Detrás de la ventana

Sucedio en una tarde de lluvia, de soledad, de esas en que sientes la melancolía mordisquearte la oreja, y te orilla a ensoñaciones de amor y deseo...

DETRÁS DE LA VENTANA

! Qué lluvia! Apenas llegué a tiempo al departamento. Sentada en el viejo sillón con mis piernas recogidas, miro a través de la ventana el imprevisto aguacero. El sorbo de humo caliente del cigarro se desliza quisquillosamente por mi boca. Se escuchan las ráfagas que anuncian una tormenta. La ciudad se va perdiendo poco a poco en medio de una bruma gris cada vez más densa. No encendí las lámparas para reducir mejor el estrés. Empiezo a olvidar el tráfico, los problemas de la oficina, los chismes. Se mueven ligeramente las campanillas colgadas a la entrada. El aire que se cuela por debajo de la puerta las empuja una con otra. Su tintineo me molesta pero no quiero moverme y tapar la rendija con una toalla usada. Prefiero quedarme acurrucada aquí.

Ayer no podía imaginarme que una tarde como esta la pasaría sola. En la discusión tal vez lo ofendí, y él se fue intempestivamente. Dejó todas sus cosas, ¿qué le diré cuando regrese? Ni siquiera sé si deba perdonarlo, lo amo. ¿Dónde estará en este momento? ¿se hallará solo como yo? ¿estará con alguien? La tormenta no parece detenerse. He traído una cobija, y un despastado libro de historias. Tengo que olvidar, deslizarme dentro de la lectura sin pensar en ya nada. Alguien está tocando el timbre ¿será él? No pensé que viniera tan pronto, lo extrañaba tanto. Al abrir lo veo con hilos de agua chorreando de su pelo. Está muy mojado, lo hago entrar pronto. Suenan las campanillas. Después que se ha cambiado la ropa le sirvo una taza de café, hablamos.

Me besa. Mi boca parece deshacerse en la suya. Me acaricia tan suavemente. Sus manos me recorren despacio, con ellas moldea mis senos, los succiona como un niño. Su piel huele a lluvia, y sudor limpio. Aunque percibo aún el tenue aroma de su perfume favorito. Mi propia fragancia también se mezcla. Una oleada inexplicable de cosquillas traspasa mi vientre hasta la superficie última de mi piel, se electriza. Mis piernas le gustan. Las estrecha como si hubiera encontrado en ellas un objeto de adoración. De pronto al recorrerlas con su lengua descubre mi intimidad. Con ella misma se abre paso en el bosque, explora mi cavidad y un aceite lechoso le indica que ha llegado. Estoy excitada.

Enredo mis dedos en su cabello. Mi respiración se vuelve agitada. Mis involuntarios quejidos, y mis abruptas convulsiones delatan mis emociones. Entonces me abraza. Siento su miembro rígido como un hueso al tropezar por mis muslos. Me desea. Percibo sus ansias, su apetito. Cuando me penetra no puede evitar balancearse con cierta violencia, y me lastima un poco. La lubricación permite que el asalto se torne placentero. Soy suya. Mis piernas se debilitan, y se abren generosas para dejarle hacer. De reojo me percato que me observa, es un intruso que se roba mis gestos más desnudos. Como un experto me besa en el momento justo en que provocará un nuevo espasmo de sensaciones. Acelera sus movimientos, mi ardor aumenta, su provocación está por derrumbar mis últimos ladrillos de conciencia.

En mi frenesí se que él me mira, pero no puedo evitarlo. Grito, mi cabeza se sacude, mi intimidad empapada moja todo su miembro. En medio del ensueño un disparo de líquido caliente me despabila, su cuerpo se abandona sobre mi. Después de unos instantes nos recostamos abrazados, mi cabeza reposa apacible sobre su pecho. Pongo una camisa seca entre mis piernas. Y dormimos.

Un penetrante haz de luz me da en los ojos, y luego desaparece. Es suficiente para despertarme. Trato de ubicarme, de recobrar mis facultades. De saber dónde estoy. Pero la realidad me duele. Estoy sola, dormida en el sillón abrazada a mis propias cobijas. Por la ventana la ciudad resplandece recubierta de un gris limpio. Ya solo llovizna. El sol intenta despedirse deshebrando algunas nubes. Es en vano. Siento tristeza. Anochece irremisiblemente. El aire húmedo juguetea debajo de la puerta y hace sonar de nuevo las campanillas. La nostalgia me hace soñar. Mis lágrimas irreflexivas recorren lentamente mis mejillas, y el llanto lo oscurece todo. La urbe esta repleta de pequeñas luces amarillas y blancas del alumbrado ya encendido. Los fanales de los autos iluminan el asfalto desgastado, las tiendas alumbran con su luz neón algunos transeúntes distraídos. En las casas y los edificios se encienden otras ventanas. En tanto la mia esta oscura. Toda esta en silencio. Me siento sola, tan sola.