Detrás del extremo (7. ¿Ya te la han chupado?)
El vidrio que brillaba en sus ojos parecía sincero, sus labios carnosos permanecían abiertos y todo su rostro parecía sentir curiosidad por lo que nos estaba pasando.
Apenas había podido relajar mi nerviosismo cuando ya estábamos a punto de jugar la vuelta contra el Tijarafe senior en la Copa Heliodoro. Jugábamos como visitantes, con lo que las posibilidades de ver a Juancho en la grada eran muy superiores a las del partido de ida.
Y si no había sido convocado por el primer equipo, algo que me parecía improbable pero que deseaba con ganas, más aún.
Alika me notó nervioso y no pudo evitar abordarme:
—¿Qué te ocurre?
—El partido de vuelta de la Copa —mentí.
Sus ojos me dejaron claro que no me creía.
—Se trata de alguien, ¿verdad?
Desvié la mirada intentando que eso le hiciera desistir de la conversación, pero no tuve éxito.
—¿Un chico? —insistió.
—No es tan sencillo —concedí, al fin.
No entré en demasiados detalles —y, por supuesto, omití lo ocurrido el fin de semana en el túnel de vestuarios—, pero sí le conté lo que sucedía entre Juancho y yo. Se lo conté todo desde el punto de vista de mis sensaciones.
—Si lo que me dices es verdad, creo que le gustas tanto como él a ti.
Aquella frase tenía varias connotaciones, así que tuve que decantarme por diseccionarla.
—¿Qué quieres decir con «si lo que me dices es verdad»?
—Quiero decir que no dudo de tu palabra, pero a veces tendemos a ver cosas donde no las hay. O sea, me refiero a que si lo que me dices no es fruto de que le estés dando muchas vueltas a la cabeza, sino que se ha acercado a ti realmente.
—Créeme, lo ha hecho.
En ese momento tuve la tentación de contarle lo del fin de semana, pero mi corazón se aceleró y temí que acabara hiperventilando, así que me fui a la otra parte de mi pregunta:
—Ah, y él no me gusta. Quiero decir, me llama la atención, pero no diría que me gusta.
Alika soltó una risa gutural y me miró con gesto cómplice.
—Cuando me hablas de él tus ojos brillan como nunca los había visto. —Hizo una pausa. Creo que estaba pensándose si decir lo siguiente; al final decidió lanzarse—: Ni siquiera cuando estábamos saliendo te veía esa chispa en la mirada.
Aquella afirmación me generó un nudo en la garganta. Por una parte, porque me parecía una acusación de la cual no podía defenderme. Y por otra, porque si era cierto que había constatado lo de la emoción en mi mirada, tal vez tendría que empezar a reconsiderar qué significaba lo que sentía por Juancho.
Y aquello me aterraba.
La conversación con Alika derivó pronto a otros temas, cosa que le agradecí. Lo último que quería era tener una preocupación más en mi ya hirviente cabeza. Bastante tenía con asimilar lo que me había dicho. Pero ese no era el momento, así que guardé sus palabras en el rincón de los olvidos hasta que estuviera en condiciones de pensar sobre ello. Es decir, después del partido de copa.
Acudí aterrado al entrenamiento con el primer equipo. Tras haber tenido por primera vez una polla en mi mano y haber sentido una corrida resbalar entre mis dedos, tenía miedo de que un impulso descontrolado me hiciera ir a por más. Sin embargo, no hubo impulso y si un deseo fácilmente domable entre todos aquellos futbolistas mayores que yo. Supongo que ayudó el haber estado tantas tardes compartiendo ducha con mis compañeros desnudos. No voy a negar que afloraron las ganas de abalanzarse sobre cada uno de esos culos desnudos y empapados bajo las duchas de los vestuarios.
Incluso sabiendo que al mínimo roce me molerían a palos allí mismo. Por eso solo me quedaba apaciguar la cada vez mayor efervescencia de mis hormonas y acostumbrarme a su presencia sin babear ante un falo cimbreante.
El día antes del partido de vuelta de la copa estaba casi atacado. Continuamente venía a mi cabeza la imagen de Juancho en la puerta del vestuario sacando su verga, mi mano agarrándola y masturbándolo entre sus súplicas hasta hacerlo venir en varios disparos. Ello se mezclaba con la angustia de no saber si me lo encontraría —en la ida no lo había visto—, por lo que la sensación de decepción me rondaba a cada instante.
Para colmo, mi cerebro no razonaba mucho mejor: había tenido la inocente idea de no masturbarme desde el episodio de los vestuarios. Me di cuenta de que estaba deseando tener un nuevo escarceo sexual con Juancho, y en ese delirio soñé con que él me devolviera la paja, así que decidí que quería estar preparado para soltar toda la leche que pudiera. Sin embargo, solo un día más tarde me levanté con un dolor sordo en los huevos que se intensificaba con el más leve movimiento. Preocupado, busqué en internet y acabé asumiendo que era a consecuencia de no eyacular, por lo que me masturbé. El alivio no resolvió el dolor, que ahora se había pasado a la punta del glande, absolutamente irritado. De esa guisa tuve que ir a clase.
Ese mismo lunes, el martes y el propio miércoles seguí masturbándome. Dos veces al día. No quería volver a experimentar ese desagradable dolor en mi entrepierna. Para mi sorpresa, todas las veces que me corría parecía una fuente de leche. Nunca había imaginado que mis huevos fueran capaces de fabricar esa cantidad de semen.
El técnico me había alineado de inicio. Cuando salté al campo eché una visual al equipo rival y no logré ver a Juancho. Tras una ojeada al banquillo tampoco lo divisé. En verdad era lo esperable, porque no me constaba que lo hubieran convocado con el primer equipo, pero mantuve la inocente esperanza hasta el final.
Miré entonces a la grada y descubrí que estaba repleta. Así iba a ser imposible averiguar si Juancho se encontraba presente, así que desistí y me centré en el partido.
La primera parte fue muy trabada. Apenas pude armar ataques por la izquierda porque su defensa estaba inquisidoramente encima de mí. Sin embargo, sí conseguí realizar un par de pases que terminaron en ocasiones de gol, pero al descanso seguíamos empatando a cero.
En el segundo tiempo el Tijarafe se lanzó al ataque y casi nos marca en un córner mal defendido. Por ese motivo el entrenador nos mandó a atacar con más ahínco. Por ahí conseguí enviar mi primer centro del partido, que el delantero más veterano remató alto.
En el minuto 85 fui sustituido. En mi tránsito hacia el banquillo miré por última vez a la grada, con la esperanza de ver la cara que tanto ansiaba encontrarme, pero no pude reconocerla. El cero a cero nos conducía a la prórroga, pero el técnico me indicó que me fuera a la ducha. Mi corazón dio un vuelco al enfrentar la posibilidad de encontrarme a Juancho en el túnel de vestuarios, pero al llegar estaba vacío. En medio de la desilusión me duché a gran velocidad y a la vez con desgana. Cuando terminé pensé en ir a la grada, aunque con el estado de nervios que tenía pensé que ver el partido sería contraproducente, así que me encaminé a la calle para esperar por fuera al resto del equipo.
Estaba ya saliendo del estadio cuando escuché a alguien chistar. Me detuve y miré a todos lados, pero no vi a nadie. Fui a reanudar la marcha cuando noté que una mano me asía del brazo y tiraba de mí. Mi cuerpo se desestabilizó hacia mi derecha, todo se oscureció y un portazo metálico tapó los gritos de los aficionados. De inmediato mis ojos empezaron a acostumbrarse a la luz del anochecer que entraba por los pequeños ventanales.
Era un almacén de utillaje, presidido por una mesa llena de conos y petos. Y, frente a mí, estaba Juancho.
—¿Qué haces aquí? —pregunté.
Pero no me respondió. En su lugar me agarró de la camiseta, me empotró contra la puerta y pegó sus labios a los míos. Mi cuerpo se erizó mientras mis labios trataban de pelear contra los suyos. Di un respingo cuando noté que su lengua empezaba a explorar mi boca. En ese momento nuestros dientes chocaron y nos separamos.
Juancho me miraba con detenimiento. Diría que sus ojos analizaban mis gestos, mis reacciones, mis sentimientos, igual que hacía yo. El vidrio que brillaba en sus ojos parecía sincero, sus labios carnosos permanecían abiertos y todo su rostro parecía sentir curiosidad por lo que nos estaba pasando. Me acordé de las palabras de Alika y se me formó un nudo en la garganta. Tuve la tentación de preguntarle qué sentía, pero mi cuerpo se adelantó inclinándome hacia adelante y juntando mis labios a los suyos. Juancho fue entonces quien reaccionó con sorpresa. Lo fui guiando paso a paso hasta la mesa, sin dejar de besarnos, y se sentó. Sus piernas rodearon mi cintura y nuestros paquetes se rozaron con fruición mientras irradiaban un calor infernal. Entrelazó sus brazos por detrás de mi cuello y tiró hacia él, de modo que nos pegamos más todavía. Se recostó levemente hacia detrás y unos conos cayeron al suelo. El ruido hizo que nos levantáramos.
En ese momento fui consciente, por primera vez, de lo que había pasado.
—¿Qué estamos haciendo? —pregunté.
Tardó en contestar.
—Lo siento, no sé qué me ha pasado. —Sacudió la cabeza—. Sé que esto es un poco raro, perdóname.
—La verdad es que…
Juancho no me dejó terminar. Volvió a pegarse a mí, me agarró de la cintura y me besó de nuevo. Yo le devolví el gesto posando una mano en el cuello y otra en su nuca. Este beso duró fue aun más largo que los dos anteriores. Juraría que escuché un grito colectivo de «¡Gol!» justo en el momento en que Juancho me mordía el labio inferior mientras me miraba con ojos traviesos, pero no sabría decir si ese sonido fue real o fruto de mi imaginación.
—No he podido olvidar aquello —dijo de pronto.
—¿La… la paja?
—Sí.
—Yo tampoco —dije, y él exhaló aire en medio de una sonrisa picarona—. ¿Y quieres que…?
—Sí —dijo otra vez, y empezó a desabrocharse el pantalón.
Metí la mano en su calzoncillo, le agarré la polla y la saqué de un solo movimiento. Me pareció que estaba más hinchada que la otra vez, hasta el punto de que incluso sentía sus venas comprimirse contra mis dedos. La gran cantidad de líquido preseminal que había soltado permitía que el prepucio resbalara con más facilidad. Volví a acariciar la cabeza de su verga con el dedo gordo, pero mi meñique echó de menos la mata de pelo. Se había depilado. ¿Por mí?, me pregunté en silencio mientras le sonreía. Mi polla también lo celebró bombeando sangre varias veces e hinchándose hasta lo inimaginable.
Mientras iba aumentando levemente el ritmo de su masturbación noté que él había empezado a hurgar en mi pantalón. Se ayudó de su otra mano y sacó mi polla y mis huevos, dejándolos por fuera del pantalón.
Ambos nos pajeamos mutuamente. Yo subía y bajaba su prepucio completamente. Él me había bajado el pantalón hasta las rodillas y procuraba que su mano golpeara suavemente mis huevos en cada embestida. Nuestras miradas se alternaban entre cruzar nuestros ojos y enfocar cada uno la polla del otro. Y gemíamos. Gemíamos como perras en celo. Hice el amago de besarlo, pero él se alejó.
—Gime. Gime para mí —dijo.
Aquello hizo que mi rabo se hinchara de un salto y empecé a gemir más todavía. Él lo notó y apretó los dedos, lo que hizo que aumentara mi sensación de placer. Yo había ralentizado el ritmo de su masturbación a la vez que incrementaba el juego con el prepucio. Entonces empezó a gemir más alto y más agudo.
Si alguien hubiera estado cerca de la puerta habría escuchado nuestros gemidos, nuestros resoplidos, incluso nuestras conversaciones. Pero en ese momento me daba igual. Solo quería que ese momento no terminara jamás.
Entonces, en medio de la excitación, mi boca soltó una de esas preguntas que no sabes de dónde salen, ni por qué las pronuncias y que nunca, nunca hubieras formulado de haber sido plenamente consciente:
—¿Ya te la han chupado?
Hizo ademán de responder, pero en su lugar cerró los ojos, exhaló una bocanada de aire y, sin avisar, infló su polla y dejó escapar un chorro de lefa caliente que impactó en mi muslo. De inmediato un fogonazo eléctrico nació de mi vientre y explotó dentro de mi cuerpo. A continuación mi polla también se hinchó y bombeó dos chorros enormes que cayeron sobre la mesa.
—¡Cabrón! —Se miró su miembro—. Me has hecho venirme con esa pregunta. —Acto seguido me preguntó con tono de reproche—. ¿Quién te ha dicho que pares?
Di un respingo y, antes de que pudiera hacerlo yo, él te tomó la mano, la puso en su polla e imitó el movimiento de una paja, así que lo volví a masturbar. Con su falo lleno de semen la mano resbalaba mejor. Él empezó a contorsionarse y a gemir a un volumen altísimo. Llevé mi otra mano a su boca para minimizar sus gemidos, no sin dificultad, porque arqueaba su espalda en movimientos espasmódicos. Tras un par de minutos reduje poco a poco la velocidad, hasta detener la paja y soltar su polla.
Su cara rebosaba éxtasis. Tenía la boca abierta y ventilaba de forma entrecortada. Me agarró la cara y me besó con pasión. A continuación nos separamos y nos echamos a reír. Nos limpiamos con unos petos andrajosos y salimos de allí prometiéndonos volver a vernos en el siguiente enfrentamiento. Tuve la tentación de pedirle su teléfono, pero un repentino miedo a que esto pudiera ser realmente lo que Alika decía me hizo desistir del intento.
El lunes siguiente, nada más llegar al entrenamiento el entrenador me reunió en la oficina. Parecía estar bastante enfadado.
—Gracias —dijo con sorna.
—¿Por qué?
—Por haberte lucido. El primer equipo quiere seguir contando contigo para la liga. —Hizo una pausa y dio un puñetazo en la mesa—. ¡A ver de dónde coño saco ahora un jugador de banda izquierda!
El primer equipo quería contar conmigo. Aquello, que debía ser una noticia alucinante, me cayó como un jarro de agua fría. Subir al primer equipo significaba dejar de coincidir con Juancho en los partidos contra el Tijarafe. Sentí, de pronto, la necesidad de encontrarlo y abrazarlo para no separarme jamás.
Mi mente se nubló. ¿Qué pensaría él cuando se enterara? ¿Cómo se lo tomaría? ¿Sería capaz de sobrellevarlo? Sentí un fuerte dolor en la cabeza, como si cascotes de cielo cayeran sobre mí, pero no era más que el reflejo de la presión que tuve que enfrentar de pronto.
—Procura que te dejen en el primer equipo, porque como vuelvas al filial te juro por mi madre que no juegas ni un minuto —concluyó.
—¡Eso es injusto! —exclamé. Me di cuenta de que lo había hecho con una energía fuera de lo común y lo achaqué a mi estado de ánimo en ese momento.
—Vuelve a gritarme así y quedas expulsado del equipo.
Contuve la respiración, me mordí el labio y apreté el puño dentro del bolsillo del pantalón. Si no fuera porque estaba a un paso del primer equipo—y porque hubiera supuesto una sanción de por vida— le hubiera dado una paliza allí mismo.
Mi ingreso en el primer equipo fue más rápido de lo que esperaba. Me convocaron a los dos días y desde el primer partido jugué de titular. Volví a mi puesto original de lateral izquierdo y contribuí, creo que con éxito, a tapar bastantes ataques por aquella banda.
El fútbol de tercera división era otro mundo. Ya no había chavales jóvenes en plena efervescencia hormonal. Ahora había también adultos en el sentido más estricto de la palabra. Además, el sentido de la responsabilidad estaba a otro nivel. La mayoría de mis compañeros tenían un sueldo —insuficiente para vivir, pero adecuado para complementar el salario de su ocupación principal— y el ansia de jugar la fase de ascenso a Segunda B era suficiente aliciente para dejarnos la piel en cada encuentro.
Al final de aquel mes el secretario del club me entregó un sobre con 300 euros. Era mi sueldo. Mi primer sueldo.
—El próximo mes serán quinientos —me dijo ilusionado, como si los fuera a cobrar él.
La tercera división era más exigente de lo que imaginaba. En realidad eso me vino bien, porque me permitió concentrarme más en el fútbol que en el resto de cosas, especialmente en mi obsesión con Juancho. Mentiría si dijera que lo había olvidado —el encuentro en el cuarto de utillaje del Tijarafe seguía viniéndome a la memoria cada dos por tres y yo seguía homenajeando aquella ocasión con pajas absolutamente gloriosas—, pero sí es verdad que ya no sentía esa adicción a su presencia, a su tacto, a su olor. Aún así, me prometí intentar contactar con él de alguna manera; quizás yendo a ver partidos del Tijarafe.
En el tramo final de liga conseguimos cinco victorias consecutivas que nos dejaron en la sexta plaza, a apenas dos puntos de los play-off de ascenso. En el último entrenamiento el técnico nos pidió regresar con fuerzas para ir a por la promoción la siguiente temporada, y a mí me aseguró que continuaría en el primer equipo.
Pero finalmente no iba a poder cumplir su promesa. Y yo tampoco iba a poder cumplir la mía de intentar mantener el contacto con Juancho.