Devoradora (04)

Mario me lleva de comprás y me obliga a ponerme de lo más reveladora, dejándome vestida como una verdadera puta. Me excito tanto que quedo totalmente subyugada por el y lista para ser usada a su antojo, dejándome exhibir y luego sodomizar salvajemente.

Capítulo IV

Nos dirigimos a un centro comercial, respiré algo aliviada, era uno lejano de mi casa, lejos de los puntos que frecuentaba por lo que sería de suponer que pocas personas me conocerían. Bajamos y de inmediato me tomó de la cintura, apretándome contra él y besándome con fuerza en los labios. Así enfilamos hacia los pasillos, rodeados de locales comerciales que ofrecían una gran diversidad de productos, casi todo a precios altos. Yo iba roja, sintiendo su brazo rodeándome fuerte y posesivamente, haciéndome sentir suya, su objeto personal, una situación que me calentándome poco a poco. Al final entramos en una boutique cara.

Quiero que hagás esto: ¿mirás esa ropa que tiene puesta el maniquí?, quiero que te la probés. – ese día parecía que estaba dispuesta a decirle "si" a todo, pues sin rechistar me dispuse a cumplir con la orden

Le pedí a la dependienta que me proporcionara esas prendas en mi talla y luego me metí en los vestidores mientras él me esperaba sentado afuera. Era una blusa negra bastante corta, por lo que dejaba mi ombligo al aire, y semitransparente, lo que dejaba que mi sostén blanco de encajes se viera con mucha claridad debajo de la prenda. La combinaba con un pantalón de lona ceñido y de cintura bastante baja, tuve problemas para metérmelo y otros más para ocultar mi calzón blanco. Nunca me había vestido con algo así, siempre fui bastante recatada en mi vestir. Al salir los ojos se le abrieron como platos, no sé si burlándose o complacido.

Si, si… así me gusta… poco a poco te vas a convertir en la perra que yo quiero. – lo dijo sin discreción y la señorita que me atendía escuchó, hijo de puta.

¡Podrías ser más discreto!… ¡Y no me voy a convertir en la puta que querés! – le dije en la cara y muy de cerca.

Pero si ya lo sos… te estás probando la ropa que mi gusta a mi. – me dijo y me desarmó – Ahora vas a pedir la misma ropa pero en una talla menos y salís con ella puesta.

¿Una talla menos?… no me va a quedar

Claro que si… apurate… y te ponés estos zapatos también. – me dio unas hermosas zapatillas negras descubiertas, altas y de tacón fino con tiras para amarrar en los tobillos.

Hice lo que me ordenó, en efecto esa ropa me quedó muy apretada y demasiado reveladora para mi gusto. Además me costaba caminar con esos zapatos, no estaba acostumbrados a zapatillas tan altas. Al salir me dio su beneplácito y me topé con la sorpresa que ya la había comprado, por lo que salí vestida así del local.

¿Cómo te sentís Debi? – no pude responderle, solo quería desaparecer de ese sitio por lo avergonzada que estaba – Fijate que me gusta como te queda, pero no estás bien combinada, esa ropa interior de abuelita con van con las prendas. – me tomó de la cintura y me llevó a una tienda de lencería, huelga decir que me sentía todavía más avergonzada – Me gusta lo que lleva el maniquí de la esquina… pedilo y ponételo

Es una tanga… jamás he usado una tanga… eso no por favor, Mario

Ponétela… – me dijo secamente.

Obedecí nuevamente, muerta de vergüenza le pedí el conjunto a la dependienta y esta me lo dio y me lo puse, era un sostén negro de media copa de encajes, por lo que se me salían los pezones de él. La tanga era del mismo estilo, con finos bordados que se continuaban en la tirilla que se me metía hasta el fondo de mis grandes nalgas. Viéndome estaba cuando Mario abre la cortina, asustándome mucho, me tapé instintivamente.

Destapate que te quiero ver

Pero cerrá las cortinas, me va a ver la gente de afuera

¿Y a mi qué?

¡Pues yo me muero de vergüenza! – le dije entre dientes y muy enojada.

¿Y?… ahora te morís de vergüenza, pero también estás excitada, la posibilidad de que otros vean lo perra que sos te calienta. – ¡maldito hijo de puta, ¿cómo podía saberlo?!

Tenía razón, mi vulva ya estaba palpitando caliente, aparentemente ya me había vuelto una exhibicionista también. De todas maneras mi cerebro y razón se negaban a hacer eso, era ir demasiado lejos… pero mientras pensaba en eso mis manos comenzaron a caer, dejando al descubierto mis enromes senos y la tanguita que cubría mi sexo. Mis pezones se salían del brasier, asomándose erectos, firmes.

¡Qué buena estás, perra! – me dijo Mario, en una voz que le resultó perfectamente audible a las 3 personas que, desde afuera, observaban sorprendidos esa escena – Muy bien, me gustan, pedilas en un número menor y ponételas, luego buscame afuera.

¡Un número menos no me va a cubrir nada por arriba! – le dije, casi implorando piedad.

¿Y eso qué importa? Aquí el que decide qué ropa vas a usar soy yo Débora

Tuve que hacer lo que me dijo, le pedí a la dependienta un número menor en las mismas prendas y me las puse, la tanga no solo se me metía entre las nalgas, sino que también entre la vulva, aumentando mi excitación considerablemente. El sostén no ocultaba nada y tan solo me elevaba los senos, pero siempre con los pezones parados de fuera.

Al salir las 2 dependientas se me quedaban viendo, una con una sonrisita tonta y guasona, la otra con desprecio, sentí mucha pena y vergüenza. Mario pagó el conjunto, además de una tanga azul extra, no quiso que regresara por mi ropa interior, la dejé tirada en los probadores como señal inequívoca ante esas mujeres que él era mi macho.

Caminamos un trecho, la condenada tanga se me salía por atrás del pantalón tan estrecho y apretado, que me levantaba y reafirmaba mi inmenso culote dando un espectáculo que se hacia tremendamente morboso con el triangulito de la tanga de fuera. Por arriba mis enormes senos se mecían con los pezones afuera, que con el roce de la fina tela de la camisa se me había puesto duros (además ya iba caliente, tengo que admitirlo) y se me miraban muy claramente. Seguimos hasta pasar frente a unos baños públicos, en donde Mario se detuvo.

Estás preciosa Débora… pero podrías estar mejor. – no lo comprendí, pero conociéndolo seguro sería alto bochornoso, me asusté un poco – Quiero que te metás al baño y te quités el sujetador

¡Cómo!

y que te desabrochés un botón de la blusa y que te subas un poco más la tanga.

¡Pero se me van a ver las tetas y con la tanga de fuera voy a parecer una puta!

¿Y qué sos pues? – mierda, me quedé callada, no tenía como contestar a eso porque, en efecto, me estaba volviendo una puta… su puta – Además, quiero que te retoqués el maquillaje, pero en exceso… ya sabés, mucho rubor, mucha pintura en las cejas y un color de labial fuerte.

Me puse a temblar, mi cerebro hizo un último y desesperad esfuerzo por recobrar el control y decir finalmente un no rotundo pero no pudo, ese hombre transmitía un extraño magnetismo que me mantenía permanentemente caliente. Entré al baño, me quité el brasier y desabroché otro botón de mi blusa, con lo cual el escote era espectacular. Me jalé las tiras de la tanga, viéndoseme muy notoriamente y me puse frente al espejo. Retoqué mi maquillaje como me dijo, me eche mucho de todo logrando look vulgar, corriente, que con los cambios a mi atuendo terminó por convertirme en una auténtica puta.

Salí del baño, Mario no ocultó su beneplácito. No me besó, pero se notaba que ardía por mi, eso me gustó. Me tomó de la cintura y caminamos hacia los parqueos, todos a nuestro alrededor se me quedaban mirando escandalizados y llenos de morbo. Me puse calentísima, lo que agravaba la situación, pues al caminar mis tetas se bamboleaban libremente, se me transparentaban y tenía los pezones muy duros, imagínense como me miraban todos, me mojé instantáneamente. Al llegar a mi carro me besó y lamió el cuello y me dijo:

¿Ya vez Debi? Si aceptaste vestirte así para mi es porque querés verga, ¿no es así? – asentí sin pensarlo, ya no podía pensar con claridad – Te dije que eras una puta, no lo olvidés. Ahora vamos a ir a un motel y te voy a reventar como te gusta… perra. – y me pegó una fuerte nalgada, dejándome hirviendo y rendida del deseo.

Subimos a su carro, estaba ida, procuraba no pensar, pues al pensar razonaba lo terrible que era lo que estaba haciendo e invariablemente recordaba a mi esposo y a mis hijos. No tenía sentido, pues la lujuria igual no me dejaría reaccionar y detener esta situación. Mario condujo por calles y avenidas, volteándome a ver con sorna, satisfecho y feliz de verme convertida en una prostituta a su total servicio, en un ser sin voluntad, esclava de la lujuria y el deseo. Estiró una mano y me comenzó a acariciar una pierna, temblaba y rezaba porque se detuviera, pues cada vez la acercaba más a mi sexo.

Débora, sacame la verga y chupámela

Pero… ¿en el carro?… nos van a ver Mario

Estás deseando que te meta la verga en la boca y que te la coja como la puta que sos. – esa forma de hablarme tan grosera y humillante y con tono de orden, me excitó aún más.

Si – dije – me muero porque me des a probar tu verga maravillosa. – cada palabra que salía de mi garganta me sorprendía más y más, ¿qué me había dado para tenerme así?

Así me gusta perra, que entendás cuál es tu posición y papel aquí. – me dijo, sobándome las tetas por delante y metiéndome la mano entre el pantalón – ¡Puta madre, qué mojada estás ya, sos mas puta de lo que parece! – me dijo sonriendo, y yo muerta de vergüenza pero extremadamente caliente – Desde hoy tu nombre de batalla será "Devoradora". – lo volteé a ver sin comprender – Te vas a convertir en una devoradora de hombres, por eso serás la "Devoradora"

Viéndolo a los ojos con infinita calentura me le acerqué y le di un beso, metiéndome su lengua hasta las entrañas, chupándosela, era la primera vez que yo lo besaba, pero ese mote no calentó muchísimo. Tomé una de sus manos con fuerza y, poco a poco, la iba bajando hasta llevara a mis tetas, las cuales hice que me acariciara, por encima de la blusa primero y luego por debajo. Me las estrujaba y apretaba y me pellizcaba los pezones.

Desabróchatela, perra

Me encantó la forma en que me daba ordenes y con gran gusto le obedecí. Me desabotoné la blusa y mis tetas quedaron libres, meciéndose al ritmo de los baches y de los cambios de velocidad. Todos los carros que circulaban por delante de nosotros podían vérmelas con toda claridad, tan grandes y tan firmes, con los pezones completamente parados y duros en medio de mis amplias aureolas rosadas.

Mario me las agarró y empezó a manoseármelas, en un semáforo se me las comió con gula, ensalivándomelas y poniéndome los pezones a punto de reventar. Yo gemía, le agarraba la cabeza y se la apretaba contra mis senos. Justo antes de que el semáforo cambiara a verde terminó de quitarme la camisa, quedando medio desnuda entre el pesado tráfico. Tomó mi mano y se la llevó al bulto de su entrepierna, entendí sus deseos y desabroché su bragueta. Metí mi manos por debajo de sus calzoncillo y sentí su verga, que ya estaba durísima, enorme. Se la agarré y se la saqué del pantalón, la contemplé embelesada por unos minutos, eran 23 cm de carne masculina gorda, dura y apetitosa.

¿Qué esperás para comértela entera?

Nada… nada… – empecé a pajearla despacio mientras el seguía sobándome las tetas.

Te encanta mi macana, puta de mierda. – me decía.

Si… me encanta… la adoro… la amo

¡Pues chupala de una vez, cabrona! – me arrodillé en mi asiento y empecé a restregarme su vergota por las tetas y la cara hasta metérmela en la boca – Ya te acordaste como lo hacías antes, ¿no Devoradora? – no le respondí, pero tenía razón, a mi mente venía el recuerdo de las mamadas que solía hacerle hacía tantos años.

Sujetándola firmemente de la base, veía excitada como se le marcaban las gruesas venas violáceas, mientras mis labios abarcaban todo su glande y bajaban tanto como podían. Mi lengua daba vueltas sobre este, entreteniéndose en el frenillo, cubriéndolo de saliva y babas que resbalaban por todo el tronco. Mis succiones se combinaban con el placer de las lamidas y caricias, en un esforzado empeño en darle todo el placer que pudiera.

¡¡¡AAAHHHHHH!!!…– exclamaba – ¿El gusano de tu marido acaba en tu boca?

No… – le dije, nunca se lo permití a Leonardo.

¡Qué estúpido, con tremenda perra y desperdiciándola tanto!… pero yo no te voy a desperdiciar nada Devoradora… – me agarró duro de la cabeza con una mano y empezó a mover con violencia las caderas de arriba hacia abajo, cogiéndome incluso hasta la garganta, hasta que me la llenó de semen, que por la fuerza de sus embestidas se me escapaba por la comisura de los labios – ¡¡¡AAAAGGHHHHHH!!! ¡¡TRAGÁTELA TODA, PERRA!! ¡¡¡PERRRRAAAGGGGGHHHH!!!

Continué mamándosela por unos minutos más, me parecía increíble que esa tremenda cosa siguiera aun dura como piedra. De repente noté que estábamos parados, el carro ya no se movía, levanté la cara para ver y me topé con la mirada de idiota del encargado del motel, que entre incrédula y excitada, veía como mis tetas estaban libres y mi boca chorreaba semen. Traté de levantarme y cubrirme, pero Mario me asió fuertemente del pelo y me dejó inmóvil, sin poder ocultar el rostro del sorprendido joven.

Decime mujer… ¿qué es esa mierda que tenés chorreada en tus labios, puta? – me preguntó para que el hombre lo escuchara, yo cerré los ojos muerta de vergüenza, rezando porque aquello no fuera cierto – Te hice una pregunta, perra de mierda. – me repitió, zarandeándome la cabeza bruscamente.

Es semen… – dije, casi llorando.

Semen… ¿pero de quién?

Tuyo… ¡tuyo!

¡¿De quién, perra?!

¡De mi macho! – dije finalmente, saliéndose de mi interior toda la puta que era.

¿Y te gustó su sabor?

Si… mucho

¿Querés más?

Si… lo estoy deseando, me muero por más. – dije, abriendo los ojos y volteando a verlo con un anhelo casi suplicante, el encargado no daba crédito a lo que oía y veía.

Mario avanzó unos metros más y se metió en una de las habitación, cuyo portón eléctrico se cerró solo. "Por lo menos me llevó aun buen sitio" pensé para mis adentros, aunque si me hubiese llevado a un cuchitril o me hubiese violado en el suelo de un parque me habría dado igual, iba totalmente trastornada, la terrible humillación que me hizo pasar frente a ese muchacho me había calentado de una forma desesperante, me moría por ser cogida ya.

Salimos del carro, ni siquiera intenté taparme mis desnudos senos. En el interior del lugar se me quedó viendo, admirando su obra de arte, porque esa puta que tenía enfrente era obra totalmente suya. Cerró la puerta y le echó llave, y con un brillo en sus ojos me tomó de la cintura y comenzó a besarme con fuerza. Me llamaba puta, perra, ramera, me daba igual, bastaba con que me insultara para que yo me mojara como una fuente. Me tocó por todos lados y me preguntaba si me gustaba, que tonta pregunta… ¡gozaba como una condenada!

Me agarró del pelo con violencia, me dio la vuelta y me dejó de espaldas a él. Sacó un par de esposas no sé donde y me esposó las muñecas por atrás, me sentía a su merced. Me llevó a la cama y me tiró en ella, me desabrochó el pantalón y me lo bajó rápidamente, corriéndome a continuación la tirita de la tanga, descubriendo mi sexo hecho un horno que chorreaba. Me metía las manos entre los muslos, acariciando y palpando mi sexo, hurgando dentro de él, metiéndome primero 2, luego 3 y hasta 4 dedos que luego me los daba a chupar. Me levantó y se sentó, luego me jaló y, dándole la espalda, separó mis nalgas y sentí como su habilidosa lengua recorría toda mi intimidad, desde mi esfínter anal hasta mi mojadísima y peluda vulva. Primero por fuera, dándome suaves y largas lamidas, que pronto se fueron introduciendo adentro, mientras me acariciaba el clítoris y los labios vaginales con los dedos.

¡¡¡OHH, MARIO!!! ¡¡¡MARIO, MARIO!!! ¡¡¡¡OOOOOOOUUUUUUGGGHHHHH!!!! – acabé de una forma salvaje, violenta.

¡¡QUÉ CALIENTE ESTABAS, PERRA SUCIA!! – era cierto, tan caliente estaba que volví a orinarme, era la puta más feliz del mundo.

Me agarró del pelo con rudeza y me puso de rodillas en el suelo, se sacó la verga e hizo que se la mamara con fuerza, metiéndomela hasta la campanilla. Me costaba bastante esfuerzo poder metérmela completa, era un portento de verga, muy gruesa. Me la sacó súbitamente y me levantó del pelo con rudeza nuevamente. Me tiró en la cama boca abajo y me separó las piernas. Me dejó allí un momento en lo que sacaba un botecito de su pantalón. Metió 2 dedos en el y luego esparció el contenido dentro de mi ano, abriéndolo y masajeándolo con fuerza. Me quería sodomizar como la otra vez, sentí miedo y un fuerte escalofrío, pero también un morbo tremendo y mucho deseo, sabía que estaba a su merced y eso me ponía peor.

Sentía sus dedotes horadándome el agujerito, abriéndome, estirándomelo, hasta poderme meter 3 dedos sin problemas. Mientras tanto me azotaba, duro, con fuerza, cada nalgada me hacía gemir y me dejaba la carne caliente, me encantó, de verdad lo disfruté. Luego me sacó los dedos y de reojo vi que se untaba esa cosa en la verga.

¿Lista, perra?

¡Lista, dale duro, reventame! – esbozó una sonrisa maquiavélica y me le metió de un solo golpe – ¡¡¡¡AAAAAAAYYYYYYYGGGGGGHHHHHHH!!!! – grité y lloré del dolor, pero sin darme cuenta había empezado a empujar con las nalgas hacia arriba, buscando que ese contacto se hiciera más profundo.

Por lo menos fue paciente, sus primeros embates no fueron muy potentes, pero pronto mi intestino se acostumbró a semejante invasor y me comenzó a dar duro, zarandeándome ante cada embestida. Me sentía como nunca, derrotada y entregada, indefensa, usada y vejada como un objeto, me hizo sentir cosa y ese sentimiento me encantó, me embriagó de placer mientras continuaba sodomizándome como un animal, bufando como un toro bravo que se lanza en ciega carga contra su pobre víctima.

¡¡¡OOOOOOOHHHHHH!!! ¡¡¡OOOOOOOHHHHHH!!! ¡¡¡OOOOOOOHHHHHH!!! ¡¡¡QUE RICA ESTÁS DÉBORAAAAAAAGGGHHHHHH!!!

¡¡¡¡MMMAAAAASSS, MMMAAAASSSS!!!! ¡¡¡DAME MÁS MARIO, DAME MÁS, MAS DURO!!! ¡¡¡REVENTAAAAAMEEEEEEGGGHHHHHH!!! ¡¡¡AAGGM, AAGG!!! – su pelvis rebotaba violentamente contra mis enormes glúteos, enloqueciéndome con el placer, y más o menos 10 minutos después alcanzó un fuerte y delicioso orgasmo que derramó en mi interior – ¡¡¡¡DÉVORAAAAAAAARRRRRRRGGGHHHHHHH!!!!

Derramó todo su semen dentro de mi culito haciéndome disfrutar como una enferma. Luego se quedó jadeando dentro de mi por unos momentos, acariciándome, lamiéndome la nuca y la espalda y besándome. Sabía que me había usado peor que a una cosa, que me había degradado, pero me sentía muy bien, realmente bien, saciada y satisfecha. Aunque sabía bien que luego la cruda moral sería implacable conmigo.

Desde ese día no fui más que su perra personal y sumisa, sedienta de sexo, de sudor, de su semen. Aun hoy no lo comprendo del todo bien, la forma en que me subyugó, no era normal. Lo cierto es que ese día dejé de ser Débora de los Milagros Lozano de Grijalva y me convertí en otra cosa… lo que él quiso que yo fuera.

CONTINUARÁ

Garganta de Cuero

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