Detenida y violada

Por una negligencia nuestra, mi marido y yo nos vemos detenidos en un país extranjero. Tres oficiales y varios soldados deciden montar una fiesta, conmigo de protagonista.

Mi nombre es Casandra, y lo que os contaré, cambió la vida de mi marido, Enrique, y por supuesto la mía.

Procedo de una familia acomodada. Siempre fui a estrictos colegios religiosos hasta que en la universidad, conocí a quien hoy es mi marido, que entonces ya era un líder universitario, y defensor de las injusticias.

Me enamoré perdidamente, y Enrique fue el primer hombre con quien mantuve relaciones, aunque tuve muchas oportunidades de haber “pescado” a alguien más acorde a mi posición, como decía mi madre. Universitaria, atractiva y educada, de estatura media, melena rubia, 1,66, buen tipo, y sin pecar de excesivo, mi pecho se puede considerar exuberante, dada mi delgadez.

Cuando presenté a mi novio en casa no gustó demasiado, pero a los 26 años, decidí casarme con él. Mis padres pusieron el grito en el cielo, aunque poco a poco fueron aceptándolo. Ambos éramos maestros, lo que nos permitía disponer de muchas vacaciones y hacer lo que a ambos más nos gustaba, viajar, yendo a países con problemas políticos y ayudando, dentro de nuestras posibilidades, a las gentes del lugar que se sentían oprimidos. Acudíamos a manifestaciones, nos reuníamos con personas mal vistas por los regímenes locales, lo que daba lugar que en ocasiones estuviésemos en miras de los dirigentes de la zona.

La primera vez que nos arrestaron pasé mucho miedo. Había oído lo que les hacía a los detenidos, pero siempre era cuestión de horas, un par de días como máximo y directamente se aseguraban que cogiésemos un avión de vuelta y la “invitación” a no volver.

Mis padres no sabían nada de estas actividades y nuestros amigos nos decían que estábamos locos y que algún día tendríamos problemas, aunque nosotros nos remitíamos a nuestra experiencia, que no considerábamos arriesgada al ser ciudadanos extranjeros.

Lo que relataré sucedió en 2009. Acababa de cumplir 36 años, y decidimos hacer un viaje a un país caribeño en que ya, tiempo atrás, habíamos sido ya expulsados.

Para no tener problemas, llegamos en avión a un país vecino y cruzamos la frontera en coche, donde los policías no disponían de información para denegarnos el acceso. Dada la situación de revuelta, asistimos a algunas manifestaciones y acompañé a Enrique a reunirse con líderes clandestinos de la oposición. No me sentía cómoda, porque habíamos salido de malas formas la vez anterior y sin ser violento, no me agradó el trato que recibimos, sobre todo de un comandante, advirtiéndonos seriamente de no volver allí.

En los viajes, también disfrutábamos del turismo. Íbamos a las playas, tomábamos nuestros cócteles y nos bañábamos en la piscina del hotel. Precisamente fue allí donde tres hombres de paisano se acercaron a nosotros. Supimos allí que eran dos policías, y el director del hotel. Educadamente nos pidieron que fuésemos a nuestra habitación, recogiéramos nuestras pertenencias y les acompañásemos.

Hicimos rápidamente nuestro equipaje, nos vestimos, en mi caso con unos vaqueros y una camiseta, y ya en la puerta, dos jóvenes llevaron las maletas a dos coches que se encontraba fuera y nos dirigimos a una comisaría donde nos separaron a Enrique y a mi.

Me asusté cuando me dijeron que me trasladaban a otro lugar y por motivos de seguridad, deberían cubrirme los ojos. Pregunté por mi marido y por mi equipaje y me dijeron que no me preocupase por nada, que me reuniría pronto con él.

Me subieron con los ojos tapados en un coche y una media hora después, me dejaron en un cuarto con una pequeña, con un retrete y un camastro donde pasé la noche. A media mañana del día siguiente, llegaron dos mandos militares, cuasi ancianos ambos, de aspecto tranquilo, presentándose como los capitanes Gómez y Criollo, explicándome que quedaríamos libres enseguida. Me acompañaron a un cuarto bastante lujoso donde se encontraba mi equipaje. El baño tenía todas las comodidades, y todo estaba limpio. En dos horas me reuniría con mi marido y nos iríamos en un avión por la tarde a España.

Les creí. El capitán Gómez me recordaba a mi padre, con aspecto bonachón, y prominente barriga. Me sentía aliviada. Llené la bañera de agua y pasé un largo rato en ella, lavé mi pelo, me maquillé, y hora y media después estaba ya vestida, con una falda de verano, hasta la rodilla, una camiseta negra, sin mangas y ajustada, y calzada con unos zapatos alzados de esparto. Todo para estar cómoda en el avión.

Minutos después llamaron a la puerta. Eran dos jóvenes soldados, que con rostro serio, me dijeron que me llevarían junto a mi marido. Me acompañaron por varios pasadizos hasta una puerta que comunicaba con el exterior. Parecía un centro de entrenamiento de reclutas, aunque no le di demasiada importancia. Nos iríamos en breve.

Me quedé en una de las sillas que estaban junto a una mesa a la sombra. Hacía bastante calor. En ese momento salieron tres oficiales, los dos que tan amablemente me habían acompañado a aquella habitación para asearme y un hombre de mi edad, con más alta graduación, que reconocí al momento. Era el comandante que nos había expulsado de allí la última vez, y a quien su compañeros llamaban Alejandro. Asimismo, un grupo pequeño de jóvenes reclutas, de unos dieciocho años. Me sentí violenta. Me pidieron que les acompañase a la mesa, donde rechacé la invitación de beber algo.

  • ¿Dónde está mi marido? Queremos irnos ya.
  • No tenga prisa. Ahora le verá. En el avión de esta tarde no había plazas. – Respondió Alejandro riendo. – Se irán mañana.

Me sentía muy violenta. Todos me miraban con aire de superioridad. Incluso Criollo y Gómez, que ahora me parecía aún más parecido físicamente a mi padre, y que ahora me incomodaban.

  • Por favor, quiero ver a mi marido¡¡¡ – Insistí
  • Es usted muy guapa y su marido muy afortunado al tenerla como esposa.

A una mirada suya, Gómez entró con dos reclutas y momentos después salieron los tres junto a Enrique. Me impresionó verle atado, sin camisa, y con síntomas de haber sido maltratado. Fui corriendo hacia él. Le pregunté qué le habían hecho, pero no me contestó. Tenía los ojos amoratados y magulladuras en el cuerpo. Entre los dos soldados lo sentaron en una silla, ligeramente apartado de donde nos encontrábamos.

  • Hace un tiempo les dije que no volvieran por aquí. Pretendían jugar conmigo, ¿verdad? Ahora seré yo quien proponga un juego que acabo de inventar. Estamos en un campo de entrenamiento militar, donde ahora, salvo estos cadetes voluntarios, están todos de vacaciones.

Me sentía muy asustada. Estaba segura que lo íbamos a pasar mal allí. Parecíamos estar en un lugar apartado. Dentro del recinto, a parte de las edificaciones había un pequeño espacio para realizar ejercicios, una soga para subir, tablas de equilibrio, bancos de flexiones y abdominales, además de una piscina. En realidad era todo como una pista de pentathlon.

  • Lleva falda y camiseta e imagino que una mujer como usted, también bragas y sostén. Tengo preparadas cinco pruebas físicas que mis reclutas vencen sin problemas. Si supera la primera se irán. Si no se quedará sin una prenda de ropa. En la segunda, lo mismo. Así hasta la cuarta, que si no la supera, quedaría totalmente desnuda.

Palidecí. Enrique también lo hizo. Vi como insultó a Alejandro y casi de inmediato, dos fuertes golpes cayeron sobre su cara.

  • Por último.... Está usted sola en esto. Si no hace algo de lo que le digamos, su marido pagará las consecuencias.

Sentada, al lado de los tres oficiales, miré a mi esposo y comencé a llorar. Jamás pensé que llegaría a sucedernos algo así. Ahora, en un país extraño, estábamos a disposición de unos sádicos pervertidos. Así, aceptando la suerte que iba a correr, tan sólo me quedaba pensar en superar la primera prueba que aún no conocía. Fue cuando el comandante se levantó y me acompañó junto a una enorme barra metálica, de unos seis metros de alto.

  • Cualquiera de estos chicos subiría esta barra en diez segundos. Usted tiene un minuto. Si llega arriba en ese tiempo se irán.

Los deportes y la gimnasia nunca se me dieron demasiado bien. No sabía tan siquiera si sería capaz. Mandó primero a uno de los reclutas que hiciera la demostración, y efectivamente, en unos instantes estaba arriba. Debía fijarme en todo. Había llegado mi turno.

A la voz de “YA”, empecé a trepar. Mi falda se agarró entre la barra, cruzando las piernas, pero al intentar dar el segundo impulso caí. Volví a intentarlo, una y otra vez, pero al principio caía y después ya no tenía fuerzas para la levantar los brazos. Un minuto después, seguía abajo. Alejandro mandó parar.

Antes que me pidieran que me quitase la primera prenda supliqué y lloré, solicitando que nos dejasen en libertad y exponiendo que éramos españoles. Alejandro miró a sus soldados y uno de los reclutas dio otro dos fuertes golpes a mi esposo. Chillé y les mandé parar.

  • Paren¡¡¡ Lo haré¡¡ Lo haré¡¡ – Dije mientras me sacaba la camiseta.
  • Muy buenas tetas¡¡¡ – Contestó el comandante mientras yo intentaba tapar mi sujetador.

Me dio un vaso de agua que agarré con la mano tan temblorosa que vertí parte del líquido. Se les veía disfrutar a todos, incluidos los capitanes y los soldados que presenciaban el espectáculo. Mientras, me dijo que observase la siguiente prueba, en la que mandó a otro recluta que se colgase de una especie de escalera en posición horizontal y levantase la cabeza por encima de ella veinte veces.

La barra estaba alta, pero el joven dio un salto y como si fuese un muelle hizo aquellas abdominales, levantando una y otra vez la cabeza por encima de la madera.

  • Ha tardado menos de veinte segundos. Ahora seré más generoso. Tienes dos minutos para hacer lo mismo que él. Veinte abdominales colgada, debiendo pasar la cabeza por encima de la madera.

No llegaba a alcanzar la barra por lo que el propio Alejandro, junto a otro de los muchachos se acercaron a mi y agarrándome por el culo, de manera descarada me subieron. Grité y me revolví, derrochando unas fuerzas que me faltarían.

Hice con sacrificio la primera. A la segunda, mi abdomen era dolor y tan sólo veía la barra junto a mi nariz. Hice un esfuerzo sobrehumano y llegué a la segunda, pero el esfuerzo me hizo caer al suelo.

Dos jóvenes me sujetaron por el trasero y me subieron, pero ya no protesté. Estando casi arriba, vi como intencionadamente me subían la falda hasta la mitad de mis muslos. Miré y era Gómez que miraba mis bragas por debajo de la falda.

  • Casandra. Lleva dos. Sólo le quedan dieciocho. – Dijo burlándose.

Intenté elevarme y caí. Los dos jóvenes me subieron riendo, pero ya mis músculos apenas podían sostenerme, por lo que ni tan siquiera me elevaba ni un centímetro. Quedé colgada, llorando, resignada a quedarme sólo en ropa interior hasta que Alejandro dijo que habían pasado dos minutos.

Me dejé caer, con los brazos doloridos y agotada. Me dejaron reposar unos segundos. Quedé tirada en el suelo, en posición fetal, gimoteando y mirando al suelo.

  • Casandra. No ha superado la prueba. Entregue la falda a Muñoz.

Miré y vi que el muchacho estaba a mi lado. Miré a Enrique que bajó la cabeza humillado. Solté el botón y la cremallera de la falda, cayendo al suelo. Intentaba cubrirme como podía.

  • La orden es que de la falda al soldado, no que la tire al suelo.

Cabizbaja, agarré la prenda y se la entregué. Levanté la cara y vi como los oficiales relajados y sonrientes tomaban una copa de champán, mientras que los jóvenes me observaban con los ojos saltones.

  • Es muy atractiva, Casandra. Tiene una buena delantera y su aspecto hacen que parezca una mujer nórdica. Gírese que la veamos bien. Me gusta su braga brasileña, es sexy.

Me di la vuelta y me mostró de inmediato la siguiente prueba. En un lado de la piscina había un cubo lleno de pequeña pelotas de colores y debería llevarlo a otro cubo, a través de la piscina, que estaba situado en el otro lado. El joven se dirigió a por una de las bolas y se tiró al agua, atravesó la piscina, saltó, tirando la bola y encestándola sin salir del agua. Volvió y apoyándose tomó otra bola e hizo lo mismo.

Los barreños donde se tomaban y dejaban las pelotas de colores estaban apartados del borde de la piscina, pero él tomaba y dejaba las bolas sin salir del agua. Era casi imposible que yo pudiera hacer lo mismo.

  • Rodrigo ha tardado minuto y medio en hacerlo. Usted lo tendrá “más fácil”. Le daremos tres, pero la bola ha de quedar dentro del cubo

La rapidez, la fuerza y el temple que mostró el muchacho era casi imposible que yo pudiera repetirlo. Alejandro pidió que me colocase junto al cubo y dio el “YA”

Cogí la primera pelota y me tiré al agua. Se me fue de las manos. Estaba nerviosa e imprecisa. La buscaba desesperad amente mientras oía las risas de fondo de todos los hombres. Llegué a la otra orilla y la tiré con fuerza, pero dio en el borde del cubo y salió disparada. Tuve que salir de la piscina, corriendo, volverla a coger y depositarla.

Eran diez y al poco de colocar la tercera me dijeron que me quedaba la mitad del tiempo. Me puse más nerviosa temiendo que de nuevo no iba a conseguir superar la prueba. Ahora ya estaba agotada, me costaba nadar, llegar, subir, por lo que intentaba tirar la pelota desde lejos con escasa puntería. No me dio tiempo a meter ni tan siquiera la sexta cuando el tiempo acabó.

Me miré. Llevaba medio pecho por fuera del sujetador. Pensé que ya daba igual, me harían enseñarlo de todas formas. Era horrible lo que estábamos viviendo allí. Tapé mi cara, aunque mis lágrimas, ahora se confundían con las gotas de agua.

Alejandro esperaba con una toalla que saliese de la piscina. Subí por la escalera y me cubrí con ella. Sentía que no podía respirar. Mi ropa interior estaba empapada, por lo que se marcaban mis pezones y el escaso vello púbico de mi sexo.

  • Por favor, no me hagan hacerlo. Déjennos marchar. No volveremos nunca más a este país.
  • No tendrá que hacerlo. Quítese la toalla. Ahora le quitará el sujetador uno de mis chicos. Hay que educarlos para que aprendan. Rodrigo, por favor, quítaselo y me lo das.

Terminé de secarme y di la toalla al cadete, que la tiró al suelo. Miré a todos. Sonreían. Enrique tenía la cabeza hacia bajo, sin querer mirarme mientras sostenía con fuerza mi sostén.

El joven me llevó justo en frente de la mesa donde se sentaban sus superiores y el resto de los chicos se colocaron junto a ellos, por detrás de mi marido. Se acercó por delante y llevando sus manos a mi espalda soltó la hebilla que sujetaba ambas partes. Después, ya detrás de mi, sacó mi sujetador, dejando mis pechos al aire, donde todos, salvo Enrique, miraban sin perder detalle. No pude estar más de dos segundos y de inmediato llevé mis manos a ellos para cubrirlos.

  • Reconozco que ganas mucho sin sujetador, aunque por lo blancas que están, deduzco que no tomas mucho el sol en top less, y no quiero que te tapes.

Seguí cubriendo mis pechos. Vi como el propio Alejandro se acercaba a Enrique y le dio una patada en el costado. Grité, pedí que parasen y fui corriendo hacia él. De inmediato, dos jóvenes me agarraron y me llevaron de nuevo donde estaba, situándome en posición firme y con los brazos caídos.

  • Casandra, aunque tiene un cuerpo estupendo, con aspecto fibroso, lo cierto es que no está en muy buena forma física. Por ello, la siguiente prueba en la que podrá evitar enseñarnos lo que no quiere que veamos, es pasiva.

Quedé hundida y humillada, esperando. Sabía que si no la superaba habría de quitarme la última prenda. Y si eso pasaba, ¿qué sería lo siguiente? ¿Cómo saldríamos de allí? No sabía si se propasarían conmigo, no había dicho nada de lo que pasaría después, si no superaba la última prueba. Tal vez se conformaran con verme desnuda y que me viesen sus hombres y después nos dejarían marchar.

Dijo a Willians, otro joven recluta, que me mostrase la prueba de resistencia a la inmersión. Sin dudarlo, se tiró al agua, sacó la cabeza y volvió a introducirla para estar sumergido largo rato. Alejandro miró su reloj y me miró sonriendo.

  • Tres minutos treinta segundos¡¡¡ Buen tiempo. Si resiste dos minutos se podrá marchar. Dos minutos sin respirar y serán libres.

Pensé que era casi imposible conseguirlo. A veces había jugado a no respirar y nunca había llegado a un minuto. El comandante se levantó, y se dirigió a mi. Me tocó el trasero y me dio una palmadita. Di un salto, aunque sumiso para que Enrique no sufriera las consecuencias. Llamó a dos de los cadetes que me agarraron y me tiraron al agua. Ellos hicieron lo mismo. Me puse nerviosa, gritaba mientras nadaba a la orilla de la piscina.

Me di cuenta allí. Esa ansiedad mía, iba a pasarme factura. Otra vez había perdido unas fuerzas que me harían falta. Sin darme apenas tiempo, el comandante dio la voz de ya, tomé aire y uno de los jóvenes me introdujo la cabeza en el agua. Abrí los ojos y vi un reloj que colgaba y que marcaba el tiempo que llevaba dentro.

Al medio minuto, ya necesitaba respirar, aguanté diez segundos más, me ahogaba. Nunca había pasado de ese tiempo. A los cuarenta y cinco segundos estaba me movía compulsivamente. Tres o cuatro después saqué violentamente la cabeza, tomando aire brusca y aceleradamente, roncando mi garganta por la virulencia de la respiración.

Mientras recuperaba el resuello, me daba cuenta que había perdido y que dejarían desnuda delante de aquellos malnacidos. De nuevo Alejandro se acercó a la escalera con la toalla. Tardé un poco en hacerlo, por lo que se acercaron los dos cadetes que aún seguían en el agua. Los aparté violentamente y nadé hasta ella. Subí, me cubrí y sequé con ella. Mientras el comandante me dirigió con la mano en mi espalda de nuevo en frente de su mesa.

Estaba preparada para recibir la noticia. Lloré, imploré intentado dar lástima. Enrique, cabizbajo tenía los ojos cerrados. Sólo observaba la lujuria de todos y las miradas lascivas, que ya se dirigían a mi entrepierna. Mientras, me mantenía firme, esperando las instrucciones, que sin duda me daría el comandante.

  • Casandra, sus bragas están mojadas. Quíteselas y démelas¡¡¡¡ y después coloque las manos sobre la cabeza

Hacía pucheros mientras llevé las manos a las caderas. Las sujeté, y empapadas y despacio, las deslicé por mis muslos hasta que cayeron al suelo. Obedientemente y sólo tapándome mientras daba los pasos hacia la mesa, se las entregué a Alejandro. Me había quedado totalmente desnuda, sola, con mi marido hundido y expuesta a todos.

  • Morales, sé que eres un buen escritor. Define ahora que ya la conocemos mejor, ¿cómo es esta mujer? Sus pechos, su sexo. Descríbela como si no la hubiésemos visto todavía y tú supieras todo de ella.

Hice intención de bajar las manos, pero me ordenaron volver a situarlas sobre la cabeza. El joven comenzó a hablar.

  • Es una mujer atractiva, española, casada, de 36 años, Vestía camiseta negra sin mangas y una falda hasta las rodillas, oscura, con círculos blancos. Sujetador blanco y una braga pequeña del mismo color. Es rubia, rubia natural – riendo –, con una larga melena, en la cabeza, claro, – Volvió a reír – delgada, con un pecho abundante, senos firmes, calculo que en torno a talla 95-100. Su sexo es claro, recubierto de pelo corto, rectangular, del tamaño más o menos de una caja de aspirinas, dos dedos por cuatro.

Sonrió y felicitó a su alumno. Las carcajadas antagonizaban con mis lágrimas. Quería marcharme. Necesitaba irme. Me tiré al suelo y me arrodillé suplicando.

  • Por favor¡¡¡ Ya han tenido lo que querían. Ahora, déjennos irnos. No volveremos jamás a este país.
  • Por no haber pasado la cuarta prueba, ha quedado desnuda. Habrá una quinta prueba. Deberá hacer el recorrido del campo, con las pruebas que conlleva. Será su última oportunidad ya que si no la supera, disfrutaremos de usted sexualmente.
  • ¿Qué? Me dijeron que nos dejarían marchar. Es usted un ca....... – No me atreví a seguir temiendo enojarle más.
  • Sólo hablé de cuatro pruebas. Ahora, Parker le hará la demostración.

El joven se colocó junto a la piscina. Se zambulló, nadó, salió y fue al recorrido. Subió una soga, se tiró por una rampa, saltó a la escalera que sirvió de banco para abdominales, y colgado como un mono pasó por ella, siguió corriendo y tras salvar varios obstáculos llegó a donde estábamos.

  • Ya lo ve. Minuto y medio. Usted dispondrá de cinco.
  • Por favor, no lo conseguiré, sea comprensivo, por favor¡¡¡¡ – Dije gimoteando.
  • Si no lo consigue, algo que sinceramente me gustaría, ya sabe lo que te espera. Ahora acérquese a la piscina y espere mi orden de salida.

Estaba tan abatida, que estaba segura que no lo conseguiría. No podría saltar, ni subir. Aún así, a su orden me tiré a la piscina. Los jóvenes me jaleaban al ver moverse los pechos desnudos. Ya me costó trabajo salir, pero al llegar a la soga para subir, caí varias veces. Me hice daño en el brazo y comencé a llorar. Después de muchos intentos mis manos sujetaron la pared. Me dolían las abdominales de antes. Para ese momento, el tiempo ya estaba muy avanzado. Apenas rodé por la rampa ya no me dio tiempo a intentar subir para cruzar el cuerpo. Me quedé en el suelo, tumbada.

  • Dios mío¡¡¡¡ Lo que me espera¡¡¡¡ Dios¡¡¡ Sácame de aquí. Por favor, Dios mío, evita que esto vaya a más. – Pensé, encomendándome a él.

Supongo que Dios tenía otras cosas más importantes que hacer, porque de inmediato me recogieron dos jóvenes y me volvieron a llevar en frente de la mesa. Agaché la cabeza, cubriéndome con los brazos, mientras que Alejandro, actuando de anfitrión de la fiesta que se estaban corriendo a nuestra costa, preguntó a sus oficiales lo que deseaban.

Criollo dijo que él sólo quería tocarme y después mirar, pero para mi sorpresa, el clon de mi padre, el capitán Gómez, dijo que tenía un capricho.

  • Me gustaría que la depilasen y después me la chupara
  • Nooo¡¡¡¡¡¡¡¡ – Grité – No pueden hacerme eso. Por favor. Nooo¡¡¡¡¡¡
  • Rodríguez¡¡¡ Tú eras barbero, ¿verdad? Tendrás el honor de depilarla.

Esperé, tapándome como podía, hasta que el muchacho llegó con el agua, jabón y espuma de afeitar. Los otros chicos despejaban la mesa, donde se supone me colocaría para ello. Era todo muy humillante, y con mi marido presente.

Al ordenarme que me situase sobre la mesa, me negué, aterrada y avergonzada. Fue suficiente para que ahora mi marido, recibiese multitud de golpes por parte de varios reclutas.

  • Paren, paren ¡¡¡ Lo haré, lo haré – Acepté entre llantos

Me situé sobre la mesa, entre llantos. Me separaron ligeramente las piernas y Alejandro, mandó hacer un círculo a mi alrededor, para que ninguno de los presentes perdiera detalle.

Criollo me tocó la cara, bajó por mis pechos, recreándose en ellos. Su mano bajó por mi estómago hasta llegar a mi sexo. Me acarició, pasó la mano por encima, mientras yo sólo podía moverme pero sin oponer resistencia y girar mi cara para no mirar. Metió su dedo en mi vagina y cuando se cansó dejó paso a Alejandro que sería quien lo enjabonase. Para ello tomó un poco de agua y mojó mi vello, aprovechando la ocasión para pasar la mano por mi vagina. Chillé y giré la cabeza para evitar mirar a ninguno de ellos, aunque ya era bastante terrible oír sus comentarios y sentir el aliento de todos.

  • ¿Cómo lo quiere? ¿Cómo le gustaría que lo llevase? – Preguntó el joven
  • Déjale una pequeña línea y elimina todo lo demás.

El soldado empezó a operar. Lo hacía con destreza y cuidado aunque no le miraba. Mis ojos estaban cerrados. Me movía la pierna, cada una de ellas para hacerlo sobre mis labios. Por último, dio la oportunidad al capitán Gómez para que fuese él quien me aclarase y diera el visto bueno,manoseándolo y comprobando que su orden se había cumplido.

  • Muy bonito. Ahora, con una mamadita, me iré contento a casa a ver a mi mujer. – Comentó obscenamente.

Me giré al escucharle y de rodillas volví a suplicar sabiendo que no obtendría su complacencia. Sin demasiados miramientos, y sin darme tiempo, vi como se bajaba los pantalones y sacaba su miembro erecto. El hombre, que tan bien se había portado conmigo, de aspecto bonachón y parecido a papá, había cambiado radicalmente, me iba a obligar a realizarle una felación.

El comandante hizo que nos pusiéramos relativamente cerca de Enrique para que para mayor castigo, presenciara como su mujer hacía sexo oral a otro hombre.

Gómez tomó mi cabeza y bruscamente me llevó la boca a su miembro. Me dio un tremendo asco, y comencé a toser. Recibí una reprimenda del comandante, diciendo que si volvía a hacerlo, mi marido no volvería a España. Me limitaba a tener la boca abierta mientras era él, que con sus manos, hacía el movimiento de mete y saca. Varias veces estuve a punto de atragantarme, pero intenté por todos los medios evitarlo. El mayor movimiento y la respiración, que aumentaba, me hizo esperar en cualquier momento una inyección de semen.

  • Trágatelo todo¡¡¡ – Me ordenó tuteándome por la excitación.

Tuve que dar varias embestidas hasta que al final mi boca se llenó de semen. Sacó su miembro y los restos se mezclaron con las lágrimas y con lo que quedaba de maquillaje y sombra de ojos después de tanta agua y lloros.

Vi como hablaban entre ellos a la vez que el capitán se subía los pantalones con cara de satisfacción. Enseguida se dieron la vuelta, dirigiéndose otra vez a mi.

  • ¿Qué querrían ahora? – Pensé sin atreverme a preguntarlo.
  • Ahora me toca a mi. – Añadió Alejandro. – Es mi turno.

No dije nada. No quería comprometer más a Enrique. Sólo quería que terminasen y que nos dejasen ir, aunque empezaba a dudar que saliésemos de allí con vida.

Me cogieron entre dos soldados y me volvieron a tumbar sobre la mesa. Pensé que me violarían en masa, pero no fue así. Me dieron la vuelta y Alejandro estiró mi melena para que cayese sobre mi espalda. Vi como dos de los jóvenes me tomaron por los antebrazos y otros dos me separaron las piernas.

Al darme cuenta que sería penetrada analmente volví a gritar. No podía moverme. El comandante, antes de empezar, acarició mi trasero.

  • No, por favor, no, no, no. Pare, por favor, haré lo que quiera, pero eso no, por favor¡¡¡

Sólo conseguí con mis lamentos arrancar unas risas a Alejandro y al resto de los muchachos. Oía como se bajaba los pantalones y sentí su mano que me apartó los cachetes para sentir su miembro que dejó justo a la entrada de mi ano.

Volví a respirar con ansiedad, momento en el cual de una fuerte embestida la llevó hasta dentro. Aullé de dolor, para que al relajarme mis ojos volviesen a rezumar. No podía ver a mi marido, ya que estaba detrás de mi y la vista no me alcanzaba. Seguro que él si podría ver lo que aquel canalla estaba haciéndome.

Sus manos se aferraban fuerte a mi cintura. Me penetraba. Aunque cada vez su tamaño era mayor, mi dolor se iba difuminando y me permitía pensar en qué sería de nosotros.

Lo disfrutaba, sin prisa, no quería terminar su disfrute. Aguantaba como podía. Los soldados me acariciaban. Me habían levantado un poco por delante y empezaron a tocarme los pechos, pellizcando mis pezones, lo que me hacía moverme para mayor goce de su superior.

Noté su líquido caliente en mi esfinter. Se clavó aún más para que no se saliese y se despegó de mi. Me soltaron los muchachos, aunque quedé sobre la mesa, exhausta, molida, tanto física como emocionalmente.

Miré a Enrique. Seguía cabizbajo. Tenía aún peor aspecto. Volví a apoyar, con la cara gacha, la cabeza sobre la mesa, intentando no ver nada, intentando apagarme del mundo.

Les oía hablar entre ellos. Sabía que estaban planeando lo que iban a hacer conmigo, o si habían terminado, con nosotros. Efectivamente, era lo primero, porque aún me quedaba lo peor.

Se acercaron todos los jóvenes. Me dieron la vuelta y me separaron las piernas. Intenté zafarme pero me agarraron con fuerza, inmovilizándome. El comandante se lo recriminó, con una jocosa recomendación.

  • Cadetes¡¡¡¡ No sean ustedes groseros. No utilicen la violencia. Lo que pidan a esta mujer lo hará complacientemente. Si quieren que eche sus brazos hacia atrás y abra sus piernas, pídanselo amablemente.
  • Señora, aparte sus manos y deje que la podamos tocar. – Oí a uno de ellos.

Me habían soltado, pero había permanecido inmóvil. Por ello estaba tal y como aquellos jóvenes deseaban. De inmediato, empezaron a tocarme por todos sitios. Tan sólo estaban ellos junto a mi, bajo la supervisión de los tres mandos, que se mantenían ligeramente apartados.

Mis pechos y mi sexo, eran el objeto de los torpes tocamientos de los muchachos, que me pellizcaban, me introducían el dedo en la vagina, y me acariciaban el escaso vello que me habían dejado tras la depilación.

No creo que estuviera así demasiado tiempo, pero aquellos minutos se me hicieron eternos. No quedó ningún poro de mi cuerpo sin tocar. De repente, vi como se paraban. Se apartaron de mi, y uno de ellos, Morales, habló.

  • Vaya a la piscina y tírese al agua.

Estaba aturdida. No sabía que pretendían. ¿Querrían ahogarme? Me ayudaron a levantarme. Me soltaron y dando pequeños tumbos me lancé al agua. Ya no me importaba nada. Vi que se habían desnudado completamente, lo que de momento salvó el miedo por nuestra vida.

Todos los chicos se lanzaron también. De nuevo siguieron los tocamientos. Me sumergieron brevemente y la melena cayó sobre mi cara. Uno de los chicos me apartó el pelo.

Parker quedó sentado al borde de la piscina y entre los demás me llevaron a él, donde dirigieron mi boca a su miembro. Los demás seguían tocándome. Me subieron las piernas y otro de los chicos se introdujo entre mis piernas. Temí volver a ser sodomizada, pero ahora fue mi sexo el que recibió el pene del joven.

Me movían como a una muñeca. En el agua era ligera. El joven se corrió rápido y mi cara se llenó a la vez del semen de Morales.

Me voltearon. Dejaron mi cuerpo desnudo ante Willians, que con la ayuda de sus compañeros, volvió a penetrarme. No paraban de tocarme. Notaba manos sobre mi trasero, que lo levantaban, así como mis pechos que eran mordidos y chupados por los cadetes.

Rodriguez pidió que le masturbase. Eso hizo que todos sus compañeros se volcasen en cumplir sus deseos. Se sentó de una forma similar a la que lo había hecho Parker. Con mi mano, intenté sujetarlo pero me temblaban. Estaba nerviosa, casi ida, aunque como una autómata hice lo que me pidieron. Tenía un chico a cada lado que me movían los brazos, y otro por detrás que se resfregaba en su rabadilla. A lo lejos, la voz, el comandante les pedía que fueran terminando.

Nada más eyacular sobre mi mano, el comandante consideró que la fiesta había terminado. Dos jóvenes saltaron de la piscina y me tomaron de las manos, mientras que otros apoyaban mi trasero, empujándolo para sacarme de allí.

De nuevo Alejandro estaba con la toalla. Me cubrió con ella y dijo que me secara. Le miré aún con lágrimas en los ojos.

  • ¿Po, po, pode..mos ir...nos ya? – Pregunté nerviosa
  • ¿No está a gusto con nosotros? Hasta mañana por la mañana no sale vuestro avión.
  • Por fa...vor, déjen...nos marchar ya. Por favor...

Se acercó y tomó mi ropa. Sólo la falda, la camiseta y mis zapatos. Me la entregó. Fuí a recoger las bragas que estaban tiradas y me dijo que me pusiera sólo lo que me había dado. Por supuesto no le repliqué. Me lo puse lo más rápido posible y miré sumisamente a Alejandro, esperando que autorizase nuestra marcha, pero sólo vi como se llevaban a mi marido.

  • No se lo lleven, por favor. – Pedí desesperada.
  • Mañana os reuniréis cuando estéis libre.

Quedé llorando y me explicó que pasaría la noche en una prisión local. Al día siguiente saldría de allí y no volveríamos jamás a ese país. Sin duda era algo que no haría ni por todo el oro del mundo.

Me subieron con los ojos tapados en un coche, y diez minutos después estaba en la parte trasera de una comisaría. Al verme los hombres que estaban allí detenidos, unos doce, empezaron a gritar y a decirme cosas obscenas, que no puedo repetir en este relato.

Estaban dos policías y el comandante. Había cuatro celdas, en forma de T. Entramos en la más externa, que estaba rodeada por barrotes, limítrofes a las otras, por la derecha, por la izquierda, y por detrás. Los delincuentes que allí se encontraban se aferraban a sus barrotes, mirándome, lanzándome comentarios obscenos y traspasando sus manos. Los policías pararon esto último.

  • Estos hombres son delincuentes comunes y pasarán mucho tiempo antes de ver a una mujer. Tendremos un detalle con ellos.

Los dos guardias me sujetaron, mientras Alejandro, con unas tijeras, empezó a cortar la camiseta, de la que quitó tela por encima y por debajo de los pechos, y cortó uno de los tirantes, por lo que apenas tapaba mis pecho. Los gritos de júbilo eran enormes por parte de los presidiarios. Continuó mi falda poco a poco. Iba por mis muslos y preguntó a los hombres que jalearon que más. Llegó a dejarla con menos de un palmo de tela, lo justo para que si me encontraba de pie, no se me viera nada, pero que cualquier movimiento mostraría mi sexo y mis pechos. Hizo un último recorte en los laterales, en forma de cuña, donde tan sólo dejó la parte que se aferraba a mi cintura. Los restos de tela los tiró a las otras celdas, lo que enarboló a los hombres.

No podía arrimarme a ningún lado ya que intentaban tocarme. Mis oídos se hicieron fuertes para no escuchar. Al final, en el medio, en posición fetal, me tumbé y conseguí dormir minutos sueltos.

Por la mañana, el comandante vino a recibirme. Traía mi trolley. Me dijo que me marcharía. Me reuniría con mi marido. Me levanté y de nuevo los presos, que habían permanecido callados, volvieron a jalearme.

  • Tengo aquí su ropa, Casandra. – Dijo abriendo la maleta. – No puedo meterla en la celda. Dígame qué quiere ponerse.

Ansiosa y nerviosa, intentando salir airosa, le pedí la ropa que llevé cuando me detuvieron. Unos vaqueros y una camiseta.

Abrió el equipaje y buscó. Sacó un tanga usado y lo tiró a otra celda. Los presos se pelearon por él y por olerlo. Era humillante. Al final, una camiseta y unos vaqueros, no sin antes preguntarme si no quería ponerme ropa interior, a lo que me negué.

  • Voy a dartl los pantalones, Casandra, o mejor dicho, lo cambiaremos por la falda. Entrégueme la falda y se los daré.
  • Démelos, por favor¡¡¡ No quiero quedarme desnuda.
  • Quítate la falda, preciosa¡¡¡ – Gritó un hombre en la celda izquierda.

Los movimientos que hacía para intentar conseguirlos hacían que me viesen, a pesar que sólo separaba las manos para sacarlas por los barrotes en dirección a Alejandro.

  • Como no se de prisa, perderán el avión.

Me quité la falda, la tiré y tapé mi sexo. Mi culo quedó al descubierto. Todos gritaron, jaleando.

  • No. No la tire. Sea educada. Démela en la mano.

Me arrodillé y la cogí para entregársela. Esperé inútilmente con la mano estirada.

  • Ahora la camiseta.

No dudé. Dejé mis pechos al descubierto mientras que se la entregaba. Volví a cubrirme. Después de unos instantes que fueron eternos, me entregó la camiseta. Después el pantalón. Enseguida me abrieron. Cerré mi maleta y les acompañé a un coche, donde de nuevo dos personas esperaban. Me taparon los ojos y quince minutos después me dejaron en un lugar concurrido donde un taxi me llevó al aeropuerto, en el que mi marido me esperaba.

No hablamos nada en el avión, pero hemos dejado de viajar a países problemáticos.