Día de compras
Una mala pasada puede ser sólo el preámbulo para una experiencia increíble a bordo del transporte colectivo metro con una completa desconocida.
Día de compras
Una mala pasada puede ser sólo el preámbulo para una experiencia increíble a bordo del transporte colectivo metro con una completa desconocida.
Esta historia sucedió un día que fui de compras a la Lagunilla, en la Ciudad de México. El inicio del día fue bastante malo, a decir verdad, todo esto es el preámbulo de una situación por demás extraña, quizá con una compensación a una situación desagradable. Caminaba por entre los puestos de ambulantes cuando se me acercó un muchacho de unos 17 años, desaliñado y con mal aspecto. Me percaté de ello hasta que estuvo frente a mí y con un cuchillo en la mano derecha me dijo "Dame todo lo que traigas". No reaccioné y de pronto lo tenía esculcando mis bolsillos. Para no hacer el cuento largo, me quitó cuatrocientos pesos y a cambio me dejó una carga de adrenalina enorme. Caminé como autómata un pequeño rato, tratando de reponerme de lo que había pasado, incrédulo aún, esperando quizá que algo pasara y mi dinero volviera, pero cuando reaccioné, y caí en la cuenta de lo que acababa de pasar, no me quedó más que caminar hacia el metro más cercano: Garibaldi.
De allí transbordé en el metro Bellas Artes, y luego en Hidalgo, rumbo a Indios Verdes. Debo aclarar que aunque la pérdida fue sensible, no me fue del todo mal, pues aún llevaba colgando en mi hombro derecho mi portafolios y en mi agenda doscientos pesos que el asaltante no vio. Llegué al andén del metro Hidalgo a esperar la llegada del tren. Cuando éste llegó, había ya una buena cantidad de personas esperando para poder entrar, amontonados y listos para empujar a quien fuera con tal de entrar. Fui de las últimas personas en abordar el vagón; justo frente de mí había una muchacha de unos 19 años, poco atractiva, un poco pasada de peso, pero de espaldas a mí. Ya en otras ocasiones había aprovechado el apretujamiento de la gente dentro de un vagón del metro para poder sentir las carnes de alguna chica, ya fueran sus nalgas, las piernas, los senos, la cadera... o cualquier parte de su cuerpo que me provocara es hermosa sensación de calidez en la entrepierna; pero nunca lo había hecho con tanta desfachatez como esta ocasión. Imagino que fue la carga de adrenalina y quizá pensar que la mala pasada merecía un alivio.
Me pegué sin ningún disimulo a sus nalgas, con mi miembro ya erecto, justo en el momento en que otro muchacho, de alrededor de 18 años ponía su mano sobre el mismo trasero. No me importó, yo lo había visto primero y si ese muchachito pretendía que yo me quitara para disfrutar de esas nalgas, estaba equivocado, yo iba a mantener mi miembro entre ese valle que se notaba por debajo del holgado pantalón de mezclilla de la chica. Pero el equivocado fui yo, pues el muchacho, lejos de quitar su mano del trasero de la chica o molestarse por mi presencia, comenzó a acariciarme el miembro. Yo lo dejé, fue una sensación extraña, pero no me desagradó, de hecho, mi miembro permaneció erecto todo el tiempo. Cuando él iba a bajar, en la estación La Raza, me tomó de la mano y me vio con una mirada entre complicidad y súplica. Bajé con él..... bueno, ésa no es la parte interesante. En resumen, salimos, buscamos un sitio medio oculto para poder mostrarle mi miembro, luego nos despedimos. Pero lo bueno vino después.
Con la calentura que me provocó esa situación, volví a entrar en el metro, pero en vez de proseguir mi camino hacia Indios Verdes, abordé el metro en sentido contrario. Bajé en Balderas y emprendí el regreso. Subí al vagón cuando ya casi cerraba las puertas. Me quedé junto a la entrada de la primera puerta del vagón. De pie, a mi lado izquierdo, recargada en la pared había una muchacha que yo no vi hasta que el metro frenó de súbito y la inercia me llevó a escasos centímetros de ella..... bueno en realidad yo no estuve a escasos centímetros de ella, pero mi miembro sí quedó a muy poca distancia de sus manos, que tenía cruzadas frente a ella, sosteniendo su bolsa de mano, a la altura de su pubis. No puedo decir cuánto tiempo pasó, imagino que mi reacción debió ser inmediata para recuperar mi posición, pero pasó el tiempo suficiente para que ella rozara mi miembro con el dorso de su mano, no sé si accidentalmente al inicio, pero sí sé que fue con toda la intención al final.
Obviamente yo no me moví de allí, por el contrario, me pegué más a ella, hasta la estación Hidalgo, pues allí fue donde ella bajó. Cuando ella se colocó frente a la puerta, yo, detrás de ella, puse disimuladamente mi mano sobre su cadera, pero ella, con un poco de brusquedad la retiró de allí. Eso me desconcertó, pero no me desanimó, aunque sí me quitó la idea que ya tenía de que algo bueno iba a pasar, pero no quise quedarme con la duda. La seguí hasta el transbordo hacia Taxqueña y me coloqué a su espalda en el andén en espera de que llegara el metro.
Cuando llegó, entramos, yo me pegué lo más que pude a ella, para evitar que alguna otra persona quedara entre nosotros. Ella se recargó en esa puerta que da hacia el otro vagón y yo me coloqué delante de ella. Con mi portafolios (el que colgaba de brazo derecho) hice una especia de escudo de las miradas extrañas y cubrí así su mano, que de nuevo acercó a mi miembro, tocándolo por encima de mi pantalón y provocando una erección inmediata. Yo pensé "Bien, si tu juego es tocar, pero que no te toquen, adelante". La chica no era nada del otro mundo, más bajita que yo, de cabello quebrado a la altura de los hombres, delgada, morena clara... sin embargo, sus manos estaban haciéndome sentir algo maravilloso. Es extraordinario sentir la mezcla de excitación con el miedo de ser descubiertos en algo "malo", pero especialmente, es maravillosa la incertidumbre, las cosas espontáneas, sin previo aviso y con avances tan prometedores.
En un momento, ella intentó bajar el cierre de mi pantalón, pero no lo consiguió, pues sólo tenía una mano libre. Pasaron así varias estaciones, con la gente entrando y saliendo a nuestro alrededor, pero sin disminuir en cuanto a cantidad. Al llegar a una estación que ni siquiera me fijé cuál era, se desocupó el lugar solitario que está a un lado de la primera puerta del vagón y mi calenturienta chica se sentó allí; obviamente yo la seguí y me puse de pie frente a ella. La suerte no sonrió, pues recargado en el tubo lateral del asiento había un señor bastante obeso, de espaldas a nosotros y, por increíble que parezca, cubría toda la visión hacia ese lugar. Una vez que me tuvo frente a ella, ahora sí con las dos manos, bajó el cierre de mi pantalón y liberó a mi enardecido miembro, que destilaba ya algunos jugos.
Lo tomó con una mano y empezó a masturbarme lentamente, por un breve tiempo, antes de guardarlo de nuevo. Entonces tomó mi portafolios, mi fiel portafolios que seguí colgando de mi brazo, y lo colocó de manera que cubriera toda posibilidad de ser vistos. Yo lo sujeté en la posición en que ella lo había puesto y entonces ella volvió a sacar mi verga de su incómodo escondite. Me masturbó nuevamente.... mmmmmh, era delicioso. Ella, precavida, a pesar de todo, se asomó hacia el exterior, para verificar que nadie nos viera y entonces..... ¡se metió mi caliente miembro en la boca! Fue delicioso, aunque breve, pues por temor a que nos descubrieran, lo hizo apenas unos segundos y enseguida lo volvió a guardar. Pero no pasó mucho tiempo antes de que reanudara su audaz maniobra (o debería decir "boquiobra").
Así estuvo, metiendo mi miembro a su boca por unos instantes y luego guardándolo en su prisión, aunque conforme pasaban estaciones, el tiempo que pasaba dentro de su boca era mayor. Era una sensación muy intensa, pues, por una parte, su boca era en ocasiones un poco brusca, y por otra, yo no podía protestar por ello, ni hacer ninguna manifestación de placer o dolor, por toda la gente que nos rodeaba, pero fue sensacional. En un momento, previendo que faltaban ya pocas estaciones para llegar a Taxqueña, intentó hacerme venir y tomó mi miembro con una mano, mientras colocaba la otra bajo mi glande para apoderarse del semen que lograra sacarme. Me masturbó de una manera intensa, pero a pesar de eso, no consiguió que me viniera.
Llegamos a la estación final y entonces empezó un pequeño suplicio para mí, pues toda la delicadeza que inicialmente tuvo al guardar mi miembro de nuevo en mi pantalón desapareció. Nada más entrar a la última estación, metió mi miembro, erecto al máximo, a mi pantalón y así lo dejó, sin acomodarlo, sin subir siquiera el cierre y yo, como pude, intentando disimular mi posición, tuve que ingeniármelas para cerrar la prisión, con el prisionero presionando para que le devolviera la libertad.
Al salir, me acerqué y le dije que si no le gustaría continuar lo que habíamos iniciado y dijo que no podía, por que iba a trabajar (raro, por que era domingo). Hicimos una cita para el miércoles siguiente, pero ella no llegó.