Detective 666 (8)
La violación de Eliane.
LA VIOLACIÓN DEELIANE.
Enciendo un pitillo al volante de la furgoneta que el abuelo de Jipper me ha prestado. He llevado el Chevrolet de Dayane al taller para que le arreglen los arañazos del costado que le causó la persecución de los esbirros de Dylan. Además, es bueno cambiar de vehículo, al menos eso dice el manual de poli…
Estoy detenido bajo una gran acacia que se desborda por encima de la alta verja de Follage Park, un paseo de lujuriosa arboleda en Lakeshore, uno de los barrios elegantes de la ciudad rescatado a las tierras sumergidas del lago Pontchartrain. Desde mi puesto, puedo observar la rutilante vivienda familiar de Alain T. Predyss, abogado y asesor de Elaine Dassuan. Es una casa grande, construida con mucho dinero y favores, seguramente, tan sólo para dejar bien sentado su puesto influyente entre la familia criminal por excelencia del estado.
Como he supuesto, la aparición de los cadáveres de los moteros en la carretera y la desaparición de Dylan ha causado cierta inquietud en la tranquilidad del consejero cabronazo. No ha tardado mucho en traer hombres para reforzar la seguridad de su hogar. Claro que nada de moteros para ello, no señor; sería algo demasiado evidente ante sus vecinos. Seguridad privada de alto standing, del rango de Blackwater y otras similares.
Como ya llevo vigilando la casa de Predyss desde antes del amanecer, me he acercado a estos hombres, auténticos armarios empotrados vestidos de Gucci, con la excusa de pedirles fuego para un pitillo. Las mariposas pecado que me proporcionó el bueno de Dylan me han otorgado una buena dosis de encanto seductor y tentador al viejo estilo infernal. No me ha costado demasiado esfuerzo sonsacar a los centinelas y sembrar la semilla de la más absoluta tentación entre ellos. Disfruto de ese retazo de poder, sintiéndome como el puto Belcebú cuando desgranaba sus tentaciones ante Cristo en el desierto y consigo que los ojos de los escoltas se iluminen con la avaricia, la envidia y el deseo.
Tras almorzar en una de las cafeterías del boulevard Robert E. Lee, un peculiar revuelo entre los guardianes del abogado me hace saber que el cadáver de Dylan ha sido encontrado. De todas formas, yo ni siquiera lo oculté pues me es de utilidad para poner nervioso al asesor criminal. Así que sólo es cuestión de sentarse en el coche y esperar, empalmando cigarrillos. Al atardecer, un oscuro SUV Nissan surge del garaje y Alain Predyss, tan elegante como siempre, se sube a él. Por lo que supongo, el abogado ha debido ser requerido por sus amos, quizás por el propio patriarca. Arranco y le sigo a una buena distancia. Poco después, reconozco el itinerario que sigo; se dirigen a la mansión Dassuan. Dejo un poco más de distancia entre los vehículos.
Veinte minutos más tarde, al salir del núcleo urbano, el coche perseguido se interna en un camino secundario entre grandes olmos con el tronco blanqueado. Sonrío al pensar en los exabruptos que estará soltando el abogado a su chofer, al salirse de la ruta establecida sin aviso alguno. Enfilo yo también el camino de tierra apisonada hasta encontrarme el Nissan negro detenido en mitad. Freno la furgoneta justo detrás de la gran puerta trasera del SUV y me bajo, con el Colt empuñado y escondido contra mi muslo.
Al acercarme a la puerta del copiloto, esta se abre y la cabeza de un hombre de mediana edad, de cabeza rapada y cejas ralas, asoma. Me sonríe, ansioso por conseguir la burrada de pasta que he prometido esta misma mañana en caso de que sucediera esta oportunidad pero lo único que se lleva es un balazo en la cara. El impacto lo arroja contra el cuerpo del chofer, quien chilla de espanto, comprendiendo que su recompensa se esfuma lo mismo que su vida. Disparo antes de que consiga quitarse el cinturón de seguridad y sus sesos salpican totalmente el cristal endurecido de la ventanilla. Escucho la imprecación del asustado Predyss, medio escondido tras el respaldo del asiento del copiloto. Los seducidos guardaespaldas han seguido mis instrucciones y bloqueado las puertas traseras. Desbloqueo y saco al asustado abogado de un tirón. Se queda de rodillas, al lado de la puerta abierta, mirándome con ojos de cabrito degollado.
--- ¿Quién eres? ¿Qué quieres? –balbucea.
---Tienes poca memoria para haberme sentenciado a muerte –escupo despectivamente.
--- ¿Yo? ¡No te conozco! –intenta convencerme manoteando.
---Veamos si te refresco la memoria… dos polis, una azotea en Seabrook, un salto mortal al vacío…
Puedo observar cómo sus ojos se desorbitan a medida que el recuerdo llena su mente y finalmente me reconoce. Un tembloroso dedo me apunta al pecho.
--- ¡No puede ser! ¡E-estás… muerto! ¡MUERTO! –chilla, lleno de pánico.
---Sí, ya ves… y aquí estamos –alzó el Colt, apuntándole a la cabeza y Predyss se echa a llorar como un niño. –Puedes tener una oportunidad si me contestas a algunas preguntas…
---Sí… sí… lo que sea –admite, esperanzando en mis palabras.
--- ¿Para qué quiere verte Basil Dassuan?
Me mira con extrañeza, como si se preguntara de qué manera sé eso, pero empieza a hablar de inmediato.
---El señor Dassuan quiere un informe de las actividades de su hija Eliane. Está preocupado por los hombres caídos anoche y la posible implicación de un grupo empresarial contrario a sus intereses.
---Creía que Eliane se había independizado de los negocios familiares.
---Basil sólo la ha dejado probar con la metanfetamina y el Éxtasis pero él sigue controlando todo –me confiesa, lamiéndose nerviosamente el labio superior.
---Así que va a haber regañina de papá, ¿eh? –bromeo.
---No, no… Elaine no estará presente. Las cosas están tirantes entre ellos… la señora me espera en su casa de Chalmette para que le cuente cómo ha ido todo.
--- ¿Tirantes? ¿Por qué?
---Tuvieron una discusión bastante fuerte a la muerte de Arnold… Desde entonces… Elaine se ha distanciado un tanto de su padre.
--- ¿Qué motivó esa bronca?
---Elaine le recriminó no interesarse en vengar la muerte de su hermano. Le acusó de haber hecho un trato con los culpables para ganar más dinero y poder –estoy seguro que ninguno de ellos sabe que fui yo el culpable. Es algo que el demonio huésped se ha guardado mucho de contarles. –Elaine quería mucho a su hermano mayor y piensa hacer algo por su cuenta en cuanto descubra al responsable –confiesa.
Me quedo callado, meditando sobre todo ello aunque soy consciente de la mirada que Predyss clava en mí, intentando averiguar cómo he podido sobrevivir a la caída.
---Bien –le digo, apretando el cañón del Colt duramente contra su frente –, quiero saber la dirección de Elaine y cuánta gente suele tener con ella. Sé que conoces todos esos detalles porque trabajas directamente a sus órdenes. Dylan fue muy explícito con su confesión…
---Por Dios… --implora, balanceándose sobre sus rodillas.
---Sólo tienes una posibilidad para salir con vida, abogado y es que me des tantos detalles sobre Elaine y su casa como para que me resulte muy sencillo acceder a ella. Entonces, puede que me sienta contento y me apiade de ti. ¡Empieza!
---Sí, sí… --murmura al inclinar la cabeza, rindiéndose totalmente a la desesperación.
Mientras le escucho, miro al interior del coche, dónde hay un par de mariposas revoloteando y chocando contra el parabrisas y eso me hace sonreír. Cuando termina con su informe, le obligo a subirse de nuevo al coche. Eso parece darle esperanzas, sobre todo cuando me siento a su lado y cierro la puerta, pero lo único que quiero es que las mariposas no se escapen. Le hundo el cañón en el costado y disparo, destrozándole el hígado. La detonación suena amortiguada al ser a quemarropa pero él abre muchísimo los ojos, totalmente sorprendido. Adelanto la cabeza para poder mirarle a la cara y que él me vea. No es capaz de articular palabra alguna, tanto por el dolor como por la sorpresa pero puedo descifrar lo que pretende decirme en su mirada.
--- ¿No esperarías que te perdonara ese salto desde la azotea, no? –le susurro, contemplando como la luz abandona sus ojos.
Con tranquilidad, me bajo, cierro la puerta y camino hasta la furgoneta. Tengo un trapo empapado en lejía en la guantera, así como un tarro de vidrio que antes contenía mermelada casera de Mamá Huesos. Regreso al SUV y me siento de nuevo en el asiento trasero, donde me paso diez minutos atrapando mariposas y metiéndolas en el tarro. Aunque intuyo que no necesitan respirar, le he hecho varios agujeritos a la tapa de enrosque, por si acaso. En total, tengo siete mariposas en el tarro, cual ávido coleccionista de insectos. Es una prueba, naturalmente. Tengo que comprobar si estos deliciosos bichitos pueden estar varios días con vida o si saben igual de bien muertos. Paso el trapo con lejía por los lugares en los que he puesto mis manos y borro las huellas.
Silbando, vuelvo a mi vehículo, arranco y pongo rumbo a Chalmette, una ciudad pequeña prácticamente adosada a Nueva Orleáns y construida sobre un pantano desecado por los presos en el siglo XVIII. Mientras conduzco, la especial conexión que produce el arma Mata Dragones tras una ejecución, detona en mi mente un vivísimo destello que me hace aprender una nueva cosa sobre Azamet: el arma maldita, mientras esté en contacto con la piel de su portador, impide que este sea detectado por entidades supranaturales, o sea, fantasmas, demonios y otros seres de sobrenaturales características. Es una noticia que me produce una tremenda carcajada.
Chalmette es una pequeña ciudad muy tranquila, con una refinería pegada al río que fue la causante de engrandecer la urbe a comienzos de los setenta. La vivienda de la hija de Basil está al otro extremo, junto al canal Forty Arpent, frente al complejo deportivo Val Riess Park. Cuando llego, los residentes de Plaza Drive están cenando en sus hogares, sintiéndose a salvo en sus tranquilos barrios. Me pregunto cuantos de ellos son responsables de los males de la sociedad en la que viven, sin que sus propias familias sepan de sus turbios asuntos. Creo que el concepto me suena… ¿no iba sobre eso “Los Sopranos”?
¿Desde cuándo me he vuelto tan quisquilloso con la moral? ¿Qué me importa a mí si la mayoría de los habitantes de este barrio residencial son criminales de postín o narcotraficantes en trajes de Armani? En el fondo, me conviene… se convierten en alimento para un futuro, ¿no? Sin embargo, hay como una mosca cojonera dando vueltas en mi interior, no sabría decir en qué parte pero molesta un huevo. ¡Joder! Poderoso Creador… ¿qué has hecho conmigo? ¿En qué me has convertido?
Con esta pregunta en mente, me bajo de la furgoneta y encamino mis pasos hacia la casa de cuento de la familia Corrinson, como reza en el buzón a la entrada de la propiedad. Antes de llamar al timbre, saco el puñal de caza que llevo oculto en la pantorrilla y escondo la mano con el arma de filo a la espalda. Exhibo una encantadora sonrisa cuando se abre la puerta. El tipo va bien vestido, con camisa y pantalones de pinzas, pero el pelo largo que lleva recogido en una larga coleta y sus barbas indican que es uno de los desgraciados moteros de turno.
--- ¿Sí? –me pregunta, levantando una ceja.
--- ¿Es usted católico, caballero? Me gustaría hablarle del Gran Libro de las Revelaciones, si usted me permite –le digo con voz melosa y dando un paso a la izquierda, como invitándole a salir al rellano.
---No tengo tiempo para sermones sobre Jehová… ¡Lárguese! –y da un paso fuera, tratando de imponerse físicamente.
Al mismo tiempo que le apuñalo en la garganta, le empujo al interior de la vivienda. Trastabilla mientras trata de contener el chorro de sangre que salpica el suelo de madera desde su cuello. Sólo puede gemir lastimosamente una vez que cae al suelo, sobre una alfombra de cáñamo de colores que tiene la palabra “bienvenida” escrita. No me preocupo de él aunque lo dejo aún estremeciéndose y pataleando. Escucho voces provenientes de lo que deduzco será el comedor o una sala y me muevo hacia allí.
--- Bob… ¿quién era? –pregunta una voz femenina. Eliane, supongo.
---Un puto Testigo de Jehová, señora –contesto, enronqueciendo mi voz para tratar de imitar el tono del muerto.
--- ¡Bob! ¿Qué he dicho de decir tacos delante de la niña? –me llega la recriminación al entreabrir la puerta de cristales del comedor. –Anda, vete a cenar con Remy al porche trasero. Rosita os ha servido la cena allí.
Estas palabras frenan mi entrada. Antes, debo ocuparme del otro guardaespaldas y de la tal Rosita. No conozco el interior de la casa pero supongo que habrá otro camino para llegar al porche trasero sin tener que cruzar el salón comedor. Efectivamente, hay una puerta en la cocina, dónde me encuentro a la mencionada Rosita remojando unos cacharros en el fregadero. Se trata de una señora madura, redonda como una croqueta casera, con predominantes rasgos latinos.
La aferro por detrás, tapándole la boca y la llevo hasta una de las sillas de la mesa de la cocina, que son de robusta madera. La siento bruscamente y la obligo a morder un paño blanco que he atrapado al entrar.
--- ¡Quieta! ¡Si chillas, te destripo! –le susurro, mostrándole el cuchillo de caza desde atrás.
Se queda inmóvil lo justo para que le ponga unas bridas en pies y manos, dejándola amarrada a la silla. Como colofón, le coloco uno de esas talegas para pan que han vuelto a la moda en la cabeza. La tela es tupida como para ver nada pero deja pasar el aire.
---Calladita y no te pasará nada –le susurro antes de moverme hacia la puerta que da al porche.
El porche está acristalado y hay sillones de mimbre con grandes cojines pegados a la pared de la casa. Una mesa mediana se encuentra en medio de la galería, a la que el tal Remy está sentado. Se atarea en cortar minuciosamente su filete y ni alza la cabeza al escuchar crujir la madera bajo mis pies.
---Antes de sentarte… ¿por qué no te traes otra cerveza del frigorífico? –me suelta el infeliz.
Al oír mis pasos acercarse, levanta la mirada, exasperado, tan sólo para ahogar un reniego e intentar levantarse de la silla. Claro que no le dejo tiempo alguno para reaccionar. La puñalada clava toda la hoja en el pecho, tirándole de nuevo sobre la silla y volcándola hacia atrás. Controlo la caída del cuerpo como puedo para no hacer demasiado ruido y Remy se queda en el suelo, con las piernas para arriba, muerto y aún sentado a la silla. Miro alrededor. Los vecinos más allegados no pueden ver nada debido a los setos y la ornamentada empalizada a la que se sujetan los rosales trepadores. Buena intimidad, me digo.
“Bueno, es hora de ocuparse de la perra”, me digo, entrando de nuevo a la cocina.
Rosita rebulle en el interior de la talega de pan pero se mantiene callada. Me guardo el cuchillo de nuevo en el tobillo y desenfundo el Colt, mucho más ominoso para la amenaza. Atravieso con decisión la puerta que separa la cocina del comedor y me encuentro con Eliane y su esposo sentados a una gran mesa, vestida sólo en uno de sus extremos para la cena. Una niña de unos tres o cuatro años está sentada en una sillita especial al lado de su madre. George Corrinson, al verme, está a punto de esturrear el vino que acaba de verter en su boca.
--- ¿Quién es usted? –me pregunta con voz seca la esposa. No parece asustada.
No respondo pero alzo el revólver para que lo vean bien. Eliane arropa a su hija con uno de sus brazos, en un intento de protegerla.
---Tengo un mensaje para usted y para su padre –le digo, mirándola fijamente.
---Pues entréguelo y váyase –no, la perra no está asustada, ni mucho menos.
--- ¡Tú! –apunto al esposo con el arma. –Coge a tu hijita y andando para la cocina.
El hombre, demudado, obedece de inmediato y carga con su niña en brazos. Se detiene en el umbral de la cocina, contemplando a la asustada Rosita sentada y maniatada a la silla. Yo estoy detrás de él, sujetando a Eliane por un brazo. Le empujo hacia la despensa, la cual he observado que tiene una llave en la cerradura cuando entré en la cocina la primera vez. Es un lugar tan bueno como otro para encerrar a la familia de la hija Dassuan. George entra sin rechistar, abrazando a su hija, la cual mira todo lo que ocurre con la imperiosa curiosidad de cualquier niño. Giro la llave e indico a Eliane que vuelva al comedor con un gesto.
Se sienta de nuevo en su sitio y alarga la mano hacia su copa de vino, apurándola de un sensual trago. La contemplo mientras tanto. Eliane es una mujer atractiva, en los treinta y tantos años. Se nota que se cuida, el pescado asado que aún está en su plato así lo indica; quizás también acude al gimnasio o alguna clase de yoga. Su cabello castaño está perfectamente peinado y arreglado con mechas más claras que le otorgan pinceladas de brillo. Unos ojos inquisitivos, de tonalidad entre parda y verdosa, me examinan en silencio, silueteados por unas pestañas demasiado largas para ser naturales.
--- ¿Y bien? –deja caer, impaciente.
---Verá, Eliane… vengo de arreglar cuentas con su asesor Predyss. Posiblemente, mañana le encontraran tieso en el interior de su coche –ella se envara al escuchar la noticia. –Antes de palmarla, tuvo la gentileza de explicarme la naturaleza de su escisión con los negocios familiares. Así que estoy casi completamente seguro que, finalmente, usted es la responsable de la muerte de aquellos dos polis que cayeron de la azotea de Seabrook…
--- ¡No tuve nada que ver con eso! ¡Fue una decisión de Predyss! –ladra ella pero esta vez sí que empieza a asustarse.
---Ya, ya… como si un asunto así lo decidiera un subalterno –recalco con ironía. –El caso es que temo el poder de su padre pero no puedo dejar que usted campe a sus anchas, así que estoy dividido entre dos poderosas motivaciones. Pero creo que he llegado a una solución que tendrá en cuenta ambas prioridades…
---No se… atreva a… hacerme nada –barbota ella, el pecho agitado por una intensa emoción.
---No se preocupe… no puedo matarla pero puedo joderla… literalmente –sonrío demencialmente.
Enfundo lentamente el Colt y me acerco a ella. Sus ojos están tan abiertos que puedo contemplar perfectamente sus dilatadas pupilas, las aletas de su nariz se comprimen por la tensión y el miedo. Al acercarme a ella, ha llevado sus manos al pecho, como intentando defender un territorio sagrado de la herejía. La pongo en pie de un fuerte tirón de pelo, ella grita pero no sirve de nada, ya que queda atrapada entre mis brazos. La desnudo a tirones, la camisa y la sencilla falda que lleva puestas, sin duda ropa para estar en casa, quedan rotas en el suelo. La tumbo de bruces sobre la mesa, apartando con su cuerpo los platos que se destrozan sobre la solería; los cubiertos tintinean en el suelo como acompañamiento para los chillidos de Eliane.
Aferro la cinturilla de su braguita –toda una monería de encaje en hilo –tironeando para bajársela y ella se agarra a la prenda con sus dos manos, sin dejar de gritar. Vaya escándalo está liando, la perra. Con un poco más de fuerza, el tejido se rasga dejando unas tiras de tela en sus cerrados dedos. Con una mano, aprieto su cabeza contra la madera de la mesa y, con la otra, palpo sus nalgas a placer. Ella apoya sus dos manos sobre la mesa, intentando vencer mi presión pero de nada sirve. Le paso un dedo entre los glúteos, sobando la vulva y el esfínter groseramente. Eliane se envara con un chillido, intentando apartar su cuerpo de mi tacto. Le aferro una nalga con fuerza, con saña, dejando mis dedos marcados sobre la piel. Se debate como una fiera, como una colegiala mojigata manoseada en su primer baile. De repente, soy consciente de mi propia risa; me estoy riendo a medida que la domino. Creo que es una risa siniestra para los oídos de cualquier humano y me parece absolutamente perfecto.
La adrenalina en mi sangre me tiene erecto desde el momento en que llamé a la puerta de la casa. Los refregones contra el cuerpo de Eliane han reforzado bastante la reacción física. Usando sólo una mano –la otra sigue apretando la nuca de la mujer –, me bajo la cremallera de la bragueta. Me cuesta lo mío sacar el endurecido pene de la cubierta que forma el pantalón pero pronto lo mantengo restregándose suavemente contra las estremecidas nalgas de la criminal hembra. Eliane jura y perjura con un lenguaje vulgar y soez, soltando amenazas que no hacen más que excitarme aún más. Intenta forcejear y vencer el cepo que forma mi mano sobre su nuca, lo que acaba aplastando su mejilla contra el sólido tablero de la mesa. Sin embargo, no consigue nada, sólo cansarse y jadear con esfuerzo.
Sé que siente mi pene rozando entre sus muslos porque agita sus caderas en un inútil intento de poner algo de distancia entre nuestros sexos.
---Creo que empiezas a sentirte como esos pobres desgraciados de la azotea, luchando para escapar de las manos que les aferraban y que les arrojarían por encima del borde del muro –susurro a su oído. –Sabes que te la voy a meter y estás haciendo todo lo posible por esquivar mi polla… pero el resultado será el que temes, claro… te voy a violar largamente, señora mafiosa… te la voy a clavar en todos tus agujeritos, dejándote bien follada para que vayas a llorar a papaíto lo desgraciada que te sientes… o ¿quién sabe? Puede que acabes sintiéndote muy satisfecha –suelto una nueva risotada, divertido con la alocada mirada de sus erráticos ojos. –Pero, sea como sea, acuérdate de decirle que esto es algo normal en el infierno y que puede que sea hora de que regrese a ese lugar de dolor y llamas…
Sin más dilación, la obligo a subir una rodilla sobre la mesa y le cuelo la verga de un par de empellones bien dirigidos. El pollazo –nunca mejor dicho –tiene la virtud de ahogar sus quejas por unos segundos. Me dejo caer hacia delante, casi sobre ella, colocando la mano que me queda libre sobre la madera del recio tablero y así poder iniciar un lento vaivén que socava tanto su gruta íntima como su resistencia. Llora y se agita, con sus dedos aferrados a ambos laterales de la mesa. Mantiene sus ojos fuertemente cerrados, como si hubiera decidido no mirarme más y, por alguna extraña razón, eso me jode.
La muy puta está más seca que un rastrojo en verano, casi puedo escuchar el chirrido que debe causar la fricción de mi polla en su interior. Mascullando un reniego, me salgo de ella y alargo el cuerpo hasta alcanzar la salsera que se encuentra más allá. El verdoso jugo aún está tibio. Meto los dedos y embadurno mi vergajo con la salsa.
---Salsa a la pimienta verde –murmuro, quitándome un par de granos de pimienta del glande.
Vuelco la salsera sobre la vagina de Eliane, empapando los labios menores. Con eso será suficiente, me digo en el momento de forzarla de nuevo. En verdad, la cosa parece funcionar, pues mi pene se cuela mucho más profundo y con más facilidad. Ella hace un círculo pequeño con sus labios cuando topo con el final del túnel carnoso. Su entrecejo se frunce con una mueca de dolor. Bien, es hora de ponerme a trabajar, me animo.
Esta vez no me inclino sobre ella sino que tiro de su cuerpo un poco hacia mí, dejándola apoyada contra la mesa en vez de estar tirada sobre ella. Coloco una mano en el centro de su espalda, para que no pueda alzarse, y la otra firmemente aferrada a una de sus bonitas caderas. De esa manera, me dedico a follármela sin prisas, en movimientos largos y profundos que hacen temblar sus rodillas. Ya no se agita ni grita, sólo gime aunque no puedo distinguir si es de penuria o placer… pero ¿a quién le importa?
Siento cómo se estremece largamente cuando vierto mi semen en su interior. Saco mi polla pringosa, aún erguida y con ánimo de seguir y me muevo hasta agenciarme de la botella de vino. Despreciando las copas que se encuentran sobre la mesa, bebo a morro, mirándola de reojo. Eliane no se mueve de su posición. Ha deslizado una mano bajo su mejilla para amortiguar la dureza de la madera pero sigue con los ojos cerrados. Su ritmo cardiaco se tranquiliza a medida que descansa. De pronto, abre los ojos y me mira. Sus pupilas casi verdes parecen implorarme.
---Un poco… de vino, por favor –musita.
Bien, al menos ha pronunciado la palabra mágica, ¿no? Escancio un buen trago en su copa y le hago una indicación que quiere significar que puede levantarse y cogerla. Ella lo hace y bebe largamente, como si hubiese recorrido a pie todo un desierto y estuviese sedienta. Quizás sea para pasar el mal trago… joder, ¡qué mal juego de palabras!
---Aún no hemos acabado, guapa –le digo y se envara ante mis palabras.
Adelanta hacia mí la vacía copa y termino de vaciar la botella en ella. Se bebe la mitad de un trago y se queda mirándome, desnuda e indefensa.
---Ahora, quiero que vayas hasta aquel sofá –le digo, señalando hacia el mueble que se ve a través de la abierta puerta que conduce a una sala de estar –y te arrodilles en él. Hundes la cara en él y levantas las posaderas. Te las abres bien con las dos manos para dejar bien a la vista el esfínter. ¿Prácticas el sexo anal?
Ella niega con la cabeza, el rostro demudado por saber mi nueva intención.
---Mal hecho. Una hembra humana debería estar preparada para que se la metieran por cualquier parte –barboto al dejar la vacía botella sobre la mesa. – ¡Ahora obedece!
Se sobresalta con el restallado de mi voz. Apura su vino y, tras dejarla también sobre la mesa, encamina sus pasos hacia el sofá indicado. Casi arrastra los pies, aterrada por lo que le espera, pero ese mismo movimiento lánguido y desganado presta una singular belleza a su espalda y sus glúteos. Casi me hace saltar detrás de ella pero me contengo y velozmente entro en la cocina y abro el frigorífico. La salsa se ha enfriado demasiado y se ha espesado, ya no sirve pero, sin duda, debería encontrar algún sustituto en la nevera. ¡Bingo, bongo! ¡Un litro de yogurt líquido y cremoso! ¡De plátano, nada menos!
Sonriendo, me dirijo hacia la sala y me asombra verla de hinojos sobre el mullido asiento del sofá, la mejilla contra le tela, la cara vuelta hacia mí. Sus manos están aferradas a sus nalgas, contorneando su espalda, abriéndolas en gran medida para dejar a la vista su íntimo agujero trasero. Las rodillas están bien apoyadas para elevar su trasero hasta una altura apropiada. Eliane ni siquiera ha intentado escapar mientras he ido a la cocina: no habría servido de nada, claro está, pero por lo que sé de las reacciones humanas, hubiera sido un impulso primario, instintivo. Sin embargo, se ha situado tal y como le he indicado y espera en silencio, con la respiración agitada.
---Mira, he traído algo para que ayude a entrar bien y no duela tanto –digo, agitando la botella de plástico de yogurt ante sus ojos.
---Gracias –musita con voz enronquecida. Sus ojos están de nuevo acuosos. –Si pudiera dar marcha atrás… no daría esa orden…
La estudio con detenimiento. Esas son unas palabras que no he esperado escuchar. ¿A qué son debidas? ¿Está Eliane sinceramente arrepentida o más asustada por el daño que le pueda hacer? Me encojo mentalmente de hombros. Ahora no es el momento de pensar en eso. Pongo una rodilla en el sofá, detrás de los pies femeninos y agito con fuerza el yogurt dentro de la botella, haciéndolo más líquido. Eliane respinga cuando el frío y cremoso líquido resbala por el canal de sus nalgas y acaba goteando de su perineo. Me divierto jugando con un dedo sobre su esfínter, masajeándolo y pringándolo hasta volverlo maleable como para introducir el dígito en profundidad. Eliane se queja a medida que voy progresando e introduciendo más dedos pero sus quejidos son apagados y casi sensuales. Tampoco es algo que me preocupe demasiado.
Cuando el anillo musculoso está lo suficientemente distendido como para que tres de mis dedos entran y salgan con facilidad, me digo que ha llegado el momento de introducir otro tipo de carne en aquel recto lleno de restos de yogurt.
--- ¡Ha llegado el momento de darte por el culo, Eliane! –elevo la voz, más que nada para que me oiga el marido encerrado en la despensa. -- ¡Abre bien esas nalgas, putona!
La hija de Basil muerde la tapicería al mismo tiempo que sus manos separan con fuerza los preciosos globos de grasa. El esfínter se convierte en una hondonada perforada que atrae totalmente mi atención. Sin embargo y a pesar del trabajo de relajación, el glande se atranca al entrar. No me ha mentido, la señora nunca ha recibido algo más gordo que un dedo por aquel lugar. Puedo ver cómo muerde con fuerza la tela del sofá cuando yo empujo, colándome en su tripa. Un gemido burbujea en su garganta, a punto de convertirse en un grito, pero lo contiene a medida que mi polla va deslizándose en el ano, relajando algo la presión sobre el esfínter.
Pronto la tengo toda dentro, aprisionada cálidamente por aquel virginal estuche. El esfínter se ha cerrado con fuerza sobre la base de mi pene. Palmeo con fuerza una de las nalgas.
--- ¡Relaja el esfínter, Eliane, sino te haré daño al moverme! –le insto.
Intenta hacerme caso pero no lo consigue a la primera. El miedo y el instinto hacen que apriete el culo firmemente. Me cuesta unos cuantos azotes que se concentre en ello y, entonces, me muevo sin prisas, follándome su intestino. La hago sollozar con cada embiste. Ahora se muerde sus propios nudillos y se aferra con fuerza, arañando el tapizado. Los gemidos y lágrimas son constantes pero también su respiración es más rápida, convertida en puros jadeos. Para mí que está disfrutando la experiencia pero que la vergüenza, el orgullo y el miedo recubren parte del placer que subyace. Peor para ella, mejor para mí. En verdad, si estuviera gozando de la sodomía, no me sería de gran ayuda, no señor.
--- ¡Te voy a llenar las entrañas de leche, puta! –le grito, a punto de correrme. -- ¡Vas a estar cagando mierda blanca durante todo un mes!
Me parece que sufre un espasmo al escuchar mis palabras pero no estoy seguro ya que me abandono al puro éxtasis de vaciarme en sus tripas. Es una larga emisión de semen, acompañada de un par de estremecimientos bestiales. Rujo derrumbado sobre su espalda al sentir el placer recorrer mi cuerpo. Ella queda aplastada por el peso de mi cuerpo y nos pasamos unos cuantos minutos así, tumbados sobre el sofá, hasta que me recupero.
---No estaba de broma cuando te he dicho que quiero que vayas a contárselo a tu papaíto porque, si no lo haces, volveré mañana y te daré el mismo repaso y al día siguiente… y al siguiente… y al otro… --le digo mientras me levanto y recompongo mi ropa.
Je, ni siquiera me he desnudado para llevar a cabo el tema. Ella se acurruca sobre el sofá en una postura fetal y asiente débilmente. Ya no puede contener un largo sollozo, con el que trata de soltar la tensión de su cuerpo. Me largo de la casa sin una palabra más, dejando que sea ella la que libere a su familia y desate a Rosita, cuando pueda ponerse en pie. Ahora, tengo que poner en marcha el próximo paso de mi plan y esperar la reacción a este movimiento estratégico… porque esto ha sido toda una estrategia, una jugada de ajedrez… ¿A quién pretendo engañar? ¡Ha sido una gozada además!
(CONTINUARÁ....)