Deutsches Requiem I

Así fue como conocí a aquella pareja madura que me inició en la bisexualidad... Si gusta el relato continúo, los comentarios serán muy bien venidos.

Los conocí un poco de casualidad, de una forma imprevista pero previsible, una mañana de verano que podía haber sido cualquiera y que en nada difería de otras. No recuerdo con exactitud cuáles fueron las primeras palabras que cruzamos, triviales seguro, como casi todas las que comparten en sus inicios quienes solo tienen un débil nexo en común que, no obstante, establece una suerte de corriente de simpatía mutua entre aquellos que, por querencia, eventualidad o circunstancias sobrevenidas poseen una criatura singular. Y allí estaba yo, con mi fiera desatada, jadeante y avasalladora, imparable e incontrolable… Creo que pedí disculpas —a veces pasa, no lo puedo controlar—, mientras se abalanzaba sobre ella, y apenas reteniéndolo creo que se rieron, o así me lo figuré yo. Cruzamos una mirada cómplice, lo normal en esas situaciones, cuando tu perro asalta a otro con intenciones concupiscentes. Me dijeron, en un español con fuerte acento alemán, que no pasaba nada; hablamos durante un rato mientras paseábamos los perros por la playa. En la hora que todos despiden a sus amantes yo me dedicaba a pasear a mi perro, cualquier español juicioso tendría todavía por delante varias horas de sueño, pero los años de vacaciones en hoteles infestados de turistas comunitarios que a las 8.00 de la mañana plantan su toalla en las hamacas y las colapsan habían sido una dura escuela de vida. Ellos eran alemanes, me dijeron (claro, como digo, ningún nativo estaría despierto a esas horas un sábado de julio, o no en la playa, o no sobrio en cualquier caso).

Recuerdo que ella me llamó bastante la atención, no porque fuera especialmente guapa, sino porque mi pulsómetro interno siempre ha estado escorado hacia ese tipo de mujeres. Qué le voy a hacer, es ver una mujer madura atractiva y mi mente empieza a funcionar, o más bien a desvariar, y me imagino con ella tumbada y yo… en fin, lo típico cuando uno tiene treinta años y ha echado los mejores polvos de su vida con mujeres de verdad y no con niñas pijas (que me perdonen las pijas, lo siento). Me parecieron bastantesimpáticos, y yo creo que también les caí bien. Me contaron que acababan de comprar una casa y que tenían pensado pasar una parte del año aquí en la costa, ambos eran profesionales liberales con bastante tiempo libre, pasaban sus primeras vacaciones aquí, aunque conocían bien España. Como soy de natural agradable, les informé un poco sobre la zona (creo que tendría futuro como guía turístico) y me ofrecieron tomar un café. Acepté, porque tenía el día por delante y siempre me ha gustado hablar con la gente.

Nos sentamos en una terraza del paseo frente al mar, y tras la procedente charla sobre la vida y milagros de nuestros perros, me enteré de que Natasha (así se llamaba ella) era pintora y Martin (así se llamaba él) editor. Congeniamos enseguida, pues siempre he tenido aficiones artísticas, o más bien literarias, y como siempre he sido una persona de mundo, creo que les halagó el hecho de que conociera bien Alemania y Münich, de donde ellos eran. Por mi trabajo, siempre me he relacionado con gente mayor que yo, y como teníamos bastantes cosas en común pasamos un buen rato charlando. Allí sentados, pude apreciar tranquilamente que a Natascha se le adivinaban unas buenas tetas debajo del top que llevaba, era una de esas alemanas voluptuosas, de formas redondeadas y sugerentes. Debía tener unos cincuenta años, alta, con media melena rubio oscuro, la piel morena tostada por el sol, con ese moreno tan típico de las turistas del norte de Europa, estaba un poco rellenita tal vez, pero yo me imaginaba que debía tener un culo precioso. Martin también debía rondar los cincuenta y tantos, a juzgar por sus canas, pero se le veía bastante bien conservado y sin duda debía gustarle hacer ejercicio; estaba igualmente bastante bronceado.

Ahora no recuerdo si nos despedimos sin más o nos dimos los teléfonos, sé que nos vimos paseando a los perros por las mañanas, que nos encontramos alguna vez en la playa y comimos juntos en un chiringuito un par de veces. Poco a poco fuimos entablando amistad, y conocí un poco más de sus vidas, y ellos de la mía. Un día me preguntaron si conocía alguna playa nudista, porque ellos eran naturistas, y donde estábamos las playas eran más bien tipo familiar. A mí siempre me han gustado las playas nudistas, así que conocía algunas por la zona, de modo que les indiqué dónde podían ir y cuáles eran las más bonitas, rollo dunas, aguas claras y calas recoletas. No sé si por cortesía o por que les agradaba en verdad mi compañía me invitaron a ir con ellos, y aunque me negué inicialmente (normas de la cortesía, aunque me apetecía mucho, y solo de pensar en ver a Natascha en bolas me ponía malo), como me insistieron acepté.

En consecuencia, quedaron en recogerme con su coche. Martin condujo hacia la playa mientras yo hacía de copiloto y Natascha iba detrás. Es posible que durante el viaje Natascha me preguntara si tenía novia,  o quizá lo hizo otro día, en cualquier caso les dije que no y me pareció que se cruzaron una mirada cómplice entre ambos, o tal vez fue mi imaginación a causa del bochorno que hacía.

Desembarcamos en la playa y, tras andar un rato por una pista de arena, llegamos a una de mis playas favoritas, un poco escondida tras un pinar, llena de dunas y bastante silvestre. Martin no tardó en quitarse la camiseta y el bañador, quedándose completamente desnudo, y lo mismo hizo Natascha. Recuerdo que los miré a ambos y me resultaron muy atractivos, intenté no quedarme embelesado con las tetazas de Natascha, eran tremendas, con unos pezones grandes y oscuros como castañas tiernas, de amplia aureola, que destacaban sobre sus bien bronceadas tetas. Yo también me quité la ropa, concentrándome para que no se me pusiera dura (pensando en unicornios, platos de coliflor y cosas así), y creo que ambos me miraron, nos miramos e hicimos un hatillo con las ropas al lado de las toallas. Natascha abrió un bote de crema y comenzó a esparcirla por nuestras espaldas, tenía unas manos suaves, y de la sensación del sol, la brisa marina y sus manos en mi espalda pasé a verla a cuatro patas pidiéndome que se la metiera hasta el fondo, sensación que solo duró mi abrir y cerrar de ojos. A continuación Natascha le pidió a Martin que le echara crema, y mientras yo intentaba mirarla a los ojos, sentados en la toalla, él le embadurnaba la espalda. No pude evitar fijarme en que Martin iba casi completamente depilado, al igual que Natascha, y eso solo hacía que su polla destacara más entre sus muslos. Natascha me preguntó si me gustaba depilarme, pues iba bastante rasurado, y le dije que sí, a lo que me contestó que ella se lo hacía a Martin y que si quería podía ayudarme. Me puse rojo, y ella lo notó. Estuvimos toda la mañana en la playa, y mi mente calenturienta y resecada por el sol no paraba de imaginar situaciones —Martin y Natascha follando, yo corriéndome en las tetas de Natascha, ella succionándome, unicornios, y platos de coliflor para no sufrir tremendas erecciones—.

Volvimos a la ciudad y ellos me ofrecieron ir a su casa a comer. Vivían en un chalet precioso al lado del mar. Comimos en el jardín, y entre copa de vino y copa de vino la conversación derivó hacia las relaciones personales, y yo les comenté que estaba bastante escarmentado y que en ese momento no quería tener novia ni nada parecido (otra vez las pijas, nunca os liéis con ninguna). Ambos bromearon sobre la posibilidad de presentarme a conocidas suyas, pero claro, eran en general mujeres mayores que yo. Martin me preguntó si me gustaban las mujeres maduras, y le respondí que sí, y que de hecho mis mejores experiencias en la cama últimamente habían sido con maduritas. Martin asintió, y se inclinó igualmente por las maduras, pero Natascha dijo que ella los prefería jóvenes, y todos nos reímos.

Natascha me dijo que ellos en Alemania tenían varias conocidas a las que les gustaban mucho los chicos jóvenes, y me comentaron que ambos conocían más o menos el ambiente liberal. Martin me preguntó que si había estado alguna vez con una pareja, y yo le dije que no. ¿Y te gustaría probar?—inquirió Natascha. —Sí, pero no es fácil encontrar una pareja adecuada… —contesté. Verás, —prosiguió Natascha—, a Martin y a mí nos gusta compartir algún chico de vez en cuando, a los dos nos atraen los chicos jóvenes, Martin es bisexual y a mí me vuelve loca tener a dos chicos dentro de mí. A los dos nos has parecido muy atractivo y guapo y, si te apetece, podemos hacerte disfrutar como nunca en tu vida. La verdad es que no estoy mal, soy bastante guapo de cara, con unos bonitos ojos azules, delgado y de piel suave. —Natascha folla de lujo —terció Martin—y como has podido ver en la playa está tremendamente buena, si te gustan las mujeres maduras.  —¿Has estado alguna vez con un chico?—preguntó Natascha. —No, dije. —El sexo entre tres da mucho más juego —prosiguió Natascha—, y una de las cosas que más me excitan es a Martin jugando con otro chico, rozándose las pollas y haciendo todo lo que yo les pida. Los que no han probado el sexo con otro chico, no saben lo que se pierden. Martin es muy buen amante, y ha iniciado a algunos chicos, estoy segura de que si quieres probar te va a gustar,  ambos te podemos enseñar muchas cosas… Iremos a tu ritmo, vamos a cumplir todas las fantasías que tengas.

Mi cabeza bullía de deseo, calentura y excitación, algunas veces había fantaseado con hacer un trío, y Natascha me ponía muchísimo… Aunque nunca había estado con un chico, era también una fantasía recurrente, y Martin estaba muy bien, en la playa no pude no fijarme en sus bien torneados músculos y su linda polla, bajo la cual colgaban unos hermosos huevos. Como quizá me notaron un poco pensativo Natascha se apresuró a añadir que irían a mi ritmo, que ellos harían todo lo posible porque me encontrara a gusto y que no me preocupara. —Nosotros te enseñaremos, cielo, y vas a probar placeres que jamás imaginarías—dijo Natascha mientras se desabrochaba la parte de arriba del bikini y mostraba sus altivas tetas. Martin me miró y me preguntó: ¿Te gustan las tetas de Natascha? Asentí, mientras Martin deslizaba una mano hacia su teta derecha y decía —ven, acaríciaselas. Lentamente acerqué mi mano hacia Natascha quien, asiendo a su vez la mía, la depositó suavemente entre sus pechos, mientras inclinaba su cabeza hacia mí y susurrándome al oído que le encantaría sentirme dentro de ella me dio un profundo beso. Besar los pezones erectos de Natascha era una delicia, eran duros y oscuros, pero suaves al tacto, me entretuve un rato en pasar mi lengua deleitándome en ellos al tiempo que mi polla amenazaba con perforar mi pantalón.

Martin propuso que tomáramos una sauna juntos. Así fue como bajamos al piso de abajo y ellos comenzaron otra vez a desvestirse, siguiendo la célebre práctica centroeuropea de las saunas mixtas, que no sé por qué ha alcanzado tan poco predicamento en España. Se dieron una ducha y Martin me dijo que me quitara el bañador y entrara, cosa que hice, tras pasar por el chorro de agua fría. La sauna estaba en penumbra y la sensación de calor era muy agradable, el habitáculo era pequeño y estábamos los tres muy cerca. El calor, el aroma a eucalipto y la visión de Natascha y sus enormes pechos entre la neblina desencadenaron una desconexión entre mi mente y mi polla, y aquello se comenzó a agrandar y a ponerse duro, mientras Natascha me miraba divertida, yo no sabía dónde meterme (metafóricamente, de manera literal sabía muy bien dónde me gustaría estar) y Martin comenzaba también a empalmarse. Natascha nos miró a ambos, Martin me miró a mí con cara comprensiva y Natascha me susurró que si tenía ganas de hacerme una paja. Martin asintió y Natascha abrió lentamente las piernas sentada en el banco de madera de la sauna mientras se relajaba y me decía que le apetecía mucho ver cómo me masturbaba. La visión de su coñito depilado, abierto y resplandeciente me excitó muchísimo. Martin estaba también completamente empalmado, y dirigiéndose a mí me dijo que me sintiera cómodo y que disfrutara de la visión de Natascha. —A Natascha le encantaría ver cómo te masturbas, y a mí me gustaría verte también, fíjate qué buena está, creo que luego vas a tener que ayudarme a comerle el coño….  Así que de repente me vi en una sauna en casa de mis amigos alemanes, con Natascha desnuda frente a mí mirándome y sus tetas a menos de un metro, mi polla ardiendo y un calentón de mil demonios. Natascha miró a Martin y le dijo —Pajéate, cariño, pajearos los dos, por favor, me apetece ver cómo os corréis, me he excitado mucho viéndoos desnudos en la playa.