Deutsches requiem Parte III

Una nueva entrega de mi serie, que se ha visto demorada por causas solo a mí imputables. Espero que el interés del relato compense la distancia cronológica respecto de la segunda entrega. Y si gusta, me pongo manos a la obra con la cuarta.

Una de mis escenas favoritas del cine es aquella en la que Martin Sheen despierta en una habitación con un ventilador girando en el techo y la fantástica canción ‘The end’ sonando acompasadamente al ritmo del ventilador; así me sentía yo, en una nebulosa giratoria que se se movía al vaivén de los dedos de Martin y Natascha turnándose haciendo círculos en mi culo, sus bocas mamándome la polla, succionándome lentamente los huevos, a veces a la par y otras de uno en uno mientras la polla de Martin aterrizaba en mi boca o Natascha dejaba caer sus pezones en mis labios para que sintiera toda su dureza. Definitivamente, aquello era The end o más bien, the fucking great end. Sin embargo, aquello no había hecho más que empezar.

—Me encantaría ver cómo hacéis un sesenta y nueve, ven ponte tú encima y Martin debajo—dijo Natascha.

Martin y yo nos acomodamos en la cama, contemplé por un momento cómo su preciosa polla se erguía majestuosa de aquel cuerpo recostado y me sentía afortunado y deseoso de tener una polla así para mí, para mamarla a placer y disfrutar de la suavidad de sus huevos depilados. Yo me coloqué al lado de Martin y un poco encima de él, mientras que Natascha se puso a mi lado y empezó a susurrarme al oído cuanto le gustaba ver cómo le hacía una mamada de escándalo a su marido. Martin y yo comenzamos a gemir al tiempo que nuestras lenguas restallaban sobre nuestras respectivas pollas, y mientras Natascha deslizaba suavemente una vez más su dedo como un misil hacia el interior de mi culo, que a esas alturas semejaba una pista de aterrizaje.

—¿Te han comido el culo alguna vez?—me susurró Natascha al oído mientras yo me dedicaba a paladear aquellas dos suaves bolas que tanto me gustaban.

—No, no, jadeé, y a continuación sentí un placer intensísimo mientras la lengua de Natascha se paseaba por mi culo, alternando con su dedo, y mientras Martin me hacía una mamada espectacular.

Natascha me ensalivaba a conciencia, aumentando así mi placer, y de vez en cuando se alternaba con Martin para comerme la polla, situación que me provocaba un delicioso mareo y una sensación similar al vacío o el vértigo, para a continuación subir al extremo del éxtasis cuando Natascha o Martin, no sabría decir cuál, introducían más profundamente su dedo y me llevaban al colmo del placer. Estuvimos así un buen rato, hasta que Natascha nos pidió que nos levantáramos y nos abrazáramos en círculo.

Una vez más estuvimos un buen rato besándonos y acariciándonos, explorando con nuestros dedos los culos de los demás, el coño de Natascha, que a esas alturas era ya un manantial, mi polla cambiaba de manos tan rápido como lo hacía la de Martin, y sin dejar un centímetros de piel que no sintiera la herida de fuego del tacto ajeno, paramos un rato para asimilar tanto placer.

—Ahora vamos a dedicarnos los dos a Natascha por un rato—dijo Martin—¿quieres ocuparte tú de su coño y yo me centro en besarla y jugar con sus tetas?

—Claro, creo que ese coñito húmedo se merece una buena atención—respondí, mientras el deseo se encendía en los ojos de Natascha, sus pezones se esponjaban y pude sentir cómo su monte de Venus se henchía cuando deslicé mi mano sobre él.

Martin se sentó en la cama y Natascha se puso recostada de espaldas a él, mientras que yo estaba delante de ellos y podía contemplar a placer aquel cuerpo tan delicioso. Martin besaba su cuello lentamente, lo mordisqueaba y rozaba su oreja con la lengua, susurrándole palabras morbosas y calientes, diciéndole que después de aquello la iban a follar uno detrás del otro, preguntándole que si le gustaría ayudarle a follarme e incitándola a dejarse llevar y correrse salvajemente.

Todo esto tuvo un efecto devastador en el coño de Natascha, que por entonces rebosaba de una sustancia untuosa que como un rastro de caracoles se deslizaba por sus labios y muslos. Hacia allí dirigí mis dedos, y palpar entonces aquel pedazo de paraíso volvió a provocarme una erección brutal. Masturbar a una mujer es uno de los mayores placeres que existe, sentir cómo se humedece al roce de los dedos siempre me ha excitado sobremanera, me gusta entretenerme en sus labios, masajeándolos con suavidad, ir jugando con el dedo poco a poco, rozar el clítoris e introducir mi dedo suavemente, jugando al entro y no entro…

—Dios, méteme el dedo hasta el fondo, fóllame con el dedo, quiero sentirlo entero—gemía Natascha, mientras Martin no cesaba de besarla y de acariciarle el pecho, provocando que sus pezones se condensaran y se arrugaran como pasas, erizándose y ofreciendo una vista extremadamente apetecible. Mi dedo anular se encajó a la perfección en el coñito de Natascha, y con una serie de movimientos suaves pero intensos, mi dedo se arremolinaba en su interior, escarbaba ávidamente y extraía oleadas de placer con cada movimiento. Natascha comenzó a moverse, y mientras su pelvis subía y bajaba Martin incrementó sus caricias y la profundidad de sus besos, mientras que yo continuaba abrazado a ella, masturbándola con movimientos cada vez más rápidos. Supe entonces que había llegado la hora de atacar por todos los frentes, y mientras mi escuadrón principal penetraba las húmedas playas del coño de Natascha, otra fuerza entró en acción por la retaguardia y venció todas las defensas de su culo. Mis dedos ocupaban ahora sus dos orificios, y si como suele decirse en tiempo de guerra todo agujero es trinchera, mi ataque coordinado por el frente y la retaguardia fulminó las defensas de Natascha por completo. Todo acabó con un tremendo estallido, una explosión que ahogaba los gemidos de Natascha, sí, sí, así, no te pares, sigue, no te pareeees… joder, joder, te gusta cielo, ya verás cuando sientas nuestras pollas, te gusta así, qué ganas de follarte, Martin sujétala bien, y esa mirada indescriptible de agradecimiento que ponen las mujeres cuando alguien ha tenido la paciencia de amoldarse a ellas y saber arrancar las notas secretas que componen la melodía del placer.

Por ello no es de extrañar que a continuación nuestras dos pollas fueran agasajadas por la lengua y la boca de Natascha, que arrodillada entre los dos nos otorgó una mamada digna de recordar, con placer acrecentado porque conocedora de nuestros gustos frotaba nuestras pollas una contra otra y juntaba ambas en su boca. Presa de la excitación, no iba a dejar que Natascha se llevara toda la gloria, y me arrodillé junto a ella para contribuir al placer de Martin. Ambos nos dábamos de mamar por turnos, ella cogía la polla de Martin y me pedía que se la besara, o que se la lamiera, y yo engullía su glande encantado, disfrutando de cada centímetro. Entre lametón y lametón Natascha y yo aprovechábamos para besarnos suave y profundamente, y mientras uno mamaba a Martin el otro acariciaba a los otros dos, iniciando de nuevo el bucle infinito del placer.

—Ahora quiero ver cómo te follas otra vez a Natascha, vamos a penetrarla por turnos.

—Mmm, y luego a mí me gustaría ver cómo folláis entre vosotros y que nos follemos los tres juntos. Me excito mucho viendo a Martin penetrando a otro chico, ya verás qué bien te lo va a hacer, mientras sientas su polla dentro de ti te voy a hacer una paja que no olvidarás nunca—dijo Natascha.

Le pedí a Natascha que me cabalgara, porque es la postura que más me gusta, y pronto me encontré con su coño aprisionando mi polla, sus preciosas tetas basculando sobre mí y su lengua en mi boca. Mientras yo me la follaba, Martin nos acariciaba a ambos, a mí los huevos y la base del pene, y a Natascha su culo y espalda. Aplasté a Natascha contra mí y aumenté el ritmo de las penetraciones, todo el placer acumulado en el ambiente se mezclaba con nuestros jadeos, susurros y rumor de besos. Cuando no pude aguantar más, me corrí con fuerza dentro de Natascha, tuve un orgasmo tremendo tan solo eclipsado por el suyo. A continuación, cedí el puesto a Martin, y este la poseyó a cuatro patas, mientras yo estaba tumbado contemplando cómo gemía Natascha y cómo me pedía que acercara mi polla a su boca. Martin se recostó en la cama y puso a Natascha encima. Me pidieron que me acercara, y mientras ellos follaban los tres nos acariciábamos y nos besábamos.

Tras ensayar varias posturas y quedarnos exhaustos, paramos a tomar una copa de vino cómodamente sentados en el jardín, semidesnudos, rebosantes de placer pero todavía anhelando más. Natascha se ausentó y Martin y yo nos quedamos hablando un rato. A los diez minutos Natascha volvió a aparecer, se había puesto unas medias con ligas negras que le sentaban de escándalo, y un top negro semitransparente que evidenciaba sus preciosas tetas. Natascha se apoyó en el marco de la puerta como si fuera una estrella de cine, nos miró con cara pícara y apuntando a su entrepierna nos dijo que había llegado la hora de gozar de nuestros culos…