Deudas de drogas
Las consecuencias de no poder pagar las deudas van más allá del propio interesado.
La mayor alegría de mi vida ha sido tener un hermano, un hermano pequeño al cual querer y del cual poder cuidar. Todas las niñas llevamos una potencial madre dentro y mi hermanito, desde que nació, fue ese juguete, esa muñeca perfecta a la que entregar todo mi amor y dedicación. Disfruté de él todos los días, le llevaba de la mano al colegio, bajaba con él al parque, le ayudaba en los estudios y así un sinfín de actividades que compartíamos juntos. Pero nos fuimos haciendo mayores y esa complicidad se fue perdiendo poco a poco. Conforme crecía mis atenciones empezaban a molestarle, pensaba que ya no era un niño como para que yo estuviese tan pendiente de él. Empezó a hacer amigos en el colegio que fueron ocupando su tiempo en detrimento mío, y yo empecé a salir con chicos, lo que irremediablemente terminó por romper ese lazo tan íntimo que habíamos mantenido y nuestra relación empezó a parecerse más a la típica relación entre hermanos, con sus discusiones y con sus abrazos, pero cada uno centrado en su propia vida sin ocupar el espacio del otro. Y seguimos creciendo.
Yo me fui de casa a vivir con un chico y mi hermano empezó a transitar caminos peligrosos en torno a la droga. Yo ya no estaba ahí, vigilante, y él se sentía mayor, liberado de mi control, lo que le dio alas para revelarse y buscar su propia identidad. Empezó como todos, con los porros, luego vinieron las pastillas y finalmente la cocaína. No trabajaba, por lo que sus recursos económicos no le daban lo suficiente como para meterse todo lo que necesitaba, así que dio un paso más y se hizo camello de un tipo poco aconsejable. Así se sacaba una pasta que le daba para vivir bien y pagarse sus dosis. Mis padres no se enteraban de su vida, o no querían enterarse, ya que tenían bastante con sus propios problemas. Así que al final el asunto llegó a mis oídos. Traté de hablar con él pero fue imposible, no atendía a razones. No pude advertirle del riesgo que corría involucrándose en ese mundo, ya no como consumidor sino como traficante. Tarde o temprano se iba a meter en problemas y desgraciadamente para mí, ocurrió muy pronto.
Un día le robaron una partida de droga que tenía que pasar y que valía una pasta, pasta que no tenía pero que debía entregar a su jefe. Y en estos ambientes no se andan con tonterías, o pagas lo que te llevas con dinero o lo pagas con tu propia vida. Solo entonces, cuando se vio atrapado, acudió a mí.
Apelando a ese amor que siempre nos hemos profesado me pidió ayuda. ¿Pero como podía ayudarle?, el dinero que necesitaba era inalcanzable para mi y acudir a la policía significaba delatarse y terminar en la cárcel, donde le esperarían otros “colegas” que le pasaría la factura. Pensé esconderlo en casa confiando en que no le encontrasen hasta que se nos ocurriese alguna solución. Pero no vivía sola y no tenía derecho a involucrar a mi chico en este asunto, así que tampoco ese era el camino. Y al final solo se me ocurrió la peor de las ideas. Ir yo a dar la cara por mi hermano.
Cuando me presenté como la hermana de Tomás se montó un gran revuelo. Llevaban días sin saber de él y lo que es peor, sin saber nada del dinero. Cuando me recibió el que parecía ser el jefe, todos callaron. El ambiente se podía cortar con un cuchillo. En ese momento me di realmente cuenta del lío en el que me estaba metiendo y del peligro que realmente corría.
- ¿Qué se te ofrece? – Preguntó el hombre con un marcado acento sudamericano-
- Soy la hermana de Tomás
- Eso me han dicho, pero no recuerdo que tenga nada que tratar contigo…en cambio con tu hermano….
- Por eso he venido, para solucionar lo de mi hermano
- Pues es fácil, que me pague el dinero que me debe y asunto resuelto
- No tenemos ese dinero, no podemos devolverlo ahora, necesitamos tiempo
- ¿No tenemos?, ¿no podemos?, ¿necesitamos?... ¿acaso lo vuestro es una sociedad?, porque de ser así…
Le interrumpí bruscamente
- No, no se trata de una sociedad, pero es mi hermano y no puedo permitir que le suceda nada malo
- Vaya, vaya, la hermanita protectora quiere cuidar de su hermanito descarriado. Bien, y si no tenéis el dinero, ¿qué me ofrecéis a cambio?
- Nada, no tenemos nada para ofrecerle, solo pedimos tiempo. Y le pagaremos los intereses por el retraso.
- ¡Quien ha dicho que no tengas nada para ofrecerme!. Claro que tienes, por supuesto que si. Me puedes ofrecer una garantía de cobro, una garantía que permitirá que tu hermanito no sufra ningún accidente. Claro que será solo temporal, hasta que paguéis el último céntimo.
- ¿Y que garantía es esa? –pregunté asustada-
- Tú. Tú eres la garantía.
- No entiendo, ¿me quiere tomar como rehén?
- No precisamente. Los rehenes se mantienen a la fuerza, tú lo harás por propia voluntad.
- ¿Hacer?, ¿el que?
- Ser mi putita.
Las piernas me temblaron y sentí que no me sostenían. Una convulsión recorrió todo mi cuerpo y no pude evitar que se me escaparan unas gotas de orina. Lo que me estaba proponiendo era asqueroso e indecente y no podía aceptarlo.
- Yo no soy la puta de nadie. Además tengo novio.
- De acuerdo. No hay trato. Dile a tu hermano que cuando lo encontremos o tiene preparado el dinero o nos pagará con su vida…y a lo mejor con la tuya también.
Hizo un gesto con la mano para que sus secuaces me sacaran de allí. Antes de que pudieran arrastrarme grite
- ¡De acuerdo!
Me miró como con cara de no comprender. Le insistí.
- De acuerdo. Seré lo que usted quiera, pero deje a mi hermano en paz.
Recostándose sobre el respaldo del sofá y con un tono de prepotencia que daba miedo, dijo.
- No has entendido nada ¿verdad?. Tú no eres moneda de cambio de nada. Tú solo eres una garantía. Así que más vale que tu hermano se apresure en pagarme o serás mi puta hasta que me aburra de ti, y después…, después me cobraré mi deuda.
Y volvió ha hacer el gesto para que me sacarán de allí. Antes de salir hizo un último comentario.
- Estate atenta al móvil, cuando me apetezca te llamaré y deberás venir ipsofacto a mi presencia.
Luego ordenó a sus secuaces
- Tomadle el número. Creo que nos vamos a divertir durante un tiempo.
Y rompieron todos a reír.
Cuando salí de allí no sabía realmente la trascendencia de mis actos. Ni siquiera tenía claro que de esa forma mi hermano estuviese seguro. Tampoco tenía ni idea de cómo conseguir esa suma tan grande de dinero. Lejos de solucionar un problema había creado otro mayor.
A mi hermano no le dije el acuerdo al que habíamos llegado. Solo que había conseguido un poco de tiempo y que debía conseguir el dinero de la forma que fuese, robando si era preciso, pero que si no pagaba en pocas semanas nos matarían a los dos.
Esa noche hice el amor con mi novio como si fuese la última vez, como si ya no hubiese más noches, y le concedí todos los deseos carnales que hasta la fecha le había negado. No quería que un sucio mafioso pudiese tener lo que le niego a la persona que amo. Estaba preparada para lo peor.
Mis peores temores se hicieron realidad muy pronto. A la mañana siguiente recibí una llamada en la que se solicitaba mi presencia. No debía demorarme. Con la que se me esperaba, en ese momento me preocupé de no poder hacer las labores domésticas, la compra y la comida, y que cuando mi chico regresase al mediodía no tuviese todo preparado. Pobrecillo.
Salí de casa rápidamente casi con lo puesto y me dirigí a la parada del autobús. Desde la lejanía un coche me estaba esperando y se acercó a la parada. Alguien abrió la puerta trasera y gritó “sube”. Miré alrededor por si algún vecino podía verme y subí al coche rápidamente. Dos hombres ocupaban los asientos delanteros. Las bromas se sucedieron durante todo el trayecto y desde luego no presagiaban que me esperase nada de mi gusto. Me llevaron al mismo lugar donde el día anterior había estado viendo al mafioso, pero esta vez me subieron a la planta de arriba, donde se ubicaba el dormitorio. Me ofrecieron una toalla y me indicaron donde estaba el baño para que me diese una ducha.
Cuando salí del baño, el mismo secuaz que me había acompañado al dormitorio me pidió que le devolviese la toalla. Busque mi ropa y ya no estaba donde la dejé. Le dije que si se la daba no tenía nada que ponerme y se echó a reír a carcajadas. Debí parecerle tonta, era obvio que quería que permaneciese desnuda. Se la entregué y salio de la habitación entre perversas risas.
Quedé sola, desnuda, aunque sentía que estaba siendo observada. Miré a mi alrededor en busca de cámaras pero no acerté a ver ninguna, aunque seguro que estaban allí. Me senté sobre la cama tratando de ocultar mi desnudez a los posibles voyeurs cuando la puerta del dormitorio se abrió, haciendo acto de presencia el culpable de mis desdichas.
- Escucha putita, hoy no dispongo de mucho tiempo, así que me vas a hacer una mamadita y esfuérzate para que me guste.
Dicho esto se bajó los pantalones y se colocó frente a mí. Me costaba reaccionar, miraba su pene con desagrado y no terminaba por tomar la iniciativa. De repente su voz sonó fuerte y amenazadora.
- ¡Empieza ya, carajo!
Y cogiéndome de los hombros me empujó hasta situarme de rodillas presionando mi cara contra su pene. Volví a temblar y a orinarme encima, pero esta vez comprendí que la cosa iba en serio. No quería poner en peligro a mi hermano y la paciencia del mafioso no parecía ser muy grande. Tampoco lo era su pene, al que tuve que acoger en mi boca, todavía flácido. Traté de olvidar la situación y quien era el dueño de aquel miembro para centrarme en hacer una buena felación. Puse todo mi empeño para conseguir que su flacidez se convirtiera en una erección. Afortunadamente poco a poco aquello se fue transformando en algo mas parecido a una polla. Seguía sin alcanzar buenas proporciones pero el aumento de su dureza demostraba que mi trabajo empezaba a conseguir sus frutos. Su excitación aumentaba a la par que su obsceno vocabulario y sus fuertes golpes de cadera, que buscaban alcanzar mi garganta y que de haber tenido una mayor envergadura me hubiesen producido fuertes arcadas. Colocó mis manos en su culo y las suyas en mi cabeza y comenzó un frenético movimiento adelante y atrás, sacándola casi en su totalidad para metérmela seguidamente de un solo golpe hasta no poder más. Mis labios se aferraban con fuerza a su pene para proporcionarle el mayor roce posible en la penetración y mi lengua trataba de acariciar su glande dentro de mi boca. Sus gemidos cada vez más intensos denotaban que estaba a punto de correrse. Me preparé para recibirle mientras seguía incrementando el ritmo de sus penetraciones. Finalmente rompió en un fuerte orgasmo que vació totalmente dentro de mi boca toda su excitación, inundándome de un espeso semen que tragué rápidamente por miedo a que se molestase si escapaba alguna gota. No consintió en sacarla hasta que no alcanzó nuevamente el estado de flacidez. Tal y como entró salió, pero en el camino su sabor amargo y viscoso había invadido mi boca.
- Bien, puta, bien. No ha estado mal la mamada. ¿Te lo tragaste todo?
Y abrí la boca para que se cerciorase de que ya no quedaba nada.
- Así me gusta. ¿A ver si resulta que eres mejor que lo que me imaginaba?. Pues si es así mejor para tu hermano.
Se subió los pantalones, se dio media vuelta y salió de la habitación.
De rodillas, desnuda y con el sabor de su orgasmo en mi boca, me quedé inmóvil unos instantes tratando de asimilar todo lo sucedido. Intuí que en sus palabras se escondía un aviso, si le complacía en todo lo que el desease no tendíamos problemas. Al menos de momento.
La puerta se abrió y el gorila se adentró y me entregó la ropa con la que había venido. Me dijo que me vistiese que me devolvía a mi casa. Al ponérmela noté algo viscoso en mis braguitas. Los muy cerdos se habían masturbado, probablemente observándome a través de alguna cámara, y se habían corrido en ellas. Me vestí y salí de aquella casa. Afortunadamente aun pude comprar lo que necesitaba y tener la comida preparada para cuando llegase mi chico.