Detrás de la cámara (Capítulo 3 - FIN)
Aun no me creía que preparando una encerrona a Silvia con la idea de poder vengarme con una gran sorpresa, nada menos que con su propia hermana, fuera ella misma la que me sorprendiera a mí y mi esposa a punto de volver a casa...
DETRÁS DE LA CÁMARA
Laura & Sylke
CAPITULO 3
Aquel cuerpo desnudo de Ana era una maravilla y su mano meciendo mi tensión, una delicia, así que bajé mi cabeza e inmediatamente mi cara y la suya se habían juntado hasta que nuestros labios se empezaron a rozar, tímidamente, casi con miedo, hasta que por un impulso le agarre de la cara y junte mis labios con los suyos y la besé por fin cumpliendo una de mis mayores fantasías, besar esos labios prohibidos. Yo no paraba de morderle y de saborear esa exquisita boca, mientras ella me correspondía con las mismas ganas, añadiendo el contacto de nuestras lenguas en un beso bestial y a la vez ella me seguía apretando y agitando la polla con más energía entre sus dedos.
Me separe de ella y le agarre de sus manos para que levantara porque si seguía así, al final me correría en unos segundos y quería disfrutar de ella, alargando ese momento... Por un momento me olvidé de mi mujer y solo tenía delante a su preciosa hermana.
- Hugo, ¿Por qué me has parado? - me preguntó confusa.
- Porque me vuelves loco y me correré en un segundo.
- ¿No es lo que quieres?
- No todavía... - dije y a ella se le iluminó la cara.
La invité a tumbarse en la cama, disfrutando una vez más de la visión de su endiablado cuerpo desnudo.
- Joder, eres preciosa, Ana. - la dije al tiempo que le abría las piernas y me coloqué sobre ella.
- Uf, Hugo, qué ganas de sentirte... - me dijo ella en un suspiro.
- Yo todavía no me creo que te tenga aquí desnuda, Ana. Eres alucinante.
- Ni yo, llevo mucho tiempo queriendo hacer esto contigo y desde que me llamaste ayer estoy que no puedo más.
¿No era alucinante que ella sintiera eso mismo que yo por ella? Volví a besarla, sintiendo el delicioso sabor de sus labios, esta vez sobre su cuerpo, notando mi polla rozando su pubis, pero cuando ella iba a profundizar ese beso, separé mis labios, me acerque a su oído y le susurre:
- Eres todo un manjar Ana y no pienso desaprovecharlo.
Una vez que le dije eso, Ana suspiró profundamente, visiblemente excitada y estirando su mano bajo su cuerpo, intentó alcanzar de nuevo mi polla, pero fui más rápido y se lo impedí, agarrando su mano, inmovilizándola, para comenzar a disfrutar de todo su cuerpo soñado, primero me recreé besando su cuello, luego la clavícula y fui bajando hasta llegar a esos esplendidos pechos. Ambas hermanas tienen unas tetas enormes, pero sin duda las de Ana son las más increíbles, con las que siempre fantaseé y ahora estaba ahí manoseándolas, pellizcando sus duros pezones... mordiéndolos, chupándolos... lentamente, dedicándome primero a uno, hasta ponerlo tieso y luego hice lo mismo con el otro. Una vez que ya creí que le había torturado suficiente los pechos fui bajando por su estómago hasta llegar a su pubis. Inmediatamente un agradable olor a hembra cachonda inundó mis fosas nasales.
Antes de seguir, con mi cabeza entre sus piernas, levante la vista para admirar una vez más a mi preciosa cuñada, viendo sus tetas levantándose agitadamente con cada respiración, visiblemente rojas de mis manoseos y chupeteos, y su linda cara, enrojecida también, con los ojos cerrados, la boca ligeramente abierta y la cabeza inclinada hacia atrás. ¡Dios, no me lo creía!
- ¡Sigue por Dios! - me dijo jadeante.
Tras cruzar nuestras miradas, no la hice más esperar y dirigí mi boca hacia esa fuente de placer que me moría por probar y saborear. Con mi cabeza muy cerca de su anhelado coño, abrí un poco más sus piernas, admirando esa rajita brillante y empecé a saborearla a mi antojo, empleando mis labios y mi lengua, percibiendo miles de sensaciones y de sabores.
- ¡Qué rica estás! - dije excitado, acariciando al mismo tiempo sus turgentes pechos.
De repente le introduje dos dedos dentro de ella y empecé a follármela con ellos y al mismo tiempo llevé mi boca a sus clítoris para empezar a jugar con él y a torturarlo, dándole pequeñas lamidas y mordiscos, que hicieron temblar todo su cuerpo. De repente Ana me agarro del pelo
- ¡Me corro, cabrón! - dijo largando un gemido intenso.
Viendo que se corría entre intensos gritos y gemidos, seguí follándola con mi mano, cada vez con más intensidad y velocidad, hasta que sentí los músculos de su vagina aprisionando mis dedos y a continuación su corrida sobre ellos.
- ¡Ah, sí, joder, Hugo, qué gusto, qué gusto! - gritaba ella como poseída.
Ana fue recuperando su respiración, soltando algún pequeño ronroneo de gusto que debía estar invadiéndola todavía. Me coloque de rodillas entre sus piernas, disfrutando de esos temblores de su cuerpo tras una buena corrida con toda su piel erizada y sus pezones en punta. Su cara estaba enrojecida y cuando abrió los ojos, saqué los dedos de su cálido coño, para llevarlos a mi boca y paladearlos.
- ¡Mmm, qué sabrosa! - dije sonriente.
- ¡Cabrón, me has matado de gusto! - dijo.
- ¿Lo hago mejor que tu marido? - pregunté con toda la intención pues realmente me interesaba saberlo.
- Muchísimo mejor, como seas así follando... - respondió ella.
- Pues eso que has vivido no es nada, cuñadita, ahora viene lo bueno. - añadí.
Agarré mi polla que estaba como una piedra y se la pasé varias veces por esa rajita que acababa de comerme. De nuevo, no pude evitar compararla con su hermana, igual de sabrosa que ella, pero su coño era diferente, de un color rosáceo y los labios mayores más abiertos, parecía una fruta jugosa. Tras mirarla a los ojos, se la metí de una sola estocada,
- ¡Uffff, Hugo! - dijo ella en un gran suspiro.
Ana me abrazó con sus piernas, apoyando sus talones en mi culo, ayudándome a clavársela cada vez con más brío, algo que nos hizo gemir a ambos, en cada una de las estocadas, viendo sus tetas botar cada vez que entraba y salía de ese caliente chochito. Me encantaba sentir el choque de nuestros cuerpos desnudos, follándome a mi adorada cuñada.
De nuevo volví a ver en su cara el gran parecido con su hermana, con la que casi nunca había follado a lo perrito, pero sabiendo que Ana no me iba a poner pegas, la invité a que se girara y curiosamente Ana no puso ninguna pega, al contrario, parecía estar encantada y tras sonreírme, se puso a gatas sobre la cama. Volví a clavársela en esa postura que tanto placer me daba y seguí bombeando viendo reflejado en el espejo del armario como sus pechos colgantes se balanceaban como badajos gigantes. Me aferré a ellos con mis manos, estrujándolos entre mis dedos, sin dejar de follármela.
- ¡Dios, Ana, qué gusto follarte así! - decía yo.
- ¿Te gusta que sea tu putita? - me preguntaba ella.
- Si, sí, joder... - repetía yo, con un gusto cada vez mayor.
- Sí, Hugo, fóllame, fóllame más fuerte.
Ella parecía estar disfrutando y a punto de correrse otra vez, porque gritaba y gemía como una loca, entonces baje mis manos hacia sus caderas, aferrándome a ellas, para clavársela con más brío y escuchar la música celestial de nuestros sexos chocando y sus atrapantes gemidos en un ritmo endiablado e intenso.
Así estuvimos bastante rato, queriendo por mi parte arrancarle otro orgasmo e intentar retener el mío al máximo, porque follarse a mi cuñada era una auténtica delicia que no quería desaprovechar ni un instante. Tan ensimismado estaba clavándosela que ni siquiera sentí que mi mujer había entrado en la habitación.
- ¿Pero qué coño está pasando aquí? - dijo Silvia gritando con sus manos en jarras.
El susto fue tan grande que me salí del coño de Ana inmediatamente y ambos nos quedamos mirándola, mi cuñada, con su respiración agitada todavía y yo con mi polla totalmente tiesa y embadurnada de los jugos de ella.
Ana no se cortó un pelo a la hora de decirle a Silvia:
- Follarme a tu marido ¿no lo ves?
Yo me quedé a cuadros cuando la escuché decir eso, con tanto descaro.
- Si eso ya lo veo, pedazo de puta, pero ¿porque coño lo has hecho? - preguntó con un tono de evidente enfado.
- Pues fácil hermanita, porque le tenía bastantes ganas, porque tu marido está muy bueno y ¿sabes una cosa?... ¡folla de maravilla! - soltó la otra sin cortarse.
Silvia tardó en reaccionar ante la desfachatez de su hermana y aunque ni de lejos me podía imaginar que se encontrara ante semejante escena, estaba disfrutando de verla con ese ataque de celos y su cara de rabia, porque eso aumentaba con creces mi sed de venganza, devolviéndosela con la misma moneda.
- ¡Ven, zorra! - le dijo de pronto Silvia a su hermana, saliendo ambas del dormitorio.
Yo me quede allí solo, en estado de shock, pero con mi polla todavía tiesa, ante esa locura que acababa de ocurrir, que era nada menos que follarme a mi cuñada y que mi mujer lo viera en vivo y en directo. Aun no me lo creía.
Me sonreí a mí mismo ante esa truculenta y extraordinaria situación, saliendo en pelotas del dormitorio, para dirigirme hacía el salón. Ana seguía todavía desnuda sosteniendo las manos de su hermana entre las suyas, hablando tranquilamente, incluso entre risas, algo que me volvió a sorprender, pues parecía que Silvia se había calmado de repente.
De pronto, Silvia levantó la vista y me vio, apoyado en el marco de la puerta observándolas.
- Mira, el cerdo este, todavía la tiene tiesa. - dijo Silvia mirando directamente a mi polla.
- Hija, es normal, el pobre aún no se ha corrido y yo lo he hecho dos veces.
- ¿Dos veces? - preguntó sorprendida mi mujer.
- ¿Te extraña? - preguntó la otra
- Bueno, a mí nunca me sacó dos orgasmos. - añadió con una leve sonrisa.
Era curioso que Silvia me achacara eso cuando en realidad, era ella la que no me lo había permitido nunca, aunque quizás ahora, sabiendo lo que yo conocía a través de las cámaras de su lado más salvaje, lo que ella buscaba era evidentemente algo más de caña de la que teníamos en nuestro matrimonio. Desde luego había descubierto en Silvia la puta que llevaba dentro y de forma indirecta arrancar en mí, ese lado salvaje del sexo que tanto parecía gustarle. ¿Me había convertido en otro gracias a la infidelidad de la zorra de mi mujer?
- Bueno hermanita ¿y qué hacemos con él? - dijo Ana señalando mi erección.
- No sé, porque tendrá un dolor de huevos de cojones. - añadió la que siempre consideré mi dulce esposa, ya que nunca hablaba así.
Las dos debieron ver mi cara de sorpresa y las muy guarras se empezaron a carcajear al tiempo que se levantaron del sofá hasta ponerse apenas a dos metros frente a mí. En todo momento, las dos, sin dejar de mirarme, observaban mi polla, cuando Ana empezó a desnudar a su hermana lentamente. Yo alucinaba, porque Silvia ya estaba mosqueada, más bien al contrario, se divertía cuando Ana la quitó toda la ropa, dejándola totalmente desnuda en un instante. Me parecía estar en un sueño. ¿Qué cojones estaba pasando?
- ¿Cuál de las dos tiene mejores tetas?, ¿A que soy yo? - dijo Ana, agarrándoselas y restregándolas contra las de Silvia.
Inmediatamente mi polla dio un respingo y no pude contestar, porque fue mi mujer la que habló.
- Las tienes más grandes, cerda, pero las mías están más levantadas.
- ¡Serás puta! - dijo de pronto Ana entre risas en un comportamiento inaudito en ambas.
Mientras yo empecé a acariciar mi polla, viendo a esas dos hermanitas desnudas luchando con sus tetas, restregándolas en una lucha sin cuartel, más que excitante.
- Mira el pajero, como se divierte. - dijo la zorra de mi esposa.
- Pues no ha visto lo mejor. - añadió Ana.
En ese momento mi cuñada cogió la cara de Silvia con sus manos y empezó a morrearla de la forma más bestial y lasciva que me pudiera imaginar. Ver esos dos cuerpazos desnudos besándose era alucinante, pero aún más fuerte, ver como sus manos se tocaban mutuamente, pellizcando pezones, sobando una el culo de la otra o tocando sus dos chochitos sin dejar de besarse y sin dejar de gemir.
- ¡Que bien besas, zorra! - dijo de pronto Ana, cuando sus bocas se separaron.
Lo cierto es que mi mujer nunca me había besado de esa manera y es que, en realidad, me parecía estar viendo a otra Silvia, casi una desconocida.
- Bueno, creo que deberíamos hacer algo con él, pobrecito. - añadió mi cuñada.
En ese momento, esas dos diosas desnudas avanzaron aún más hacia mí, agarradas de la mano, mirándome con su cara más perversa, como dos niñas malas y arrodillándose ambas frente a mí. Yo solté mi polla y fue Ana la que la cogió entre sus dedos, masturbándome lentamente, mientras mi mujer empezaba a lamerme los huevos sin dejar de mirarme a los ojos.
- ¡Joder, Silvia! - dije al sentir su lengua ahí por primera vez.
Ambas rieron y en un dúo bien entrenado, comenzaron a mamármela alternadamente, sintiendo mi polla desaparecer en sus respectivas bocas y curiosamente a cada cual lo hacía mejor, sorprendiéndome de nuevo, cuando ellas se comportaban como dos auténticos zorrones.
- Oye, no le vayas a hacer correr todavía, ¿eh? - dijo mi cuñada, en un momento en el que mi mujer estaba mamándomela frenéticamente.
Yo estaba en el cielo, sin creerme que las dos hermanitas se divirtieran de esa manera y de pronto, sonó el timbre de la puerta, asustándonos.
- ¡Mierda! - dijo Ana, cuando estaba jugando con su lengua en mi glande.
Silvia se levantó a abrir, como su madre la trajo al mundo y no fui capaz de volverme porque mi cuñada seguía haciendo maravillas con sus labios y su lengua en todo mi tronco y mis huevos, hasta que una voz conocida a mi espalda me sorprendió.
- ¡Seréis putas!, ¿Ibais a empezar la fiesta sin mí?
Cuando giré la cabeza me cercioré de que esa voz era la de Belén, mi compañera. Si todo era ya flipante, lo de ver a Belén acercarse, mientras se iba quitando su camiseta y su minifalda, hasta quedar totalmente desnuda y arrodillada junto a las otras dos, era del todo bestial.
A continuación, ya no eran dos lenguas, sino tres las que me chupaban, me besaban y lamían mi polla o mis huevos, pero lo hacían condenadamente bien, perfectamente coordinadas y yo estaba a punto de correrme o de morirme de la impresión.
La escena era de locura total. La cara de mi cuñada a mi izquierda mirándome con sus ojos brillantes, mientras jugaba con mi frenillo; Belén, prácticamente bajo mis huevos lamiendo con su lengua con su nariz en mi escroto y mi mujer dando lamidas a toda la largura de mi verga venosa, me hicieron explotar de repente, corriéndome en abundantes chorros que salieron disparados a sus caras y que ellas mismas fueron dirigiendo, para obtener el premio deseado, mientras mis piernas temblorosas apenas me sostenían en pie. Me senté en el sillón y ellas se quedaron allí, arrodilladas en el suelo, con sus caras embadurnadas con mi leche, que yo había regado por todas partes y que ellas iban recogiendo mutuamente en un beso entre las tres, luchando con sus lenguas para llevarse la mayor porción de mi semen, hasta que dejaron sus caras totalmente brillantes.
Las tres chicas se giraron hacia mí y mi mujer me soltó:
- ¡Joder Hugo, como estabas!
Se acerco Belén por detrás de mi mujer y le abrazó con total confianza para decirle:
- Y tú diciendo que ni lo notabas lo que le salía.
Mi mujer me miró con cara de niña mala y es que es la primera vez que me había dejado correrme en su cara, como si aquello, fuera algo tan deseado por ella como por mí, aunque siempre me dijo que le daba reparo... en cambio ahora, junto a las otras dos, estaba descubriendo a la auténtica zorra.
Ana se levantó y se acercó a ellas ofreciéndome unas vistas espectaculares de sus tres cuerpos desnudos. Ni el mayor de mis sueños, había llegado a materializarse con esas tres bellezas, la de mi mujer ya la conocía, aunque estaba descubriendo otras cosas más fuertes de ella. Mi cuñada era otro cúmulo de sorpresas, que ni por asomo hubiese soñado y Belén, esa modosita compañera a la que tanto había deseado yo, era tan guarra como las otras dos.
De repente Ana le dio un pico a mi mujer, que se fue convirtiendo en un beso lascivo con sus labios enredados. Belén las empujó hasta el sofá y las dos hermanitas quedaron allí sentadas, pero sin dejar de besarse y acariciarse, en una escena lésbica tremendamente cachonda en la que Belén, de vez en cuando, metía la lengua entre aquellos labios, haciendo un trío antológico que me dejaba flipando.
Mi cuñada, en un momento me miró, le agarro la cara a mi mujer y le susurro algo al oído, sin dejar de mirarme a los ojos, sin que yo pudiera oír lo que decía, pero me imaginaba que sería algo para provocarme más, momento en el que Silvia invitó a Belén a comerle el coño a Ana que rápidamente se metió en sus piernas arrancándole innumerables gemidos. Lógicamente, viendo aquello, mi polla se puso dura enseguida y empecé a acariciarme, cerrando un momento los ojos, sin creerme lo que estaba viendo.
De pronto sentí las tetas de mi mujer a mi espalda y empezaba a acariciar mi pecho con dulzura, pegando su cara a la mía, observando ambos a las otras dos en aquella escena en la que Belén le comía el coño a Ana.
- ¿Parece que te gusta ver a esas dos comiéndose los chochitos, ¿no? - me dijo en un susurro junto a mi oreja.
Gire la cabeza a mi mujer y trague saliva sin saber que contestarle, pero era totalmente cierto.
- No pasa nada cariño, es normal, es lo que yo quería, verte disfrutar viéndolas a ellas y viéndome a mí, que también estoy cachonda de verlas. - añadió agarrando mi polla y empezando a pajearme mientras veíamos a las otras dos.
- ¡Dios Silvia, es tan fuerte...! ¡es que es increíble ver todo esto, cariño!
- ¿Quieres que me una a ellas, cielo? - me preguntó con una mirada lasciva desconocida para mí.
Volví mi cabeza hacia la dirección hacia las otras y observé como Ana tenía la cara metida entre las piernas de Belén saboreando su rico coño, mientras la otra jadeaba fuertemente.
Mi mujer apretó mi polla que ya tenía super dura y me volvía a susurrar.
- Dime, cariño, ¿quieres que la puta de tu mujercita se una?
Lógicamente, ella me llevaba por donde quería, que era a adentrarme en algo que era difícil rechazar y como un robot asentí con la cabeza, haciendo que ella me sonriese victoriosa, pues sabía que me tenía a su merced. Silvia quería que yo viera ese comportamiento suyo, ahora ya no me lo estaba ocultando, ya no era un engaño, sino algo que yo quería ver, que se comportara como una auténtica puta con las otras dos. Por un momento se me olvidó todo el engaño de Silvia con mi cuñado o mi jefe, ahora quería ver a esa Silvia en plena acción y así fue, se dirigió al sofá, moviendo sus caderas sensualmente, para unirse a las otras, a las que acarició sus curvas, pellizcando sus pechos o azotando sus culos.
Silvia me miró, a la vez que me guiñaba un ojo, cambiando de posición a las chicas, que no pusieron resistencia cuando Ana empezó a chupar el chochito jugoso de Belén. Mi malvada esposa disfrutaba viéndome tan excitado y sin dejar de mirarme, volvía a dirigir la cabeza de su hermana hacia el sexo de la otra para que siguiera dándole placer, al tiempo que yo me volvía loco ante esa descarada orgía.
- ¿Te gusta? - me preguntó Silvia y tuve que volver a asentir.
Mi mujer entonces, se subió al sofá cerca de Belén, que seguía recibiendo los lengüetazos de Ana en su sexo y empezó acariciar y lamer sus pechos nuevamente. Aquel trío era mágico, compuesto por tres mujeres hermosas y cachondas. Yo seguía viendo esa escena embobada a la vez que llevaba mi mano y me pajeaba sin parar.
- ¡Joder chicas, me voy a correr en nada! - soltó Belén de repente.
Ana aumentó su ritmo con la lengua y Silvia la besaba sin dejar de darle placer a sus pechos con las manos, lo que hizo que Belén estallara de placer, echando su cabeza hacia atrás, tras un largo suspiro para gritar:
- ¡Me corro, cabronas!
Silvia volvió a mirarme, con una cara de zorra como no le había visto nunca y empezó a lamer la cara de su hermana que estaba pringada de los fluidos de Belén que se estaba recuperando de su orgasmo.
Silvia fue bajando su lengua por el cuello de su hermana, para morder a continuación sus pezones y lamer sus grandes pechos. No me lo podía creer, pero luego bajó más hasta quedar arrodillada en el suelo y empezar a comerle la rajita de su hermana que se retorcía de gusto.
- ¡Joder, hermanita, cómo usas la lengua! - comentó Ana.
Seguía sin creerme lo que veía, pues Silvia casi nunca me dejaba que tuviéramos sexo oral y en ese momento estaba disfrutando como una loca comiendo el coño, nada menos que a su propia hermana. Mi mujer aun volvió a mirarme con unos ojos de vicio que asustaban y era una clara invitación a unirme.
No lo pensé, ver aquello me calentó demasiado, no aguante más y me levanté agarrando mi polla hasta ponerla apoyada en los labios de mi cuñada que estaba con los ojos cerrados. Al verme se sorprendió, pero no dudó en abrir su boquita y empezar a tragar mi sable con todo el arte del mundo.
Estaba entusiasmado, viendo de vez en cuando la lengua de mi esposa explorando el coño de Ana que seguía chupándomela con todas las ganas y de reojo me fije que Belén ya se había recuperado para colocarse arrodillada, detrás del culo de Silvia para empezar a chuparle toda la zona, sin dejar de lamer su rajita y su ano.
- ¡Sí, joder, cacho puta! - gritó mi mujer presa del placer.
Necesitaba meterla en uno de esos jugosos chochitos, así que le dije a Belén.
- Te voy a follar muy duro.
- ¡No sé a qué esperas!, ¡Soy toda tuya, Hugo...!, ¡hazme gritar cabrón! - dijo mirando a mi esposa, que le guiñó un ojo.
Le pegué varios azotazos a ese lindo culo que se estaba poniendo rojo por momentos. Agarré sus nalgas con las manos, apretujándolas y se las separé, a la vez que metía mi cabeza y saboreaba de nuevo ese coño que ya había tenido la suerte de degustar y que sabía delicioso. Comprobé que estaba chorreando, así que con una mano seguía separando su nalga y con la otra me agarraba mi polla y la dirigía hacia su coño, se la fui metiendo poco a poco, pero sin pasar de la mitad, para torturarla un poco.
- ¡Cabrón, fóllame ya! - dijo volviendo su cara con desesperación.
Aquello me animó y se la clavé hasta el fondo, para empezar a follarla con ganas, mientras ella seguía chupando a Silvia que en cadena lamía el coño de Ana. Era una orgía en toda regla. Acaricié las caderas de Belén con las manos y dibujando sus curvas, las metí debajo, agarrándome a sus tetas y le empecé a pellizcar sus pezones mientras seguía moviéndome dentro de ella cada vez con más fuerza. Nunca follaba así, pero a Belén parecía encantarle esa forma salvaje de hacerlo.
- Dios, Silvia, sigue que me queda poco ya para correrme. - dijo de pronto Ana, entre jadeos.
Escuchar a mi cuñada bufando y gimiendo de placer provocó que soltara los pechos de Belén para agarrarme a sus caderas y le apretara para coger más impulso y así poderle follar más duro.
- Sí, sí, joder, qué bien folla tu marido, Silvia y decías que era muy soso. - comentó Belén jadeando frenéticamente, sorprendiéndome con esos secretos de ellas tres que yo desconocía totalmente.
En ese momento, Ana dio un grito en señal de que se estaba corriendo, cuando sentí que Belén también estaba en pleno orgasmo gracias a las embestidas que le estaba dando con mi polla, yo seguía moviéndome dentro de ella para poder alargar más tiempo su corrida.
- ¡Sí, sí, sí, qué gusto! - dijo Belén bajando su cabeza al suelo en un orgasmo intenso.
- Joder Belén, no me dejes de chupar ahora, que estoy a punto. - gritó entonces mi esposa.
Viendo que Belén estaba fuera de juego, se la saqué y dirigí mi polla al coño de mi mujer que se me ofrecía divino en ese culazo y pude por fin follarla a lo perrito, clavándosela con fuerza en su palpitante rajita. Esta vez no puso pegas, al contrario, se alegró de que fuera tan bruto e impetuoso.
- ¡Uh, sí, joder, cabronazo! - me gritó ella, algo que no hacía nunca conmigo en un sexo más tradicional.
Viendo lo animada que estaba, hice lo mismo que con Belén, agarrarme a sus caderas para follarla con fuerza, entrando y saliendo con toda mi energía, logrando el chasquido de nuestros cuerpos chocar a cada embestida. Me parecía increíble que esa a la que tenía agarrada por la cintura y la que me follaba por detrás, era mi modosita Silvia. Ella gemía como nunca y estiraba su mano apretando mi culo para que la siguiese dando duro... era asombroso.
- ¡Sí, me corro, Hugo, cariño, qué bien...! - gritó mi esposa de pronto, entre convulsiones, mientras yo me agarraba a sus pechos y los estrujaba entre mis dedos sin dejar de metérsela.
Era una delicia follar con ella de esa manera tan desconocida para mí y hacerla correr hasta oírla gemir entre gritos. Una vez que ella termino de temblar quedándose tirada en el suelo recuperándose de ese polvo salvaje.
Me incorporé en dirección a mi cuñada que me esperaba ansiosa en el sofá con las piernas abiertas dándose placer ella sola.
- Sabes que ahora te voy a follar a ti, Ana.
- Uf, estás hecho un toro, cuñado, vas a por todas. Soy toda tuya - me dijo acariciando su rajita y abriendo más sus piernas.
Pero para su sorpresa, lo que hice fue cerrárselas y colocarla a cuatro patas en el sofá. El hecho de poder hacerlo así con ella también, follármela desde atrás, era una auténtica maravilla, sobre todo admirando ese culazo tan redondo al que golpeaba mi pelvis una y otra vez entrando en su coño en esa postura a la que estaba cogiendo el gusto.
- Vamos querido, fóllame ahora mi culito que sé que lo estas deseando.
Me dejó perplejo mi cuñada ofreciéndome su culo, hasta que oí protestar a Belén.
- ¡Oye, abusona, eso no vale!
- Hemos dicho que cada una elija lo que quiera. - añadió mi cuñada abriéndose ella misma los glúteos mostrándome su agujerito posterior dispuesta a todo.
- ¡Qué puta eres, hermana! - oí la voz de Silvia a mi espalda.
Pero Ana no tuvo que volver a repetirlo dos veces porque enseguida le saqué mi polla de su acogedor chochito, para meterle primero un dedo en su culito, que entró sin dificultad, luego dos, de igual modo, hasta que cambié mis dedos por mi polla que fui metiendo poco a poco. Era increíble verla desaparecer en ese lugar inexplorado sin ningún impedimento. Una vez que la tenía toda dentro, hasta el fondo, volví a empezar a moverme despacio para disfrutar de ese placer que estaba recibiendo gracias al estrecho culito de mi cuñada...
- ¡Sí, Hugo, qué bien, cómo me llenas! - repetía ella.
- Cuñadita, me encanta partirte el culo. - repetía yo.
- Más rápido, que estoy otra vez a punto de correrme. - insistía ella, echando su culo hacia atrás acompañando mis movimientos.
Le agarré de las caderas y empecé a embestirle más rápido mientras veía como ella misma se llevaba una mano hacia su clítoris y se lo frotaba hasta que el orgasmo le alcanzo y se empezó a correr manchándose sus dedos y el sofá, mientras mi mujer me decía al oído:
- Cariño, parece que lo has hecho toda la vida. ¿Te ha gustado follarle el culo a mi hermana?
La muy cabrona, no sé si sabría que yo había visto como la follaban el culo a ella, tanto mi cuñado como Carlos, pero en ese momento lo que más me gustaba era estar dentro del culito de su hermana, me parecía más que merecido mi regalo.
- Bueno, me toca. - dijo Belén poniéndose de rodillas en el sofá dispuesta a que le hiciera lo mismo.
Mi mujer se limitó a acariciar mis huevos por debajo de mis piernas, animándome ella misma a colarme dentro del culo de esa rubia alucinante. Agarré sus caderas, embadurné mi polla con sus propios fluidos y se la clavé en el culo, lentamente, notando como se abría para mí y me atenazaba la polla allí adentro.
- ¡Joder, qué gusto! - repetía Belén, que me animaba a seguir clavándosela, con la misma fuerza que a mi cuñada.
Lo cierto es que me estaba gustando esto de follarme culitos y me empleé a fondo, consiguiendo que Belén se corriera mucho antes que Ana... y se quedó derrotada sobre el sofá, sonriéndome agradecida.
Todavía me latía la polla y con ganas de correrme, pues estaba a punto de caramelo, hasta que oí decir a mi mujer mientras apoyaba sus tetas en mi espalda y agarraba mi falo que aún estaba caliente del culo de Belén.
- ¿Y qué regalito le vas a hacer a tu esposa? - me preguntó.
- Ten cuidado con esa, que es la más puta de todas y tiene un culo que vuelve locos a todos los tíos. - comentó Belén
- ¡Calla idiota! – la recriminó mi esposa, pero no hacía falta que disimulara, porque lo había comprobado por mí mismo a través de las cámaras, aunque ahora parecía invitarme a mí por fin a probarlo.
No hizo falta esperar más tiempo, porque estaba loco por estrenarme en el culo de mi propia esposa. La coloqué a cuatro patas en el sofá y ubiqué mi glande en su orificio posterior, ese que nunca me dejó usar y que otros ya habían probado hasta saciarse, ese culo apetecible, tan atrayente, que ella usaba como una auténtica puta.
La clavé sin remisión, sin preámbulos y sin tiempo a la dilatación, por un lado, quería que notara mi polla del todo, a modo de venganza, pero de esa forma, además, notaba ese orificio más estrecho que se aferraba a mi verga como un guante.
- ¡Cabronazo! - gritó cuando se la metí hasta las entrañas.
Un largo suspiro salió de su boca y después un jadeo. Empecé a embestirla agarrándome a sus tetas, que debajo de su cuerpo se movían adelante y atrás. Era una delicia estar metido en ese culo, que tantas veces me prohibió...
Al momento, Belén se unió a la fiesta, pegándome un buen morreo mientras yo seguía adentrándome en ese culo apretado de mi esposa, mientras que mi cuñada, se puso debajo de ella, chupando su clítoris haciéndola gemir como una loca.
- ¡Ah, me corro! - dijo Silvia, apretando aún más su culo, atenazando mi polla como si me estuviese ordeñando ahí adentro y tan solo tuve que dar dos o tres embestidas más, cuando noté que me corría como nunca mientras ella seguía apretando y aflojando su esfínter acompañando mis movimientos.
- ¡Uf, joder, Silvia, me matas con eso! - dije mientras soltaba incesantes chorros hasta inundar sus entrañas.
Luego Ana le metió los dedos en el coño a su hermana, para llevarlos después a mi boca, que saboreé degustando ese rico sabor.
Por un momento, nos quedamos los cuatro allí tirados en el sofá, desnudos, exhaustos por un rato, tras tanto sexo y Belén fue a la cocina para traernos algo fresco para beber, con la intención de seguir el resto de la tarde.
No sé por cuantas bocas pasó mi polla, ni cuantas veces me corrí, unas, en alguna de esas preciosas tetas, otras en cualquiera de esos coños, o en la cara de todas ellas nuevamente... aquello fue largo, intenso e inolvidable hasta que sentía que mi polla me dolía de tanto usarla.
Anochecía cuando tomamos unas copas, sin vestirnos, rememorando la velada, sin que todavía me creyese lo que había sucedido en esa jornada loca, con mi compañera Belén, con mi preciosa cuñada y, sobre todo, con mi desconocida y ardiente mujer.
- ¿Ves cómo tu maridito iba a querer participar? - dijo de pronto Belén a mi esposa.
- ¿Qué? - dije sin entender nada.
- Nada, nada, bienvenido al club. - me dijo riendo Ana.
- ¿Club? ¿Qué club?
Las tres rieron y se dieron azotazos mutuamente, pero yo les insistía que me explicaran todo y fue la propia Silvia la que lo desarrolló, dejándome aún más flipado.
- Mira cariño, las tres hemos montado un club de sexo y nos follamos a todo lo que se mueve. Creo que tú mismo lo has descubierto, ¿no?
- ¿Cómo? - preguntaba yo que iba de sorpresa en sorpresa.
- Sí, cielo, no me mires así... yo estaba aburrida de nuestra vida sexual tan monótona... y...
- Pero, Silvia... ¿Por qué no me lo pediste?
- No sé, porque es algo que necesitaba tener sin pedirlo, algo que fuera espontáneo, loco, salvaje y fue por culpa de estas dos, que me llevaron al camino de la perdición.
- ¿Será puta? - dijo Ana.
- No, es verdad, ellas, ya habían probado eso y me adentraron en un mundo maravilloso, de sexo, de locura, de acción continua, con gente nueva, con ellas mismas...
- Pero, a ver, entonces Ana, tú sabes que Aitor... - dije y ella misma me interrumpió.
- ¿Se folla a tu mujercita?, ¡Claro hombre!, le encanta su culo...
- Joder, estoy flipando. - dije.
- Hemos probado con los maridos de todas, incluso con tu jefe, el jefe de Ana y algún vecino buenorro ¿verdad, chicas? - añadió Ana riendo.
- Si, cariño, solo faltabas tú. - apuntó Silvia.
- ¡Joder!, ¿Entonces todo esto estaba premeditado y soy el último en enterarme? - pregunté y mi esposa me sacó de dudas del todo.
- Claro, cielo, lo habíamos organizado, incluso lo de que me faltara ropa, cambiando las cosas de sitio y la propia Belén, sabía que ibas a montar unas cámaras a la mínima de cambio, por eso quise que me vieras en plena acción a través de ellas. No sabía cómo ibas a reaccionar, pero ella me dijo que lo pasabas muy bien en el trabajo y me animé más, luego mi hermanita me echó otro capote y aquí nos tienes, enteritas para ti.
- ¡Sois unas zorras de cuidado! - las dije.
- ¡Sí, jajajaja! - repitieron las tres al unísono abrazando sus cuerpos desnudos al mío.
A continuación, se arrodillaron y volvieron a comerme la polla y los huevos, mezclando sus lenguas, volviéndome absolutamente loco, peleándose por saber quién iba a ser la primera en hacerme correr sobre sus caras.
FIN
Laura & Sylke