Deuda pagada

Una mujer aburguesada, deberá pagar las deudas de juego de su marido con su cuerpo.

Mi nombre es Ruth, tengo 35 años, y por educación y familia, siempre he gozado de una situación privilegidada económicamente.

Soy delgada, más bien bajita, de 1, 60, pecho normal, morena, un buen tipo,  un pecho, creo que abundante y estoy casada desde hace 8 años, con mi marido, un importante hombre de negocios, o al menos, lo era hasta hace poco. Tengo dos hijos, de 8 y 4 años, respectivamente. Aquí comienza mi historia.

Como he dicho, nunca me he tenido que preocupar del dinero, siempre tuve lo que necesité, la mejor educación, los mejores viajes,  los mejores vestidos, y en general, todo lo mejor.

Hace unas semanas,  al hacer mis compras en unos grandes almacenes, intenté hacer el pago a través de una tarjeta de crédito. Sorprendentemente, me sonrojé al decirme la dependienta, que mi tarjeta no era válida por falta de fondos.

Al suceder esto, llamé rápidamente a mi marido, y me dijo que no me preocupase, que sería un problema del banco, y que él se encargaría de poner las cosas en su sitio, y que podría recoger mi compra al día siguiente.

No le di demasiada importancia, sobre todo porque, tal y como me prometió, Jesús, mi marido, al día siguiente, estaba todo arreglado, y pude pagar y llevarme toda el vestuario que había reservado en la jornada anterior.

No obstante, notaba a mi marido preocupado, llegaba cansado por la noche, muy tarde, y con pocas ganas de hablar, ni de contarme nada. También se había resentido nuestra vida sexual, que siempre había sido muy activa, y ahora se reducía a una vez por semana, incluso menos en otras ocasiones.

Aunque soy licenciada universitaria, mis padres, ya fallecidos, me educaron para ser una buena esposa de un hombre adinerado. Así fue, conseguí casarme con unos de los jóvenes más prometedores que existían en la ciudad, aunque al final, las cosas, no se desarrollaron como a todos nos hubieran gustado.

Yo sabía que mi marido tenía ciertos vicios. Sabía que consumía ciertas sustancias, que jugaba al poker con sus amigos, que a veces bebía y por qué no decirlo, imagino que de vez en cuando, echaría una cana al aire, algo, que yo, por mi educación, aceptaba sin hacer demasiadas preguntas.

Hace unas semanas, volvió a sucederme una situación similar. No pude realizar unas compras por falta de liquidez. Al ser otra tarjeta y otra tienda, esta vez si comencé a preocuparme de forma seria.

Cuando llegó por la noche, muy tarde, por cierto, hablamos y me comentó que no era un tema que me incumbiese, que se había olvidado de ingresar dinero en el banco, y que en unos días estaría solucionado. Esta vez no  dijo que fuese al día siguiente a retirar mis compras, con lo que no era difícil de suponer que teniamos problemas económicos importantes.

Jesús cada día llegaba más tarde, incluso un par de noches, me llamó de madrugada, diciendome que no vendría a dormir a casa. Me ponía tremendamente celosa, le llegaba a gritar por teléfono, pero al final, le perdonaba, demostrandole que era su mujer, y le respetaba, tanto a él como a su trabajo. Al fin y al cabo, no existían pruebas que indicasen que estaba con otra.

Era cierto, despues de unos días, supe que lo que hacía alejarse de casa por las noches, no era el calor de otra cama, sino el juego, el puñetero y asqueroso juego.

Las cosas no mejoraban, más bien todo lo contrario. Cada día estaba más perdido, más irascible, más preocupado, sus ojeras eran más negras por momentos.

Una noche, sonó el teléfono de casa. Era muy tarde, sobre la 1 de la madrugada. Pensé que sería mi marido, para decirme que vendría más tarde, como ya había pasado alguna vez, aunque normalmente, solía hacerlo a mi móvil, para no despertar a los niños, ni a la interna que teníamos para ocuparse de toda la casa.

Dijeron el nombre de mi marido. Les dije que no estaba en casa en esos momentos. Despues me preguntaron si era su mujer, a lo que le respondí afirmativamente.

Su marido se encuentra mal. Por favor, puede venir a recogerle?

Apunté el lugar que me dijo esa voz, y sin dudar mucho, ni despertar a nadie, cogí el coche y salí a aquella dirección. Temía lo peor.

Llegué al lugar que me habían indicado. Era una zona de las más prestigiosas de la ciudad. Un chalet enorme, de gente de dinero.

Llamé rápidamente, con los nervios a flor de piel. Dije que era la esposa de Jesus y me abrieron desde dentro.

Un hombre muy alto, me recibió. Otro llegó y me llevó a donde estaba mi marido. Estaba tumbado en el suelo, con sangre en la cara.

Por qué estaba allí, y no en una cama? Por qué no le habían llevado a un hospital? Esas preguntas no tuvieron respuesta e incluso produjeron risas.

Como te llamas? Dijo uno de los hombres?

Ruth, pero por qué no le llevan a un hospital? Qué le han hecho?

Mira guapa, te diré que tu marido es un jugador empedernido, pero un mal pagador. Nos debe 3.000 euros. Quiero que los pague, los pagues tú, o quien sea, pero queremos nuestro dinero.

3.000 euros? No dispongo de esa cantidad, les respondí.

El que parecía el jefe, me dijo que Jesús no estaría en disposición de pagar en algún tiempo. Estaba demasiado “enfermo”.

No le faltaba razón. Despues de la paliza que le habían dado, no estaba para muchas alegrías, y durante unos días, no podría ir al trabajo.

Tendrás que encargarte tú de hacer el pago. Me da igual como lo hagas, hipoteca tu casa, pide un préstamo, o si quieres, te quedas jugando y ocupas su puesto.

Jugar? Si ganaba, podría aliviar las deudas, pero no sabía jugar al poker.

Lo siento, no sé jugar.

No es necesario, hagamos un juego, a la carta más alta. Si ganas, la deuda será cancelada, pero si pierdes, el viernes vendrás a este lugar, y estarás con nosotros y por supuesto, nos seguirás debiendo 3.000 euros.

En esto, él cogió una carta. El 6 de corazones. Mira, creo que tienes suerte. Si consigues sacar de un 7, hacia arriba, ganas, si es de un as, hasta el 5, perderás, y si sacas otro 6, repetimos la jugada.

Dudaba muchísimo. No sabía que hacer. Pero si sacaba un 7, 8,9, 10, J, Q ó K, la partida sería mía y se eliminaría la deuda.

Acepté, y con mucho miedo, levanté la baraja.

Dos, dos, dos. Era de corazones, pero daba igual. Sólo un dos. Había perdido la partida y además de deber una cantidad enorme para nuestra precaria economía de esos momentos, tendría que someterme a los caprichos de todos esos indeseables.

No podía pronunciar palabra. Intenté incorporar a mi marido, aún sabiendo que era el causante de toda esta desgracia, yo le quería. Habría hecho cualquier cosa por él, pero por su culpa, por su forma de ser y de vivir, iba a ser mancillada por un grupo de desaprensivos.

Ruth, te esperamos aquí el viernes a las 8 de la tarde. Hoy es miercoles, recuerda, será el viernes, sino acudieses deberás atenerte a las consecuencias, que serán muy graves para ti, tu marido y vuestros hijos.

Ok, no se preocupen, les doy mi palabra que el viernes me presentaré a la cita.

Mi marido, que no se había enterado de nada de lo que allí había pasado cuando yo llegué al chalet, se incorporó lo suficiente para poder llegar al coche e ir a casa.

Durante el trayecto, mientras conducía le miraba y me daba pena y asco. Era un infeliz que había vendido a su familia, y a mi.

Al día siguiente, estuve en su oficina. Miré con su contable la situación de la empresa, y no era tan grave como yo la presuponía. Retiré de la caja 6.000 euros, 3.000 por la deuda y otro tanto por lo que yo había perdido y me dirigí al lugar donde hice mi apuesta.

Estuve reunida durante varios minutos con el hombre con quien perdí mi dignidad. Aceptó los 3.000 euros de mi marido, pero me dijo, que una noche conmigo, valía mucho más. No vendería mi deuda por 3.000, sino por 10 veces más. Entiendelo Ruth, he invitado a varios amigos a la fiesta, y no puedo defraudarles.

Lloré, supliqué. Hacía mucho tiempo que no había estado con otro hombre. Desde que Jesús y yo éramos novios, jamás tuve necesidad de interesarme por otros chicos.

Pasó el jueves, hasta llegar el viernes por la noche. Sabía que era una deuda a la que debía hacer frente, y que además, mi problema, una vez pasada esa noche, en la que probablemente tendría que hacer cosas que jamás pude imaginar.

Dudaba que ropa ponerme, y preferí ir elegante. Haría un último intento por llegar a un acuerdo con esos hombres y me quería mostrar guapa, una mujer interesante, y terminar con esto, lo antes posible.

A las 8 de la tarde, estaba allí,como siempre, puntual.

Llamé a la puerta. Me abrió lo que parecía un guardaespaldas. Sudamericano, alto y bien parecido. Probablemente sudamericano. Me hizo pasar hasta el fondo, donde estaba el salón, y seis hombres, maduros, pero bien parecidos todos.

Hola Ruth, ya me conoces. Soy Godoy, y estos amigos míos, Pedro, Chamby, Carlos, Teo y Rafa.

Los seis estaremos contigo esta noche. Vale mucho dinero lo que hemos pagado por ti, así que espero que te comportes de acuerdo a las circunstancias.

Llevaba 6.000 euros en efectivo, e intenté negociar de nuevo con ellos. No aceptaron, y me dijeron que si quería, despues de la fiesta, podríamos apostarlos, pero que ahora, sólo les interesaba mi cuerpo.

En esos momentos me arrepentí de ir tan mona. Su deseo, como me miraban, iba en proporción a como aparecía ante ellos.

Está bien, Ruth, dijo Godoy. Comienza a desvestirte hasta quedarte sin ninguna prenda. No quiero repetir esto, espero que en ningún momento te pares.

Como una autómata, obedecí sus órdenes, y comencé a desvestirme. Lentamente comencé a quitarme, primero mi camisa blanca, y despues desabroché mi falda negra.

Tenía orden de no parar, pero no lo pude evitar. Sentía mucha vergüenza, y tuve que quitarme la falda. Todo mi cuerpo quedó a la luz, sólo cubierto por un sujetador, que marcaba claramente mis pezones, y un tanguita, que apenas cubría mi rajita.

Pedro y Chamby hablaron. Te han advertido que no te pares. En ese momento volví a insistir en la posibilidad de llegar a un acuerdo económico, pero sus ojos se salían de las órbitas.

No nos hagas perder el tiempo, por favor, Ruth. Continúa con lo que estás haciendo, nos gusta, nos entusiasma.

Solté el broche que mantenía prieto mi sujetador, y procedí a quitármelo. Notaba como las miradas se dirigían a mis pechos. En eso, Godoy me pidió mi tanga. Me dijo que ese sería su tesoro, para recordar que esto había pasado.

Mis ojos suplicaban por no tener que quitar mi última prenda. Estaba perdida, nada podría evitar que quedase totalmente desnuda delante de todos esos hombres.Aceptando mi sometimiento, procedí a quitarme la última prenda que me quedaba.

Mi coño estaba totalmente rapado. Sólo un pequeño mostacho por encima, con unos pocos pelos.

Queremos verte, dijo Godoy. Separa las piernas y pon tus manos sobre la cabeza.

Obedecí, como si esas órdenes evitasen mi desnudez. Él, procedió a meter su dedo en mi vagina. Lo hacía de forma lenta, pausada, sin prisa.

Estaría varios minutos pasando su dedo por mi rajita aunque a mi me parecieron horas, de vez en cuando me lo metía en mi gruta. En ningún momento fue violento.

En algunos instantes, sentía escalofríos en mi cuerpo. No podía evitarlo. Estaba siendo humillada, pero no violada. No había forzamiento físico, sólo mental, y yo una mujer muy femenina, estaba con seis hombres.

Al final, no por mi excitación, sino por el roce, terminé mojándome. Esto sirvió de comentarios entre los hombres.

En ese momento, empecé a notar como más manos me tocaban. Mis pechos, mi rajita, todo mi cuerpo era manoseado sin piedad.

Uno de ellos me puso de rodillas, y me obligó a lamer su polla. En esos momentos, ya ninguno de ellos estaba vestido. Todos tenían unos penes erectos, y más grandes que los de mi marido.

Comencé a lamer, deseando que todo terminase. Se notaba que eran expertos, y tardó varios minutos en correrse. Antes de eso, otro de ellos me agarró por detrás y comenzó a meterla por mi coñito. Parecía todo un sueño, una pesadilla, en la que me sentía sometida a la voluntad de varios tipos que me hacían pagar una deuda.

Ambos se corrieron, uno en mi boca, y otro en mi coño. Otro de ellos, me agarró y me llevó a la habitación. Me tiró encima de la cama, separó bien mis piernas y me la clavó de nuevo. Me notaba ya dolorida y empecé a llorar. Para evitar mis gritos, otro de ellos metió su polla en mi boca. Eso me impedía lazar ningún sonido inteligible, sólo podía balbucear.

Se resistían a correrse, aunque iba notando como sus pollas crecían en mis orificios. Al final, mi coño y mi cara, se volvieron a llenar de leche.

Ruth, dijo Godoy. Nos toca a nosotros.

Quiero tu culo, dijo. Chamby, que era el otro que aún no me había utilizado, dijo que tambien. Supliqué, lloré. Sólo una vez, al poco de casada, había tenido sexo anal con mi marido. Ahora me meterían dos pollas.

Nos turnaremos, dijo Godoy. Comienza comiendole la polla a Chamby. Tuvo cuidado, de que no la tuviera dentro, cuando Godoy me enculó. En esos momentos chillé con todas mis fuerzas. Mi boca comenzó a lamer, intentando evitar el dolor que me producía el desgarro de mi ano. Supongo que les excitaba verme sufrir así. Godoy se corrió enseguida, y llenó mis muslos con su leche.

Chamby sacó su polla y se puso de nuevo detrás de mi. Aún me hizo más daño, al ser de mayor tamaño su miembro. La estrechez de mi culo, hizo que empezáramos a gritar los dos, él de placer y yo de dolor. No tardó más que unos segundos, en llenarme de leche mi culito.

Bueno guapa, hemos terminado. Ahora podemos jugar si quieres.

Yo no podía hablar, sólo lloraba. Me vestí despacio, cogí el coche y salí de la casa, para irme a mi hogar.

Eran las tres de la madrugada. Cuando llegué, me duché y entré en mi cama. Estaba mi marido, aún convaleciente, me preguntó que de donde venía.

De liquidar tus deudas, le contesté.