Deudas de drogas 2
Las deudas de su hermano continúan pasando factura a nuestra protagonista.
Habían pasado dos días y todavía no había recibido llamada alguna. Por una parte esto me confortaba pero por otra me preocupaba. Si se aburría de mí las consecuencias podían ser nefastas para mi hermano. Me resultada muy duro afrontar esta situación, pero ante esa tesitura la vida de mi hermano siempre estaría por delante. Trataba de no pensar en ello pero me resultaba completamente imposible, hasta mi chico había notado mi nerviosismo. No sabía cuanto tiempo podría seguir ocultándole la situación, una llamada en el momento más inoportuno podía dejarme al descubierto. Continuamente venían a mi cabeza las imágenes del otro día y no podía evitar que me repugnasen. Me sentía muy sucia pero por otro lado necesitaba convencerme de que hacía lo correcto, que era necesario complacer a ese hombre en todo lo que me pidiese para evitar que se aburriese de mí, lo cual nos traería muy malas consecuencias tanto a mi hermano como a mí. Debía pensar en positivo aunque las opciones que me quedaban eran de lo menos atrayentes, debía elegir entre lo malo o lo peor.
No tardó mucho en sonar el teléfono. Me habían citado a las ocho de la tarde en una céntrica cafetería y debía vestir de forma elegante. No se que entenderían por elegante, pero yo tengo lo que tengo y no hay mucho para elegir. La hora de la cita presagiaba que la noche iba a se larga y yo tenía que buscar alguna excusa para ausentarme toda la noche de casa. Solo se me ocurrió una idea, inventarme un accidente de mi hermano para justificar que esa noche la pasaría en el Hospital. Como la relación de mi chico con mi familia era nula, vamos, que no se hablaban, me permitiría acudir sin su compañía. Además él tendría que trabajar a la mañana siguiente y necesitaba descansar toda la noche. Una vez metida en el lío en el que estaba, esta excusa resultaba poco más que una mentirijilla infantil. Así lo hice, le llamé al trabajo, le conté la película que se creyó a pies juntillas y me deseó sinceramente que no fuera nada grave. Pobrecito, no tenía ni idea de la autentica gravedad de los acontecimientos.
A las ocho estaba sentada en una mesa de la cafetería con un vestido discreto pero que resaltaba favorablemente mis formas. Era lo mejor que tenía, yo visto siempre informal y no dispongo de ropa especialmente elegante. Me había traído también en una bolsa unos zapatos de tacón a juego con el vestido pero que me resultaban muy incómodos de llevar. Por si acaso los necesitaba.
No pasaron más de cinco minutos cuando vi acercarse al gorila que me acompaño la vez anterior y no venía solo. Una joven rubia le acompañaba. Se sentaron a mi lado. Traté de adivinar el sentido de su presencia, ¿sería otra “putita” del mafioso?, porque parecía demasiado joven para serlo, aunque vete tú a saber. Si lo era debía haberle costado un dineral, pues además de joven era guapa y tenía un tipo espectacular. Y no parecía nerviosa, al contrario, se la veía cómoda. Teniendo en cuenta para lo que yo estaba allí, con ella no podría ser muy diferente, así que concluí que efectivamente tenía que ser una putilla que estaba allí por dinero, no por un chantaje. No hubo presentaciones, tan solo un escueto saludo y nos fuimos hacia el coche, esta vez hacia una dirección desconocida.
Ya en el coche, el gorila me explicó para que se me requería. Don Héctor, que así se llamaba el mafioso, iba a cenar a casa de un importante amigo y quería obsequiarle por su hospitalidad, para lo cual contaba con nosotras dos. Debíamos estar a su servicio atendiendo todos sus antojos. Esas palabras me asustaron, yo nunca he ejercido la prostitución y no domino todas las prácticas sexuales. Traté de explicárselo al gorila pero no atendió a mis palabras. La chica trató de tranquilizarme diciéndome que todo era mucho más fácil de lo que me imaginaba y sacó de su bolso una pequeña pieza cónica con una base plana. Dijo que era un dilatador anal. Imagino que pensó que todavía era virgen y lo cierto es que tampoco se equivocaba demasiado. Se lo entregué a mi chico la noche antes de acudir a mi primera cita con Don Héctor, y a pesar de hacérmelo con todo el cariño, mimo y cuidado del que fue capaz, no me resultó una experiencia especialmente placentera. La chica cubrió el dilatador con una capa de crema lubricante y me lo entregó para que me lo colocase. Me dijo que lo llevase puesto hasta llegar a destino y que eso facilitaría la penetración en caso de que fuese solicitada para ello. Ella sabía más que yo y decidí hacerle caso. Con cuidado me lo fui introduciendo poco a poco. Aunque entraba con facilidad gracias a la lubricación, conforme llegaba a la parte más gruesa del aparato la sensación se fue tornando cada vez más incomoda. Me costaba dilatar y sentía como si se me fuese a romper el culo. Exactamente lo mismo que con mi chico. Al final consiguió pasar y sentí una sensación de alivio cuando se redujo la presión sobre mi esfínter. De vez en cuando debía extraérmelo y volvérmelo a meter para ir acostumbrando mi ano. Con ese aparatito insertado continuamos viaje a nuestro destino.
Cuando llegamos me quedé impresionada con el lugar. Se trataba de una urbanización de lujo con unos chalets impresionantes, con amplios jardines y piscinas y con una evidente y notoria vigilancia. Desde luego lo que se alcanzaba a ver era espectacular. Entramos en uno de ellos y llegamos a un parking bajo un porche. Al intentar bajar del coche sentí algo extraño. Tanto me había acostumbrado al juguetito que casi me olvido de extraérmelo. No me atreví a devolvérselo a la chica pues había salido un poquito sucio, así que lo envolví en un pañuelo y lo guardé en mi bolso. Con una toallita desmaquilladora me limpié el exterior del ano. Nos llevaron al interior de la casa por lo que parecía la puerta de servicio, allí, en una pequeña salita nos hicieron esperar. La casa era esplendida pero la decoración no me gustaba, estilo francés, demasiado recargado para mi gusto minimalista. Al poco volvió el gorila y nos indicó que le siguiéramos. Le acompañamos hasta llegar a un salón donde él se quedó en la puerta y nos invitó a pasar. Allí dentro estaban Don Héctor y su anfitrión.
- Ah! Sois vosotras. Ya estáis aquí. Pasad, pasad –exclamó Don Héctor, y dirigiéndose a su anfitrión continuó- ¿Qué te parece, a que son hermosas?
- Ciertamente son encantadoras –y con un clasicismo casi empalagoso nos besó las manos a ambas- Señoritas, siéntanse como en su casa, ¿quieren tomar algo?
Rápidamente un camarero nos acercó un carrito repleto de bebidas para que eligiésemos.
- Les recomiendo un Bloody Mary, -apostilló el anfitrión- es perfecto como aperitivo antes de la cena.
Por supuesto asentimos, había que darle gusto en todo. Nos sirvieron las copas y nos sentamos los cuatro en torno a una recargada mesa de madera de raíz. Los sofás en piel blanca era lo que más me gustaba, eran cuadrados, de líneas más actuales, más acorde con mis gustos, y cómodos, muy cómodos. Al fondo del salón estaba preparada una mesa con cuatro sillas. Supuse que cenaríamos allí. El anfitrión rompió el hielo.
- Me presento, me llamo Camilo y como podrán suponer soy el propietario de esta humilde casa.
Rápidamente intervino el mafioso
- Para vosotras chicas, Don Camilo. – Dirigiéndose a Don Camilo continuó- Ellas son Sasha y Victoria, y están deseosas de complacerte hasta en el más mínimo detalle.
Me quedé estupefacta. Supuse que Sasha sería la niña rubita porque parecía del este, y por tanto yo debía ser Victoria. ¿A santo de qué se había inventado ese nombre?. En realidad daba igual. Si le gustaba Victoria, pues sería Victoria.
Don Camilo se mostró interesado desde un principio por Sasha. Rubita, ojos claros, melena rubia, cara de niña y cuerpo angelical. Yo no podía competir con ella. Lejos de molestarme supuso un gran alivio para mí. Cuanto más se encaprichase de ella menos interés mostraría por mí y por tanto menos exigente sería conmigo. Lo que seguramente significaría que yo debería estar más pendiente del pichacorta de Héctor. Bueno, si me buscaba por detrás siempre sería más llevadero. No hay mal que por bien no venga, pensé.
Una vez hubimos apurado nuestro Bloody Mary, Don Camilo nos invitó a pasar a la mesa. Cubiertos de plata, cristalería con hilo de oro, platos de porcelana de no se que siglo… todo muy caro y antiguo. Sasha solicitó permiso para ir al baño a lavarse las manos. Me cogió la mía y me invitó a que la siguiese. Me pareció adecuado. Ya en el baño me instó a que me lavase los “bajos”. Había visto en el coche que no venía higiénicamente preparada y por tanto debía solucionar ese contratiempo. Buscó en los armarios y encontró lo que parecía un botiquín. Allí había una jeringa sin aguja. La llenó de agua templada y me la dio para que me la vaciase dentro del ano, así varias veces. El resultado no se hizo esperar. Me senté sobre el inodoro y vacié el contenido del improvisado enema ante la mirada de la chica.
- Ahora ya estás limpia.
Una vez aseadas volvimos a la mesa. La cena transcurrió con normalidad, buenas viandas pero un tanto escasas. Ciertamente no era lo principal de la noche y tener el estómago demasiado lleno tampoco favorecía lo que venía después. Cuando el anfitrión solicitó los postres, un camarero entró con una bandeja repleta de juguetes sexuales. Los había de todas las formas y tamaños. Dirigiéndose a la rubia, el anfitrión le dijo
- Haznos los honores
Sasha se levantó de la mesa y tomó uno de los aparatos, no precisamente el más pequeño. Se sentó en una silla frente a nosotros y se deshizo del minúsculo tanga que llevaba exponiendo a los ojos de todos su depilado sexo. Se introdujo el aparato en la boca simulando una felación mientras con la otra mano se acariciaba el coñito. Don Camilo estaba entusiasmado con la escena. Para lo joven que parecía la putilla sabía hacer las cosas muy bien. Héctor llamó mi atención y me hizo un gesto para que fuese con Don Camilo. Me acerqué por detrás suyo y empecé a acariciarle el pecho. Tomó mis manos y me las bajo directamente a su bragueta sin dejar de contemplar el espectáculo de Sasha. Cuando traté de desabrocharle la cremallera me detuvo.
- Todavía no. Luego tendrás tiempo. Ahora disfruta de lo que Sasha te ofrece.
O no entendía nada o me estaba sugiriendo un numerito lésbico con la rubia. Había pensado en muchas formas de complacerles, pero tener sexo con otra mujer ni se me había pasado por la cabeza. Yo no soy lesbiana y la sola idea de tocar a otra mujer me repele. Esto resultaba mucho más difícil de lo que ya me había imaginado. Miré a Sasha. Seguía chupando el consolador lascivamente y pajeandose con las piernas abiertas. Su infantil rostro se había transformado en el de una perra en celo. Sus artificiales gestos de placer me recordaban a los de las actrices porno en las películas. Viéndome indecisa, extendió su brazo y me ofreció el consolador para que fuese yo quien le proporcionase placer. Cuando me acerqué a ella con intención de cogerlo, me lo acercó a la boca para que yo también lo chupase. Puesta de rodillas, chupé una y otra vez ese pene de látex que su mano me introducía en la boca hasta que Héctor, acercándose por detrás, tomó mi vestido tirando de él hacia arriba hasta sacármelo por la cabeza. Seguidamente me quitó el sujetador y cogió mis pechos con firmeza.
- ¡Que delicia de tetas Camilo!. Grandes y firmes como a ti te gustan. ¿Y el chochito?, vamos a ver como lo tienes
Y empujando de mí hacia delante me puso a cuatro patas y me quitó las braguitas. Me separó las piernas y entonces pudieron contemplar al unísono sexo y ano. La posición, aparte de muy explicita, había dejado mi cara muy cerca del sexo de Sasha.
- ¿Y las tetitas de Sasha?
Preguntó Don camilo, a lo que la chica respondió quitándose el vestido y mostrándose completamente desnuda.
- Preciosas –concluyó-
Ciertamente lo eran, pequeñitas pero perfectas, con un pequeño pezoncito justo en el centro.
La situación pintaba muy mal para mí. Tenía su sexo a solo unos centímetros de mi boca y no veía otra opción que terminar de recorrer ese corto camino. Alcé la mirada buscando la complicidad de Sasha, cerré los ojos y posé los labios sobre su sexo. No era por ser ella, pero el solo contacto de mis labios me repugnaba. Hice de tripas corazón y recorrí su sexo con suaves besos evitando contactar con la humedad de su vagina. Entonces sentí nuevamente el tacto del látex. Había interpuesto el consolador entre su sexo y mi boca y buscaba el ángulo adecuado para introducírselo. Lo tomé de sus manos y con suavidad busqué el camino hacia su recóndito útero. Esto me permitió separar mi cara y ganar unos segundos a mi favor. Mientras yo la follaba con aquel aparato, ella seguía masturbándose acariciándose el clítoris. Yo había vuelto a mi posición de rodillas y mi sexo ya no quedaba tan expuesto como antes. Parecía que Sasha iba a correrse de un momento a otro aunque para mí todo era fingido, excelentemente fingido. La chica detuvo mi mano y se extrajo el pene, invitándome a recostarme sobre el sofá. Ahora las tornas cambiaban pero eso no hacía que las cosas mejorasen. Como yo no disfrutaba con lo que hacía y no me había excitado, mi sexo no había lubricado adecuadamente para poder ser penetrada sin dolor. Eso no fue inconveniente alguno para la rubia, quien sin pensárselo dos veces puso su boca en mi sexo que recorrió con su lengua por toda su extensión humedeciéndome completamente. Era extraño, las sensaciones físicas se contradecían con mis emociones racionales. La exquisitez de sus caricias hubiera sido suficiente para despertar por entero mi excitación, pero saber que me lo estaba haciendo otra mujer desactivaba por completo toda mi libido. Cuando finalmente me introdujo el consolador, perfectamente lubricado por sus propios flujos vaginales, mis sensaciones se incrementaron. Ya no solo era su lengua recorriendo mi clítoris, ahora estaba siendo penetrada y eso me recordaba a una presencia masculina, lo que de alguna manera me ayudaba a sentir en positivo.
Aquel numerito lésbico terminó por excitar a los hombres que abandonaron su actitud pasiva para participar en el juego sexual. Don Camilo deseaba probarnos a las dos, así que interrumpió nuestro bis a bis y nos coloco a ambas de rodillas sobre el sofá, con el culo en pompa y perfectamente dispuestas para ser penetradas alternativamente, lo que hizo de inmediato. Primero con Sasha, a la que tras colocarse un preservativo le insertó de un solo golpe toda su polla. Sus gritos, más que gemidos, debían resonar por toda la casa, pidiendo más y más, suplicándole que la follase con más fuerza hasta hacerla desfallecer. No podía creer que aquello fuese sincero, pero a Don Camilo le ponía a cien. Después me tocó el turno a mí y colocándose detrás me penetró con la misma fuerza que a Sasha. Sentí como se hundía de un solo golpe y desde luego aquello no era nada pequeño. Sus continuos y violentos mete-saca estaban empezando a excitarme de una manera que no había imaginado. Lo último que pensé fue en disfrutar con estos encuentros forzados, pero ahora mis sensaciones habían cambiado y con cada embestida del anfitrión se me escapaba un leve gemido de placer. Sentía vergüenza de mi misma y pugnaba por insensibilizarme, pero algo desde dentro iba creciendo poco a poco y apoderándose de mis sentidos. No podía escapar, debía seguir allí, recibiéndole, disfrutándole. No tenía sentido resistirme, así que me abandoné a mi suerte y dejé que las cosas sucediesen sin más.
La potencia sexual de Don Camilo era digna de elogio, se entregaba a fondo haciéndome disfrutar aun sin desearlo, le sentía dentro como nunca antes lo había sentido y aquellas sensaciones de placer iban inexorablemente en aumento. Sentí como los labios de Sasha atrapaban mis pezones y ya no me incomodó, como su mano se deslizaba por mi vientre hasta alcanzar mi clítoris y tampoco me importó, y como Don Camilo introducía uno de sus dedos en mi ano y no solo no me molestó sino que me excitó aun más. Ahora era yo la que gemía fuertemente y no estaba fingiendo, estaba disfrutando tanto que ya solo esperaba que un orgasmo me liberase. Sustituí con mi mano la de Sasha para adecuar la intensidad de las caricias al momento de excitación y favorecer la consecución del orgasmo. Ya no podía tener más, Don Camilo penetrándome fuertemente y follándome el culo con sus dedos, Sasha besándome los pechos y comiéndome los pezones con maestría y yo misma masturbándome desesperadamente. ¿No podía tener más?, claro que podía. A punto como estaba de correrme noté como la polla de Hector buscaba cobijo en mi boca. Ya no importaba nada, solo correrme, por lo que empecé a chupársela con la misma ansiedad que mi inminente orgasmo me provocaba. Cuando por fin llegué fue brutal, fue como si de repente liberase toda la energía que había estado cargando poco a poco. Se que grité, grité muy fuerte, era la forma de canalizar toda esa excitación acumulada y que finalmente explotó dentro de mí. Fue como perder la consciencia durante unos segundos abandonada al inmenso placer que mi cuerpo me brindaba.
Cuando desperté de ese éxtasis noté aquel sabor amargo y espeso que me resultaba familiar. No había sido consiente de que en medio de aquel frenesí, Hector se había corrido en mi boca y que mientras lo hacía yo seguía y seguía chupando absorta y concentrada en mi particular universo de placer. Rendida y exhausta me dejé caer en el sofá para contemplar como el insaciable Don Camilo daba cuenta ahora de la espectacular Sasha, como la montaba por atrás introduciéndole su enorme pene que ahora podía ver con claridad. Ese hombre era una máquina de sexo, no parecía tener límites y lo más asombroso, no se corría. Seguía y seguía dándole con fuerza a la muchacha que no cejaba en sus gritos que ahora pensaba que quizá fuesen sinceros. Después de haberlo disfrutado yo me parecía más comprensible su exteriorización del placer. El cerdo de Héctor trataba de que la boca de Sasha le devolviese la virilidad perdida, pero a pesar de sus buenos oficios resultaba harto imposible. Me acerque a ella y la acaricié. No lo hice por lujuria, lo hice por compasión. No pude evitar sentir pena por una chica tan joven y hermosa que solo había sabido encontrar su camino en el mundo de la prostitución. Y sabía por experiencia propia a lo que me estaba refiriendo.
Sasha pareció correrse en un par de ocasiones y no dudo de que alguna de ellas fuera cierta. Don Camilo no encontraba su final y aquello se hacía interminable. Afortunadamente por fin se corrió y lo hizo como una bestia parda. Aquel hombre educado y refinado se había convertido en un semental regido únicamente por sus instintos sexuales. Ambos quedaron totalmente exhaustos y derrotados, mientras que Héctor no había logrado conseguir una segunda erección y había desistido en su intento con Sasha.
Después de aquello Don Camilo nos llevó al jardín donde disponía de una piscina cubierta y climatizada. El reconfortante baño y el exquisito champagne francés con que nos obsequió nos devolvió a la normalidad y a la tranquilidad por un largo rato.
Serían las cuatro de la mañana cuando Héctor y yo abandonamos la casa. Sasha se quedó con Don Camilo a compartir sus sábanas.
A la vuelta regresé junto a Héctor, que conducía su propio coche. El gorila que me trajo venía detrás nuestro.
- Has estado bien, golfilla –comentó Héctor-
- ¿Por qué le has dicho que me llamo Verónica? –pregunte-
- Que más da como te llames mientras la chupes bien.
Y colocando su mano sobre mi cabeza me empujó hacia abajo con la evidente intención de que se la mamase nuevamente.
- Pero estás conduciendo –le dije-
- Tú preocúpate de chupármela y déjame a mí la conducción.
A esas alturas ya no tenía sentido resistirse. Me incline hacia su lado, le abrí la bragueta, le saqué su minúsculo pene y se lo chupé como mejor pude. Esta vez sí logró una erección rápidamente, tan rápidamente como se corrió. Pero lo peor de todo fue que su repulsivo semen borró de mi paladar el delicioso sabor que mantenía del refinado champagne francés.
Cuando me dejó junto a casa me quedé parada frente a la puerta. A esas horas no podía volver del Hospital y la ropa que llevaba puesta no era la más adecuada para visitar a un enfermo. Así que me di media vuelta y vagué toda la noche hasta que supuse que mi chico ya se había ido a trabajar.
Por esta vez había salvado los muebles, pero de seguir así no tardaría en darse cuenta del engaño.