Devoradora (11)

Despierto tras mi visita a a clínica, estoy muy cambiada, casi ni me reconozco, Rolando me ha convertido en su puta personalizada.

Capítulo XIII

No lo pude calcular en ese momento pues el tiempo se me hacía eterno, pero ahora sé que pasé bajo los efectos de sedantes y analgésicos durante 3 días, tiempo tras del cual desperté una tarde más alerta, casi al anochecer. Aun no me había visto en el espejo y por los sedantes ni siquiera había sido capaz de distinguir algún cambio significativo en mi cuerpo, con excepción de una obvia hinchazón en los senos además de una sensación de tener la cara hinchada.

Como me sentía mejor hice acopio de fuerzas y logré levantarme de la cama. Me tambaleé un poco y me mareé, por lo que me senté en la cama un momento para recuperarme. Aun estaba vestida con la bata de hospital y el estómago me hacía ruidos, no había probado bocado desde que entré a la clínica. Despacio, me puse de pié, dejé caer la bata al suelo y me dirigí desnuda hasta el espejo de cuerpo entero que tenía enfrente. La sorpresa fue mayúscula, mis senos, que siempre habían sido muy grandes, estaban ahora enormes, sencillamente gigantescos, coronados con un par de argollas de oro y plata en los pezones.

No lo podía creer, parecía actriz porno, y aunque el tamaño era exagerado debo reconocer que se veían naturales en lo que cabía. Y ese aspecto a prostituta se marcaba más aun por el grosor de mis labios, en los que seguramente me habían inyectado colágeno. Ahora parecía que estuviera ofreciendo besos constantemente, Angelina Jolie se había quedado corta a mi lado. Mi cabello estaba teñido de rubio, con mechas y rayitos plateados cortado en capas que combinaban muy bien con mi piel blanca. Mis uñas tenían extensiones pintadas de rojo intenso y tenía perforaciones en los pezones, ombligo y en mi sexo, con 2 aritos en cada labio y uno en mi clítoris. Los aros de cada labio estaban unidos por unas delicadas y hermosas cadenitas de oro que se continuaban hasta unirse con el de mi clítoris, formando un delicado adorno corporal.

Si estos cambios fueron un duro golpe a mi ego y moral, cuando me di la vuelta fue más duro aun, casi toda mi espalda estaba tatuada. Era una obra de arte, lo admito, ese día me pareció una monstruosidad (así como todo lo que me hicieron). Era un enorme dragón chino de colores verdes, blanco y rojo, tatuado desde la parte superior de mi nalga derecha hasta mi hombro izquierdo, como dije, un tatuaje digno de un premio.

Pero yo no me sentí hermosa, me sentí mutilada, destrozada, sentí que me habían quitado toda mi dignidad y rompí en un llanto inconsolable, ¿qué iba a decirle a mi marido, cómo se lo iba a explicar? ¿Por qué la vida se ensañaba así conmigo, por qué me tuvo que pasar esto a mi? Y justo en ese momento, sentada y llorando sobre la cama, el enfermo hijo de puta de Rolando entró en el cuarto.

Devoradora, ya despertaste

¡Maldito bastardo, mirá lo que me hiciste ¿en qué me convertiste?!

En lo que siempre fuiste, la Devoradora

¡Yo no soy la Devoradora, soy Débora de Grijalva…!

¡Ja, ja, ja! – rió el desgraciado – solo te convertí en lo que siempre fuiste, solo eso

yo no era así… yo no soy esto… – le dije, ya casi derrotada.

Claro que si, siempre lo fuiste… jamás dejaste de ser la perra que el imbécil de Robledo conoció cuando tenías 15 años y a la que usó a su antojo. Está dentro de ti, aunque lo querrás negar

No es cierto

Si, lo es… de hecho, es hasta genético… – no lo comprendí.

¡Maldito, ¿cómo me pudiste hacer eso?! – terminé por derrumbarme sumida en una profunda indefensión – ¿Dónde están mis hijos?

En mi mansión… que es precisamente hacia dónde nos dirigiremos en este momento

Me tiró aquel vestido de seda violeta, con hermosas flores bordadas de colores corintos, bermellón y turquesa, que Mario me había comprado en contra de mis deseosa aquella noche que toda esta pesadilla empezó. No tenía opción, no valía la pena oponerme o luchar en contra de ese hombre. Me puse de pié y procedí a ponérmelo, si antes me quedaba sexy, ahora era casi vulgar, mis sobrecrecidos senos apenas si lograban caber entre el escote, y se marcaban perfectamente los pezones anillados pues no me iba a poner sostén. Por abajo me coloqué una escueta tanguita negra, luego zapatos altos y punto. Me peiné y maquillé, quedando con mis labios de un intenso rojo carmesí que los hacía aun más notorio. Nuevamente el morbo fue más fuerte que mi razón, estaba vestida de puta y eso me excitó.

Salimos de la casa en la que me tenían al garaje y entramos al lujoso carro de Rolo, en el que ya nos esperaba Rufino. Arrancamos y nos dirigimos hasta su casa, en donde seguramente me esperaban más perversiones, no quería ni pensar en ello. La verdad no pude ver bien en dónde me tenían, pero en un momento reconocí algunos edificios, era la exclusiva zona 13 de la ciudad.

Llegamos a su mansión pero entramos por la parte trasera, el área de servicio. Proveniente de la sala principal escuchaba un gran bullicio y música, parecía que tenían una fiesta allí. Cada vez me sentía más nerviosa, sentía que las piernas me flaqueaban y que el miedo se iba apoderando de mi. Rolando se dio cuenta de eso.

Tranquila Devoradora, vas a ver que tus hijos estás muy felices con nuestra hospitalidad. – entonces sentí un fuerte pinchazo en un muslo, Rolo me había inyectado algo.

¡Desgraciado!

No te enojés, así es mejor… lo gozás más perra

¡¿Qué cosa, ser tu puta?!

Pues si, lo vas a ser te guste o no, así que lo mejor es gozarlo, ¿no te parece perra?

No le respondí, no ganaba nada peleando o discutiendo con ese imbécil. Además, lo que me inyectó era seguramente una droga estimulante cuyo efecto era casi inmediato, en segundos toda mi piel se puso más sensible, especialmente mis zonas erógenas. Mi pezones se ponían duros y muy sensibles, mi sexo se humedecía cada vez más. Mi mente tampoco continuó lúcida, esa creciente excitación terminaría, tarde o temprano, arrastrándome, lo sabía muy bien.

Isabelita, llevá a esta perra con las otras. – ordenó Rolo a su esposa cuando apareció, la cual no salía de su cara de susto cuando me vio.

Sin decir ni pío me llevó hasta otro sitio, yo caminaba detrás de ella muy atemorizada, tenía una gran necesidad de preguntarle por el paradero de mis hijos, pero no me atrevía. Debo agregar que en todo el camino ella me volteaba a ver siempre con esa misma cara de susto, como espantada de las barbaridades que su marido era capaz de hacer.

Bueno Débora… Devoradora… tenés que entrar allí y sentarte junto a las otras… – me dijo y bajó la mirada, era incapaz de sostenérmela – ¡Debi, mirá…! – pero no acabó la frase, sus ojos se llenaron de lágrimas y tuvo que darse la vuelta para salir de allí, su actitud me hizo tener más miedo todavía.

Entré a la habitación y allí me sorprendí de ver a otras mujeres iguales a mi en cuanto a su degradación a meros objetos sexuales. Lo peor fue que logré reconocer a 2 de ellas, una era una vieja conocida mía, Damaris de Moscoso, madre de 2 muy buenos amiguitos de mi hijo Diego, la otra era Clarisa Galicia, una buena amiga mía. Pero ahora, esas distinguidas y hermosas damas de sociedad, estaban reducidas a perras como yo. ¿Qué les había pasado, cómo cayeron en esto? Sabía que Rolo y Mario eran los culpables, pero ¿cómo, cuándo?

A Clarisa la veía sentada en una pequeña butaca, vestida únicamente por una diminuta tanga azul marino que se le metía por todos lados. Su cabello castaño, otrora largo y lacio, estaba cortado casi al rape en un estilo militar, sus ojos cafés claros permanecían clavados en el suelo como en un trance, su carita angelical estaba sombría, triste, desolada, con un piercing en la ceja izquierda. Sus enormes senos colgaban con gracia, de sus pezones erectos veía un par de aros dorados colgando con una pequeña bolita también dorada. Tenía el ombligo perforado y me imaginé que su sexo también, al igual que el mío.

Por su parte, Damaris casi estaba llorando, agazapada en un rincón, era una caricatura de lo que una vez fue. No era muy alta, de 1.64, de piel blanca y ojos cafés claros, su cabello era castaño claro, con tonos pelirrojos y su cuerpo delgado pero con formas bien marcadas y de buen tamaño. Me sorprendió mucho verla en esas condiciones, pues se trataba de una mujer muy religiosa y conservadora, rígida y reprimida si quieren verlo así. Pero ahora, reducida a la condición de perra había perdido totalmente su aplomo y gran orgullo. Su cabello estaba pintado de un intenso rojo fuego, que cambiaba de tono desde la raíz hasta acercarse a las puntas, teñidas de un intenso naranja claro, casi amarillo. También tenía una ceja perforada, la derecha y los labios hinchados como los míos. Su cara pecosa estaba cubierta por una espesa capa de maquillaje y se veía triste y amargada. Sus senos, también con grandes implantes de silicón, sobresalían de su delgada anatomía por su tamaño anormalmente grande, aunque no tanto como los míos.

La otra mujer, que no conocía, era una joven morena, le calculé 20 años talvez. Era alta, como de 1.70, y se veía robusta y fuerte. Su cara era linda, con ojos oscuros y grandes, algo rasgados, lo que le daban apariencia agresiva. Su nariz era pronunciada, pero recta y fina, su boca grande y carnosa. Su cabello, por el color de su piel y ojos, debía ser negro, pero lo tenía teñido de color caoba y recortado hasta la altura de la boca. Abajo, poseía unos senos muy grandes, obra de la cirugía también, con las aureolas oscuras y amplias y los pezones puntiagudos y perforados por palillos de plata. Más abajo mostraba un vientre plano, que dibujaba los cuadritos del estómago a lo lejos. Este se ensanchaba en unas rotundas caderas luego de una estrecha cintura, cuya parte trasera era un par impresionante de nalgas, enormes realmente. Al igual que yo y que las otras también tenía perforado el sexo. A ella si le pude ver el tatuaje de la espalda, era la cabeza de un jaguar rugiendo, ocupaba casi todo su tórax, una obra de arte, lástima que no fuera inspirada en algo más profundo y sublime que una mente sucia y enferma.

Vístanse que ya es hora… – dijo una mujer enorme, una valkiria, entrando de improviso.

¿Hora de qué? – preguntó Damaris.

Ustedes solo arréglense, en 5 minutos vengo por ustedes. – y se fue.

Ninguna dijo una sola palabra más, tan solo procedieron a vestirse. Damaris se colocó una especie de falda, de cintura muy baja y de color dorado, la blusa no era más que una especie de collar del mismo material que la falda y que cubría a duras penas sus enormes tetas. Pude verle el tatuaje, era un águila dorada de espadas, con las alas abiertas y la cabeza de perfil mirando hacia el frente, muy hermoso.

Clarisa, por su parte, se puso un pantalón de cuero negro, brillante, con un top del mismo material que, por la inmensidad de sus mamas, le quedaba más bien como una especie de sostén de bikini. Ella tenía la espalda tatuada con un hermoso faisán dorado, cuya cola iniciaba justo por encima del medio de sus redondas y abultadas nalgas y la cabeza acababa en su hombro derecho.

Finalmente la otra muchacha se puso un vestido de seda muy ajustado a su cuerpo, con escote pero de color blanco, por lo que se transparentaba casi todo lo que tenía debajo. Las 4 estábamos arregladas como verdaderas putas de lujo. Llegó entonces una mujer, vestida con un impecable traje de seda blanca sostenido por delgadas tiritas, zapatos destapados y no muy altos y una gran máscara blanca que le cubría casi toda la cara. Era baja y delgada y yo sentía que la había visto en algún otro lugar.

Bueno perras… salgan ya que tienen que entretener a todos los invitados

¡Invitados! – exclamó la morena que no conocía.

¡No, no puede ser! – agregué muy asustada y a punto de llorar.

Miren… ustedes no tienen ya ningún derecho, tan solo pueden obedecer y elegir: obedecer por las buenas o por las malas, es lo único que pueden controlar. – dijo la mujer y salió quedándose fuera del umbral, no sé las demás, pero a mi me dio la impresión de que le costaba mucho parecer dominante, varias veces se le quebró la voz.

Salimos, me quedé atrás, junto a la morena, la pequeña enmascarada caminó al frente, y antes de cruzar las enormes puertas dobles que daban al gran salón, volteó y nos dijo a todas, "al entrar allí, no olviden mover las caderas con desfachatez, las van a exhibir peor que a animales y a Zamora no le va a gustar que defraudemos a su público".

Terminando de decir eso y abrió las puertas, entramos, la fiesta era enorme, no había reparado en gastos, eran cientos de invitados, hombres y mujeres, que nos veían con lujuria y perversión. Huelga decir que las 4 nos calentamos casi instantáneamente, al parecer Rolo nos había dado la droga a todas.

Inmediatamente fuimos abordadas por todos lados por hombres calientes buscando una aventura. Incluso habían mujeres que también nos tiraban los canes. La primera en perderse fue Clarisa, que con la vista perdida se fue con una pareja de tipos. Luego la desconocida se puso a bailar con un viejo asqueroso que la manoseaba toda y Damaris acabó sentada en las piernas de un par de mujeres que le metían mano por donde pudieran.

Yo aun tardé más tiempo sola, aparentemente era la que más control sobre mi misma conservaba. Pero entonces, a lo lejos, veo a la enmascarada que me pareció conocida salir del salón a través de una de las puertas que daban al jardín. Algo me impulsó, no sé qué pudo haber sido, pero salí rápidamente tras ella y, sigilosamente, me oculté detrás de los arbustos, primorosamente podados, y de las enredaderas que colgaban de los balcones de las habitaciones en el segundo nivel como hermosas cascadas verdes. La vi de pié frente a un par de hombres elegantemente vestidos con traje y corbata y realizando acciones muy poco dignas del alto nivel sociocultural que aparentaban.

Desde mi sitio lograba vislumbrar la mano de uno de los hombres, alto y rapado, agasajando el imponente miembro del otro, un poco más bajo y de cabello largo atado en una cola, frotándolo lenta pero vigorosamente. Vi que ella se mordía el labio inferior y, aprovechando la semioscuridad reinante en ese amplio jardín, se acercó a ellos. Tomó la verga del tipo rapado con la mano, pero la del tipo peludo ya estaba metida hasta la garganta del otro hombre.

Me quedé de una pieza, jamás en mi vida había visto una escena se sexo homosexual, ni siquiera a un par de hombres besándose o acariciándose, en mi mente aun conservadora y muy recatada aquello era impensable. Con un movimiento brusco, la enmascarada apartó la cabeza del rapado, diciendo en voz audible "ya vine" y se arrodilló tomando con fuerza sus respectivas vergas y juntándolos en una sola. Se dio a la tarea de lamerlas y chuparlas, alternándose una con otra. Y yo, mientras veía esa caliente escena con mezcla de asombro y horror, noté mi entrepierna humedecerse bajo mi vestido. Y mientras más miraba, sentía como la humedad se transformaba en diminutas gotitas que se deslizaban hasta por mis muslos hasta el suelo

Ella pronto notó las manos viriles de uno de ellos que la despojaban de la parte superior de su vestido. Los tirantes fueron bajando poco a poco dejando entrever con claridad su tersa y estrecha espalda. Esa mujer era muy hermosa, morena, de ojos cafés por lo que pude verle antes, cabello negro largo, hasta media espalda y labios carnosos bajo una nariz fina según pude apreciar. Era bastante delgada, con senos pequeños, pero redondos y firmes, una cintura muy estrecha, caderas no muy anchas y un trasero redondito y paradito, también pequeño como toda ella.

Les chupó las vergas por unos minutos antes que la separaran y la empezaran a manosear con toda comodidad, ella solo cerraba los ojos y se dejaba hacer. Le bajaron por completo la parte superior del vestido dejando sus hermosas tetas al aire, que inmediatamente fueron apresadas entre las manos de los dos hombres, que las recorrían y apretaban.

Rápidamente la despojaron de la ropa, en esa fiesta nadie tenía miedo de ser sorprendido. El rapado se colocó detrás de mi cuñada y se puso a frotar el glande de su pene erecto contra su vagina, deslizándolo desde el clítoris de la mujer hacia abajo, metiéndoselo poco a poco hasta las pelotas. Ella apenas pegó un respingo, y apenas comenzó a gemir con algo más de fuerza cuando el tipo comenzó a cogérsela duro. Su pequeño y delicado cuerpecito se estremecía ante cada nueva embestida, manteniendo las piernas abiertas y los brazos firmemente apoyados en el suelo.

Pasados 5 minutos el tipo se apartó, dejándole el lugar al del pelo largo, que al igual que su compañero le encajó la verga sin ningún cuidado. Esta vez la mujer si pegó un leve gritito y en su rostro enmascarado se dibujó el esfuerzo que hacía para poder recibir ese magnífico pedazo de carne en su interior. Al mismo tiempo veía cómo el tipo le iba metiendo los dedos entre el culo, me imaginé que ya tenía mucha experiencia siendo enculada pues estos entraban dentro de su ano sin muchos problemas y aun sin estar bien lubricados.

Temí lo peor cuando el tipo se la sacó, y supe que tenía razón cuando colocó la cabeza de su inmenso garrote en su entrada posterior. Esta vez si vi que ella cerraba fuerte los ojos y que apretaba las mandíbulas, al tiempo que escondía la cara entre el verde pasto del jardín cuando aquella verga la comenzaba a sodomizar. "¡¡¡OOOOUUUURRRRGGGGG!!!" la oí gruñir cuando esta se fue deslizando poco a poco, sin detenerse, hasta tenerla por completo empalada, iniciando una cogida que despacio se fue haciendo cada vez más salvaje.

¡Díos mío, qué dura era!, desde el principio supe que podría soportar mucho más de lo que ese hombre le estaba dando en ese momento, mucho más dolor, mucho más esfuerzo, mucho más de todo. En una de esas el tipo la jaló bruscamente del pelo e hizo que se levantara, echándose luego para atrás y atrayéndola a ella que quedó sentada sobre él pero dándole la espalda. Así, su enrojecida y dilatada raja quedó totalmente abierta y a disposición del segundo hombre, que permanecía mirándolo todo atentamente.

El rapado se levantó sacudiéndose el pene, se arrodilló frente a ella en medio de sus piernas y la penetró con fuerza, de una estocada y sin detenerse. Ahora ella gritó y se quedó tiesa recibiendo verga por ambos lados. Cuando uno salía el otro entraba, le estaban haciendo un sándwich de lo más caliente y ella lo disfrutaba como la perra que seguramente ya era.

Y yo no me quedaba atrás, mi sexo estaba haciendo agua, se estaba derritiendo de lo caliente que me tenía esa escena. Mis pezones estaba rígidos, mi corazón se aceleraba, me estaba poniendo mal, pero no podía ni intervenir ni dejar de mirarla, tirada del cabello por ambos lados, recibiendo, cubierta de sudor, los terribles embates que ese par de brutos le propinaban, no podía hacer otra cosa que gemir, fruncir el ceño, apretar la mandíbula y morderse los labios. Podía ver sus pequeños senos estremecerse ante cada nueva carga.

Vi entonces que arqueaba su cuerpo hacia atrás y soltaba un agudo chillido, vi que cada músculo de su cuerpo se tensó y que un abundante raudal de líquidos salía de su sexo, estaba teniendo un fortísimo orgasmo. Cuando acabó, quedó desmadejada, tirada sobre el hombre que la estaba enculando, jadeando, empapada en sudor.

Zamora tenía razón, – dijo uno de ello con acento gringo – será todo un placer hacer negocios con él. – supe entonces ella era un objeto de cambio de ese hijo de puta… al igual que lo era yo.

No quise seguir viendo más, me di la vuelta y con el mismo sigilo con el que llegué me retiré de allí, sin que ellos me vieran. Tenía que salir de allí, escapar y hablar con las autoridades, algo que debí hacer desde hacía mucho. Sin embrago, ya era muy tarde para eso… demasiado tarde.

CONTINUARÁ

Garganta de Cuero

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