Día de compras
Relato lésbico.
DÍA DE COMPRAS
Aquella tarde, recostada en mi sofá y ensimismada en problemas laborales, sonó el teléfono.
Al responder reconocí de inmediato la voz de mi gran amiga Ingrid.
Es de esas amigas que no dejan indiferente a nadie. Seas hombre o mujer tienes que reconocer que su belleza es escultural, debido a ese toque Nórdico que le proporcionaba el lugar de nacimiento de su madre, si no la escuchases hablar dirías que tienes ante tú a una sueca en toda regla.
-Hola Sandra... ¿qué haces?
Mi respuesta fue inmediata: Nada...aquí... ¡aburrida!
-¿Te apetece ir de compras y tomar algo?... Anímate ¡invito yo!
La verdad es que no me apetecía empezar con el lento ritual que seguimos todas las mujeres antes de salir a la calle, ducha, cremas, alisarme el pelo, maquillarme, así que le contesté:
-¿Ahora? Se me hace pesadísimo levantarme del sofá Ingrid ¿por qué no lo dejamos para otro día?
-¡No seas vaga! ¡Anda, qué en una hora paso a recogerte!
Así que sin más opción que a un "valeeee" colgué el teléfono y me levanté enseguida de mi calentito sofá. Me duché en unos minutos y mientras el agua caliente se deslizaba por mi piel pensaba en el tiempo que hacía que ningún hombre había ni tan siquiera rozado mi espalda, mis piernas, mis senos. Alejé de mí esos pensamientos que por un momento me habían invadido y seguí rauda y veloz con mi aseo. Una vez salida de la ducha me sequé suavemente y comencé a preguntarme qué me pondría... ¡bueno, iba a salir con mi amiga! ¿Qué más da lo que me ponga? ¡Con cualquier cosa estaré bien!
¡Solucionado! Pantalón vaquero y una camiseta ajustada de color turquesa que me había comprado hace poco y estaba sin estrenar (además con mi incipiente moreno hay que reconocer que me quedaba muy bien).
Zapatos de tacón, claro, y maquillaje completaban ya mis tareas, así que ya tan solo faltaba que Ingrid llamase a mi puerta.
Sonó mi móvil:
-Sandra, soy Ingrid, baja que no encuentro aparcamiento... ¡y no vayas a decirme que no estás lista ya!... ¿eh?
-Siiii, ya estoy lista, ya bajo.
Busqué mi bolso, comprobé que no se me olvidaba nada y bajé sin esperar al ascensor siquiera, total, era un primer piso.
Allí estaba ella, con su melena rubia que era la envidia sana de todas las amigas, la adorábamos todas, no tenía defectos. Si tenías un problema allí estaba ella, si necesitabas compañía en esos momentos de bajón y soledad Ingrid era la primera en presentarse, en definitiva, es la amiga que todos deberíamos tener, siempre alegre y solícita...su único "defecto" es que era guapa, rematadamente guapa.
Ya en el coche le dije:
-Ahora me dices donde vamos porque después de haberme hecho vestir a la carrera no me llevarás a cualquier sitio... ¿no?
Ella me respondió:
-Jajaja, tranquila, necesito ropa y no quería ir sola, así me das tu opinión también.
¿Mi opinión? ¡Pero si cualquier cosa que se pusiera le quedaba bien!
Así que tomó rumbo al centro comercial. En menos de media hora ya estábamos allí, por el camino charlamos de mil y un temas, así que el camino se me hizo corto, muy corto.
Ya dentro del centro comercial empezamos con las compras, tres camisetas y un pantalón ajustado ya iban bien empaquetados en sus bolsas...cuando de repente soltó una exclamación:
-¡El bikini, Sandra! ¡Venía justo buscando uno y ya se me había olvidado!
Así que entramos en la milésima tienda que vimos porque ninguno le convencía hasta que vio uno verdaderamente espectacular. Era en color bronce, lo cual hacía destacar aún más si cabe su blanca y perfecta piel, y con unos ligeros detalles en pedrería, la verdad es que era precioso. Pidió su talla y pasamos al probador para tener el convencimiento que aquel era el idóneo. Ya esperaba en la puerta cuando oí que me llamaba:
-Sandra ¿puedes pasar? es que no consigo sujetármelo bien a la espalda.
Entré como tantas veces lo había hecho pero no, aquella vez no era igual, algo despertó en mí al ver sus senos al desnudo, sus pezones rosados y erectos debido al aire acondicionado, la pulcritud de su piel tan blanca. Me percaté enseguida que ella me estaba mirando y avergonzada intenté salir de allí, ella me lo impidió.
-Sandra, no te avergüences, soy yo, tu amiga.
Tomó mis manos y las dirigió muy lentamente hacia sus turgentes pechos, sus manos y las mías pasaron a ser una sola, mi excitación iba en aumento dejando atrás mi nerviosismo.
Sus manos cayeron...las mías no, seguían acariciándola, era la primera vez que una mujer me hacía humedecer, su piel de avena, su mirada...todas las señales que me enviaba su cuerpo me pedían que no parase.
Lentamente se dio la vuelta para mirarse en el espejo, aproveché y le bajé las bragas de aquel bikini, algo había empezado, no se qué, pero ya no podía parar. Allí la vi al completo, era una diosa de mármol que tenía ante mí. Acaricié su sexo mientras sus manos se dirigían al mío, desabrochó mi pantalón pero yo la quería a ella, yo no importaba. Mis dedos penetraron en su vagina húmeda, cálida. Torpemente buscaron su clítoris.
Alcanzado el objetivo empecé a acariciarlo tan suavemente como mi inexperiencia me indicaba, sus manos ya habían comprobado que yo ya estaba empapada de mis jugos pero yo quería aquel maravilloso néctar que ella me ofrecía. Se giró y su cara se fue acercando a la mía, la besé tan dulcemente como yo esperaba que algún hombre hubiera hecho conmigo, nuestras lenguas jugaron sin recato, fue un beso dulce y a la vez ardiente. Fui descendiendo hacia su sexo que no había dejado de acariciar en ningún momento, ella ya no podía reprimir sus gemidos, la sentía tan mujer, tan sensual que su sexo invitaba a ser devorado. Y eso hice, introduje mi lengua deseosa y encontré su clítoris henchido y rosado como fruta madura que se me ofrecía, no pude parar de paladear, de saborear aquel manjar que tenía ante mí. Volví a introducir mis dedos en su vagina, necesitaba aquel calor a la vez que ansiosa, jugueteaba con su clítoris que ya era una fresa a punto de estallar en mil latidos, quería sentir en mis dedos aquella explosión de placer. Sujetó mi cabeza con sus manos indicando así que no quería que parase en ningún momento. Nuestros juegos lésbicos seguían en aumento, la velocidad se incrementaba, los labios, su vagina, todo, empezó a vibrar en el momento que yo más rapidez impuse a mis movimientos con la lengua, la notaba ya cercana al orgasmo, sin poder remediarlo metí por completo ese clítoris en mi boca y comencé a succionarlo como si de un pequeño pero fabuloso pene se tratara.
Sentí sus latidos en mis dedos, en mi boca, enterró mi cabeza en su pubis mientras ella aguantaba gritos de placer, latidos que nos invadieron a las dos ya que yo también me corrí, disfruté de su orgasmo tanto o mas que ella. Ingrid latía y cada latido era un chorro de almíbar que yo recogía con mi lengua.
Lentamente subí por su vientre que besaba, sus senos seguían ahí, blancos, marmóreos, turgentes y sus pezones duros me ordenaban que los mordiese suavemente como despedida.
La miré, no me dijo nada, tan solo tomó mi cara entre sus manos y me besó, su lengua estaba ya mas calmada pero notaba esa mezcla de nuestras salivas y ese maravilloso caldo que había derramado su vagina.
No dijimos nada, se subió las minúsculas bragas de aquel bikini y me dijo:
- Que ¿me ayudas a abrochármelo?