Devoradora (07)

Les cuento ahora sobre una aventura que tuve con Rolando, quien me llevó hasta su enorme mansión en donde conocí a su esposa. Los 3 formamos un tríos de lo más morboso.

Capítulo VII

Pasé el resto de esa semana convertida en la perra de esos pervertidos, me hicieron lo que se les dio la gana, me usaron en todo tipo de juegos depravados y me hicieron berrear desesperada entre el dolor y el placer que me daban, suplicándoles que siguieran. Cada vez era más sumisa, más dócil, mansa y viciosa, más perra caliente e insaciable. Pero también cada día me sentía un poco más muerta, esa situación me estaba marchitando lentamente. Rolando parecía encantado con degradarme más y más, le gustaba humillarme y hasta lastimarme físicamente. No llegaba a los extremos, yo era su juguete nuevo, uno de grandes mamas, prominente culo e insaciable libido, un poco tenía que cuidarme. Él me atemorizaba tanto como me excitaba… o sea que mucho, temía que en cualquier momento podría perder el control y herirme seriamente.

Mario por lo menos se tomaba su tiempo para calentarme y llevarme al paroxismo, se deleitaba humillándome así, mostrándome lo perra que era cuando me sometía sin forzarme. Rolo, por el contrario, carecía de esa sensibilidad y sutileza, sabía que me tenía en su poder y abusaba de ello sin empacho, violentándome como si nada. Si me quería coger, me arrancaba la ropa y me metía su tremendo pene sin importarle si me lastimaba. A veces ni siquiera me tocaba, solo se la sacaba y yo ya sabía que debía arrodillarme y chupársela como más le gustaba, con las manos a la espalda y sin usarlas para nada, lamiéndole los huevos y chupándole su grueso glande de hongo hasta que se vaciaba en mi boca.

Aló

Hola Devoradora… ¿ya te recuperaste? – oír su voz me dejó fría, llena de miedo… y caliente.

¡Rolando…!

Alistate que voy a pasar por ti

¿Qué, cómo? – pero no le pude rebatir nada, me colgó el hijo de puta.

Me quedé sentada en la cama, agazapada sobre mis piernas y llorando, haciendo un esfuerzo supremo por decirle que no, que no lo quería volver a ver. Pero fracasé, de nuevo se impuso la lujuria que nacía entre mis piernas y que me llevaron a meterme bajo la regadera. Luego me puso un pescador verde menta con una tanga verde que se me notaba perfectamente, arriba una playera ombliguera sin brasier, la prenda apenas alcanzaba para ocultar mis firmes y enormes tetas por debajo. Completé el atuendo con un maquillaje vulgar.

Rolando pasó puntual por mi, ahora llevaba otros guardaespaldas y temí que me fuera a entregar a ellos también. Pero no lo hizo, pero eso sí, me fue besando apasionadamente en todo el camino, metiéndome mano por donde podía, calentándome rápidamente. Llegamos a una enorme mansión de estilo colonial, llena de jardines y altos árboles ornamentales, un lugar muy hermoso.

Bueno, ¿qué te parece mi casa Devoradora?

¡¿Aquí vive usted?! Es muy hermosa

¡Y eso que no la has visto por dentro, ja, ja, ja! – y tenía razón, si la casa era hermosa por fuera, por dentro era espectacular – Mi mujer, ella es la que la decoró

¿Está casado?

Si, si… a ella le gustan todas esas babosadita, chunchitos…arregló la casa. – me lo había imaginado, ese bruto de seguro no sabría ni siquiera distinguir entre los colores primarios.

Nos quedamos en la sala principal, él continuó besándome y manoseándome, me agarraba las chiches y el culo, me metía las manos por debajo del pescador colando sus dedos entre mis grandes nalgas y metiéndomelos entre mi caliente y húmeda raja, el infeliz me estaba poniendo mal. Pero entonces pasó algo que no me esperaba.

Buenos días… – dijo una elegante señora que venía bajando las escaleras – ¿visitas mi amor? – ¡era su mujer!, me asusté mucho, pensé que nos habían descubierto.

Si… te presento a la Devoradora… – me quedé atónita, con todo el descaro del mundo me presentaba con mi nombre de puta, concluí que la mujer era parte de todo esto – Ella es mi mujer, Isabelita.

Mucho gusto… – me dijo, estrechándome la mano mientras trataba de cubrirme los.

Mucho gusto señora.

Mejor decime Isabelita… y decime, me imagino que tenés un nombre

¡Si, si, Débora!

Mucho gusto Débora, perdoná a mi esposo pero es un poco tosco. – ¿solo un poco?

Isabelita era una mujer hermosa, medía como 1.75, era de piel blanca y cabello negro, ojos oscuros, rasgos hermosos y un cuerpo delicioso. Debía tener por lo menos 35 años (tenía 38 en realidad), pero aparentaba muchos menos. Era delgada pero con senos enormes, incluso más grandes que los míos, cintura estrecha y caderas anchas, con un buen par de nalgas.

¿Y qué te parece? – le preguntó Rolo, no sabía que se refería a mi.

Pues… es una mujer muy hermosa sin duda

¿Y qué más, solo eso? – volvió a preguntar, poniéndose detrás de mi – Mirá esas tetas, – me dijo, agarrándomelas por debajo de la playera, subiéndomela – son enormes y firmes… vení, vení, agarráselas que no dice nada.

Rolando, no creo que sea correcto

¡Agarráselas que no va a decir nada! – dijo en todo autoritario mientras me sacaba las chiches por debajo de la prenda – ¿Ya ves? ¿Están buenas o no?

Si… supongo que si… – percibía contradicción en el rostro de Isabelita, no se sentía cómoda viendo como su marido me manoseaba y me mostraba como un animal en venta.

Mirale las aureolas, grandes y rozadas, con un pezón duro y paradito… ¿no te dan ganas de mamarlas? – Isabelita no respondió, solo dejó que le llevara su mano a mis pechos – Y abajo – me bajó el pescador y me corrió la tanga – tiene una pusa muy buena, suave y tierna, aguanta de todo mujer… de todo… la Devoradora es una perra de primerísima calidad

Y mientras era objeto de este trato tan humillante y degradante yo no hacía nada por detenerlo, me maldije a mi misma por ser tan puta, que no podía ni defenderme de ser exhibida como un animal. Aunque la verdad estaba muy asustada, no quería que me volviese a violar. Además, ese trato denigrante era lo que me tenía tan excitada.

Sin decir más, Rolo se sentó en un sofá y yo, por instinto, me arrodillé, le abrí el cierre y tomé su formidable garrote con mis labios bajo la atenta mirada de Isabelita, que no perdió detalle de como se la mamaba a su marido, con muchísimas ganas, metiéndola hasta la mitad dentro de mis ávidas fauces como si me estuviera cogiendo por la boca. Vi que se mordía un labio excitada, no fue más que cuestión de tiempo para que decidiera participar.

Se arrodilló a mi lado con la boca abierta y le cedí el placer de saborear ese rico pedazo de carne, el cual devoró de una fuerte succión. Él sonrió cuando nos vio compartir su rígido mástil, mamándoselo Isabelita un rato, para luego hacerlo yo. En cierto momento las 2 coincidimos sobre el glande y terminamos en un apasionado y mojado beso con el miembro en medio.

Acariciábamos su pene con nuestras lenguas mientras nos desnudábamos mutuamente y nos manoseábamos, muy pronto me di cuenta que la distinguida y elegante señora no era más que otra perra para el pervertido de su marido. Sus gigantescas chiches mostraban gruesos aros de plata en cada pezón, uno más en su ombligo y, por lo que pude palpar, tenía varios en la vulva. Y por si fuera poco tenía un enorme tatuaje que le abarcaba casi la mitad de su espalda, era el dibujo policromático de una geisha japonesa desnuda y en una pose insinuante, sirviendo el té en una pequeña mesa de bambú.

De repente Rolando se paró y colocó su mujer sentada en la orilla de una mesa de mármol apoyada en una pared, tras tirar al suelo el florero que allí se hallaba. Comenzó a acariciarla, a meterle mano, a lamerle y chuparle los senos con ansias, murmurándole lo mucho que la deseaba y lo buena que estábamos las 2. Por un momento pareció que se olvidaban de mi, pero yo sabía que no era así, así que dejé su pene y me puse de pié, y tras terminar de desnudarme y de desnudarlo a él, empecé a acompañarlo en las caricias que le prodigaba a Isabelita.

Entre los 2 la lamíamos y chupábamos entera, manipulábamos sus chichotas, llevándolas yo misma a la boca de su esposo para que los estrujara con sus labios y dientes. Ella se retorcía de placer, sentía mis hábiles dedos surcar sus pliegues íntimos, capturando y liberando caprichosamente su caliente clítoris. Era curioso, jamás había estado con otra mujer y nunca me sentí atraída por ellas, pero ese día el cuerpo desnudo de María Isabel me calentaba de un manera que nunca pensé posible. Me transmitía un morbo tremendo, me parecía tan bella y deseable como nadie más en el mundo, era algo increíble. Rolo separó sus piernas y la penetró sin miramientos, colocándoselas sobre los hombros y sujetándola de la cintura.

¡Devoradora, perra, chupale la pusa a la puta de mi mujer!

Volví a ponerme de rodillas, esta vez debajo de él, y empecé a lamer la vagina de Isabelita mientras era penetrada por el grueso leño de su esposo. Ponía especial cuidado en lamerle las bolas, rozando su ano varias veces con la punta de la lengua, una caricia que le encanta. Varias veces sacó la paloma de su caliente canal para que se la mamara y chupara un ratito, saboreando el sabor de los jugos de su esposa antes de volverla a apuntar contra su sexo para que le diera con renovados brillos. Jamás había probado los flujos de otra mujer, tan solo los míos, cuando les mamaba las vergas a Mario o a este hombre luego de estarme cogiendo. Admito que me gustó el sabor, acre, fuerte y penetrante. Isabelita no iba a aguantar mucho tiempo con un tratamiento así, y en menos de un minuto se estaba revolviendo sobre la mesa como un gusano.

¡¡¡¡AAAAHHHHHH!!!! ¡¡¡¡OOOOUUUUUGGGHHHHHH!!!!… ¡¡¡¡DÉBORA, QUE LENGUA, QUE LENGUAAAAAAGGGHHHHHHHH!!!! – gemía mientras yo me bebía todos sus jugos.

Rolando la dejó desmadejada sobre la mesa, respirando agitadamente, desnuda y cubierta de sudor, con el sexo chorreando gruesos goterones.

Devoradora, limpiame la verga de los fluidos de esa perra… – me ordenó y yo obedecí dócilmente, no sin que me pareciera extraña la forma en que la trataba.

Tomé su poderoso palo con mis labios y comencé a lamerlo y a chuparlo con deleite mientras mis manos frotaban vigorosamente mi sexo mojado, por culpa de ese par de infelices me había hecho muy aficionado a la masturbación. Mientras tanto, Rolo hacía lo mismo con su otra perra, metiéndole varios dedos entre su vagina dilatada, acariciándole el clítoris y sobándole los senos con su otra mano. Poco a poco Isabelita estuvo lista para otro ruond.

Separó sus piernas, me tomó de la cabeza y se colocó frente a su mujer, se agachó y metió su cara entre las piernas de ella y comenzó a darle una chupada fuerte e intensa al mismo tiempo que me empezaba a coger con fuerza por la boca. Le succionaba con fuerza el clítoris a la perra de Isabelita mientras me metía y sacaba su tremenda paloma en la garganta, sujetándome firmemente de la nuca. Isabelita ayudaba a su propio placer acariciándose las tetas, rozándose los pezones, jaloneándoselos, y a medida que se acercaba de nuevo a un orgasmo, se los estrujaba con fuerza.

Yo apenas si lograba respirar, tenía el rostro enrojecido y os ojos llorosos, podía sentir como la gruesa cabeza de hongo de esa verga se deslizaba a través de mi garganta, como el aire me faltaba cada vez más, pero no estaba dispuesta a parar, ni él a dejarme. Mi vulva palpitaba fuerte, estaba ardiéndome y totalmente encharcada, mis pezones parecía querer explotar y toda yo ansiaba desesperadamente ser por fin penetrada. Esa cruel sumisión a la que casi a diario me sometían me excitaba como a una perra. Una vez más, Isabelita estalló en un poderoso orgasmo que esta vez la dejó noqueada.

¡¡¡¡¡¡ROLANDO, ROLANDO!!!!!!… ¡¡¡¡¡¡OOOOOOHHHHHHHH ROLAAAANDOOOOHHH!!!!!!… ¡¡¡¡¡¡AAAAAAAOOOOOOUUUUUGGGGGRRRRRRRHHHHHH!!!!!! – Isabelita acabó con furia, agarrándose fuertemente de mi cabellera castaña, luego la dejó y ella me soltó, quedó medio muerta, agotada, y yo en el suelo tosiendo y limpiándome las lágrimas de mi rostro, él se me quedó mirando, cuan alto es, parado frente a mi, imponente.

Todavía faltás vos perra… – me dijo.

Lo que usted quiera… – le contesté desesperada porque me quitara la tremenda calentura que tenía ya, poniéndome en 4 y meneándole las caderas y el culo.

Me tomó del pelo y, con mucha brusquedad, me levantó, luego me sentó en un sillón y me abrió las piernas. Así lo dejé pasar a mi interior, ¡qué rico sentí cuando su pene me comenzó a atravesar!

¡¡¡¡DEME DURO ROLO!!!! – exigí como la perra famélica en que me convirtió – ¡¡¡RÓMPAME ADENTRO, PÁRTAME EN DOOOOSSSIIIIIIINNNNNPIEEEEDAAAAADDD!!! – dije pegando de alaridos cuando me la dejó ir entera, en medio de la excitación si lo trataba de tu.

Mi sexo estaba inundado, así que no me costó asimilar las embestidas de esa bestia, mis piernas sobre sus hombros y mis rodillas rozando mis oídos me dejaban inmovilizada pues el estaba echado sobre mi con toda su humanidad; mis caderas estaba prácticamente en el aire, su sudor caía a goterones sobre mi enrojecida y empapada piel, mis flujos salían como ríos por mi vagina y ese semental me tomaba con más fuerza y violencia cada vez. Su gordo pene entraba en mi interior horadándome con saña, sus 25 cm. de hombría forzaban la longitud de mi sexo y con sus movimientos rozaba mi clítoris. ¡Qué cogida tan maravillosa!, así no tardé demasiado en reventar en un poderosos y ruidoso orgasmo que estremeció todo mi cuerpo.

¡¡¡¡¡¡AAAHHHHH!!!!!! ¡¡¡¡¡¡AAAHHHHH!!!!!! ¡¡¡¡¡¡ROLANDOOOOOOOGGGGHHHHH!!!!!!… ¡¡¡¡¡¡AAAHHHHH, AAAHHHHH, AAAHHHHH… AAAAAAUUUUUGGGGGMMMMHHHH!!!!!!

Quedé tirada sobre el sofá como un costal de papas, mojado, jadeante y agotado… pero él apenas estaba empezando. Esa mañana nos cogió hasta por la orejas, nos puso en todas las posiciones que quiso, nos dio con tanta fuerza que cada órgano de nuestros cuerpos se estremecía. Las 2 tuvimos por lo menos 3 orgasmos, y al final, en medio de fuertes rugidos, Rolo llenó las entrañas de su otra perra, con la que estaba casado, de su espeso y abundante semen. Y luego, para cerrar con broche de oro, encuclillada sobre mi cara, conmigo acostada desnuda en el suelo, abriéndose el sexo con sus dedos, Isabelita dejó caer sobre esta perra, su servidora, la enorme cantidad de leche alojada en su interior. Mi rostro quedó totalmente cubierto, para que después ella se dedicara a limpiarlo con la lengua mientras nos besábamos y revolcábamos.

Fue una forma muy excitante de terminar ese encuentro, pero en mi interior sabía que acababa de dar un paso más en mi lenta y paulatina transformación de una esposa y madre ejemplar a la puta más sucia y viciosa de este planeta. Acababa de probar carne de hembra y me había gustado mucho… ¿qué más depravaciones me deparaba mi relación con esos 2 degenerados?

CONTINUARÁ

Garganta de Cuero

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