Dévora
En una noche de vierne yo me convierto en Dévora para seducir a mi amigo Andrés.
DÉVORA
A mi amigo Ted
I
Era viernes por la tarde y nos habíamos reunido en mi casa Jaime, Andrés y yo para hablar de las cosas triviales que se hablan siempre que nos juntamos a beber unas cervezas y poder quedarse hasta tarde en la noche, sin la preocupación de tenerse que levantar temprano al día siguiente.
Conversábamos de los exámenes y las materias, de las chicas del salón, de las nuevas aplicaciones y juegos del móvil que cada quien había instalado, de deportes y para de contar. En algún momento también jugamos a las cartas, y así, poco a poco, llegó la noche, cuando Jaime aprovechó para despedirse ya algo entusiasmado por el alcohol, pues debía asistir a un cumpleaños de una prima.
Andrés era mi amigo de toda la vida, desde los años de bachillerato y aun antes, mientras a Jaime lo habíamos conocido al empezar la universidad, cuando empezamos a reunirnos para estudiar y aprovechar sus excelentes explicaciones en aquellas materias que nos traían mal.
Cuando quedamos solos Andrés propuso ver unas películas triple x que siempre tenía a la mano, a lo cual asentí un poco distraídamente, mientras pensaba que tenía algo de hambre por lo que le propuse pedir por teléfono una pizza y otras cervezas, a lo que respondió casi con un grito que si, mientras se dirigía al coche a buscar los DVD.
Ya el pedido estaba hecho, las pelis sobre la mesa, y yo me dirigía a la nevera a buscar el último par de cervezas cuando sentí un escalofrío que me recorrió toda la espalda, desde la nuca hasta la cola, mi pene trató de endurecerse, y en mi mente surgió la idea y decisión impostergable de aprovechar aquella noche, sol@ con Andrés, para seducirlo.
No se debido a qué me asaltó aquel plan, aunque reconozco que toda la vida había soñado con Andrés haciéndome el amor. Mis gustos de sentirme mujer venían desde temprana edad, cuando apenas comenzaba a despertarse la sexualidad en mí. Lo que si sabía era que estaba decidid@ y hoy sería decisivo para bien o para mejor.
Mientras jugaba en mi mente con estas ideas, Andrés ya había comenzado a poner en marcha el cine casero, cuando sonó el timbre de la puerta, corrí a recibir el pedido, y Andrés me alcanzó en la puerta para completar el dinero. Ya no faltaba casi nada, comimos la pizza, bebimos otra cerveza, yo guarde las demás en la nevera, mientras transcurría la peli sin prestarle mucha atención.
Terminada la cena, dijo Andrés, bueno, ahora si que vamos a ver a esas zorras follando, como debe ser, y acto seguido se acomodó en el sofá para no perder detalle. Me di cuenta que se empezaba a calentar con aquellas tías y yo también, pero por aquellos maravillosos penes, que valga la redundancia, eran de película.
Ya habíamos visto el primer DVD, y mientras Andrés escogía otro de entre su colección para colocarlo en el reproductor, le dije: “empieza a mirarla tu solo que yo ya vengo”; ¿qué?, ¡te vas a pajear ya tan rápido!, a la vez que soltaba su típica risa burlona; si, si, ya vengo, tranquilo.
Me dirigí a mi habitación, cerré la puerta sin llave y me desnudé, fui al baño y me lave muy bien la cola, metiéndome los dedos para eliminar todo resto indeseable además de comenzar a dilatarla y humedecerla, me seque, chupé un caramelo de menta y me lo introduje, luego tome crema y me aplique un poco en el ano y sus alrededores, volví a la habitación y me puse la parte de abajo de un bikini de lycra color blanco con un estampado de florecillas moradas y fucsia, que me permitía mantener mis bolitas y el pene hacia atrás, pegadas del rabo, a la vez que se me formaba una coqueta rajita en el pubis.
Me coloqué una peluca rubia de pelo corto muy femenina, me maquillé rápidamente sólo delineándome las cejas, aplicando un poco de sombra color rosa oscuro debajo de ellas, un poco de colorete en las mejillas, difuminándolo hacia los bordes y me pinté los labios de rojo pasión. Sobre el bikini me puse una cortita falda rosa pálido que apenas alcanzaba a tapármelo, y unos zapatos negros con un tacón de doce centímetros que me empinaba y resaltaba mi rabito; y como prenda final me enrollé un collar de perlas de tres vueltas sobre el pecho desnudo.
Baje rápidamente, pasando primero por la cocina donde tomé de la nevera una botella de vino rosado que tenía siempre enfriando para alguna ocasión especial y dos copas. Entonces hice mi entrada triunfal al salón, contoneándome lo más coqueta y provocativa que pude, apretando mis muslos para ahorcar mi sexo y sentirlo junto a mi rabo, con la botella en una mano y las dos copas en la otra.
No se pueden imaginar el esfuerzo que tuve que hacer para no soltar la carcajada y las cosas que traía en las manos al ver la cara que puso Andrés al verme, con la mandíbula desencajada de asombro y los ojos abiertos de la más pura incredulidad. Yo, por mi parte, mantuve una seriedad de mujer difícil, pero dibujando una tierna sonrisa picarona que invitaba a la lujuria.
¿Pero qué es esto?, ¿estás loco?, ¿o debo decir loca?, balbuceó entre medio de su desconcierto. ¿No te gusta lo qué ves?, me insinué acercando mi rabo a su cara mientras sexymente colocaba la botella y las copas en la mesa, frente al sofá.
Si, no, no se, me dejas totalmente mudo. ¿Pero te gusta lo que ves?, insistí otra vez, parando y moviendo la colita. La verdad es que estás muy linda, y debo confesar que ese rabo no tiene nada que envidiarle a los de las zorras esas de las pornos; pero no se, no reacciono aún, la sorpresa ha sido demasiado grande. ¿Pero te gusta esa sorpresa?, es sólo para ti. Siempre me has gustado y creo que es un buen momento para divertirnos, ¿no te parece?
La verdad es que no se, volvió a balbucear, con indecisión y desconcierto. Bueno, dije rápidamente, te propongo un trato, déjame chupártelo, que ha sido una de mis fantasías recurrentes contigo, total no creo que sea peor que pajearte sólo viendo las pelis; y si no te convence pues borrón y cuenta nueva, esto nunca sucedió, nunca te insinuaré algo así, ¿que opinas? Bueno visto desde ese punto de vista no me parece tan mala idea.
¡Esa era mi oportunidad! Tenía que mamárselo como una diosa, para que no pudiera resistirse a mis encantos y convencido de mis habilidades como mujer poder pasar a la siguiente fase de mi plan. Le desamarré el zapato izquierdo para poder bajar ese lado completo del pantalón, y no perder mucho tiempo por aquello de que se fuera a arrepentir de nuestra locura, para luego bajarle el boxer negro que dejaba ver el bulto soñado de mis innumerables fantasías, el cual deslicé suavemente hasta que todo quedo ante mis ojos. Su pene ya estaba algo crecido, no se si por las películas o por mi, lo tomé con una mano y sin pensarlo dos veces me metí su cabeza entera para empezar a cosquillearla con la lengua dentro de la boca. El soltó un breve gemido y eso me dio más ánimo.
De ahí en adelante fue todo pasión desenfrenada, se lo chupaba y lamía de cuantas formas y maneras se me ocurrían o había visto en las porno, de manera suave a veces, con furia y desesperación en otras, mientras le acariciaba las bolas, las entrepiernas, los muslos, todo lo que lo circundaba.
Estando en uno de los mejores momentos, cuando con su pene doblado hacia arriba lo mamaba contra su vientre mientras estrujaba con delicadeza y precisión sus bolas, comencé a sentir que se venía, entonces se lo enderecé, lo metí casi hasta el fondo de mi garganta y comencé a succionar. La leche empezó a fluir en una cantidad impresionante, pero yo no dejé derramar ni media gota.
Luego de acabar dentro de mi boca, lo mantuve allí masajeándolo con la lengua y chupándolo dulcemente, mientras iba perdiendo su dureza. Al rato me separó tomándome por la cara, pero antes de que pudiera decir algo me tiré sobre el y lo bese profundamente, llenándolo de esa mezcla de saliva y semen que adornaba toda la comisura de mi boca. El me correspondió enseguida, abrazándome fuertemente para luego separar sus brazos y empezar a acariciar mis hombros, mi espalda y al fin mi cola, que quería que fuera toda suya.
Terminado aquel beso, con una felicidad que no puedo describir, nos separamos y quedamos sentados en el sofá, cada uno al lado del otro, mudos, pensativos, recordando con lujo de detalles todo lo que acababa de suceder. Me incorporé rápidamente y volviendo a ponerle mi colita frente a su cara me incliné para servir dos copas de vino, le alcancé una y le acaricié el miembro mientras lo miraba fijamente a los ojos con una sonrisa tierna y lujuriosa, el me correspondió sacando la punta de su lengua, y entonces me acurruque sobre el mientras nos bebíamos el vino.
Al cabo de un rato me dijo: “ha sido más que maravilloso, nunca me lo hubiera imaginado”. Yo llena de orgullo le respondí: “imagínate que eso ha sido sólo un jueguito rápido, apenas usando la boca, sin desvestirnos y algo incómodos aquí en el sofá. ¿Te imaginas cómo sería en todo su esplendor, desnudos en la cama, jugueteando con todo nuestro cuerpo, ofreciéndote todo mí ser y esmerándome en complacer tus más escondidos deseos? No, no me lo puedo imaginar, ¡lo quiero hacer ahora mismo!
II
Conversamos un rato más mientras nos bebíamos el vino y cultivábamos el morbo con miradas cómplices que me hacían desearlo más, sentirme más femenina, darme cuenta, por primera vez, que cuanto más me excitaba mi penecito crecía un poquito pero se me ponía más blando y suave, era riquísimo sentirlo así y tocarlo, frotarlo y tener sensaciones distintas sin que se me endureciera, era fantástico, además sentía que mi culito brotaba como el capullo de una flor que ya va abrirse en mil pétalos de colores, húmedo, lubricado, todo de manera natural. Me metía los dedos con una facilidad asombrosa y hurgaba en lo más profundo y cuando los sacaba para ver si estaban manchados de algo no deseado, siempre aparecían limpios, rodeados de una babita transparente, dulzona, divina, que me ponía a millón.
Me levanté del sofá despacio, me incline sobre el, le di un beso y lo tomé de su miembro que permanecía en reposo. El se levantó y yo di media vuelta sin soltárselo, para guiarlo hasta la habitación. Al llegar lo solté para encender una luz tenue y poner un fondo musical suave, sin mucho volumen, y acariciándolo le sugerí tomar una refrescante ducha. Nos desnudamos y entramos a la regadera, el agua estaba tibia, el enseguida tomó la pastilla de jabón y luego de enjabonarse el pecho comenzó a frotarme los hombros, bajando lentamente por la espalda hasta rodear mis nalgas.
Allí se entretuvo un largo rato, enjabonándolas de forma circular, desde la base hacia arriba y bajando por la rayita, yo me partía y me restregaba contra el, y el me apartaba para comenzar el masaje una y otra vez. Al terminar de quitarnos el jabón, todavía mojados, le tomé el pene y lo cubrí con crema dental, se lo froté suavemente y entonces me flexioné para comenzar a chupárselo, lentamente, abriendo toda mi boca para meterlo sin tocarlo y cerrándola para apretarlo mientras lo sacaba. Esto le debió fascinar porque al poco rato me dijo, no sigas en eso porque me vengo. Yo obedecí al instante y con agua fría le quité toda la crema.
Espérame en la cama que ya te alcanzo, ve quitando los cobertores y sirve unas copas de vino mientras termino de arreglarme para ti. Asintió con la cabeza y salió del baño. Yo enseguida me pinte los labios de rosa muñeca, me puse unas gotas de perfume en cada tetilla y en la base de las nalgas, me lubriqué el ano y me vestí con mi prenda favorita. Una cinta de unos tres centímetros de ancho por metro y medio de largo, que me colocaba doblándola por la mitad, rodeando el pene y las bolitas para jalar mi sexo y mantenerlo hacia atrás, pasaba la cinta por la raja del culito y a nivel de la cintura la traía hacia adelante, para subirla cruzando mi pecho y finalmente amarrarla firmemente alrededor de mi cuello. Era divino caminar así con esa cinta rozándome todo allá abajo, contoneándome y ahorcando mi pequeño miembro, sintiendo las bolitas en el culo, formando esa rayita vertical en mi pubis que semejaba una cuquita, me encantaba definitivamente sentirme así.
Salí del baño y me dirigí a la cama, una sonrisa de felicidad se dibujó en la cara de mi Andrés, a la vez que exclamaba: “estás preciosa y además vienes envuelta para regalo, ¡con lazo incluido!”. Me sonroje un poco, sintiendo un calorcito en mis orejas, respondiendo: si, soy tu regalo y quiero que me goces ¡sin límite!
Subí a la cama, me arrodillé a su lado y comencé a besar su pecho, acariciarle su miembro, que ya lo tenía bastante crecido y comencé a chupárselo. El me acarició la cintura y de allí paso directamente a mi colita, buscó mi huequito con su dedo, y ejerciendo una leve presión se deslizó suavemente a mi interior. Comenzó a masajearlo tiernamente de manera circular, metiéndolo y sacándolo despacio, aprovechando la lubricación, de pronto lo metía hasta dentro, más profundo, otras veces sólo la hasta la mitad y entonces ejercía presión hacia los bordes, como para dilatarlo y ampliarlo.
Tras un rato de ese juego de mágicas sensaciones e infinito placer me giró, sacó su pene de mi boca y entonces colocándolo en la puerta de mi hoyito, lo metió despacio, mientras yo lo relajaba y pujaba levemente, con mis manos tomé firmemente sus nalgas y lo empujé entero dentro de mí, moviendo la cintura acompasadamente en círculos.
Cuando lo sacó para cambiar de posición, yo aproveche para chuparlo y ensalibarlo, de manera que siguiera entrando y saliendo suave y rico, al sacármelo de la boca, arrodillado en el borde de la cama, me puse en cuatro, con la colita bien levantada, abierta, en ofrenda a ese miembro tan deseado; el se había bajado y estaba de pie en el borde de ese templo de amor, me tomó tiernamente por las caderas, lo introdujo despacio, hasta el fondo, sentí su vientre y sus muslos en mis nalgas y comenzó a bombearme, despacio, lento, duro, rápido, alternando una y otra forma. Mis piernas temblaban, yo me pellizcaba las tetillas desesperadamente, y el soltó una de sus manos de mi cadera para acariciarme el pene y luego, tanteando mis bolitas, meterme la mano y hundirla entre ellas, como buscando su pene dentro de mí.
El placer fue tan intenso, que mis piernas fallaron y caí sobre la cama y el a continuación, sobre mí, sin haberse salido el pene, me l siguió bombeando con un ritmo que me enloquecía. Giramos en la cama media vuelta, quedando el acostado y yo sobre él, giramos otra media vuelta y él encima de mí me seguía cojiendo desenfrenada y tiernamente.
Lastimosamente, ese rico desenfreno que me partía y afloraba mis más recónditos placeres no duró mucho, pues luego de semejante meneada y mete-saca, Andrés empezó a alertarme que se venía, que ya no podía aguantar más. Me incorporé velozmente de manera de apretarle el pene con mis manos, labios y lengua y deleitarme con ese maravilloso semen que me había ganado. Tragué una buena porción y el resto lo apliqué sobre mis tetillas y el ano.
Quedamos tendidos, largo a largo sobre la cama, yo seguía tocándome el huequito y untándome la saliva llena de semen que quedaba en mi boca, cuando oí que Andrés me decía: “ha sido impresionante, nunca había tenido una experiencia así, te he cogido divinamente, me has hecho sentir y acabar de mil maneras y ni siquiera se tu nombre”. Yo no pude más que reír, ante tal ocurrencia y responder: “tienes toda la razón, déjame presentarme, soy Dévora y estoy encantada de habernos conojido ”.