita y todo lo que su imaginación presentía que iba a ocurrir.

"Calma", pensó. "Eres una mujer inteligente, todo saldrá bien, igual que el año pasado, debes relajarte".

Durante el día se arregló con esmero, su piel era muy suave pero ella la quería aún más, tomó un baño de tina con sales balsámicas para aromatizar sutilmente su cuerpo y no tener que usar su perfume característico, repasó su sexo depilado, arregló coquetamente sus manos y pies eligiendo esta vez un tono oscuro para el esmalte y seleccionó una delicada lencería que al tacto se sintiera muy sensual.

Le había tomado gran parte de la tarde maquillar su rostro con una palidez que pareciera real, encubrir sus facciones, pintar sus labios de un granate fino e intenso y peinar su cabello hacia atrás muy pegado. Lo más difícil había sido delinear sus cejas y adherirse un delgado bigote que le daba a su rostro un aspecto algo varonil pero encantador.

Su ropa descansaba impecable en el colgador. Con lentitud deliberada comenzó a vestirse el pantalón negro que lucía una perfecta línea planchada en el medio, y que, a pesar de su corte masculino, no lograba disimular su preciosa curva posterior ni sus torneadas caderas.

"Vaya", pensó divertida, mientras se miraba al espejo, acostumbrada a los jeans gastados y ajustados, "jamás usaría pantalones así" .

Continuó con una fina camisa blanca con vuelos, una faja de raso negra y zapatos de charol dedicadamente lustrados. Una magnífica capa bruna, forrada interiormente de rojo furioso, completaba la perfecta caracterización de aquel elegante príncipe de las tinieblas, que en media hora debía dirigirse al lugar del encuentro.

Se miró una vez más al espejo y, por unos instantes, se figuró que no veía el reflejo de su imagen, sonrió ante tan infantil idea, sus latidos le hicieron sentirse ansiosa indicando que ya era hora de salir.

Ordenó todo y guardó su ropa en un bolso que dejó sobre la banqueta del baño. Se ató un listón de finísima seda negra a la muñeca, se puso los guantes blancos, tomó el botón de rosa roja, el elegante bastón y salió del cuarto rumbo a la calle.

"¿Y si no llega?" No, no podía pensar en eso. Llevaba exactamente un año esperando este reencuentro, 365 días deseando que esta noche llegara. Nada podía fallar.

Afuera la gente comenzaba a llenar las calles, la mayoría llevaba disfraces tan ridículos como el de ella, iban y venían, riendo, gritando, celebrando quién sabe por qué a los muertos. Sabía que era una antigua tradición que se había distorsionado tanto con la comercialización, que nunca había comprendido ni le había gustado… hasta que se topó con ella, la mujer de sus sueños.

Jamás imaginó el vuelco que darían las cosas cuando se acercó a aquella muchacha disfrazada de condesa que, sentada en la banca más alejada del parque, veía con expresión melancólica el jolgorio de los paseantes.

Bastaron pocas palabras y una mirada para quedar prendada de aquella hermosa figura de ojos melancólicos, como si una mágica conexión se hubiera instalado entre ellas. Probablemente el anonimato de sus disfraces les dio el valor que no tenían para confesar sus deseos y acabaron, en el amplio sentido de la palabra, amándose con pasión en el hotel de la cuadra. Aceptaron jugar a ser amantes, así sin más, sin preguntas, sin compromisos, sólo una noche y prometieron no indagar ni buscarse, hasta el próximo día de los muertos, si acaso una vez los pensamientos de una la transportaban hacia la otra.

Al año siguiente volvieron a encontrarse en el mismo lugar, tal vez ambas se esperaban pero nunca lo admitieron. Fue entonces cuando se dio cuenta de quién era la "condesa" en realidad y sintió pánico de que su diosa descubriera que su amante apasionada y misteriosa era ella. Por eso cuidaba en extremo cada detalle que pudiera traslucir su identidad.

Y aquí estaba, con el disfraz de siempre, esperándola otro año y muchísimos pensamientos después.

La primavera había comenzado hace tiempo, sin embargo, no era una noche calurosa. Apresuró sus pasos para entibiar el cuerpo y deshacer de alguna forma la incertidumbre que la estaba matando.

Llegó al parque y divisó, apenas alumbrada por el farol, la vieja banca de fierro gris. Estaba vacía.

Tratando de recuperar el paso y la respiración, cerró los ojos un instante e inspiró profundamente, como si de esa forma pudiese volver a la calma que le faltaba.

"¡Uffff! ¿Y si no viene?" Miró la hora, faltaban 10 minutos todavía.

Se sentó en el respaldo de la banca y apoyó los pies en el asiento, mientras su mente se trasladaba hacia una época anterior, hace exactamente dos años. Cada vez que pensaba en ella, miles de mariposas aladas revoloteaban su estómago, como si el recuerdo las despertara de su letargo. Al principio hasta sentía una sensación nauseosa pero con el tiempo se había ido acostumbrando a estos violentos ataques de emoción.

Un ruido a sus espaldas la sacó de sus ensoñaciones, los pasos en la hierba eran inconfundibles para ella, cerró los ojos sin atreverse a respirar cuando sintió el delicado roce de unos labios en el lóbulo de su oreja izquierda. Era la señal que esperaba, por la que moriría sin dudar un segundo, su cuerpo se tensó y un gran escalofrío la recorrió velozmente. Su pecho comenzó a moverse ostentosamente como si el aire fuera insuficiente, cuando una mano se posó atrevida en su seno para sentir los latidos de su corazón.

Mi amada, veo que aún guardas mi corazón en tu pecho —resonó la voz añorada en su oído, usando un lenguaje artísticamente engalanado.

Si no fuera por él, no sobreviviría el resto del año, por lo que se ha convertido en mi más preciado tesoro.

Diciendo esto cubrió con su mano enguantada aquella que se posaba insolente, apretándola firmemente contra su cuerpo, al tiempo que sintió la calidez de unos senos adosarse a su espalda. El contacto con aquellas blandas protuberancias le estremecía. Se paralizó unos segundos antes de decidirse a rodear la banca para quedar frente a ella.

Hace exactamente 365 días de nuestra última cita. ¿Acaso me has echado de menos, amor?

Cada segundo de cada minuto de cada hora de cada día

Se acercó hacia ella despacio, mientras sentía sus piernas debilitarse y una oleada de calor invadir súbitamente sus mejillas.

Podía advertir su corazón desbocado y cada centímetro de su piel tensarse ante la proximidad de quien era la mujer de sus sueños. Recorrió con los ojos brillantes sus hombros descubiertos, el generoso escote que se le antojaba acariciar y el largo vestido que se ajustaba a su cuerpo voluptuoso. Su cabello negro caía a tramos sobre su rostro, ocultando las facciones que aquella sensual condesa había maquillado cuidadosamente.

Se detuvo a unos centímetros y tragó saliva antes de que su necesidad se volviera urgencia.

Sólo quería tenerla cerca, pero quería atesorar cada momento, no podía ceder terreno a la ansiedad, un paso en falso y todo podría arruinarse. Se tomó unos segundos para quitarse los guantes, buscando una pausa que calmara la tensión.

Su mirada indagó la de ella, los ojos se encontraron esperanzados e interrogantes.

Mi amada, quiero adivinar lo que piensas pero sólo veo mi reflejo en tus pupilas.

Mis ojos te dicen cuánta vida he esperado por ti. –Al escuchar esto, con una especie de nudo en la garganta, sólo pudo pensar torpemente: "Si supieras cuánto te amo".

Con la flor que llevaba en la mano dibujó el contorno de su rostro, intentando en este gesto no quebrar el momento, no abalanzarse a su boca.

La vio cerrar los ojos al sentir tanta ternura. Quiso reprimir unos suspiros, con lo que sólo consiguió que su respiración se escuchara entrecortada.

Se perdió en la contemplación de su bello rostro, cuando sintió las puntas de los dedos amados recorriendo su boca, sus labios instintivamente se movieron en su dirección para encontrarlos y detenerlos con su húmedo roce.

Sus rostros estaban muy cerca, tan cerca que respiraban el aire que exhalaba la otra.

El mundo alrededor desapareció mágicamente cuando los labios se encontraron y no tardaron en reconocerse, como si el tiempo nunca hubiera pasado, como si un año fuese apenas un día y por unos minutos pareció que el universo recuperaba su armonía, esa armonía que le había hecho tanta falta. No podía dejar de besarla, sentía que su boca tenía vida propia, ya no le pertenecía, ante cada movimiento ella respondía con otro aún más vehemente. Sus labios carnosos la envolvían, la mojaban, la succionaban; sintió su lengua abrirse camino para acariciar lasciva cada rincón de su boca y la recibió con una explosión de amor. Rodeó su cintura con los brazos y atrajo el cuerpo de su amada hasta sentirlo pegado al suyo, traspasando su calor, contagiando su deseo.

Llévame a tu escondite esta noche, mi amor.

Vamos —le ordenó, tomándola de la mano con firmeza y llevándola presurosa a través del parque hasta el lugar que había preparado.

En cuanto traspasaron el umbral de la puerta, el bastón y los guantes cayeron al piso y la rosa fue a dar sobre la cama, quedaron inmóviles, a medio abrazo, expectantes, como si tuvieran que esperar la señal de la otra para rendirse a sus deseos.

Su mirada bajó delatora hasta sus pechos, que se movían al ritmo de la respiración, incitantes. " Los comería hasta desfallecer", pensó excitada. Su amada sonrió al comprender sus intenciones y se acercó a ella ofreciéndoselos en un gesto seductor.

¡Dios! Eres hermosa… ven aquí —sus brazos hicieron el intento de rodearla por la cintura.

Pero antes puedes quitarte ese feo bigote —le urgió su compañera mientras le acariciaba suavemente el labio superior.

Está bien. Voltéate, ya conoces las reglas —dijo, soltando la cinta de raso que llevaba en la muñeca.

Se ubicó a su espalda para atarle el listón al rostro, cubriéndole completamente los ojos. Una vez que se hubo asegurado de que no pudiera verla, se deshizo del postizo de un tirón, reteniendo el aliento para no soltar algún quejido. Hundió su nariz en la nuca de su compañera inspirando profundamente el aroma que en ese lugar se le hacía tan atractivo y la atrapó entre sus brazos para proseguir en el punto donde se había quedado. Deslizó su mano por su cuello lentamente hasta llegar a su barbilla, la tomó suavemente y giró su cabeza hacia el costado. Sus labios la buscaron para fundirse en un beso apasionado. En esta posición, la otra mano bajó para perderse en sus muslos, acariciándolos, apretándolos, buscando la piel desnuda hasta subir el borde del vestido a la altura de las caderas. " Siempre serás mi mujer", pensó sin atreverse a confesar, mientras sentía cómo la "condesa" disfrutaba de sus caricias.

Sin dejar de abrazarla desde atrás la fue guiando hasta el borde de la cama. Su boca no se despegó un milímetro de su cuello, le gustaba lamerlo, respirar sobre su piel, darle algunas mordidas y dedicarle frases provocadoras, susurrándolas en su oído para encenderla aún más. Una vez ahí, soltó con paciencia contenida cada uno de los broches posteriores del vestido, hasta descubrir casi por completo su espalda.

Había dejado la luz encendida, había esperado una eternidad este momento y no quería privarse del mínimo detalle del cuerpo amado.

Deslizó la tela hacia los lados para dejar caer al piso la prenda que le impedía sentir la tersura de su piel. Repasó con sus labios húmedos la longitud de la columna mientras sentía cómo su amada se sobresaltaba en una exquisita contorsión cada vez que los labios daban paso a su lengua. Se detuvo un momento en el hueco que se forma en la cintura antes de iniciar la curvatura de las nalgas, le gustaba ese lugar, sobre todo cuando se dio cuenta que cada vez que lo acariciaba superficialmente con los labios, su amada respondía con un pequeño gemido.

Se agachó lentamente hasta llegar con el rostro a sus glúteos, se abrazó a sus caderas y contempló extasiada aquel lunar que adornaba el centro de su nalga derecha. "¡Santísimo cielo! Dios debió estar demasiado inspirado para crear un trasero así" , pensó traviesa al tiempo que no pudo contener el impulso de posar su boca abierta y cerrarla con firmeza sobre aquella zona, atrapando una porción de carne con sus dientes, provocándole una punzada de dolor a su sensual compañera.

Aquel movimiento brusco hizo que su amada se inclinara, exhalando un agudo quejido, y apoyara sus manos sobre la cama curvando su espalda hacia delante, ofreciéndole una celestial visión de la cola más exquisita que había mordido en su vida. Pero no se quedaría tranquila con eso, ansiaba tanto volver a amarla, sentir su aroma más íntimo, la humedad de su piel, quería vivir con el cuerpo, en esta noche especial, lo que tantos días soñaba despierta. Se acomodó de rodillas, con una mano tomó su cintura al tiempo que con la otra acariciaba y separaba un poco los glúteos. Abrió la boca ávida y comenzó a besar y lamer los bordes de aquella deliciosa hendidura en toda su longitud, con lentos movimientos de adelante hacia atrás. Sintió los suspiros de su amada y el adictivo néctar salobre que brotaba de ella inundando su pelvis y humedeciendo su rostro. No quedó rincón que sus labios no recorrieran ni hubo parte de su sexo que su lengua no torturara.

Pronto la lengua se hizo insuficiente y un par de dedos la relevaron de aquella placentera misión. Acarició la notoria protuberancia del clítoris inflamado y tentó la entrada vaginal con caricias incitantes. Los movimientos de su amada buscaron la penetración y no detuvieron su vaivén hasta explotar prematuramente en el primer orgasmo de la noche. Los brazos perdieron fuerza dejando caer el cuerpo agitado sobre la cama.

Desnúdate para mí, necesito sentir tu cuerpo, aunque no pueda verte —dijo la "condesa" aún estremecida, acomodando su cuerpo frente al de ella y tanteando el aire hasta dar con un extremo de la capa — no sabes cuánto te he deseado.

Esta súbita confesión la turbó a tal punto que no supo qué responder. Rápidamente obedeció, deshaciéndose del disfraz para quedar completamente desnuda, sintió el aire fresco acariciar su cuerpo y su propia emoción erizarle la piel.

Y tú… ¿También me deseas? —le preguntó la "condesa" repentinamente insegura.

Demasiado —respondió emocionada.

Se recostó a su lado y, con la rosa que yacía junto al cuerpo de su "condesa", dedicó tiempo a acariciar el contorno de sus pechos, logrando que sus pezones reaccionaran irguiéndose. Posó su boca en ellos, deleitándose con su suavidad y tibieza. Mientras sentía las manos de su amada acariciarle tiernamente los cabellos, hundió sus mejillas en aquellos blandos manjares, besándolos alternadamente para luego comenzar a succionarlos con fuerza, hambrienta, hasta que sintió sus gemidos resonar en el cuarto. La imagen de su amada con los ojos vendados, tan bella como desnuda, completamente entregada a sus deseos, sobresaltándose cada vez que sus caricias impactaban la piel de sus pechos, fue explosiva. No pudo contenerse más y con sus dientes atrapó uno de los pezones comenzando la deliciosa tortura de estirar y soltar su extremo hasta que la excitación nuevamente se apoderó de ambas.

Se acomodó sobre ella al mismo tiempo que comía a besos su boca. Mientras con un brazo se apoyaba para no cargar todo el peso sobre su cuerpo, su otra mano se encargaba de seguir estimulando sus pechos. Deslizó su muslo entre las suaves piernas amadas y se dio cuenta de que su propio sexo chorreaba profusamente, como si la abundancia de fluidos fuera un indicador del insólito nivel de excitación que estaba experimentando.

Sintió unas manos en su espalda marcando con las uñas el trayecto hasta sus nalgas. Las oleadas de pasión aumentaron cuando ambos sexos hicieron contacto y comenzaron una apasionada y rítmica embestida, cada vez más intensa. Sus caderas se vieron aprisionadas en un ceñido abrazo de piernas, posición que elevaba la pelvis de su amada y permitía que ambos clítoris se frotaran exquisitamente facilitados por la abundante lubricación que ambas producían.

De pronto sintió que su cuerpo ya no le pertenecía, llegó a ese momento en que podía continuar solo, sin que nada lograse detenerlo, hacia aquel anhelado orgasmo que amenazaba con inundar su ser.

Dejó de besarla y volteó ligeramente la cara hacia un costado, para escuchar cada momento exhalado de los labios de su amada. Le gustaba sentir ese instante. Los gemidos del clímax se clavaron en su oído, como millones de oleadas intermitentes, hasta desbordarse en un sinfín de contracciones nacidas de su propio centro, una y otra vez, hasta que su cuerpo tembloroso y exhausto se desplomó sobre el de su amada, permaneciendo así por algunos segundos.

Se sintió más suya que nunca mientras acariciaba tiernamente su cuerpo. "Podría estar así durante horas", pensó enamorada, acomodándose a su lado para besarla al tiempo que recuperaba el aliento.

Cielo, si tan sólo pudiéramos

Shhh, no digas nada —se apresuró a decir antes de que termine la frase — sabes bien que debo irme antes del amanecer.

Lo sé —respondió con un tono apagado — son "las reglas" —aunque sus ojos estaban cubiertos por el listón de seda, podía adivinar la tristeza en su mirada .

La sintió acomodarse dándole la espalda y abrazó su cuerpo por detrás, quedando ambas recostadas sobre su lado izquierdo. En esta posición de "cucharita" podía sentir el roce de sus glúteos contra su pelvis, pegar sus pechos a su espalda y respirar en su cuello mientras su mano, en un gesto posesivo, se depositaba suavemente en su pecho. Cerró los ojos disfrutando la placidez que le provocaba sentir a su amada cubierta por su piel, hasta desvanecerse en un dulce ensueño.

Despertó sin ganas de dejar la tibieza que la acompañaba. Su cuerpo se resistía a obedecer lo que su mente le ordenaba.

"Vamos, es hora de irse", se dijo, mientras se odió a sí misma por no atreverse a romper con el juego y se odió aún más por haberse enamorado perdidamente de su "condesa".

Movió el brazo que rodeaba su cintura y depositó un suave beso en los labios enrojecidos de tanto amar, desató cuidadosamente la negra cinta de seda del rostro dormido y lo ató con un par de vueltas en la muñeca derecha de su amada.

Miró por ultima vez el cuerpo dormido de su "condesa", tenía una expresión dulce, demasiado encantadora, la palidez de su maquillaje no lograba ocultar sus mejillas encendidas, su pecho subía rítmicamente y de tanto en tanto, un suspiro volvía a marcar el ritmo de sus respiraciones. La sábana apenas cubría parte de su cuerpo relajado, por lo que su muslo reposaba sensualmente desnudo sobre la cama. Repasó su contorno sin tocarlo, como queriendo grabar esta imagen profundamente en su corazón para que perdurara el resto del año "Tal vez, para el próximo día de los muertos tenga el valor de decirle quién soy..."

Se levantó despacio, sin hacer ruido recogió sus prendas dispersas por la habitación y se dirigió al cuarto de baño. Se vistió con prisa, en contraste con la parsimonia de la tarde anterior, como si de esta manera fuera más fácil irse. Tomó el bolso que había dejado en la banqueta horas antes, salió del pequeño cuarto, le lanzó al aire un silencioso "te amo" a su amada, apagó la luz y cerró la puerta tras de sí.

En la semiclaridad del alba sólo se distinguió una sombra que abandonaba el cuarto de aquel motel

PARTE II

Mariana despertó sobresaltada.

Demonios, ¡nooooo! No puedo llegar atrasada. —gritó, saltando de la cama .

Tenía 45 minutos para llegar a la oficina, rápidamente se dirigió al baño e hizo correr el agua de la ducha. Mientras miles de agujas mojaban su piel, evitaba cerrar los ojos, ya que cada vez que lo hacía, las imágenes de una noche apasionada se instalaban en su mente.

Vistió sus jeans gastados y un top ajustado que la hacía verse muy bien. Dejó su cabello ondulado ya que no tenía tiempo para alisarlo como le gustaba y maquilló su rostro suavemente, tratando de disimular la incipiente irritación que había dejado el pegamento en su labio superior.

"¡Mierda, el próximo año sí que me lo pintaré!", prometía mientras se observaba en el espejo y se acomodaba unas gafas de sol para ocultar la cara de trasnoche.

Llegó justo a tiempo, sacrificando su desayuno, lo que la ponía de un humor terrible, así que para remediar en parte el pesado día que se vislumbraba, fue a la cocina y se sirvió un jarro de café. Daba pequeños sorbos mientras trataba de despabilarse y pensaba ¿Por qué cresta siempre me hace trabajar después de un feriado?

¡Mariana, la jefa quiere verte para comenzar con el proyecto! —gritó desde la puerta una de sus compañeras de trabajo.

¡Mierda! En seguida voy —contestó mientras apuraba el último sorbo, sintiendo cómo el líquido caliente se deslizaba más allá de su boca.

Dirigió sus pasos hacia el despacho de Carmen.

Una punzada en el pecho se intensificaba a medida que se aproximaba a la puerta, las mariposas en el estómago comenzaban a revolotear nuevamente. Sí, hace mucho tiempo que amaba a esta mujer, prácticamente desde que llegó a trabajar a la oficina, pero era demasiado cobarde para intentar algo o demasiado sensata para hacerlo. Carmen era una persona de carácter fuerte, una profesional implacable y jamás se involucraría con alguien del trabajo. Tomó una gran bocanada de aire antes de golpear la puerta.

"Mejor será que te tranquilices", se recriminó mentalmente por enésima vez, sabiendo que ningún gesto debía delatarla.

Pasa —aquella conocida voz casi la derrite — ¡Vaya, tenemos mala cara hoy!

Sin comentarios, es el último "post feriado" que aguanto que me hagas venir a trabajar. Lo que me emputece es que no respetes mi tiempo de descanso. Eres una explotadora —dijo con fingida molestia.

Uffff, ¡qué genio! Parece que no te fue muy bien anoche —dijo Carmen irónicamente como respuesta al reclamo.

Bueno, no puedo decir lo mismo de ti, Carmen, ya que es poco habitual verte con esa sonrisa. ¿Acaso llegó tu novio viajero? —mejor se detenía aquí con sus sarcasmos y comenzaba a trabajar antes de que Carmen enganchara como habitualmente lo hacía con su agresividad. Hoy, para variar, no sentía ánimo de pelea.

Bueno, bueno, ya que no se te puede decir nada, será mejor que comencemos el trabajo de una vez, en una de esas, logramos terminar temprano y, con suerte, no nos tenemos que soportar todo el día.

Mariana respondió con una especie de gruñido, antes de sentarse junto a su jefa y observarla, embelesada, como solía hacer cuando ella no lo notaba. De verdad lucía preciosa esta mañana y tenía ese brillo especial en la mirada.

Acomodó en orden los papeles de la propuesta sobre el escritorio y le costó muchísimo contener una sonrisa al notar que Carmen se encontraba demasiado distraída. Inclinaba su cabeza hacia la derecha, como siempre lo hacía cuando pensaba (o cuando besaba) y por un instante le pareció distinguir un leve rubor en sus mejillas, mientras acariciaba distraídamente aquel listón de raso negro que traía atado a su muñeca.

FIN.

Cariñosos saludos a todos y mi gratitud por el privilegio de su lectura.

Un abrazo:

Vinka.