Día de la marmota

Esperando a mi novio en la parada del bus

Odio el invierno y el humor que esta estación me provoca, pero el día es muy especial para mí y trato de poner buena cara. Así que, sentada en la parada de bus, levanto la mirada al cielo nublado y sonrío de lado.

Ya desde bien temprano me tomé más que el tiempo necesario para arreglarme en el baño, pese a las quejas de mi madre al otro lado de la puerta. La situación lo ameritaba; uno de los momentos más importantes de mi vida estaba al caer.

Sebastián es mi pareja desde prácticamente los inicios de la facultad, y sé que el momento de dar un paso más allá ha llegado; de hecho se activaron mis alarmas cuando él me pidió que nos encontráramos en aquella parada de bus donde, años atrás, nos conocimos por primera vez.

Yo lo había discutido mucho con la almohada. Estaba lo bastante segura de que todo apuntaba a que me pediría la mano. Sé que habló con mi hermano porque me lo aireó él mismo para joderme la sorpresa (divino imbécil), mis amigas me estaban acosando con preguntas sobre dónde me veía en el futuro, o bromeaban que yo sería la primera en casarme para ver cuál sería mi reacción.

No tenemos aún dónde vivir juntos, pero es una prioridad que acordamos solucionar nada más terminar los estudios. De hecho esa fue su excusa para encontrarnos a primera hora en esta parada de bus: reunirnos con un pariente suyo que quería vendernos un terreno. Pero no soy tonta, lo conozco muy bien y sé qué realmente planea.

—Mamá, salgo —le había dicho al atravesar la cocina mientras aún me ajustaba la coleta.

No me miró. Suspiró mirando su taza de café, aún en bata y con aspecto descuidado. También sabía que hoy sería el día, desde luego que sí; se lo he contado con lujo de detalles; es mi mejor amiga. Aunque no se lo ha tomado tan bien como cabría esperar; le costaba afrontar el hecho de que yo distaba de ser esa niña que románticamente imaginaba.

Me detuve un momento solo para acercarme a ella y abrazarla por detrás. Gimió, no dijo nada; se entrecortó su respiración; parecía que luchaba por no ceder a las lágrimas. Le dije que la amo más que a nada en este mundo.

Pero ella solo lloraba.

Tras salir de casa me dispuse a caminar con nerviosismo las dos cuadras y media que me separaban de la parada. Muy abrigada; el frío acuchillaba, pero los ojos de Sebastián compensarían la incomodidad; es mirarlo y creer que el sol de invierno brilla más que en mil días de verano.

Poca gente en ese momento; una señora esperando el bus, un vendedor de periódicos reabasteciéndose y un joven estudiando presurosamente su libro ante un probable examen. Me senté en un extremo del banco, frotándome las manos enguantadas cerca de la boca.

El nerviosismo me mataba. Un matrimonio, un terreno, una casa, hijos, ¡dios!, y de pensar en los gastos para edificar y asentarlos, ¡la madre! Tendríamos que atravesar incontables sacrificios, y probablemente tendríamos una infinidad de problemas (que con lo terco que es él y lo refunfuñona que me pongo a veces…). Sabía que era una tontería ponerme a cavilar en todo lo que aún nos quedaba por delante; estresante, agobiante, ¡pero no podía evitarlo!

Tantos años pasaron de aquel momento en el que nos conocimos por primera vez. En ese entonces también estaba sentada en el mismo extremo del banquillo, mirando con curiosidad a un chico de mi edad quien me acompañaba en la parada para ir al colegio. Parecía llorar y como éramos los dos únicos esperando el bus, no tardé en acercarme para codearle.

—¿Pero a ti qué te pasa? —pregunté mirándolo con curiosidad.

—Marta… —crispó sus puños—. Marta ha muerto…

—Dios… —no tenía idea de quién era Marta, pero soy una chica muy empática—. Lo siento mucho, yo no tendría la fuerza para ir a un día de clases tras la pérdida de un ser querido… ¡Uf! A menos que se trate de rendir un examen muy importante, en ese caso supongo que haría un esfuerzo, no sé…

—¿Pero por qué estoy llorando por un puta gata? Aunque bueno, siete años juntos…

—¿Le… le has puesto “Marta” a tu gata?

—Suenas como mi madre… Oh, mierda aquí voy de nuevo… —e inmediatamente ocultó su rostro con sus manos.

Desde luego pensé que era el chico más raro que había conocido, pero algo dentro de él me cautivó. Habrá sido ese tórrido amor hacia una mascota que lo hacía ver como un muchacho especial, o tal vez fue el desayuno raro que preparó mi madre esa mañana…. no sabría decir, pero algo me movió a tomar de su hombro y sacudirlo con mi sonrisa más bondadosa.

—Sabes, cuando la noche es muy oscura… pues entonces se pueden ver las estrellas, así que sonríe, chico.

—¿Qué… qué carajo significa eso? —preguntó mirándome con esos ojos achinados.

Pasaron los días y la amistad se formó. Pasaron los años y la confianza se forjó. Y cuando a mí me tocó estar del otro lado de la situación, fue él quien se acercó para codearme en una extraña noche de verano en la misma parada de bus.

—¿Sara? Esto… ¿qué haces aquí tan tarde? Te estuve esperando toda la tarde en la facultad para rendir juntos… ¿e-estás bien?

—No, Sebastián. Me pasé todo el día aquí… evidentemente no estoy bien…

—Estás llorando….

—Sabes, Sebastián —suspiré largo rato mirando el tráfico—, ayer no acompañé a la familia al aeropuerto para despedirnos de mi papá. ¿Sabes lo último que le dije antes de que saliera de casa? Que no quería volver a ver su maldita cara… Dios, y ahora me siento como un monstruo… me enojé por una tontería y ahora me entero que no podré verlo ni disculparme nunca más…

—No me jodas, Sara… ¿Me estás diciendo que su avión tuvo un accid…?

—¿“No me jodas” ? Realmente eres malísimo con las palabras, imbécil…

—Esto… sí, perdón, Sara… Lo que quiero decir es… ¿Por qué estás aquí? ¿No deberías estar en tu casa con tu familia?

—Sí, bueno… Examen importante… —susurré mostrándole mis arrugados apuntes, antes de desmoronarme en un mar de lágrimas.

A la mañana siguiente faltamos a clases y fue él quien me consoló las heridas durante todo el día. Y durante la tarde. Y durante la noche. Sentados, mirando el paisaje cotidiano desde el balcón del departamento de sus padres, señaló algo en el cielo nocturno.

—¿Te puedes creer lo mucho que tardé en entender aquello que me habías dicho cuando perdí a Marta? Oh... Marta… Dios, no de nuevo…

—Ya… esa gran gata que nunca conocí…

—Sara… cuando mi cielo oscureció esa vez —y me sonrió, siempre apuntando a algo allá arriba—, pues oye, en ese momento vi una hermosa estrella.

Cuando una parte de mí se había resquebrajado, conocí algo más que un amigo. Cuando una parte de mí parecía ser engullida por una negrura, vi una motita de luz que parecía sonreírme. Lo supe desde ese momento que íbamos a estar juntos hasta el final.

—Buen día, Sara, ¿hoy me compras el periódico? —El codeo del vendedor de periódicos me sacó de mis adentros.

—B-buen día Ricardo. Y no, lo siento.

—Oye —dijo dejando la pila de periódicos en el suelo y acomodándose a mi lado—, ¿conoces la película “El día de la Marmota”?

—Me suena… —Ojeé el gentío que cruzaba la calle con la esperanza de verlo. Lo necesitaba—. ¿Qué? ¿Me vas a decir que me parezco a una marmota?

—¡Ja! ¡No, no es eso! Verás, trata de un hombre que está condenado a vivir el mismo día, todos los días. Y… bueno, Sara, cada vez que te veo esperando aquí, me acuerdo de la película.

—Entiendo —Crispé los puños. Y volví a frotármelos.

—Oye… Sara —Recogió la pila de periódicos—. Hoy se va a cerrar toda la avenida. Habrá marcha contra la inseguridad y tal. Deberías volver a tu casa.

—Tengo que esperar.

—Yo que tú, también acompañaría a la gente. Después de todo, tú también perdiste a alguien muy querido debido a un asalto, ¿no? O sea, vamos, lo sabes bien…

—Va a venir —corté su voz. La señora y el joven estudiante abordaron el bus. Él siguió a lo suyo con un suspiro porque el frío y mi mirada acuchillaban. Y tal vez porque mi tono sonó poco amistoso.

Y espero, sentada en la parada de bus como todos los días. Miro mi móvil; necesito una llamada, esa silueta suya destacando poco a poco de entre el gentío; como una motita de luz parpadeando, sonriéndome en la negrura. Esa voz suya que, nombrándome, sobresale del murmullo citadino.

Una casa, comenzar una vida en familia. Todo un proyecto largo por delante nos espera. Así que espero en donde prometió venir. Esperaré cuanto sea necesario para ver esa estrella que brilla con fuerza cuando mi cielo se vuelve tan oscuro.

Levando de nuevo la mirada hacia ese cielo nublado y sonrío de lado.

Espero, espero y espero…

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