Devaneos de sexo en una isla solitaria
Un adolescente fogoso se enfrenta al sexo por primera vez, guiado por una diosa experta.
DEVANEOS DE SEXO EN UNA ISLA SOLITARIA
De nuevo verano, la estación que más me gusta, no solo porque ya salgo de la monotonía de mis estudios luego de un arduo año con los libros y toda la cosa, sino más bien porque puedo regresar a mi tierra natal, una pequeña isla del Mediterráneo que si bien no aparece en los catálogos de turismo ofertada como un paraíso, tiene un encanto que solamente las personas que saben lo que es bueno en esta vida y los que buscan algo distinto que la diversión al máximo, conocen de la existencia de este lugar y lo dibujan en su mapa vacacional.
Y claro está, este no es el único aliciente para sentirme más que a gusto, también está el volver a ver a mi familia y a mis amigos, además de que siempre puedo juntar un dinerillo extra ayudando en el negocio familiar que instalaron mis padres junto a la playa, desde antes de comenzar mi adolescencia. Nunca está de más mencionar que mi mayor motivación es que por estos parajes mediterráneos siempre merodeaban unas tías fabulosas, que venían envueltas en empaques con calidad de exportación, mujeres que, en su gran mayoría, se gastaban unos cuerpos que dejarían abochornado al más lujurioso de los hombres.
El pequeño bar de mi familia, conocido como "El Chiringuito", está ubicado en una posición un tanto estratégica, ya que es paso obligado hacia un sector de la playa que está en reserva para el público nudista, y no es que todos los días podía ver tías en cueros, -pues solo en el momento de estar allá se quitaban la ropa-, pero siempre al regreso de su jornada de baño y sol se sentaban en alguna de las pocas mesas que había o se acodaban en la barra para tomar algún refresco o bebida, aunque a pesar de estas circunstancias, nunca tuve oportunidad de llegar siquiera a conversar con alguna de las bellezas que se contorneaban en los asientos del bar, por diversos los inconvenientes, pues la mayoría estaban acompañadas por algún tipo, y las que estaban solas o en grupo, me daban la impresión de que no tenían interés en un adolescente que se dedicaba a servir bebidas a la clientela y a limpiar las mesas del local, agregando que a mis padres no les gustaba que confraternizara demasiado con los clientes. Así, entre todas las vivencias y las inevitables erecciones que me provocaban las estilizadas siluetas de todas las tías, iba sobrellevando los días con la ayuda de alguna que otra paja en honor de la última que me había despertado fantasías sexuales, a la que yo proclamaba imaginariamente mi musa del día.
Todo tomó un giro radical cuando cumplí mis 18 años, obviamente un joven mucho más responsable que comenzaba a saborear las verdaderas obligaciones de la vida, mis padres a confiarme tardes enteras en el bar e incluso algunos días completos entre semana. Esta fue la oportunidad ideal que tuve para expansionar mi radio de acción y observar el sector nudista de la playa con más libertad, aunque la distancia y la incandescencia del sol no me permitían ver ningún detalle en particular, pero la imaginación es un arma fuerte y no pasaban un par de minutos antes de que me traicionara el impulso libidinoso propio de mi edad y comenzara a empalmarme; entonces alternaba las miradas a la playa con las tareas de limpieza de las mesas, como un intento para apaciguar mis ánimos.
Había días en que ya no sabía como calmarme, sobre todo aquellos en que por alguna cuestión tenía que pasar por el sector de la playa nudista; de hecho no me gustaba transitar mucho por ese lugar, ya que es avergonzante pasar viendo algunas tías con sus atributos al aire, que comienzan a reír al ver mis ojos desorbitados y como se arma la carpa de circo debajo de mi ropa de baño. Por eso, trataba de hacer el recorrido lo más brevemente posible y mirando al horizonte, sin mencionar que estar vestido entre toda la gente desnuda te saca bastante de onda, te sientes como un lunar. Aún recuerdo cuando me ofrecí para colaborar en labores comunitarias de la isla y me mandaron a realizar limpieza precisamente en esa parte de la playa, no se si calificarlo como el mejor o el peor día de mi vida, el peor por la vergüenza tan sofocante que sentí ese día, o el mejor porque ese día me corrí el mejor pajazo de mi vida; como no sabía ya qué hacer con tanta presión en mis pantalones y mi casa quedaba lejos para desfogarme en mi habitación con las imágenes frescas de bellas mujeres con enormes senos al aire, se me vino la idea de ir hacia la parte de atrás donde hay unos arbustos y allá descargar toda la tensión dolorosa del semen que tenía dentro, así que, sin pensarlo, me dirigí con rumbo al lugar planificado, sorteando algunos obstáculos que me dificultaban el trayecto, avancé hasta colocarme detrás de una especie de duna de arena, donde pensé que me perdería de vista del resto del mundo. Apenas estuve ahí, me desabotoné los pantalones y removiendo hacia un lado mi interior, pude con dificultad liberar mi pija que estaba completamente tiesa como el acero y roja como un tomate, dando la sensación de que iba a estallar, y de hecho, así fue, no tuve que hacer demasiados esfuerzos para que ésta soltara toda su carga en una poderosa eyaculación, esparciendo mi leche a un par de metros de mí. Una vez apagado el incendio, procedí a poner de nuevo todo en su lugar, cuando pude oír una risa entrecortada que provenía de muy cerca de mí, volteé a ver y pude observar a una mujer completamente desnuda un tanto agazapada junto a un matorral, que había a pocos pasos de mí, sin saber desde cuando estaba allí, pero por la risita sardónica que se dibujaba en sus labios me imaginé que había presenciado todo el acto, por lo que no sé de cuantos colores me había puesto; lo único que pude atinar a hacer fue salir por piernas a toda prisa, dejando a aquella mujer atrás en lo que parecía gritarme que esperase, pero mi vergüenza era tanta que no di marcha atrás, llegué exaltado al bar, cogí el teléfono y llamé a mi casa, hablé con mi mama y le dije que me sentía mal y quería irme para allá, lo cual aceptó un tanto interrogativa. Hablé con "El Bolón" un señor regordete que nos ayuda en el local- y le pedí que se encargara del negocio hasta que llegara mi madre, alegando que yo tenía que ir a casa porque tenía cierto malestar; así que sin esperar más, cogí mi motoneta y manejando maquinalmente porque mi mente iba concentrada en el reciente incidente, me fui a casa. Sabía que eso podía tener repercusiones, me preocupaba que se esparciera el chisme de que pillaron al chico del chiringuito haciéndose una paja en los matorrales, por lo que pasé toda la tarde pensando en esa posibilidad, pero luego de varias reflexiones comencé a restarle importancia.
A los pocos días, fui de nuevo al bar, mis padres ya no se comían el cuento de que estaba enfermo. Apenas hacía 15 minutos de haber llegado, cuando un hermoso panorama nos cambiaba el ánimo al "Bolón" y a mi, eran dos chicas sinceramente espectaculares, una más guapa que la otra, y a través de los ajustados shorts que llevaban puestos, se notaba que tenían todo bien plantado en su lugar, nos quedamos con la boca abierta, ni siquiera me había percatado de que un cliente estaba esperando ser atendido, aunque luego de unos instantes, él también se recreó con el corto paso de esos dos monumentos de mujer.
A partir de entonces, todos los días aquellas ninfas del mar pasaban por delante del bar, lo que me permitía contemplarlas. Como siempre iban las dos solas, me curiosidad e intriga iba creciendo y cada vez estaba más ávido por saber quienes eran y deseoso de observar más de cerca esos lindos cuerpos, así transcurrieron un par de días, y en la isla a mí ya me habían soplado un par de rumores sobre ellas, entre los cuales me enteré donde se estaban alojando; todos especulaban con su edad y de donde eran, e incluso llegaron a decirme que podían ser una pareja de amiguitas lesbianas, por aquello de que pasaba el tiempo y no ligaban con nadie. Al principio, eso me decepcionó, pero luego esa fue una razón más fuerte para fantasear mentalmente con esos dos cuerpos perfectos fundiéndose uno con el otro. Llegó a tanto mi grado de atención sobre ellas, que podía haber hecho una escala con los tonos de piel con que regresaba cada una luego de tomar el sol al natural en aquella playa, de manera que su sex appeal era aún mayor con tan seductor bronceado sobre sus cuerpos, en cada uno de los centímetros de su piel.
Yo sabía que eran mujeres para soñar, casi inalcanzables, pues sin contar con el inconveniente de mi edad, no me considero feo, tengo un cuerpo varonil y definido y muchas amigas en el cole y en la universidad me consideraban atractivo, pero esas dos tipas eran demasiada mujer para cualquier hombre, aparte del rumor de que eran lesbianas. Cierto día, cuando menos lo esperaba, se acercaron al chiringuito y pidieron dos bebidas, el gordo del "Bolón" y yo casi nos peleamos por atenderlas, pero le gané la partida y haciendo el esfuerzo de que mis ojos no se me cayeran sobre sus escotes, serví sobre el mostrador lo que habían ordenado, conversaron amenamente entre ellas, mientras hacía callar al "Bolón" que estaba haciendo ruido en la cocina para que me dejar oír lo que platicaban estas dos señoritas. Al ver mi atención tan concentrada con ellas, les dio por departir conmigo con mucha simpatía, y entre otras cosas pude averiguar que se llamaban Carla y Lucía, y comencé a relacionar lo que me habían dicho mis amigos porque parece que no habían acertado casi nada sobre ellas, confirmándose una vez más que el deporte nacional acá, es el chisme.
Llegó nuevamente el fin de semana, el viernes con un movimiento desesperante, gente por todos los lados, fiestas que se montaban por todas partes, que se alargaban hasta el mismísimo sábado, sin contar a los que iban de largo, yo por mi parte, juicioso y cumplidor atendiendo el bar junto con mis padres y "El Bolón", así que el sábado en la mañana, un poco más temprano que lo habitual me dirigí a abrir el chiringuito porque sabía que la jornada iba a ser igual o más movida que la del viernes. Nuevamente me ví congraciado al percatarme de que se acercaba al bar una de las dos chicas despampanantes, vestía un poco ligera, parecía que estaba de buen un humor y comenzó a tratarme con cierta ironía, pidió un refresco y me estuvo platicando sobre su estancia de vacaciones, entre otras cosas; yo le pregunté porqué andaba sola, a lo que me respondió que su amiga Carla estaba algo resacada y se había quedado en casa. Sobre la que más comentarios había oído era precisamente de su amiga, de la que circulaba el rumor de que andaba con un tipo negrito llamado Match, que regentaba un pub no lejos de allí que se llamaba "Coyote Bar". A mi personalmente me caía mejor Lucía, me gustaba más su forma de tratarme, no sé, tenía un aire especial, la encontraba como mas cercana y asequible, además me daba la impresión de una hembra con deseos controlados, reposando para tomar fuerza, esperando el momento indicado ..casi podía oler sus deliciosas feromonas.
No sé si se percataba de que mi mirada siempre se clavaba en su rostro, se hundía en sus ojos profundos, recorría sus pechos y sus torneados muslos una y otra vez en una secuencia interminable e incansable, algo que no parecía molestarle sino todo lo contrario. Estando conmigo con aire confianzudo, como que coqueteaba con un joven bisoño y algo salido, me pidió un papel y comenzó a escribir algo, yo quedé intrigado sin saber de que se trataba hasta que me lo entregó y con una sonrisa cautivadora me preguntó si le podía ayudar con eso, se trataba de suministrarles unos cuantos refrescos y unas que otras bebidas. Acepté gustoso el encargo y le prometí que a la mayor brevedad que me permitiera mi trabajo se lo llevaría a la cabaña donde se estaban alojando. Ella frunció el ceño sorprendida como diciendo "¿y éste como sabe donde vivimos?", pero sin darle mas importancia, se marchó agradeciéndome por todo.
En la mañana del día siguiente, ya con su pedido completo, me dirigí deprisa a su cabaña, donde con el paquete entre manos hice el esfuerzo de llamar a la puerta, apareció Lucía frente a mi lo más excitante que he visto en mi vida, con el cabello completamente mojado, haciéndola lucir aún más sexy, y con un pareo atado a su costado, que le cubría desde los pechos hasta las rodillas, marcando sus bonitas curvas. Mi impresión fue tal, que si no hubiera sido por la caja que llevaba, habría visto en primer plano como despertaba mi polla bajo mi bermuda, pero me hizo pasar, me dirigió hasta la cocina y dejé la carga que llevaba, luego, con un movimiento rápido y distraído acomodé mi verga al cinto del pantalón de baño, para que disimulara algo, mientras ella se estaba ocupando en hablarme y en aplicarse algo cremoso sobre su cuerpo; luego de flirtear un poco con su mirada y su sonrisa, me dijo que estaba sola en casa porque su amiga andaba de parranda con su amigo a lo que yo agregué que la habían visto con el tal Match. Yo me sentía tan a gusto en su presencia que no encontraba la forma de cortar la conversación y marcharme, así se me ocurrió algo absurdo para prolongar la situación y viendo que intentaba ponerse la leche protectora en la espalda sin conseguirlo del todo, me ofrecí a untarle yo, con ninguna esperanza en que aceptaría pero con el morbo misterioso de su reacción a mi ofrecimiento ventajista y así probar hasta donde quería llegar su coqueteo conmigo. Me parecía entender en su actitud, que estaba jugando conmigo como un animal poderoso que lo hace con uno indefenso e inexperto, pero a mi me deslumbraba su fuerte atractivo y me agradaba verme en sus redes, la consideraba como una diosa que me manejaba. Yo, pobre de mí, aunque era muy calentón, todavía no había practicado el acto sexual con mujer alguna y aunque había visto muchas películas sobre sexo y pornografía, era consciente que no era lo mismo ver los toros desde la barrera que bajar al ruedo y enfrentarse. Por eso, sentía un temblorcillo interior y una sensación de zozobra e inseguridad terroríficos.
Sin embargo, le suerte estaba echada y con sorpresa para mi, Lucía me extendió el tubo de leche con un gesto de aprobación, ofreciéndome la parte de la espalda que tenía que recubrir, mientras se sentaba en un sofá del salón. Comencé a embadurnarle la espalda y los hombros, ampliando poco a poco mi área de recorrido manual, luego se tornó en un masaje intencionado y audaz por mi parte, de ahí me había calentado tanto el contacto con su cuerpo, que noté que también ella estaba disfrutando de mi manoseo. El untado de la leche protectora se hizo largo, ya mi mano bajaba hasta las inmediaciones de su preciosa colita, cambié el trayecto de mi mano y sus acciones iban dispersas de un lado a otro, luego ya sus senos recibían complacidos mis paseos manuales por debajo de la sedosa tela del pareo, a poco ya totalmente lanzado, me aventuré a desatarle el pareo, dejándolo caer sobre su cintura conforme estaba sentada y viendo que no protestaba, si no más bien se mostraba permisiva, gozosa y sumisa bajo el efecto relajante y placentero de mi vendaval de tocamientos. A estas alturas, ya mi polla estaba más que candente, super tiesa, mi cuerpo en un arrechucho incontenible se adosaba al suyo, como para poder accionar mejor los movimientos. El contacto de mi abultado miembro sobre su costado, provocó que ella se volteara a comprobar si aquello era lo que pensaba, mientras yo, disimulando, continuaba sobándole la piel sensible de sus pechos, que por efecto de su excitación se inflaban y desinflaban al compás de su respiración penosa y profunda. Sentí que se había puesto tan cachonda como yo lo estaba y así era pues mirándome a los ojos como nunca lo había visto en una mujer, realizó un movimiento reflejo de su mano y la posó sobre mi polla por encima de la bermuda, exprimiéndola y masajeándole con fruición. Si me hubieran dicho unas horas antes que aquello que estaba sucediendo era real, no lo hubiera creído, pero estaba tan turbado por el calentón, que todas mis neuronas estaban al servicio de una sola causa y lo demás no contaba para mí. Sintiendo que se había producido un infierno de deseo entre los dos, me eché descaradamente sobre ella, besando y chupoteando su cuello y sus labios, al tiempo que mi mano acariciaba codiciosamente sus tetas en todo su contorno. Así estuvimos retozando unos minutos sobre el sofá. Lucía, toda entregada, me susurró al oído la pregunta de si había estado alguna vez con una mujer, puesto que mi descontrol y poca definición en mi asedio eran evidentes. No pude contestarle otra cosa que la verdad, que era la primera. Ella sonrió con un gesto y protector, que destilaba deseo y ternura a la vez. Yo, entusiasmado por aquel don del cielo tan impensado, me bajé la bermuda hasta los tobillos, quedando junto a ella con mi verga lívida apuntando hacia su cuerpo, como invitándola a hacer uso de ella; no tardó ni segundos en empuñarla con firmeza y frotarla con sus dedos, lo cual me producía una sensación tan intensa que me provocó un fuerte estremecimiento, seguido de una descarga abrupta de leche que le llenó la mano y le salpicó parte del pecho y la cara. Me sentí culpable y abochornado por aquella inoportuna eyaculación y le pedí disculpas acongojado por ello, pero ella, por suerte, no le dio demasiada importancia y siguió ensimismada viendo que mi herramienta no se había resentido y continuaba erguida y pujante. Después de quitarse el semen de su piel con una toallita, procedió a limpiarme la pija, con tanto mimo y esmero, que debido al contacto cálido y amoroso de su mano me había recrecido y se empalmó de forma imponente. No pudiendo contenerme más, me abracé a su cuerpo desnudo, la besé en la boca como mejor supe, con ganas y ardor, doblegué su cuerpo para tumbarla sobre el sofá, consiguiendo que se quedara sentada y al abalanzarme sobre ella, me agarró por la verga y jaló de mí para sentarme a su lado. Entonces, sin darme tregua, desbordada por una tremenda excitación, se sentó sobre mí a horcajadas, se envainó toda la polla en su raja y comenzó a galopar frenéticamente sobre mi sexo, haciéndome sentir lo indecible, un gusto febril cercano al paroxismo, cada vez que sus genitales chocaban contra los míos. Así, estuvimos unos minutos, yo alucinado de lo que estaba gozando, aguantando mi dureza dentro de su coño ardiente, mientras Lucía se movía con destreza abrazada a mi; a cada saltito de su cuerpo sus pechos se balaceaban al mismo ritmo. Me sentí más seguro, y confiado en culminar una cogida digna de la mujer que tenía en mis manos. Estando en este trance, escuchamos el ruido de una moto que se detenía frente a la puerta y en medio de la agitación que nos invadía, Lucy se estiró, sacando el pene que le tenía ensartado hasta los topes, se puso en pie, dejándome con la polla al aire, toda congestionada, a punto de correrme, lleno de estupor, ya que no entendía que estaba pasando.
-Vamos rápido, Oliver, tienes que irte .! Ha llegado Carla y no quiero que nos vea así.
Me dejé llevar refunfuñando, mientras me ponía la bermuda; Lucía me arrastró adentro de su dormitorio y me señaló una ventana que daba al exterior, para que escapara por allí y me largara, como forma de salir de aquella emergencia.
-Vete Oliver ya hablaremos en otro momento!-Me dijo como despedida.
Me tocó deslizarme por la ventana, menos mal que era de poca altura. Me dirigí de nuevo a mi chiringuito, pensando en lo que había pasado, conmocionado por la situación de haber tenido que cortar de forma tan repentina, aunque me sentía el mas feliz de la tierra por haber conseguido llegar tan lejos y vivir aquellos momentos de gloria. Pasé el resto del día meditabundo, diciéndome a mi mismo, que merecía otra oportunidad para culminar el acto y gozar juntos, seguro de que podía dar la talla con creces.
Como era domingo, cerré un poco más temprano, me fui a casa y una vez en mi dormitorio no pude evitar el recordar aquel roce divino de sus senos y ella con mi polla, ese contacto tan intenso que me había desconectado del mundo, no podía dormir y tampoco quería correrme como pendejo a punta de pajas, su imagen estaba presente, la necesitaba . . . . -¿y si me rechazaba? pensaba yo, no pude más, junté todo el coraje que pude y salí de mi casa con todo el afán del mundo hacia la de ella, la iba a tener otra vez, no sabía como pero lo iba a hacer, me demoré más de lo que pensaba, porque al reflexionar las cosas cada cinco pasos que daba me regresaba uno, pero finalmente ahí estuve frente a su ventana, sabía que estaba abierta porque la dejé así cuando me escapé la mañana anterior, porque tal vez en mi subsconsciente sabía que iba a regresar por más. Guiado por mis instintos y frenado por mis miedos e inexperiencia, ágilmente subí, logrando abrir la ventana, asustando a Lucía con el ruido, pero antes de cualquier reacción me anuncié diciéndole que era yo y que todo estaba bien.
-Oliver . . . . pero qué haces aquí?! Me dijo algo entrecortada.
-He venido para estar contigo y seguir lo nuestro. Me echaste cuando más estaba disfrutando. . . . .! Atiné a decir haciéndome el maloso.
-Pero, cómo se te ha ocurrido forzar la ventana y entrar así?
-Es que ayer al salir la dejé mal cerrada. Lo tenía planeado! Mentí para afirmar mi postura de hombre decidido.
-Nos puede oír Carla . . . . y ella no sabe nada de esto!
-No tiene porqué oírnos. . . . o quieres que te amordace? Le dije invocando nuevamente mis convicciones.
-Que loquito estás, Oliver . . . . .! Me dijo algo resignada.
Intuía que estaba muy excitada, quizás aún desde el día anterior, pero ahora ante la presencia de su macho se le había reavivado su deseo, sus pezones casi podían perforar la sábana con que se mal cubría vanamente, ya que pude ver que solo llevaba puesto un delgado y cortito pantalón pijama, pudiendo percibir el aroma que desprendía su carnosa vulva que se estaba humedeciendo, al captar el estado de mi polla desesperada por embornar su glorioso orificio.
La veía, entre la tenue luz del amanecer, arrollada a su sábana, con parte de su cuerpo bañado destapado y no lo podía creer, tenía un aspecto tan sensual y provocador, con su cabellera completamente alborotada, creando una imagen algo paradójica, como un caos controlado en el punto justo, acompañado de un rubor calenturiento en sus mejillas y una mirada incitadora invitándome a iniciar una sesión de recreo del acto inacabado el día anterior, a lo cual se le agregaba la marca de unos pezones prepotentes debajo de la delgada sábana, casi transparente; aquello no podía ser mejor, el desenlace era inevitable. Seguí encaramado a su cuerpo, estampándole un beso y degustando ambos labios de su sexy boquita frotándolos con los míos y mi lengua, a la vez que la intensidad de nuestra respiración iba en aumento, yo completaba mi acción estrujando sus senos con el ímpetu y el arrobo de un hombre que se iniciaba en estas lides, de una forma soñada e inesperada, correspondiéndome ella, agarrándome del cabello y ejerciendo una presión extra como invitándome a que me comiera ambos senos.
Rápidamente, me despojé de la ropa que llevaba aún puesta, quedando totalmente desnudo, descendí torpemente por su abdomen, tratando en vano de dármelas de artesano del sexo, a lo que ella incorporándose con una dulce sonrisa en su rostro, me tomó de los hombros y suavemente revirtió la posición quedando yo boca arriba, besándome y arrullándome al oído con suaves confesiones de pasión, para aumentar su hechizo y transportarme al más elevado de los disfrutes; comenzó a cogerme la pija, logrando que mi erección se potenciara aún más y con la agilidad de una amante avezada en muchas batallas, acrecentó la presión de mi implacable miembro por medio de increíbles caricias y un reposado tocamiento.
Sabía que lo bueno estaba por venir, le retiré la sábana hasta la cintura, mientras ella deslizándose atrevidamente por mi cuerpo, llegó hasta una posición en que mi polla estaba en las puertas de su boca y mirando ávidamente la expresión anhelante que mi rostro denotaba me obsequió una vez más con su sonrisa cargada de sexo y sin más contemplaciones comenzó a introducirse mi pija entre sus labios, en una secuencia excitante, deteniéndose cada vez en la punta de mi miembro, provocándome sensaciones indescriptibles, dejando mella en mi para siempre, del primer acto de sexo oral que me habían realizado. En un ritmo sensual asombroso, arqueando su espalda cada vez que se metía toda mi polla dentro de su boca, prosiguió con ese milagro de placer para ambos. Entretanto me hacía tan suculento soplado en mi verga, abrí sus piernas, acariciando sus muslos, hasta que mis dedos alcanzaron su trémula vulva, en un desesperado intento por encontrar el clítoris del que tanto había oído hablar e introduje mi dedo pulgar en su agujero, respondiendo ella con un respingo, pero al notar mis intenciones tomó mi dedo, lo situó sobre ese botoncito, que en todas partes lo mencionaban, pero nadie había tenido la gentileza de explicarme donde estaba. La acaricié durante un corto espacio de tiempo, deleitándome al ver como se retorcía su cuerpo de placer. hasta que viendo que mi pija se ponía intratable la saco de su boca y me dijo con voz acariciante que había llegado el momento de follarla, mientras se tumbaba de espaldas sobre la cama. Entonces en un coordinado movimiento, me tomó del cuello, regalándome un cálido beso, susurrándome palabras dulces y apasionadas, una vez más. Súbitamente, cambié de posición colocándome encima de ella, sobre sus piernas abiertas de par en par, achuché mi polla sobre su cuca, apuntando bien en el centro de su abertura labial y le disparé un golpe maestro que envainó mi espadón hasta la empuñadura, mientras mis labios y mi lengua chupaban y besaban atropelladamente todas las partes cálidas y de su cuerpo, terminando en un fiero combate de nuestras lenguas allá dentro de su boca de fuego. Esta muestra de salvaje deseo, me encendió a mi más, así que me dediqué a cumplir plenamente cada una de sus indicaciones, estaba encima de ella, metiéndole mi miembro hasta la cepa, alternando besos para apaciguar sus gemidos con lengüetazos en sus pechos, que seguían tensos y palpitantes mientras taladraba sus entrañas con todas mis fuerzas, en una frenética maratón de clavadas y penetraciones.
Al sentir mi estaca dentro de su cuerpo, Lucía comenzó a mover su pelvis buscando el encuentro total de mi pene y yo al mismo tiempo embestía como un toro salvaje, clavándole la puya hasta la mas hondo y sacándola para volver a meterla cada vez con mas fuerza. Nuestros sexos alcanzaron a moverse a un ritmo infernal, estaban como en llamas, empotrada mi pija en su gruta devoradora. Así, al cabo de unos minutos volví a sentir esa sensación sin igual de que todos los fluidos de mi cuerpo se iban a derramar dentro de ella, seguí con mis desesperados meneos de vaivén, pues ella había levantado sus dos piernas y las tenía arrolladas por detrás de mi cuello, recibiendo mis achuchones en una posición inmovilizada pero con mi polla embutida al máximo. Mientras yo rugía como un condenado, jadeando de placer, Lucía gemía de forma contenida a cada uno de mis envites, los dos con el pulso acelerado a mas de cien, deseando por mi parte alargar aquel trance y rendir a aquella hembra tan voraz y duradera; pero yo sobre excitado me sentía al límite y de pronto noté un estremecimiento muy intenso, sin poder reprimir por más tiempo mi primer orgasmo producto de una cópula completa. Descargué toda mi leche dentro de su concha y como ella parecía aun pletórica y tensa, continué machacando su coño con todas mis fuerzas con el mazo otra vez duro como el granito, hasta que alcancé a provocarle unos espasmos que me comprimían la polla como si fuera a ser engullida por un abismo y me confesó aturdida que había tenido una corrida extraordinaria.
Después de este atracón de sexo, nos abandonamos en una pequeña pausa, acostados boca arriba uno junto al otro. Nuestro reciente orgasmo, sólo era el preludio de la memorable jornada que nos esperaba, luego nos revolvimos uno contra el otro y entre mimos, arrumacos y caricias, más el deseo instintivo de agotar nuestro apetito la calentura no tardó nada en volver a nuestros cuerpos, de manera que pudimos besarnos con pasión, sosegadamente, agradeciéndonos mutuamente lo que había pasado, pero a la vez alimentando una vez más la excitación, que ya empezaba a renacer nuevamente y estaba encendiendo nuestras hogueras genitales.
Lucía, al sentir que mi pija se había recuperado casi al instante, se encaramó sobre mí, besándome las orejas, diciéndome entre palabras apasionadas y amorosas que era el momento de volver a follarla.
-Cógeme másss, amor mío . . . .! ¿No era eso lo que querías? Ya puedes metérmela hasta que se me salga por la boca!.
Sus palabras calaron en mi, poniéndome totalmente a tope, listo para ensartarle una nueva cornada, abrí sus piernas, acariciando sus muslos por dentro, hasta llegar a su enrojecida rajita, que comenzaba a chorrear restos de semen de la anterior faena. Como todo dependía del estado de erección de mi polla, cuando nos dimos cuenta ya estaba de nuevo en condiciones de atacar como un incansable ariete. Entonces Lucía giró 180 grados para quedarse arrodillada y con el tronco doblado como puesta a cuatro patas, exponiéndome un primer plano de su exquisito coño, ligeramente húmedo, inmóvil un par de segundos, se volteó a ver y sin decir una sola palabra comprendí cual era su intención, y finalmente descendiendo un poco más, hasta que mi nariz tuvo contacto con su inflamada vulva, percibiendo más claramente aún ese delicioso aroma de hembra en celo; no esperé más, y comencé a hacer el mejor trabajo que podía, evocando en mi memoria escenas de pelis porno donde lamían coños, traté de emular dicho trabajo jugando una y otra vez con los labios de su sexo, introduciendo mi lengua en él, sabiendo que me estaba yendo bien en dicha faena, porque podía corroborar eso al escuchar los gemidos que lanzaba Lucy al paso de mis labios por toda su vulva, olvidándose por momentos de mi verga que aún seguía ahí, esperando ser mimada por su aliento.
Manipulándome completamente, ella sabía que estaba a su disposición por lo que tomando el control de la situación, se incorporó y descendió una vez más pero sin dejar de darme la espalda, hasta que mi pene quedó a la altura de su gruta y asentando su sexo suavemente sobre él, me permitió disfrutar centímetro a centímetro de la penetración, hasta llegar a clavarse completamente toda mi verga en sus entrañas, en una inmensa cópula que nos proporcionó un tremendo placer, acompañado de la vista que yo disfrutaba de la penetración cada vez que ella inclinaba su cuerpo hacía adelante para aumentar el efecto del mete y saca. Podía observar como sus dilatados labios vaginales abrazaban incandescentes el cuerpo de mi miembro, contrayéndose a medida que se deslizaba mi bálano inflado entre ellos, repitiendo una y otra vez. Este espectáculo visual, más un incesante galopeo nos llevó al clímax de una manera fenomenal, entre quejidos y rugidos de placer, que podían haber puesto en alerta a su amiga Carla.
Después de este segundo asalto estuvimos unos momentos relajados y henchidos de satisfacción por nuestra vorágine de deleite sensual, Lucía me premió con una frase de aprobación, orgullosa de haber sido la que me había llevado a esa escalada de placer. Yo le respondí agradecido y subyugado ofreciéndome para eternizar aquella situación, pero ella viendo que avanzaba la mañana y su amiga estaba a punto de levantarse, me aconsejó volver a mi trabajo y evitar cualquier problema con mi familia que impidiera volver a encontrarnos.
-Mañana a la misma hora estaré aquí .! Le dije con determinación.
Lucía aceptó sin dudarlo y me prometió esperarme a primera hora, advirtiéndome que fuera cuidadoso al saltar por la ventana para evitar ser visto por alguien conocido.
La dejé allá, con su desnudez tumbada sobre la cama, con una sonrisa plácida y feliz en su rostro. Me fui alucinado de lo que había ocurrido entre nosotros, no acababa de creérmelo. Que habría podido ver en mi una mujer tan deseable como Lucy? No es que hubiera muchos habitantes en la isla, pero de seguro que bien se podía haber fijado con otros más adecuados para una aventura de este tipo. Tal vez, -pensé,- había tenido la gran suerte de haberme introducido en su intimidad de una forma tan fácil y desenfadada.
Durante los días que todavía estuvieron las dos bellas de vacaciones, cada mañana aparecía sigilosamente, como un fantasma violador, en el dormitorio de mi amiga Lucy. Mi lechita fresca del día, de macho joven y fértil no le faltaba ninguna mañana, era como un desayuno especial que disfrutábamos juntos hasta la hora de dejarla para abrir mi chiringuito. Los dos nos comportábamos como dos seres insaciables de sexo y complicidad. Yo andaba sacando pecho de saber que tenía mi propia hembra y que la satisfacía a diario.
Llegó el día de nuestro último ayuntamiento, recuerdo muy bien que era un domingo a finales de Agosto y me introduje en la casa con una extraña sensación de angustia y de deseo. Volviendo atrás los recuerdos de lo que me había sucedido con Lucía, me pareció que todo había transcurrido muy deprisa, como un suspiro de gloria.
Ese día, nos entregamos con inusitado embeleso, después de tres portentosos polvos alternando nuestras posturas más preferidas, aún intentamos aprovechar uno de los últimos cartuchos, cuando ella acometió mi verga con una cariñosísima felación, luego se desprendió de mi verga y comenzó a restregarse en un cuerpo a cuerpo difícil de describir, mientras lloriqueaba del placer que sentía y que no podríamos repetir. Mis manos accedieron a todos sus rincones, y en uno de mis desesperados manoseos le pasé los dedos por el culito, deteniéndome en el orificio cerrado a cal y canto entre sus glúteos, le hundí la punta del dedo medio y noté que se tensaba y aumentaba más su excitación; de pronto se paró un poco y me preguntó si me gustaría penetrarme en la colita, lo cual me sorprendió gratamente, ya que era el único reducto de Lucy que no había visitado mi polla. Había vivido tan extasiado hasta entonces con lo que me ofrecía que no contaba con esa novedad, al fin y al cabo ella era mi guía y mi maestra.
Entusiasmado con la idea, la tomé por las caderas y le indiqué que se colocara a cuatro, cuando me ofreció su trasero y contemplé el boquete cerrado de su culito, enfilé mi pija bien erecta hacía su agujerito sin acertar a introducirlo por la estrechez y cerrazón que presentaba. Ella me ayudó una vez más.
-Espera Oliver, cariño . . . .tienes que prepararme un poco antes!.-Me avisó amorosamente.
-Qué quieres que te haga ?
-Acariciarme como si fuera mi almejita, mi amor !
No quise oír más, le propiné unos lengüetazos que la hacían estirar su bonito cuerpo, luego le introduje un dedo untado de su jugo, a continuación fueron dos y el efecto no tardó en manifestarse, pues conforme iba rozando su esfínter se le distendía y hacía que su abertura se dilatara en condiciones para volver a intentar la introducción de mi gruesa verga. Le acomodé la punta de mi pene y conseguí meterle una buena parte del bálano en su culito ansioso y febril.
-Qué tal ahora .Lucy? Le pregunté triunfalmente.
-Mmmm! Que preciosura, que gusto me das Oliver . . . .siii, ya puedes! Exclamó ella.
Una vez que hube franqueado su cavidad anal, empujé y logré meterle toda la cabeza de mi polla, ella comenzó a elevar su colita procurándose el mejor ajuste y yo enardecido por la nueva sensación que me producía el abrir sus carnes prietas y ardientes, azuzando mi polla hacia su interior, deslizándola con cierta suavidad sin que ella sintiera dolor alguno. Fui sacudiéndole penetraciones cortas a un ritmo pausado, envainándole hasta la mitad de mi falo, gozando de los últimos espasmos; a la vez le acariciaba con mis dedos su pitoncito duro y excitado, arrastrándola así conmigo hasta el éxtasis de otra corrida que me extrajo los pocos restos de esperma que contenía mi cuerpo. Todo acabó entre sus ayes de gozo y una especie de bramido de placer que solté yo al culminar mi agitación.
El final de nuestro encuentro estuvo plagado de emociones fuertes, estuve unos momentos extenuado y triste abrazado a ella, intentando perpetuar nuestra unión y confesándole a Lucy todo lo que había significado mi apareamiento con ella y lo difícil que me resultaba renunciar a seguir teniéndola.